PRESBÍTERO - TEXTOS

1. MISIÓN DIFÍCIL.
PBRO/SCDO-MINISTERIAL: Como hace notar el teólogo italiano 
Severino Dianich, la posición de los sacerdotes en el momento 
actual no es cómoda.
Se encuentran colocados por la tradición en un puesto público 
como gestores de una sacralidad que la sociedad secularizada 
rechaza por una parte, y demanda, por otra. Ante las numerosas 
peticiones de sacramentos por parte de personas que no 
manifiestan ningún signo de fe, han de decidir entre la tolerancia y 
la intransigencia en cada caso concreto. La bondad y el cariño 
hacia todos les harían concederles todo lo que pidan.
La responsabilidad de malversar el evangelio o los símbolos 
cristianos les pedirá el negarlos. Cualquier decisión que tomen les 
dolerá.
Su vocación no era la de funcionarios de la religión ritual, sino de 
evangelizadores de Jesús de Nazaret; sin embargo han de emplear 
gran parte de su tiempo en ritos, burocracia, clases...
Difícil les resulta imaginarse a un Jesús funcionario.
Quieren extender y potenciar la fe, que sin embargo tiene poca 
demanda. Ya estaban prevenidos y no les asustaban las 
dificultades, pero esperaban que éstas vinieran "de fuera". No 
creían en una Iglesia de puros, pero desconocían los entresijos de 
su realidad cotidiana.
Les ilusionaba ser servidores de una comunidad de personas 
fundamentalmente corresponsables, pero encuentran que tal 
situación no existe y han de dirigir el grupo mientras tratan de hacer 
esa comunidad. 
Necesitan libertad para la evangelización y se encuentran 
atrapados en estructuras de un poder centralizado que fuerzan a la 
uniformidad en toda circunstancia.
Su fe les llama a estar cerca de sus hermanos los hombres, pero 
su consideración social, sus estudios, su espiritualidad y el modo 
de vida que impone la disciplina canónica los hacen distintos y los 
alejan.
No querían ningún poder y, a su pesar, se les concede.
Quieren ser solidarios con todos, pero su presencia se interpreta 
como intromisión eclesiástica en asuntos ajenos.
Y mientras bullen todas estas contradicciones en su interior más 
profundo, escuchan, aun sin oírlo, aquello de "¡Qué bien viven los 
curas!". Pero ellos siguen porque, también desde dentro, alguien 
les dice que deben hacerlo, que la historia es así, que tampoco las 
ilusiones del Maestro se cumplieron, que también él lloró.
Como es tradicional en el día de San José, se recordará a la 
comunidad cristiana su responsabilidad en la formación de sus 
pastores. Se dirá que la vocación nace de una fe madura y que los 
Seminarios han de prepararse para el ejercicio pastoral de hoy.
Pero, tal vez, se siga confundiendo el seminarista santo con el 
simplemente sumiso, se siga formando sacerdotes más doctores 
que pastores, se siga pretendiendo dar una preparación para todos 
los sitios (es decir, para ninguna parte).
Pero, por encima de las tácticas formativas, las deficiencias de 
todos y de todo, está el hecho de que en el nacimiento y 
potenciación de nuestra fe personal, los curas, con todas sus 
carencias y problemas, han tenido un papel fundamental. Gracias a 
ellos.

EUCARISTÍA 1988, 14

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2. Para qué sirven los curas. (A propósito del Día del Seminario) 

PBRO/PARA-QUE-SIRVEN
Ya lo sé. Hoy los curas no sirven para nada. Tenemos buenos 
profesionales en todos los aspectos de la vida. En la lista de 
profesiones importantes, el sacerdote ocupa los últimos lugares. Ya 
lo sé. Las cosas poco prácticas no sirven para nada. Esta 
generación necia y consumista sólo tiene ojos para sus intereses. 
Ha perdido totalmente el sentido de lo gratuito. Un beso y una 
sonrisa no sirven para nada, pero ¡cómo los necesitamos! La 
verdad es que las cosas más importantes no sirven, pero sin ellas 
no podemos vivir.
¿Sirven para algo los curas? 
Los curas sirven para servir. Lo decía el padre a su hijo 
seminarista: como una escoba, hijo mío, como una escoba, siempre 
dispuesta a ser utilizada, pero sin esperar recompensa alguna; 
gastándose una vez y otra, pero sin esperar que la coloquen en 
una vitrina. Los curas han aprendido bien las palabras del Maestro: 
«Yo no he venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10, 44). Un cura 
que no sirve, no sirve.
Los curas sirven para perdonar. Antes que maestros y liturgos 
son testigos de la misericordia divina. En un mundo violento y 
dividido, ellos son portadores del diálogo y del perdón. Están 
siempre ahí, como casa de acogida. Abren sus puertas cada día 
para escuchar confidencias, para quitar cargas, para devolver la 
alegría y la esperanza.
Los curas sirven para iluminar. Son portadores de la palabra 
de Dios, que tratan de explicar y de vivir. Cuando nos cegamos con 
los espejismos y seducciones del mundo, ellos nos recuerdan las 
Bienaventuranzas. Cuando nos movemos a ras de tierra, ellos nos 
señalan el cielo. Cuando nos quedamos en la superficie de las 
cosas, ellos nos descubren la presencia de Dios en todo.
Sirven para interceder. El sacerdote prolonga la mediación de 
Jesucristo. Por eso es llamado pontífice, constructor de puentes 
entre el cielo y la tierra. Habla a Dios de los hombres y habla a los 
hombres de Dios. Decía San Juan de Ávila (·JUAN-DE-AVILA-SAN): 
«Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, 
criadores de Dios... Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen 
a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan 
experiencia de que Dios oye sus oraciones y tengan tanta 
familiaridad con El».
Sirven para amar. Reservan su corazón para amar del todo a 
todos. Quieren ser para todos, amigos, padres y hermanos. Un 
amor liberado y agrandado. Un amor gratuito y oblativo, como 
antorcha que se va gastando poco a poco. Escribía un jesuita, 
mártir en Bolivia en 1980: «Tenemos miedo a gastar la vida y 
entregarla sin reservas... Gastar la vida es trabajar por los demás, 
aunque no nos paguen... Somos antorchas y sólo tenemos sentido 
cuando nos quemamos. Sólo entonces seremos luz» (Lucho 
Espinal).
Sirven para hacer presente a Jesucristo. Todo sacerdote está 
llamado a ser otro Cristo. El sacerdote está para repetir las 
palabras y los gestos de Jesús, para continuar sus pasos y 
desvelar su presencia, para prolongar y actualizar su amor 
generoso. Y esto a dos niveles: el sacramental y el de la vida.
Sirven para ser el alma del mundo. En un mundo sin espíritu, 
ellos son el alma, la luz, la sal y el perfume. Sin el sacerdote todo 
sería un poco más feo y oscuro. «Sacerdote no es el que se limita a 
hacer cosas, sino a hacer santos» (·Rovirosa-G).
Es verdad que, en cierta medida, a todo cristiano se le puede 
aplicar cuanto llevamos dicho, pero el sacerdote tiene vivencias y 
urgencias especiales.
Gracias, hermanos sacerdotes, por vuestra «inútil» luminosidad. 
Manda, Señor, sacerdotes, esos hombres tan raros que sólo sirven 
para servir.

CARITAS
VEN.../CUARESMA Y PASCUA 1994
Págs. 104 s.

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3. VOCA/PRESBITERO VOCA-SACERDOTAL

Carta del Arzobispo

La Iglesia en la llamada y en la respuesta vocacional

Homilía del Arzobispo en la ordenación de siete presbíteros

Hemos venido a bendecir al Señor por el don a su Iglesia de 
estos siete ministros del altar, de la palabra, de los sacramentos, de 
la comunidad cristiana y de los hombres todos. La palabra 
sacerdote significa don sagrado y hoy nuestra Iglesia local de 
Mérida-Badajoz recibe estos siete dones que casi nos recuerdan a 
los del Espíritu Santo.
Estamos aquí también para felicitar a la juventud cristiana de 
nuestra diócesis porque de sus filas han salido estos siete 
compañeros, elegidos por el Señor. Y para felicitar especialmente, 
como es lógico, a José María, Antonio, Manuel, Tomás, José 
Ignacio, José Antonio y Luis por su respuesta generosa y fiel a la 
llamada del Maestro y a las necesidades de la Iglesia y del mundo.
A la par que pedimos, en nuestra oración comunitaria, dos 
gracias: Primera, que el Señor que comenzó en estos hermanos la 
obra buena, El mismo la lleve a término. Y segunda, que mueva 
también el corazón de otros niños, adolescentes y jóvenes de 
nuestra Iglesia local para que sigan el mismo camino de los 
ordenandos de hoy.

Dios toma la iniciativa
Yo os invito a meditar unos momentos sobre la gracia de la 
vocación. Hemos escuchado en la primera lectura la bella narración 
del Libro primero de Samuel (16, 1-13) sobre la unción secreta de 
David como elegido del Señor, para ser Rey de Israel. Después de 
recorrer el profeta, uno por uno, a los siete hijos de Jesé, sólo 
sobre el último de ellos, ausente por demás, se fijó la mirada de 
Yavé, y a David le fue comunicado, por la unción del profeta, el 
Espíritu del Señor.
El mismo mensaje de gracia y de misteriosa elección se nos 
transmite, en el Nuevo Testamento y por la boca de San Pablo en 
su Carta a los Efesios (4, 1-7; 11-13) proclamada como segunda 
lectura.
"Cada uno hemos recibido la gracia, en la medida que Cristo nos 
la ha dado. Cristo ha constituido a unos apóstoles, a otros profetas, 
a otros evangelistas, a otros pastores y doctores para el 
perfeccionamiento de los fieles y para la edificación del Cuerpo de 
Cristo".
¿Puede estar más clara la iniciativa personal del Señor, la 
actuación misteriosa de su mano en la buena marcha de su Iglesia, 
no tratándonos a nosotros como autómatas, pero sí como 
instrumentos libres de la acción misteriosa de su Espíritu? Y, por si 
algo faltaba, recordamos también aquí, con toda su fuerza de amor 
y de misterio, las palabras de Jesús a sus Apóstoles, en la noche 
asombrosa de la Cena pascual:
"No me habéis elegido vosotros a mí; soy yo el que os ha elegido 
a vosotros y os he puesto para que vayáis y deis fruto y vuestro 
fruto permanezca" (Jn. 15,17).

Lo hace a través nuestro
Nos movemos, hermanos, en un espacio de gracia, de amor de 
Dios a su Pueblo, de predilección por sus elegidos; no para el 
disfrute egoísta de éstos, sino para el bien de los fieles, para la 
edificación de su Cuerpo que es la Iglesia. En tiempo de los 
profetas y de los apóstoles, lo mismo que en las comunidades 
creyentes de hoy, la regla vuelve a cumplirse, aunque en otros 
escenarios y con personajes distintos.
David fue elegido y ungido, porque pertenecía a una familia 
numerosa y practicante de la ley del Señor, la de Jesé el de Belén. 
Todos los miembros de la misma fueron purificados por el Profeta, y 
ofrecieron con él el sacrificio, implorando juntos la luz del Señor 
para conocer al elegido. David fue escogido, pues, en el seno de 
una familia creyente y orante.
En cuanto a los dones del Espíritu en la Comunidad de Éfeso, la 
gracia de ser pastores y doctores recaía sobre unos determinados 
miembros de la misma, de todos los cuales se asegura, dos 
versículos más arriba, que tenían "un sólo Señor, una sola fe, un 
solo bautismo, un solo Dios y Padre".
Así es que, salvo el caso excepcional de Pablo, derribado del 
caballo y marcado a la vez por la vocación apostólica, la gracia de 
la vocación sacerdotal es una rama de la vocación cristiana, en el 
tronco de la comunidad creyente. La elección final y nominal de los 
doce apóstoles, tal y como se nos describe en el capítulo tercero 
del Evangelio de Marcos, la realiza Jesús escogiéndolos libremente 
entre el grupo muy numeroso de los que ya eran sus discípulos, de 
los que se enumeran setenta y dos en el Evangelio de San Lucas.
Siguiendo en esa misma línea, dos discípulos de Juan pasaron a 
serlo de Jesús. Dos parejas de hermanos, Simón y Andrés de 
Betsaida, Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, entraron en la 
docena de los elegidos del Maestro. Contaba mucho aquí la familia 
creyente, contaba el grupo juvenil, iniciado anteriormente en la Ley 
del Señor. Dios llama en estos ambientes; o, mejor dicho, la familia 
y el grupo de fe son mediaciones de Dios, como Samuel o como 
Pablo, para que la llamada les llegue a los elegidos.
Dios llama hoy en la Iglesia a través de la Iglesia. Los padres, los 
hermanos, los amigos, los maestros y, no digamos, los sacerdotes y 
los catequistas, son miembros vivos de la comunidad eclesial y 
agentes privilegiados de pastoral vocacional. Ellos personalizan la 
llamada, la suscitan, la acompañan, la protegen. Como el plantel, 
como el invernadero. La vocación nace en la Iglesia.

Llamada individual, respuesta libre
Mas, con la misma o mayor verdad, hay que reconocer que la 
voz del Señor resuena en el corazón del elegido. Recordemos el 
ejemplo del propio Samuel, oyendo repetidas veces lo que el creía 
la voz de Dios hasta que tuvo eco su respuesta: "Habla, Señor, que 
tu siervo escucha".
Jesús se dirigió sin titubeos a Pedro y Andrés, a Santiago y Juan, 
a Mateo, y ellos le siguieron de inmediato, los unos dejando las 
redes y el otro abandonando la ventanilla de los impuestos. Pero, 
no siempre fue así. El caso más conocido es el del joven rico, que 
se puso triste y se marchó, cuando Jesús le invitó a vender sus 
bienes y seguirlo en pobreza y libertad (Mt. 19, 21).
Otros ejemplos muy gráficos los tenemos en el capítulo 10 del 
Evangelio de San Lucas. Baste con transcribir este párrafo:
"Siguiendo el camino, vino uno que le dijo: Te seguiré 
adondequiera que vayas. Jesús le respondió: Las raposas tienen 
cuevas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene 
dónde reclinar la cabeza. A otro le dijo: Sígueme, y respondió: 
Señor, déjame ir primero a sepultar a mi padre. El le contestó: Deja 
a los muertos sepultar a sus muertos, y tú vete a anunciar el Reino 
de Dios. Otro le dijo: Te seguiré, Señor; pero déjame antes 
despedirme de los de mi casa. Jesús le dijo: Nadie que, después de 
haber puesto la mano sobre el arado, mire atrás es apto para el 
Reino de Dios." Queridos jóvenes: Hoy también se cruza Jesús en 
el camino de muchos chicos y chicas llamados por Él a sus 
seguimiento (ellas son llamadas también a una plena consagración 
a Él y a su Evangelio) y algunos como los siete diáconos aquí 
presentes, le responden sin titubeos y con gozo, al igual que lo 
hicieron los doce apóstoles, como lo han hecho también los 320 
sacerdotes de nuestra diócesis, como las mil religiosas que sirven a 
Dios y a los hombres, en nuestra misma Iglesia local de 
Mérida-Badajoz.
Se dan, por supuesto, otros casos, y son mayoría numérica, que 
encuentran parecidas excusas a los de aquellos personajes del 
Evangelio, para escurrir el bulto a la llamada de Jesús. Recordad 
cómo el Señor no hizo ningún comentario; no le dijo a ninguno una 
palabra recriminatoria. Porque el no plantearse o el no seguir la 
vocación al sacerdocio o a la vida religiosa, no puede decirse que 
sea un pecado grave. Aquellos personajes se lo perdieron. 
Pudieron haber pasado a la historia y al catálogo de los santos y se 
quedaron sumergidos en el anonimato y en la vulgaridad.
No digo, por tanto, que los que no se van al Seminario o los que 
se salen de él vayan a malgastar su vida. Dios me libre. Dios tiene 
muchos caminos. Pero ¡cuánto se pierden ellos! Y ¡cuánto nos 
perdemos nosotros por aquellos jóvenes, chicos o chicas que 
tienen miedo, o se anegan en mares de dudas en el seguimiento 
radical de Jesucristo! Lo que sí resulta verdaderamente lamentable, 
es cuando quienes obstruyen el camino de su vocación son sus 
padres, hermanos o amigos. Si sus comunidades parroquiales, 
colegiales, catequísticas, o sus mismos pastores, no ejerciéramos 
sobre ellos el atractivo suficiente, para que nos acompañen en el 
camino.

Cuenta mucho la oración
No olvidemos nunca, sin embargo, que nos estamos moviendo 
en una atmósfera de fe, de gracia y de libertad.Y que, para que 
estos mecanismos funcionen adecuadamente, nos es necesaria a 
todos la ayuda de la oración. Resulta llamativo el hecho de que, 
siendo Dios el vocante fundamental y, por ello mismo, la fuente 
misteriosa de toda vocación, haya querido Él contar previamente, 
no sólo con la libre respuesta de los llamados, sino, además, con 
las oraciones suplicantes de la comunidad cristiana. "La mies es 
mucha y los obreros son pocos; pedid al Señor de la mies que 
envíe obreros a su mies" (Lc.10,2).
Nos encontramos, por tanto, con dos ineludibles mediaciones 
humanas. Somos nosotros los que le pedimos al Señor de la Iglesia 
que llame y que envíe a quienes habrán de ser sus ministros; son 
estos mismos los que, desde su misteriosa libertad responsable, 
habrán de dar, o no, una respuesta afirmativa.
Aquí pasa de todo, queridos hermanos, como acabamos de 
recordar en los ejemplos del Evangelio. Jesús lo comprobó también: 
"Muchos son los llamados y pocos los elegidos" (Mt. 22,14). 
Misterios de Dios y misterios del ser humano. La Iglesia está en 
medio. Rezando por las vocaciones, promoviéndolas desde la 
familia, la escuela, la catequesis, la comunidad creyente. 
Colaborando primero a la llamada y apoyando después la 
respuesta de los interesados, también desde diversas instancias 
pastorales, y especialmente desde el Seminario. Oremos, 
pongamos los medios y esperémoslo todo de su gracia.

ANTONIO MONTERO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 215 - Año V - 29 de junio de 1997


4. El Sacerdote

Autor: P. Ramón Suero

Sube al altar más ricamente vestido que un Rey
Sube más acicalado que un Príncipe
Es más contemplado que un actor Célebre
Hacia él se vuelven los Ojos y las Luces
Hacia él humean los Incensarios
Sea hermoso o feo, siempre es Hermoso
Sea alto o bajo, siempre es Alto


Pero aún con todo esto, no se cruza, sin embargo, por el espíritu de sacerdote alguno, la creencia de que todos esos homenajes se dirigen a él; de ninguno se ostenta, ni se jacta, ni tira besos al público. El mismo esplendor de su casulla lo esconde.

Todo esto se debe a que el Sacerdote, es formado del mismo barro de todos los seres humanos, es escogido de la misma tierra donde crecen la flor y el espino, los buenos y los malos.

Pues dos manos tiene el Sacerdote al servicio de sus hermanos y hermanas:
- Una es para agarrarse fuertemente de Dios.
- La otra para tenderla a los necesitados.

El Sacerdote es el mediador entre Dios y sus hermanos; es mensajero de Salvación, es canal de Dios.

Para que el Sacerdote pueda cumplir bien su misión tendrá que estar muy bien enraizado en Dios para transmitir mejor la vida del dador de todos los dones.

Dios sigue necesitando de todos los seres humanos al servicio de los otros. Más aún necesita de Sacerdotes llenos de Fe, de Amor y Esperanza, que sirvan de cauce para que su Gracia circule y la Buena Nueva sea anunciada en un lenguaje actual, que vaya acorde con los signos de los tiempos.

P. Ramón Suero Serrano
Sacerdote de la Arquidiócesis de Santo Domingo


5. El sacerdote no debe anteponer nada al amor de Dios, afirma Arzobispo

BUENOS AIRES, 17 Oct. 02 (ACI).- En el marco de una ceremonia de ordenación sacerdotal, Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, exhortó a los nuevos presbíteros a no anteponer "nada al amor del Señor y de las almas: ni la comodidad que podrían permitirse, ni las vacaciones que merecen los trabajadores, ni la benéfica siesta, ni el famoso 'día libre’, intangible conquista de la burguesía clerical".

Durante su homilía, Mons. Aguer, quien ordenó a tres nuevos presbíteros, señaló que "esta consagración no se ‘siente’ como una experiencia psicológica; es un fenómeno espiritual, profundísimo, que se registra en el orden del ser de la gracia y que reubica al cristiano, así ungido por el Espíritu Santo, en su relación con la Iglesia".

"El sacerdote está no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia, erga Ecclesiam; al frente significa para la Iglesia, en orden a ella, a su servicio. Esta nueva posición eclesial equivale a una conversión", agregó.

Luego, el Prelado afirmó que "la consagración tiene por finalidad y destino la misión, y esta es la misma misión del Redentor: proclamar la verdad que ilumina y salva, comunicar la gracia que perdona y santifica, manifestar el amor del Padre que consuela y guía a su pueblo".

"Este es, queridos hijos, –continuó– el yugo suavísimo de Cristo que hoy cargan sobre sus hombros: el oficio de maestros, sacerdotes y pastores; oficio de amor que debe ser timbre de gloria para ustedes y causa de gozo para los fieles."

Más adelante, el Arzobispo señaló que "a partir de este día representarán personalmente a Jesucristo ejerciendo un poder sagrado para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados. En estas acciones será el Señor mismo quien actúe, según la estructura y la lógica sacramentales que son propias del ministerio sacerdotal".

Asimismo, Mons. Aguer sostuvo que "en sus corazones será ahora renovado el Espíritu de santidad, para hacerlos hábiles, capaces de comunicar la santidad divina. En esta función se encuentra lo que es más propio y absolutamente irreemplazable del sacerdocio católico: celebrar el sacrificio pascual de la redención humana y liberar a los hombres de la esclavitud del pecado para reconciliarlos con Dios."

Al referirse a la figura del pastor, el Prelado explicó que esta imagen "ilustra con nitidez el ser y la misión sacerdotales. Por eso también la vida espiritual del sacerdote, las disposiciones íntimas con las que asume el ministerio y afronta sus exigencias, se sintetizan en la caridad pastoral. En ella se refleja el amor celoso de Dios, el ágape de Jesús, que llega hasta el extremo, la pasión por las almas que arrebató el corazón de los apóstoles".

Finalmente, el Arzobispo exhortó a los nuevos sacerdotes a que "vayan, y sean, en el nombre de Cristo, auténticos pastores de este pueblo, que espera y necesita de ustedes lo que sólo ustedes le pueden brindar: la verdad, la gracia y un testimonio cercano a la paternidad de Dios".