Lluís Martínez Sistach, arzobispo metropolitano de Tarragona - 07/03/2002

El evangelio nos habla de la misericordia de Dios para con los pecadores. ¿Somos pecadores? ¿Tenemos conciencia de nuestros pecados? ¿El pecado es una realidad presente en nuestro mundo moderno? Pablo VI decía que "el pecado es hoy una palabra silenciada". Actualmente tenemos poca conciencia de pecado. ¿Por qué? Porque nuestra vida se halla un tanto alejada de Dios, y adquirimos conciencia de los propios pecados cuando nos acercamos a Él.

Debe leerse la Biblia para darse cuenta de que en casi todas sus páginas se habla de la existencia del pecado. En el libro sagrado se explica la naturaleza y la malicia del pecado y se manifiesta el amor constante y la misericordia infinita de Dios para con el pecador.

No cabe duda de que la historia de la salvación es la historia de las tentativas repetidas infatigablemente por el Dios creador a fin de arrancar al hombre de su pecado. La encarnación del Hijo de Dios da testimonio de que Dios busca al hombre. Sin embargo, ¿por qué le busca? Porque el hombre se ha alejado y se ha escondido como Adán entre los árboles del paraíso terrestre. Buscando al hombre, Dios quiere inducirle abandonar los caminos del mal en los cuales tiende a adentrarse cada vez más.

El pecado es una ofensa a Dios. El salmista escribe: "Contra Ti, contra Ti solo he pecado, y aquello que ofende a tus ojos, yo lo he hecho." El pecado se alza contra el amor de Dios por nosotros y separa de Él nuestros corazones. Como afirma san Agustín, "el pecado es el amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios".

Cuando descuidamos el mandamiento nuevo del amor que Cristo nos ha dejado, despreciamos también a aquél que nos lo ha dado. Por eso despreciamos toda la ley: ya no amamos al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todo el entendimiento, ni al prójimo como a nosotros mismos. Entonces, los cristianos ya no amamos como el Señor nos ha amado. Ese menosprecio es la raíz de todos nuestros pecados.

La experiencia nos enseña a todos lo que los clásicos señalaban con gran clarividencia: "Veo lo mejor y lo apruebo, pero después hago lo peor." También san Pablo nos habla de esa experiencia que él mismo había vivido. El Apóstol nos dice en su carta a los romanos: "Veo que soy capaz de querer el bien, pero no de practicarlo: no hago el bien que querría, sino el daño que no querría." Y continúa dando la razón de esta manera de proceder: "Si hago, pues, aquello que no quiero, claro está que no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mi."

El Catecismo de la Iglesia católica recuerda que "la raíz del pecado está dentro del corazón del hombre, en su voluntad libre". Recordamos que Jesús afirmó que "del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, injurias… Éstas son las cosas que hacen impuro a un hombre".

El tiempo de Cuaresma es el tiempo propicio para adquirir una mayor conciencia de nuestros pecados y para acercarnos más a Dios, que quiere perdonar setenta veces siete, siempre que sea necesario. Porque Jesús ha venido a perdonar los pecados. Así lo anunció el ángel a san José: "Han de ponerle por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados." La conciencia de pecado, la conversión y el perdón de los pecados son realidad y expresión de crecimiento y de progreso humano y cristiano