SECULARIZACIÓN Y FE

ALBERT DONDEYNE


I. EL HILO CONDUCTOR
SECULARIZACION/FE 
El título de este artículo nos servirá de hilo conductor a lo largo de 
nuestra exposición. 
"Secularización y fe": tres palabras que desde el punto de vista 
lógico, diríamos son dos términos y una cópula: el término 
«secularización», el término "fe" y la cópula (conjunción) "y" que es sin 
duda el elemento más importante e indica relación entre los dos 
términos. 
La secularización es uno de los "slogans" de nuestra época. La 
palabra viene de «saeculum» que significa: el mundo de los laicos, o 
más exactamente el mundo a secas, pues este mundo es tanto el 
mundo del sacerdote como el del laico. De hecho se trata del mundo 
profano que llamamos también "el siglo". La secularización hace 
pensar en la elaboración del «siglo», del mundo profano, realizada en 
familiaridad con las exigencias de este mundo, respetando su 
autonomía. 
Observemos que las expresiones secularización y «secularismo» 
pueden recibir dos matices en cuanto a su significación, como todas 
las palabras terminadas en los sufijos "ción" o "ismo" (democratización, 
desacralización, desclericalización, etc.). Pueden reflejar un estado de 
hecho: así frecuentemente entendemos como "democratización" de la 
enseñanza, una cierta situación de la enseñanza. Pueden también 
indicar una tarea a cumplir, un deber: la democratización de la 
enseñanza significa entonces que la enseñanza y la educación deben 
llegar a ser accesibles a todos, en igualdad para todos los niños. 
Según el contexto, la palabra secularización recibe la significación de 
una situación, o la de una tarea. Matiz que debemos tenerlo 
constantemente presente. De todos modos, la transformación del siglo 
es una de las grandes tareas de nuestra existencia, pues el hombre es 
un ser "constructor de un mundo". El proceso de unificación de nuestra 
tierra implica como consecuencia el deber de construir un mundo en el 
que haya espacio, libertad y paz para todos y cada uno. Lo cual sólo 
puede realizarse con la colaboración de todos los hombres de buena 
voluntad. 
Esta gran tarea, ante la que nos encontramos, la expresamos así: es 
la dimensión horizontal de nuestro estado de hombre. ¿Por qué 
"horizontal"? Para expresar que el mundo es nuestro horizonte vital, el 
medio en el que vivimos y trabajamos, un medio que debemos 
construir y reconstruir nosotros mismos para hacerlo digno del hombre. 

El segundo término de nuestro título es: fe. Fe divina significa: fe en 
Dios, confianza en Dios que se ha revelado como Emmanuel en Cristo, 
lo que significa "Dios con nosotros y para nosotros". 
Para el creyente, el siglo no es la última respuesta. Es Dios. 
Eso no significa que el creyente está convencido que detrás o 
encima o en el interior del mundo debemos pensar en un principio 
director que se llamaría Dios, de la misma forma como en las 
moléculas hay también átomos y en los átomos todo tipo de elementos 
subatómicos tales como electrones y núcleos, que también pueden ser 
divididos. 
CREER/QUE-ES:Creer en Dios no quiere decir solamente que 
aceptamos la existencia de Dios, sino que le reservamos un lugar en 
nuestra vida. En el interior de la dimensión horizontal hay, pues, lugar 
para una dimensión distinta: una dimensión vertical o dirigida hacia 
Dios, una dimensión «teologal» o "divina", en el sentido en que 
decimos que la fe, la esperanza y el amor son virtudes teologales, 
originadas en Dios y que tienen a Dios mismo por objeto. Fe, 
esperanza y amor tienen su raíz en la revelación que Dios realiza de sí 
mismo a través de Jesucristo. Esta es la razón por la que Dios figura al 
principio y al fin de nuestro credo: «Creo en Dios, Creador del Cielo y 
la Tierra, y creo en la vida eterna", es decir, en la vida que está en 
Dios y de la que hemos llegado a participar por la fe. D/CONOCER: 
Como dice San Juan: "La Vida eterna consiste en poder conocer a 
Dios". No se trata aquí de un conocimiento estrictamente conceptual o 
abstracto, sino de una aprehensión real por la que Dios desea 
convertirse en la gran realidad para el hombre. "Conocimiento", en el 
sentido que tiene esta palabra en una expresión como: un muchacho 
conoce a una joven. Aquí no significa que el muchacho posea un 
conocimiento teórico de ella, sino más bien que ella ha entrado en su 
vida y ésta ha cambiado completamente en plenitud. Cuando Dios 
entra en la vida de un hombre, todo resplandece de novedad. 
Queda la pequeña conjunción "y". Con ella queremos señalar 
determinada relación entre los dos términos precedentes. El fenómeno 
de secularización debe realmente "reconciliarse" con la fe divina. 
Nuestra atención debe especialmente aplicarse sobre esta relación. El 
fenómeno de secularización -el hecho de vivir en un mundo 
secularizado, es decir, en un mundo para adultos- repercute sobre 
nuestra fe. Para algunos, este fenómeno de secularización tiene el 
efecto de problematizar nuestra fe tradicional y sobre todo nuestra 
visión tradicional de Dios. Entienden que la imagen de Dios, 
transmitida por la Tradición, ya no coincide con el carácter secular de 
nuestro mundo existencial. Este es el tema central de la famosa 
teología de "la muerte de Dios", movimiento teológico 
americano-protestante que partiendo de un análisis de la 
secularización, concluye que nuestra imagen tradicional de Dios no 
puede ya sostenerse, está moribunda y debe ser repensada. La 
expresión "Dios ha muerto" viene de F. Nietzsche; la encontramos en 
una página suya sobre el "hombre loco". ·Nietzsche-F cuenta allí que 
cierta mañana un demente irrumpe en la ciudad con una linterna 
encendida, gritando "¡Dios ha muerto! ¡Dios ha muerto!" La gente 
corrió a preguntarle: "¿Qué te pasa?", el loco dijo: «¿Dónde han 
enterrado a Dios, dónde está?» «Nosotros, los más asesinos entre los 
asesinos, hemos asesinado a Dios.» Según algunos, este pasaje no 
significa que Dios no exista (esta no sería la idea de Nietzsche, al 
menos en ese momento). 
D/MUERTE-DE: Igualmente para los teólogos de esta tendencia 
"Dios ha muerto" no quiere decir que Dios no exista, sino que ya no 
encontramos a Dios por todas partes como antes, cuando Dios parecía 
interpelarnos en cualquier lugar: en el nacimiento de un niño, en un 
amanecer, en el abrirse de una flor o en la maduración de un 
sembrado. Esto ya no sucede en nuestro mundo secularizado, un 
mundo propiamente cerrado sobre sí mismo, en el que Dios 
permanece silencioso. La literatura sobre la muerte de Dios está en 
alza, a punto de conquistar el mercado del libro religioso. Los más 
importantes teólogos de la muerte de Dios son Altizer, Hamilton, Paul 
van Buren en The secular meaning of the Gospel; Robinson en 
Honest to God (Sincero para con Dios). Por otra parte los grandes 
inspiradores de este movimiento son: Bonhoeffer con la idea de un 
cristianismo arreligioso, Tillich y Bultmann. La mayoría de estas obras 
están traducidas actualmente y hacen furor. Su lenguaje es un 
lenguaje protestante y anglosajón, es decir, poco preocupado por una 
formulación dogmática precisa, con la consecuencia de que muchas 
personas comprenden mal la cuestión y piensan que se trata de un 
nuevo tipo de ateísmo. De hecho, lo que plantean estos autores es el 
problema de la fe en relación con la secularización. 
Sea lo que sea, es evidente que el fenómeno de secularización 
plantea problemas complejos a la Iglesia y a la Cristiandad. Es 
justamente esta relación entre secularización y fe divina, significada 
por la insignificante conjunción «y», lo que constituye en definitiva la 
materia de este artículo.
MUNDO/SECULARIZACION Comencemos, pues, por una 
descripción del fenómeno de la secularización. Considerándolo sobre 
todo como situación, particularmente como el hecho de que vivimos en 
un mundo secularizado, llamado también mundo desacralizado. 
Desacralización que debe ser considerada como la continuación de un 
proceso de maduración, de acceso a la edad adulta. Pues la 
implicancia recíproca entre lo sagrado y lo profano es característica de 
una sociedad arcaica, es decir, precientífica. 

II. EL MOVIMIENTO DE SACRALIZACION Y DE 
DESACRALIZACION 
En una sociedad arcaica -indiscutiblemente el caso de los pueblos 
primitivos y en cierta medida el de la Edad Media, e incluso el de 
Flandes hace unos veinte años- se experimenta como "sagrado", 
«santo», «distinto», todo lo que escapa del dominio del hombre y se 
revela al mismo tiempo como una potencia absoluta, que decide la 
suerte del individuo y de la comunidad.
Dentro de estas realidades están sobre todo el cielo y la tierra, 
pues sin lluvia ni rayos solares, sobre los que el hombre no tiene 
poder, y sin la fertilidad del suelo, el hombre moriría de hambre. Por 
esto, todavía decimos hoy, hablando del sol y del buen tiempo: "el 
tiempo de buen Dios". Tenemos la impresión de que los rayos solares 
dependen más de Dios que la electricidad que producimos nosotros 
mismos. Claro que nosotros no fabricamos la electricidad, pero 
tenemos esa impresión porque dominamos su uso. Al contrario, no 
tenemos ningún poder sobre esta luz, sobre este cielo que nos rodea y 
nos da vida y calor; de ahí que es una cosa santa, algo que reposa en 
las manos de Dios: el tiempo del buen Dios. Para los antiguos, el cielo 
era un espacio habitado por espíritus; el sol era algo divino. La misma 
concepción se verificaba con respecto a la fertilidad de nuestra madre 
la tierra, seno del que salen todos los seres vivientes y al cual se 
reintegran después de la muerte. 
Otra gran realidad que fue siempre sacralizada es la vida y la 
fecundidad. Cuando la mujer -es ante todo la mujer la portadora de la 
fecundidad- es estéril, la raza muere: el hecho más grave que puede 
suceder. Por lo mismo la fecundidad y el hijo eran considerados como 
bendiciones de lo alto. Se hablaba de "la bendición de los hijos". 
Expresión que desaparece ahora progresivamente por la de 
"paternidad y maternidad responsables". Por el hecho de que hoy 
sabemos mejor cómo hacer que una mujer no tenga hijos y cómo 
intervenir para provocar la fecundación, se produce un proceso de 
desacralización. No es que la vida tenga hoy menos valor que antes, 
sino que la implantación de la vida aparece hoy mucho más como un 
proceso biológico dominado por el hombre. 
Otra realidad, considerada siempre como sagrada, pero que pierde 
lentamente dicha sacralidad, es la autoridad así como los 
representantes de esa autoridad. En la sociedad primitiva, si 
desaparece el respeto por la autoridad y por aquellos que la encarnan, 
la sociedad se disgrega; el patrimonio espiritual del conocimiento y la 
sabiduría, acumulado por las generaciones precedentes, se dispersa, 
y la raza está amenazada en su misma existencia. De ahí, la aureola 
de sacralidad alrededor de los soberanos. Hasta antes de la guerra, el 
emperador del Japón era un hijo del Cielo, y en la sociedad primitiva el 
patriarca es simultáneamente padre del clan, juez, rey y sacerdote. El 
catecismo que yo estudiaba de niño, a la pregunta: "¿por qué 
debemos honrar a nuestros padres?", respondía: «porque son quienes 
nos guían en nombre de Dios». Son realmente los ministros de Dios. 
Decir esto a la juventud de hoy es hacer el ridículo. La autoridad está 
desacralizada, igualmente la autoridad religiosa. 
Aun para las máximas autoridades eclesiásticas, Papa y obispos, el 
ejercicio de la autoridad es hoy bien difícil. Todos los superiores de 
comunidades monásticas se encuentran con dificultades análogas. Es 
mejor así. Antes el superior era un ser sagrado al que había que 
obedecer ciegamente: Dios hablaba por su boca. Para el hombre 
moderno, eso ya no es tan evidente, y las relaciones entre superior y 
subordinados se han vuelto más complejas y difíciles. Deben llevar el 
sello de la madurez y permitir el diálogo. 
Otra realidad sagrada era el destino de un pueblo. El hombre 
individual y el pueblo en cuanto grupo, no tienen ningún poder sobre la 
determinación de su destino. De allí la idea de Fatalidad. La Moira 
griega se encontraba por encima de los dioses y los hombres. Bajo la 
influencia del cristianismo, la idea de Fatalidad da lugar a la de la 
Divina Providencia. "Francia hija mayor de la Iglesia", expresión que 
revela la creencia en un tipo de vocación divina, en una misión. 
Gezelle pudo todavía escribir: "ser flamenco es ser cristiano". Hoy, no 
lo entendemos ya así. Los flamencos son hombres como los otros. Son 
llamados al cristianismo como cualquier otro pueblo, no son un pueblo 
privilegiado de Dios por el hecho de ser flamencos. 
La emoción intelectual, fuente de dones para el artista, de 
sabiduría para los sabios, y de valentía para los héroes, es igualmente 
percibida dentro de la cultura arcaica como algo sagrado, fruto de un 
"daimon" (una fuerza sobrenatural) en el hombre. El poeta no se hace, 
se nace poeta por la gracia de Dios. El hombre moderno dirá: es una 
disposición psicológica, la manifestación de una percepción intuitiva. 
Finalmente, una última realidad también sacralizada siempre, es la 
voz de la conciencia moral, voz que desde nuestro interior nos habla 
con todo el poder de un mandato sin condiciones, con la autoridad del 
Altísimo. La voz de la conciencia es como la voz de Dios en nosotros. 
No debe asombrarnos, por tanto, que en una sociedad primitiva, 
todas estas realidades fuesen sentidas como santas, como poseyendo 
una esencia diferente a la de las realidades del mundo que 
dominamos. "Santo" significa en hebreo "kadosh", es decir, 
"separado", diferente. (En la Edad Media, por ejemplo, estaban 
convencidos de que la bóveda celeste era de una materia distinta a la 
de las cosas terrestres.) De ahí proviene que las realidades sagradas 
se conciban como la sede o la manifestación de fuerzas 
sobrenaturales: espíritus, demonios, dioses, Dios; fuerzas 
sobrenaturales que uno debía esforzarse en conquistar cultivando su 
trato. Y el culto religioso consistía esencialmente en sacrificios, 
ofrendas, prácticas rituales, oraciones, festividades. Era necesario 
estar "bien" con estos seres, pues ellos decidían la suerte del hombre. 
Si uno iba de caza, debía ofrecer un don a la diosa de la caza, porque 
el bosque y los animales le pertenecían. Si alguien se embarcaba, 
debía antes presentar una ofrenda al dios del Mar, pues el hombre no 
tenía ningún poder sobre la tempestad y su pequeño barco era muy 
frágil; debía estar protegido por el dios de la navegación. 
El mundo existencial del hombre primitivo es, pues, un mundo 
sagrado, lleno de hierofanías, es decir, de realidades naturales u 
objetos culturales en los que lo sagrado se nos muestra, nos habla. En 
la mayoría de los pueblos primitivos el sol es el lugar de la presencia 
de una divinidad. Lo mismo la luna, los árboles, las plantas, etc. Son 
símbolos de la fecundidad. De ahí que en estos pueblos, la religión -en 
el sentido amplio de culto de los poderes sagrados- constituya la 
piedra angular de la vida social, profana. 
Sin el cumplimiento fiel de las prácticas religiosas, la sociedad se 
disgregaría. El Año Nuevo es la ocasión de festejar los 
acontecimientos de los Orígenes y prácticamente, de repetir 
ritualmente esos acontecimientos que produjeron el nacimiento de la 
tierra y la humanidad. Si esto no se cumple, el año siguiente será malo 
y el mundo volverá a caer en su primitivo caos. Hay, pues, una 
implicación muy estrecha entre lo sagrado y lo profano. No hay 
acontecimiento importante que no tenga una dimensión sagrada. 
Vivimos entonces en una sociedad dominada por lo religioso. 
No se necesita, ciertamente, precisar que lo sagrado aquí es de 
naturaleza cosmo-vital. Son considerados como sagrados, sobre todo, 
el cosmos en tanto que totalidad, y la fecundidad de la vida. En esta 
visión del mundo no hay una distinción neta entre creatura y creador. 
Estamos metidos en un mundo de demiurgos y de espíritus. 

III. FACTORES DE DESACRALIZACION
BI/SECULARIZACION 
La desacralización o la secularización del mundo existencial es un 
fenómeno típicamente occidental que ha invadido el mundo entero 
partiendo del Oeste. Casi todos los etnólogos y fenomenólogos de la 
religión están de acuerdo en decir que el proceso de desacralización 
fue puesto en movimiento por la religión bíblica. Tiene su origen en 
ella, porque, para la religión bíblica, hay una clara distinción entre 
Dios, Creador del cielo y de la tierra, y el mundo creado. Para la Biblia, 
Dios es ya el completamente Otro. Confió la tierra al hombre, y el 
hombre es señor de la tierra, así como Dios es Señor del cielo. Que el 
hombre sea señor de la tierra, eso es un regalo de Dios. Los exegetas 
modernos acentúan el hecho de que aunque todavía permanecen 
muchos elementos míticos en la Biblia, estos elementos indican, sin 
embargo, una desacralización. Dios no vive en el arco iris, ni éste es 
una manifestación de Dios, sino el signo de su buena voluntad. 
Otro factor importante que contribuye a la desacralización y la 
secularización es el progreso de la ciencia moderna positiva y la 
extensión de los regímenes democráticos. Las ciencias modernas de la 
naturaleza, la astronomía, etc., han mostrado que el cielo y la tierra 
surgen de la misma materia que la de los objetos habituales de este 
mundo. La biología moderna ha hecho crecer poderosamente nuestro 
dominio sobre la vida y sobre la fecundidad. Y en este sentido, todavía 
hablamos de que "habrá buen tiempo, si Dios quiere", pero esta 
expresión proviene más bien de un estado cultural anterior. Incluso nos 
fastidia un poco esta expresión, porque sabemos que mientras 
nosotros imploramos buen tiempo, nuestro vecino ruega 
probablemente por un tiempo diferente. Mientras en verano, el que 
está de vacaciones en la costa, da gracias a Dios porque el barómetro 
se mantiene en "buen tiempo", el trabajador, a tres kilómetros de 
distancia, reza para que caiga un poco de lluvia sobre sus campos. 
La democracia, naturalmente, ha tenido una gran influencia sobre la 
desacralización de la autoridad y de los portadores de la autoridad. 
Propiamente hablando, la democracia los ha alejado de su sagrado 
trono. La idea de una autoridad "de derecho divino", basado en un 
derecho proveniente de Dios, ha desaparecido completamente de la 
sociedad occidental. E incluso la misma autoridad de los padres ha 
perdido mucho de su carácter sagrado. Podemos afirmar lo mismo con 
respecto a la Fatalidad y al destino. La idea de fatalidad, "moira" en 
griego, ya no tiene lugar en la historia moderna; lo que hacemos es 
buscar los factores que expliquen por qué un pueblo va a jugar un rol 
determinado en el mundo, en un momento dado. Y en cuanto a lo que 
tiene que ver con las expresiones creadoras que surgen del espíritu 
humano, como la poesía, el arte, la filosofía, nadie sueña ya en 
atribuirlas a un "daimon" particular. Términos tales como «musa», 
"inspiración", son más bien imágenes que categorías explicativas. 
Agreguemos también que la sociedad moderna manifiesta cada vez 
más la característica de una gran ciudad, la forma de una gran 
aglomeración. Este es el tema del libro de Harvey Cox: La ciudad 
secular. Una característica de una sociedad urbanizada como la 
nuestra es su anonimato; está abierta a todo. Extrae su diversidad de 
la variedad de grupos y funciones sociales y no, como antes, del 
origen social, de la pertenencia familiar, del valor religioso, en una 
palabra, de elementos que revestían un carácter sagrado. 
Agreguemos, finalmente, que el hombre moderno, el hombre de la 
era atómica, es cada vez más consciente de su poder sobre la 
naturaleza y sobre la historia. Sabe que él mismo es elaborador de 
cultura. "Somos los testigos de un nuevo humanismo, en el que el 
hombre se define primeramente en función de su responsabilidad con 
respecto a su prójimo y a la historia" (Gaudium et Spes). Antes 
acentuábamos que la historia estaba guiada por la Providencia divina. 
Providencia que sigue actuando, pero que debemos imaginar de otro 
modo y con más pureza que antes. 
Hay que destacar que la desacralización de nuestro mundo 
existencial no se produce de un solo golpe. Podemos decir que no está 
todavía terminada y cumplida, pero, sin embargo, tenemos la impresión 
de que el proceso continúa su marcha inexorablemente, bajo la 
influencia de los factores mencionados antes: crecimiento de la ciencia 
y la técnica, democratización de la sociedad, urbanización de la vida 
social y maduración del hombre.

IV. PROBLEMAS NUEVOS, TAREAS NUEVAS PARA EL 
CRISTIANISMO Y LA IGLESIA 
Esta nueva situación del hombre moderno, en cuanto a su propio 
mundo y al mundo religioso, plantea de por sí nuevos problemas y 
nuevas tareas para el cristianismo y la Iglesia. El haberse decidido a 
enfrentar honesta y abiertamente estos problemas es, en cierto 
sentido, el mayor mérito de los teólogos de la "muerte de Dios". 

a) Problemas nuevos D/IMAGENES-FALSAS:
Un primer problema es la secularización del mundo existencial. Ahora 
consideramos la secularización como un deber. Un cristiano debe 
igualmente tomarla en serio, sobre todo él. En sí, no es tan grave que 
la gente ya no diga más "hará buen tiempo, si Dios quiere", y que el 
ejercicio de la autoridad sea hoy más difícil que antes. Debemos tomar 
en serio esta secularización que consiste en la transformación del 
siglo, del mundo profano, conforme a las leyes propias del mundo 
profano, por ejemplo, las leyes propias de la ciencia, de la biología, de 
la sociología, de la política, de la economía. Es necesario construir un 
mundo liberado de la tutela de la Iglesia. La política del "apartheid" y la 
mentalidad de «ghetto» con las que la comunidad de los cristianos 
quiere construirse para sí un pequeño mundo, ya no pertenece a 
nuestro tiempo. Lo que no significa que de golpe debamos hacer tabla 
rasa con todas las escuelas católicas, clínicas y demás obras sociales 
cristianas. Para los cristianos hay muchas y diversas maneras de 
trabajar en la edificación de un mundo comunitario, en el que reinen la 
justicia y la paz, en el que haya lugar y libertad para todos. El gran 
mérito de la constitución pastoral "Gaudium et Spes" es haber 
reconocido clara y precisamente la autonomía del mundo laico. 
De la secularización nace otra tarea. La fe cristiana debe 
desembarazarse de todos los vestigios de un pensamiento arcaico, 
mítico, más o menos primitivo, proveniente de un mundo en el que lo 
religioso y lo profano se confundían. Habrá que hacer un esfuerzo 
-que no es fácil- para llegar a una fe más pura, más conforme al 
Evangelio. Algunos teólogos de la «muerte de Dios» lo expresan de 
manera muy fuerte. Robinson se pregunta: «¿Qué será del 
cristianismo después de la muerte de Dios?»; y por «Dios» entiende 
ciertas concepciones de Dios originadas en gran parte en el mundo 
existencial arcaico. A la cuestión: "¿es aún posible la fe?", responde: 
"Pienso que sí. No solamente a pesar, sino precisamente a causa de la 
muerte de Dios." Esta manera de hablar puede ser inquietante, pero 
significa que la secularización debe incitarnos a lograr una percepción 
más fina, más evangélica de la presencia creadora y santificadora de 
Dios. 
La religión cristiana deberá, pues, desembarazarse de los restos de 
todo pensamiento arcaico y mítico, es decir de todo tipo de 
representaciones religiosas y prácticas inconciliables con el modo de 
pensar y existir de nuestro mundo moderno; de todas las 
representaciones que empañen la pureza de la fe y sean indignas del 
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, del Dios de Jesucristo. 
Entre los vestigios de este pensamiento primitivo, suelen citarse los 
siguientes: 
D/TAPA-AGUJEROS:Primeramente la representación de Dios 
como un "tapa agujeros", "deux ex machina", un Dios al cual 
podemos constantemente recurrir para llenar las fallas que seguimos 
teniendo tanto en nuestra imagen explicativa científica como en 
nuestro esfuerzo por dominar el mundo a través de la técnica. Antes, 
Dios era quien debía intervenir constantemente allí donde no 
percibíamos ningún fundamento, por ejemplo, para explicar el paso de 
la no vida a la vida; llegando así incluso a negar la evolución. En las 
desgracias y en las épocas de crisis espontáneamente recurrimos a 
Dios. Al aproximarse los exámenes, los estudiantes se vuelven de 
pronto muy religiosos. Cuando hay peligro de guerra, las iglesias se 
llenan. Esto no es malo en sí, pero nosotros tenemos necesidad de 
Dios incluso en los períodos de paz, precisamente para ser buenos y 
aportar la justicia que es el camino hacia la paz. A peste, fame et 
bello, libera nos Domine, dicen las letanías. La peste, sin embargo, 
no ha desaparecido por las letanías, sino en razón del desarrollo de la 
medicina. Igualmente el hambre no desaparecerá del mundo por la 
oración, sino por una economía eficaz y una ayuda más generosa al 
desarrollo. Para hacer surgir esa generosidad, la oración constituye, 
sin embargo, un medio poderoso. 
El Dios "tapa agujeros" es una representación fácil, perezosa, sobre 
todo antropomórfica, de esta verdad fundamental: la omnipresencia y 
el señorío de Dios. Dios no es solamente "un tapa agujeros"; es el Dios 
de quien San Pablo dice: "no está lejos de cada uno de nosotros, pues 
en El vivimos, nos movemos y somos". 
¿Qué quiere decir «omnipresencia de Dios»? Algunos parecen 
afirmar que es el hombre quien hace el mundo, aunque esté Dios 
detrás suyo; pero Dios se convierte así en una especie de doble inútil. 
No es así. Pues es en Dios en quien tenemos la vida, el movimiento y 
el ser. 
La vida, es esa "apertura", esa posibilidad de "abrirse a", de 
reconocerse a sí mismo en lo que cada uno es hoy y de reconocer lo 
demás. Es esa capacidad que el hombre posee de conocer una flor 
como flor, de admirarla, de respetarla, y yo diría de elogiarla como flor, 
porque es planta, tiene el derecho de ser una planta: esto es hacerle 
verdad. Es reconocer un bebé como bebé; tiene derecho de ser bebé, 
de ser respetado como tal; esto es promoverlo en su desarrollo infantil. 
Esto es hacerle justicia un poco como la hace Dios cuando crea. Pues 
Dios ha creado creadores. Que una flor pueda ser flor se debe a que 
nosotros llenamos ciertas condiciones en provecho de esta flor. Que 
un bebé se convierta en hombre, es nuestra responsabilidad. Así es 
como entramos en la acción creadora de Dios. 
D/REFUGIO: Otra representación abusiva que contiene, sin 
embargo, mucho de verdad, es la concepción de Dios como 
refugio, como abrigo de una afectividad frustrada. Dios es aquel 
en quien se busca refugio, en donde se intenta encontrar seguridad y 
protección en las dificultades, en cierto modo como el niño asustado 
esconde su cabeza en la falda de su madre, para no ver el peligro. 
Dios se convierte entonces en una especie de coartada, en una huida. 
De este modo abusamos de lo religioso. Es muy posible que algunas 
personas hayan ingresado en un convento debido a este miedo a vivir. 
Un peligro que disminuirá. Mañana el peligro consistirá más bien en 
que los que no tendrán miedo, tampoco entrarán, pero por no tener la 
audacia de creer. Es muy posible que algunas personas recen porque 
no se atreven a enfrentar la vida, como el estudiante que pierde un 
examen y dice: era la voluntad de Dios. Es muy fácil hablar así, pero 
no es de gente esforzada. En lugar de enfrentar la humillación y 
recomenzar ¡se descansa en la voluntad de Dios! Hace de Dios el 
refugio de una afectividad frustrada, recayendo en una especie de 
infantilismo. 
D/GUARDIAN-ORDEN: Una tercera representación de Dios, más o 
menos arcaica, consiste en lo siguiente: Considerar a Dios como 
guardián, como garantía del orden establecido, que es 
frecuentemente un desorden social. Dios, el opio del pueblo. La 
apologética del siglo XIX, posterior a la Revolución francesa, estaba 
basada en su mayor parte en esta concepción. La fe en Dios era 
necesaria para garantizar el orden, para mantener a la gente en calma 
y sumisa. Cuando estaba en el seminario, aprendí en las clases sobre 
equidad, que el socialismo era nocivo porque preconizaba la lucha de 
clases y quería abolir las desigualdades. Decíamos: siempre hubo 
desigualdades en el mundo, un signo claro de que Dios así lo quiere. 
Eso también es abusar de la fe religiosa, abuso que está en 
contradicción con la fe del Evangelio que por el contrario debería ser 
la fuente de una ética audaz en sus aportes a favor de la justicia, la 
alegría y la paz del mundo. 

b) Nuevas tareas 
Dos grandes tareas surgen así a partir de la secularización: 
1.La secularización, como autonomía del mundo profano, debe ser 
tomada en serio, como nos enseña «Gaudium et Spes»; 
2. Al mismo tiempo, debemos hacer un gran esfuerzo para purificar 
constantemente la fe cristiana conduciéndola al nivel del Evangelio. 
Esta segunda tarea fue también uno de los temas más amplios del 
Concilio y del «aggiornamento» de Juan XXIII. "Aggiornamento" no 
significa solamente adaptación al mundo de hoy, sino también 
resurgimiento. Después de la primera sesión del Concilio, cuando el 
Papa Juan XXIII hizo un balance de lo que se había dicho, dijo: "¿Qué 
ha hecho el Concilio? La Iglesia se ha mirado en el espejo del 
Evangelio". Esto lo olvidamos demasiado. En el Concilio, la Iglesia se 
contempla a sí misma en el espejo del Evangelio. Y cuando nos 
miramos al espejo del Evangelio, no encontramos nuestro rostro muy 
bello, hay mucho por cambiar. Es a partir de un retorno a las fuentes 
evangélicas como la adaptación de la Iglesia al mundo de hoy 
alcanzará la profundidad y la fecundidad deseadas. Indiscutiblemente, 
una de las grandes preocupaciones de «Gaudium et Spes», es 
acercar la Iglesia al mundo, ayudarnos a encontrar a Dios en el interior 
de la dimensión horizontal, en el interior de nuestra preocupación por 
el hombre y por el mundo de hoy, mundo que es cada vez más adulto. 

HORIZONTALISMO VERTICALISMO El Papa Pablo VI retoma este 
aspecto en todos sus discursos postconciliares, declarando que la 
Iglesia está preocupada por el hombre y que esa preocupación no está 
en contradicción con el amor de Dios y la fe en Dios, sino que los dos 
aspectos son complementarios. Esto no quiere decir que ambas cosas 
sean fácilmente conciliables; en este momento existe todavía el peligro 
de acentuar unilateralmente la dimensión horizontal, es decir, la 
preocupación por el mundo, poniendo en peligro la dimensión vertical. 
Estamos de tal modo preocupados, justamente, por el mundo y el 
hombre, que surge la siguiente pregunta: ¿Queda todavía lugar para 
Dios dentro del cuadro de la preocupación con respecto al mundo? 
Un nuevo peligro acecha a la Iglesia: a fuerza de subrayar su 
inserción en lo temporal, en el mundo, en el signo del prójimo, un cierto 
cristianismo corre el riesgo de secularizarse, hasta el punto de 
traicionar su origen divino y su esencia divina, un poco como si la 
preocupación por el mundo y el prójimo debiera alejarlo de Dios. Los 
cristianos, se dice, son hombres como los demás; deben practicar las 
virtudes morales como los demás: ser justos, comprensivos, prudentes. 
Pero no olvidemos que para el cristiano hay algo más: está Dios y lo 
que Dios es para nosotros; está la comunión de amor con Dios por el 
hecho del bautismo, lo que llamamos las virtudes teologales: fe, 
esperanza, caridad. Y todavía diría más: es también traicionar al 
mundo. Pues el mundo espera del cristianismo algo que sea obra de 
Dios. 
En este sentido, encontramos entre los teólogos de la "muerte de 
Dios" dos tendencias: una que conserva las dos dimensiones, como 
Robinson, y la otra que da la impresión de que la fe en Dios se ha 
vuelto inútil. El mensaje aportado por el Evangelio se reduce entonces 
al amor al prójimo. El amor al prójimo es lo que hay de divino en el 
hombre, lo incondicional; y la fe en Dios es una expresión del carácter 
incondicional del amor al prójimo. Esta es, más o menos, la posición de 
P. van Buren, en The secular meaning of the Gospel. Tendencia 
que se manifiesta también en cierta medida en nosotros. Podría ilustrar 
esto con muchos ejemplos. Bajo la influencia de Honest to God, de 
Robinson, se pretende que lo divino es solamente el carácter 
incondicional del amor al prójimo. Y ya no nos atrevemos a hablar de 
Dios. Olvidamos entonces que, según Robinson, la diferencia entre un 
cristiano y un ateo-humanista reside en esto: mientras que el ateo 
humanista dice: "El amor es Dios", el cristiano dice con San Juan: 
«Dios es amor». Que no es lo mismo. 
Dentro del campo de la misión se dirá que la evangelización es un 
concepto superado y debe reemplazarse por el de ayuda al desarrollo. 
El objetivo de la acción misionera no sería tanto la evangelización 
como la emancipación económica, social y política. Deformamos 
entonces sin consideración el concepto de secularización, sin observar 
que esta palabra es de hecho susceptible de diversas 
interpretaciones. 
Encontramos una primera significación dentro de «Gaudium et 
Spes», señalando la edificación del siglo en armonía con las leyes 
propias del siglo, respetando la autonomía de la ciencia, la economía y 
la política, el arte, etc. 
Hay una segunda significación, consciente en el despojamiento por 
parte del mundo profano, no solamente de toda tutela clerical, sino 
también de toda concepción metafísica o religión de la vida; esto es lo 
que antes se llamaba laicismo o secularismo. 
Para algunos, una tercera significación expresa la secularización de 
la fe en sí misma; reducen la fe, en cuanto actitud teologal de la vida, a 
la preocupación por el mundo y el prójimo. 

V. TRES OBSERVACIONES PARA CONCLUIR 
Reducir el cristianismo a su dimensión horizontal no es 
«reinterpretarlo», sino aniquilarlo. Sería un cristianismo sin fe, sin 
esperanza y sin amor, un cristianismo sin oración, sin Credo, sin 
Eucaristía. Sería una especie de ateísmo humanista. 
Hay un segundo punto, muy delicado. No basta -así se presenta 
frecuentemente-, pienso entre otros en el sugestivo estudio de J. 
Veldhuis, Kijk niet omhoog, no basta asimilar la dimensión vertical, es 
decir, la vida teologal de la fe, de la esperanza y el amor, la 
explicitación en profundidad de la línea horizontal, con la consecuencia 
de que "el compromiso en el mundo", la creación de la historia, se 
vuelven primordiales, mientras que confesar la fe, la oración y el 
servicio del culto adquieren más bien una significación secundaria. No 
puedo entender tal razonamiento, no lo creo exacto. Por la fe, la 
esperanza y la caridad, estamos englobados en una comunidad de 
vida y de caridad con el mismo Dios que ha venido a nuestro 
encuentro en la humanización de su Verbo y la efusión de su Espíritu 
siendo para nosotros el Emmanuel, es decir, Dios con nosotros y para 
nosotros. La fe cristiana es más que interpretación en profundidad de 
la preocupación por el mundo y del desarrollo de la historia. La fe 
reposa en una iniciativa de la clemencia liberadora de Dios, una 
irrupción de Dios en la historia, por la que Dios quiere habitar entre 
nosotros a través de su Palabra y su Espíritu. 
Lo que llamamos "interpretación en profundidad de la dimensión 
horizontal" es más bien elaboración filosófica. Es tarea de la filosofía 
centrarse en las bases que dan sentido a nuestra existencia. La fe, por 
el contrario, es una adhesión a la Palabra de Dios, viva en el seno del 
Padre y que Dios viene a revelarnos.
FE/COMPROMISO CSO/FE: Para la vida teologal de la fe y la 
caridad, la oración y el compromiso son ambas completamente 
primordiales. La oración es una actividad de la fe: un diálogo con Dios, 
en medio del cual Dios pronuncia la primera y la última palabra. La 
oración bien entendida no es una huida del mundo; conduce más bien 
al compromiso, pues nos hace participar en el amor de Dios, que 
engloba el mundo entero y culmina en el amor al prójimo. 
Finalmente, querría hacer una tercera observación. La literatura 
contemporánea dedicada a la secularización, ciertamente sufre de 
sociologismo y psicologismo. Veo una exageración de la problemática 
teológica. En lenguaje sencillo: la cuestión de saber si hay todavía 
lugar para Dios en un mundo secularizado, debe más bien plantearse 
de esta manera: «¿Qué quiere ser Dios en la vida del hombre, viva 
este hombre en un mundo cultural sacralizado o desacralizado?» La fe 
cristiana, al menos en lo concerniente a su propia esencia, no está 
determinada sociológicamente. Únicamente la manera en que nos 
representamos e imaginamos a Dios está condicionada 
psicológicamente. Sabemos y desde hace tiempo que un niño se 
representa a Dios de distinto modo que el adolescente, y el 
adolescente de distinto modo que el adulto, pero esto no toca la 
esencia de la fe como actitud teologal de la vida orientada a Dios en sí 
mismo. 
La respuesta a la cuestión: "¿Qué desea Dios en la vida del 
hombre?" no nos la da la sociología, sino Dios mismo. Lo que Dios 
espera del hombre se nos ha revelado en la persona de Jesucristo, en 
su muerte en la cruz y en su resurrección. Haec est voluntas Dei, 
sanctificatio vestra. Nuestra santificación es tan posible en este 
mundo secularizado como en el mundo anterior, precientífico. 
Creer, es decir «amén» a Dios, que viene a nosotros en su Verbo 
encarnado. Y esto asemeja hoy al tiempo de los apóstoles, cuando 
Pedro decía: «Conocen solamente las Palabras de la Vida Eterna.» 
Creer es admitir que Dios penetra nuestra vida y mejora todo, incluso 
nuestras relaciones con el prójimo. A esto la Escritura lo llama frutos 
del Espíritu de Dios: paz, alegría, espíritu de servicio, bondad. Un 
hombre que ama a Dios, se convierte en seguida en otro hombre: 
mucho más libre, abierto, menos egoísta y replegado en sí mismo. De 
ahí también la importancia de la vida contemplativa. 
Una comunidad religiosa sin contemplativos es una cultura sin 
poetas y sin artistas. 
La dimensión horizontal y vertical de la vida cristiana no entran en 
mutua competencia; son complementarias, se perfeccionan una a otra, 
a condición de que cada una mantenga sus derechos y que ninguna 
sea sacrificada a la otra. Esta es la significación de la pequeña 
conjunción «y» de nuestro título "Secularización y fe".

ALBERT DONDEYNE
CATEQUESIS Y MUNDO DE HOY
CELAM-CLAF
MAROVA. MADRID-1970.Págs. 1O3-119