El
Significado Fundamental del Primer Testamento
Interpretación
cristiano-judía de la Biblia
después de auschwitz
Erich
ZENGER
En
recientes
publicaciones cada vez se habla más del «Primer Testamento». Esta
nueva designación es fruto de una profunda reflexión llevada a cabo
durante la última década por no pocos biblistas y teólogos. La
pregunta que éstos se hacen es: cuando calificamos la primera
parte de la Biblia cristiana de «Antiguo» Testamento, ¿no mostramos un
desconocimiento de su función básica y fundamental? El autor del
presente artículo pretende poner de relieve el auténtico
significado del «Primer» Testamento. El artículo da de sí mucho más de lo
que su título, con ser incitante, promete. En realidad, lo que aquí está en
juego es todo el significado de la Biblia como Revelación de la acción salvífica
de Dios que escoge un pueblo y hace una Alianza permanente con Israel
(“Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables”, Rm 11,29)
y como Palabra definitiva de Dios en Jesús (“... en los últimos
tiempos nos habló por medio de su Hijo”, Hb 1,2).
Publicación original: Die grund-legende Bedeutung
des Ersten Testaments. Christlisch-jüdische Bibelhermeneutik nach
Auschwitz, «Bibel und Kirche» 55 (2000) 6-13.
Edición
resumida (de la que se toma esta edición telemática): «Selecciones de Teología»
156 (diciembre 2000) 252-258)
La
Biblia del cristianismo primitivo
«Si
uno hubiera preguntado a un cristiano del primer siglo si su Comunidad tenía un
Libro sagrado que contuviese la Revelación divina se le hubiera contestado con
orgullo y sin titubeo alguno: Por supuesto, la Iglesia posee semejante Libro en
la Ley y los Profetas. A lo largo de un siglo, aproximadamente hasta mediados
del siglo II, en Justino, aparece el "Antiguo" Testamento como la única
Escritura normativa de la Iglesia. Ni idea de que, para estar seguros del
"Antiguo" Testamento se requiriesen o fuesen de desear otros
documentos escritos» (H. von Campenhausen).
Y
si a ese cristiano se le siguiese preguntando qué es lo que había en estos «Escritos»,
en vez de indicar su contenido de modo general hubiera recitado extensos
fragmentos del texto, sobre todo si se tratase de un judío-cristiano. Refiriéndonos
al tiempo de Jesús y al judaísmo temprano no hay duda: muchos se sabían
entonces libros enteros de memoria, en especial el Pentateuco, el libro de lsaías
y los Salmos.
Esto
lo confirma el NT casi en cada página. Mientras nosotros, desconocedores de la
Escritura, a base de Concordancias y Comentarios, llegamos trabajosamente a la
conclusión de que los textos neotestamentarios se fraguaron en el molde de los
escritos de Israel (citas literales e implícitas, juegos de palabras,
transformación de motivos, constelación de figuras, etc.), para los primeros
destinatarios de estos escritos resultaba esto tan evidente que los autores podían
moverse con toda libertad. La «Escritura» constituía el lenguaje y el mundo
simbólico de los destinatarios de los textos de¡ NT
Significado
teológico. Esta
constatación histórica posee un enorme alcance teológico, si no se la enfoca
como han hecho hasta hoy no pocos teólogos cristianos, que la han interpretado
como si lo que pretendía el cristianismo primitivo, al hacer suyas las
Escrituras de Israel, fuese ocupar su lugar.
Esto
tendría aplicación sobre todo en las llamadas «citas de cumplimiento» (por
ej. Mt 26,56: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habían escrito
los profetas»), en las que aparecería claramente que los cristianos se habrían
separado del judaísmo justamente porque los judíos no reconocían ese «cumplimiento».
Se
trata de un prejuicio «dogmático» que, en última instancia, hunde sus raíces
en el siguiente axioma: única y exclusivamente en el cristianismo
se revela cuál es el sentido y el objetivo de la historia de Dios con los seres
humanos. Así resulta que el AT se reduce a ser preparación y preludio para el
auténtico acontecimiento del que da testimonio el NT y que permanece vivo en el
cristianismo. A esto se añade: la acción posterior -hasta nuestros días- del
judaísmo postbíblico teológicamente no tiene sentido. Y hay quien llega hasta
el extremo de afirmar que, dado que persisten en su negativa a Jesucristo,
cuando los judíos creen que la Biblia es todavía Palabra de Dios, yerran.
No
fue así como lo interpretó la primitiva Iglesia cuando formó una Biblia que,
para nosotros, constituye una Escritura en dos partes, cuya primera parte se
originó en el judaísmo y hasta hoy es la Biblia de los judíos.
Fundamento
y horizonte de comprensión del NT
Los
escritos reunidos en el NT no surgieron con la intención de convertirse en
parte de la Escritura del cristianismo o acaso de substituir las «Escrituras»
judías. Ciertamente que, a partir de la mitad del siglo II, fueron considerados
como escritos propios de la primitiva Comunidad cristiana. Los escritos más
antiguos son -probablemente- las cartas de Pablo, en las que apenas si hay
referencia directa a Jesús. Los distintos Evangelios se dirigían a comunidades
particulares, para las que gozaron de un gran prestigio. Pero al comienzo no se
les dio el mismo valor teológico que a la Biblia de Israel ni siquiera en la
liturgia, cuyas lecturas se tomaban de la Ley y los Profetas.
La
cosa cambió a partir de mediados del siglo II. Por lo que conocemos y por
diversos motivos, desde comienzos del siglo las comunidades cristianas
comenzaron a compilar los escritos compuestos como testimonios de la nueva acción
del Dios de Israel en Jesús de Nazaret. Como dichos testimonios citaban la
Biblia de Israel y se inspiraban en ella, continuó ésta siendo el mundo
espiritual y literario del cristianismo, aunque por lo dicho, se inició un
proceso de distanciamiento, al menos respecto a esta parte nueva de la Biblia
cristiana, que cuestionó el significado de la Biblia judía para el
cristianismo.
1.
Lucha de Marción contra el Dios judío. Hacia
el año 140 d.C., Marción, un rico e influyente miembro de la comunidad
cristiana de Roma, planteó la cuestión de hasta qué punto la herencia judía
resultaba todavía necesaria para el cristianismo. Teólogo radical, partía de
la carta de S. Pablo a los Gálatas no sólo para dejar bien asentada la oposición
entre Ley y Evangelio, sino también para construir sobre ella una oposición
absoluta entre la Biblia de Israel y la predicación de Jesús, el Dios de
Israel y el de Jesús. Consiguientemente, rechazaba la Biblia de Israel, en
especial los componentes judíos de la misma, como inaceptable para el
cristianismo. Su anatema alcanzó expresamente a los Evangelios de Mateo, Marcos
y Juan, que recurrían a la Biblia de Israel. Quedaban sólo el Evangelio
lucano, del que se excluían sus citas de la Biblia judía, y las diez cartas
paulinas exentas de judaísmo (Ga, 1-2 Co, Rm, 1-2Ts, Ef, Col, Flp, Flm).
La
tesis de Marción, que afirmaba el cristianismo como una religión radicalmente
nueva en oposición al judaísmo, obligó a la joven Iglesia a aclarar la cuestión
del canon de las Escrituras cristianas. Y esto con una doble intención: para
determinar cuáles de los escritos cristianos entraban en el canon y para
determinar su relación con la Biblia de Israel.
El
resultado fue: una Biblia compuesta de dos partes, que tradicionalmente
denominamos AT y NT. El hecho de que la Biblia cristiana recibiese entonces esta
forma significaba un cambio de dirección respecto a la relación del
cristianismo con el judaísmo. Que con esto quedaban abiertas importantes
cuestiones en cuyo esclarecimiento la Iglesia debía continuar trabajando se ha
reconocido cada vez más estos últimos años.
2.
Declaración de la Iglesia contra Marción. Para darnos cuenta
de lo que significó la toma de posición de la Iglesia, queremos presentar
otras alternativas posibles:
a)
La Iglesia podría haber adoptado la postura de Marción con modificaciones
(alternativa que hoy subsiste): declarar el NT como única Escritura sagrada y
desposeer al AT de su condición de «Revelación», porque lo que en él es útil
para el cristianismo ya ha sido asumido por el NT. Según esto, aunque el
cristianismo se habría originado del judaísmo, éste y su Biblia habría
perdido para el cristianismo todo su significado. Es la tesis de no pocos teólogos
actuales: la antigua Alianza terminó con Cristo.
b)
La Iglesia hubiera podido escoger (como de hecho se llevó a la práctica de muy
variadas maneras) unas partes de la Biblia judía como significativas y excluir
otras como no significativas (el Levítico), poco importantes (el Kohelet) o
incluso nocivas (el Cantar de los Cantares). Cabía también la posibilidad de
reelaborar cristológica y eclesiológicamente el AT, para que así resultara
una Escritura auténticamente «cristiana».
c)
Finalmente podía pensarse en una relativización del AT que lo rebajase a
Escritura de segundo rango. Fue la propuesta de Schleiermacher, para quien la
decisión de la Iglesia, históricamente comprensible, teológicamente era
falsa. Por respeto histórico, podía el AT considerarse como un anexo, detrás
del NT. Si se lo sitúa delante, primero habría que trabajar sobre el AT para
acertar con el camino hacia el Nuevo.
La
Iglesia no optó por ninguna de esas alternativas. En cambio, adoptó dos
importantes decisiones para comprender la importancia que tiene para nosotros el
AT:
a)
La Iglesia recibió como suyos todos los escritos de la Biblia de Israel en toda
su extensión (y no hay que olvidar que los Setenta constituyen una versión judía).
b)
La Iglesia situó los nuevos escritos, no delante, sino detrás de la Biblia judía.
Así
es como se originó la Biblia cristiana como dos-en-una, en la que la «Biblia
de Israel» ocupa el primer lugar, no sólo porque se formó primero, sino
porque es el fundamento en el que descansa la segunda parte: el NT hay que
leerlo a la luz del AT. Y viceversa: el NT arroja una luz nueva sobre el AT. Si
ambas partes expresan por sí mismas su propio específico mensaje, no
por esto dejan de remitirse mutuamente. El AT tiene su propio mensaje que, como
tal, relata fundamentalmente lo que Dios hizo por el mundo y por el pueblo de
Dios, Israel.
3.
Promesa-cumplimiento o tipo-antitipo. Comprender la relación entre el «Antiguo»
y el «Nuevo» Testamento de acuerdo con este esquema sería falsearla. La
problemática es tan compleja que no podemos abordarla debidamente. Nos hemos de
contentar con algunas observaciones. El esquema promesa-cumplimiento abarca toda
la Biblia. No es posible limitarlo a la relación entre los dos Testamentos.
Funciona ya dentro del propio AT. En cada cumplimiento adquiere la promesa una
fuerza nueva.
Esto
vale también para el NT. El cumplimiento en Jesús de las promesas
veterotestamentarias, expresado en las «citas de cumplimiento», no invalida
las promesas, sino que les proporciona un vigor nuevo. Sin el AT, el NT quedaría
literalmente «sin fundamento». Lo expresó Juan Pablo II en una alocución
ante la Comisión Bíblica (11.04.1997): «Negar la vinculación de Cristo con
el AT significaría arrancarle de sus raíces y vaciar de sentido su
misterio».
En
principio no hay por qué rechazar el método tipológico. Lo encontramos ya en
el AT y lo utiliza a la perfección el judaísmo helenístico, en especial Filón.
Así, por ej., en el tema del segundo éxodo aplicado a la vuelta del destierro
babilónico. El antitipo no anula el tipo, sino que «vive» de su referencia a
él y descansa en él como en su fundamento. Esto desaparece cuando se establece
una oposición entre ambos, como, por desgracia, sucede en la interpretación de
algunos Santos Padres, con fatales consecuencias hasta la actualidad.
Este
esquema promesa-cumplimiento es ciertamente originario de la Biblia. Pero no
resulta apto para expresar la relación entre ambos Testamentos. Esto a nivel
tanto del texto como del contenido y en especial desde la perspectiva cristológica.
Hablar ingenua o agresivamente del cumplimiento de todo el AT por y en Cristo no
responde ni al mensaje del AT ni a la misión de Jesús atestiguada en el NT. «Las
promesas del AT tienen un excedente con respecto a Jesús» (H.Vorgrimler).Y la
misión de Jesús no puede reducirse al Reino de Dios anunciado. Para nosotros,
cristianos, constituye el testimonio definitivo de que ese Reino de Dios, pese a
todos los poderes del mal, llevará al mundo a su culminación, de la misma
manera que la muerte de Jesús culminó en su resurrección.
Nueva
designación: Primer Testamento
La
pregunta es: ¿Nos permite la designación tradicional de «Antiguo
Testamento» descubrir la función fundamental de la primera parte de la Biblia
cristiana? El NT desconoce dicha designación, que forjó el pretendido rechazo
del judaísmo por parte de la Iglesia. Desde entonces hasta nuestros días ha
ido a la par no sólo con una minusvaloración de la parte «anticuada» de
nuestra Biblia, sino también con un menosprecio del judaísmo. Es una hipoteca
que pesa sobre ambos. Y uno se pregunta si se puede eliminar ese error
fundamental de comprensión con una interpretación correcta.
Es
cierto que en la denominación tradicional el «Antiguo» no debe entenderse
necesariamente en sentido negativo. Como, a la inversa, el «Nuevo» tampoco
necesariamente ha de interpretarse positivamente.
Si
«Antiguo» remite a la idea de «anciano» (respetable por los años) o de
origen, la designación puede resultar aceptable. Y, si se es consciente de que
ésta es una designación específicamente cristiana que nos recuerda que no hay
NT sin AT, se la puede considerar como referencia legítima a una verdad
fundamental: la Biblia cristiana, consta de dos partes, surgidas en contextos
diferentes, cuya identidad y diferencia, continuidad y discontinuidad, deben
mantenerse conjuntamente. El binomio antiguo-nuevo no implica oposición,
sino correlación. Sin olvidar que esa designación ni responde a la
comprensión que el propio AT tiene de sí mismo ni se ajusta a la comprensión
judía de dichos escritos. Como tal, es anacrónico y, como muestra la historia
de su recepción en el cristianismo, está en el origen de constantes
incomprensiones y de fatales antijudaísmos. Por esto habría que ponerla
siempre entre comillas o habría que substituirla por otra o completarla. «Primer
Testamento» serviría para ello.
Ventajas
e inconvenientes. La
designación «Primer Testamento» tiene grandes ventajas:
1.
Evita la infravaloración del judaísmo aneja, de hecho, a la designación
tradicional.
2.
Reproduce correctamente las circunstancias históricas: surgió primero y fue la
primera Biblia de la joven Iglesia.
3.
Constituye una formulación teológico rigurosa: da testimonio de aquella
Alianza «perpetua», que Dios concluyó con Israel, como «primogénito» suyo
(Ex 4,22; Os 11, l), «punto de arranque» de aquel gran «movimiento de alianza»
que abarcaría a todos los pueblos.
4.
Como «Primer»Testamento remite al «Segundo». Con esto recuerda que, si no
hay «Segundo» sin «Primero», tampoco constituye el «Primero», en sí
mismo, la Biblia cristiana completa.
Pero
también tendría inconvenientes:
1.
Si se toma literalmente el término «Testamento», el «Segundo Testamento» ¿no
anula el «Primero»? Esto puede, pero no debe. Sin contar con que la misma
dificultad incide sobre la designación «Antiguo». Además puede muy bien
suceder que el «Segundo» Testamento reafirme el «Primero» ampliando el círculo
de beneficiarios. Y éste es el caso: el «Segundo» Testamento da testimonio
del hecho de que el Dios de Israel mediante Jesucristo abrió «definitivamente»
su Alianza a todos los pueblos y de cómo lo hizo.
2.
Algunos críticos rechazan dicha designación porque relativiza el NT y porque
el binomio primero-segundo sugiere una secuencia fundamentalmente abierta que
cuestiona el carácter definitivo del acontecimiento Jesucristo. Ninguna de las
dos cosas: se confunde principium (principio) e initium (comienzo); además la
mayúsculas de «Primero» y «Segundo» quieren indicar que no hay «tercero».
La
Biblia común de judíos y cristianos
Lo
que aquí está en juego no es una cuestión meramente terminológica. El
problema de fondo es el siguiente: ¿No es verdad que manteniendo la designación
tradicional de «Antiguo» Testamento en realidad lo que se hace es no sólo endosarnos
la secular infravaloración cristiana de esta parte de la Biblia cristiana,
sino también, con una actitud «ingenua» o «agresiva», emitir un
juicio teológico sobre el judaísmo? Si algunos críticos de la nueva
designación reaccionan tan airadamente es porque ven en ella una valoración
positiva del judaísmo. Para ellos, el «Antiguo»Testamento no puede decir más
que lo que el «Nuevo» le permite. En realidad, no aceptan que esta parte de
nuestra Biblia, en cuanto constituye primero la Biblia judía y después la
Sagrada Escritura de los cristianos, posee dos lecturas distintas queridas por
Dios.
La
Biblia de Israel está abierta fundamentalmente a una lectura judía y a otra
cristiana. Esto depende de la singularidad teológica de estos textos que poseen
un potencial significativo plural condicionado por el tiempo. Y depende también
de la recepción por parte de comunidades de fe distinta de unos textos en los
que el mismo Dios habla de forma distinta. Y esto es consecuencia de la tesis
que últimamente se va imponiendo: mediante una doble salida, la Biblia de
Israel va a parar al judaísmo y al cristianismo.
Después
de Auschwitz. En esta discusión se trata ante todo de si nosotros después
de Auschwitz podemos seguir leyendo nuestro «Antiguo Testamento» de
forma que obliguemos a los judíos -primeros destinatarios de esas Palabras de
Dios- a salir por la puerta falsa o sigamos utilizando el mismo cliché antijudío,
como si no fuese la secular animadversión teológica de la cristiandad contra
los judíos una de las raíces del odio a los judíos que, a la postre, se
convirtió en antisemitismo. Se impone un cambio. Y por esto estoy a favor de la
nueva designación. Me remito a lo que afirma R. Rendtorff: «En esta cuestión
nos hallamos en un estadio de debate y experimentación. Por supuesto, pienso
que la designación no es indiferente y que está estrechamente ligada a la
relación con el judaísmo. Si esta relación tiene bases nuevas, entonces los
aspectos negativos de la expresión «Antiguo Testamento» se resuelven por sí
mismos.
Concretamente:
hemos de tomar conciencia de que la primera parte de nuestra Biblia primero -y
esto hasta hoy- se dirige a los judíos. Debemos (y podemos sobre la base del
Vaticano II) reconocer que a nosotros no nos toca explicarles a los judíos,
como judíos, lo que Dios quiere decirles mediante su Biblia. Gracias a Dios,
han pasado los tiempos de las disputas religiosas, en las que se tenía la osadía
de probar a los judíos que no entendían su propia Biblia. Al contrario,
reconocemos que, para la comprensión del Primero/Antiguo Testamento tenemos
mucho que aprender de ellos. Pienso concretamente en los grandes comentaristas
de la Biblia judía y en los testimonios de vida inspirados en la Biblia de
grandes figuras judías.
Estoy
firmemente convencido de que, si nosotros, cristianos, tomamos en serio la
renovación de las relaciones judío-cristianas, mejorará también nuestro
acceso al mensaje del «Primero-Antiguo» Testamento. Lo que Juan Pablo II dijo
en la Gran Sinagoga de Roma el 13 de abril de 1986 vale ante todo respecto a la
Biblia común de judíos y cristianos: «La religión judía no representa para
nosotros algo extrínseco, sino que pertenece de alguna manera a lo intrínseco
de nuestra propia religión. Con ella tenemos relaciones como con ninguna otra
religión».
MARIUS
SALA