Archidiócesis de Toledo
LA ORACIÓN DE JESÚS AL PADRE:
"Cuando oréis, no derrochéis en palabras...
Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro"
(/Mt/06/07-09).
A. PARA REFLEXIONAR Y PREGUNTARSE
"No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea
comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene
acceso al Padre más que si oramos 'en el Nombre' de Jesús. La
santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu
Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre" (CEC 2664). La
tradición litúrgica de la Iglesia nos enseña a dirigir nuestra oración
al Padre por medio de Jesucristo, en unión al Espíritu Santo.
Jesús mismo en los evangelios se dirige siempre, de noche y de
día, al Padre en la forma de oración filial llena de confianza y
confidencia. El Evangelio nos enseña que el cristiano está llamado
a la unión con Dios: "Les dijo una parábola sobre la necesidad de
orar siempre, sin cansarse" (Lc 18, 1; 21, 33; Mc 13, 33),
subrayando que "la oración es la vida del corazón nuevo" (CEC
2697), que hace que toda la vida del cristiano se eleve al Padre
como sacrificio de alabanza.
Solicitado por sus discípulos (cf. Lc 11, 1-4) un día el Señor les
"dictó" la oración del Padre nuestro, modelo de todas las oraciones
cristianas, para evitar de "multiplicar palabras como hacen los
paganos" (Mt 6, 7). Santo Tomás escribe que "la oración del Padre
nuestro es perfectísima... En la Oración del Señor no sólo se piden
todas las cosas que podemos rectamente desear, sino también el
orden en el cual deben ser deseadas: de esta forma esta oración
no sólo enseña a pedir, sino que también expresa todos nuestros
afectos" (Summa Teologiae, II-II q. 83, a. 9).
Todo cristiano debe ser aficionado de forma singular a esta
oración, porque repitiéndola entra en comunión con la oración de
Jesús mismo al Padre, más aún, "el Hijo único nos da las palabras
que el Padre le ha dado a él" (CEC 2765). Con Tertuliano podemos
entonces decir que "cada uno puede elevar al cielo oraciones
diversas, según sus propias necesidades, pero comenzando
siempre con la Oración del Señor, la cual permanece como oración
fundamental" (De oratione, 1)
B. A LA ESCUCHA DE LA PALABRA.
"Al orar, no malgastéis vuestras palabras, como los gentiles, que
se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis
como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de
pedírselo. Vosotros, pues, orad así:
Padre nuestro que estás en los cielos
santificado sea tu Nombre; venga tu Reino;
hágase tu Voluntad
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan cotidiano;
y perdónanos nuestras deudas
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación,
más líbranos del mal.
Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, los
perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará
vuestras ofensas" (Mt 6, 7-15).
Este fragmento sobre el tema de la oración está inserto en el
discurso de la montaña: en él Jesús ofrece a quien quiera seguir
una nueva doctrina de vida a través de sus palabras y nos educa a
pedirla a través de la oración.
- Mateo escribe para gente que ya oraba, pero no siempre en la
forma justa se dirigía a Dios: he aquí entonces esta precisión sobre
la sobriedad en el empleo de las palabras (v. 7).
- En el centro de esta oración esta el reino de Dios que debe
venir: el discípulo debe buscar el Reino sobre todas las cosas y
también su oración debe estar empapada de este interés y con una
mirada a la comunidad (San Mateo dice Padre nuestro respecto a
San Lucas que emplea sólo la palabra Padre).
- El nombre de Dios viene santificado sobre todo por Dios mismo
(uso del verbo en pasiva), que es el Dios trascendente (que estás
en los cielos), extremadamente cercano y al mismo tiempo distante
del hombre, porque es su Creador: santificar implica permitir a Dios
que revele su rostro en la historia de la salvación y en la
comunidad.
- El discípulo que espera el Reino pide al mismo tiempo la
energía para construirlo en el respeto de la voluntad de Dios: solo
en este sentido puede pedir el pan, que es de Dios y para el
hombre que edifica el Reino.
-También las últimas tres peticiones (perdónanos nuestras
deudas, no permitas que caigamos en tentación, líbranos del mal)
atañen al Reino de Dios, pero dentro de nosotros.
C. PARA COMPARTIR.
- El compartir vamos a centrarlo obviamente sobre la oración.
Será conveniente que insistamos también sobre el valor no sólo de
la oración personal, sino también en su expresión comunitaria y
litúrgica: ¿Como vivimos la liturgia parroquial?
- Para comprender la oración del Padre nuestro no basta conocer
el mensaje del Reino, es necesario sentirlo hasta el fondo sus
intereses y vivir la misma aventura: ¿sucede esto de verdad en
nosotros?
- Jesús dirige al Padre su oración con desenvolvimiento y
familiaridad confidente: ¿cómo es mi oración, quizá monótona, tibia,
distraída, sin afecto?
- Al pedir el pan cotidiano Jesús demuestra que a Dios se pide lo
necesario, nada de superfluo: cuántas veces nuestra oración en
cambio (¡demasiado a menudo hecha sólo de cosas que pedimos!)
está empapada de vanidad ("No tenéis porque no pedís; pedís y no
recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en
vuestras pasiones" St. 4, 2-3).
D. PARA LA ORACIÓN.
El Padre nuestro está inserto en la dinámica del Reino: oremos
con palabras de Pablo VI que en estas invocaciones hace una
relectura de las Bienaventuranzas del Reino. Concluiremos con la
recitación del Padre nuestro, alzando nuestras manos al cielo.
Bienaventurados seremos, si pobres en espíritu, sabemos
liberarnos de la confianza engañosa en las riquezas materiales y
volcamos nuestra tensión hacia los bienes espirituales y religiosos,
respetando y amando a los pobres, como hermanos, imágenes
vivas de Cristo.
Seremos bienaventurados, si formados en la dulzura de los
fuertes, sabemos renunciar a la potencia mortal del odio y de la
venganza, y preferimos con sabiduría la generosidad en el perdón
al temor que inspiran las armas, la alianza en la libertad en el
trabajo, la conquista con la bondad y la paz.
Seremos dichosos, si no hacemos del egoísmo el principio que
dirige nuestra vida y del placer su objetivo, sino que sabemos
descubrir en la templanza una fuente de energía, en el dolor un
instrumento de redención, en el sacrificio el cúlmen de la
grandeza.
Bienaventurados seremos, si preferimos ser oprimidos a oprimir,
teniendo siempre hambre de una justicia que crece
progresivamente.
Seremos bienaventurados, si por el Reino de Dios sabemos,
ahora y siempre, perdonar y luchar, actuar y servir, sufrir y amar.
No permaneceremos desilusionados para la eternidad.
- "PADRE NUESTRO"
E. PARA EL COMPROMISO.
Cultivaremos con fidelidad los momentos de oración diaria y la
haremos siempre preceder del "Padre nuestro", rezado con pausa y
meditando cada día de la semana una de sus siete peticiones (CEC
2759-2865; resumen del mismo, en las 5 Catequesis -sección
oracional-).
Para próximas reuniones -si nos falta materiales- podemos
escoger algunas de las 5 Catequesis elaboradas por la Diócesis, a
fin de proclamar el misterio de Dios Padre en el testimonio
coherente de nuestra vida (cf. Acción 2ª, Plan Pastoral
Diocesano'99).
Archidiócesis de _Toledo