II. LA RECONCILIACIÓN DE LOS PENITENTES EN LA VIDA DE LA IGLESIA

La Iglesia es santa y, al mismo tiempo, está siempre necesitada de purificación.

3. Cristo «amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla», (21) y la tomó como esposa; (22) la enriquece con sus propios dones divinos, haciendo de ella su propio cuerpo y su plenitud, (23) y por medio de ella comunica a todos los hombres la verdad y la gracia.

Pero los miembros de la Iglesia están sometidos a la tentación y con frecuencia caen miserablemente en el pecado. Por eso, «mientras Cristo, "santo, inocente, sin mancha", (24) no conoció el pecado, (25) sino que vino a expiar sólo los pecados del pueblo, (26) la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación». (27)

La penitencia en la vida y en la liturgia de la Iglesia

4. Esta constante vida penitencial el pueblo de Dios la vive y la lleva a plenitud de múltiples y variadas maneras. La Iglesia, cuando comparte los padecimientos de Cristo (28) y se ejercita en las obras de misericordia y caridad, (29) va convirtiéndose cada día más al Evangelio de Jesucristo y se hace así, en el mundo, signo de conversión a Dios. Esto la Iglesia lo realiza en su vida y lo celebra en su liturgia, siempre que los fieles se confiesan pecadores e imploran el perdón de Dios y cíe sus hermanos, como acontece en las celebraciones penitenciales, en la proclamación de la palabra de Dios, en la oración y en los aspectos penitenciales de la celebración eucarística. (30)

Pero en el sacramento de la penitencia los fieles «obtienen el perdón de la ofensa hecha a Dios por la misericordia de éste y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que, pecando, ofendieron, la cual, con caridad, con ejemplos y con oraciones, los ayuda a su conversión». (31)

Reconciliación con Dios y con la Iglesia

5. Porque el pecado es una ofensa hecha o Dios, que rompe nuestra amistad con él, la penitencia.«tiene como término el amor y el abandono en el Señor». (32) El pecador, por tanto, movido por la gracia del Dios misericordioso, se pone en camino de conversión, retorna al Padre, que: «nos amó primero», (33) y a Cristo, que se entregó por nosotros. (34), y al Espíritu Santo, que ha sido derramado copiosamente en nosotros. (35)

Mas aún: «Por arcanos y misteriosos designios de Dios, los hombres están vinculados entre sí por lazos sobrenaturales, de suerte que el pecado de uno daña a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a los otros» (36), por ello la penitencia lleva consigo siempre una reconciliación a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a quienes el propio pecado perjudica.

Además, hay que tener presente que los hombres, con frecuencia, cometen la injusticia conjuntamente. Del mismo modo, se ayudan mutuamente cuando hacen penitencia, para que, liberados del pecado por la gracia de Cristo, unidos a todos los hombres de buena voluntad, trabajen en el mundo por el progreso de la justicia y de la paz.

El sacramento de la penitencia y sus partes

6. El discípulo de Cristo que, después del pecado, movido por el Espíritu Santo acude al sacramento de la penitencia, ante todo debe convertirse de todo corazón a Dios. Esta íntima conversión del corazón, que incluye la contrición del pecado y el propósito de una vida nueva, se expresa por la confesión hecha a la iglesia, por la adecuada satisfacción y por el cambio de vida Dios concede la remisión de los pecados por medio de la Iglesia, a través del ministerio de los sacerdotes. (37)

a) Contrición

Entre los actos del penitente ocupa el primer lugar la contrición, «que es un dolor del alma y un detestar el pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante». (38) En efecto, «al reino de Cristo se puede llegar solamente por la metánoia, es decir, por esta íntima y total transformación y renovación de todo el hombre -de todo su sentir, juzgar y disponer que se lleva a cabo en él a la luz de la santidad y caridad de Dios, santidad y caridad que, en el Hijo, se nos han manifestado y comunicado con plenitud». (39) De esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia. Así, pues, la conversión debe penetrar en lo más íntimo del hombre para que le ilumine cada día más plenamente y lo vaya conformando cada vez más a Cristo.

b) Confesión

La confesión de las culpas, que nace del verdadero conocimiento de si mismo ante Dios y de la contrición de los propios pecados, es parte del sacramento de la penitencia. Este examen interior del propio corazón y la acusación externa deben hacerse a la luz de la misericordia divina. La confesión, por parte del penitente, exige la voluntad de abrir su corazón al ministro de Dios; y por parte del ministro, un juicio espiritual mediante el cual, como representante de Cristo y en virtud del poder de las llaves, pronuncia la sentencia de absolución o retención de los pecados. (40)

c) Satisfacción

La verdadera conversión se realiza con la satisfacción por los pecados, el cambio de vida y la reparación de los daños. (41) EI objeto y cuantía de la satisfacción debe acomodarse a cada penitente, para que así cada uno repare el orden que destruyó y sea curado con una medicina opuesta a la enfermedad que le afligió. Conviene, pues, que la pena impuesta sea realmente remedio del pecado cometido y, de algún modo, renueve la vida. Así el penitente, «olvidándose de lo que queda atrás», (42) se injerta de nuevo en el misterio de la salvación y se encamina de nuevo hacia los bienes futuros.

d) Absolución

Al pecador que manifiesta su conversión al ministro de la Iglesia en la confesión sacramental, Dios le concede su perdón por medio del signo de la absolución y así el sacramento de la penitencia alcanza su plenitud. En efecto, de acuerdo con el plan de Dios, según el cual la humanidad y la bondad del Salvador se han hecho visibles al hombre (43), Dios quiere salvarnos y restaurar su alianza con nosotros por medio de signos visibles.

Así, por medio del sacramento de la penitencia, el Padre acoge al hijo que retorna a él, Cristo toma sobre sus hombros a la oveja perdida y la conduce nuevamente al redil y el Espíritu Santo ;vuelve a santificar su templo o habita en él con mayor plenitud; todo ello se manifiesta al participar de nuevo, o con más fervor que antes, en la mesa del Señor, con lo cual estalla un gran gozo en el convite de la Iglesia de Dios por la vuelta del hijo desde lejanas tierras. (44)

Necesidad y utilidad de este sacramento

7. De la misma manera que las heridas del pecado son diversas y variadas, tanto en la vida de cada uno de los fieles como de la. comunidad, así también es diverso el remedio que nos aporta la penitencia. A aquellos que por el pecado grave se separaron de la comunión con el amor de Dios, el sacramento de la penitencia les devuelve la vida que perdieron. A quienes caen en pecados veniales, experimentando cotidianamente su debilidad, la repetida celebración de la penitencia les restaura las fuerzas, para que puedan alcanzar la plena libertad de los hijos de Dios.

a) Para recibir fructuosamente el remedio que nos aporta el sacramento de la penitencia, según la disposición del Dios misericordioso, el fiel debe confesar al sacerdote todos y cada uno de los pecados graves que recuerde después de haber examinado su conciencia. (45)

b) Además el uso frecuente y cuidadoso de este sacramento es también muy útil en relación con los pecados veniales. En efecto, no se trata de una mera repetición ritual ni de un cierto ejercicio psicológico, sino de sin constante empeño en perfeccionar la gracia del bautismo, que hace que de tal forma nos vayamos conformando continuamente a la muerte de Cristo, que llegue a manifestarse también en nosotros la vida de Jesús. (46) En estas confesiones los fieles deben esforzarse principalmente para que, al acusar sus propias culpas veniales, se vayan conformando más y más a Cristo y sean cada vez más dóciles a la voz del Espíritu.

Pero para que este sacramento llegue a ser realmente fructuoso en los fieles es necesario que arraigue en la vida entera de los cristianos y los impulse a una entrega cada vez más fiel al servicio de Dios y de los hermanos.

La celebración de este sacramento es siempre una acción en la que la Iglesia proclama su fe, da gracias a Dios por la libertad con que Cristo nos liberó (47) y ofrece su vida corno sacrificio espiritual en alabanza de la gloria de Dios y sale al encuentro de Cristo que se acerca.


Notas

21. Ef 5 25- 26. [Regresar]

22. Cf. Ap 19, 7. [Regresar]

23. Cf. Ef 1, 22- 23; cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 7. [Regresar]

24. Hb 7, 26. [Regresar]

25. Cf. 2Co 5, 21. [Regresar]

26. Cf. Hb, 2 17. [Regresar]

27. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 8. [Regresar]

28. Cf. 1P 4, 13. [Regresar]

29. Cf. 1P 4, 8. [Regresar]

30. Cf. Concilio Tridentino, Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae: DS 1638, 1740 y 1743; Sagrado Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, de 25 de mayo de 1967, núm. 35: AAS 59 (1967), pp. 560- 56l; Ordenación general del Misal Romano, núms. 29, 30 y 56, a, b, g. [Regresar]

31. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. II. [Regresar]

32. PABLO VI, Constitución apostólica Paenitemini, de 17 de febrero de 1966: AAS 58 (1966), p 179; cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. II. [Regresar]

33. 1Jn 4, 19. [Regresar]

34. Cf. Ga 2, 20; Ef 5, 25. [Regresar]

35. Cf. Tt 3, 6. [Regresar]

36. PABLO VI, Constitución apostólica Indulgentiarum doctrina, de 1 de enero de 1967, núm.4: AAS 59 (1967), p. 9; cf. PÍO XII, Encíclica Mystici Corporis, de 29 de junio de 1943: AAS 35 (1943), p 213. [Regresar]

37. Cf. Concilio Tridentino, Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae, cap. 1: DS 1673- 1675. [Regresar]

38. Ibid., cap. 4: DS 1676. [Regresar]

39. Cf. Hb 1, 2; Col 1, 19 y en otros lugares; Ef 1, 23 y en otros lugares; PABLO VI, Constitución apostólica Paenitemini, de 17 de febrero de 1966: AAS 58 (1966), p. 179. [Regresar]

40. Cf. Concilio Tridentino, Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae, cap. 5: DS 1679. [Regresar]

41. Cf. ibid, cap. 8: DS 1690- 1692; PABLO VI, Constitución apostólica Indulgentiarum doctrina, de 1 de enero de 1967, núms. 2- 3: AAS 59 (1967), pp. 6- 8. [Regresar]

42. Flp 3, 13. [Regresar]

43. Cf. Tt 3, 4- 5. [Regresar]

44. Cf. Lc 15, 7.10. 32. [Regresar]

45. Cf. Concilio Tridentino, Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae, cáns. 7- 8: DS 1707- 1708. [Regresar]

46. Cf. 2Co 4, 10. [Regresar]

47. Cf. Ga 4, 31. [Regresar]