CREER EN DIOS PADRE

C O N T E N I D O


PRESENTACIÓN
SIGLAS


I. Padre: «Infinita ternura de amor» 

1. Un símbolo de la realidad divina

a) Buena noticia sobre Dios 
b) Presencia deficiente de la realidad 
c) Plenitud de la revelación 

2. «Hemos conocido y creído en el amor» 

a) «Quien ama, conoce a Dios» 
b) Acabar con algunos malentendidos 
c) Frente al ateísmo y la increencia 

3. Misericordia entrañable 

a) En qué consiste la perfección divina 
b) Para interpretar la dimensión mortificante 

4. Misión de la Iglesia: «Dar testimonio de la misericordia»

a) Acoger la misericordia 
b) Ofrecer la misericordia 


II. Todopoderoso en el amor 

1. La sombra oscura del mal

2. Aceptemos con realismo el problema 

3. Mirando a la muerte de Jesús 

4. Tres manifestaciones elocuentes 

a) «Llama a las cosas que no son para que sean» 
b) «Siendo rico se hizo pobre» 
c) «El Dios que da vida a los muertos» 


III. Nos libra del mal 

1. Observaciones previas 

2. Aproximaciones desde la revelación 

a) Dios no es autor del mal y promete la victoria
b) Jesús ante el mal
c) Dios hace suyo el sufrimiento 

3. Dios vence al mal en y con nosotros 

4. «Y le resucitó al tercer día» 

5. Compasión eficaz ante los males del mundo 


IV. «Tu Creador se hace tu esposo»

1. «Vio que todo era bueno»

2. «A todo da vida y aliento»

3. «En el existimos, nos movemos y actuamos»

4. Nos hace justos 

a) Novedad evangélica sobre Dios 
b) Convertirnos a la novedad de la gracia 
c) La justicia nueva

5. En medio de los conflictos 

a) «Me complazco en las injurias y persecuciones» 
b) «Nada podrá separarnos del amor de Dios» 


V. Pasar de siervos a hijos 

1. «No estamos bajo la Ley sino bajo la gracia» 

2. La vocación cristiana: «llegar a ser hijos» 

a) Dos esquemas en pugna 
b) Del miedo a la confianza 
c) En la relación de hermanos 

3. La moral evangélica 

a) Una moral inspirada en el amor
b) «Para que vivamos en libertad» 


VI. Orar en la confianza de hijos 

1. Dejarse alcanzar por Dios 

a) El Espíritu ora en nosotros 
b) Superar el narcisismo 

2. En el compromiso de fraternidad 

3. «Pedid y recibiréis» 

a) Objeciones contra la oración de petición 
b) Dos textos elocuentes 
c) Expresión de la confianza 

4. Maria de Nazaret, creyente y orante 

a) «Hija predilecta del Padre» 
b) «Imagen de la Iglesia» 
c) La oración de María 


EPÍLOGO


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S I G L A S 


DH Concilio Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae. 
DM Dives in misericordia. Carta encíclica de Juan Pablo II. 
DS H. DENZINGER-A. SCHONMETZER, Enchiridion symbolorum, definitionum et 
declarationum. 
EN Evangelii nuntiandi. Exhortación apostólica de Pablo VI. 
GS Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, 
Gaudium et spes. 
LG Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium. 
PL Patrologiae cursus completus. Series Latina. J. P. MIGNE 
(ed.). 
SC Concilio Vaticano II, Constitución sobre la sagrada liturgia, 
Sacrosanctum concilium.
TMA Tertio millennio adveniente. Carta apostólica de Juan 
Pablo II. 


* * * * *


PRESENTACIÓN


Respecto a Dios siempre andamos de camino. Mientras 
caminamos, ya percibimos su eco y buscamos satisfacer 
plenamente nuestra sed con el agua que parcialmente ya hemos 
probado. No podemos abarcar la realidad del Inefable; pero si «a 
todo da vida y aliento», algo podremos balbucir aunque sea con 
lenguaje simbólico y aproximativo. Los cristianos invocamos a Dios 
como «Padre». Un atrevimiento inaudito que se apoya en la 
invitación de Jesús: «Cuando oréis decid Padre Nuestro». 

Para Jesús de Nazaret, Dios no es un concepto abstracto al que 
se puede llegar por un discurso sino Alguien efectivamente 
cercano y afectivamente querido. Y esa revelación no se hizo por 
encima o paralelamente a la conducta histórica de Jesús sino 
dentro de la misma; los ortodoxos judíos no podían digerir la 
novedad: «siendo hombre te haces Dios». Según aquella 
conducta, Dios cuida los lirios del campo, alimenta con solicitud las 
aves que cruzan los cielos, y hace salir el sol también para los 
pecadores; nos ama porque tiene «un corazón generoso», y su 
justicia no da lo que merecemos sino lo que necesitamos. Quiere la 
vida en plenitud para todos, promueve nuestra libertad para llevar 
adelante con nosotros el proyecto de vida, y hace suya la causa de 
los más débiles. Dios es bueno por esencia, su bondad es tan real 
como inabarcable. Y Jesús manifestó esa percepción original con 
el término «Padre». 

Al escribir tratando de ofrecer esta novedad evangélica, hay dos 
constataciones, una convicción fundamental y algunas figuras de 
creyentes cristianos cuya experiencia es alimento para mi reflexión 
teológica. Son los determinantes para leer e interpretar el 
contenido y enfoque de este libro. 

1. «Padre» sugiere alguien que da la vida con amor, 
permaneciendo siempre al lado y a favor de su hijo. Pero si a Dios 
le percibimos en el símbolo de la «paternidad», ¿por qué tantos 
cristianos andan cabizbajos y atolondrados por miedo al juicio final, 
con cara de poco redimidos? Al ver, por otra parte, que muchos de 
nuestros contemporáneos se alejan de Dios y de la religión porque 
desean ser libres y felices, hay razones para sospechar que no 
descubren, mirando la conducta de los cristianos, la imagen del 
Padre que ama incondicionalmente a sus hijos, quiere que actúen 
con libertad y que sean dichosos. El equívoco es muy lamentable, 
pues la imagen de Dios como Padre puede ser hoy decisiva para 
nuestra sociedad tan amenazada por la frustración existencial, tan 
desfigurada por la injusticia, y tan torturada por el sufrimiento. 

2. Una convicción fontal motiva e inspira los capitulos de este 
libro. Lo diré con una frase de Juan Pablo II: «Toda la vida cristiana 
es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual 
se descubre cada día su amor incondicionado por toda criatura 
humana, y en particular por el hijo pródigo» (TMA 49). La parábola 
evangélica cuenta la historia del hijo que, sumido en la miseria y en 
la esclavitud, toma conciencia de que su padre le ama, se levanta 
de sus cenizas y con el abrazo paterno recobra la dignidad de hijo 
libre y feliz en su casa. La historia bíblica narra el drama humano 
causado porque los hombres no se ven como hijos ni viven como 
hermanos. Esa historia se desgrana como un lento y trabajoso 
proceso de la esclavitud a la libertad que, animado por la promesa 
y la alianza, converge hacia el nombre o realidad de Dios 
pronunciado por Jesús de Nazaret en su agonía: «Abba, Padre». 
La vida y el martirio de aquel hombre son el camino para 
relacionarnos con Dios cordialmente, dejando que el Amor entre, 
haga vibrar, y rejuvenezca el corazón, ese centro de nuestra 
intimidad donde sentimos, conocemos, y programamos la 
existencia. 

3. No entenderemos nunca qué es el amor humano si no 
tenemos la experiencia de amar. Mucho menos entenderemos 
nada de Dios si no es desde la experiencia de ser amados y de 
vivir motivados por el amor. Sólo el que ama «conoce a Dios»; ese 
conocimiento es fruto del Amor «que ama primero». En los 
verdaderos cristianos, el amor divino atraviesa la infinitud del 
espacio para notificarnos quién y cómo es Dios; ellos participan 
intensamente la experiencia teologal de Jesucristo. Cuando San 
Agustín escribía con intuición genial sobre una moral inspirada en 
el amor de Dios, apostillaba: «Dadme un corazón que ame y 
entenderá lo que digo». Por vocación vivo especial sintonía con 
Domingo de Guzmán, que, según sus primeros biógrafos, «sólo 
hablaba de Dios o con Dios»; pero ese término para él significaba 
misericordia; siendo joven profesor en la universidad e impactado 
por la necesidad que sufrían los más indefensos, vendió lo más 
valioso que poseía, sus manuscritos personales, para dar el 
importe a los menesterosos: «No soporto estudiar en pergaminos 
muertos mientras los pobres se mueren de hambre». Teresa de 
Lisieux fue otra creyente auténtica cuya existencia encarnó el 
mensaje central del evangelio: somos hijos que podemos llamar a 
Dios Padre. Para una sociedad que se ve crucificada por muchos 
problemas insolubles y tiene la tentación de caer en la 
desesperanza, puede ser curativa la experiencia de aquella 
carmelita: «Basta conocer la propia nada y abandonarse en los 
brazos de Dios». La fe de éstos y de tantos cristianos que han 
gustado esta cercanía benevolente del Padre será siempre lugar 
teológico que suscita y garantiza cualquier reflexión aproximativa 
sobre la paternidad de Dios. 

4. Según esa fe, creemos en «Dios Padre, todopoderoso, 
creador del cielo y de la tierra». La paternidad inspira y da sentido 
a la omnipotencia y a la creación. Es elocuente cómo, siguiendo la 
enseñanza paulina, discurre San Ireneo: en la creación Dios ha 
impreso en nosotros su imagen que como la simiente debe crecer 
a lo largo de la historia; y para fomentar ese crecimiento se 
autocomunica en el Hijo y en el Espíritu que son como las dos 
manos del Padre, las dos confidencias decisivas de su amor. Ya en 
los orígenes «estaba la Palabra» y el Espíritu «se cernía sobre las 
aguas» como fuente de vida. Son las dos misiones que arropan al 
mundo en la paternidad de Dios: «quien me ha visto a mí ha visto 
al Padre»; «envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que 
clama ¡Abba!, Padre» (Jn 14,9; Gál 4,4). Este libro supone y 
completa otros dos publicados en esta misma colección: Creer en 
Jesucristo y Creer en el Espiritu Santo. 

En el nexo entre paternidad, omnipotencia y creación, será fácil 
entender el esquema seguido. Después de presentar el significado 
de la expresión «Padre Nuestro», podremos interpretar 
adecuadamente la omnipotencia divina y el significado de la 
creación. Y como la confesión de fe no es sólo información sino 
también invitación a llevar una conducta nueva, reflexionaremos 
brevemente sobre la vida cristiana como «una gran peregrinación 
hacia la casa del Padre», y sobre la oración como trato de amistad 
con él para pasar de ser siervos a ser hijos y para vivir con los 
demás como hermanos. 

JESÚS ESPEJA
CREER EN DIOS PADRE
BAC 2000. MADRID 1999