EL SENTIDO DE LO SAGRADO
NO ES LA FE

ANDRE BRIEN

SAGRADO/FE SAGRADO/QUÉ-ES

El sentido de lo sagrado tiene sus raíces en la conciencia humana. Lo viven tanto los hombres de nuestro tiempo como los de las civilizaciones primitivas, aunque bajo formas distintas. Sin embargo, el sentido de lo sagrado no es la fe; puede ser el umbral o la tumba de la fe. No podemos aceptar sin discriminación sus diversas manifestaciones, aun cuando frecuentemente sean profundas y conmovedoras. La ignorancia religiosa es a menudo fruto de la contaminación que en los conocimientos de la fe ha producido un cierto sentido de lo sagrado que no se ha desembarazado de sus equívocos.

La reflexión religiosa ha descuidado, quizá demasiado, la influencia del sentido de lo sagrado en nuestros contemporáneos. Hemos considerado sobre todo las doctrinas o prácticas que ha engendrado dicho sentido de lo sagrado en las religiones no cristianas, pero no hemos analizado suficientemente la acción que continúa ejerciendo en los hombres que viven en sociedades todavía impregnadas de cristianismo.

La verdad es que existen individuos o grupos superficialmente tocados por la enseñanza de la Iglesia, pero sensibles a ciertas impresiones religiosas difusas y sometidos a impulsos. Esas personas denotan la existencia de una zona de lo sagrado en las fronteras del mundo profano en el cual se desenvuelve su existencia. Incapaces de dar forma a lo que experimentan y, por otra parte, conservando el recuerdo de algunos gestos o palabras cristianas, dan espontáneamente forma cristiana a sus sentimientos y prácticas. Pero el que utilicen fórmulas o prácticas del cristianismo, no debe engañarnos. Lo que traducen de esa forma no es una fe en el Dios cristiano, Creador y Redentor, sino solamente el sentimiento de que un poder absoluto, con naturaleza y perfiles para ellos indefinidos, envuelve y en algunos momentos pesa sobre su existencia, sobre su destino. Por consiguiente, las actitudes profundas que los mueven no son más que aparentemente cristianas; no obstante, bastan en general para engañar tanto a los creyentes como a los incrédulos. Los primeros las interpretamos en función de una fe viva y creemos encontrar en ellas signos de una adhesión al Dios cristiano. Los segundos, incapaces, por falta de experiencia interior, de discernir entre lo sagrado y lo teologal, atribuyen la insuficiencia de dichas actitudes al propio catolicismo y consideran casi siempre las alienaciones que producen como frutos necesarios de la doctrina cristiana.

Por tanto, es capital tratar de desenredar la madeja tupida de las aprehensiones religiosas que acciona el sentimiento de lo sagrado y determinar sus relaciones con la fe cristiana.

EL SENTIDO DE LO SAGRADO Y SUS MANIFESTACIONES

Es difícil extraer el contenido de conocimiento que lleva consigo el sentimiento de lo sagrado. Sería ciertamente falso afirmar que sólo manifiesta una impresión puramente subjetiva, ya que corresponde casi siempre al reconocimiento de un poder que trasciende al sujeto y que pesa en su vida. No obstante, la intensa afectividad con que se rodea oculta todas las características propias de su objeto y sólo deja aparecer los sentimientos de terror, atracción o admiración que suscita. De esta manera lo sagrado se impone al mismo tiempo como real y como indistinto. Incluso aquellos que experimentan frente a él un malestar insoportable no son capaces de decir qué es y por qué le temen. Inaprensible, sin figura visible, sustrayéndose a todo esfuerzo de captaci6n, lo sagrado es, sin embargo, irremediablemente actual. No está en parte alguna, y con todo está en todas partes. Cosas, personas, situaciones de vida lo manifiestan de repente presente en aquellos que se creían eximidos de ello y los empujan a actitudes cruelmente contradictorias con sus opiniones o con su línea de vida. Basta que aparezca un objeto bendito, la fotografía de un ser querido, el recuerdo de un muerto, para que se abra una puerta en el mundo sin misterios de un espíritu "independiente", para que reaparezca lo sagrado. El encuentro con un sacerdote o con una religiosa, algunas injurias a una madre o a una novia, la llamada de los deberes de la amistad o de la palabra dada, producen frecuentemente análogos efectos: hacen salir, a aquel que los experimenta, del mundo de facilidad en que se encerraba, como en un sueño, para recordarle las dimensiones de lo real que se esforzaba en olvidar. Otro tanto habría que decir de ciertos momentos decisivos de la existencia como la cercanía de la muerte, el descubrimiento de la vida o el primer despertar del amor.

En todos estos casos el observador de la realidad humana constata algo fundamental: en la existencia del hombre hay un cierto número de zonas intocables. Se puede hablar o actuar con la mayor parte de nuestros contemporáneos sin otra preocupación que la eficacia, el goce o la distracción; pero cuando se tocan ciertos sectores, brota de repente una reacción brutal de terror, de indignación o de malestar; hemos tropezado con lo sagrado.

Más allá de los sectores de lo sagrado obligados a manifestarse por ciertos actos o palabras sacrílegas, los hombres de nuestro tiempo experimentan además una fuerza misteriosa, casi siempre muy confusa, en la cual vienen a converger todas sus impresiones de lo absoluto. La Realidad por ella representada es casi siempre mucho más sentida que consentida; y muchos tratan de expulsarla de la corriente de sus pensamientos porque tienen la impresión de que altera su quietud y de que fijar su atención en ella es rebajarse.

¿Qué puede ser ese poder misterioso que, la mayor parte de los que nos rodean, descubre con intensidad diversa, según temperamento, períodos o circunstancias de su vida? No se le puede llamar Dios en el sentido cristiano, sin cometer un abuso de lenguaje, pues, para muchos de ellos, no aparece ni como ser personal, ni sobre todo como una cercanía de amor. La dependencia que suscita es muy diferente de la fe en el Dios Vivo. No hay, en efecto, palabra cuyo contenido representativo pueda ser más diverso, según las personas, que la de Dios. Para los que viven de la fe evoca un misterio inagotable: Cristo, Hijo de Dios Vivo, Puerta de las ovejas, y el Padre invisible de quien Jesús es su Palabra hecha carne y en quien todo subsiste. Para los que no poseen más que una débil experiencia de lo sagrado expresa al contrario una fuerza oscura, frecuentemente tan temida como celosa y fatal. Apoyarse en la identidad del vocablo para imaginar en la conciencia de los que la pronuncian una identidad de contenido, es elegir la confusión y negarse a comprender las aprehensiones religiosas de gran número de nuestros contemporáneos.

Para evitar dichas confusiones y comprender en qué intuiciones se arraigan ciertas actitudes religiosas, es menester examinar las distintas formas de la sensibilidad en lo sagrado. Nosotros lo haremos yendo de las más brutales a las más complejas, pero siempre en el terreno de las impresiones espontáneas.

LAS DISTINTAS FORMAS DE LO SAGRADO: SAGRADO/FORMAS La forma más ostensible de la sensibilidad en el ámbito de lo sagrado es el estupor. Implica el descubrimiento de un poder que de repente se manifiesta con brutalidad a la conciencia y rompe el equilibrio de la vida ordinaria. Por ejemplo: un hombre lleva una existencia fácil, siempre encuentra cierta correspondencia a sus afectos, deseos o esfuerzos. De pronto se ve separado de los suyos, atacado por la enfermedad o enfrentado a la muerte. El mundo fácil en que vivía se desvanece entonces en la inconsciencia. Se siente totalmente impotente frente a algo desconocido que lo atrae y espanta al mismo tiempo: entonces se produce en él un despertar del sentimiento religioso que lo empuja a realizar ciertos actos de culto. Para protegerse contra esa fuerza insertada en su vida, y participar de su poder, se siente inclinado a recurrir a diversas prácticas: llevar medallas, asistir a actos religiosos, pronunciar palabras sagradas. Todo esto, sin embargo, rara vez supera el nivel de la superstición porque dichos gestos no comprometen la vida profana y tienen en aquel que los realiza un contenido tan oscuro como el de lo Sagrado a que los opone.

Esa es la forma más elemental del sentido de lo sagrado. Muy frecuente, porque muchos hombres que parecen dueños de sí mismos y cuyo marco ordinario de existencia impresiona por su solidez, viven en algunos momentos ciertas situaciones, frente a las cuales se sienten impotentes, porque en ellas se afirma la acción de un poder que los sobrepasa.

No obstante lo cual, no debemos limitar a esta sola forma lo sagrado que experimentan nuestros contemporáneos, pues el sentimiento de relación con un absoluto que suscitan tales despertares religiosos, se vive igualmente en situaciones muy distintas. La aparición de la vida, por ejemplo, produce frecuentemente, en los que la constatan, el sobrecogimiento de lo sagrado. Un niño pequeñín encierra un misterio insondable: sus vagidos, sus miradas, sus sonrisas, atestiguan a sus padres o a los que le rodean una fuerza que excede el poder humano. Es posible matar a este niño, pero no es posible reducir la vida que representa a algo manejable o usual.

El poder de la naturaleza, la fuerza del mar, la majestad de las montañas expresan igualmente, a los que saben escuchar su lenguaje, una fuerza irresistible sin proporción con la capacidad de dominio del hombre. También en esos casos se da una fuerte impresión de lo sagrado.

La colectividad provoca igualmente un sentimiento religioso. Especialmente en los momentos de concentraciones populares, a través del entusiasmo que se apodera de la multitud y le proporciona la impresión de comulgar con un poder irresistible. Presente también en la persona de los jefes, lo cual confiere a sus órdenes un valor absoluto. En ambientes populares anima la conciencia de clase. En el marco de la vida nacional proporciona a los símbolos que evocan la patria su poder de atracción. Encierra el ideal del ejército y encuentra en los desfiles, acciones militares o juras de la bandera, frecuentes ocasiones de renovación. En todos estos casos el individuo percibe que una fuerza que lo domina envuelve su vida. Puede dejarse aplastar por ella o fundirse en ella, en una consagración voluntaria; no puede reducirla a algo usual.

El sentimiento de armonía profunda entre todos los seres que se apodera a veces de algunas personas y las sumerge en una especie de éxtasis, produce también el sentimiento de lo sagrado. Una impresión de esta clase puede surgir del espectáculo de la naturaleza; también de estudios de ciencias o de filosofía: lleva siempre consigo la intuición de que una plenitud irresistible de vida o pensamiento baña la realidad y se apodera del sujeto que la contempla. Es una forma intensísima del sentido de lo sagrado que permite reconocer la inmanencia divina, pero que, cuando se acepta sin discriminación, conduce también al panteísmo.

Un tipo de sentimiento de lo sagrado bastante diferente está poniendo a prueba a nuestros contemporáneos: el de lo absoluto de ciertas causas o de ciertas personas. Descubrimiento a través de los actos que el lenguaje usual califica de "sacrificios". Es el caso, por ejemplo, del hombre que desea algo que le supondría determinada promoción material o social, pero descubre que, por motivos fundamentales de justicia o necesidad familiar, uno de sus compañeros lo necesita más que él. Impulsado por ese sentimiento y "sacrificándose", llega a entrever que le asaltan determinadas exigencias absolutas y le hablan más fuerte que el interés o el deseo de goce. Esta toma de conciencia frecuentemente despierta su sensibilidad religiosa, pues a través de la persona o de la causa por la cual se sacrifica percibe una llamada que le viene de más allá de lo sensible, y a la cual debe responder. Llamada que es para él más fuerte que todo: puede divertirse para tratar de olvidarla, pero no hacer que no le sea dirigida actualmente. En ella descubre un poder que asalta su conciencia sin que ésta pueda reducirlo o dominarlo: lo sagrado. Reconocer sus exigencias, obedecerle, es aceptar lo sagrado, «sacrificarse». Al calificar con este término actitudes así, el lenguaje ordinario muestra cómo encierran cierto carácter religioso, incluso aunque aparentemente desemboquen sólo en realizaciones temporales.

Aceptar las exigencias de dichos llamamientos trastoca generalmente los conceptos de seguridad y felicidad familiares al sujeto: todo "sacrificio" obliga a un cierto abandono de los proyectos y deseos inmediatos en pro de lo absoluto al cual responden. Quienes los llevan a cabo ponen su espera de felicidad en la causa que sirven, y presienten a través de ella la existencia de una plenitud que los hará vivir. En este grado de profundidad, el sentido de lo sagrado es, por consiguiente, inseparable de la esperanza y de la entrega de sí mismo.

Para gran número de nuestros contemporáneos que no conocen explicitamente al Dios Vivo, se da en este caso una primera participación en la vida teologal y en el vínculo indisoluble que establece entre la fe, la esperanza y la caridad.

SENTIDO DE LO SAGRADO Y SENTIDO RELIGIOSO:

Los diversos análisis realizados pueden llevarnos a la conclusión de que con el término sagrado se revisten impresiones ajenas unas de otras y desprovistas de toda relación con el Dios trascendente. En cuyo caso convendría no concederles ningún valor de conocimiento y considerarlas como simples sentimientos desprovistos de objeto definido. En definitiva, serían obstáculos para el descubrimiento de la verdad y el acceso a la fe cristiana. Sin embargo, todas esas formas diversas del sentido de lo sagrado tienen un objeto común: el poder absoluto que asalta al sujeto. Por otra parte, son para muchos la única vía de acceso que conocen para llegar a lo religioso. Por consiguiente, una reflexión teológica, consciente del problema que plantea a la evangelización la indiferencia religiosa ostensible en nuestra época, debe preguntarse si no hay en esas formas del sentido de lo sagrado, a pesar de su aspecto desconcertante, un presentir la existencia de Dios, y si no es posible apoyarse en ellas para conducir a los hombres a la fe viva.

D/TRASCENDENCIA: ¿Es posible relacionar estas formas inmediatas de sentimiento religioso y el conocimiento del Dios cristiano? Las fuerzas que derriban las seguridades de nuestra existencia, la ascensión irresistible de la vida, las energías de la naturaleza, el prestigio del cuerpo social, la llamada a entregarse totalmente, que dirigen al hombre grandes causas o personalidades prestigiosas, no son el Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Todos estos poderes que bloquean en ciertos momentos el campo de la conciencia del hombre y se apoderan de él son interiores al mundo. Estas fuerzas materiales, colectivas o espirituales, predominan en ciertos momentos y trastornan el destino de quien las descubre; sin embargo, no son una presencia personal independiente del mundo sensible. Pero, Dios no es el mundo. Su transcendencia no significa solamente que su poder no puede ser dominado por la capacidad de acción o reflexión del hombre; quiere decir también que ninguna de las energías del cosmos escapa a su Soberanía, y que en El se fundamenta todo lo que posee una existencia participada. Luego ninguna de las formas del sentido de lo sagrado que acabamos de examinar conduce al reconocimiento de ese existir absoluto, de ese "YO soy» divino, de quien procede la existencia humana y todo lo que la condiciona. Todas las percepciones elementales de lo absoluto que encontramos en la experiencia ordinaria de lo sagrado toman la parte por el todo y se establecen en referencia a ciertas energías que sólo han recibido su poder de acción del Ser de Dios. ¿Debemos decir por eso que no se reconoce nada de Dios en esas impresiones religiosas elementales? Sería falso. Si el sentido espontáneo de lo sagrado no permite a los que lo experimentan conocer a Dios en sí mismo, les permite, sin embargo, captar los efectos de su poder. Porque en Dios se fundamentan el curso de los acontecimientos, la vida, las energías de la naturaleza, la sociedad, los llamamientos al sacrificio. Así, percibir en una de esas instituciones inmediatas ciertas formas de lo absoluto es percibir indirectamente lo absoluto de Dios, sin lo cual esos poderes no tendrían consistencia. Aceptar lo sagrado dentro del temor, el respeto, la obediencia moral o la fidelidad, es, por consiguiente, ponerse ya en relación con Dios, aunque de modo lejano y frecuentemente deformado.

SAGRADO/RELIGIOSO RELIGIOSO/SAGRADO Por tanto, no hay que considerar a la ligera esas intuiciones religiosas inmediatas, por muy desconcertantes que puedan parecer a conciencias habituadas al servicio del Dios Vivo. Muchos hombres que no conocen de Dios más que ciertos efectos de su acción, pueden serle así fieles, de manera oscura. Cada vez que distinguen lo sagrado admiten, en efecto, que dependen de un más allá de sí mismo y realizan, bajo forma muchas veces insuficiente, uno de esos actos de humildad sin la cual es imposible llegar a la fe.

No deja de desconcertar nuestra inteligencia constatar que la adoración del Dios Vivo puede realizarse a través de contenidos de conciencia o de actitudes personales tan diferentes. ¿De dónde procede esa dispersión de un anhelo de conocimiento que debiera convergir en un objeto único, el Dios personal en quien se funda toda existencia? La única respuesta posible a esta pregunta parece ser la existencia del pecado original. Si en el orden del conocimiento existen consecuencias del pecado, ciertamente debemos buscarlas en la confusión de la noción de lo divino. El pecado introdujo en la capacidad natural del hombre para conocer un desorden tal, que confundimos los atributos de Dios, su poder absoluto y su libertad con las fuerzas elementales que mueven la experiencia cotidiana. De esta manera los que sufren ansiedad sienten lo sagrado como un poder que los aplasta y tienen la impresión de que lo divino los ahoga, los aniquila. Temperamentos dotados de mayor fuerza de expansión, lo consideran como la vitalidad que los afirma. Los seres sensibles a la existencia colectiva lo ven como la clase social o el poder de la nación. Finalmente las personalidades más fuertes o capacitadas para la entrega de sí mismos lo entienden como una llamada a la consagración de sus personas. Podríamos multiplicar estas observaciones y resaltar los distintos factores ligados al carácter, a la edad, al sexo o al ambiente que intervienen en la sensibilidad para con lo sagrado y producen las máscaras que para tantos individuos posee la imagen de Dios.

Después de un estudio de esta naturaleza comprenderíamos mejor dentro de qué confusión se ejerce ordinariamente la acción de la Iglesia. El sacerdote o los laicos cristianos, en efecto, no presentamos a Dios a gente que no lo conoce de ninguna forma o que le es radicalmente indiferente; al contrario, frecuentísimamente nos encontramos con hombres que, sin tener conciencia de ello, han transformado a Dios en un ídolo. Es con la presencia de personas así, como se celebran a menudo las ceremonias litúrgicas, especialmente las ceremonias familiares, bautismos, bodas o entierros. Por consiguiente, son interpretadas por los asistentes en función de ese substrato representativo, muchas veces muy ajeno a aquel con que la Iglesia expone los misterios de fe y elabora los ritos sacramentales.

LA LIBERTAD EN CONFLICTO CON LO SAGRADO

Es preciso apuntar aquí otra fuente de equívocos cuyas consecuencias desconciertan a cristianos convencidos. En el plano del conocimiento religioso espontáneo, surcado de tales confusiones, surge el conflicto, que no se pueden ni imaginar los que viven la fe, entre el anhelo de vivir y el sentido de lo sagrado. Efectivamente, éste frecuentemente es considerado como aplastante y, por tanto, opuesto a la libertad. Provoca una impresión de violencia que hace pensar que todo abandono a su influencia significa una cierta renuncia a la existencia personal. Como, por otra parte, muchos de los que experimentan la cercanía de lo sagrado se encuentran desarmados frente a él y buscan controlarlo por medio de prácticas superficiales, tienen aversión a ese poder que no pueden evitar y juzgan como otras tantas actitudes de debilidad sus actos religiosos.

Por esta razón, desde los libertarios del siglo XVII, toda una corriente de pensamiento occidental se entregó a la tarea de desligar a la humanidad del sentido de lo sagrado a fin de conducirla hacia la libertad. En el principio de todas las corrientes antirreligiosas de los tiempos modernos, podría encontrarse la voluntad de posibilitar al poder de acción de los individuos o de las sociedades realizarse plenamente, sin temor a ser truncado por la obsesión de lo sagrado. Es menester no olvidar nunca dichas reacciones elementales para comprender de qué fuentes ocultas surgen las actitudes de hostilidad hacia el cristianismo o hacia la Iglesia tan frecuentes en nuestra época.

Todas las formas del sentido de lo sagrado que acabamos de recordar pueden ser percibidas como otros tantos modos de ahogar la libertad humana. Dicha percepción es más fuerte cuando se trata del sentimiento de lo sagrado, del estupor. En efecto, cuando, con motivo de una catástrofe o de un miedo espantoso, un hombre sufre la impresión de que su vida personal está rota y dominada por una fuerza contra la cual no tiene ningún poder, ve paralizada su capacidad de acción y de previsión. Tiene el sentimiento de que, si se somete lleno de temblor a esa fuerza que domina su vida, acepta la derrota de su libertad y renuncia a obrar de manera autónoma. Considera, por tanto, el sentido de lo sagrado como una actitud global de alienación que degrada profundamente su dignidad personal.

Cuando el sentimiento de lo sagrado está unido a la constatación de la superabundancia de la vida, no parece provocar, como el estupor, la asfixia de la persona. No obstante, debemos reconocer que las formas religiosas, a menudo panteístas, que provoca en las personas, las conduce igualmente hacia cierta disolución de su conciencia individual. Para un hombre dominado por impresiones de este género, la persona está arrastrada por un anhelo vital flojo, desvaído, y sus compromisos libres pierden importancia.

Cuando lo sagrado es percibido como el poder de lo colectivo, estimula la imaginación y da impresión de fuerza, pero también, como en el caso precedente, desconoce del valor de los destinos personales. La individualidad se difumina dentro de una masa que la domina por todas partes y le impone mitos que acaparan, en pro de una nación o de un partido, toda su capacidad de adhesión.

En todos estos casos, el sentido de lo sagrado se desarrolla, por tanto, a expensas de lo humano, es decir, de la fuerza que posee la libertad individual para transformar el mundo. Parece, pues, que para permitir que la persona llegue a ser ella misma acrecentando su iniciativa, sería necesario liberarla para siempre de la representación de lo sagrado y ayudarle a considerar el mundo como integralmente profano, es decir, como totalmente sometido a su poder. Es el ideal del laicismo.

Esta palabra, que puede parecer puramente negativa a un cristiano que vive su fe, posee, para todo hombre que sufre lo sagrado como algo que aplasta la grandeza humana, una admirable fuerza de sugestión. Para los verdaderos militantes laicos, el laicismo representa la condición fundamental de toda civilización del hombre. De esta manera, los marxistas consideran la lucha contra la religión como la primera exigencia para una transformación social. Los acontecimientos políticos recientes nos muestran que ninguna razón de táctica o de coyuntura internacional tiene peso frente a la urgencia que ellos confieren a una acción así. Las persecuciones metódicamente realizadas se explican únicamente porque ven en toda actitud religiosa una alienación y de ahí un debilitamiento del poder de lucha de la colectividad.

Todo lo sagrado ¿se opone al humanismo? Todo sentimiento religioso ¿provoca un aplastamiento de la conciencia individual? No podemos realizar una afirmación de esta naturaleza sin examinar todas las formas de adhesión religiosa. Ahora bien, hasta el momento hemos pasado en silencio la adhesión que supone la fe cristiana.

LA BIBLIA Y LA REVELACIÓN DE LO SAGRADO BI/SAGRADO SAGRADO/BI D/SEÑOR D/DESINSTALADOR FE/DESINSTALA :

Frente a estas formas del sentido de lo sagrado, que la conciencia moderna considera como degradantes, tenemos que ensalzar lo sagrado del Dios Vivo. En la Biblia, Dios es el Santo. Provoca, como todas las experiencias religiosas elementales, un poderoso sentimiento de desorientación. Tal como las diversas situaciones de que acabamos de hablar. El trastoca lo profano e intranquiliza al hombre acostumbrado a vivir en un mundo en que todo le está sometido. El Dios de Israel es el Señor; desbarata todo lo que no reconoce su reino; incluso crea un ignoto más fuerte que las impresiones oscuras de lo sagrado antes consideradas, porque sobrepasa totalmente la expectativa humana. Lo que aporta no tiene comparación posible con lo que los hombres desean: estar protegidos de los enemigos, poseer la tierra, tener una numerosa familia, ser admirados por los demás y conocidos por sus conciudadanos en las puertas de la ciudad. Yahvé barre todos esos sueños limitados y propone, por ejemplo, a Abraham una posteridad tan numerosa como las estrellas del cielo o las arenas del mar. Semejante inmensidad confunde la imaginación del que la acepta y lo transporta a un universo totalmente distinto de su ambiente familiar de existencia.

La Biblia, por otra parte, no nos da solamente las palabras de Dios, nos presenta también sus actos. Actos que poseen un milagroso poder que rompe los marcos ordinarios de existencia humana y desbarata las seguridades aparentemente más firmes. Sin embargo, a diferencia de las formas inferiores de lo sagrado la fe en Yahvé no aplasta al hombre. Si lo desconcierta, y echa abajo su representación del universo, es para conducirlo a un mundo nuevo donde su personalidad alcanza dimensiones infinitas. Efectivamente, el Dios de Israel no es una fuerza cósmica impersonal o una fatalidad, es un Dios que habla y hace llegar su llamamiento al corazón de quien lo busca; instaura con él un diálogo. El hombre escucha una palabra que le revela lo insondable, y despliega ante su capacidad de adoración el poder irresistible del Altísimo, pero es invitado a responder y a entrar en esa nueva existencia dejando un mundo sin salida y convirtiéndose en miembro de un nuevo pueblo. De tal modo que, al acoger en la fe la manifestación del Señor, descubre por una parte que su universo habitual es inconsciente, y por otra que los límites que aprisionaban su libertad desaparecen ante la palabra del Señor. Actuando en la fe puede alcanzar la plenitud de su fuerza. La historia de Israel, la enseñanza de los Profetas y de los Salmos descubren sin cesar al Dios Santo como liberador. Nos lo presentan llevando tras sí, por su gracia, a los miembros de su pueblo, a un mundo sin proporción con el ambiente restringido que los tenía prisioneros. Así, lo sagrado del Dios Vivo engendra un reino de libertad.

LO SAGRADO EN EL EVANGELIO

El cristianismo, sin embargo, no contiene solamente la Revelación del Dios Vivo: encierra también en sí el misterio de Jesús. Que nos impone, a su vez, una forma propia de sagrado. Los evangelios nos presentan a Cristo, a un tiempo cercano y distinto. Los relatos de San Marcos, por ejemplo, después de cada descripción de los milagros y de los discursos de Cristo, narran la impresión que producen en sus testigos: "Después de haberle escuchado fueron llenos de estupor y gritaron: jamás hombre alguno habló como este hombre". También: «Fueron arrebatados por una admiración sin límites.» "Estaban fuera de sí". "El terror se apoderó de ellos", etc... Expresiones plenamente peculiares del sentimiento de lo sagrado. La admiración, el terror, el estupor, el entusiasmo, señalan la súbita conmoción que produce en quienes rodean a Jesús la constatación del poder divino de sus actos. Cuando aparecen palabras así en los relatos evangélicos, nos muestran a Jesús irradiando a su alrededor la fuerza misteriosa de Dios y atestiguando que El posee una grandeza que proviene de otra parte y sobre la que no tienen poder ninguna de las formas ordinarias de acción del hombre.

No obstante, el Evangelio nos muestra también a Jesús cercano a todos y al mismo nivel que los más humildes. Nos presenta a Cristo compartiendo nuestros sufrimientos, nuestra soledad, las dificultades de nuestra existencia. Tiene hambre, llora, siente el cansancio, la sed, recorre con sus apóstoles los caminos de Galilea. Aquel que irradia un poder y una gloria impropios de este mundo, comparte hasta el fin esta existencia nuestra sucesiva y limitada. Emparentado con una familia cuyos deseos y juicios son de lo más mediocre (basta recordar los "hermanos" o "hermanas" de Jesús de quienes hablan los Evangelios), mezclado en las querellas de Saduceos y Herodianos, con una actitud modelo a seguir en un ambiente humano cerrado y prisionero de las pasiones más míseras. Sus compañeros de andanzas y apostolado son hombres cuya mayor preocupación es saber quién estará sentado a su derecha y a su izquierda en su Reino. Jesús, que es "de arriba" y que no tiene más que rogar a su Padre para que le envíe al instante «doce legiones de ángeles», ama a este mundo y hace de él el marco de su existencia terrena.

Así, en Jesucristo, lo sagrado se manifiesta en forma inexistente en el Antiguo Testamento y desconocida para el sentimiento religioso espontáneo: la cercanía del amor fraterno. Jesús, cuyas palabras y milagros traspasan continuamente los horizontes de la existencia humana, acepta por obediencia llevar día a día una vida de hombre semejante a la nuestra y conocer todos nuestros límites. Lo sagrado en El no es ya, por tanto la manifestación de un poder que, con su soberanía, trastoca los proyectos del hombre, o de una palabra que cambia la historia y crea un nuevo pueblo; es un amor cuya humillación voluntaria hace brillar la trascendencia divina en el corazón mismo de un destino humano. Gracias a Jesucristo, lo sagrado está presente en el mismo mundo y los hombres pueden unirse a El y en El por la fe. En todas partes donde Cristo está, saca a luz la mentira del mundo profano que cree poder subsistir por sí mismo sin tener en cuenta la Sabiduría de Dios. Pero también la verdadera grandeza de los hombres que componen este mundo, puesto que están llamados por Dios para construir con él la historia. Así, Jesús ilumina con su palabra y su acción las verdaderas dimensiones de lo real. Su santidad disipa la ceguera que impide a los hombres ver a Dios a través de las realidades sensibles: descubre a los hombres el sentido de la creación y le confiere su esplendor. En Cristo, puede recomenzar la adoración a Dios a través de las criaturas y de la historia.

Por otra parte, el poder del amor de Cristo va más lejos. No solamente proporciona a las criaturas su verdadero rostro; hace de la naturaleza redimida un universo divino capaz de introducir al hombre en lo sagrado y de transmitir la gracia. La liturgia, acción de la Iglesia, cuerpo de Cristo, no solamente restituye a las cosas y las personas su poder de significación natural, sino que, además, confiere a ciertos símbolos una eficacia sagrada De esta manera, el pan, signo de regeneración, se convierte por la palabra del Señor, en alimento de Vida Eterna; la comida, símbolo de comunión humana, llega a ser sacramento de la unidad de los cristianos. Con su muerte, Jesús liberó al mundo de la vanidad que lo tenía cautivo y lo hizo entrar en la gloria de la Resurrección; por esta razón las realidades creadas, renovadas por su gracia, pueden participar en la Santidad y llegar a ser para el mundo instrumentos de resurrección: sacramentos, «signos sagrados».

El poder de regeneración de Jesús se difunde por medio de la Iglesia en las naciones del mismo modo que en la historia. La Iglesia, comunidad humana fundada por y en Cristo, se perpetúa a través de los siglos en su institución jerárquica y en su valor de nuevo pueblo. Pone a Jesús al alcance de las generaciones sucesivas. Es, como su Señor, totalmente del mundo, es decir, está totalmente insertada en lo profano, puesto que está formada por grupos humanos que tienen cada uno su particularismo sociológico y sus límites, y, sin embargo, es «de otra parte», puesto que en el corazón mismo de las sucesivas existencias manifiesta a Dios que es Distinto y llama al hombre a una nueva vida. Lo sagrado de la Iglesia, como lo de Jesús, es de esta suerte una presencia de amor que manifiesta la alteridad de Dios en una participación total en la vida del mundo.

Por el simple hecho de ser fiel a su Señor y estar animada por su gracia, la Iglesia juzga al mundo y descubre lo absolutamente negativo de las ambiciones, maledicencias y codicias que lo animan; pero por eso mismo, lo purifica y permite revestirse de la huella gloriosa de su Creador. La Iglesia revela al hombre que él es más grande de lo que piensa cuando está totalmente dominado por un ambiente profano; de esta manera despierta lo sagrado que cada hombre lleva en sí, pero al mismo tiempo lo purifica y lo renueva al hacerle participar de la santidad del Dios Vivo, de su Amor. Con pecadores, constituye el Cuerpo de Cristo.

EDUCACIÓN CRISTIANA DE LO SAGRADO

En el cristianismo, lo sagrado no es ya, por tanto, un poder que destruye la libertad y el equilibrio de la vida; es una cercanía de amor que libera a los que alcanza y que los renueva en la verdad. Por eso, cuando el hombre acoge en la fe la Revelación cristiana, sus confusas aprehensiones religiosas se unifican en el reconocimiento de una presencia personal. Entre la palabra divina y sus esperanzas más secretas se produce cierta conexión que lo conduce hacia una libertad nueva. Entre llamada y respuesta se da un intercambio, una relación que sustituye a la oposición espontánea entre lo sagrado y la voluntad de acción del hombre, porque nada hay más libre que la llamada con que el Señor interpela al hombre y la posible respuesta de éste. La fe viva implica el compromiso de todas las posibilidades de acción del sujeto.

No hay fe acabada sin caridad, "la fe actúa por la caridad" (Gál 5, 6). Porque el Dios que llama a los cristianos es un Dios que hace vivir y que salva, y no puede haber unión con El en la obediencia más que participando de su amor creador. Ahora bien, ¿hay algo más libre que el amor? La Iglesia de Dios, en donde se vive la fe en Cristo, es así un ambiente de libertad: los sacramentos que confiere para unir al fiel con el Señor entregado, renuevan en la libertad. Cuando el sentido de lo sagrado está asumido por la fe y se convierte en el reconocimiento de un absoluto que es vida personal y amor, el conflicto entre lo religioso y lo humano desaparece, la "libertad de los hijos de Dios" comienza.

Si en muchos de nuestros contemporáneos encontramos una hostilidad persistente contra el cristianismo, es porque identifican el cristianismo con el sentido elemental de lo sagrado de que hemos hablado anteriormente, y no perciben la llamada del Dios Vivo. ¿Por qué ese desconocimiento? Es que no han encontrado en su camino cristianos que manifiesten a través de su fe la libertad y el poder de acción que caracterizan una respuesta personal. La atonía de los cristianos que los rodean puede estar motivada porque éstos no percibieron en las instrucciones recibidas una expresión directa de la llamada de Dios y de su designio de amor para con el mundo. Al no habérseles presentado el Señor en su misterio de vida, quedaron en la ignorancia de lo que es la santidad y sólo descubrieron en el catolicismo, a pesar de una cierta práctica religiosa periódica, una manifestación de lo sagrado anónimo e impersonal. De esta manera han sido incapaces de superar el temor religioso elemental. Claro que contratestimonios de este género no bastan para explicar el ateísmo; éste procede de la rebelión radical contra la soberanía de Dios, que a veces se adueña del corazón humano y constituye la esencia del pecado; pero sigue siendo verdad que Dios ha sido presentado con demasiada frecuencia a algunos de nuestros contemporáneos bajo las especies de un poder oscuro, y que no se les ha hecho escuchar suficientemente la llamada que Dios dirige al hombre por medio de Jesucristo. ¿Qué valor tiene el sentido de lo sagrado que hemos descubierto bajo formas tan diversas en la mayor parte de los hombres? Al notar que a menudo mantienen al sujeto bajo la opresión, y que no suscita el florecimiento de su libertad, he subrayado su carácter equívoco y he afirmado incluso que es, cuando no está reorientado desde dentro por el mensaje del Evangelio, uno de los motivos más ciertos de ateísmo. ¿Debemos concluir por lo mismo que no tiene valor y que no debemos conceder ninguna importancia a las circunstancias en que se manifiesta? Cualquier decisión en un terreno así tiene gravísimas consecuencias para la orientación del apostolado. En efecto, según la solución adoptada, un cristiano estará impelido a considerar que el sentido de lo sagrado constituye una condición previa para la fe y, por tanto, que hay que fomentarlo para llegar a la vida religiosa auténtica; o que solamente es una desviación contra la que debemos luchar, del modo que sea, a fin de liberar la conciencia de toda opresión oculta.

Los sacerdotes que ejercen su ministerio en regiones descristianizadas, continuamente se enfrentan con este problema, porque la masa a la cual se dirigen frecuentemente sólo posee esta forma de sensibilidad para las realidades religiosas. Multitud de nuestros contemporáneos relacionan las experiencias de este tipo con las fuerzas invisibles a que vienen a recurrir en ciertos momentos y cuyos depositarios son los sacerdotes. Para muchos hombres de nuestro tiempo, el sacerdote no es el ministro de la Iglesia de Jesucristo, sino solamente el hombre de lo sagrado. Al verlo piensan espontáneamente en sus impresiones religiosas inmediatas, con todos los equívocos consiguientes. Por consiguiente, es imposible, en una obra de evangelización, desconocer un modo de conocimiento que estructura las representaciones religiosas fundamentales de muchos; tener en cuenta esas manifestaciones del sentido religioso no quiere decir, sin embargo, dejarse engañar por ellas y atribuirles un contenido de certeza que casi nunca poseen. Cuando percibe manifestaciones exteriores que indican una simple sensibilidad para lo sagrado, el cristiano preocupado por la fe debe tratar de medir su alcance y averiguar qué luz aporta sobre lo absoluto de Dios; así podrá precisar las modalidades que debe revestir su tarea de testigo del Evangelio y de santificador. Todo miembro de la Iglesia es redentor con Cristo, lo cual quiere decir que debe permitir a las impresiones elementales de lo sagrado, frecuentemente viciadas por el pecado, purificarse, a fin de transformarse en auténtico conocimiento de fe. Asimismo, que no hay que destruir la naturaleza, sino enderezarla para hacer aparecer la imagen de Dios que existe en ella; también, que no hay que destruir la base espontánea del conocimiento de Dios que es el sentido de lo sagrado para conducir a la fe teologal.

¿Cómo trabajar en esta redención de la inteligencia? Iluminando siempre con el anuncio del mensaje cristiano y la colación de los sacramentos, los momentos principales de sensibilidad para lo sagrado, conocidos por todo cristiano que posea una cierta experiencia de las almas y provocados por ciertos oficios, ciertos períodos en los que el hombre siente un arrancamiento doloroso respecto a su familia, ciertas situaciones de peligro, ciertos momentos de soledad, ciertas alegrías excesivas, ciertos contactos con sacerdotes, religiosos o militantes cristianos. En cada una de estas ocasiones, se despierta o revivifica un sentido elemental de lo sagrado, que debemos inducir a que se transforme en fe teologal. Esto significa que, en cada una de esas circunstancias, debe llegar al sujeto una palabra de Dios, lo bastante directa y verdadera como para transformar el terror o el entusiasmo elemental que lleva consigo el descubrimiento de lo sagrado. La predicación de la doctrina cristiana, la vida de la Iglesia, la celebración de los misterios deben, sin apartarse un solo instante de su pureza objetiva, poseer un acento personal que alcance al hombre hasta su corazón y le muestre las tareas que el Señor le da para realizar. Sólo una acción pastoral de esta naturaleza puede descubrir al hombre que la realidad sagrada que intuía es el Dios Vivo, Creador y Redentor, y suscitar de esta manera su capacidad de realización y de entrega. Una presentación así del cristianismo permite al que la recibe dominar la impresión de aplastamiento que frecuentemente le producía el primer contacto con lo religioso, y desembocar en la fe teologal.

Las ocasiones de sensibilidad de lo sagrado y de descubrimiento de la cercanía del Dios Vivo pueden provocarse: es el papel de los retiros, de las peregrinaciones o de las predicaciones excepcionales. No obstante, dichas formas de acción religiosa sólo pueden realizarse raramente. Pero el misterio de Dios debe manifestarse al hombre continuamente. Por consiguiente, la existencia de lo invisible debe ser revelada cotidianamente a los corazones indiferentes de otra manera. Dicho camino no puede ser más que la presencia en los distintos ambientes sociales de hombres o de comunidades que atestigüen con su misma vida la existencia de Dios. En efecto, cuando unos cristianos viven verdaderamente de Dios, son a la vez más libres que otros, porque su unión al Señor los libra de la presión social, y más cercanos a los que los rodean porque reconocen en ellos la semejanza divina. Manifiestan de este modo que la alteridad de Dios y su transcendencia no significan desconocimiento de las realidades humanas, sino proximidad y amor. Con hombres así, los que buscan un más allá de lo humano, podrán reconocer que la paz del corazón y la libertad no son ajenas a la fidelidad al Dios Vivo.

La mayor parte de las conversiones que constatamos a nuestro derredor pueden atribuirse a testimonios de este género. La presencia de cristianos que toman de Dios, prescindiendo de los estimulantes ordinarios de interés, sus objetivos de acción y sus energías, muestra, en efecto, la inconsistencia del mundo de las apariencias y la firmeza de la palabra divina. Permitir a los miembros de las distintas colectividades humanas beneficiarse con un testimonio de esta clase debe ser una de las preocupaciones constantes de aquellos que tienen, en la Iglesia, el servicio del Evangelio. Así, pues, una manifestación de esta naturaleza no puede ofrecerse en las condiciones ordinarias de la vida moderna más que por medio de auténticas comunidades de fe. Su creación y su desarrollo son la única respuesta eficaz al ateísmo contemporáneo, porque solamente la vida puede demostrar que el sentido religioso y la libertad, lejos de excluirse, se fortalecen mutuamente.

BRIEN-ANDRE
FE ADULTA Y ADULTOS
CELAM-CLAF
MAROVA. MADRID-1971.Págs. 15-33