EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY

"Con cuanta atención—dice ·Tertuliano—ha ordenado esta oración la divina Sabiduría: 
después de los bienes celestiales, es decir, la santificación del Nombre de Dios, el 
cumplimiento de su voluntad y la venida de su Reino, comenzamos a orar por nuestras 
necesidades temporales. Es lo que el Señor ya había dicho: 'Buscad primero el Reino y 
todas estas cosas se os darán por añadidura' (Mt 6,33; Lc 12,31)". Pero "no sólo de pan 
vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4; Dt 
8,3), es decir; de su Palabra y de su Espíritu. Hay hambre sobre la tierra, "mas no hambre 
de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios" (Am 8,1 1). La petición del pan de 
cada día encabeza la segunda parte del Padrenuestro. ¿De qué pan se trata? San Cipriano 
responde: 

Estas palabras pueden tener un significado espiritual y uno literal, y tanto el uno como 
el otro modo de entenderlas, por la bondad de Dios, es útil para nuestra salvación. 


El pan de cada día 

En el contexto mismo del Padrenuestro, en el evangelio de Mateo, Jesús invita a sus 
discípulos a no angustiarse con el afán por el alimento y el vestido del mañana (Mt 
6,25-34), abandonándose hoy a la providencia del Padre, quien, si alimenta a las aves del 
cielo y viste a los lirios del campo, mucho más se cuidará de sus hijos, pues Él sabe lo que 
necesitan, aunque quiere que se lo pidan con la confianza filial de que, si un padre al hijo 
"que le pide pan" no le da una piedra, "¡cuanto más vuestro Padre que está en los cielos 
dará cosas buenas a los que se las pidan!" (Mt 7,7-11). Entre estas cosas buenas está, sin 
duda, el pan o alimento necesario. Es el pan de cada día el que los hijos piden a su Padre, 
libres de toda inquietud por el mañana. 

También en el contexto inmediato del Padrenuestro, en el evangelio de Lucas, el pan se 
refiere al sustento corporal (Lc 11, 5.11) y lo mismo en un contexto más amplio de todo el 
evangelio1. Con la misma insistencia importuna de quien pidió "tres panes" a su amigo y 
con la confianza del hijo que "pide pan" a su padre, así los hijos de Dios le piden "cada día" 
el don del pan. Abandonando su preocupación por el vestido y la comida en manos del 
Padre providente, que sabe lo que necesitan (Lc 12,22-31), le suplican: "¡Dánoslo cada 
día!". 

HOY/CADA-DIA: Se trata, pues, en primer lugar del sustento necesario, el pan de cada 
día, el suficiente para la vida: "No me des pobreza ni riqueza, sino dame a gustar el pan 
necesario" (Pr 30,8). Esta precariedad de quien vive al día, esperando del Padre el pan 
cada día, es lo que explica la urgencia de la peticióm ¡Dánosle hoy! El discípulo de Cristo 
no cuenta más que con el hoy y sólo pide el pan de hoy: "No os inquietéis por el día de 
mañana. El día de mañana se inquietará de si mismo" (/Mt/06/34). En el hoy se realiza la 
salvación, y el afán de la vida terrena no puede sobrepasar el día de hoy: "Cada día tiene 
bastante con su propio afán" (Mt 6,34). 

El pan que pedimos a Dios es expresión de nuestro reconocimiento diario de que Él es 
nuestro Padre. Pedir el pan es vivir cotidianamente en la fe en Dios y del amor de Dios. El 
sustento diario (Hch 6,1; St 2,15) es un don que el fiel espera recibir como don del Padre, 
pues el Dios que "provee de simiente al sembrador y de pan para su alimento, también es 
poderoso para colmar a sus hijos de todo don a fin de que tengan siempre lo necesario" 
(2Cor 9,8.10). 

Danos: es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre "Hace salir su 
sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45) y da a todos los vivientes "a 
su tiempo su alimento" (Sal 104 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica en 
efecto a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad 
[CEC 2828] 

Hay un midrásh rabínico que nos hiabla de un rey que tenía un hijo. Al llegar la primera 
luna nueva del año, el rey entregaba a su hijo la cantidad de víveres necesaria para todo el 
año. De este modo, el hijo se presentaba ante el padre una sola vez al año. El padre, 
deseoso de ver el rostro de su hijo, cambió su forma de actuar. Decidió dar al hijo sólo las 
provisiones que necesitaba para el día. El hijo, no entendiendo el proceder de su padre, se 
lamentó, preguntando el motivo de tal cambio. El rey respondió: "Porque deseo ver 
diariamente tu rostro". El hijo, agradecido, reconoció: "Cierto, así también yo veré cada día 
tu rostro". 

Pedir el pan de cada día supone pedirlo todos los días. "Danos cada día el pan nuestro 
cotidiano", dice Lucas (11,3). De este modo se refleja la condición de los orantes como 
discípulos, "enviados a anunciar al Reino sin bolsa ni dinero", esperando cada día el 
sustento del Padre providente. En los labios de los discípulos, enviados sin bolsa ni dinero, 
la petición del pan adquiere una urgencia especial y logra todo su sentido. Jesús, al 
llamarles, les ha invitado a abandonar su familia, sus propiedades y ocupaciones, para 
poder seguirle2. Su única ocupación es la predicación del reino de Dios. A ellos Jesús les 
instruye: 

No os inquietéis por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis; 
porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. Fijaos en los cuervos: 
ni siembran ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis 
vosotros que las aves! Fijaos en los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo que ni 
Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el 
campo y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca 
fe! Así, pues, vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. Que 
por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo. Buscad, más bien, su Reino, y esas 
cosas se os darán por añadidura (/Lc/12/22-31). 

Este es el abandono filial de los hijos de Dios, a quien Él promete darles todo. Todo, en 
efecto, pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta [CEC 2830]. Santa Teresa lo 
expresa admirablemente: 

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene,
nada le falta:
sólo Dios basta.

Quien eleva al Padre esta petición según el espíritu de Jesús, está orando para que Dios 
haga posible la predicación del reino, garantizando a la comunidad de los discípulos de 
Jesus la existencia y la posibilidad de dedicarse del todo al anuncio del evangelio. Enviados 
de dos en dos a predicar, sin provisión alguna para el camino, en sus labios adquiría el 
significado pleno la petición: "el pan nuestro, dánoslo hoy": dánoslo a nosotros dos y 
también a los demás discípulos enviados como nosotros. 

Mientras los discípulos se encuentran en la tierra, no deben avergonzarse de pedir a su 
Padre celeste los bienes de la vida material. El que ha creado a los hombres sobre la tierra 
quiere conservar y proteger sus cuerpos. Por ello los discípulos piden al Padre el pan cada 
día. Ellos saben que el pan producido por la tierra viene, en realidad, de arriba, es don de 
Dios. Por eso no cogen el pan, sino que lo piden. Por ser el pan de Dios, llega cada día de 
nuevo. Los seguidores de Jesús no piden provisiones, sino el don cotidiano de Dios, con el 
que pueden prolongar sus vidas en la comunión con Cristo, y por el que glorifican la 
bondad de Dios. ·Agustín-san dice a los competentes:

Tú dices: Danos hoy nuestro pan de cada día y así te confiesas mendigo frente a Dios. No 
te ruborices por ello. Por muy rico que sea uno en la tierra, es siempre un mendigo respecto a 
Dios. El mendigo se coloca en el umbral de la casa del rico, pero este rico debe pararse ante 
la casa de otro más rico. A pesar de que a él le pidan limosna, él a su vez debe pedirla. Si no 
necesitase pedir nada, no oraría a Dios. Pero, ¿qué necesita el rico? No temo decir que 
necesita el mismo pan cotidiano. Si Dios no se lo diese, no podría vivir, en medio de tantas 
riquezas. No tendría nada, si Dios no fuese providente con él. Hay tantos que se acostaron 
ricos y se levantaron pobres. Y, además, el que a ellos nada les falte, no viene de su poder. 
sino de la misericordia de Dios. 

Esta petición del pan diario alimenta la confianza en el Padre, que alimenta a las aves, 
que no trabajan, y viste a los lirios, que no hilan ni tejen, y que dará mucho más a los que 
sólo piden el pan necesario. 

Comenta ·Cipriano-san:

Nosotros, que hemos renunciado al mundo y, a través de la fe, 
hemos despreciado sus riquezas y sus vanidades, pedimos sólo el alimento de hoy y no el de 
mañana, según el mandamiento del mismo Señor: "No os preocupéis del mañana; el mañana 
pensará en sí mismo. A cada día le basta su propio afán" (Mt 6,34). Pedir para el día de 
mañana es desear vivir mucho tiempo en este mundo, lo que está en contradicción con la 
petición de que venga pronto el Reino de Dios. El bienaventurado Apóstol, reforzando nuestra 
esperanza y nuestra fe, nos amonesta: "No hemos traído nada a este mundo y nada nos 
podemos llevar de él. Contentémonos con el alimento y el vestido que tengamos. Los que 
quieren enriquecerse, caen en la trampa y en codicias insensatas y perniciosas, que hunden al 
hombre en la ruina y la muerte. El afán de dinero es la raíz de todos los males: los que se 
dejaron llevar por él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores" (1Tm 
6,7-10). Y el Señor reprende al rico necio, que se vanagloriaba de la abundancia de la cosecha 
(Lc 12,20). El necio, próximo a morir aquella misma noche, se alegraba de su opulencia. El 
Señor, por el contrario, enseña que es perfecto el que, habiendo vendido todos sus bienes y 
habiéndolos distribuido a los pobres, se prepara un tesoro en el cielo (Mt 19,21; 6,20). 

Y añade: 

No puede faltarle al justo el alimento cotidiano, porque está escrito: "El Señor no dejará 
morir de hambre al justo" (Pr 10,3) y también: "Fui joven, ahora soy viejo: no he visto nunca a un 
justo abandonado, ni he visto a sus hijos mendigar el pan" (Sal 36,25). El mismo Señor ha 
hecho la promesa: "No os preocupéis diciendo: ¿qué comeremos, qué beberemos, con qué 
nos vestiremos? Por estas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre sabe que tenéis 
necesidad de ellas. Buscad más bien el Reino de Dios y su justicia y todas estas cosas se os 
darán por añadidura" (Mt 6,31-33). Dios dio de comer a Daniel (Dn 14,31-44) y también 
mandó a los cuervos llevar el alimento a Elías durante la persecución (1R 7,6). 

También para san Gregorio de Nisa el pan cotidiano se refiere a lo accesorio para 
conservar la naturaleza corporal; ese es el pan que pedimos para hoy, libres, por tanto, de 
"la angustia por el mañana" (Mt 6,33-34). Sólo el presente nos pertenece, siendo incierta la 
esperanza del futuro, puesto que ignoramos lo que nos deparará el día de mañana. ¿Por 
qué nos preocupamos de lo incierto? ¡Bástale a cada día su propio afán! (Mt 6,34). 
Igualmente, san Juan Crisóstomo dice que se trata del alimento corporal, necesario "no 
para un gran número de años, sino para hoy", liberados del afán por "el pan de mañana", 
cuyo don abandonamos "confiadamente a la providencia del Padre". También Teodoro de 
Mopsuestia dice que la petición del pan, que nos es necesario hoy, se refiere a lo que dice 
san Pablo: "Nos basta con tener el alimento y el vestido" (1Tm 6,18); esto es lo necesario 
para satisfacer nuestras necesidades urgentes para la subsistencia de la naturaleza en el 
"hoy" de esta vida. 


El pan nuestro 

Pero la palabra pan no designa solo el sustento corporal. En labios de Jesús tiene 
también y, fundamentalmente, otros significados. En el Padrenuestro se pide el pan 
nuestro: el artículo quiere significar que se trata del pan propio y específico de los hijos de 
Dios: es el pan nuestro, el de los discípulos de Cristo. Es el pan sustancial, no el pan 
común, sino el propio y exclusivo de los fieles discípulos de Jesús. Dice san Cipriano: "El 
pan de vida es Cristo y éste no es de todos, sino nuestro, de quienes invocamos a Dios 
como Padre nuestro. Así Cristo es el pan de los que tomamos su cuerpo". 

Viendo esta petición unida a las peticiones anteriores del Padrenuestro, podemos decir 
que se trata del pan del Reino, "las cosas buenas que el Padre que está en los cielos da a 
quienes se las pidan" (Mt 7,1 1). Estas cosas buenas se contraponen al pan que los padres 
terrestres dan a sus hijos. Ya el profeta Isaías había relacionado el pan que no sacia con 
las cosas buenas: "¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no 
sacia? Hacedme caso y comed cosas buenas, y disfrutaréis con algo sustancioso" 
(/Is/55/02). Estas cosas buenas son un don gratuito (v.1) concedido a "quienes aplican el 
oído, acuden a Yahveh y escuchan'' (v.3) su palabra (v. 11). 

1. Pan de la Palabra 

Este pan de la Palabra es lo que los hijos piden al Padre, como su alimento diario, el 
único que sacia su hambre. Es lo que han aprendido del Maestro, según Mateo: "No sólo 
de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). A sus 
discípulos, Jesús "les ha dado a conocer los misterios del Reino de los cielos" (Mt 13,11), 
haciéndoles comprender la Palabra del Reino (Mt 13,19.23), que produce fruto abundante. 
La Palabra de Dios, con su fuerza salvífica, es "el pan de los hijos, que no está bien 
echárselo a los perritos" (Mt 15,26).

Lo mismo encontramos en el evangelio de Lucas. Jesús rechaza la tentación del diablo, 
que le invita a convertir las piedras en pan, citando el Deuteronomio: "No sólo de pan vive 
el hombre" (Lc 4,3), "sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Dt 8,3). El hombre 
vive sobre todo de la palabra de Dios, que crece y se difunde3 y, como una semilla, 
sembrada en quienes "la escuchan y conservan con corazón bueno", da fruto centuplicado 
(Lc 8,8-15) de salvación (Hch 13,46-48), haciendo de ellos, "madre y hermanos", familiares 
de Jesús (Lc 8,21). La palabra es, pues, el "pan nuestro" de los cristianos. De ahí la 
petición: "¡Dánoslo cada día!". 

MANÁ/PAN-DE-HIJOS: Tras el cada día de Lucas late la experiencia de Israel del 
maná4: El pan que Yahveh dio como alimento (Ex 17,8.15; Sal 78,24) a Israel cada día 
durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto5 y que el pueblo recogía "cada 
día" (Ex 16,5). El maná es el "pan del cielo"6, el "pan de los ángeles" (Sab 16,20; Sal 78,25) 
dado gratuitamente por Dios a Israel (Ex 16,16). El maná no era, pues, un alimento común, 
sino el alimento propio del "pueblo de Dios" (Sab 16,20), característico de sus hijos (Sab 
16,21.26), que les daba todas "las delicias y satisfacía todos los gustos" (Sab 16,20). 
Mediante el maná "el Señor enseñaba a sus amados hijos que no son las diversas especies 
de frutos las que alimentan al hombre, sino que es su palabra la que mantiene a los que 
creen en El" (Sab 16,26). 

PD/PAN-DE-V: Los cristianos—niños en Cristo—inicialmente son alimentados con "la 
leche y no con alimento sólido" (/1Co/03/02). Se trata de la "leche de los primeros 
rudimentos de los oráculos divinos" (Hb 5,12). Esta "leche espiritual" es el sustento que 
desean los neófitos cristianos, como recién nacidos, para crecer en la salvación (1Pe 2,2). 
Pero, una vez adultos en la fe, necesitan el "manjar sólido de la doctrina de la justicia" (Hb 
5,13-14; 1Cor 3,2), es decir, ser alimentados "con las palabras de la fe y de la buena 
doctrina" (1Tm 4,6). Esta "palabra de vida" (Flp 2,16) o "Palabra viviente" (Hb 4,12; 1Pe 1, 
23) es el verdadero alimento, superior al maná dado por Moisés, pues la palabra dada por 
Jesús a sus discípulos (Jn 17,6.8) es "el verdadero pan del cielo que el Padre da" (Jn 
6,31-32); es "el pan de Dios" (Jn 6,33), identificado con la Palabra encarnada: "¡Yo soy el 
pan de vida!" (Jn 6,35). San Agustín dice: 

Dios da el pan, que cotidianamente sostiene y sacia al cuerpo, no sólo a los que le alaban, 
sino también a los que le maldicen: "Él hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover 
sobre justos e injustos" (Mt 5,45). Pero hay otro pan que buscan los hijos. El Señor nos habla 
de él en el Evangelio, cuando dice: "No está bien tomar el pan de los hijos y dárselo a los 
perritos" (/Mt/15/26). Este es el pan de los hijos y es también necesario para vivir; no podemos 
prescindir de él, como no podemos prescindir del pan material. Este pan es la Palabra de 
Dios, que cada día se nos reparte. Es nuestro pan cotidiano, con el que alimentamos nuestro 
espíritu. Nosotros, que todavía somos obreros de la viña, necesitamos el alimento, no el 
salario. Quien lleva un obrero a la viña, le debe dos cosas: el alimento para que se sostenga y 
el salario para que saque provecho de su trabajo. Nuestro alimento cotidiano en este mundo es 
la Palabra de Dios, que se nos reparte cotidianamente en la Iglesia. El salario, que tendremos 
después de haber trabajado, es la vida eterna. 

Por ello la Dei Verbum dice: 

La Iglesia ha venerado las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no 
dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de 
Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la liturgia... En los sagrados libros, el Padre 
que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que 
radica en la palabra de Dios que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe 
para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. [DV 21] 

La Iglesia, "como madre previsora, nos prodiga en su liturgia, día tras día, el alimento de 
la Palabra y de la Eucaristía del Señor" [CEC 2040]. 

2. Pan de la Eucaristía 

Y, como pan sustancial, maná escatológico, pan propio y exclusivo de los hijos, se trata 
del pan de la Eucaristía, con el que se nutren quienes han renacido en el bautismo como 
hijos de Dios. Si mediante el maná los hijos de Israel vieron "la gloria del Señor y le 
reconocieron como su Dios (Ex 16, 7.21), también la fracción del pan eucarístico es el 
signo sacramental en el que la asamblea cristiana reconoce la gloria del Señor resucitado 
(Lc 24,26-35). El pan eucarístico del Cuerpo del Señor, prefigurado en el signo de la 
multiplicación de los panes (/Mt/14/19; /Mt/15/35), es el pan que Jesús "partió y se lo dio a 
los discípulos" (/Mt/26/26). Este es el pan por excelencia, alimento verdadero de los 
discípulos de Jesús. Participando de este pan, los hijos de Dios pregustan ya el banquete 
del Reino (Mt 26,29; 22,2-14), pues éste es ya el pan del Reino. 

También en Lucas el pan se refiere al pan eucarístico; con este significado aparece 
constantemente en el Evangelio7 y en los Hechos8. El pan que piden al Padre es el pan 
que, en la cena pascual (22,14-27), Jesús tomó y, tras haber dado gracias, lo partió y se lo 
dio a sus discípulos como signo sacramental de su "cuerpo, entregado por ellos", 
encargándolos que siguieran haciéndolo "en memoria suya" (Lc 22,19). 

El pan, que se pide al Padre, evoca en todas las primeras comunidades cristianas el pan 
eucarístico del cuerpo y sangre del Señor9. Es el pan10 de los fieles cristianos, por ser "el 
alimento espiritual" prefigurado por el maná (1Cor 10,3), "el pan que partimos", del que 
"participamos" cuantos "somos un solo cuerpo" (ICor 10,16-17). Se trata del "pan vivo 
bajado del cielo, para que quien lo coma no muera, sino que tenga vida eterna, vida para 
siempre" (Jn 6,50-58). De ahí la súplica: "¡Danos siempre este pan!" (/Jn/06/34); Señor, 
"¡dánosle hoy!". Comenta Tertuliano: 

Danos hoy nuestro pan de cada día lo entendemos también en sentido espiritual. En 
realidad, Cristo es nuestro pan, porque Cristo es vida y el pan es vida: "Yo soy el pan de la 
vida", dice Él (Jn 6,31 ); y poco antes había dicho: "El pan es la palabra del Dios vivo, que 
viene del cielo" (Jn 6,33); entiende por pan también, su cuerpo, al decir: "Esto es mi cuerpo" 
(Mt 26,26; Mc 14, 22; Lc 22,19). Por lo tanto, al pedir el pan de cada día, pedimos vivir siempre 
unidos a Cristo y recibir de su cuerpo nuestro ser singular. 

San Cipriano nos dice: El pan cotidiano es el pan eucarístico, que "recibimos 
cotidianamente como alimento de salvación" y "también el alimento para hoy'' (Mt 6,34). 

Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!, 
como eco de la oración que le enseñó su Señor y de la llamada del Espíritu Santo (Hb 
3,7-4,11; Sal 95,7). Este hoy del Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar es la Hora de 
la Pascua de Jesús, que es eje de toda la historia humana y la guía. [CEC 1165] 


3. El Espíritu Santo 

El don de ese triple pan—alimento corporal, palabra y eucaristía—es el objeto de esta 
petición. El pan corporal, necesario para hoy, refuerza en los fieles su confianza en la 
providencia del Padre que está en el cielo, liberándoles de la angustia por el mañana. Y el 
pan de la Palabra y de la Eucaristía, el pan nuestro, de los hijos de Dios, les da la fuerza 
para santificar en su vida el nombre de Dios, hacer la voluntad del Padre y acelerar la 
venida del Reino. Para san Agustín la petición del pan cotidiano incluye las tres cosas:

El pan necesario para el cuerpo, el pan visible consagrado en el sacramento y el pan 
invisible de la palabra de Dios. En esta petición le suplicamos a Dios que nos dé todas las 
cosas necesarias para el sustento de la vida presente, es decir, todo lo que necesitamos en 
alimento y vestido (1Tim 6,7) para el sostenimiento de la carne, confesándonos así mendigos 
de Dios, pero libres del "afán por el día de mañana" (Mt 6,31-34); le suplicamos también el 
alimento espiritual de la eucaristía, que reciben los fieles del altar de Dios, el sacramento de 
Cristo, que necesitamos para mantener la unidad y para no ser separados del Cuerpo de 
Cristo, perseverando en la santidad bautismal así como en la bondad, en la fe y en la 
disciplina; y finalmente pedimos al Padre el pan cotidiano del "alimento imperecedero'' (Jn 
6,27), el pan de los hijos (Mt 15,16), identificado con la Palabra de Dios, diariamente otorgada 
como alimento "de las mentes, no de los vientres", suplicada para el "hoy" de esta vida 
temporal (Hb 3,13). 

En Lucas adquiere un significado más. En el contexto de su evangelio, el "pan de cada 
día" designa también al Espíritu Santo. Frente a las "cosas buenas que los padres, aun 
siendo malos, dan a sus hijos'', el Padre del cielo da "el Espiritu Santo a los que se lo piden" 
(Lc 11,13). Es el pan que Jesús invitara a pedir hasta con importunidad al Padre bueno, 
seguros de que no se lo negará, como el amigo importunado se levanta para al amigo 
importuno ''darle cuanto necesita" (Lc 11,8). También el Padre celestial "al que pide, da; al 
que llama, abre... y le da el Espíritu Santo". 

El Espíritu Santo es "la promesa del Padre" (Lc 24,49; Hch 1,4), su don por excelencia 
(Lc 11,13; Hch 2,33), que compendia todos los bienes que Dios prometió a Abraham y a su 
descendencia (Hch 7,5). Exaltado a la derecha de Dios, Jesús recibió y derramó el Espiritu 
Santo prometido (Hch 2,33). Pedro exhorta a convertirse y bautizarse para recibir "el don 
del Espíritu Santo" (Hch 2,38-39). Como el antiguo pueblo de Dios en su peregrinación por 
el desierto era alimentado cada día por Dios con el maná y saciaba su sed con el agua de 
la roca11, también la comunidad cristiana—nuevo Israel—necesita, desde "su éxodo 
bautismal' hasta su ingreso en el Reino de Dios (Hch 14,22), ser alimentado por el Padre 
del cielo con el "alimento espiritual" (1Cor 10,3) del pan eucarístico y que su sed sea 
saciada con la "bebida espiritual" (1Co 10,4) del Espíritu Santo. De aquí la apremiante 
súplica: "¡Dánosle cada día!". 

El Espíritu Santo es el don primero y la síntesis de todas las cosas buenas. Y con el don 
del Espíritu Santo, el Padre nos da el pan de cada día. Sus hijos viven confiados en su 
providencia, libres de la angustia de los paganos (Mt 6,25-33). El abandono confiado se 
funda en la relación filial. 


4. Cristo, pan del cielo 

"Yo soy el pan de la vida", proclama Jesús en el discurso de Jn 6: 

Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres 
comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo 
coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para 
siempre; y este pan, que yo voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. En verdad, en verdad 
os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en 
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último 
día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi 
carne y bebe mi sangre, pennanece en mí y yo en él. Este es el pan bajado del cielo; no como 
el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre... Estas 
palabras que os he dicho son espíritu y vida. 

Este es el pan de los hijos. El Padre, que escucha a sus hijos, nos lo da cuando se lo 
pedimos: 

No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he 
destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo 
que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda" (Jn 15,16). 
En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre" (Jn 16,23).

Para Orígenes se trata del pan supersustancial y no del pan material. El pan 
supersustancial es la fe en el Verbo encarnado, enviado por Dios (Jn 6,28s) como alimento 
permanente (Jn 6,27): "Mi Padre es el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan 
de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo" (Jn 6,32.34-35). El verdadero pan, 
por tanto, es el que nutre al hombre verdadero, al que está hecho a imagen de Dios. Y 
cuando le dijeron: "Danos siempre este pan", Jesús abiertamente les respondió: "Yo soy el 
pan de vida; el que viene a mi no tendrá ya más hambre, y el que cree en mí jamás tendrá 
sed... Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre, y 
el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,51; 53-57). Este pan, 
asimilado por el alma, comunica su virtualidad a quien se alimenta de él en el hoy de este 
siglo. Dice san Cipriano: 

Cristo es nuestro pan de vida (Jn 6,35). Es nuestro pan, no el de todos. Igual que decimos 
Padre nuestro, porque Él es el Padre de los que le conocen y creen en Él, así llamamos a 
Cristo pan nuestro, porque Él es el pan de los que comen su cuerpo. Pedimos tener cada día 
este pan para no separarnos del cuerpo de Cristo. Él mismo nos dijo: "Yo soy el pan de vida 
bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá eternamente. El pan que yo daré es mi carne 
para la vida del mundo" (Jn 6,51). 

Bellamente, dice san Pedro Crisólogo: 

El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el pan del cielo (Jn 6,51). Cristo 
mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, 
cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada 
día a los fieles un alimento celestial. 

El pan cotidiano suplicado—dice san Cromacio de Aquileya—es el alimento necesario 
para "el sustento de hoy" y, a la vez, el eucarístico "pan celeste y espiritual" (Jn 6,52), que 
"recibimos diariamente para la salvación del alma". Suplicamos también "el alimento 
espiritual", de Cristo, "nuestro Pan vivo bajado del cielo", llamado "cotidiano, pues debemos 
pedir siempre la inmunidad del pecado, de modo que seamos dignos del alimento celestial". 


El pan de mañana 

Pedimos también el pan de mañana, el del sábado, el pan del reposo; el pan del mañana 
sin noche ni día siguiente, en el que compartiremos el reposo del Padre y del Hijo. Y 
mientras esperamos ese pan, danos un anticipo de ese pan celeste en nuestra 
peregrinación. Que nuestra Eucaristía sea banquete que nos haga pregustar y desear el 
banquete celeste. Padre, "sean tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa" (Sal 
128,3). "¡Dichoso el que coma el pan en el Reino de Dios!" (Lc 14,15). 

El adjetivo epiusios, traducido por cotidiano o necesario, es traducido también como pan 
de mañana. De este modo, el pan que pedimos al Padre significa el "pan del tiempo de 
salvación", "pan de vida", "maná celestial", "pan escatológico". Pan de vida y agua de vida 
son dos símbolos del paraíso. A este pan de vida se refiere Jesús cuando afirma que en la 
consumación comerá y beberá con sus discípulos (Lc 22,30), que se ceñirá y servirá la 
mesa a los suyos (Mt 26,29). San Agustín dice a los catecúmenos: 

En el Padrenuestro decimos: Danos los bienes eternos y también los bienes temporales. 
Nos has prometido el Reino, no nos niegues la ayuda para entrar en él. En tal Reino nos 
adornarás con belleza eterna; en este mundo danos el alimento que necesitamos en el tiempo. 
Por eso decimos cada día, o sea, durante la vida terrena. Cuando hayamos pasado esta vida, 
ya no pediremos más el pan cotidiano. Entonces ya no habrá cada día, sino hoy. Ahora 
decimos cada día, porque pasa un día y viene otro, pero no hablaremos así cuando haya un 
solo día, el día eterno. Cuando estemos eternamente con Cristo, y hayamos comenzado a 
reinar con Él para siempre, tampoco tendremos ya necesidad de la Eucaristía. De modo que 
la Eucaristia es nuestro pan cotidiano. También lo que os predico es pan cotidiano; y las 
Iecturas que cada día escucháis en la Iglesia son pan cotidiano; y los himnos que escucháis y 
recitáis son pan cotidiano. Todas estas cosas necesitamos en nuestra vida terreara. Cuando 
hayamos llegado arriba no necesitaremos escuchar las lecturas: allí veremos al propio Verbo, 
escucharemos al propio Verbo, lo comeremos, lo beberemos, como hacen ahora los ángeles. 


"Feliz el que coma el pan del reino de Dios" (Lc 14,15), exclama una persona que está 
pensando en el banquete celestial. Pero no se trata de espiritualizar la petición del pan, 
distinguiendo entre pan terreno y pan celestial. Para Jesús no se oponen el pan terreno y el 
pan de vida, pues con la llegada del Reino de Dios todo lo terreno ha quedado santificado. 
Los discípulos deJesús pertenecen al nuevo mundo de Dios, tras haber sido arrancados al 
mundo de la muerte (Mt 8,22). Para ellos no hay ya alimentos puros e impuros (Mc 7,15). 
Todo lo que Dios da está bendecido. 

Las comidas de Jesus nos muestran claramente esta santificación de toda la vida. El pan 
ofrecido por ÉI cuando se sienta con publicanos y pecadores es el pan de cada día y sin 
embargo es algo más: pan de vida. El pan que parte a los suyos en la última cena es pan 
terreno y sin embargo es algo más: su cuerpo entregado a la muerte por todos. Cada 
comida de sus discípulos con El es una comida ordinaria y sin embargo es algo más: 
banquete de salvación, banquete del Mesías, figura y anticipo del banquete escatológico. 
Así es aún en la comunidad primitiva: sus comidas son comidas ordinarias y sin embargo 
son a la vez la cena del Señor" (1Cor 11,20), que crea la comunión con Él y entre todos los 
participantes (lCor 10,16-17). 

La petición del pan para mañana abarca la totalidad de la vida de los discípulos 
incluyendo lo que necesitan para el cuerpo. Incluye pues el pan diario pero no se contenta 
con él. Suplica también las fuerzas y dones del mundo futuro para poder realizar la misión 
en este mundo. El hoy, situado al final de la petición da urgencia a la súplica: ¡danos, 
Padre, el pan de la vida ahora ya, aquí ya, hoy! 


EMILIANO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ
PADRENUESTRO
FE, ORACIÓN Y VIDA
Caparrós Editores. Madrid 1996. Págs. 169-188


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1 Lc 4,3-4; 7,33; 9,3.16; 14,1; 15,17. 
2 Mc 1,18.20;2,14; 10,21; Lc 5,11; 9,59.
3 Hch 6,7; 12,24; 13,49,19,20. 
4 Ex 16,13; Nm 11, 66-69; Sb 16,20-29. 
5 Ex 16,16.19.35; Jos 5,12. 
6 Ex 16,4; Sb 16,20; Sal 78,24; 104,40; Ne 9 15.
7 Lc 22,19; 24,30.35; 9,16.
8 Hch' 2,42.46: 20,7. 11.
9 Mc 14,22-24; 1 Cor 11, 23-25; Jn 6, 51-58.
10 Hch 2,42; 20,11; 1Cor 10,16-17.
11 Sal 78,15-16; 105,41; Sb 11, 4. 
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