LA AUTOCONCIENCIA DE JESÚS

(Lic. en Filosofía Néstor Martínez).

Recientemente, el escritor uruguayo Tomás De Mattos ha expresado los siguientes conceptos referidos a su novela "La Puerta de la Misericordia":

"Más que tesis, planteo la hipótesis de que si Jesús hubiera dispuesto, durante su existencia terrena, de manera constante e inmediata, la evidencia de su identidad divina, habría resultado un Dios disfrazado de hombre, un showgod que representó serena y lúcidamente su rol de redentor. Como creo en Él, lo veo privado de acceso inmediato a la conciencia del Padre; lo imagino un hombre, con todos nuestros instintos, para quien el trato con la divinidad sólo puede discurrir en un vínculo de otredad, en una misteriosa y no siempre inteligible relación que le impone sujeciones y en el que el Padre se le presenta como un "Tú" y no como un "Nosotros". Sugiero además que la vida de Jesús en este mundo fue un progresivo reconocimiento, ante sucesos acaecidos casi siempre en su exterior, de la naturaleza divina que ocultaba: por ejemplo, las revelaciones por su madre de su extraño nacimiento, el bautismo, las tentaciones, la transfiguración, el regreso de Lázaro de los infiernos. Creo que es verosímil imaginar que afrontó la muerte, confiando –no sabiendo– que resucitaría y que volvería a juzgar este mundo, pero sin la mínima idea de cuándo ocurrirían esos hechos." (Entrevista de Gustavo Laborde en el diario "El País", cfr: http://www.elpais.com.uy/Suple/AmericaDelSur/Anuarios/2002/aas_urugu_28577.asp).

"—Para mí lo central era partir de un Jesús que no tuviera otra evidencia que la de ser hombre. Su madre, un ser de una avanzada espiritualidad, le enseña a rezar la oración mental, contemplativa. Luego, Jesús comienza a tener arrebatos místicos, y es ahí cuando la madre le revela su origen. Luego pasan 30 años y muere su padre y su abuela, sin que él se sienta capacitado para sanarlos. Cuando su madre lo lleva al templo para el rito de rescate del primogénito, dos mendigos le profetizan su origen. Luego Jesús comienza a leer la Biblia y se interesa por el destino que tuvo cada profeta, todos terminaron maltratados, apedreados o mutilados. Cuando el tiene 12 años —todo esto siempre desde la perspectiva de la novela— va al templo a plantearle ciertas dudas a los doctores, quienes se asombran de que sea un niño tan profundo, tan reflexivo y a la vez tan original: él les plantea una prefiguración del Mesías en el siervo de Yahvé. La primera iluminación la tiene con Juan el Bautista, que es, según los Evangelios, una revelación objetiva, contemplada por todos. A partir de ahí tendrá revelaciones cada vez más intensas. A mí siempre me quedó flotando la duda. Jesús no será Dios, pero es la figura más cercana a la perfección que ha parido la humanidad. Para mí es muy importante que el punto de partida, para el lector no creyente, sea el mito solidario de Jesús, del hombre que se realiza entregándose a la masa y no buscando el rescate individual. Yo fui formado en la espiritualidad de los jesuitas y, al igual que en la de los carmelitas, el punto de partida es Jesús hombre. Entonces, la única forma de Dios que uno puede emular es Jesús. Yo tengo la certidumbre de que Jesús, aparte de hombre es Dios." (Entrevista de Gustavo Pablos en "La voz del Interior On Line", cfr: http://www.lavoz.com.ar/nota.asp?nrc=131767).

Nos interesa discutir aquí el punto central a que hacen referencia estos pasajes: la conciencia que Nuestro Señor Jesucristo tenía de su Divinidad.

Presuponemos al hacerlo la fe cristiana y católica, ya que este es un debate que sólo puede plantearse entre creyentes. Para el no creyente, no hay en Jesucristo ninguna naturaleza divina de la cual ser consciente o no.

Por eso, consultamos ante todo al Catecismo de la Iglesia Católica, para conocer cuál es, no la opinión de tal o cual autor , sino la fe de la Iglesia de Cristo respecto de este punto.

Ante todo, la verdad central de la fe que fue definida en el Concilio de Calcedonia y que el Catecismo expresa de este modo:

466 La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella S. Cirilo de Alejandría y el tercer concilio ecuménico reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que "el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre" (DS 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne" (DS 251).

467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el cuarto concilio ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año 451:

Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.

Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona (DS 301-302).

468 Después del concilio de Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza humana de Cristo como una especie de sujeto personal. Contra éstos, el quinto concilio ecuménico, en Constantinopla el año 553 confesó a propósito de Cristo: "No hay más que una sola hipóstasis [o persona], que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad" (DS 424). Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuído a su persona divina como a su propio sujeto (cf. ya Cc. Efeso: DS 255), no solamente los milagros sino también los sufrimientos (cf. DS 424) y la misma muerte: "El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la santísima Trinidad" (DS 432).

469 La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor:

"Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit" ("Permaneció en lo que era y asumió lo que no era"), canta la liturgia romana (LH, antífona de laudes del primero de enero; cf. S. León Magno, serm. 21, 2-3). Y la liturgia de S. Juan Crisóstomo proclama y canta: "Oh Hijo Unico y Verbo de Dios, siendo inmortal te has dignado por nuestra salvación encarnarte en la santa Madre de Dios, y siempre Virgen María, sin mutación te has hecho hombre, y has sido crucificado. Oh Cristo Dios, que por tu muerte has aplastado la muerte, que eres Uno de la Santa Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu, sálvanos! (Tropario "O monoghenis").

En resumen: Una Persona, la divina, dos naturalezas, la divina y la humana. No dos personas, una divina y otra humana, como quería Nestorio, ni una sola naturaleza, divina, o mezcla de divina y humana, como querían los monofisitas.

Una sola Persona, el Verbo de Dios, que es Dios por naturaleza, y por toda la Eternidad, que eternamente nace del Padre como Hijo suyo y recibe eternamente del Padre la misma única naturaleza divina. Y que es hombre, esa misma única Persona divina, a partir de su Encarnación en el seno purísimo de María Virgen, para nuestra salvación.

Dos naturalezas realmente distintas, la divina y la humana, de esa única Persona divina: una, la divina, poseída naturalmente, desde toda la eternidad, por la generación eterna por la que el Hijo procede eternamente del Padre; otra, la humana, poseída, no naturalmente, sino libre y sobrenaturalmente, por la Encarnación realizada en el tiempo, por la concepción realizada en María Santísima.

A continuación, el Catecismo se explaya sobre las consecuencias que ello tiene para la actividad humana de Jesucristo, Verbo Encarnado, y más en particular, para su conocimiento humano:

470 Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo.

En este numeral el Catecismo plantea los dos aspectos que hay que tener siempre inseparablemente presentes al considerar el ser y el obrar del Verbo Encarnado: por un lado, la verdadera y real humanidad, realmente distinta de la Divinidad, que ha asumido el Hijo de Dios, y por tanto, el carácter verdadera y realmente humano, limitado, temporal, histórico, de los actos que el Verbo realiza mediante esa Humanidad suya.

Por otro lado, la verdadera y natural Divinidad de la única Persona en que subsisten las dos naturalezas, la divina y la humana: la Persona divina del Verbo de Dios que es así el único sujeto personal de los actos humanos de la inteligencia y voluntad humanas del Señor. Actos humanos, entonces, cuyo único sujeto personal es la Persona divina del Verbo:

Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):

El texto de "Gaudium et Spes" nos ofrece como la síntesis de ambos aspectos: el sujeto de todos esos actos verdaderamente humanos no es una "persona humana", sino el Hijo de Dios:

El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (GS 22, 2).

A continuación el Catecismo aborda el tema concreto del conocimiento humano de Cristo Nuestro Señor:

471 Apolinar de Laodicea afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituído al alma o al espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un alma racional humana (cf. DS 149).Aquí se defiende la verdadera humanidad asumida por el Salvador, en la medida en que una naturaleza humana completa no es solamente el cuerpo, sino también el alma, y Apolinar pretendía que el Verbo había asumido solamente un cuerpo humano en el cual el mismo Verbo hacía las veces de alma o espíritu. Contra esto la Iglesia ha definido la verdadera alma humana de Cristo Nuestro Señor, que en este contexto es tanto como definir su verdadera humanidad. Así se explicita en lo que sigue:

472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso ... correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7).

No se puede ser más explícito en la afirmación del carácter auténticamente humano de Jesucristo. A continuación viene la verdad complementaria: la verdadera Divinidad de la Persona asumente implica que el conocimiento humano del Señor está, sin embargo, en una situación única, en tanto el sujeto personal de dicho conocimiento humano es una persona divina. Son actos humanos como los nuestros, pero a diferencia de los nuestros, proceden de un sujeto de actuación que es Dios, a saber, Dios hecho hombre. Eso no puede quedar sin consecuencias para el contenido mismo de los conocimientos humanos del Verbo Encarnado, so pena de establecer una separación, un dualismo, una especie de "esquizofrenia" absolutamente inadmisible en el seno del Misterio de Cristo.

473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona (cf. S. Gregorio Magno, ep 10,39: DS 475). "La naturaleza humana del Hijo de Dios, no por ella misma sino por su unión con el Verbo, conocía y manifestaba en ella todo lo que conviene a Dios" (S. Máximo el Confesor, qu. dub. 66 ). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14, 36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano, demostraba también la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn 2, 25; 6, 61; etc.).

La frase de San Máximo el Confesor es a la vez precisa y concluyente: distingue claramente entre lo que la naturaleza humana del Verbo Encarnado podía por sí misma, que no es esencialmente diverso de lo que puede la nuestra, y lo que podía "por su unión con el Verbo", a saber, en el único estado concreto en que existía, subsistiendo en la Persona divina del Hijo de Dios.

Habla el Catecismo además de un "conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios tiene de su Padre" Nótese que dice "conocimiento", no "fe", y en todo el Catecismo no se encontrará la afirmación de que Jesús tuvo fe, contra lo que erróneamente sostienen algunos teólogos actuales. Por el contrario, ese conocimiento es, no solamente "íntimo", sino "inmediato", o sea, evidente, que es lo contrario de la fe. 

474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).

Finalmente, el Catecismo afirma que "el conocimiento humano de Cristo gozaba de la plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar". Siendo así que esos designios eternos, sobre todo si se los conoce con "plenitud" de ciencia, incluyen la Redención de la humanidad por la Encarnación, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios, Jesucristo Nuestro Señor, de esta sola frase se deduce que el Señor tenía plena conciencia de ser el Hijo eterno del Padre.

Sin embargo, importa destacar que la conciencia que el Hijo Encarnado tiene de su propia Divinidad es eso, "conciencia", y no solamente "ciencia"; es decir, conocimiento reflexivo y subjetivo, conciencia que la persona tiene de sí misma, no objetivo como el que tiene por la visión beatífica de la Esencia divina, por la que contempla en ella, dentro de los límites humanos, los designios de Dios. Sobre esto, véase más abajo: no podemos negar a la Persona divina del Verbo Encarnado algo tan esencial como la autoconciencia, también en su naturaleza humana. Sobre este tema cfr. el concluyente estudio de Mons. Pietro Parente, "L'Io di Cristo", Istituto Paduano di Arte Grafiche, Rovigo, 1981, reedición del texto publicado en 1955 por Ed. Morcelliana, Brescia, Italia.  

A continuación intentaremos argumentar racionalmente, a partir del dato de la fe, en el sentido de las afirmaciones anteriores.

Jesús de Nazareth ¿era consciente, en su vida terrena, de su Divinidad, o no?

Presupuesto: la fe católica, según la cual Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre, segunda Persona de la Santísima Trinidad, verdadero Dios y verdadero hombre.

Según la fe católica, Jesucristo es una única Persona, la divina (cfr. condena del nestorianismo) que subsiste en dos naturalezas distintas, la divina, que recibe del Padre desde toda la eternidad, y la humana, que recibió de María Santísima en el tiempo.

Ahora bien, a cada naturaleza, según la fe católica, corresponde su específica inteligencia y voluntad (cfr. condena del monotelismo) , por que a la misma Persona divina del Verbo Encarnado corresponden ambas facultades, la inteligencia divina y la humana, la voluntad divina y la humana.

Pero es claro que al menos según su inteligencia divina, Jesucristo ha sido siempre, sin interrupción, consciente de su Divinidad.

Luego, como el único sujeto personal de las dos naturalezas y de las dos inteligencias es justamente Jesucristo, es decir, el Verbo Encarnado, hay que decir que, simplemente hablando, Jesucristo ha sido siempre consciente de su Divinidad.

En este sentido, NEGAR PURA Y SIMPLEMENTE LA CONCIENCIA QUE JESÚS DE NAZARETH TENÍA EN SU VIDA TERRENA DE SU DIVINIDAD, ES NEGAR LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO, Y CON ELLA, TODA LA FE CRISTIANA.

Pues o bien habrá que concluir que Jesucristo no es Dios, o bien, que la Persona de Jesús no es sujeto de su naturaleza y su inteligencia divinas, lo cual viene a ser en fin de cuentas lo mismo.

Y éste es el sentido profundo de la frase del Papa..."Es evidente que quien no sea nestoriano no puede ser agnoeta". Los herejes nestorianos, en efecto, afirmaban en Cristo dos personas, la divina, del Verbo, y la humana, de Jesús, y una tercera persona compuesta de esas dos, que sería Cristo.

Según esta herejía, entonces, sí es posible que Jesús no sea consciente de su Divinidad, y que ignore algo, absolutamente hablando, en general, que es lo que defendían los "agnoetas". Porque Jesús es una persona humana, en esta doctrina, no una Persona Divina, como es en la fe católica. O sea, no es Dios. Pero en la fe católica que por gracia de Dios profesamos, es imposible que absolutamente hablando Jesucristo ignore alguna cosa en algún momento, porque siempre el Verbo Encarnado es sujeto personal de la Inteligencia divina que conoce absolutamente todas las cosas.

Otra cosa es si preguntamos acerca del conocimiento que Jesucristo tenía en virtud de su naturaleza humana. Es claro que en este nivel es posible e incluso necesaria la ignorancia de ciertas cosas, pues es imposible que una inteligencia humana posea la Omnisciencia. Por eso aquí es posible el límite siempre presente, el progreso, etc. Pero incluso en este nivel, es necesario que la autoconciencia humana de Jesús, desde que existe, haya sido también autoconciencia de su Divinidad, porque de lo contrario no podría propiamente llamarse autoconciencia, ya que la única Persona que hay en Cristo es la Divina, y la persona es justamente el sujeto y el objeto de la autoconciencia.

Por eso también se puede decir que incluso a este nivel del conocimiento humano que Jesús tenía de sí mismo, es necesario ser nestoriano para negar la conciencia que Jesucristo tenía de su Divinidad.

Claro que eso es necesario afirmarlo desde que existe la autoconciencia personal de Jesucristo, lo cual no nos exige, por tanto, afirmar, que en su conciencia humana era consciente de su Divinidad desde el instante de su concepción, por ejemplo.

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Veamos lo que dice San Gregorio Magno en DZ 248:

De la ciencia de Cristo

(contra los agnoetas)

[De la Carta Sicut aqua frigida a Eulogio, patriarca de Alejandría, agosto de 600]

Sobre lo que está escrito que el día y la hora, ni el Hijo ni los ángeles lo saben [cf. Mt. 13, 32], muy rectamente sintió vuestra santidad que ha de referirse con toda certeza, no al mismo Hijo en cuanto es cabeza, sino en cuanto a su cuerpo que somos nosotros... Dice también Agustín... que puede entenderse del mismo Hijo, pues Dios omnipotente habla a veces a estilo humano, como cuando le dice a Abraham: Ahora conozco que temes a Dios [Gen. 22, 12]. No es que Dios conociera entonces que era temido, sino que entonces hizo conocer al mismo Abraham que temía a Dios. Porque a la manera como nosotros llamamos a un día alegre, no porque el día sea alegre, sino porque nos hace alegres a nosotros; así el Hijo omnipotente dice ignorar el día que Él hace que se ignore, no porque no lo sepa, sino porque no permite en modo alguno que se sepa. De ahí que se diga que sólo el Padre lo sabe, porque el Hijo consustancial con Él, por su naturaleza que es superior a los ángeles, tiene el saber lo que los ángeles ignoran. De ahí que se puede dar un sentido más sutil al pasaje; es decir, que el Unigénito encarnado y hecho por nosotros hombre perfecto, ciertamente en la naturaleza humana sabe el día y la hora del juicio; sin embargo, no lo sabe por la naturaleza humana. Así, pues, lo que en ella sabe, no lo sabe por ella, porque Dios hecho hombre, el día y hora del juicio lo sabe por el poder de su divinidad... Así, pues, la ciencia que no tuvo por la naturaleza de la humanidad, por la que fue criatura como los ángeles, ésta negó tenerla como no la tienen los ángeles que son criaturas. En conclusión, el día y la hora del juicio la saben Dios y el hombre; pero por la razón de que el hombre es Dios. Pero es cosa bien manifiesta que quien no sea nestoriano, no puede en modo alguno ser agnoeta. Porque quien confiesa haberse encarnado la sabiduría misma de Dios ¿con qué razón puede decir que hay algo que la sabiduría de Dios ignore? Escrito está: En el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios... todo fue hecho por Él [Ioh. 1, 1 y 3]. Si todo, sin género de duda también el día y la hora del juicio. Ahora bien, ¿quién habrá tan necio que se atreva a decir que el Verbo del Padre hizo lo que ignora? Escrito está también: Sabiendo Jesús que el Padre se lo puso todo en sus manos [Ioh, 13, 3]. Si todo, ciertamente también el día y la hora del juicio. ¿Quién será, pues, tan necio que diga que recibió el Hijo en sus manos lo que ignora?

http://www.conoze.com/doc.php?doc=1043

En este texto de San Gregorio Magno se ofrecen varias interpretaciones posibles de la ignorancia respecto del día y hora del Juicio que Jesús afirma tener en los Evangelios:

1) No se refiere al Hijo cabeza del Cuerpo de la Iglesia, sino al Cuerpo mismo, es decir, a nosotros, los miembros.

2) Se refiere al mismo Hijo, pero no en el sentido de que no lo sepa, sino de que no nos lo hace saber a nosotros.

3) Además, al decir que sólo el Padre lo sabe, el Hijo reconoce que Él lo sabe también, en cuanto consustancial con el Padre.

4) Lo sabe incluso en su naturaleza humana, pero no por la naturaleza humana, sino por la divina.

En definitiva, San Gregorio afirma que Cristo conoce el día y la hora por la ciencia divina que tiene en común con el Padre y por la que conoce todas las cosas, y también afirma que lo conoce en su ciencia humana, si bien, no por su naturaleza humana, sino por su naturaleza divina.

En cuanto a la filiación nestoriana que San Gregorio cree descubrir, se sabe que en realidad los agnoetas eran monofisitas. Se puede negar la omnisciencia a Jesús, ya sea porque se lo considere persona distinta del Hijo (nestorianos) ya sea porque se considere que en Él la naturaleza divina se mezclado con la humana y por consiguiente mermado en algo (monofisitas).

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Vamos ahora a Santo Tomás de Aquino, en IIIa, q. 9, a. 1:

ARTíCULO 1

Además de la divina, ¿poseyó Cristo alguna otra ciencia?

(Nótese cómo Santo Tomás comienza dando por sentado que Cristo poseyó la ciencia divina).

Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo otra ciencia fuera de la divina.

1. La ciencia es necesaria para conocer algunas cosas. Pero Cristo lo conocía todo por su ciencia divina. Luego la existencia en él de cualquier otra ciencia hubiera resultado superflua.

2. la luz más débil palidece ante la más fuerte. Ahora bien, cualquier ciencia creada, comparada con la divina, equivale a la luz más débil comparada con la más fuerte. Luego en Cristo no pudo resplandecer ciencia alguna distinta de la divina.

3. la unión de la naturaleza humana con la divina se realizó en la persona, como es claro por lo dicho anteriormente (q.2 a.2). Algunos sostienen que en Cristo existió una ciencia de unión, por la que conoció mejor que nadie todo lo referente al misterio de la encarnación. Y como la unión personal incluye las dos naturalezas, parece que Cristo no tuvo dos ciencias, sino una sola, la que pertenece a las dos naturalezas.

Contra esto: está lo que dice Ambrosio en el libro De Incarnatione : Dios, al encarnarse, asumió la perfección de la naturaleza humana; tomó el conocimiento del hombre, no el pensamiento orgulloso de la carne. Pero la ciencia creada pertenece al conocimiento del hombre. Luego en Cristo existió otra ciencia además de la divina.

Respondo: Como es manifiesto por lo dicho anteriormente (q.5), el Hijo de Dios tomó la naturaleza humana completa, es decir, no sólo el cuerpo, sino también el alma; no solamente la sensitiva, sino también la racional. Y, en consecuencia, fue necesario que poseyese la ciencia creada por tres motivos: primero, por la perfección del alma. El alma, considerada en sí misma, está en potencia para conocer todo lo inteligible, pues es como un tablero en el que no hay nada escrito , y en la que, sin embargo, se puede escribir, a causa del entendimiento posible, en el que hay capacidad para hacerse todas las cosas, como se escribe en el libro III De Anima''. Ahora bien, lo potencial es imperfecto mientras no se convierta en acto. Y no fue conveniente que el Hijo de Dios asumiera una naturaleza humana imperfecta, sino perfecta, puesto que, por medio de ella, debía ser llevado a la perfección todo el género humano. Y por eso fue conveniente que el alma de Cristo fuese perfecta mediante alguna ciencia que fuera con toda propiedad su perfección. De ahí la conveniencia de que existiese en Cristo una ciencia distinta de la divina. En caso contrario, el alma de Cristo sería más imperfecta que las almas todas de los demás hombres.

Segundo, porque, al estar todo ser ordenado a su propia operación, como se dice en el libro II De cáelo et mundo , Cristo tendría en vano el alma intelectual, en caso de no ejercitarla entendiendo. Esto pertenece a la ciencia creada.

Tercero, porque hay una ciencia creada que pertenece a la misma naturaleza del alma humana, a saber, la ciencia por la que conocemos naturalmente los primeros principios, pues aquí tomamos la cienda en sentido amplio, equivalente a cualquier conocimiento de la inteligencia humana. Ahora bien, a Cristo no le faltó nada de lo que es natural, porque asumió la naturaleza humana completa, como queda dicho (q.5). Y por esto el Concilio VI condenó la doctrina de quienes negaban la existencia de dos ciencias o dos sabidurías en Cristo.

(Según esto, la condenación de ese Concilio se dirigió sobre todo a subrayar la existencia de una ciencia humana en Cristo. Pero de todos modos, el modo en que lo hizo implicó afirmar la existencia de una ciencia divina en Él, ya que se habló de las "dos ciencias o sabidurías en Cristo".)

A las objeciones:

1. Cristo conoció todas las cosas por la ciencia divina en una operación increada, que es la misma esencia de Dios, pues la intelección de Dios es su propia sustancia, como se demuestra en el libro XII Metaphys. . Por eso el alma de Cristo no pudo tener un acto de esta clase, porque es de otra naturaleza. Por consiguiente, si en el alma de Cristo no hubiera existido otra ciencia que la divina, no hubiera conocido nada. Y, en tal supuesto, hubiera sido asumida en vano, porque ¿as cosas existen en orden a su operación.

(Nótese aquí la afirmación formal de que Cristo conoció todas las cosas por su ciencia divina, increada. Santo Tomás no dice, como veremos más abajo que dice, por ejemplo, González Gil S.J., que hay que dejar fuera de la consideración lo tocante a la ciencia divina de Cristo. )

2. Si se trata de dos luces del mismo orden, la menor palidece ante la mayor, como la luz del sol oscurece la luz de una candela, al pertenecer ambas al mismo orden de iluminación. En cambio, si la luz mayor se entiende en el orden de iluminar y la luz menor en el campo de lo iluminado, entonces la luz menor no es oscurecida por la mayor, sino potenciada, como se agranda la luz de la atmósfera con la luz del sol. Y, de este modo, en el alma de Cristo la luz de su ciencia no es oscurecida por la luz de la ciencia divina, sino que es esclarecida por ella, que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, como se lee en Jn 1,9.

(Aquí no sólo se afirma la existencia de ciencia divina en Cristo, sino también su influencia potenciadora en la ciencia humana de Cristo).

3. Teniendo en cuenta las realidades unidas, en Cristo se distingue una ciencia en cuanto a la naturaleza divina y otra en cuanto a la naturaleza humana; y ello porque, en virtud de la unión, que hace que Dios y el hombre tengan una misma hipóstasis, lo que es de Dios se atribuye al hombre, y lo que es del hombre se atribuye a Dios, como antes se ha dicho (q.3 a.6 arg.3). Pero, por parte de la unión, no es posible atribuir a Cristo ciencia alguna, porque tal unión se concreta en el ser personal, mientras que la ciencia no conviene a la persona más que por razón de una naturaleza determinada.

(Y aquí, finalmente, se vuelve a afirmar que en Cristo hay una ciencia correspondiente a la naturaleza divina, y otra correspondiente a la humana).

http://www.hjg.com.ar/sumat/d/c9.html

Véase también el comienzo de la cuestión siguiente, IIIa., q. 10, introd.:

"A continuación hay que considerar acerca de cada una de las predichas ciencias. Pero como de la ciencia divina ya se habló en la primera parte ( q. 14), resta considerar ahora las otras..."

En efecto, en la primera parte de la Summa, al hablar de los atributos propios de la Esencia divina, se habló de la ciencia divina. Y es esa ciencia la que implícitamente ahora Santo Tomás reconoce como ciencia de Jesucristo, en virtud de su naturaleza divina.

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Véase también estas útiles reflexiones de la Enciclopedia Católica en Internet:

Poseyendo Cristo dos naturalezas, y por lo tanto dos inteligencias, la humana y la divina, el problema sobre el conocimiento encontrado en su inteligencia divina es idéntico al problema acerca del conocimiento de Dios. Los arrianos, ciertamente, sostenían que el Verbo mismo ignoraba muchas cosas, por ejemplo, el día del juicio; en esto eran consistentes con su negación de que el Verbo es consustancial con el Dios omnisciente. Los agnoetas, también, atribuían ignorancia no solamente al alma humana de Cristo, sino al Verbo eterno. Suicer, s.v. Agnoetai, I, p. 65, dice: "Hi docebant divinam Christi naturam... quaedam ignorasse, ut horam extremi judicii". Pero los agnoetas eran una secta de los monofisitas, e imaginaban una confusión de naturalezas en Cristo, siguiendo modelo eutiquiano, atribuyendo ignorancia a aquella naturaleza divina en la que su naturaleza humana (como sostenían) estaba absorbida. Una honesta profesión de la divinidad de Cristo requiere la admisión de la omnisciencia en su inteligencia divina.

http://www.enciclopediacatolica.com/c/conjesucr.htm

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Véase en cambio GONZÁLEZ GIL, Manuel, S.J., Cristo, el misterio de Dios, T. I, Cristología y Soteriología, B.A.C., Madrid, 1976.

"No podemos contentarnos con la respuesta simplista de que Jesús tenía que saberlo todo por aquello de que es verdadero Dios. Esto sería incurrir una vez más en docetismo o monofisismo, reduciendo la existencia humana de Cristo a la de una mera careta o instrumento mecánico de su divinidad. La sabiduría o ciencia de que aquí hablamos no es la omnisciencia que el Hijo de Dios, como Verbo, posee en su divinidad, sino la ciencia o sabiduría que Cristo posee como hombre; y más en concreto, es la ciencia humana que poseyó durante su vida terrestre, el saber y conocimiento de las cosas que manifiesta en sus palabras y acciones, desde su infancia hasta el momento de su muerte en la cruz. Porque Jesucristo, lo mismo que "trabajó con manos humanas", también "pensó con inteligencia humana" (GS 22). De modo que hay que descartar ahora todas las consideraciones relativas a su ciencia divina, así como las referidas a la ciencia del Señor glorificado. Llamamos la atención sobre este punto, porque no habrá que aducir textos escriturísticos indiscriminadamente, sin examinar si pretenden o no, enunciar algo sobre el saber humano de Jesús como hombre y precisamente durante su vida mortal." (p. 406).

Observaciones:

1) Estamos de acuerdo en considerar la ciencia que Jesús tenía en su vida terrestre, antes de su Resurrección.

2) Pero pensamos que hay que entender muy bien lo que se dice:

"Esto sería incurrir una vez más en docetismo o monofisismo, reduciendo la existencia humana de Cristo a la de una mera careta o instrumento mecánico de su divinidad."

Es cierto que eso ocurriría si sólo considerásemos en Cristo su ciencia divina. Pero de ahí no se sigue que podamos dejarla de lado para centrarnos exclusivamente en su ciencia humana. El texto no es claro respecto de esta distinción fundamental.

En efecto, no puede decirse que la afirmación de que Jesucristo lo sabía todo por ser verdadero Dios lleve necesariamente al docetismo o monofisismo como parece afirmar el autor. Más bien, nos parece que esa afirmación de omnisciencia en Jesús debe ser hecha, en todo caso, de lo contrario se estaría negando la Divinidad de Jesucristo. Lo dice el mismo autor en la p. 116:

"Cierto que no han de confundirse las naturalezas, porque la omnisciencia no es propiedad que corresponde a Jesucristo por razón de su naturaleza humana, pero negarle un conocimiento cualquiera puede implicar la negación de su personalidad divina (DS 474 - 476)."

3) No nos queda claro, con todo, porqué a la hora de estudiar la ciencia de Cristo, y de responder, como él dice, a la pregunta de sus contemporáneos: "¿De dónde esta sabiduría y estos milagros?" (Mt. 13,54), el autor se confina a la sola ciencia humana de Jesucristo. Es claro que los milagros no los hacía en virtud de su poder humano, sino de su poder divino. ¿Porqué entonces limitarse a estudiar el papel de la inteligencia humana de Jesús al estudiar la ciencia que Él manifestó durante su vida terrena? ¿Se puede " descartar ahora todas las consideraciones relativas a su ciencia divina" sin dar una imagen abstracta y por tanto irreal del misterio de Jesús de Nazareth en su misma vida terrena? ¿No era en concreto esa Persona divina el único sujeto concreto, existencial, tanto de la ciencia divina como de la ciencia humana? ¿Podría haber enseñado como enseñó si, por imposible, solamente hubiese contado con su ciencia humana? ¿Podía prescindir o abstraer durante su vida terrena de lo que le aportaba continuamente la ciencia que le correspondía a Él, único sujeto personal, en virtud de su naturaleza divina?

4) Sí nos parece claro e iluminador el siguiente pasaje de la misma obra:

"Claro está que no se puede imaginar una única conciencia de "los actos" divinos y humanos, porque esto sería confundir las naturalezas; pero debemos afirmar un único sujeto, de la conciencia divina del Hijo y de su conciencia humana; único centro de una conciencia doble, cada una de las cuales es estrictamente suya, de modo que es centro de la conciencia divina y centro de la psicología humana, porque él, y no otro, es el que, sin experimentar sufrimiento ni agonía en su conciencia divina, sufre y muere en su experiencia humana. (cf. DS 63)".

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Pasemos ahora a la conciencia HUMANA que Nuestro Señor tenía de su Divinidad. 

Por alguna extraña razón, los sostenedores del "Jesús inconsciente" dicen una y otra vez que si el Señor hubiera tenido conciencia de su Divinidad, su pasaje por este mundo habría sido solamente un juego, una farsa, una representación. Se podría responder que más juego, farsa y representación es la de este Jesús de ellos que se ignora a sí mismo, y va por el mundo teniéndose por lo que no es (un mero hombre) y haciendo que los demás lo tomen por tal.

Por el contrario, no vemos nada de juego ni de farsa en que alguien sepa quién es. Al contrario, nos parece el punto de partida mínimo, indispensable, para cualquier autenticidad personal posible y pensable.

Con este argumento, además, el Señor no debería haberse hecho consciente nunca de su Divinidad, puesto que al hacerlo, entraría inmediatamente, según el argumento en cuestión, en el ámbito de la "farsa" y el "teatro" por lo que toca a su humanidad. Lo cual es claramente absurdo. 

Aún concediendo que lo de la "farsa" y el "teatro" tendría validez solamente hasta antes de la Resurrección, y que a partir de ella ya el Señor podría ser consciente de su Divinidad sin banalizar su humanidad (¿porqué, en el fondo?...) de todos modos, eso llevaría a que hasta el instante mismo de su muerte en la Cruz el Señor no supo que era el Hijo de Dios, y que murió sin saberlo. 

Y eso lleva a anular el dato central de la fe cristiana, que es el Sacrificio de Cristo en la Cruz por nuestros pecados, por el cual Él se ha constituido precisamente en nuestro Salvador. 

Porque ese Sacrificio consiste en la entrega que el Hijo de Dios hecho hombre hace de Sí mismo al Padre en expiación de nuestros pecados, y para obtener nuestra justificación, sacrificio que obtiene su valor infinito de redención y salvación para todos los hombres precisamente de la Divinidad de la víctima que en su humanidad se ofrece y da su vida por nosotros. 

Esto es esencial: el Sacrificio del Calvario es ante todo el Sacrificio de Cristo mismo, en el sentido de que es el Sacrificio del cual Él es el principal autor, el sacerdote, el oferente, y no solamente la víctima y la ofrenda. Él se ofrece por nuestros pecados, según aquello de San Pablo: "Me amó, y se entregó por mí"(Gal. 2, 20). 

Ahora bien: ¿cómo ofrecerse por la salvación de todos los hombres sin saberse Dios, si es precisamente de esa Divinidad de la víctima ofrecida que deriva la eficacia salvífica universal de ese sacrificio?  

¿Cómo alguien que se considera un puro hombre va a creer que su muerte es salvífica para toda la humanidad? Y si lo creyó, y con esa creencia se ofreció al Padre en la Cruz: ¿su ofrenda entonces fue una ofrenda equivocada respecto de sí misma? ¿Se ofreció para salvarnos creyéndose un puro hombre, y resultó su ofrenda realmente salvífica, porque era, sin saberlo, Dios? ¿Es que entonces la intencionalidad del mismo Cristo en su auto-ofrenda no cuenta para nada ante Dios? 

Pero además: ¿qué es más, ser Dios o tener conciencia de ser Dios? Obviamente, que ser Dios. Luego, si el tener conciencia de ser Dios quitara autenticidad a la humanidad de Cristo, mucho más lo haría el ser Dios. Es claro que esto último es contrario a la fe cristiana, cuyo centro es precisamente la Encarnación de Dios, es decir, la Divinidad de Jesucristo. 

Precisamente por ser Dios hecho hombre, es que Jesús es el Hombre perfecto, y no hay ni puede haber nadie tan humano como Él. Recordemos la frase del Concilio Vaticano II: "El misterio del hombre sólo se esclarece verdaderamente en el misterio del Verbo Encarnado" (GS 22). ¿Cómo entonces el tener conciencia de ser eso que él realmente es, y por lo que es más humano que nadie, va a ir en contra de la autenticidad de su experiencia humana?  

En el fondo de esta oposición no cristiana entre lo humano y lo divino está, evidentemente, la influencia ambiental de la mentalidad secularista, para la cual el hombre y Dios sólo pueden pensarse, en el fondo, como rivales: lo que se le da a uno, forzosamente ha de quitarse, en esta mentalidad, al otro. Por el contrario, la fe cristiana puede y debe decir de Jesús: "Cuando más divino, más humano". 

Es lamentable que ese conformismo con la mentalidad del hombre viejo sea tenido miopemente por "progresismo" en algunos ámbitos. Lavar y ablandar el misterio escandaloso de la Encarnación de Dios es volver atrás, al paganismo, a la "razonabilidad" de una inteligencia afectada por el pecado original y no sanada aún por la fe cristiana. 

Y más lamentable aún es que esa corta y tímida "prudencia" que lleva a seguir manteniendo apartados, en el fondo, a Dios y al hombre, y que al final es disolvente del mismo misterio revelado, sea vista como "audacia intelectual" (¡colmo de la irrisión!) en comparación con la provocadora insolencia de la ortodoxia de siempre, que no teme proclamar, para escándalo eterno de los "bienpensantes" de este mundo, que "El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros", con todas sus escandalosas consecuencias. 

Argumentamos entonces así:

"Jesucristo es una persona que es humanamente consciente de sí misma. La Persona de Jesucristo es divina. Luego, Jesucristo es humanamente consciente de su Divinidad."

Para negar esta conclusión, por tanto, hay que:

1) Negar que Jesucristo, como persona, es humanamente consciente de sí mismo.

O bien:

2) Negar que la Persona de Jesucristo es divina.

O bien:

3) Negar que la única persona de Jesucristo es la divina.

4) Y también se puede hacer una distinción:

"Jesucristo es consciente de su Persona divina": Distingo: A) De la existencia de dicha Persona: Concedo. B) De la naturaleza divina de dicha Persona: Niego. Jesús sería consciente de la existencia de su Persona, y de la naturaleza humana en que subsiste dicha Persona, pero no de la naturaleza divina de la misma Persona.

La postura que se expresa en 1) es un absurdo psicológico, y además, implica una extraña "deshumanización" del Verbo Encarnado, que carecería de algo tan humano como es la autoconciencia personal.

En cuanto a 2 ), constituye la herejía de todos aquellos que niegan la Divinidad de Jesucristo, como los adopcionistas, por ejemplo, o los arrianos. Es claro que para la fe cristiana la postura expresada en 2) es inadmisible. Como cristianos, creemos en la auténtica y propia Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Por su parte, 3) es la herejía nestoriana, por la que fue condenado Nestorio, Patriarca de Constantinopla, que afirmaba en Jesucristo dos personas distintas, la divina y la humana. Aplicado a nuestro tema, se diría que la persona de la que es humanamente consciente el Señor es la humana, no la divina.

Baste decir que es igualmente absurdo decir que Cristo Nuestro Señor es dos personas. En el Evangelio, refiriéndose a Sí mismo, el Señor no dice "nosotros", sino "yo".

La fe cristiana y católica, expresada en el Concilio de Calcedonia, profesa que en Jesucristo hay una sola Persona, que es la Persona divina del Verbo-Hijo de Dios, y dos naturalezas: la divina, que esa Persona posee naturalmente, desde la Eternidad, y la humana, que posee por la Encarnación realizada en el tiempo en el vientre de María Santísima, por obra y gracia del Espíritu Santo.

Así ha de entenderse la afirmación de San Juan en el cuarto Evangelio: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios (...) Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros".

En cuanto a la distinción expresada en 4), se podría tratar de reforzarla con esta otra: una cosa es que el Señor tuviese conciencia solamente de su naturaleza humana, y otra cosa sería que tuviese conciencia de tener solamente una naturaleza humana. Podría ser únicamente el primer caso: una conciencia solamente de humanidad que no implicase la negación de otra naturaleza, por ejemplo, la divina.

Esto es lo que parece afirmar De Mattos: 

"Para mí lo central era partir de un Jesús que no tuviera otra evidencia que la de ser hombre." (cfr. arriba). 

Pero esta última distinción es sólo aparente: en concreto, si alguien tuviese solamente conciencia de ser humano, también tendría la certeza de no ser otra cosa que humano. ¿Qué motivo podría tener para suspender el juicio y dejar abierta la posibilidad de otra naturaleza? ¿Es que nosotros mismos tenemos algo más que solamente la pura conciencia de nuestra humanidad, para fundar nuestra certeza de no ser otra cosa que humanos? A ninguno de nosotros, en efecto, se le ocurre ponerse a dudar seriamente si no será Dios o ángel, y en caso de que sí lo hiciera, habría una internación en su futuro.

Hay que distinguir, entonces, si Cristo tenía conciencia de ser solamente hombre, o si creía solamente, con total certeza y espontaneidad, como cualquiera de nosotros, que era solamente hombre.

En el primer caso, lógicamente deberemos negar la Divinidad de Cristo, porque suponemos que la "conciencia" no puede ser falsa: es la evidencia inmediata que cada uno tiene de sí mismo. Es claro que eso va contra la fe cristiana. Jesús no puede haber tenido "conciencia" de ser solamente hombre.

En el segundo caso, y suponiendo la fe cristiana, Jesús habría estado en un profundo error respecto de su propia identidad personal.

Pero entonces, 4) implicaría en Jesús algo más que un simple error: una auténtica alienación respecto de su propia identidad personal: se consideraría persona naturalmente humana, siendo en realidad Persona naturalmente divina que posee (por la Encarnación) una naturaleza humana.

Lo normal es que se den casos de locura en los que el sujeto cree ser Dios, no siéndolo: aquí, en cambio, tendríamos un caso patológico realmente único: alguien que cree no ser Dios, siéndolo.

Nótese que a los que se extrañan de la fe católica, expresada en Calcedonia y profundizada teológicamente, por ejemplo, por Santo Tomás de Aquino, no menos, sino mucho más les debería extrañar esta otra fe que nos quiere vender el "progresismo" teológico hace tantos años: una Persona divina encarnada con una autoconciencia radicalmente falseada en lo más esencial.

La fe cristiana es ciertamente sorprendente, pero sus sustitutos son absurdos.

Por tanto, no hay otra alternativa que ésta:

o afirmar la conciencia humana que Jesús tiene de su Divinidad desde que tiene conciencia de Sí mismo, o negar la Divinidad de Jesucristo Nuestro Señor.

A no ser que se opte por la alternativa (herética) nestoriana. Es decir, afirmar en Cristo dos personas, la divina y la humana; así, es claro que la autoconciencia humana del Señor sólo tendría que tener por objeto su persona humana, y no la divina. No habría error en Cristo por ello, pues efectivamente la persona que sería objeto de su autoconciencia humana sería la humana, no la divina.

Es decir, no habría esquizofrenia psicológica, pero solamente porque habría previamente una especie de "esquizofrenia ontológica" que es la propia del nestorianismo, que introduce en Jesucristo dos personas completas y distintas, reduciendo así la unidad personal del Señor, que es dato de fe, (y, nos atreveríamos a decir, de sentido común, al menos de sentido común creyente) a una unidad meramente accidental, moral, asociativa, corporativa, como la que puede darse entre dos amigos. 

Ahora bien, no se puede, por otra parte, distinguir entre el "yo" y la "persona" de tal manera que se afirme la dualidad de "yoes" humanos a la vez que la unidad de la persona, es decir, una especie de dualidad psicológica fundada en una unidad ontológica. Aquí sí recaeríamos en la "esquizofrenia", además, es finalmente insostenible distinguir los "yoes" y no distinguir las personas. La que dice "yo", es precisamente la persona. Entre dos "yoes" distintos cabe que se traten uno al otro de "tú", ahora bien, es absurdo que ello pueda ocurrir dentro de la misma persona, salvo en un sentido figurado ( y salva, también, la esquizofrenia).

O sea, que es imposible que el "nestorianismo psicológico" no vaya finalmente unido al "nestorianismo ontológico", que ha sido condenado como herejía por el Concilio de Éfeso.    

Cuando el Señor en el Evangelio dice "Tengo sed", y por otro lado dice, "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida", es el mismo "yo" el que habla en ambos casos, y es la misma Persona, a saber, la Persona divina del Verbo Encarnado, que nos habla mediante su naturaleza humana, y a veces nos dice cosas propias de la naturaleza humana, como "Siento compasión de la muchedumbre"; otras, cosas propias de la naturaleza divina en sí misma considerada (por ejemplo, "Yo y el Padre somos uno"), otras, cosas propias de la naturaleza divina en cuanto unida hipostáticamente (es decir, en la Persona divina del Verbo) a la humana: "Yo soy el Camino"; "El que me ve a mí, ve al Padre".  

Una vez dicho esto, hay que agregar las siguientes precisiones:

La conciencia humana que Nuestro Señor tiene de su Divinidad, es una conciencia humana, no divina. No es la conciencia divina que el Señor tiene de su Divinidad, que es la misma conciencia que tienen el Padre y el Espíritu Santo. Nuestra tesis dice que el Señor es humanamente consciente de su Divinidad.

Por otra parte, estos autores se muestran demasiado seguros a la hora de diagnosticar lo que puede ser auténtico y lo que no en la experiencia psicológica del Verbo Encarnado, que ciertamente no ha sido ni será la suya ni la de nadie más por los siglos eternos. Hay en el fondo de estas actitudes un cierto poso racionalista.

En realidad, esta nueva absurdidad psicológica es mucho más increíble que la verdad de la fe: Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, con conciencia humana tanto de su humanidad como de su Divinidad.


En lo que sigue, insertamos el comentario que amablemente nos ha hecho llegar el Pbro. Dr. Miguel Antonio Barriola, Doctor en Sagrada Escritura, único  miembro uruguayo de la Pontificia Comisión Bíblica, a los textos de las entrevistas arriba citados. 

JESUCRISTO SEGÚN TOMÁS DE MATTOS

Preliminares

Se ve que la novela "La Puerta de la Misericordia", ha logrado cierta resonancia, a juzgar por dos entrevistas periodísticas, indagando sobre los propósitos de fondo que han guiado a su autor Tomás De Mattos.

No conocemos la obra, sobre la que versan los diálogos publicados en los diarios, pero los puntos de vista manifestados en la prensa, por el mismo novelista, alcanzan como para hacerse una idea, que, en el caso, no puede dejar indiferente a un creyente en la riqueza revelada por Jesucristo, sobre sí mismo y el objetivo de su vida, muerte y resurrección.

Nos referiremos, pues, exclusivamente a las afirmaciones que se pueden leer en las respuestas a los reportajes.

El estilo predominante en De Mattos

Constantemente acude el autor a "sus categorías", bastante "a priori", para enfocar a Jesús. Así, repetidas veces se expresa de este modo: "Yo lo veo", "para mí" (en dos ocasiones), "a mí siempre me quedó flotando la duda..."

Salta a la vista su abordaje poco serio de los textos. Si los usa, es a través de una criba (Háiresis = selección), que no se preocupa por calibrar con otros pasajes, que derribarían sus hipótesis.

Aunque se trate de una "novela", y no de un trabajo científico de exégesis, no caigamos más en las deshonestidades de Scorsese – Kazanzakis y su tristemente célebre: "La última tentación de Cristo".

Se puede novelar la vida de Artigas, pero sería desleal, presentar una trama en la que el Protector de los pueblos libres apareciera como espía de los españoles. Hay fantasía y fantasía. Algunas ayudan a comprender mejor a un personaje (ya conocido por otros datos); otras, en cambio son abominables.

Además, ¿no se ha enterado nuestro novelista, de la advertencia sólidamente asentada por Albert Schweitzer, a todos los que, con su sola ciencia y, apartándose de la tradición, quisieron reconstruir al "Jesús histórico"?

Cada uno ofreció un "Cristo a su medida". Un gran filósofo, o reformador social, revolucionario, místico, poeta sublime, dulce maestro y...muchas etiquetas más. ¿A qué entonces un "Jesús solidario con las masas y no con el individuo", como propone nuestro compatriota?

Alguna pizca de modestia no vendría mal.

Ante las entrevistas periodísticas

En lo que sigue, se irán intercalando comentarios a medida que, a nuestro entender, encontremos deficiencias en las respuestas ofrecidas por el autor en los reportajes que se le han hecho.

En primer lugar: ¿por qué acudir a una "caricatura" ( "Dios disfrazado"), para referirse a la realidad de Cristo Jesús, tal cual la ofrecen los únicos datos que tenemos a mano para acercarnos a él? ¿Qué motivo tiene para esquivar el lenguaje bíblico, conocido por gran cantidad de gente creyente, tanto católica como de diferentes denominaciones cristianas? ¿Es tan cuesta arriba – aún para el no creyente – hablar de "Dios hecho hombre", evitando la ridiculez de un Dios que se reviste con meros accidentes, en una mascarada? ¿Nunca leyó sobre el "anonadamiento" ("kénosis") del que "era de condición divina" y "tomó la condición de servidor", hasta sus últimas consecuencias, que incluían la muerte y muerte de cruz (Filip 2, 6 – 8)? ¿Puede semejante proceso divino – humano caer bajo la categoría tan superficial de "disfraz"?

El autor desea muy justamente dejar de lado a "un Dios disfrazado", pero el hecho es que le carga ese "sambenito" a la más genuina fe de siglos e iglesias diseminadas por el mundo entero, con el objetivo de proponer "su" visión, mucho más seductora para "el hombre de hoy" y hasta "para ateos".

El novelista uruguayo ve a Jesús privado de una conciencia de intimidad con el Padre. ¿No le ha dicho nada el texto de Mateo y Lucas: "Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27; Lc 10, 22)? Atendió a Jn 3, 11 (en su texto griego), que afirma: "De lo que hemos visto: (eorákamen) damos testimonio"? Nótese que Jesús usa el tiempo "perfecto", que no se limita sólo al pasado ("vi antes, pero ahora sólo recuerdo"), sino que implica un pasado que sigue vigente en el presente: "Vi y sigo viendo".

El autor insiste en considerar a Jesús como "un hombre como todos nosotros", lo cual es verdad. La tradición toda de la Iglesia no se cansa de describir a Jesús como "perfectus homo". Pero tampoco deja de subrayar que es un hombre con características que ningún otro posee, aún como hombre. El no tiene padre humano, sino que ha sido "concebido por el Espíritu Santo". Afirmó que nadie podría acusarlo de pecado (Jn 8, 46). En la hora suprema, donde todo hombre, por justo que se tenga, ruega por indulgencia antes de presentarse ante el tribunal divino, Jesús no pide perdón alguno, sino que implora misericordia para los que lo han crucificado (Lc 23, 34).

No hay dificultad en admitir la "otredad" (como se expresa el autor) de Jesús con el Padre. De hecho le dirige oraciones. Con tal de que la diferencia se establezca en el orden de las personas y no en el de la naturaleza divina, ya que así como hay textos que presentan a Jesús dialogando con su Padre, los hay también que afirman que él y el Padre son "uno" (Jn 10, 30).

¿Por qué un "yo" y un "tú" no podrán formar un "nosotros"? De hecho Jesús se mancomuna en un "nosotros" con el Padre, usando la primera persona del plural: "Mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él" (Jn 14, 23).

Innegable, asimismo ese "progresivo conocimiento", tal como lo afirma Lucas (2, 52). Sólo que tal dato no está reñido con otros, que delatan su conciencia de ser Hijo de Dios desde el primer momento de su encarnación. Así como su pasión no disminuirá "la gloria, que tuvo junto al Padre antes de que el mundo fuera"(Jn 17, 5), ni dejará de sostener que "antes de que Abraham fuera yo soy" (Jn 8, 58).

Los acontecimientos, por los cuales el autor sospecha en Jesús "un progresivo reconocimiento" de su misma identidad, revelan más bien su conciencia de dominio de la situación, que los sucesos no se le imponen desde el exterior. Por lo cual se ve a las claras que la "revelación" no le viene desde afuera. Por ejemplo, antes de llamar a Lázaro "de los infiernos", afirma: "Yo soy la resurrección y la vida" ( Jn 11, 24). Y la oración que formula ante la tumba, habla a las claras de esta autoconciencia, sin el menor asomo de duda: "Padre... yo sé que siempre me oyes" (Jn 11, 42).

No ora para obtener el (o los) milagro(s) (como lo hicieron Elías o Eliseo). Su sola y soberana palabra basta, para realizarlos.

La voz de la Transfiguración no está dirigida a él, sino a los discípulos:  "Escúchenlo" (Mc 8, 7).

Supone el novelista que Jesús "confiaba", pero "no sabía" que resucitaría.

Hay mucho que aclarar en tan vaga afirmación.

En primer lugar, si se ve a Jesús meramente como un hombre que se anda buscando a sí mismo, sabemos que era partidario de los fariseos (contra los saduceos) en lo referente a la resurrección. Ahora bien, este sector del judaísmo situaba la resurrección al fin de la historia. Jamás imaginaron un resucitado antes de ese término.

Si esto es así para el "hombre Jesús", se ha de decir no que "confiaba" en la resurrección, sino que creía a pies juntillas en la misma. Por la fe, estaba cierto de que al fin del mundo resucitaría, como lo harían todos los hombres: justos y pecadores.

Pero, si Jesús es Dios, como creemos los cristianos y se desprende claramente del Nuevo Testamento, no sólo "confiaba" en su resurrección poco después de su muerte (y antes del fin del mundo), sino que la profetizó varias veces (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33; Jn 2, 20).

Siguiendo con "su" modo de apañar los datos a "sus" esquemas, dirá: "Para mí lo central era partir de un Jesús que no tuviera otra evidencia que la de ser hombre".

Nadie puede prohibir a un escritor delimitar el área de su investigación. Así, es posible disertar sobre el sesgo poético de Jesús en sus parábolas, detenerse en su pedagogía, analizar su trato con la mujer, resaltar su innegable predilección por los pobres y pecadores.

Sólo que el enfoque especializado puede ser exagerado de tal forma que, se vuelva difícil después ensamblarlo con la restante totalidad de datos. Por ejemplo. No es factible y choca con "todos" los datos de los Evangelios, hacer de Jesús tal abogado de los indigentes, que se lo perfile como en "lucha de clases", contra personas más acomodadas. Porque entonces no se tendría en cuenta un texto como:"Llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús" (Mt 27, 57).

Ahora bien, queda la impresión de que De Mattos, de tal manera "humaniza" a Jesús, que no queda lugar para las informaciones, igualmente valederas de los Evangelios sobre su divinidad, como se puede apreciar en sus confusos planteos sobre la falta de intimidad con su Padre, Dios.

Jesús fue hombre como el que más, pero no sólo hombre y de su misma humanidad irradiaban destellos, que despertaban preguntas como ésta:"¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mt 8, 27). ¿Alguna vez se ha planteado una cuestión semejante acerca de un "puro hombre"?

¿De dónde toma el novelista los datos para explayarse sobre la muerte de su padre y abuela, fabulando la angustia de Jesús impotente para sanarlos? Es un plumazo netamente apócrifo. Por otro lado, los milagros de Jesús no son "prebendas" para familiares, clientela o "fans". El mismo, fue retado a bajar de la cruz, con la retorcida sorna de comparar los milagros con que salvó a otros , mientras que a sí mismo no puede salvarse (Mc 15, 31). Lo podría haber hecho, pero prefirió la obediencia al Padre. En realidad, así, estaba salvando al mundo entero

Habla después de "dos mendigos" que "profetizan su origen".

Caso claro de manipulación de los textos, que parece no ha leído con detenimiento. Porque Simeón y Ana (¿por qué "mendigos"?) vaticinan más bien su futuro: "Este niño será causa de caída y de elevación....." (Lc 2, 34) "Hablaba (Ana) del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén" (v. 36). Ahora bien, la esperanza mira al futuro.

Seguimos preguntándonos sobre la fuente secreta de la que De Mattos extrae datos para establecer el tema preciso sobre el que trató Jesús con los Doctores a los 12 años.

Encarando la "iluminación" que habría recibido Jesús por parte de Juan Bautista, escribe que "según los evangelios la revelación sobrenatural fue objetiva"

Es interesante comprobar cómo aquí acude al testimonio evangélico. ¿Por qué no valdrían ellos mismos para refutar hipótesis del autor, que los contrarían abiertamente?

Por otro lado, más bien el Bautista ha sido el "iluminado", si es que nos atenemos a esos evangelios ahora invocados : "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo». Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" ( Jn 1, 33 – 34).

Siguiendo en sus reconstrucciones sobre el desarrollo interno de la toma de conciencia de Jesús sobre sí mismo, aventura: "A partir de ahí tendrá revelaciones cada vez más intensas".

¿No es más bien al revés? Porque él es el único que puede revelar su intimidad con el Padre: "Todo me ha sido dado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27; ver Lc 10,22).

Observando siempre desde su atalaya (y poco dejándose aleccionar por los textos objetivos), sigue abundando en sus impresiones: "A mí siempre me quedó flotando la duda..."

Nos intriga saber si alguna vez trató de aclararla, a la luz del Nuevo Testamento, leído en la comunidad que lo produjo: la Iglesia y no con los lentes deformantes de teorías propias o "a la page" (a la moda). Cada uno tiene derecho a formarse sus propias ideas, pero ha de verse acompañado con un poco de modestia, a la hora de proponerlas como aceptables, habiéndose antes sumergido bastante y mucho, en los siglos de lucha, reflexión y escritos de hombres sesudos, que fueron desentrañando la realidad incomparable de Jesús Hijo de Dios e Hijo de María.

Yo puedo armar mi concepto de Beethoven, expresando que fue un sordo que nació en Bonn y murió en Viena. Pero así rozo muy periféricamente al genio de las nueve sinfonías. Un desorejado captará muy poco de Bethoven, Mozart o Tchaikowsky.

Ahora bien, para acercarse a Jesucristo se necesita mucha humildad, "oír con aplicación" y dejar de lado tantas veces los propios arranques.

En esta nebulosa de dudas, deja flotando su convicción más firme: "Jesús no será Dios...pero es lo más cercano a la perfección que ha parido la tierra".

Sólo que, por "perfecto" que sea un hombre, si no es más que un representante de la especie humana, habría que acusar a Jesús de delirio de grandeza, poco acorde con una perfección meramente humana, ya que se declara a sí mismo "sin pecado" (Jn 8, 46). Un hombre "perfecto", por genio y grande que sea, jamás exaltará su "yo", como lo hace Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y el Evangelio recibirá el ciento por uno" (Mc 10, 29). ¿Qué hombre, aún "perfecto", puede afirmar semejante cosa, sin que se lo tache justamente de "agrandado"?

Propone finalmente : "Para mí...lo más adecuado para el lector no creyente es el «mito solidario»...del Jesús entregado a la masa y no buscando el rescate individual" .

¿Por qué no suponer que el "no creyente" pueda disponer de alguna grandeza de alma, considerando a Jesús, tal como lo manifiestan los únicos testigos que dan noticias suyas, por más que no adhiera después a su pretensión de salvador universal? El Procurador Festo, fue honesto, al presentar como una locura "quijotesca" ("Estás loco, Pablo; tu excesivo estudio te ha hecho perder la cabeza": Hech 26, 24), lo que era la pura verdad para la fe: "Un tal Jesús que murió y que Pablo asegura que vive" (Hech 25, 19).

El Evangelio ha de ser ofrecido como es, con las adaptaciones metodológicas que sean precisas, pero no hasta el punto de deformarlo en su verdad.

Por otro lado, ¿están reñidas la entrega a la masa y la salvación individual? ¿Qué dicen las fuentes? "Hoy estarás (tú, individuo muy concreto: ladrón arrepentido)  conmigo en el paraíso"(Lc 23, 43).

Asegura el novelista uruguayo que él ha sido educado en la espiritualidad de los jesuitas. ¿Qué jesuitas? Porque...eso sí que es un "mito", presentar a los miembros de la "Compañía" actual como macizamente unidos en torno a dogma y teología.

Una inspiración en J. L. Segundo, Pérez Aguirre, González Faus, puede que cuadre con las proclividades del novelista en cuestión. Pero, ¿consultó alguna vez a De Grandmaison, A. Grillmeier o de la Potterie?

Y su confesada conexión con la espiritualidad "carmelitana", ¿habrá saboreado alguna vez , el gracejo con que la santa que más ha defendido "la humanidad de Cristo" (en épocas en que muchos aconsejaban prescindir de la misma, para mejor llegarnos a "Dios"), entreteje y juega con las verdades más grandes de Calcedonia? 

"Si es Dios el que hoy ha nacido, //¿cómo puede ser difunto? // ¡Ah, que es hombre también junto, // la vida estará en su mano; // mirad, que es este Cordero, // Hijo de Dios soberano" ("¡Ah pastores que veláis..." en: Santa Teresa de Jesús, Obras completas, Madrid, - ed. Aguilar – 1951 - 716).

También para los apóstoles Jesús hombre fue el punto de partida de su ahondamiento cada vez mayor en el misterio de su persona divina. Es que, justamente, el "Verbo se hizo carne", para que pudiésemos "ver su gloria" (Jn 1, 14), no para quedarnos en el Rabbí de Galilea.

Finalmente, como el mejor "cumplido" que puede ofrecer a su admirado Jesús, De Mattos sentencia : "La única forma de Dios que uno puede emular es Jesús".

Por de pronto nos preguntamos si está usando bien el verbo "emular", entendiéndolo por "imitar". Porque "emular" significa: superar, aventajar y conlleva un dejo de rivalidad.

El fondo de la afirmación es aceptable: Jesús Hombre es la "imagen del Dios invisible" (Col 1, 15). Pero, tal como él se manifestó, no como nosotros lo recortamos de acuerdo a nuestros parámetros o gustos personales.

Después de tantos prismas deformantes, con que ha abordado los evangelios, termina declarando que "tiene certidumbre" de la divinidad de Cristo.

También aquí habría que distinguir: certidumbre "evidente", claro que no. Que Jesús es Dios, lo admitimos sólo por "fe". Por supuesto que con fundamento razonable, pero no obtenido por manifestación inmediata de esa divinidad a nuestra percepción. El mismo Tomás, que introdujo su dedo en las manos llagadas y su mano en el costado abierto del crucificado resucitado, sólo en la fe pudo declarar: "Señor mío y Dios mío". "Ahora crees porque has visto", le dijo Jesús (Jn 20, 28 – 29). En pura lógica "evidente", aún en el orden sobrenatural que implica una "resurrección", Tomás tendría que haber expresado: "Vi que estuviste muerto y ahora vives". Tal como sucedió con Lázaro. Fue un prodigio extraordinario, sacarlo del sepulcro, después de cuatro días. Pero aquí, más allá de la resurrección, Tomás confiesa la "divinidad" del Resucitado.

Conclusión

Es de apreciar que un uruguayo se interese por Jesucristo, que intente presentarlo atractivamente a incrédulos. Pero, antes que pinceladas simpáticas, la mejor caridad es la verdad.

Además, para atreverse con un tema de tal envergadura poco vale la mera fantasía personal.

Había mucho de imaginación en el "Quijote" de Cervantes o en "La guerra y la paz" de Tolstoi. Pero sus creaciones poéticas y literarias están tan bien ensambladas en el siglo de oro español o en tiempos de la invasión napoleónica a Moscú, que, quien conoce un poco la historia, se admira de lo armonioso que resulta el conjunto.

Lo mismo vale para tejer una "novela" sobre Jesús. No se puede dejar correr simplemente la propia inventiva. Hay que informarse, documentarse, estudiar con objetividad las fuentes de que se dispone, sin hacerles violencia o ejerciendo sobre las mismas una poco honesta selectividad.

Tomado de http://feyrazon.org para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL