PECADOR/PECADO

SUMARIO:

I. Desaparición del sentido del pecado:
1 Síntoma causas, valoración:
2. Reflexiones psico-sociológicas:

a) Análisis del término "culpabilidad"
b) Los tres planos de la culpa

II. El pecado en la reflexión bíblica:
1. El pecado de los orígenes
2. El pecado en la historia de Israel
3. La enseñanza de los profetas
4. La enseñanza del NT

III. El pecado en la reflexión teológica:
1. El pecado como violación de la ley de Dios
2. El pecado como ofensa a Dios
3. La dimensión social del pecado
4. El pecado como alejamiento de Dios y conversión a las criaturas

IV. Sentido de culpa y pecado:

1. El sentimiento de culpabilidad
2. Confrontación del análisis de la culpabilidad con la experiencia humana y cristiana del pecado

V. El pecado en el plano moral:
1. Moral y libertad
2. Opción fundamental y elección objetivo

VI. La dimensión espiritual, el diálogo en el amor:
1. El pecado como fracaso de la libertad humana
2. La dimensión de la esperanza

VII. Conclusiones:
1. El redescubrimiento de la dimensión interpersonal del pecado
2. Superación de una visión fatalista del pecado
3. Superación de una visión legalista para una correcta interpretación del valor de la norma
4. El pecado en la dimensión de la esperanza.

 

I. Desaparición del sentido del pecado

"Quizá el mayor pecado del mundo de hoy consista en el hecho de que los hombres han empezado a perder el sentido del pecado" 1. Esta constatación parece que es hoy más evidente y preocupante. Podría parecer que en nuestros días el problema del pecado está totalmente superado. o bien que se plantea en términos radicalmente distintos a los empleados por la reflexión teológica tradicional. El Sínodo episcopal suizo proponía la siguiente observación en el proyecto de la comisión: "También el hombre de hoy tiene noción de una conciencia de la culpa y quisiera verse libre de esta culpa. Sin duda, esta conciencia de la culpa ha sufrido un cambio en muchos. Así, por ejemplo, las faltas que afectan al ámbito privado son menos sentidas que las transgresiones que tienen una influencia en el ámbito social público. El pensamiento de que con el pecado se ofende a Dios es relegado a segundo plano frente a la consideración de que con él se comete una injusticia con el prójimo y la sociedad.

La apelación a la responsabilidad personal y la conciencia de las relaciones humanas y sociales importan más que la referencia a los mandamientos y leyes. Además, para superar la culpa han de tenerse presentes las diversas implicaciones de naturaleza psicológica".

La reflexión teológica acerca del problema del pecado y de la culpabilidad (y consecuentemente también de la penitencia) parece, por otra parte, también muy discutida por las conquistas de las ciencias humanas. En un momento histórico como el presente, marcado por la secularización, en el cual Dios parece estar ausente de nuestro mundo y de nuestra cultura y relegado fuera del horizonte de nuestra vida cotidiana; frente al desarrollo de las ciencias humanas, que nos proporcionan medios cada vez más cualificados para ¡nterpretar la realidad y para dar razón del comportamiento humano replanteando radicalmente los criterios y las normas que parecían claras conquistas de la ética cristiana tradicional, se puede preguntar qué espacio queda todavía para una reflexión de tipo teológico, moral y espiritual. Podría parecer que estos pensamientos en su conjunto no son más que una autojustificación narcisista de un grupo religioso, pensamientos cuya validez y vitalidad pone en tela de juicio la rigurosa seriedad del procedimiento científico.

De ahí podría derivarse una actitud de claudicación, que reduce la presencia de Dios a una pura y simple presencia en el mundo de los hombres y que considera la realidad humana en cuanto tal signo de lo divino y, en consecuencia, como normativa para el comportamiento del hombre. Pero ningún encuentro, ni siquiera el encuentro con Dios, puede prescindir de palabras y de signos: de un lenguaje que lo exprese. La crisis del lenguaje de la fe nos sitúa bruscamente ante la imperfección y lo provisional del lenguaje en sí. Las formulaciones dogmáticas, las sistematizaciones teológicas, los mismos gestos sacramentales y el comportamiento del cristiano dejan traslucir su inadecuación frente a un misterio inagotable.

Es en este plano donde debe volver a situarse y donde debe volver a encontrar su significado la reflexión teológica; es indispensable que los cristianos se atrevan a dar desde ahora una formulación refleja de la confrontación, de su vivencia entre la fe y el drama humano implicado en su acción presente. En este sentido precisamente la reflexión moral y espiritual se encuentra en una encrucijada fundamental; tampoco la relación entre teología y ciencias humanas deben verse ya en términos inconciliables y alternativos.

Una vez delimitados debidamente los dos campos y los respectivos sectores de la investigación en su específico objeto formal, será cuestión de poner énfasis también en su complementariedad; ya no será posible hacer espiritualidad sin hacer antropología, porque no se puede hablar del hombre en relación con Dios sin conocer la estructura y los mecanismos profundos de su personalidad y de las relaciones que lo ponen en contacto con los demás, factor este que escapa al campo de la teología. Será inadmisible, por otra parte, para un cristiano pensar que con criterios puramente científicos es posible dar cuenta de la globalidad del ser y del obrar humano, como si no estuviera presente en nosotros una dimensión que trasciende las posibilidades de estos instrumentos de análisis.

1. SÍNTOMAS. CAUSAS. VALORACIÓN

a) Los síntomas. En el plano del lenguaje, los vocablos propios de la teología corriente provocan una desazón creciente. Las nociones de pecado, contrición, absolución tienen un contenido cada vez más incierto a los ojos de la mayor parte de las personas. Su subdivisión en categorías precisas resulta problemática cuando se trata de establecer los grados de la gravedad del pecado (mortal o venial), de la pena en que se incurre (purgatorio, infierno), de la calidad de la contrición (perfecta, imperfecta). Ciertas nociones se encuentran directamente en vías de desaparición bajo los golpes de la desmitificación o, más simplemente, del olvido; por ejemplo, las de la atrición, de la imperfección o de la satisfacción. En el plano de la conducta se manifiesta repugnancia hacia todas las formas de privación y de penitencia. Todo lo que se percibe como negativo y frustrante para nuestros deseos es sospechoso de inhumanidad, masoquismo o inhibición. En nuestra vivencia interior nos cuesta comprender lo que significa el pecado; nos parece una tendencia o un estado difuso, o simplemente la deficiencia de una situación de conjunto más que un acto preciso capaz de catalogarse en una serie de acciones pecaminosas.

b) Las causas. Las causas de la crisis del sentido del pecado pueden reducirse al ámbito del problema de la libertad. Se pone en duda la consistencia efectiva de la libertad humana. Esta aparece tan frágil y limitada por una serie de condicionamientos, que se llega a poner en tela de juicio la misma posibilidad de realizar actos culpables libremente queridos.

Por otro lado se constata un sentido de desconfianza frente a todo dato exterior a la libertad tendente a condicionarla; sentido de desconfianza que se debe a la discusión del valor de la ley, a la constatación del pluralismo y a la diferenciación en la sociedad, cuyas normas ya no son armonizables con una serie de imperativos éticos objetivos y universalmente válidos; a la relativización de los valores y la incertidumbre respecto a lo que está permitido y prohibido por nuestra sociedad, que no facilita el despertar de la conciencia moral; a la incapacidad (según la terminología freudiana) de adecuarse al "principio de la realidad" para seguir "el principio del placer", en el sentido de satisfacción inmediata del deseo, por ilusorio que pueda ser.

También puede hablarse, radicalmente, de un miedo a objetivar a Dios, a reconocer su alteridad y su libertad. Dios es visto ante todo como la realización del deseo del hombre en orden a la plenitud de la propia persona y a la reconciliación universal, y no tanto como la intervención en nuestra historia de una libertad que nos interpela y nos provoca a un continuo cambio y superación de nuestro proyecto humano.

c) Un intento de valoración. Si observamos con más atención estos hechos, parece que no se ha perdido tanto el sentido del pecado cuanto cierto sentido del pecado. Se nota la pérdida del sentido del pecado entendido como transgresión de una prohibición y, por otra parte, el recrudecimiento de una forma de culpabilidad latente que lleva, por ejemplo, al rechazo de la autoridad y de Dios mismo por el miedo -quizá inconsciente- a ser juzgados por él.

Asistimos hoy a la aparición de una nueva dimensión del sentido del pecado según una sensibilidad distinta, como, por ejemplo, el reconocimiento de nuestra responsabilidad colectiva frente al destino de toda la humanidad; y, desde otro punto de vista, a una mayor atención alas exigencias del amor, más importantes y determinantes que las de la ley; existe un énfasis en las obligaciones derivadas de la componente intersubjetiva y social de nuestra existencia.

En conclusión, podemos decir que cierto sentido del pecado va debilitándose, aunque en beneficio de otro más auténtico y más cercano a nuestra cultura. La dificultad que encontramos para obtener una imagen satisfactoria del pecado debería al menos hacernos comprender cuánto trasciende a nuestra inteligencia y a nuestra capacidad de amor lo absoluto del amor y de la santidad de Dios, que debe ser nuestro constante punto de referencia. El sentimiento que entonces tendremos sobre nuestra distancia respecto a este amor será indicio existencial de nuestra condición de pecadores. Los santos son también maestros en este tema.

Es necesaria por ello una clarificación del lenguaje, que nos permita utilizar de forma más precisa los términos "pecado", "culpabilidad" (y "conversión") en los diversos niveles en que tales términos pueden usarse, con el fin de evitar confusiones y no pasar indebidamente del plano de la reflexión teológica a otros planos que, por muy complementarios que sean, deben permanecer distintos de él. Con ello la espiritualidad no hará sino ganar.

 

2. REFLEXIONES PSICO-SOCIOLÓGICAS

a) Análisis del término "culpabilidad". Examinemos el término tal como se usa en los textos de la literatura penitencial de las diversas culturas y religiones; se trata de un lenguaje simbólico'.

Los símbolos más antiguos hablan de "mancha", de algo que contamina y perjudica al hombre desde el exterior; los bíblicos utilizan términos como: fallar el tiro, seguir un sendero tortuoso, rebelarse, obstinarse, ser infieles como en el adulterio, ser sordos, estar perdidos, errar, ser vacíos y falsos, ser inconstantes como el polvo. Estos símbolos expresan la idea de la relación entre Dios y el hombre, entre el hombre y el hombre y entre el hombre y él mismo. A la idea de la ruptura de esta relación se debe añadir la de una fuerza que domina al hombre y que también es el signo de su debilidad, de su vanidad representada por el soplo y el polvo.

El simbolismo del pecado es, alternativamente, símbolo de algo negativo (ruptura, extrañamiento, ausencia, vanidad) y símbolo de algo positivo (fuerza, posesión, prisión, alienación). La idea de "culpabilidad" representa la forma extrema de interiorización en el paso de la "mancha" al "pecado".

El pecado es ya ruptura de una relación: condición real, objetiva. dimensión ontológica de la existencia. La culpabilidad, además, posee un acento más claramente sugestivo. Su simbolismo describe la conciencia del estar abrumado por un peso que lo envenena. Las metáforas utilizadas son el "peso", la "mordedura" y el "tribunal". Llegamos aquí a un momento particular de la experiencia humana del mal, el más ambiguo.

Por un lado, la conciencia de la culpa marca un progreso claro frente a lo que hemos llamado "pecado"; Mientras el pecado sigue siendo una realidad colectiva, la culpa tiende a individualizarse. En Israel, los profetas del exilio fueron los autores de este proceso (cf Ez 31,34); esta predicación representó una idea liberadora. En una época en que un retorno colectivo del exilio, parangonable al antiguo éxodo de Egipto, parecía algo imposible, se abría un camino personal para la conversión de cada uno; se advierte claramente cómo de la experiencia igualitaria y no cualificada del pecado sale a flote un "carácter gradual" de la culpabilidad: el hombre es entera y radicalmente pecador, pero responsable en diversa medida. La individualización y el aspecto gradual de la culpabilidad indican claramente un progreso respecto al carácter colectivo y no cualificado del pecado.

ESCRÚPULO: Por otro lado se inicia en sentido negativo una patologia específica, en la que el escrúpulo marca el punto muerto. También el escrúpulo tiene un carácter ambiguo. Si, por una parte, la conciencia escrupulosa es una conciencia delicada y meticulosa que se apasiona por una perfección cada vez mayor, por otra, el escrúpulo marca la entrada de la conciencia moral en su condición patológica.

La persona escrupulosa se encierra en el laberinto de los mandamientos; la obligación adquiere un carácter enumerativo y acumulativo, que contrasta con la simplicidad y la sobriedad del mandamiento de amar a Dios y a los hombres. La actitud del escrupuloso lleva a una visión "jurídica" de la acción y a una ritualización casi obsesiva de la vida cotidiana, causa y efecto al mismo tiempo de una perversión del concepto de obediencia; se vuelve a la "esclavitud de la ley", descrita por san Pablo (Rona 7). La culpabilidad revela entonces la maldición de una vida sometida a la ley y la irreversible desgracia descrita por Kafka: la condena se convierte en condenación.

La evolución advertida en el lenguaje nos ha situado ante diversos planos de la culpabilidad: desde un plano primitivo, que podríamos calificar de "inconsciente", instintivo, hasta un plano más reflejo, en el que el hombre se hace responsable del propio mal -situado en el ámbito de su libertad-; hasta un plano "religioso", en el que el hombre percibe su ser pecador frente a Dios; plano este específico del cristiano y del hombre espiritual.

b) Los tres planos de la culpa. Existen tres planos de la culpa, en cada uno de los cuales asumen un significado distinto los términos empleados'.

El plano del instinto. También en el hombre existe una manera de vivir la obligación y la culpabilidad que, aunque esté relacionada con motivaciones intelectuales, se sitúa sustancialmente en el plano del instinto. Esta culpabilidad está determinada por la presión social, que, con sus prohibiciones y sus tabúes, establece una defensa contra el peligro que representa el instinto individual. El pecado o la culpa consiste automáticamente en la materialidad de la transgresión. La contrición será el simple deseo instintivo de escamotear las consecuencias de esta transgresión. La confesión de la culpa y el propósito de la enmienda se queda a nivel del puro rito expiatorio.

El plano moral. Se sitúa a nivel de la realización consciente, libre y autónoma de la persona humana en su estar-en-el-mundo y en su relación intersubjetiva con la persona absoluta que es Dios. La ley de la que el hombre toma así conciencia deja de ser una imposición exterior; es la realización de su propio ser como dato virtual y proyecto que realizar. La conciencia moral no será otra cosa que la conciencia de sí mismo, que actúa como facultad de discernimiento, la cual juzgará ante toda elección libre qué es lo que favorece y qué es lo que se opone a la auténtica realización de sí mismo. A pesar de que no es infalible, el juicio de la conciencia moral se impone incondicionalmente, aun en caso de error de buena fe. La culpa moral consiste en actuar libremente contra el juicio de la propia conciencia. No es ya, por lo tanto, únicamente la materialidad del acto lo que la determina. La sanción de la culpa no es ya una amenaza proveniente del exterior; la culpa moral se castiga ella misma en cuanto mutilación del ser. La contrición consiste en reconocer frente a sí mismo al propio acto como negación de si mismo y en condenar la desviación del propio desarrollo. No es actitud pasiva y resignada, sino estimulo a volver a la verdad del propio devenir auténtico. La confesión sitúa la condena de la propia culpa y el propósito de enmienda en el contexto concreto de un desarrollo comunitario y puede revelarse como medio eficaz para volver a la verdad de las propias acciones.

El plano espiritual cristiano. La realización moral de la persona se efectúa ante todo en el encuentro adulto del otro en el amor. Pero sólo un valor absoluto de amor podría fundamentar una moral de amor universalmente válida, y el encuentro del amor como absoluto nos situaría en un nivel superior: el de la ética religiosa. La ley que determina este encuentro no es ya la simple realización del propio ser, sino la invitación a superar esta realización en orden a una relación interpersonal de amor con la Persona que es el mismo Absoluto. No se trata, como podría parecer a primera vista, de una nueva forma de imposición desde el exterior. En esta relación yo no salgo de mí mismo sino para volverme a encontrar más allá de mis propios limites naturales en una verdadera comunicación con el ser divino; la cumbre se alcanza aquí en la experiencia mística. La conciencia deja de ser un simple juicio lógico o racional para convertirse en comunión entre dos seres que se aman; se hace sentido de lo divino y connaturalidad con Dios en la caridad. Elpecado se convierte en este contexto ante todo y sobre todo en infidelidad a un amor; es el hombre mismo en actitud de rechazo del amor divino. La sanción del pecado no es un castigo infligido desde el exterior, sino el sufrimiento de quien rechaza obstinadamente una inextinguible necesidad de amor. La contrición nace del encuentro de dos certezas: la evidencia de la infidelidad, por una parte, y el recuerdo de la misericordia de Dios, que es más grande que nuestro corazón, por otra. La respuesta a la contrición es el perdón, que renueva el amor e integra el mismo pecado en su diálogo. La confesión de la culpa será la señal a través de la cual se reconstruyan el encuentro y el diálogo. La penitencia o reparación encarna, a nivel temporal del desarrollo humano, lo que en el instante creativo del amor está ya plenamente realizado a nivel religioso