SALUD DE DIOS PARA TI

   

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2000 años después, celebramos en la Iglesia el nacimiento de Jesús de Nazaret, la entrada de Cristo en la historia: "el Verbo se hizo carne", "la Palabra se hizo hombre" (Jn 1,14). Estas palabras del evangelio de San Juan se escriben a finales del siglo I. Por supuesto, el evangelista siente la ausencia de Jesús (¡ha pasado tanto tiempo!), pero anuncia su presencia en la historia. Como en aquella primera pascua, en plena faena (recogiendo una pesca abundante) proclama con inmenso gozo el anuncio central del evangelio: "¡Es el Señor!" (21,7).

A la luz de esta buena noticia, lo vivimos todo, también el lado oscuro de la realidad: el dolor humano que, de diversas formas, se sitúa y reacciona frente a Dios; los límites de la razón humana, que no consigue facilitar el encuentro entre Dios y el dolor humano; las actitudes de muchos creyentes, que tampoco van mucho más allá; asimismo, buscamos la luz de la Palabra de Dios sobre el origen del mal, sobre el sufrimiento y la enfermedad, sobre lo que significa Jesús como Palabra de Dios hecha hombre, como salud de Dios para nosotros.

Cuando se busca la relación de Jesús con la salud, normalmente se fija la atención en su actividad sanante con los enfermos. Es cierto que "pasó haciendo el bien y curando", como dice Pedro en casa de Cornelio (Hch 10,38). Ahora bien, Cristo no se limita a arrojar espíritus inmundos, sino que introduce en el hombre un espíritu nuevo. No se limita a luchar contra el mal que hay en el mundo, sino que crea un mundo nuevo. No sólo cura enfermedades sino que las previene. Ofrece vida y vida en abundancia (Jn 10,10): a todos, no sólo a los enfermos.

En el contexto del segundo milenio del nacimiento de Cristo, con estos materiales de educación en la fe pretendemos:

Los destinatarios de estos materiales son, en primer lugar, los enfermos y sus familias, cuantos trabajan en el mundo de la salud y de la enfermedad, las parroquias y comunidades cristianas, los grupos de voluntariado, la sociedad en general.

1. El dolor humano frente a Dios

El dolor lleva a muchas personas a la rebelión contra Dios y, también, a la negación de su existencia. Les resulta imposible conjugar ambas realidades: Dios y el dolor. Veamos tres ejemplos, tomados del campo de la literatura, que -desde presupuestos y talantes distintos- concuerdan en la mutua exclusión de Dios y el sufrimiento humano.

2. Los límites de la razón

Ante tales experiencias e interrogantes la razón no ha podido mantenerse al margen y ha tomado postura. Seleccionamos tres filósofos que, desde planteamientos distintos, no consiguen facilitar el encuentro entre Dios y el dolor humano.

3. La actitud de los creyentes

La actitud de muchos creyentes es la de salir en defensa del Dios acusado. Saben que el mal es utilizado frecuentemente para cuestionar su bondad o para negar su existencia. Angustiados o escandalizados por la osadía del adversario, se aferran al principio de la sabiduría y de la bondad divinas. Pero esa reacción tan rápida y convencida tiene sus riesgos. El creyente, con sus conceptos aprendidos, se sitúa en el centro y, lo que es peor, no deja espacio ni ocasión para escuchar al hombre que sufre y al Dios que se revela. No escucha el grito trágico del hombre ni lo que de escándalo hay en su experiencia. No tiene paciencia suficiente para captar el sentido de su protesta, pues debajo de ella puede haber un amor decepcionado, una esperanza frustrada o, tal vez, una nostalgia. Por eso queda bloqueada la insinuación de que quizá la imagen de Dios que se presenta no deje ver su verdadero rostro. Porque no siempre el creyente transmite el sentido genuino de la fe. Colocarse subjetivamente de parte de Dios no implica necesariamente dejar que hable realmente Dios. El Dios que se presenta (en el fondo, el Dios de la razón) tampoco responde desde el dolor compartido. El Dios sabio y omnipotente no se encuentra con el dolor del hombre.

Una solución muy extendida considera que Dios no quiere el mal sino que lo permite. Las razones que se aducen son diversas: respetar la libertad del hombre, conseguir bienes mayores...La permisión supone una concepción del poder de Dios al que se atribuye la capacidad de eliminar el mal. Lo cual, precisamente, acentúa el escándalo de un Dios que permite (aun pudiendo evitarlo) la tortura del niño destrozado por los perros. Además mantiene la distancia y deja al hombre en las afueras de Dios y a Dios en la soledad de su transcendencia. La ambigüedad de la permisión no oculta, por tanto, la acción positiva de la voluntad de Dios. Por ello puede derivar fácilmente hacia un lenguaje más fuerte y crudo. Así, por ejemplo, ante determinadas enfermedades o catástrofes naturales, se termina diciendo: "Dios lo ha querido así", "es un castigo de Dios", etc.

Otro recurso es apelar a lo incomprensible, es decir, reconocer que el problema del mal nos desborda. Es indudable que en esta actitud existe un fondo de verdad. Pero no debe significar simplemente el silencio. Ese silencio no se puede producir demasiado pronto, sino que debe acontecer al ritmo de la dinámica de la fe. La fe no es simplemente aceptación de lo incomprensible, sino ante todo acogida de la acción de Dios tal y como se manifiesta en la historia. La actitud del creyente no excluye, en principio, colocarse del lado de la pregunta de los hombres, de su protesta y de su interpelación. A partir de esa opción se debe escuchar la respuesta de Dios y se debe percibir el lugar desde el que habla Dios.

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CUESTIONARIO

El dolor, la enfermedad y el mal llevan frecuentemente a una reacción humana (pregunta, protesta, interpelación) dirigida a Dios. En estas ocasiones ¿cuál es nuestra actitud?

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4. El origen del mal

La historia de la salvación es la respuesta de Dios a la situación de desgracia de los hombres. Más aún, las primeras páginas de la Biblia surgen como respuesta a la pregunta que se levanta desde la desgracia humana. Los textos más antiguos del Génesis fueron provocados por el interrogante que se arrastra en la historia de la humanidad: cómo se puede explicar la situación de desventura de los hombres si estos han salido de las manos de Dios.

El relato del Génesis (capítulos 2 y 3) es una primera respuesta: Dios no es responsable de tal situación. Entre el mundo de nuestra experiencia y la creación original no hay una continuidad perfecta: en un momento dado se produce una ruptura. En un mundo, que es bueno al salir de las manos de Dios (Gn 1 y 2) y que queda en manos del hombre ("Llenad la tierra y sometedla", se introduce un elemento perturbador: el pecado humano (Gn 3).

El relato del Génesis pone al descubierto que el hombre y la mujer, en su más profundo error, evitan la presencia de Dios. Se ocultan. Dios tiene la costumbre de pasear por el jardín de la historia humana. Pero el hombre y la mujer piensan que Dios no les interesa para vivir, que Dios es envidioso, enemigo de su felicidad y de su vida: "Se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (3,5). Dios aparece no ya como una ilusión, sino como una mentira, una opresión de la que es preciso librarse. Ellos mismos sabrán y decidirán por propia cuenta lo que es bueno y lo que es malo. Todo queda afectado: la relación con Dios, la relación con los demás (casa, trabajo), la forma en que se vive la muerte (sin esperanza).

Lo que Dios hubiera querido, el proyecto de Dios, es la situación y el estado descritos en la creación original. La armonía con la naturaleza, el equilibrio interior, la relación adecuada con Dios y con los demás hombres recogen las características fundamentales de esa situación ideal. Tal armonía, efectivamente, se ha roto: el sufrimiento y la soledad, la ruptura interior y la acusación mutua, el homicidio y las armas, el enfrentamiento entre los pueblos...todo ello irá configurando la situación humana, que (con mayor precisión) queda definida así: entre la gracia y la desgracia.

5. La figura de Job

La figura de Job supone una profunda reflexión sobre el sufrimiento humano. El problema fundamental que se plantea es el siguiente: si es cierto que Dios premia a los buenos y castiga a los malos en esta vida ¿por qué sufren los justos? ¿ por qué triunfan los malvados? ¿Es que pagan justos por pecadores? ¿Por qué sufre Job, si es justo?

Los amigos de Job (Elifaz, Bildad y Sofar) son tres personajes importantes que viven en distintas localidades, todas ellas situadas en la región de Edom, patria de hombres sabios. Al llegar y ver a Job, quedan profundamente impresionados: ni siquiera parece él. En principio, lo que hacen es el duelo por un muerto. Se quedan mudos. Les parece que la palabra podría resultar vana, vacía, casi hiriente.

Job es el primero en romper el largo y tenso silencio. Y lo hace con una queja o lamento, describiendo su dolor. Incluso reniega del día en que nació (Job 3,3). Los amigos argumentan desde la doctrina tradicional de la retribución en esta vida: Dios es justo, la felicidad de los malvados es efímera, el sufrimiento siempre responde a pecados cometidos por el que sufre, aunque no se recuerden o se ignoren. Incluso no tienen inconveniente en inventar pecados de Job con tal de que quede a salvo la justicia de Dios.

Job advierte la palabrería de sus amigos. Si se cambiaran las tornas, también él sería capaz de componer bellos discursos y sentirse tan seguro. Pero las palabras que no salen de un corazón capaz de aproximarse a la desgracia del otro no sirven para nada. Se lo echa en cara: "vosotros, en vez de consolar, atormentáis" (16,2).

Elihú aparece como un personaje joven, bastante creído en su ciencia religiosa. Le mueve a hablar el hecho de que Dios queda como culpable. Ha escuchado a Job esta afirmación: "Soy puro, no tengo pecado; soy inocente y no hay culpa en mí; pero Dios halla pretextos contra mí y me considera su enemigo; me tiende trampas a cada paso y vigila todos mis movimientos" (33,9-11). Al final, Elihú arremete contra Job: "A su pecado añade la rebelión, se burla de nosotros y multiplica sus palabras contra Dios" (34,37).

Ante el fracaso de los sabios, incapaces de consolar a Job en su desgracia, Dios responde a Job desde el seno de la tempestad. Con la evocación de la naturaleza y, en especial, del mundo animal, tan misterioso para el hombre, Dios lleva a Job a reconocer la vaciedad de su sabiduría: "He hablado a la ligera: ¿qué voy a responder?" (40,4). Y también: "Era yo el que empañaba el consejo con razones sin sentido...Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos" (42,2-6). Job se encuentra con Dios y esa profunda experiencia religiosa supera la doctrina tradicional de todos aquellos, que hablan mucho de Dios, pero poco con Dios.

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CUESTIONARIO

  1. ¿Qué enseñanza aporta la figura de Job sobre el sufrimiento humano?

  2. ¿Cómo afrontamos la enfermedad?

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6. La Palabra se hizo hombre

El Evangelio de San Juan canta (al comienzo) la inmensa aventura de la Palabra de Dios en la historia de la salvación, una epopeya que ha seguido estas grandes etapas: el mundo y el hombre, el pueblo elegido, Cristo.

En primer lugar, la Palabra vino al mundo: "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció" (1,10). El universo es como un libro abierto: nos habla de Dios. Más aún, el universo está inspirado: Dios nos habla a través de la creación. Pero el mundo, pagano, no le conoció.

Ante la indiferencia general, Dios elige un pueblo, al que pudiera hablar de una manera más clara y más íntima. Dios llama a todos en cualquier momento y situación: "¿No está llamando la Sabiduría? Y la Prudencia, ¿no alza su voz? A vosotros, hombres, os llamo...escuchad: voy a decir cosas importantes" (Prov 8,1-6). Además, "la Sabiduría se ha hecho una casa,...ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa" (9,1-2). En vano. El pueblo elegido, en su conjunto, no escuchó la Palabra de Dios.

"Y la Palabra se hizo hombre y puso su tienda entre nosotros" (1,14). La Palabra de Dios se hizo hombre, para que los hombres pudiéramos entender el lenguaje de Dios. El cuerpo de Cristo es la tienda del encuentro del hombre con Dios (Ex 40,34-35), el lugar de su presencia en medio de nosotros. Se cumple así la voluntad de Dios, que dijo: "Pon tu tienda en Jacob" (Eclo 24,8).

La Encarnación es el momento culminante de un movimiento que atraviesa toda la historia de la salvación: Dios busca al hombre. Y en ese movimiento baja, se anonada, la eternidad entra en el tiempo, el absoluto se hace relativo, el señor se hace esclavo, lo divino se hace humano.

Además, la Encarnación nos enseña un nuevo realismo: el hombre es solamente hombre. Es una lección que aprender a lo largo de la vida. Es preciso dejarse diagnosticar y dejarse curar de la perniciosa pretensión de ser como Dios (Gn 3,5) y, en el extremo opuesto, de la tentación de vivir al dictado de la simple condición biológica. Nos enseña, por tanto, a ser criaturas y a aceptar los límites inherentes a nuestra existencia. No viene a liberarnos del cuerpo, sino a ayudarnos a vivirlo sanamente.

No hay fundamento bíblico que justifique dualismos ni visiones peyorativas en torno al cuerpo. Cuando cuerpo (o carne) se contrapone a espíritu, no se trata normalmente de la diferencia entre cuerpo y alma, sino de la diferencia entre criatura y creador. En la Encarnación esa antítesis no es eliminada, sino superada. Tomar la carne humana significa bajar, asumir una condición de inferioridad con respecto a Dios y confirma la inutilidad de la pretensión de la criatura humana de salvarse por sí misma.

A partir de la resurrección, el cuerpo de Cristo desaparece del horizonte visible de nuestra existencia. En este sentido, ya no podemos encontrarnos con Dios en el cuerpo histórico de Jesús. Pero no por ello se pierde la dimensión corporal del encuentro (por medio de Cristo) entre Dios y los hombres. La Iglesia, animada por el Espíritu, es ahora el Cuerpo de Cristo, la comunidad que le "da cuerpo" prolongando a lo largo de la historia su presencia corporal en el mundo: "Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es miembro" (1 Co 12,27). Se trata de una realidad que cualquiera puede vivir. Cristo, como dice el concilio Vaticano II, "constituyó a su Cuerpo, que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación" (Lumen Gentium 48).

7. Jesús, salud de Dios para ti

Cuando se busca la relación de Jesús con la salud, normalmente se fija la atención en su actividad sanante con los enfermos. Es cierto que "pasó haciendo el bien y curando", como dice Pedro en casa de Cornelio (Hch 10,38). Ahora bien, Cristo no se limita a arrojar espíritus inmundos, sino que introduce en el hombre un espíritu nuevo. No se limita a luchar contra el mal, sino que crea un mundo nuevo. No sólo cura enfermedades sino que las previene. Ofrece vida y vida en abundancia (Jn 10,10): a todos, no sólo a los enfermos.

La salud, más que a acciones concretas de Cristo (que, sin embargo, no podemos menospreciar) está profundamente ligada a su persona: "De él salía una fuerza que sanaba a todos" (Lc 6,19). Es agua (Jn 4,10-14), pan (6,34), luz (9,5), resurrección (11,25), camino, verdad y vida (14,6): salud de Dios para ti.

Dios se nos da a su medida y a la medida del hombre. Desciende como salvación (a la medida de Dios) ofrecida como salud (a la medida humana). Salvación y salud: dos acentos que no se excluyen, pero que no se igualan. La salvación de Dios alcanza a toda la humanidad y al hombre entero: la biografía y la historia, el cuerpo y el espíritu, la enfermedad y la curación, la vida y la salud. Siendo a la medida del hombre, la salvación se traduce también en experiencia de salud.

Ahora bien, ¿de qué salud estamos hablando? De la salud que brota de la acción de Dios, aprendiendo a vivir como hombres, asumiendo los límites de la condición humana y, al propio tiempo, llevando lo humano a su plenitud, en una nueva calidad de vida:

Todo creyente y, de forma especial, quien está al servicio de la salud ha de hacer suyo aquel "he venido para que tengan vida", que remite al corazón mismo de la Encarnación. Es preciso estar dispuesto a bajar, a partir desde abajo, a buscar al otro allí donde verdaderamente se encuentra, a caminar con él, a ayudarle a descubrir los caminos que llevan a la plenitud. El servicio de la salud es un servicio atravesado por la esperanza.

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Testimonios

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CUESTIONARIO

  1. ¿Qué aporta la Palabra de Dios y, especialmente, el Evangelio de Cristo a la humanización del mundo de la salud y de la enfermedad?

  1. ¿Qué podemos hacer para promover esa humanización, que es parte esencial del anuncio del Evangelio?

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ORACION

Gracias, Señor,
porque eres la luz,
porque viniste para darnos vida
y vida en abundancia,
porque ensanchas nuestro corazón
y das alas a nuestra libertad,
porque curas nuestras heridas,
nos invitas a servir a los demás,
a vivir sanamente
el dolor y la enfermedad.

Gracias, Señor,
por recorrer nuestro camino,
por amarnos hasta el final,
por revelarnos que sólo el amor
sana y salva.

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BIBLIOGRAFIA

-ALVAREZ F., Encarnación: misterio terapéutico y saludable, Madrid 1999.

-BUENO DE LA FUENTE E., Teología del dolor en Dios, Madrid 1999.

-IAMMARONE G., Encarnación, en AA.VV., Diccionario teológico enciclopédico, Estella, 1995.

-LOBATO FERNANDEZ J.B., La experiencia del sufrimiento en Job, Madrid 1999.

-PAGOLA J.A., La Palabra de Dios se hizo carne: el gesto sanador de Dios, San Sebastián, 1999.

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José Luis Aboytes
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