FRUTOS DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA

 

1. EFECTOS:

El efecto principal de la comunión eucarística es la profundización e interiorización de la comunidad con Cristo. Incrementa también la aún incompleta participación en el sacrificio de Cristo y afianza la comunidad con Cristo establecida por el bautismo. El que es asido por Cristo con nuevas fuerzas y se une a El con más intimidad, se presenta también con nuevas fuerzas y vitalidad nueva ante el Padre, para adorarle y alabarle. El que comulga recibe la carne de Cristo en su realidad viva. Come la carne del Señor, que se une a él en la forma del pan, y bebe su sangre en la apariencia del vino. No se puede pasar por alto en este contexto que el mimo Cristo nos regala su carne y su sangre. No se puede tomar su cuerpo como se toma un objeto cualquiera, sino que hay que recibirlo de El. Es el Padre celestial quien en el último término sirve la mesa y reparte el pan a aquellos que han sido hechos hijos suyos por Cristo en el Espíritu Santo y están ante su acatamiento. Todos los dones espirituales vienen del Padre celestial; nos son dados en el Espíritu Santo, en la corriente de la caridad divina. Así como el Padre entregó a su Hijo a la muerte de cruz, también lo entrega en la Eucaristía como alimento, pues actualiza el cuerpo y la sangre inmolados de su Hijo en la forma del pan y del vino.

EU/AUTOENTREGA:La autodonación del Señor en forma de pan y de vino trasciende a todas las otras maneras de autoentrega de un hombre a otro hombre, que nos son conocidas por la experiencia. Ningún hombre puede darse a otro con esta intensidad y fuerza. El hombre puede dar a otro cosas de su propiedad, que son signos de su amor, de su confianza, de su amistad y de la fidelidad, si se dan con sentido. El hombre puede hacer que otro participe de sus conocimientos, de su experiencia, de sus vivencias, de sus propósitos y planes. Incluso, puede darse a sí mismo, hasta cierto grado, por ejemplo, en el matrimonio, en la amistad. Pero jamás alcanza esta autodonación aquel límite que está por sobre todo límite. No puede rebasar aquella barrera que le ha sido puesta, porque el hombre está encerrado en sí mismo de un modo infranqueable. No le está permitido sobrepasar este límite, porque, de lo contrario, se menospreciaría a sí mismo y arrastraría en su propio envilecimiento al que recibe la entrega. Lo cual ya no sería expresión de amor, sino de egoísmo. Otra razón impide también la autoentrega ilimitada del hombre: si alguien hiciera el jamás afortunado intento de darse al Tú incondicionalmente, le haría donación también de sus propios defectos e imperfecciones y se convertiría en estorbo para él.

Cristo puede ir en su autodonación más allá de todas las entregas que nos son conocidas. Tiene poder para hacerlo. No sólo nos llena su virtud, su espíritu, su pensamiento, su amor, sino que nos da su realidad viviente. Escogió la forma del pan y del vino para poder realizar esta entrega incondicional. Gustamos inmediatamente las formas, pero por ellas de su cuerpo y de su sangre. Esta autodonación es expresión del supremo amor. Aquel alimento es señal del amor de Dios quo viene a nosotros (Mt. 6, 25-34). En la comunión recibimos en nosotros el amor del Creador. El alimento eucarístico es encarnación del supremo amor, que logra aquí lo que siempre buscó el amor, pero que jamás consiguió: hacerse por completo una misma cosa. Sólo es capaz de esto el amor que tiene poder de realizarse a sí mismo de un modo perfecto, el amor omnipotente. Cristo pudo entregarse. Precisamente porque se da, se sustenta y mantiene a sí mismo. Sin que El pierda su ser, Cristo incorpora a su gloria al hombre que ha sido obsequiado por El con el don de su entrega. Además, en El no hay deficiencia o imperfección alguna que pudiera ser estorbo para los que le reciben. El cuerpo que El da es su cuerpo glorioso, fuente de pureza y de vida.

Cristo no nos regala su cuerpo muerto, sino vivo. Por la acción sacramental está presente sólo su cuerpo bajo la apariencia del pan y sólo su sangre bajo la del vino. Pero porque Cristo está vivo y por la íntima unión de todas sus partes el cuerpo del único Cristo está vivificado e impregnado de la sangre, y ésta invade todo el cuerpo, al tiempo que el alma está en el cuerpo y en la sangre. Toda la actual naturaleza de Cristo está dominada por el Logos. De ahí que la entrega del cuerpo de Cristo es de hecho entrega de todo su ser. Así puede decir: Yo soy el pan de la vida (lo. 6, 35-48). Y puede equiparar la comunión de su carne y sangre con la comunión de sí mismo. "El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que come vivirá por mí?' (/Jn/06/56-57). Lo que se ha comido no es un simple objeto, una realidad sin vida. El pan eucarístico no puede ser comido como pan cualquiera. No se le puede poseer y disponer de él sin más. El que comulga acepta en sí al mismo Cristo personal. No toma una parte del Señor. Por la comunión no sufre menoscabo la personalidad de Cristo. La unión con Cristo, obrada por la comunión, se realiza en el ámbito personal. Es un encuentro con Cristo de gran fuerza e intimidad. La comunión no es un mágico proceso impersonal. Por ella no se apodera el hombre de fuerzas y realidades divinas. El mismo Cristo está presente y se da.

Este encuentro se distingue de otro cualquier encuentro. Como ya vimos, a toda otra relación Yo-Tú le están puestas unas barreras infranqueables. Radican en la personalidad del hombre y se hacen visibles y sensibles de una manera muy clara en su ser corpóreo. El cuerpo es un instrumento de comunión, pero, al mismo tiempo, es una limitación. Es un puente y un muro infranqueable. Cuando el hombre en su camino encuentra a otro hombre, es que se une a él por la admiración, por la fidelidad, la reverencia, la amistad y el amor; significa que participa de la vida del otro. Lo que acaece en los encuentros humanos ocurre también en la Eucaristía. Pero este encuentro se distingue de todos los demás porque no tiene que detenerse allí donde se debe parar cualquier otro encuentro humano. En la Eucaristía, Cristo se incorpora real y vitalmente al comulgante, en forma de alimento. El encuentro tiene efecto como comunión. La comuni6n se hace en forma de encuentro personal y está libre de toda materialización impersonal; el encuentro es distinto de toda mera asociación o congregación externa o de una vinculación puramente mental.

El encuentro de dos hombres puede reducirse a un frío estar juntos físicamente. Si quiere ser algo más, es decir, si quiere ser digno de hombres, debe incluir la revelación del misterio personal y la penetración en él. Cuando Cristo se da corporalmente en forma de alimento, se hace patente y se revela al que le recibe. Es el Logos el que se entrega en su naturaleza humana, bajo la forma de pan, al dar su propia carne como alimento; es el Verbo personal del Padre, por el que Este abarca toda la realidad y la penetra hasta su más íntima esencia. Es la Verdad, la Luz de Dios. Recibimos la autorrevelación del Verbo personal del Padre en la fe y en el conocimiento creyente. Cristo mismo definió como fe el ir a El y acercarse a su persona (lo 6, 35). Por la fe vemos y penetramos su misterio. Esta mirada sólo es posible en la luz obrada por el Espíritu Santo y por la virtud que El ha creado. Tan sólo el que está iluminado por el Espíritu Santo puede contemplar por la fe la realidad del misterio de Cristo, creada y dominada por el Espíritu Santo (lo. 6, 63). De ahí que Cristo llame a la fe comunión del pan, que es El mismo (lo. 6, 35). Por la equiparación de fe y comunión no se destruye la realidad de la comunión, que es un comer corporal de la carne y un beber real de la sangre. Pero el comer está configurado por la fe y está lleno de su virtud y de su luz; está soportado por el movimiento de la fe. Comprende la entrega a Cristo, a Cristo que se da y se revela a sí mismo. Entrega que es obrada por la fe viva. La unión en la amistad o en el amor se realiza en un intercambio vital. Dos amigos se influyen mutuamente en su manera de pensar, de querer, de sentir, de imaginar. También la comunidad con Cristo, obrada en la Eucaristía, muestra su virtud en un intercambio vital entre Cristo y el que comulga. Pero Cristo no recibe nada de la defectuosidad humana, sino que da su gloria. El que comulga queda enraizado más fuertemente en la vida gloriosa de Cristo. Esta mayor comunión con Cristo tiene como resultado una mayor semejanza a Cristo. Nuevamente se manifiesta aquí la diferencia entre el alimento eucarístico y otro cualquier nutrimento. Mientras que este último se transforma en las fuerzas vitales del que lo toma; en la comunión eucarística tiene lugar una transformación del comulgante en la vida de Cristo. Queda incorporado más fuertemente a la vida gloriosa del Señor. El que come la carne y bebe la sangre de Cristo es asido por El e incorporado con mayor intensidad y fuerza a su muerte y resurrección (cfr. Romanos 6, 1-14); se profundiza e interioriza la unión y comunidad óntica con Cristo; los rasgos de Cristo quedan grabados de una manera más clara.

(...). El convite eucarístico abraza al hombre de una manera distinta a como lo hacen los demás convites, pues le une especialmente a Cristo. Los incorporados e injertados a Cristo por la Eucaristía son traspasados por la vida de Cristo más intensamente y quedan más íntimamente unidos entre sí que antes de la comunión. Los que reciben el alimento eucarístico se convierten en parientes de Cristo y en hermanos y hermanas entre sí. La Eucaristía es un banquete de comunión fraterna. (...).

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2. UNIDAD EN EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO: CUERPO-DE-CRISTO El apóstol Pablo recuerda a los corintios esta realidad. En Corinto se ha desvirtuado la celebración eucarística a causa del egoísmo y de la falta de caridad. Frente a esto, pone de relieve San Pablo la significación comunitaria del banquete eucarístico: "Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (/1Co/10/16). Así tiene el cuerpo eucarístico de Cristo una especial relación con el cuerpo místico de Cristo. La Eucaristía es el sacramento del cuerpo místico de Cristo. Es la garantía de la unidad eclesiástica. En el convite eucarístico realiza la Iglesia siempre de nuevo su ser como cuerpo de Cristo. Los que por la comunión tienen comunidad con Cristo se convierten en un mismo y único cuerpo. Cristo no es distribuido entre los muchos comulgantes, sino que los congrega a todos en sí, haciendo de ellos un mismo cuerpo. La comunidad con Cristo es la raíz y Ia garantía de la comunidad de los santos.

Muchas veces en la Patrística se nos atestiguan juntas la unidad entre los comulgantes y Cristo y ellos entre sí. La doctrina de los doce Apóstoles ve representada esta unidad antes en la naturaleza del pan que en el cuerpo de Cristo. "Así como este pan estaba disperso por las colinas acá y allá y es reunido ahora, hecho uno, igualmente será congregada tu Iglesia en tu reino desde los confines de la tierra" (10, 4).

San Agustín no se cansa de ensalzar la Eucaristía como sacramento de la unidad. En el ser eucarístico incluye también el cuerpo místico de Cristo. El Totus Christus, cabeza y miembros, es el contenido de la Eucaristía. En uno de los sermones sobre el Evangelio de San Juan (26, 13) dice:

"Es mi carne -dijo- vida del mundo. Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no se olvidan que son cuerpo de Cristo. Háganse cuerpo de Cristo si quieren vivir del espíritu de Cristo. Del espíritu de Cristo no vive sino el cuerpo de Cristo. Entended, hermanos, lo que digo. Hombre eres y tienes espíritu y tienes cuerpo. Llamo espíritu a lo que se llama alma, por la cual existes como hombre, pues estás compuesto de alma y cuerpo. Tienes, pues, espíritu invisible y cuerpo visible. Dime quién vive de quién: ¿tu espíritu vive de tu cuerpo o tu cuerpo vive de tu espíritu? Y todo el que responde (y el que no pueda responder a esto no sé si vive). ¿Qué responde todo el que vive? Mi cuerpo vive por mi espíritu. ¿Quieres vivir del espíritu de Cristo? Forma parte del cuerpo de Cristo. ¿Acaso mi cuerpo vive de tu espíritu? El mío vive de mi espíritu; el tuyo, de tu espíritu. El cuerpo de Cristo no puede vivir sino del espíritu de Cristo. De aquí que, hablándonos el Apóstol San Pablo de este pan, dijo: "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo" (I Cor. 10, 17). ¡Oh sacramento de misericordia! ¡Oh vínculo de caridad! Quien quiera vivir, aquí tiene donde vivir, tiene de dónde vivir. Acérquese, crea, forme de los miembros, no sea un miembro canceroso que merezca ser cortado, ni miembro dislocado de quien se avergüencen; sea hermoso, esté adaptado, esté sano, esté unido al cuerpo, viva de Dios para Dios; trabaje ahora en la tierra para que después reine en el cielo."

Y en el Sermón 227:

"Tenéis que saber lo que recibisteis, lo que recibiréis, lo que debéis recibir todos los días. Ese pan que véis en el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo; ese cáliz, o más bien, lo que contiene ese cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la sangre de Cristo. En esta forma quiso nuestro Señor Jesucristo dejarnos su cuerpo y dejarnos su sangre, que derramó por nosotros en remisión de nuestros pecados. Si lo recibís bien seréis vosotros lo mismo que recibís. El Apóstol dice: "Somos muchos, pero somos un solo pan y un solo cuerpo" (I Cor. 10, 17). Así explicó el Sacramento de la Mesa del Señor: somos muchos, pero somos un solo pan y un cuerpo. En este pan véis cómo habéis de amar la unidad. ¿Por ventura fue hecho este pan de un solo grano de trigo? ¿No eran muchos los granos? Pero antes de llegar a ser pan estaban separados; el agua los juntó después de bien molidos, porque si el trigo no se muele y se amasa con agua no puede tomar la forma que se llama pan."

En otro Sermón (272) dice:

"¿Qué véis pues? Pan y un cáliz; de lo cual salen fiadores vuestros mismos ojos empero, para ilustración de vuestra fe os decimos que este pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz su misma sangre...

Estas cosas llámanse sacramentos precisamente porque una cosa dicen a los ojos y otra a la inteligencia. Lo que ven los ojos tiene apariencias corporales, pero encierra una gracia especial. Si queréis entender lo que es el cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol; ved lo que les dice a los fieles "Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros" (I Cor. 12, 27) Si, pues, vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la santa mesa es un símbolo de vosotros mismos y lo que recibís es vuestro, mismo emblema. Vosotros mismos lo refrendáis así al responder: ''Amén''. Se os dice: "He aquí el cuerpo de Cristo", y vosotros contestáis: "Amén", así es. Sed, pues, miembros de Cristo para responder con verdad: Amén... Somos un solo pan, un solo cuerpo (I Cor. 10, 17). Recordad que un mismo pan no se halla formado de un grano solo, sino de muchos. Cuando recibisteis los exorcismos estabais, a modo de hablar, bajo la muela del molino; cuando recibisteis el bautismo os trocasteis bien así como en la pasta y os coció, en cierta manera, el fuego del Espíritu Santo... Así acaece en el vino. Recordad, hermanos, cómo se hace. Muchos granos se cuelgan, formando un racimo, pero el licor de los granos se confunde en uno solo. Tal es el modelo que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo; así es como quiso unirnos a su persona y consagró sobre su mesa el misterio simbólico de la paz y de la unión que debe reinar entre nosotros."

La comunidad obrada por la Eucaristía tiende a expresarse en la comunidad de sentimientos, en el amor. Fortalece la caridad sobrenatural (caridad habitual) y desarrolla el fuego del amor (caridad actual), que se expresa en las obras de caridad. El que recibe a Cristo, o, más bien, el que es recibido por El, es asido por el movimiento amoroso en que vive Cristo y en el que se entrega al comulgante. Es el amor servicial que se ofrece a sí mismo. El que no opone resistencia a su obrar, probará con hechos su comunidad con Cristo y con los demás compañeros de mesa, al servir a los hermanos y hermanas. Así, la comunidad de altar y mesa se revelará en la celebración litúrgica como comunidad de amor servicial y auxiliador. Probará su virtud y su importancia dondequiera que los unidos litúrgicamente se encuentren en el ancho mundo, y más allá de todo esto, allí donde uno de los que se han nutrido de la Eucaristía encuentre a otro hombre, especialmente donde la necesidad llame a la caridad.

·Justino-san, mártir, cuenta que los que celebran juntos la Eucaristía, siempre se ayudan entre sí tanto como pueden, y viven en concordia (Primera Apología, cap. 67). La mutua pertenencia de sacrificio eucarístico y del servicio a la comunidad se expresa también en que cuando era corriente el ofrecimiento de dones, el altar estaba rodeado de una mesa o de pequeñas mesas para las donaciones, en las cuales se colocaban los dones del sacrificio, para que participaran de la consagración sacrificial.

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3. EU/CARIDAD

La comunidad no puede ser realizada sin oponerse a las fuerzas antisociales del egoísmo y del orgullo. Precisamente, para superar el egoísmo y el orgullo que brotan sin cesar del corazón del hombre pecador, es valiosa y esencial la contribución de la Eucaristía, de la comunión eucarística particularmente. Pues en la celebración eucarística participa el hombre de la muerte de Cristo en la que El se entregó incondicionalmente al Padre en humildad. La comunión completa y acaba la participación en la muerte de Jesucristo. No sólo es una confiada unión con el Hijo de Dios hecho cuerpo -aunque también es esto-, sino una comunidad real con su muerte, por la que se inmoló al Padre por los hombres. San Pablo reprende seriamente a los corintios su egoística conducta en la celebración eucarística. Lo que ellos hacen no es celebrar la Cena del Señor, pues los ricos se deleitan y regalan en su abundancia, a la vista de los pobres y dejan a éstos que sufran hambre. Tan sólo el que no distinga el cuerpo real del Señor de otra comida cualquiera, puede pecar así contra el cuerpo místico de Cristo. Su falta de caridad es un pecado contra el cuerpo y la sangre reales de Cristo (/1Co/11/20-29). El pecado contra el cuerpo místico de Cristo es pecado contra el cuerpo eucarístico del Señor. Es de suma importancia tener en cuenta que el mismo Jesús, en conexión con la Eucaristía, haya dado con su ejemplo (lavatorio de los pies) y con sus mismas palabras el nuevo mandato de amor (lo. 13, 34; 15, 12; 17, 21-23). El que se entrega por amor a los suyos, se ha convertido en la Eucaristía en fundamento vital de una nueva caridad. Así reza la Iglesia en la Misa del día del Corpus: "Concede propicio a tu Iglesia los dones de la unidad y de la paz, místicamente significados en los presentes ofrecidos."

Al modo como la unión con Cristo debe realizarse en el servicio a los hermanos y hermanas, y todo egoísmo va en contra de la comunidad del comulgante con Cristo, obrada por la Eucaristía, de igual manera, pero inversamente, la abnegada caridad para con los hermanos y hermanas es la manifestación y representación de la unidad con Cristo. Sólo es cristiana en la medida que esté configurada por ésta. El servicio a la comunidad en las necesidades cotidianas es la correcta realización de la comunidad de altar. La conexión entre Eucaristía y servicio a los hombres se expresó claramente en la antigüedad cristiana, al ser los mismos individuos, los diáconos, los que repartían el pan eucarístico y los alimentos para la vida terrena. Esto se ve también en el hecho de que la disminución de los ofrecimientos de dones y de la recepción de la comunión corren pareja suerte y se dan juntos al final de la antigüedad y comienzos de la Edad Media.

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4. Prenda de vida eterna

1. La comunión, como alimento, hace acrecentar y aumentar toda la vida sobrenatural del hombre; pero, a la vez y en consecuencia, debilita todo lo que hay en él de no divino y de antidivino. Aminora la inclinación al mal y conforta el poder de resistencia al pecado; aumenta la alegría en Dios, el celo y la fidelidad a Cristo. Al encender la caridad y despertar el arrepentimiento, destruye los pecados veniales y nos preserva de los mortales. Somete todo lo que separa al hombre de Dios. Santo Tomás de Aquino explica que la comunión borra las penas del pecado, y cómo las borra. La Eucaristía no fue instituida directamente para dar satisfacción, sino para ser alimento espiritual y, como tal, fortalecer la unión con Cristo y con sus miembros. "Pero como esta unión se hace por la caridad, cuyo fervor alcanza la remisión no sólo de la culpa, sino también de la pena, de ahí que, por cierta concomitancia con el efecto principal, se consiga también la remisión de la pena; no de toda, sino de la que den de sí la devoción y el fervor" (Suma-Teológica III, q. 79, art. 5). 2. Así se hace la Eucaristía prenda de vida eterna en la plenitud de Dios (/Jn/06/58). Esta vida eterna no es sólo vida del alma, sino también del cuerpo, de todo el hombre. Cristo piensa en todo el hombre cuando promete que aquel que comiera de El, vivirá por El y no morirá jamás, y que El le resucitará en el último día (/Jn/06/54).

(...). EU/RS RS/EU: Según la doctrina de los Padres la Eucaristía no sólo concede un derecho a la futura resurrección, sino que obra glorificando el cuerpo humano, o más bien, toda la realidad corpórea humana y la alimenta para la incorruptibilidad. Siembra un germen de inmortalidad corpórea en el hombre. La incorporación a Cristo eucarístico acontece por razón de la resurrección.

·GREGORIO-NISENO-SAN explica de la siguiente manera este proceso (Discursos catequéticos 37): El cuerpo humano comió un alimento mortífero. Debe tomar, por tanto, un medicamento al igual que los que toman veneno deben tomar un contraveneno. Este medicamento de nuestra vida no es otro que el cuerpo de Cristo, que ha vencido a la muerte y es la fuente de nuestra vida, y por mediación de sus fuerzas inmortales se reparan los daños de aquel veneno. ·CIRILO-ALEJANDRIA-S de Alejandría escribe (Explicación al evangelio de San Juan 11, 27): "Esta naturaleza carnal corruptible no podía ser conducida a la inmortalidad y a la vida eterna de otra manera que por su unión al cuerpo de la vida." "Aunque la muerte que nos sobrevino por la caída ha sometido al cuerpo humano a las leyes de la caducidad, resucitaremos con todo, porque Cristo con su carne está en nosotros. Es increíble, más aún, imposible, que no vivifique la vida de aquellos en los que El está. Pues así como envolvemos la chispa en paja para conservar el incendio, del mismo modo nos ha injertado nuestro Señor Jesucristo, por su carne, su vida y nos ha depositado como semilla de inmortalidad, que destruye todo lo que de corruptible hay en nosotros." En la Edad Media se impuso la opinión de que la Eucaristía sólo concede al hombre una exigencia a la resurrección corporal. Sea cual fuere la manera de entender la conexión entre Eucaristía y resurrección corporal, la virtud vivificadora del cuerpo eucarístico de Cristo se revela, sobre todo, en que es garantía de la resurrección corporal. La Eucaristía está ordenada a la gloria celestial. La comunidad eucarística es la raíz de la comunidad celestial, en la que los bienaventurados se congregan en torno del Padre por Cristo en el Espíritu Santo.

(·SCHMAUS-6.Págs. 428-441) ........................................................................

5. PASCAL

Comulgar con la cabeza, comulgar con los miembros Recuérdese la anécdota que narra Gilbert Perier en la vida de su hermano Blas Pascal. Estando éste enfermo, deseaba mucho recibir la Comunión, pero viendo que los médicos se oponían a su deseo, no quiso insistir más, sino dijo: «Ya que no me quieren conceder este favor, quisiera sustituirlo con alguna obra buena, y puesto que no me es posible comulgar con la cabeza, quisiera comulgar con los miembros; así he pensado recoger en nuestra casa a un enfermo pobre al que se le tengan los mismos cuidados que a mí». Y, recientemente, de acuerdo con esta misma enseñanza, el P. Muckermann razonaba su resistencia a Hitler: «Cada vez que constatamos una injusticia cometida contra cualquiera, aunque sea el más pobre y el más humilde de los hombres, es como si viésemos descargar un puñetazo sobre el rostro de Cristo».

(CARITAS/89-1.Pág. 221)