SOBRE LA VOCACIÓN SACERDOTAL

 

La identidad sacerdotal y los peligros de democratización
Las vocaciones sacerdotales y el realismo antropológico cristiano
Importancia de los seminarios mayores para las vocaciones sacerdotales
La acción de Juan Pablo II por las vocaciones al sacerdocio
La responsabilidad del obispo en las vocaciones sacerdotales
El ejemplo personal del párroco que atrae vocaciones sacerdotales

 


La identidad sacerdotal y los peligros de democratización
Por el profesor de teología en Nueva York Michael Hull

NUEVA YORK, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Michael Hull, profesor de teología en varios institutos universitarios de Nueva York, pronunciada en la videoconferencia mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.

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A finales del siglo XIX y a principios del XX, el fenómeno de la reducción filosófica y, como consecuencia, reducción del discurso teológico a discurso político, una reducción expuesta sumariamente y refutada hace mucho tiempo, sigue amenazando el pensamiento correcto incluso en el siglo XXI.

Una consecuencia de esa convicción errónea es la tendencia contemporánea al igualitarismo radical, que sostiene que los principios de la teoría política, en este caso democrática, se aplican, no solo en el ámbito político, sino en todos los ámbitos, incluida la Iglesia. Esto es por supuesto, un pensamiento extraño para la eclesiología católica, que pone de manifiesto una diferencia esencial entre los sacerdotes y los laicos.

En ningún momento es esta diferencia esencial más evidente que en el Santo Sacrificio de la Misa, donde, como dice «Lumen gentium», \"El sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo\" Intentar inyectar los principios de la filosofía política moderna, incluidos los democráticos, en la sociedad perfecta de la Iglesia, inaugurada por Cristo Rey y guiada por el Espíritu Santo, es contrario a la voluntad de Dios. Especialmente problemáticas son, en primer lugar, las inclinaciones a confundir las identidades del sacerdote y del laico, y en segundo lugar, ignorar los peligros de democratización en la relación adecuada entre los sacerdotes y los laicos.

La identidad sacerdotal
La identidad sacerdotal está fundada en la configuración de Cristo Señor, que es a la vez sacerdote, profeta y rey del universo. El sacerdote está íntima y únicamente configurado con Cristo por su ordenación. La ordenación confiere \"un vínculo ontológico específico que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor.\" De hecho, por su ordenación al sacerdocio, el hombre se convierte en «alter Christus». Como \"otro Cristo,\" es deber y derecho del sacerdote santificar («munus sanctificandi»), enseñar («munus docendi»), y gobernar («munus regendi») «in persona Christi capitis», porque por la ordenación un sacerdote está configurado con Cristo de modo de \"actuar en la persona de Cristo, la cabeza.\" La identidad sacerdotal se forja en la triple «munera», que son inseparables en el sacerdote y en ejercicio del sacerdocio. El sacerdote es quien, al compartir el sacerdocio de Cristo, ofrece la Misa, extiende el perdón y la paz a los pecadores en la penitencia y unge el óleo de la Extrema Unción; es el sacerdote quien, al compartir la misión profética de Cristo, habla en nombre de Cristo y la Iglesia en la predicación; y es el sacerdote quien, al compartir la realeza de Cristo, ejerce el gobierno de la Iglesia, de modo que sólo un sacerdote pueda guiar las almas como párroco u obispo.

La crisis de la identidad sacerdotal en los últimos tiempo fue ya propuesta por el Sínodo de los Obispos de 1990, y de ella habló Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Post Sinodal de 1992 «Pastores dabo vobis» (Sobre la formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales), que seguía muy de cerca la Exhortación Apostólica del Sínodo de los Obispos de 1987 y la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II de 1988 «Christifideles laici» (Sobre la Vocación y la Misión de los Fieles Laicos en la iglesia y en el Mundo Moderno). La pérdida de la identidad sacerdotal ha mezclado la diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles a tal punto que muchos ya no ven la diferencia esencial entre ambos, o en caso de ver la diferencia, creen erróneamente que la diferencia es solamente de grados. «Lumen gentium» indica claramente la antigua relación entre sacerdotes y laicos: \"Aunque difieren, y no solamente en cuanto al grado, el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, están sin embargo ordenados uno al otro; cada uno de forma individual, comparte el sacerdocio de Cristo.\" Cuando se abandona o se malinterpreta esta distinción se produce desorientación: el clero se laiciza y los laicos se clericalizan. Debemos seguir los pasos del Sínodo de 1990 y de «Pastores dabo vobis» para entender mejor la diferencia esencial entre las vocaciones sacerdotales y laicales.

Esa diferencia, como hemos indicado, está fundada en el cambio ontológico propio del sacerdocio (ministerial), que es una gracias añadida al bautismo. San Pedro (1 Pe 2:5, 9) y San Juan de Patmos (Ap 1:6; 5:10; 20:6) nos aseguran que la promesa de Dios a Israel—\"Seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa\"— se cumple en Cristo mediante el sacramento del bautismo. Del mismo modo, la Epístola a los Hebreos nos asegura que la diferenciación que hace Dios entre sacerdotes y pueblo en Israel—\"Luego trae contigo a tu hermano Aarón, y a sus hijos de entre el pueblo de Israek, para que me sirvan como sacerdotes\"—se cumple en Cristo mediante el sacramento de la ordenación, Los Evangelios, los Hechos y las Epístolas están repletos de a elección de Pedro y de los Doce, sobre su función exclusiva e irremplazable en la Iglesia y sobre su misión de hacer discípulos de todas las naciones. El propio San Pedro ilustra esto hermosamente: \"A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo, y partícipe de la gloria que está para manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente según Dios, no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey.\"

La pérdida de la distinción entre el pastor y las ovejas lleva a una falacia teórica. O todos son los pastores o todos las ovejas. Pero desde el punto de vista práctico, dicha «reductio ad absurdum» a la equivalencia radical, conduce solamente a una falacia: nadie conoce su lugar. Si los hombres perdiesen la fe en la autoridad y estructura propia de la sociedad perfecta que es la Iglesia, intentarán reemplazar esa autoridad y estructura con otra cosa. Por desgracia, hay en nuestros días personas que se han equivocado sobre la naturaleza de la Iglesia, en particular la naturaleza del sacerdocio y del estado laical. A menudo ven a la sociedad secular, en concreto a las filosofías políticas en busca de métodos para encontrar su lugar. No como las de la caverna de Platón, quién mezcló las sombras con la realidad, intentan reemplazar la ciudad de Dios con una ciudad del hombre. Es de lamentar que cuando los hombres son así de ignorantes intentan aprehender lo que está de moda o es expedito. En nuestros días, dominados por el igualitarismo radical y la noción de que todo poder reside en el electorado, no es de sorprender que la \"democratización,\" que definimos aquí como \"la teoría, sistema o principios de la democracia,\" surge de las cenizas. Todo intento de modernidad o convencionalismo que intente reemplazar la religión con el racionalismo, toda pretensión en nombre de la democratización ha de levantar inmediatamente dos banderas rojas a los fieles.

En primer lugar, la democracia en si es una teoría de la filosofía política que no es buena «per se». La Iglesia reconoce los beneficios de la democracia por encima de cualquier otra forma de gobierno secular pero no aprueba ninguna teoría política. Cuando se trata de presiones, los católicos tienen la libertad de estar o no de acuerdo con Winston Churchill que ha dicho, \"La democracia es la peor forma de gobierno a excepción de todas aquellas formas de gobierno que han sido probadas de vez en cuando.\" La adopción generalizada de las formas de gobierno democráticas de los últimos doscientos años han producido muchos bienes sociales, como la protección de los derechos humanos fundamentales, pero también han provocado males sociales, como la negación del más fundamental de los derechos humanos --el derecho a la vida-- en el aborto y la eutanasia. En segundo lugar, la Iglesia es una sociedad perfecta, y no una sociedad política. Los estados seculares necesitan por naturaleza un sistema de gobierno cada vez más refinado, que siga la ley natural y proteja el bien común. Por el contrario, el gobierno de la Iglesia, la jerarquía, es querido por Dios, instituido por Cristo Rey, y guiado por el Espíritu Santo. La Iglesia no necesita mirar más allá de si misma, de su Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura, para obtener un sistema de organización sin igual que le es propio. La democracia y sus aspectos derivados y correlativos no tienen mayor cabida en la Iglesia que cualquier otro sistema político secular.

El peligro de la democratización
Como hemos mencionado anteriormente, la democracia es una forma de gobierno secular viable, aunque de ninguna manera es la única. En boga en la actualidad, con el apoyo de muchos movimientos modernos y posmodernos, la democracia es alabada como el gran sistema de liberación de una presunto pasado de opresión. En esta forma general de pensamiento, la democratización se tiene que poner en marcha en cualquier forma de asociación humana porque toda potestad y autoridad reside en los hombres. El pluralismo, también muy mentado como otra posibilidad de libertad y por tanto de moda, parece la otra cara de la moneda democrática en nuestros días, por la que la reflexión política parece concentrarse cada vez más en opinión, en lugar de hacerlo en la razón, en estadísticas más que en la ley natural, y en las personas más que en las comunidades. Este desarrollo en el orden mundial de las naciones es bastante turbador en sí mismo considerado, pero es mas peligros aún si se adentra en la Iglesia. Porque la creencia de la Iglesia, explicada en las palabras de Poncio Pilatos (Juan 19:11) y de San Pablo a los romanos, dice que ninguna autoridad emana de los hombres; por lo tanto, toda filosofía—política, religiosa, o de otro estilo—que tenga autoridad que provenga de la comunidad en vez de Dios es falaz.

En la Iglesia en si, el mayor peligro de la democratización es ignorar o anular la diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles. Como afirma claramente la Congregación para el Clero en el «Directorio para la vida y el ministerios de los sacerdotes»: \"la mentalidad que confunde los deberes del sacerdotes con los de los laicos no se puede permitir en la Iglesia. En algunas organizaciones eclesiales de manifestación se manifiesta claramente. De esta manera, no se distingue la autoridad propia de los obispos de la de los sacerdotes como colaboradores de los obispos, o incluso niega la primacía de Pedro en el colegio de obispos.\"

\"Una forma de evitar caer en la mentalidad de la ‘democratización’ es evitar también el llamado ‘clericalismo’ de los laicos que tiende a disminuir el sacerdocio ministerial de los sacerdotes.\" Otro punto es evitar la laicización del clero. Tanto sacerdotes como laicos tienen una vocación clara en la Iglesia y el mundo, pero estas vocaciones no se incluyen mutuamente. En relación con las unidades más básicas de la Iglesia (además del núcleo familiar), el párroco (pastor) es responsable de la santificación, enseñanza y gobierno de su parroquia, de la parte del «mystici corporis Christi» que le ha sido confiada. Sin embargo, el peligro de democratización puede surgir a nivel parroquial cuando los consejos parroquiales, u otras organizaciones parroquiales, exceden su papel propio.

Con «Gaudium et spes» (números 73–76) del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha enfatizado mucho el papel de los laicos en el mundo como bautizados de Cristo. El Concilio también enfatiza la importancia de los laicos como ayuda a los sacerdotes en el ministerio sagrado, como se ve en «Christus Dominus» (número 27). El resultado ha sido un poco desilusionador en relación con la distinción entre sacerdote y laicos y sus propios roles en la Iglesia y en el mundo. No solo Juan Pablo II en «Christifideles laici» y «Pastores dabo vobis», sino también en la «Instrucción sobre ciertas cuestiones relacionadas con la colaboración de los fieles no ordenados en los sagrados ministerios de los sacerdotes« de 1997, y en la nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 2003 sobre «La participación de los católicos en la vida política», ha establecido como objetivo no solo aclararnos las diferencias y distinciones entre sacerdotes y laicos. La lectura de estos documentos demuestra que la democratización desempeña un papel nada despreciable en la inadecuada participación y mezcla de los sacerdotes en la vida laical.

La democratización solo puede disturbar la relación entre sacerdotes y obispos o incluso obispos y el Papa. «Christus Dominus» (números 25–35) y «Presbyterorum ordinis» (números 7–9) expresan claramente la relación entre los sacerdotes y los obispos y los matices de la vocación; explican cómo los sacerdotes y los obispos colaboran en el cuidado del pueblo de Dios. Pese al hecho de que \"todos los sacerdotes comparten con los obispos el mismo sacerdocios y ministerio de Cristo,\" su relación es jerárquica. Si no se entiende esta relación, de modo que se piense que el obispo es más el presidente de un organismo que un padre de familia, habrá problemas, con certeza. \"Se ha de recordar que el presbiterado y los consejos de sacerdotes no son una expresión del derecho de asociación del clero, y mucho menos se entiende según la opinión que reclama la naturaliza sindical de estas partes en la comunidad eclesial..\" Del mismo modo, una comprensión parcial de lo que significa el colegio de obispos puede llevar a la herejía de que el Obispo de Roma es «primus inter pares» y no un elemento constitutivo del colegio. Como indica claramente la nota previa de «Lumen gentium», \"no hay colegio episcopal sin su cabeza … la idea del colegio implica siempre una cabeza y en el colegio, la cabeza preserva intacta la función de Vicario de Cristo y pastor de la Iglesia Universal.\" Sólo una concepción errónea de la democratización lleva a pensar en la Iglesia como una sociedad que necesita liberarse y libertad de expresión. Lo verdadero es lo contrario: la Iglesia es ordenada y jerárquica, una sociedad perfecta, y el modelo de todas las sociedades humanas.

En la iglesia existe una llamada universal a la santidad, y al mismo tiempo hay distinciones de origen divino entre sus miembros. Estas distinciones reconocen algunas formas de igualitarismo radial, por ejemplo, el amor de Dios por cada uno de sus hijos. Sin embargo, en el seno de la Iglesia no hay espacio para las teoría sociopolíticas que rebajen las vocaciones particulares y peculiares de los sacerdotes y los laicos y todo lo que les compete a ambos estados. Desconocer o anular las vocaciones universales lleva al desastre. Las repercusiones son muchas entre las que se encuentran el desdén por la vocación individual, falta de respeto por los sacramentos de la ordenación y el sacerdocio, una eclesiología parlamentaria y la muerte de las vocaciones al sacerdocio. A medida que nos adentramos en el tercer milenio de cristianismo, debemos mantener la antigua distinción de la iglesia entre sacerdotes y estado laical. La identidad sacerdotal es mucho más importante para la salvación del mundo que la construcción política, incluida la democracia. De hecho, no deberíamos centrarnos en buscar o ver qué es lo que está de moda pasajero sino las verdades perennes de la revelación de Dios y las buenas razones que han guiado a la Iglesia dos mil años. Nosotros, miembros de la Iglesia, sacerdotes y laicos, debemos respetar y promover nuestras vocaciones diferentes pero relacionadas por medio de Dios nuestro Padre, \"que nos ha salvado, que nos ha llamado con una llamada santa, no en virtud de su propio objetivo, y por la gracia que nos ha dado en Cristo Jesús.\"
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Las vocaciones sacerdotales y el realismo antropológico cristiano
Por el padre Paolo Scarafoni, rector del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum»

CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del padre Paolo Scarafoni lc., rector del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» de Roma, pronunciada en la videoconferencia mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.

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La vocación sacerdotal es el don más grande de Dios a una criatura, a un hombre, puesto que consiste en la identificación con Cristo sacerdote que salva y santifica a la humanidad.
En las vocaciones sacerdotales vemos todas las consecuencias del despojamiento del Hijo de Dios en su encarnación, porque la presencia personal de Cristo sacerdote se extiende a hombres concretos, frágiles y llenos de limitaciones, que, por la gracia de Dios, se han vuelto dignos de recibir un don tan excelente.

No debemos perder de vista, desde esta perspectiva \"kenótica\", un sano realismo antropológico en las distintas fases de la vocación sacerdotal. La antropología cristiana realista evita el naturalismo ingenuo, que considera que el hombre es totalmente bueno y conduce al laxismo y la autocondescendencia, o al pelagianismo voluntarista; evita la milagrería o el supernaturalismo, ambos erróneos, que ven en la intervención de Dios la solución de todas las carencias del hombre y conducen a formas de espiritualidad sentimentales; y también evita la interpretación determinista de la historia y la sociedad, que ve al hombre como un producto de la sociedad que lo rodea, despojado de responsabilidad individual. La antropología cristiana realista contempla al hombre creado a imagen y semejanza de Dios, libre, redimido por la gracia y la identificación con su Hijo Jesucristo (que es identificación suprema en quienes son llamados al orden sacerdotal); sin embargo, ese mismo hombre está marcado por el pecado. Aun después del bautismo y la ordenación sacerdotal, permanece el \"fomes peccati\", cuyo papel es suscitar el esfuerzo y el mérito en la lucha contra la triple concupiscencia. En los planes de Dios, la redención supone la lucha y el compromiso, no la cómoda pereza.

Además, la antropología cristiana realista tiene en cuenta que la sociedad y la cultura ejercen un fuerte influjo en la personalidad y los hábitos del comportamiento. En las actuales circunstancias, las características de estos ambientes se han vuelto mucho más desfavorables, que hace algunas décadas atrás, para quienes deseen responder a la vocación cristiana y sacerdotal. La educación y la catequesis en la fe y la moral cristiana presentan mayores carencias entre los fieles de hoy.

Nos encontramos ante jóvenes propensos a reaccionar según el sentimentalismo y las emociones, que carecen notablemente de voluntad y espíritu de sacrificio, cuyas mentes están confundidas y entorpecidas, con escasa sensibilidad humanística, ante la prevalencia de las técnicas aplicadas, y, a menudo, con una notable fragilidad afectiva, debido a la debilidad de la vida familiar. Sin embargo, los jóvenes de hoy son, por otra parte, mucho más espontáneos y comunicativos, lo cual es una gran ventaja para su formación.

En la primera fase, de búsqueda y propuesta, de la vocación, este realismo antropológico nos conduce a no olvidar que es necesario explicar a los jóvenes, con claridad y cuantas veces sea necesario, en qué consiste la vocación sacerdotal, desconocida para casi todos, y mostrarles la urgencia real que tiene para la Iglesia y la humanidad, para hacer posible que la gracia de Dios resuene en sus conciencias junto con el llamado; y que la acogida que reciban bajo el influjo de la gracia de Dios y después de un discernimiento atento, esté llena de temores y perplejidades, y que, por eso, necesitará apoyo y ayuda solícita en el respeto y la caridad.

En la segunda fase de la formación de las vocaciones sacerdotales, el realismo antropológico lleva a la consideración de que, si un largo período de tiempo formación antes de llegar a la ordenación sacerdotal es indispensable, en las circunstancias actuales, la formación de una vocación se vuelve mucho más lenta y laboriosa. Es necesario hacer hincapié vigorosamente en la formación humana, en particular de la voluntad y la coherencia, en el control de las emociones. Es menester trabajar con constancia y conceder el tiempo necesario, sin confiar en los primeros progresos, inmediatos y rápidos.

La concepción antropológica cristiana realista atribuye mucha importancia a la acción del Espíritu Santo y bien sabe que Él es constante en su obra silenciosa e interior en las conciencias. A veces es sorprendente en los progresos y los dones espirituales que les concede a los jóvenes que se preparan al sacerdocio. Es necesario educar a un discernimiento amoroso y a una fidelidad dócil y exigente para con sus inspiraciones.
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Importancia de los seminarios mayores para las vocaciones sacerdotales
Por el profesor de teología en Bogotá, Silvio Cajiao

CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del padre Silvio Cajiao, si., profesor de Teología en Bogotá, pronunciada en la videoconferencia mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.

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Algo de historia
Si bien la idea del \"Colegio clerical\" no es original del Concilio de Trento pues ya se halla presente en S. Agustín y en los primeros concilios toledanos y encontró antecedentes en los Colegios Capránica y Germánico de S. Ignacio, ambos en Roma, y sobre todo en los Seminarios del Cardenal Pole en sus decretos de la reforma en Inglaterra, lo cierto es que hay que reconocerle a Trento su difusión y establecimiento con su célebre decreto XVIII de la sección XXIII (15-07-1563) en el que declara la obligatoriedad de los mismos para que todos los obispos los establezcan en sus diócesis y en donde se formaran los sacerdotes dedicados a la cura de almas («el Santo Sínodo ordena que todas las catedrales, metropolitanas e iglesia mayores, según sus posibilidades y la extensión de la diócesis, estén obligadas a mantener, educar religiosamente e instruir en las disciplinas eclesiásticas a un cierto número de niños de la misma ciudad o diócesis...y aprenderán gramática, canto, cómputos eclesiásticos y demás materias de letras humanas. Asimismo se instruirán en la Sagrada Escritura, libros eclesiásticos, homilías de los santos y en la manera de administrar los sacramentos, sobre todo respecto de oír confesiones...»).

Fue un hecho que el factor económico, que también era considerado por Trento al establecer un tributo --el «seminaristicum»--, va a constituir un óbice para llegar a establecer seminarios en todas las diócesis debido a que afectaba los ingresos establecidos para algunas canonjías y cabildos. De otra parte es necesario reconocer que el así llamado \"alto clero\" contaba con excelentes Universidades y Colegios, desde la edad media, para su formación.

El establecimiento por tanto de los seminarios en las diversas diócesis se acogió con entusiasmo por unos ya en el mismo siglo XVI, pero tendremos que esperar hasta el siglo XIX y XX para ver establecida esta iniciativa del concilio por toda la Iglesia. En el contexto italiano conviene recordar a S. Carlos Borromeo que al año siguiente de la clausura de Trento (1564) establecerá hasta cuatro seminarios en sus diócesis dictando sus «Institutiones ad universum Seminarii regimen pertinente« que en opinión de alguno no han sido superadas en algunos de sus aspectos. Como contenidos de los cursos indicaba los de Gramática, Retórica, Filosofía y Teología y entre los cargos del seminario colocaba los de rector, mayordomo, prefecto de estudios, profesores, prefectos de disciplina y director espiritual, aspectos que se introdujeron en el Código de 1917 en el canon 1358 y que en el actual Código de 1983 están recogidos por el canon 237 § 1 del título III De los ministros sagrados o clérigos de la primera parte del Libro II referente \"Del Pueblo de Dios\". Siempre dentro de este contexto italiano sobresaldrá posteriormente la figura de S. Alfonso María de Ligorio.

En el contexto español conviene recordar a S. Juan de Ávila que junto con el Arzobispo Guerrero propendieron por la aplicación de las normas conciliares sobre los seminarios y en su misiva al sínodo provincial de Toledo recomendaba que \"el medio para hacer sacerdotes, tales cuales se desea, es poner en debida ejecución el Seminario, y porque en esto ha de haber dificultad grande, es bien se haga por los medios que más se puedan facilitar esta formación, y por los cuales se vea el fruto más de presto y muy a poca costa.\" Recomienda el maestro de Andalucía que quienes regenten el seminario han de ser tales en santidad que su presencia será la mejor orientación en la formación: \"...y por esto es necesario tengan el cargo de regirlos una persona tal cuya prudencia, autoridad y santidad sea suficiente para con su ejemplo y su doctrina criarlos, de manera que salgan maestros verdaderos de las almas redimidas con la sangre del Señor. Y dése a entender a los obispos que si en esto hay alguna falta, todo lo demás será de poco fruto, y si en esto se pone la debida diligencia, en todo lo demás saldremos suficientemente.\" Será Inocencio XIII quien dará un impulso fundamental a los Seminarios en España con su constitución apostólica «Apostolicii ministerii» del 23 de mayo de 1723 llegando a fundarse hasta 30 en esta nación en dicho siglo.
En el contexto francés la figura de S. Vicente de Paúl y Olier serán señeras pues el Parlamento mostró su oposición a la aplicación del tridentino. En Alemania fue Bartolomé Holtzhauser quien consiguió de Inocencio XI las letras apostólicas «Sacrosancti Apostolatus» aprobando así las Constituciones de los Seminarios que rigen los Barbanitas.

Será a partir del siglo XVIII que el asunto de los Seminarios encontrará una particular resonancia en los pontificados de Benedicto XIII con su «Creditae nobis» (9-05-1725), que sería una nueva promulgación del decreto XVIII de Trento, del sabio canonista Benedicto XIV con su «Ubi primun» (3-12-1740) y de Pío VI con «Inscrutabile» (25-12-1775).

La confiscación de los bienes eclesiásticos y de algunas comunidades religiosas a partir de la revolución francesa y su repercusión en el proceso de emancipación de América Latina (siglos XVIII y XIX) fue un factor que influyó para que el interés económico no fuera un obstáculo para el establecimiento de los Seminarios sino por el contrario un estímulo para el establecimiento de un clero autóctono.

Preocupados por la formación del clero para los territorios misionales los Papas León XIII, S. Pío X, Benedicto XV y sobre todo Pío XI recurrirán a la solución de los seminarios provinciales bien montados y constituidos con suficientes profesores y medios que unos de baja calidad multiplicados por los vicariatos misionales. El código actual estipula que para el establecimiento de estos seminarios regionales se hace necesaria la aprobación de la Conferencia Episcopal, si es para toda una nación, o los obispos interesados, si es regional, han de obtener la aprobación de la Sede Apostólica. (Cfr. Canon 237 § 2)

Se debe a Benedicto XV la fundación de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades por el motu propio de 4 de noviembre de 1915. Esta Congregación estableció en 1924 un decreto, «Quo uberiore», por el cual todos los seminarios han de enviar una relación trienal de las situación de los mismos dando respuesta a un detallado cuestionario siempre con la intención de mejorar su calidad.

Todo este breve recuento histórico nos hace ver la preocupación constante que la Iglesia ha mantenido en la formación del clero mediante los llamados Seminarios Mayores.

La formación en los seminarios mayores desde el Vaticano II
Recientemente se ve reflejada la preocupación de la Iglesia en la multitud de documentos que se han promulgado después de los decretos conciliares del Vaticano II «Presbyterorum Ordinis» y más particularmente sobre la formación sacerdotal «Optatam totius». Con la «Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis» de la Congregación para la Educación Católica, presentada a los Padres del Sínodo Episcopal en octubre de 1967 por el entonces Prefecto, Cardenal Gabriel María Garrone, se daba una normatividad orgánica a la formación en los seminarios. Se vuelve a confirmar la necesidad de los seminarios para la formación de los futuros presbíteros, pero indicando cómo la realidad del mundo ha cambiado y los horizontes culturales en donde se han de formar los futuros ministros es cambiante.

Prácticamente no ha habido elemento de la formación seminarística que no haya sido profundizado por un documento posterior abarcando tanto los aspectos espirituales (Carta Circular del 6-01-1980), destacando la presencia mariana en dicha formación así como la formación de la afectividad y el celibato sacerdotal (11-04-1974 y Cfr. Doc. Orientaciones educativas sobre el amor humano 1-11-1983), como los estudios filosóficos y teológicos (La Enseñanza de la filosofía en los seminarios: 20-01-1972; La formación teológica de los futuros sacerdotes: 22-02-1976; Const. Apos. «Sapientia Christiana» del 29-04-1979), el ecumenismo (16-04-1970); el elemento jurídico-canónico (2-04-1975), la liturgia (3-06-1979), el estudio de los Padres de la Iglesia (30-12-1989), la Doctrina Social de la Iglesia (30-11-1988); la utilización de los medios de comunicación social (19-03-1986); la pastoral de la movilidad humana (25-01-1986); la formación en los seminarios en territorio de misión y para la misión (25-04-1987). Podemos llegar afirmar así que no hay estado de vida en la Iglesia que haya sido provisto de un cuerpo doctrinal más abundante que el del futuro ministro, además recordemos que las diversas Conferencias Episcopales han realizado las correspondientes adaptaciones de dicha normatividad a sus propios territorios.
Por tanto lo que presentaré a continuación puede correr el riesgo de parecer superficial ante tal abundancia de doctrina pero mi intención es destacar y presentar a manera de síntesis un recordatorio sobre la direccionalidad de tal formación en los Seminarios que se cae de su peso es radicalmente importante. Sin duda que a la base de toda esta formación está el concepto de ministro que se quiera formar, su identidad debería marcar el derrotero hacia dónde ha de apuntar toda formación del futuro presbítero.

El referente fundamental, afortunadamente, está puesto por la misma revelación en Jesucristo único mediador entre Dios y los hombres, único sacerdote, pero el misterio de la sacramentalidad hace que el mismo Señor por el poder de su Espíritu prolongue en la historia su ministerialidad, de aquí también que la «Optatam totius» en su No. 4 nos recuerde la necesidad de los Seminarios pues \"En ellos, toda la educación de los alumno deben tender a la formación de verdaderos pastores de almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro ,Sacerdote y Pastor\".

Para lograr un proceso de formación integral será necesario tener en cuenta los aspectos humano-afectivos, espirituales, intelectuales, comunitarios y pastorales del candidato. Es necesario observar con Juan Pablo II que \"Sin una adecuada formación humana toda la formación sacerdotal estaría privada de su fundamento necesario\" (PDV 43) pues el sacerdote representa a Jesucristo quien se encarnó y ofrece a sus hermanos los hombres \"la más genuina y perfecta expresión de humanidad\" (PDV 72). Por tanto se ha de promover el desarrollo de la personalidad y la conciencia de su propia identidad junto con la madurez afectiva y un sentido de pertenencia a una diócesis como real compromiso.

Es necesario por tanto establecer criterios de maduración que incluyen la capacidad de interactuar con los otros seres humanos, dialogando, asumiendo posiciones críticas y decisiones propias, por tanto responsables, que indican un buen criterio y que van configurándole precisamente en la personalidad que el mismo forjará con la colaboración de sus formadores. Atendiendo él mismo a su formación intelectual, volitiva, y de conocimiento de sus tendencias, sentimientos, debilidades de todo orden: físicas, psicológicas y morales pues ha de asumir también esta importante formación, su responsabilidad moral ya que ha de acompañar el crecimiento humano y espiritual de sus hermanos y hermanas.

El sacerdote es ante todo el hombre de Dios que como cristiano ha escuchado el llamado para seguir a Jesús como el Hijo que tiene como alimento la voluntad del Padre y se deja conducir por el Espíritu y ha recibido las virtudes teologales las que ha de desarrollar permanentemente. Consciente que su vivir es Cristo ha de buscar estar con El para que configurándose con El pueda prolongarle en medio de los hombres. Por tanto ha de encontrar espacios reales para vivir su encuentro personal con el Señor en la liturgia eclesial, la piedad mariana, el discernimiento acompañado, la «Lectio Divina», la vida de ascesis principalmente en lo que respecta a la caridad con el prójimo. Ha de aceptar que los consejos evangélicos también son para él y esto supone una permanente conversión al Evangelio.

Con Juan Pablo II indicamos que \"La formación intelectual de los candidatos al sacerdocio encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la Nueva Evangelización a la que el Señor llama a su Iglesia a las puertas del nuevo milenio\" (PDV 51 Cfr. OT 14) Por tanto la formación intelectual ha de ser profunda, integral, interdisciplinaria y para crear hábitos de investigación. Ha de evitar la superficialidad la conducción al activismo, la poca reflexión y una instrucción que margine de la realidad en la cual se inserta el seminarista. Estará orientada para capacitar a los futuros ministros en un pensamiento crítico, analítico y sistemático en forma tal que pueda dar razón de su fe, comprender los grandes interrogantes del hombre de hoy, con sentido histórico y en proyección evangelizadora. Esta experiencia intelectual ha de ser tal que en vez de enfriar su espíritu le lleve por el contrario a enriquecerle pues la luz de la fe y del intelecto no se oponen sino que le llevan a hacerle sabio.

La formación pastoral será el lugar donde confluirán todos los empeños formativos pues el objetivo de tal formación es precisamente la de constituir un pastor que ha de moverse en un mundo pluralista, global y que como líder espiritual de comunidades eclesiales orgánicas, vivas y misioneras él mismo ha de presentarse como un hombre de comunión eclesial en donde se muestre que su interés será siempre el de congregar a la porción del Pueblo de Dios que le fue confiada alrededor del único Pastor, Cristo Jesús, representado en su diócesis por su Obispo y a los demás hombres invitarles en una convocación atrayente que con respeto ofrece respuesta a opciones religiosas o ideológicas de este mundo plural y global.

Ha de subrayarse su peculiar predilección por los marginados y su empeño por apoyar todo lo que defienda la dignidad de los hombres colocándose del lado de los que el mundo contemporáneo margina, obrando así hará creíble la Buena Noticia que proclama.
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La acción de Juan Pablo II por las vocaciones al sacerdocio
Por Antonio Miralles, profesor de Teología en la Universidad de la Santa Cruz (Roma)

CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Antonio Miralles, profesor de Teología en la Universidad de la Santa Cruz (Roma), pronunciada en la videoconferencia mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.

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La vocación al sacerdocio, don y misterio
El testimonio de Juan Pablo II sobre su propia vocación, al cumplir 50 años de sacerdocio, publicado en el libro Dono e Mistero [Don y Misterio], nos brinda indicaciones inestimables, cargadas de matices personales, sobre su celo para con las vocaciones sacerdotales. \"¡Cuántas veces -dice- un obispo vuelve con el pensamiento y el corazón al seminario! Es el primer objeto de sus preocupaciones. Suele decirse que el seminario es para un obispo la \"niña del ojo\" (...) De alguna manera, el obispo ve a su Iglesia a través del seminario, puesto que de las vocaciones sacerdotales depende una parte muy grande de la vida eclesial\" (págs. 109-110). Una parte muy grande y también esencial, porque la presencia del sacerdocio ministerial asegura la Eucaristía y los demás sacramentos que los fieles necesitan, asimismo, garantiza la predicación del evangelio y la guía de la comunidad cristiana. De ello nos ha dado un testimonio personal el Santo Padre: \"Fui consagrado obispo doce años después de mi Ordenación sacerdotal: gran parte de estos cincuenta años estuvo signada precisamente por la preocupación por las vocaciones\" (pág. 110).

Ante esta preocupación el obispo no está solo: es un compromiso de todos los fieles, pero de manera especial, como afirma el Papa en la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis: \"Todos los sacerdotes son solidarios y comparten con él [el obispo] la responsabilidad de la búsqueda y la promoción de las vocaciones presbiterales\" (PDV 41/4). No se trata de un compromiso que podamos enfrentrar despreocupadamente, con la seguridad de que vayamos a encontrar un campo en el que la cosecha sea abundante. De hecho, en las últimas décadas ha habido una verdadera crisis. Sin embargo, Juan Pablo II, dirigiendo una mirada de fe sobre toda la Iglesia, halla motivos para optimismo: \"Gracias a Dios, comienza a ser superada la crisis de las vocaciones sacerdotales en la Iglesia. Cada nuevo sacerdote trae consigo una bendición especial\" (pág. 111). Con todo, a nadie se le escapa que la situación no es uniforme en la Iglesia y que en no pocos lugares la falta de un número suficiente de sacerdotes resulta verdaderamente dramática. Y es un motivo más para oír con mayor atención el testimonio del Papa.

Es bueno reflexionar sobre el don de la vocación sacerdotal. Se trata de \"un misterio. Es el misterio de un \"intercambio maravilloso\" («admirabile commercium») entre Dios y el hombre. Éste entrega a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de ese hombre otro sí mismo\" (pág. 84). Es decir, el hombre percibe un llamado divino a brindarse a sí mismo, un llamado que se le presenta como un don inestimable que antecede a su respuesta. Por ello el Papa advierte: \"Si no se percibe el misterio de este \"intercambio\", no se puede comprender cómo, al oír la palabra \"¡Sígueme!\", un joven pueda llegar a renunciar a todo por Cristo, con la certeza de que en ese camino su personalidad humana se realice plenamente\" (p. 84).
La vocación sacerdotal, al igual que la vocación de todo cristiano, arraiga en el designio eterno de Dios Padre, que se realiza en la vocación bautismal, y adquiere así una mayor determinación hasta llegar a ser concreta en relación a cada bautizado. Es el plan proclamado por el himno inicial de la carta a los Efesios: \"Nos ha elegido en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad\" (Ef 1,4-6). Es éste el fundamento de la radicalidad de la vocación cristiana: el designio de Dios no se conforma con una meta menor que la de ser santos e inmaculados en su presencia. Es un designio eterno, escondido en la intimidad de la vida trinitaria, que luego repercute en la vida personal del hombre y en lo íntimo de su corazón, cuando percibe que para él es un camino concreto que recorrer, en la identificación con Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo, hasta la meta a que su Padre, Dios, lo llama.

El Santo Padre cuenta cómo ocurrió su percepción del llamado divino al sacerdocio: \"Se mostraba a mi conciencia (...) cada vez más, una luz: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Un día lo percibí con mucha claridad: era una suerte de iluminación interior, que llevaba consigo la alegría y la seguridad de otra vocación [se refiere a sus proyectos anteriores]. Y esta conciencia me llenó de una gran paz interior\" (pág. 44).

La respuesta libre al llamado de Cristo y la fiel confirmación sucesiva, a lo largo del camino formativo de preparación al sacerdocio, van dando mayor firmeza, sea a la persuasión de haber sido llamados al sacerdocio, sea a la decisión de responder con el don decidido de sí mismos. Se llega así al momento de la Ordenación, en el cual la persuasión iluminada por la fe se vuelve certeza. A ese momento se refiere el Santo Padre, con evidente referencia a sí mismo: \"Quien se dispone a recibir la Ordenación sagrada se postra con todo su cuerpo y apoya su frente en el suelo del templo, expresando así su disponibilidad completa a emprender el ministerio que se le confía. Ese rito ha marcado profundamente mi existencia sacerdotal\" (pág. 53). No alcanza sólo la disponibilidad para desempeñar una serie de funciones que se podrían enumerar en un cuadro normativo, porque el sacerdote está llamado a servir a Cristo, Sacerdote eterno, con toda su existencia. Dice el Papa: \"El sacerdocio de todos los presbíteros se inscribe en el misterio de la Redención. Esta verdad sobre la Redención y el Redentor se ha enraizado en el centro mismo de mi conciencia, me ha acompañado en todos estos años, ha impregnado mis experiencias pastorales, me ha revelado contenidos siempre nuevos\" (pág. 92).

A pesar de haberles ofrecido sólo breves fragmentos, dada la brevedad del tiempo de que dispongo, este testimonio del Papa constituye un marco muy adecuado de experiencias y doctrina para comprender mejor su enseñanza, que aparece más sistemática y completa en «Pastores dabo vobis», como vengo a exponer en la segunda parte de mi intervención.

La vocación sacerdotal en la pastoral de la Iglesia
El Sínodo de los Obispos de 1990 y la exhortación apostólica posterior, «Pastores dabo vobis», sobre la formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales, constituyen un claro signo de la acción de Juan Pablo II por las vocaciones al sacerdocio, como puede verse en el capítulo 4° de la exhortación, que trata de la vocación sacerdotal en la pastoral de la Iglesia y el capítulo 5°, sobre la formación de los candidatos al sacerdocio. Concentraré mis observaciones en el capítulo 4°, para respetar el tiempo que me ha sido asignado.

De gran importancia es la afirmación central del primer número del capítulo: \"La pastoral vocacional (...) no es un elemento secundario ni accesorio, tampoco un momento aislado o sectorial, como si fuera una parte, aunque muy importante, de la pastoral global de la Iglesia: es más bien (...) una actividad íntimamente insertada en la pastoral general de cada Iglesia, una atención que debe integrarse e identificarse plenamente con la \"cura de almas\" llamada ordinaria\" (PDV 34/4). Esto es que, en ninguna Iglesia particular, los pastores y los demás fieles pueden considerarse dispensados del compromiso constante para que un número adecuado de jóvenes pueda acoger la gracia de la vocación al sacerdocio.

Para preparar mejor la acción pastoral en este campo, es necesario tener en cuenta plenamente los aspectos esenciales de la vocación sacerdotal mencionados en la primera parte; es necesario considerar que, entre estos aspectos, se encuentra también la dimensión eclesial: \"[la vocación] no deriva sólo \"de\" la Iglesia y su mediación, y tampoco se da a conocer y se cumple sólo \"en\" la Iglesia, sino que se configura, en el servicio fundamental a Dios, necesariamente también como servicio \"para\" la Iglesia\" (PDV 35/5). Por ello, \"la Iglesia está realmente presente y activa también en la vocación de cada sacerdote\" (PDV 38/1); y es así, de manera especial, en el llamado del obispo.

En el diálogo vocacional entre Dios y el hombre, la libertad de éste es insuprimible, pero es menester reconocer la prioridad de la intervención libre y gratuita de Dios que llama. \"La vocación es un don de la gracia divina y nunca un derecho del hombre y, por eso no es posible considerar la vida sacerdotal como una promoción simplemente humana, ni tampoco la misión del ministro como un simple proyecto personal\" (PDV 36/4). El Papa deduce de ello una consecuencia importante: \"Aquellos que han llamados saben que se basan no en sus propias fuerzas, sino en la fidelidad incondicional de Dios que llama\" (PDV 36/4). La misma gracia de Dios anima y alienta la libertad humana para que responda a la vocación, \"una libertad que en la respuesta positiva se expresa como adhesión personal profunda, como donación de amor o, mejor dicho, como nueva donación al Donante que es Dios que llama, como oblación\" (PDV 36/7).

Reconocer el gran valor positivo de la respuesta libre al llamado divino no impide tener conciencia de los obstáculos que se le oponen. El Papa hace referencia explícita a los obstáculos identificados por los Padres sinodales al reconocer \"que la crisis de las vocaciones al presbiterado tiene raíces profundas en el ambiente cultural, la mentalidad y la praxis de los cristianos\" (PDV 37/5). Para contrastar esa crisis, subraya \"la urgencia de que la pastoral vocacional de la Iglesia apunte prioritariamente y con decisión a la reconstrucción de la \"mentalidad cristiana\", tal como es engendrada y sostenida por la fe. Se hace más que nunca necesaria una evangelización que no cese de presentar el verdadero rostro de Dios, el Padre que en Jesucristo nos llama, uno a uno, y el sentido genuino de la libertad humana como principio y fuerza del don responsable de sí mismos\" (PDV 37/6).

Come he dicho antes, la vocación sacerdotal tiene una dimensión eclesial esencial, que lleva a la siguiente consecuencia importante: \"La Iglesia, como pueblo sacerdotal, profético y real, está comprometida en la promoción y el servicio del nacimiento y la maduración de las vocaciones sacerdotales por medio de la oración y la vida sacramental, a través del anuncio de la Palabra y la educación a la fe, con la guía y el testimonio de la caridad\" (PDV 38/3). En esta breve síntesis, no es difícil divisar los puntos sobresalientes de un verdadero programa de pastoral vocacional: la oración, los sacramentos de la vida ordinaria (Eucaristía y Penitencia), la catequesis orgánica, la dirección espiritual y el testimonio de una vida cristiana auténtica. Ordenado todo ello para obtener de Dios gracias abundantes de hombres llamados al sacerdocio y de respuestas generosas por parte de los llamados. El espíritu con el que se ha de promover este programa está claramente descrito por las palabras del Papa: \"Los educadores y, en particular, los sacerdotes, no deben vacilar en proponer, de manera explícita y vigorosa, la vocación al presbiterado como una posibilidad real para aquellos jóvenes que den muestra de poseer los dones y las dotes que le corresponden. No debe temerse que se los condicione o se limite su libertad; al contrario, una propuesta precisa, hecha en el momento justo, puede ser decisiva para provocar en los jóvenes una respuesta libre y auténtica\" (PDV 39/2).

La pastoral vocacional es un deber de toda la Iglesia. Juan Pablo II es muy explícito: \"Es por demás urgente, hoy en especial, que se difunda y eche raíces la convicción de que todos los miembros de la Iglesia, sin exclusión alguna, tienen la gracia y la responsabilidad de ocuparse de las vocaciones\" (PDV 41/2). La primera responsabilidad corresponde al obispo, coadyuvado por los sacerdotes; pero también \"ha sido confiada una responsabilidad muy especial a la familia cristiana\" (PDV 41/5). La pastoral vocacional y la pastoral familiar se desarrollan al unísono.
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La responsabilidad del obispo en las vocaciones sacerdotales
Por el profesor Alfonso Carrasco Rouco, decano de la Facultad de Teología de San Dámaso (Madrid)

MADRID, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del profesor Alfonso Carrasco Rouco, decano de la Facultad de Teología de San Dámaso (Madrid), pronunciada en la videoconferencia mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.

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\"La primera responsabilidad de la pastoral orientada a las vocaciones sacerdotales es la del Obispo\" (PDV 41c), que ha de suscitar y coordinar la colaboración de toda la Iglesia que tiene encomendada, presbíteros y laicos, familias, comunidades religiosas y movimientos o asociaciones de fieles.
Su preocupación primera, a este respecto, es que la dimensión vocacional esté plenamente integrada en la vida de la Iglesia, pues en ella surgen y maduran las vocaciones sacerdotales.

Ciertamente, la historia de toda vocación, también la sacerdotal, es la de \"un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde\" (PDV 36). Debido a esta prioridad absoluta de la iniciativa divina, la responsabilidad primera del Obispo se encuentra en la oración al Padre –para que envíe operarios a su mies–, suya y de toda su Iglesia (PG 48c). Oración que, según su naturaleza cristiana, irá acompañada de la ofrenda, de la oblación de sí; ésta, realizada en el secreto del corazón –particularmente en los momentos de sufrimiento–, se manifiesta, en medio de la Iglesia, como testimonio de vida en el amor al Señor y alcanza una expresión de valor único en la celebración de la Eucaristía.

La celebración personal del Obispo –y de sus sacerdotes– y la vida en plenitud de la Eucaristía por la comunidad cristiana han de ser consideradas elementos fundantes del cuidado y la educación de las vocaciones sacerdotales. \"No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristía\".

De esta manera se pondrá de manifiesto del mejor modo cómo la vida de la Iglesia es hecha posible por el amor del Redentor, que sigue sanando, iluminando y colmando de esperanza y de caridad la vida de los que lo siguen y creen en Él. La vocación sacerdotal necesita percibir en la existencia y en el testimonio de los creyentes esta presencia de Cristo como la fuente –escondida en la Eucaristía– de verdad y de salvación, que congrega y alimenta permanentemente a la comunidad eclesial, y hace de ella sal de la tierra y luz del mundo.

La interpelación, la llamada del amor del Señor, que, en medio de su Iglesia, invita a algunos a un seguimiento particular en el sacerdocio, pide una respuesta también de amor y entrega, ciertamente personal y libre, pero que necesita el humus de la vida eclesial para su germinación y crecimiento.
Esto conlleva una responsabilidad particular del Obispo, que no puede dar por descontada la dimensión educativa propia de la comunidad cristiana y ha de promover y coordinar su varias manifestaciones. Entre ellas, en primer lugar, que la persona encuentre en ella un acompañamiento real, en el que sea ayudada a discernir y a madurar la propia vocación en la relación con personas que tengan la madurez espiritual necesaria. Será igualmente de gran ayuda todo cuanto eduque a la persona a un ejercicio efectivo de la caridad en su vida y a un testimonio confiado de su fe como cristiano en medio de la Iglesia y del mundo. Es propio también del Obispo, en fin, cuidar la vida de sus sacerdotes, para que aparezca en medio de la Iglesia como \"un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana\" (PDV 39), y disipar dudas, prejuicios e ideas equivocadas que la cultura ambiente puede inocular en la mente de los fieles a este respecto.

Por todas estas vías, el Obispo intentará, implorando la gracia del Espíritu del Señor, llevar a cabo la tarea imprescindible e irremplazable de dar testimonio de su propia vocación y de la misión a la que ha entregado su existencia: hacer presente el amor del Redentor, sirviendo a la memoria viva de su Evangelio y de la entrega de su Cuerpo y de su Sangre, para el verdadero bien de los hombres, para que conformen una comunión de vida, de caridad y de unidad, que sea germen firmísimo de paz y de salvación en medio del mundo (cf. LG 9b).
ZSI04050805

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El ejemplo personal del párroco que atrae vocaciones sacerdotales
Por el padre Stuart C. Bate, profesor de teología en Johannesburgo

JOHANNESBURGO, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).-Publicamos la intervención del padre Stuart C. Bate omi, profesor de teología en Johannesburgo (Sudáfrica), pronunciada en la videoconferencia mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.

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Dios llama permanentemente a personas para que participen en la realización de su gran plan de salvación para el mundo (Cf. Ef. 1; 1 Cor 15). Una llamada especial es la vocación a la vida sacerdotal y de servicio. Solemos oír la llamada de dios en el ejemplo de aquellos que nos rodean, que nos retan e inspiran para que seamos testigos de sus propias vidas. Esto es verdad sobre todo en relación con la vocación sacerdotal, en la que el ejemplo de un sacerdote santo es la forma en la que muchos jóvenes están llamados a examinar la elección que acometerán el futuro.

Muchos encuentran estos ejemplos en sus propias parroquias, donde el testimonio del párroco es un lugar esencial para la llamad de Dios para que otros acepten la vida sacerdotal y el ministerio. (DMP 32). Este testimonio puede inspirarse en diferentes tipos de dones y talentos sacerdotales. Algunos párrocos descuellan en la preparación y guía de la oración y la celebración digna de los sacramentos. Algunos manifiestan la presencia de Dios en su ministerio especial con los enfermos y moribundos. Otros tienen el talento de la predicación y de llegar al corazón de las personas con la palabra de Dios. Algunos muestran un compromiso especial con los pobres y los que sufren en las parroquias. No hay una receta pero lo que es común a todos es el ejemplo de hombres que han encontrado al Señor, le conocen y que viven su relación con Jesús en el servicio al pueblo que están llamados a dirigir.

Inspirados por este ejemplo, hay jóvenes (y a veces personas mayores) que comienzan a contemplar los valores y la inconmensurable necesidad de la vida sacerdotal. En este marco están más abiertos y preparados para la moción del Espíritu Santo que los puede llamar para ir y ver más sobre esta vida por sus propios medios (Cf. Jn 1:39).

Entender el significado de estas mociones exige discernimiento. Aquí también la parroquia puede desempeñar un papel importante en la ayuda para que se exploren otras posibilidades y estilos de vida. También los puede llevar a un mayor compromiso con la parroquia. El párroco es a menudo el primero que reconoce las semillas de una vocación sacerdotal en un joven. Esto se debe a que él mismo ha tenido que dar forma también a su propio llamado antes de entrar en el seminario. Los sacerdotes, sin embargo, deben ser cuidadosos para no proyectar sus opiniones y deseos. Su papel no es controlar sino confiar en Dios ayudando a esos jóvenes a explorar sus vocaciones, sean cuáles sean. Esto implica que no debe haber ni imposición de la voluntad propia ni una mera pasividad de dar solo un espacio espiritual. Sino más bien, exige un papel activo mediante el acompañamiento y el ánimo a aquellos que sienten que el Señor los está llamando al ministerio sacerdotal.

Esta tarea de guía vocacional no es la tarea de unos pocos especialistas, o de los que se ‘llevan bien con los jóvenes’. Es responsabilidad de cada párroco. Cada uno lo hará a su forma y estilo. Ha de ser verdad que casi todos los sacerdotes han inspirado al menos a una persona a seguir sus pasos. Algunas veces no hayamos conseguido nutrir esa inspiración. Como Pedro podemos decir que hemos pescado poco. Es Jesús quien nos muestra como echar las redes para obtener una gran pesca (Lc 5).

[DMP, Directorio sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes. Vaticano; Congregación para el Clero, enero de 1994]
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