La religiosidad «local»

¿Qué valoración evangélica?;
¿qué acercamiento?


Antonio GARCÍA RUBIO
Sacerdote diocesano
Parroco de Colmenar Viejo (Madrid)


Es evidente que la religiosidad de los pueblos, la religiosidad local, 
está fuertemente apoyada y controlada por diversos grupos sociales, 
familias y estamentos que no pocas veces compiten entre sí para 
mantener vivo lo propio y genuino de cada lugar y de cada cultura, 
combinándolo, en un difícil equilibrio, con el mensaje universal de la 
Iglesia católica y de sus representantes y seguidores. 
No suele ser fácil, desde el punto de vista antropológico y social, 
conseguir ese necesario equilibrio entre lo propio y lo universal, entre 
lo local y lo eclesial. La disputa que suele venir aparejada al control de 
las imágenes y de la determinada estructuración social que conllevan 
no es siempre fácil, y en muchas ocasiones puede acarrear 
dificultades serias en la convivencia y en el mantenimiento de los 
mínimos esenciales y necesarios para que todo un proceso humano y 
de fe, como es éste de la religiosidad local, pueda acabar siendo 
positivo y constructivo para la vida social de los pueblos y para el 
soporte y el crecimiento de la fe cristiana, que es, desde nuestro punto 
de vista, lo fundamental. 

1. Criterios para una valoración
Desde la óptica de un sacerdote implicado en la religiosidad popular 
y local, como es el que escribe, deberíamos tener en cuenta una serie 
de elementos o criterios que ayudaran a que esta religiosidad sirviera 
para un progreso y un crecimiento humanos y cristianos: 

1. LAS Exigencias ELEMENTALES DE LA FE CRISTIANA NO DEBEN 
ENTRAR EN CONFLICTO con las tradiciones de los pueblos ni con 
aquellos que velan por la pureza y la genuinidad de dichas tradiciones. 
Si alguna vez es necesario protagonizar un conflicto, éste ha de ser 
bien estudiado y consultado, de modo que no sea un conflicto artificial 
y foráneo. Desde un punto de vista objetivo, los únicos conflictos 
posibles entre la institución eclesial y los seguidores de un culto 
determinado han de venir determinados por la dogmática o por la 
moral, pero nunca por las costumbres, por los ritos, por los usos ni, lo 
que es peor, por los «egos» humanos, ligeros, peculiares, enconados 
y generalmente dispuestos a utilizar cualquier excusa para provocar el 
enfrentamiento. 

2. LA IGLESIA OFICIAL TIENE UNA MISIÓN ESENCIAL que cumplir 
en la religiosidad local: dirigir los pasos de sus exhortaciones, de su 
palabra y de sus orientaciones por el camino de la fe común, del 
Evangelio y de una sana pedagogía que sirva para que el pueblo de 
Dios se pueda acercar cada vez más al Misterio de Dios, que se hace 
presente en la vida de los pueblos de miles de formas diversas. El 
lenguaje que evoca o hace presente a Dios en medio de la historia 
cambia, y las formas en que presentamos la fe también cambia; por 
eso la misión de la Iglesia es ir evocando en cada época y en cada 
circunstancia humana los modos y las palabras propios, con el fin de 
hacer posible lo que Dios, aquí y ahora, diría a estos seres humanos 
concretos. «Asítambién, a medida que se desdibuja inevitablemente la 
figura histórica de Cristo, fijada en una época, un lenguaje y una 
cultura que pertenecen al pasado vamos encontrando la palabra, 
sugerida desde dentro de nosotros, con la que él comunicaría hoy su 
buena noticia sobre nuestra historia para llenar ésta de sentido»1. 

3. LOS SACERDOTES Y LAS COMUNIDADES CRISTIANAS 
EVOLUCIONADAS QUE ESTÁN IMPLICADAs en lugares donde se 
pone en juego la religiosidad local han de adquirir una visión nueva y 
comprensiva de la religiosidad tradicional, a la vez que una visión lo 
más formada posible sobre la realidad humana y social en que se 
insertan estas tradiciones religiosas. 
Es muy posible que cristianos educados en el postconcilio, 
formados en la vida comunitaria y en el conocimiento de un Evangelio 
que es llamada a la liberación, no tengan necesidad de expresar o vivir 
su fe desde la óptica de la religiosidad popular. Es más, puede darse 
el caso de que lleguen a considerar que el modo de expresión de la 
religiosidad popular es caduco y dudoso en su relación con el 
Evangelio. Sin embargo, no creo que pueda darse como alternativa, 
desde esta concepción evolucionada del cristianismo, la negación de 
todo valor a unas manifestaciones religiosas que no serán del gusto de 
unas u otras concepciones de la fe o de unos determinados modos de 
entender la religiosidad, pero que están ahí, en la vida del pueblo, 
siendo en muchos casos el único soporte inteligible para las relaciones 
entre Dios y mucha gente sencilla que no ha evolucionado por falta de 
medios o de posibilidades. 
Convendría recordar las palabras de Cristo: «el que no está contra 
nosotros está a favor nuestro». Y convendría, desde una mirada 
comprensiva y colaboradora con los hermanos cristianos, hacer un 
acercamiento cada día más auténtico a las fuentes de la religiosidad y, 
evidentemente, a las consecuencias que comporta una manera u otra 
de entender y vivir la fe. 

4. EL PROBLEMA QUE SUBYACE PARA MUCHAS COMUNIDADES 
CRISTIANAS por debajo de muchas de estas manifestaciones 
religiosas es que no encajan con un cristianismo adulto, con una 
vivencia creyente de hombres y mujeres que no viven su fe desde el 
imperativo moral o desde la formulación dogmática o desde el espíritu 
que impone la tradición; que han hecho una honda experiencia 
espiritual, una opción personal y comunitaria de la fe, y han 
desarrollado las consecuencias sociales y de compromiso de la misma 
en medio del mundo. «Hay que señalar que en la base del Evangelio 
de Jesús no hay mandatos o compromisos éticos, sino una experiencia 
espiritual»2, que dice José Ignacio González Faus. 

5. LA RELIGIOSIDAD LOCAL SUELE QUEDARSE EN UN ESTRATO 
MÁS NATURAL Y PRIMIGENIO DE LA FE, en aquel en el que se busca 
la compensación religiosa en las relaciones con la divinidad. Es un 
sentimiento religioso más utilitario. En el fondo está latiendo el «do ut 
des», el interesado y humano «te doy para que me des». El fiel se 
implica en los rituales y en los sacrificios con relación a la divinidad, 
con el fin de que ésta pueda cuidar de él, de los suyos, de su pueblo, 
de su trabajo, o le ayude a superar la difícil situación (de salud, de 
trabajo, de economía...) en que se encuentra. 

6. No DEBEMOS OLVIDAR QUE LOS INTERLOCUTORES DE 
CRISTO SE ACERCABAN A ÉL BUSCANDo salud para sí o para los de 
su familia o de su «casa». Y Jesús, el Señor, no sólo no los 
despreciaba, sino que alababa su fe y les ofrecía lo que precisaban. 
No debemos olvidar que el Señor convoca a los sencillos y a los 
humildes, que andan cansados y agobiados por la vida, para que se 
acerquen a él y encuentren en él alivio y descanso: «Venid a mi los 
que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». «El Dios de los 
pobres se identificará con ellos y vendrá en su favor, superando este 
mal y escándalo»3. 
No debemos olvidar muchas de las perícopas evangélicas en las 
que Jesús está e invita a estar al lado, no de los letrados, de los 
escribas, los fariseos o los saduceos, sino de los enfermos, los 
pecadores, los proscritos, los hambrientos y, en general, de todos los 
sufrientes. 

7. ES VERDAD QUE LA ENTREGA TOTAL Y ABSOLUTA EN 
MANOS DE CRISTo supone una llamada para un pequeño número de 
hombres y mujeres que se sienten atraídos a vivir la fe como entrega 
generosa y globalizadora de su existencia, a «ser la luz del mundo y la 
sal de la tierra»; pero también es verdad que Cristo y la fe cristiana 
deben ser un regalo festivo para los pobres y deben estar al lado de 
los sencillos y los iletrados o, al menos, de los que no han estudiado 
teología y no son capaces, por lo tanto, de interpretar intelectualmente 
la Palabra de Dios. 

8. LAS TRADICIONES RELIGIOSAS PUEDEN VENIR ENVUELTAS 
EN UN ROPAJE DE RELIGIOSIDAD LOCAL, de intereses de grupo y de 
desviaciones dogmáticas o morales que puede resultar ciertamente 
dudoso en sus relaciones con la fe cristiana, y es ahí donde una 
implicación paciente y pedagógica ha ser la norma de conducta de la 
Iglesia oficial, de la que ha de ser siempre Madre y Maestra, nunca 
autoritaria e impositiva por relaciones de poder. Desde el punto de 
vista de la propia Iglesia, ésta nunca debe imponer, dar «baculazos» o 
mantener posturas rígidas o clericales que acaben provocando 
enfrentamientos históricos y «haciendo peor el remedio que la 
enfermedad». 

9. LA TAREA DEL REINOo Y DE LA IGLESIA ES ETERNA Y 
ESTARÁ SIEMPRE HACIÉNDOSE. Ofrecer la salvación a los hombres y 
a las mujeres no puede convertirse en una tarea espiritualista e 
interesada. Es una tarea generosa, arriesgada y comprometida con la 
vida. La imagen de Cristo crucificado nos habla bien a las claras de las 
consecuencias de esta experiencia profética de la vida y de la palabra, 
que pretende hacer visible la voluntad de Dios en medio de una 
historia de pecado y de gracia. Pero esta tarea se convierte en pura 
pedagogía cuando las condiciones del pueblo sencillo para 
comprender todo esto son mínimas, como de hecho sucede en el 
momento presente de una sociedad que no está centrada en sus 
fundamentos y que vive indiferente, extrovertida y fuera de sí. No se 
trata de apedrear a todos aquellos que no han evolucionado en sus 
conceptos y en sus vivencias de la fe cristiana. En una buena parte, 
son hijos de una Iglesia que les ha ofrecido, en largas épocas de su 
historia, una espiritualidad del tipo que ellos continúan practicando en 
la actualidad. 

10. CAMBIAR EL RUMBO DE LA HISTORIA ES COMPLEJO. A veces 
cambian las formas, pero el fondo y los contenidos son difíciles de 
cambiar. El acceso a una fe entregada, que propone el Evangelio para 
los que son llamados a un fiel seguimiento de Jesucristo, no debe ser 
un impedimento para que el pueblo sencillo siga viviendo y 
manifestando una fe en las posibilidades de la vida y en el poder de 
Dios ciertamente más rudimentaria, pero de difícil evaluación y 
valoración, ya sea a simple vista o mediante el análisis somero de sus 
manifestaciones externas. Una apuesta paciente y pedagógica, al lado 
del pueblo, practicando una enseñanza incansable sobre los 
fundamentos de la fe y haciendo posible una postura de respeto hacia 
lo que es peculiar y lo que es fruto de la propia cultura o de los propios 
usos, es necesaria para que el pueblo sencillo progrese en el camino 
de la comprensión del Evangelio y del acercamiento a Dios. 

11. EL PASO DE DIOS POR LA VIDA DE LA GENTE ES LENTO. No 
debemos ser nosotros los que violentemos ese paso. Sólo una postura 
acogedora, cálida, cercana, inculturada y empática podrá hacer que la 
voz de la Iglesia sea escuchada gustosamente por el pueblo. «Las 
ovejas escuchan la voz del buen pastor». 
Si el pueblo no siente cercana a la Iglesia, acabará refugiándose en 
otros pastos, en otros criterios, en otras fuentes o en otras pautas de 
comportamiento distintos de los de Cristo. «Se requiere un 
planteamiento nuevo de la nueva presencia de la Iglesia en el mundo 
de hoy. Si la Iglesia quiere evangelizar y encarnar la fe que predica en 
el pueblo, ha de configurarse como Pueblo de Dios en el pueblo al que 
quiere aportar la salvación de Cristo y, por ende, ha de valorar ante 
todo el 'humus', la tierra fértil de la religiosidad natural, que forma parte 
del sustrato cultural de este pueblo»4. La Iglesia siempre ha sido 
comprensiva con la realidad religiosa de los pueblos a los que ha ido 
proponiendo la fe en el que es el Alfa y la Omega de la historia. Cristo 
no está ni en contra del hombre ni en contra de sus creencias, sino 
que viene a hacer realidad las creencias de los pueblos y a dar la 
respuesta que todos estaban y estamos esperando. No veamos como 
enemigos a los que están en una onda diferente de la de nuestra 
sensibilidad. 

12. LA RELIGIOSIDAD LOCAL TIENE MUCHO QUE PURIFICAR, 
sobre todo en lo referente a las relaciones de poder que se dan en su 
seno y al control social que pretenden ejercer quienes controlan los 
resortes de la misma, para estar adaptándose continuamente a los 
criterios de la tradición eclesial y a los del Evangelio. No es fácil que el 
Reino de Dios se despierte en todos los cristianos bautizados a través 
de unas manifestaciones religiosas puntuales y que tienen más 
relación con la vida social y cultural de los pueblos que con la misma 
hondura de la fe y de la religiosidad. Por eso hemos de invitarnos 
todos a ir con paz y con sabiduría en este asunto tan importante para 
la vida de muchas personas. Poco a poco, sabiendo adónde hay que 
dirigirse y «por las buenas», se puede llegar muy lejos con el pueblo 
de Dios. Es preciso partir de un axioma que puede ser cierto: «el 
pueblo se quiere fiar de la Iglesia, pero necesita que la Iglesia se haga 
fiable para el pueblo». 

13. POR OTRA PARTE, SON INNUMERABLES LOS VALORES QUE 
ESCONDE LA RELIGIOSIDAD POPULAR en su seno, en el seno de la 
experiencia real de la vida de las gentes sencillas, que son las que 
participan en estos actos religiosos, los cuales van, desde la vivencia 
de lo comunitario, lo festivo y lo gratuito, hasta la expresión de los 
sentimientos religiosos, las emociones creyentes, la solidaridad 
ejercida, la unidad de pueblo o la presencia del Misterio de Dios. Todo 
esto es aprovechable para una buena catequesis y para ir facilitando 
el crecimiento en los valores del Reino. Pasar de una concepción 
utilitaria y primitiva de las creencias religiosas a una concepción 
honda, generosa y llena de sentido comunitario y solidario es algo 
para lo que el pueblo de Dios está hoy más capacitado que nunca. 
Pero hay que ser pacientes y consecuentes y no pedirle a la 
religiosidad popular más de lo que ésta puede dar. 

2. Cómo entrar en la religiosidad local 
INCULTURACION/QUE-ES: Durante muchos años, hemos hablado 
de la necesidad que tiene la Iglesia de inculturarse en aquellos 
pueblos en los que quiere introducir el mensaje de Cristo. Sobre todo, 
hemos hablado mucho de los paises de misión, en los que la Iglesia se 
presenta como una novedad o como una renovada realidad. 
El criterio a seguir en la inculturación viene de la mano del misterio 
de la Encarnación, uno de los misterios clave de la vida cristiana. Del 
mismo modo que el Hijo de Dios se hizo uno más entre nosotros y 
corrió nuestra suerte en todo, así también la Iglesia, al incorporarse a 
la vida de cualquier pueblo, debe hacerse también una más en todo 
con ese pueblo y debe asumir y amar su cultura y todos los elementos 
que conforman su vida. 
¿Cómo se le puede pedir a un pueblo que ame el Evangelio si 
experimenta que lo que es suyo, más suyo, como son su cultura o sus 
expresiones, es despreciado, ignorado o infravalorado por la Iglesia, 
por cada uno de los cristianos? Si queremos que se ame al Evangelio, 
comencemos nosotros por amar a los pueblos a los que pretendemos 
ofrecer la respuesta de salvación y libertad que encierran el Evangelio 
y la doctrina de la Iglesia. «La piedad popular no puede ser ignorada ni 
tratada con indiferencia o desprecio, pues es rica en valores y expresa 
de por si la actitud religiosa ante Dios; pero tiene necesidad de ser 
evangelizada continuamente, para que la fe que expresa llegue a ser 
un acto cada vez más maduro y auténtico»5. 

1. AMEMOS PARA QUE AMEN A LA Iglesia. Cuidemos para que 
cuiden el mensaje de Jesús. Valoremos para que se valore la Palabra 
de la vida... Es sencillo. De nada sirven las actitudes autoritarias e 
impositivas, las actitudes manipuladoras o represivas. Este mundo, que 
crece imparablemente y que cada día está más cerca del Reino de 
Dios aunque la Iglesia duerma, necesita ser tratado como adulto por 
una Iglesia que se sabe portadora de la Buena Noticia de esperanza 
para todo el genero humano. 

2. ENTREMOS EN EL ALMA DE LOS PUEBLOS. Vivamos en esos 
pueblos desde dentro y sin prejuicios, de modo que podamos vivir y 
gozar, valorar y percibir, comprender y amar. Sólo desde esa postura 
puede intentarse la inculturación y la evangelización. 

3. VENGAMOS A LA REALIDAD DE LA RELIGIOSIDAD LOCAL, con 
todo lo que ésta tiene de tradición, de mezcla, de rudimento, de 
complejidad, de pelea de poderes, de posicionamiento social, de 
experiencias fuertes, etc. Si entramos en ella, hemos de concluir 
necesariamente que también este tipo de experiencia de la fe necesita 
ser comprendido y valorado desde dentro y sin prejuicios, pues de lo 
contrario nos quedaremos en el acontecimiento histórico o social, pero 
sin captar la esencia y el sentido de todo lo aparente. 
En realidad, no estamos tan lejos de la necesidad de una nueva 
evangelización como puedan estarlo en los países de misión. No 
podemos decir que nuestras sociedades de Occidente y nuestras 
sociedades aparentemente cristianas, que participan en muchos de los 
elementos que entran en juego en la religiosidad local y popular, estén 
más evangelizadas que las radicadas en países de misión, en países 
de minoría cristiana o en países del Tercer Mundo. 
El Evangelio sigue teniendo necesidad de nuestra capacidad 
humana y de fe para penetrar en el alma de estos pueblos y de estas 
culturas de tinte cristiano. Convendría recordar aquella apreciación de 
un hindú sobre los cristianos de Occidente: «Son como las piedras de 
los ríos, bañados en las aguas del cristianismo, pero impenetrables a 
esas mismas aguas por dentro. Calados de cristianismo por fuera, 
pero secos por dentro». No podemos olvidar esta apreciación, pues es 
fácil constatar que el Evangelio aún no ha penetrado en el alma de 
nuestra sociedad y de nuestros pueblos. No debemos, sin embargo, 
desesperar. Todo está por hacer. Nosotros somos meros servidores 
del Evangelio. 
Nuestra apuesta, por lo tanto, es sencilla: hemos de facilitar el 
acceso de nuestros conciudadanos a la fe en el Señor de la historia, y 
para ello no podemos adoptar actitudes impositivas o de desprecio 
hacia lo que, equivocada o rectamente, viven nuestros pueblos. Si 
somos invitados a respetar la cultura de los pueblos a los que la Iglesia 
se dirige de nuevo, ¡cuánto más hemos de respetar nuestra propia 
cultura y nuestras propias tradiciones religiosas, aunque no sean del 
gusto de la época! 

4. LA MEJOR MANERA DE ENTRAR EN LA RELIGIOSIDAD LOCAL 
es de la mano de estas actitudes básicas, sin las cuales hoy no 
tenemos nada que hacer. La actualización del ideal cristiano es y será 
siempre «Jesucristo», y como él hemos de aprender a ser cada uno de 
nosotros. Él es nuestro punto de referencia. Jesús se sitúa en las 
tradiciones de Israel y no rompe con ellas, y lo mismo hace la naciente 
Iglesia de Jerusalén. La actitud de partida es de respeto y de 
valoración, de presencia y de participación. Poco a poco, con tiento y 
con sabiduría, con conciencia del riesgo y con el proyecto del Reino en 
el corazón, la Iglesia va dando a conocer «el tesoro que guarda en 
vasijas de barro». 

5. HEMOS DE APRENDER A SER PACIENTES CON NUESTROS 
PUEBLOS COMO DIOS ES PACIENTE. De esa manera volveremos a 
encontrar, en la cultura y en la religiosidad de nuestros pueblos, 
muchos elementos que son válidos, que son puro Evangelio, que 
ayudan al pueblo a caminar en la fe y que son vividos por el pueblo 
con rigor y con amor. Cristo no puede estar nunca en contra de lo 
bueno, de lo que hace y favorece el bien y la paz. Los cristianos 
mismos han de ser los que, orientados desde el amor a la Palabra de 
Dios, corrijan aquellos aspectos de la religiosidad local o popular que 
no están de acuerdo con el Evangelio o con la doctrina de la Iglesia. 
La tarea es lenta, como la misma vida de los pueblos. La 
experiencia nos dice que, por mucho que nos pongamos nerviosos y 
arrasemos con lo que encontramos, en aras de nuestras ideas y de 
nuestros purismos o como consecuencia del poder que podamos 
ejercer, todo volverá a rebrotar y, posiblemente, aún más alejado de la 
fe y de los valores del Evangelio, pues el pueblo tiene sus mecanismos 
para encontrar la manera de expresar los rudimentos de su fe y de su 
vivencia social de la misma. 

A. GARCÍA RUBIO
SAL TERRAE 1997/03 Págs. 211-219

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1. J.L. SEGUNDO, Teología abierta Il, Cristiandad, Madrid 1983, p. 44. 
2. J.l. GONZÁLEZ FAUS, La Humanidad nueva, Sal Terrae, Santander 
1984, p. 110.
3. V. CASAS GARCÍA, Cristo al encuentro del hombre, Claretianas, Madrid 
1988, p. 81.
4. P. LLABRES, «Valores y límites de la religiosidad popular tradicional y 
de la piedad popular», en Religiosidad popular, PPC, Madrid 1990, p. 34. 
5. JUAN PABLO II, Carta en el XXV aniversario de la Constitución 
«Sacrosanctum Concilium», n. 18.