HABLAR CON DIOS

CUARESMA

Francisco Fernández Carvajal

 

CUARESMA. PRIMERA SEMANA. DOMINGO

5. Las tentaciones de Jesús

- El Señor permite que seamos tentados para que crezcamos en las virtudes.

- Las tentaciones de Jesús. El demonio nos prueba de modo parecido.

- El Señor está siempre a nuestro lado. Armas para vencer.

 

I. "La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 111).

"Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender -Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno-, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 61).

Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús, y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: "como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza -dice San Juan Crisóstomo-, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar" (SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilías sobre San Mateo, 13, 1). Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.

Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. "Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí -dice Knox- todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica" (R. A. KNOX, Sermones pastorales, p. 79).

El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él "permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde" (S. CANALS, Ascética Meditada, 14ª ed., Madrid 1980, p. 127). Bienaventurado el varón que soporta la tentación -dice el Apóstol Santiago- porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman (Sant 1, 12).

 

II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.

El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.

Y Jesús "no sólo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).

"Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, loc. cit.).

Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.

En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.

Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.

Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él (Mt 27, 42).

Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.

En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: -Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.

El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.

Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.

Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.

 

III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos Confiad: Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta (Flp 4, 13). El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? (Sal 26, 1).

Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación (Mt 26, 41). También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar, por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él (Eccl 3, 27), y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.

Para combatir la tentación "habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.

"Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a éste la gracia necesaria para dirigirle bien" (B. BAUR, En la intimidad con Dios, Herder. Barcelona 1975, 10ª ed., p. 121).

Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. "Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser éstas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!" (S. CANALS, o. c., p. 128.).

 

[Cuaresma]

 

CUARESMA. PRIMERA SEMANA. LUNES

6. Existencia y actuación del diablo.

- El diablo existe y actúa en las personas y en la sociedad. Su actividad es misteriosa, pero real y eficaz.

- Quién es el demonio. Su poder es limitado. Necesidad de la ayuda divina para vencer.

- Jesucristo es el vencedor del demonio. Confianza en Él. Medios que hemos de utilizar. El agua bendita.

 

I. De nuevo lo llevó el demonio a un monte muy alto... Entonces le respondió Jesús: Apártate, Satanás..., leíamos en el Evangelio de la Misa de ayer (1).

El diablo existe. La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el último libro revelado, desde el Génesis al Apocalipsis. En la parábola de la cizaña, el Señor afirma que la mala simiente cuyo cometido es sofocar el trigo, fue arrojada por el enemigo (2). En la parábola del sembrador, viene el Maligno y arrebata lo que se había sembrado (3).

Algunos, inclinados a un superficial optimismo, piensan que el mal es meramente una imperfección incidental en un mundo en continua evolución hacia días mejores. Sin embargo, la historia del hombre ha padecido la influencia del diablo. Hay rasgos presentes en nuestros días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. El demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. Sin duda, "a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final" (4). De tal manera que el demonio "provoca numerosos daños de naturaleza espiritual e, indirectamente, de naturaleza incluso física en los individuos y en la sociedad" (5).

La actuación del demonio es misteriosa, real y eficaz. Desde los primeros siglos, los cristianos tuvieron conciencia de esa actividad diabólica. San Pedro advertía a los primeros cristianos: sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando alrededor de vosotros como león rugiente, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe (6).

Con Jesucristo ha quedado mermado el dominio del diablo, pues Él "nos ha liberado del poder de Satanás" (7). Por razón de la obra redentora de Cristo, el demonio sólo puede causar verdadero daño a quienes libremente le permitan hacérselo, consintiendo en el mal y alejándose de Dios.

El Señor se manifiesta en numerosos pasajes del Evangelio como vencedor del demonio, librando a muchos de la posesión diabólica. En Jesús está puesta nuestra confianza, y Él no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas (8). El demonio tratará de "seducir y apartar el espíritu humano para que viole los preceptos de Dios, oscureciendo poco a poco el corazón de aquellos que tratan de servirle, con el propósito de que olviden al verdadero Dios, sirviéndole a él como si fuera el verdadero Dios" (9). Y esto, siempre. De mil modos diferentes. Pero el Señor nos ha dado los medios para vencer en todas las tentaciones: nadie peca por necesidad. Consideremos, con hondura, en esta Cuaresma lo que esto significa.

Además, para librarnos del influjo diabólico, también ha dispuesto Dios un ángel que nos ayude y proteja. "Acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones" (10).

 

II. El demonio es un ser personal, real y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre, "porque el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios naturalmente buenos; pero ellos, por sí mismos se hicieron malos" (11). Es el padre de la mentira (12), del pecado, de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo absurdo y malo que hay en la tierra (13). Es la serpiente astuta y envidiosa que trae la muerte al mundo (14), el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre (15), y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios. Su único fin en el mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición. Y cada día intentará llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su alcance. "Todo empezó con el rechazo de Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastocar la economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: Seréis como dioses. Así el espíritu maligno trata de trasplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y de oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su existencia" (16).

El demonio es el primer causante del mal y de los desconciertos y rupturas que se producen en las familias y en la sociedad. "Suponed, por ejemplo -dice el Cardenal Newman-, que sobre las calles de una populosa ciudad cayera de repente la oscuridad; podéis imaginar, sin que yo os lo cuente, el ruido y el clamor que se produciría. Transeúntes, carruajes, coches, caballos, todos se hallarían mezclados. Así es el estado del mundo. El espíritu maligno que actúa sobre los hijos de la incredulidad, el dios de este mundo, como dice San Pablo, ha cegado los ojos de los que no creen, y he aquí que se hallan forzados a reñir y discutir porque han perdido su camino; y disputan unos con otros, diciendo uno esto y otro aquello, porque no ven" (17).

En sus tentaciones, el demonio utiliza el engaño, ya que sólo puede presentar bienes falsos y una felicidad ficticia, que se torna siempre soledad y amargura. Fuera de Dios no existen, no pueden existir, ni el bien ni la felicidad verdaderos. Fuera de Dios sólo hay oscuridad, vacío y la mayor de las tristezas. Pero el poder del demonio es limitado, y también él está bajo el dominio y la soberanía de Dios, que es el único Señor del universo.

El demonio -tampoco el ángel- no llega a penetrar en nuestra intimidad si nosotros no queremos. "Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos merced a indicios sensibles, o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas, les es totalmente inaccesible. Incluso los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo esto no lo conocen por la misma esencia del alma (...) sino, en todo caso, por los movimientos y manifestaciones externas" (18).

El demonio no puede violentar nuestra libertad para inclinarla hacia el mal. "Es un hecho cierto que el demonio no puede seducir a nadie, si no es aquel que libremente le presta el consentimiento de su voluntad" (19).

El santo Cura de Ars dice que "el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado" (20). Con todo, "ningún poder humano puede compararse con el suyo, y sólo el poder divino lo puede vencer y tan sólo la luz divina puede desenmascarar sus artimañas.

"El alma que venza la potencia del demonio no lo podrá conseguir sin oración ni podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad" (21).

 

III. La vida de Jesús quedó resumida en los Hechos de los Apóstoles con estas palabras: Pasó haciendo el bien y librando a todos los oprimidos del demonio (22). Y San Juan, tratando del motivo de la Encarnación, Para esto vino el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (23).

Cristo es el verdadero vencedor del demonio: ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera (24), dirá Jesús en la Ultima Cena, pocas horas antes de la Pasión. Dios "dispuso entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar por Él a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás" (25).

El demonio, no obstante, continúa detentando cierto poder sobre el mundo, en la medida en que los hombres rechazan los frutos de la redención. Tiene dominio sobre aquellos que, de una forma u otra, se entregan voluntariamente a él, prefiriendo el reino de las tinieblas al reino de la gracia (26). Por eso no debe extrañarnos el ver, en tantas ocasiones, triunfar aquí el mal y quedar lesionada la justicia.

Nos debe dar gran confianza saber que el Señor nos ha dejado muchos medios para vencer y para vivir en el mundo con la paz y la alegría de un buen cristiano. Entre esos medios están: la oración, la mortificación, la frecuente recepción de la Sagrada Eucaristía y la Confesión, y el amor ala Virgen. Con Nuestra Señora estamos siempre seguros. El uso del agua bendita es también eficaz protección contra el influjo del diablo: "Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. -Muchas razones te podría dar. Te bastará, de seguro, esta de la Santa de Ávila: "De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita"" (27).

Juan Pablo II nos exhorta a rezar dándonos más cuenta de lo que decimos en la última petición del Padrenuestro: "no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo" (28). Nuestro esfuerzo en estos días de Cuaresma por mejorar la fidelidad a aquello que sabemos que Dios nos pide, es la mejor manifestación de que frente al Non serviam del demonio, queremos poner nuestro personal Serviam: Te serviré, Señor.

 

[Cuaresma]

 

(1) Cfr. Mt 4, 8-11.- (2) Mt 13, 25.- (3) Mt 13, 19.- (4) CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 37.- (5) JUAN PABLO II, Audiencia general, 20-VIII-1986.- (6) 1 Pdr 5, 8.- (7) CONC. VAT. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 6.- (8) Cfr. 1 Cor 10, 13.- (9) SAN IRENEO, Tratado contra las herejías , 5.- (10) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 567.- (11) CONC. LATERANENSE IV, 1215 DZ. 800(428).- (12) Jn 8, 44.- (13) Cfr. Heb 2, 14.- (14) Cfr. Sab 2, 24.- (15) Cfr. Mt 13, 28-39.- (16) JUAN PABLO II, Audiencia general, 13-VIII-1986.- (17) CARD. J. H. NEWMAN Sermón para el Domingo II de Cuaresma. Mundo y pecado .- (18) CASIANO, Colaciones, 7.- (19) Ibídem .- (20) SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre las tentaciones .- (21) SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 3, 9.- (22) Hech, 10, 39.- (23) 1 Jn 3, 8.- (24) Jn 12, 31.- (25) CONC. VAT. II, Decr. Ad. gentes, 3.- (26) Cfr. JUAN PABLO II, loc. cit .- (27) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 572.- (28) JUAN PABLO II, loc. cit.

 

 

CUARESMA. PRIMERA SEMANA. MARTES

7. La ayuda de los ángeles custodios.

- Existencia de los ángeles custodios. Devoción de los primeros cristianos.

- Ayudas que pueden prestarnos.

- Amistad y devoción a los ángeles custodios.

 

I. San Mateo termina la narración de las tentaciones de Nuestro Señor con este versículo: Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían (1).

"Contemplemos un poco esta intervención de los ángeles en la vida de Jesús, porque así entenderemos mejor su papel -la misión angélica- en toda vida humana. La tradición cristiana describe a los Ángeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos.

"La Iglesia, al hacernos meditar estos pasajes de la vida de Cristo, nos recuerda que, en el tiempo de Cuaresma, en el que nos reconocemos pecadores, llenos de miserias, necesitados de purificación, también cabe la alegría. Porque la Cuaresma es simultáneamente tiempo de fortaleza y de gozo: hemos de llenarnos de aliento ya que la gracia del Señor no nos faltará, porque Dios estará a nuestro lado y enviará a sus Ángeles, para que sean nuestros compañeros de viaje, nuestros prudentes consejeros a lo largo del camino, nuestros colaboradores en todas nuestras empresas" (2).

"La Sagrada Escritura y la Tradición llaman propiamente ángeles a aquellos espíritus puros que en la prueba fundamental de libertad han elegido a Dios, su gloria y su reino" (3). A ellos les está encomendada la tutela de los hombres. ¿Por ventura -se lee en la Epístola a los Hebreos- no son todos ellos unos espíritus que hacen el oficio de servidores o ministros en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salud? (4).

Es doctrina común que todos y cada uno de los hombres, bautizados o no, tienen su Ángel Custodio. Su misión comienza en el momento de la concepción del hombre y se prolonga hasta el momento de su muerte. San Juan Crisóstomo afirma que todos los ángeles custodios concurrirán al juicio universal para "dar testimonio ellos mismos del ministerio que ejercieron por orden de Dios para la salvación de cada hombre" (5).

En los Hechos de los Apóstoles encontramos numerosos pasajes en que se manifiesta la intervención de estos santos ángeles, y también la confianza con que eran tratados por los primeros cristianos (6).

Esta veneración y confianza en los ángeles por parte de nuestros primeros hermanos en la fe, se pone especialmente de relieve en la liberación de San Pedro de la cárcel: Un ángel del Señor se presentó en el calabozo de Pedro, que quedó iluminado; y golpeando a Pedro en el costado, le despertó diciendo: "Levántate pronto"; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel añadió: "Cíñete y cálzate las sandalias". Hízolo así. Y agregó: "Envuélvete en tu manto y sígueme" (7).

Y Pedro, libre ya, se encaminó a casa de María, madre de Marcos, donde muchos estaban congregados en oración.

Golpeó la puerta del vestíbulo y salió una sierva llamada Rode, que, luego que conoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta, corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo. Ellos dijeron: "Estás loca". Insistía ella en que era así: y entonces dijeron: "será su ángel" (8). Este relato nos muestra el gran cariño que sentían por Pedro y la naturalidad de la fe en los ángeles custodios que tenían los primeros fieles. "Mira con qué confianza trataban a sus Custodios los primeros cristianos.

"-¿Y tú?" (9).

Nosotros hemos de tratarles también con naturalidad y confianza, y nos asombraremos muchas veces del auxilio que nos prestan, para vencer en las luchas contra el maligno. "Estamos bien ayudados por los ángeles buenos, mensajeros del amor de Dios, a los cuales, enseñados por la tradición de la Iglesia, dirigimos nuestra oración: "Ángel de Dios, que eres mi custodio, ilumíname, custódiame, rígeme y gobiérname, ya que he sido confiado a tu piedad celeste. Amén"" (10).

 

II. "... Y los ángeles vinieron y le servían". Los ángeles custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar su fin sobrenatural. Yo mandaré a un ángel delante de ti -dice el Señor a Moisés- para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto (11). Y el Catecismo Romano comenta: "Porque así como los padres, cuando los hijos precisan viajar por caminos malos y peligrosos, hacen que les acompañen personas que les cuiden y defiendan de los peligros, de igual manera nuestro celestial Padre, en este viaje que emprendemos para la celeste Patria, a cada uno de nosotros nos da ángeles para que, fortificados con su poder y auxilio, nos libremos de los lazos furtivamente preparados por nuestros enemigos y rechacemos las terribles acometidas que nos hacen; y para que con tales guías sigamos por el camino recto, sin que ningún error interpuesto por el enemigo sea capaz de separarnos del camino que conduce al cielo" (12).

Misión de los ángeles custodios, por tanto, es auxiliar al hombre contra todas las tentaciones y peligros, y traer a su corazón buenas inspiraciones. Son nuestros intercesores, nuestros custodios, y nos prestan su ayuda cuando los invocamos. "Los Santos interceden por los hombres, mientras los Ángeles Custodios no sólo ruegan por los hombres, sino que actúan alrededor de ellos. Si por parte de los bienaventurados se da una intercesión, por parte de los ángeles hay una intercesión y una intervención directa: son al mismo tiempo abogados de los hombres cerca de Dios y ministros de Dios cerca de los hombres" (13).

El Ángel Custodio nos puede prestar también ayudas materiales, si son convenientes para nuestro fin sobrenatural o para el de los demás. No tengamos reparos en pedirle su favor en las pequeñas cosas materiales que necesitamos cada día: encontrar aparcamiento para el coche, no perder el autobús, ayuda en un examen que hemos estudiado, etc. Especialmente pueden colaborar con nosotros en el apostolado, en la lucha contra las tentaciones y contra el demonio, y en la oración. "Los ángeles, además de llevar a Dios nuestras noticias, traen los auxilios de Dios a nuestras almas y las apacientan como buenos pastores, con comunicaciones dulces e inspiraciones divinas. Los ángeles nos defienden de los lobos, que son los demonios, y nos amparan" (14).

Al Ángel Custodio hemos de tratarle como a un entrañable amigo. Él está siempre en vela, constantemente dispuesto a prestarnos su concurso, si se lo pedimos. Es una gran pena cuando, por olvido, por tibieza o por ignorancia, no nos sentimos acompañados por tan fiel compañero, o no le pedimos ayuda en tantas ocasiones en que la necesitamos. Nunca estamos solos en la tentación o en la dificultad, nuestro Ángel nos asiste; estará a nuestro lado hasta el mismo momento en que abandonemos este mundo.

Al final de la vida, el Ángel Custodio nos acompañará ante el tribunal de Dios, como manifiesta la liturgia de la Iglesia en las oraciones para la recomendación del alma en el momento de la muerte.

 

III. "Ten confianza con tu Ángel Custodio. -Trátalo como un entrañable amigo -lo es- y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día" (15).

Para que el Ángel Custodio nos preste su ayuda es necesario darle a conocer, de alguna manera, nuestras intenciones y nuestros deseos. A pesar de la gran perfección de su naturaleza, los ángeles no tienen el poder de Dios ni su sabiduría infinita, de modo que no pueden leer el interior de las conciencias. Basta con que le hablemos mentalmente para que nos entienda, e incluso para que llegue a deducir de nuestro interior más de lo que nosotros mismos somos capaces de expresar. Por eso es tan importante tener un trato de amistad con el Ángel de la Guarda.

Además de nuestra amistad, al Ángel Custodio le debemos veneración, como a quien está siempre en la presencia de Dios, contemplándole cara a cara, y, a la vez, junto a nosotros.

La devoción a nuestro Ángel Custodio será una eficaz ayuda en nuestras relaciones con Dios en el trabajo, en el trato con las personas que nos rodean, en los pequeños y en los grandes conflictos que se pueden presentar a lo largo de nuestros días. En este tiempo de Cuaresma podemos tener especialmente presente, y nos debe conmover, la escena en el Huerto de Getsemaní, en que la Humanidad Santísima del Señor es confortada por un Ángel del Cielo.

"Hay que saber tratar a los Ángeles. Acudir a ellos ahora, decir a tu Ángel Custodio que estas aguas sobrenaturales de la Cuaresma no han resbalado sobre tu alma, sino que han penetrado hasta lo hondo, porque tienes el corazón contrito. Pídeles que lleven al Señor esa buena voluntad, que la gracia ha hecho germinar de nuestra miseria, como un lirio nacido en el estercolero. Sancti Angeli, Custodes nostri: defendite nos in proelio, ut non pereamus in tremendo iudicio. Santos Ángeles Custodios: defendednos en la batalla, para que no perezcamos en el tremendo juicio" (16). A la Virgen, Regina Angelorum, le rogamos que nos enseñe a tratar a los Ángeles, particularmente en esta Cuaresma.

 

[Cuaresma]

 

(1) Mt 4, 11.- (2) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 63.- (3) JUAN PABLO II, Audiencia general, 6-VIII-1986.- (4) Heb 1, 14.- (5) SAN JUAN CRISOSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 238.- (6) Cfr. Hech 5, 19-20; 8, 26; 10, 3-6.- (7) Hech 12, 7-11.- (8) Hech 12, 13-17.- (9) Cfr. J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 570.- (10) JUAN PABLO II, Audiencia general, 20-VIII-1986.- (11) Ex 23, 20.- (12) Catecismo Romano, p. 4, cap. IX, n. 4.- (13) G. HUBER, Mi ángel marchará delante de ti, Ed. Palabra, Madrid 1980, 6ª ed. , p. 43.- (14) SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 2, 3.- (15) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 562.- (16) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 63.

 

 

CUARESMA. PRIMERA SEMANA. MIÉRCOLES

8. Confesar los pecados.

- La Confesión, un encuentro con Cristo.

- Al sacramento de la Penitencia vamos a pedir perdón por nuestros pecados. Cualidades de una buena Confesión: "concisa, concreta, clara y completa".

- Luces y gracias que recibimos en este sacramento. Importancia de las disposiciones interiores.

 

I. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas (1), leemos en la Antífona de entrada de la Misa.

La Cuaresma es un tiempo oportuno para cuidar muy bien el modo de recibir el sacramento de la Penitencia, ese encuentro con Cristo, que se hace presente en el sacerdote; encuentro siempre único, y siempre distinto. Allí nos acoge como Buen Pastor, nos cura, nos limpia, nos fortalece. Se cumple en este sacramento lo que el Señor había prometido a través de los Profetas: Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré ala majada. Buscaré a la oveja perdida, traeré la extraviada, vendaré a la herida y curaré la enferma, y guardaré las gordas y robustas  (2).

Cuando nos acercamos a este sacramento debemos pensar ante todo en Cristo. Él debe ser el centro del acto sacramental. Y la gloria y el amor a Dios han de contar más que nuestros pecados. Se trata de mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos; más a su bondad que a nuestra miseria, pues la vida interior es un diálogo de amor en el que Dios es siempre el punto de referencia.

El hijo pródigo que vuelve -eso somos nosotros cuando decidimos confesarnos- inicia el camino del retorno movido por la triste situación en la que se encuentra, sin perder nunca la conciencia de su pecado: No soy digno de ser llamado hijo tuyo;  pero conforme se acerca a la casa paterna va reconociendo con cariño todas las cosas del hogar propio, del hogar de siempre. Y ve en la lejanía la figura inconfundible de su padre que se dirige hacia él. Esto es lo importante: el encuentro. Cada Confesión contrita es "un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro en la propia verdad interior, turbada y transformada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo, y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo han dejado de gustar" (3). Nosotros hemos de procurar que sientan, que experimenten esa nostalgia de Dios y se acerquen a Él, que les espera.

Debemos sentir deseos de encontrarnos a solas con el Señor lo antes posible, como lo desearían sus discípulos después de unos días de ausencia, para descargar en Él todo el dolor experimentado al comprobar las flaquezas, los errores, las imperfecciones, los pecados, tanto al desempeñar nuestros deberes profesionales como en la relación con los demás, en la actividad apostólica, en la misma vida de piedad.

Este empeño por centrar la Confesión en Cristo es importante para no caer en la rutina, para sacar del fondo del alma aquellas cosas que son las que más pesan y que sólo saldrán a la superficie a la luz del amor a Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas .

 

II. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado  (4).

Muchas veces a lo largo de nuestra vida hemos pedido perdón, y muchas veces nos ha perdonado el Señor. Al finalizar cada día, cuando hacemos recuento de nuestras obras, podríamos decir: Misericordia, Dios mío... Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia divina.

Así acudimos a la Confesión: a pedir la absolución de nuestras culpas como una limosna que estamos lejos de merecer. Pero vamos con confianza, fiados no en nuestros méritos, sino en Su misericordia, que es eterna e infinita, siempre dispuesta al perdón: Señor, Tú no desprecias un corazón quebrantado y humillado  (5). Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies .

Él sólo nos pide que reconozcamos nuestras culpas con humildad y sencillez, que reconozcamos nuestra deuda. Por eso, a la Confesión vamos, en primer lugar, a que nos perdone quien está en lugar de Dios y haciendo sus veces. No tanto a que nos comprendan, a que nos alienten. Vamos a pedir perdón. Por eso, la acusación de los pecados no consiste en la simple declaración de los mismos,  porque no se trata de un relato histórico de las propias faltas, sino de una verdadera acusación de ellas: Yo me acuso de... Es, a la vez, una acusación dolorida de algo que desearíamos que no hubiese ocurrido nunca, y en la que no caben las disculpas con las que disimular las propias faltas o disminuir la responsabilidad personal. Señor..., por tu inmensa compasión, borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Mons. Escrivá de Balaguer, con criterio sencillo y práctico, aconsejaba que la Confesión fuese concisa, concreta, clara y completa .

Confesión concisa , de no muchas palabras: las precisas, las necesarias para decir con humildad lo que se ha hecho u omitido, sin extenderse innecesariamente, sin adornos. La abundancia de palabras denota, en ocasiones, el deseo, inconsciente o no, de huir de la sinceridad directa y plena; para evitarlo, hay que hacer bien el examen de conciencia.

Confesión concreta,  sin divagaciones, sin generalidades. El penitente "indicará oportunamente su situación y también el tiempo de su última confesión, sus dificultades para llevar una vida cristiana" (6), declara sus pecados y el conjunto de circunstancias que hacen resaltar sus faltas para que el confesor pueda juzgar, absolver y curar (7).

Confesión clara,  para que nos entiendan, declarando la entidad precisa de la falta, poniendo de manifiesto nuestra miseria con la modestia y delicadeza necesarias.

Confesión completa,  íntegra. Sin dejar de decir nada por falsa vergüenza, por "no quedar mal" ante el confesor.

Revisemos si al prepararnos, en cada ocasión, para recibir este sacramento procuramos que lo que vamos a decir al confesor tenga estas características anteriormente descritas.

 

III. "La Cuaresma es un tiempo particularmente adecuado para despertar y educar la conciencia. La Iglesia nos recuerda precisamente en este período la necesidad inderogable de la Confesión sacramental, para que todos podamos vivir la resurrección de Cristo no sólo en la liturgia, sino también en nuestra propia alma" (8).

La Confesión nos hace participar en la Pasión de Cristo y, por sus merecimientos, en su Resurrección. Cada vez que recibimos este sacramento con las debidas disposiciones se opera en nuestra alma un renacimiento ala vida de la gracia. La Sangre de Cristo, amorosamente derramada, purifica y santifica el alma, y por su virtud el sacramento confiere la gracia -si se hubiera perdido- o la aumenta, aunque en grados diferentes, según las disposiciones del penitente. "La intensidad del arrepentimiento es, a veces, proporcionada a una mayor gracia que aquella de la que cayó por el pecado; a veces, igual; a veces, menor. Y por lo mismo, el penitente se levanta en unas ocasiones con mayor gracia de la que tenía antes; otras, con igual gracia; y a veces, con menor. Y lo mismo hay que decir de las virtudes que dependen y siguen a la gracia" (9).

En la Confesión, el alma recibe mayores luces de Dios y un aumento de sus fuerzas -gracias particulares para combatir las inclinaciones confesadas, para evitar las ocasiones de pecar, para no reincidir en las faltas cometidas...- para su lucha diaria. "Mira qué bueno es Dios y qué fácilmente perdona los pecados; no sólo devuelve lo perdonado sino que concede cosas inesperadas" (10). ¡Cuántas veces las mayores gracias las hemos recibido después de una Confesión, después de haberle dicho al Señor que nos hemos portado mal con Él! Jesús da siempre bien por mal, para animarnos a ser fieles. El castigo que merecemos por nuestros pecados -como el que merecían los habitantes de Nínive, que hoy se nos narra en la Primera lectura de la Misa (11)- es borrado por Dios cuando ve nuestro arrepentimiento y nuestras obras de penitencia y desagravio.

La Confesión sincera de nuestras culpas deja siempre en el alma una gran paz y una gran alegría. La tristeza del pecado o de la falta de correspondencia a la gracia se torna gozo. "Quizá los momentos de una Confesión sincera figuran entre los más dulces, más confortantes y más decisivos de la vida" (12).

"Ahora comprendes cuánto has hecho sufrir a Jesús, y te llenas de dolor: ¡qué sencillo pedirle perdón, y llorar tus traiciones pasadas! ¡No te caben en el pecho las ansias de reparar!

"Bien. Pero no olvides que el espíritu de penitencia está principalmente en cumplir, cueste lo que cueste, el deber de cada instante" (13).

 

[Cuaresma]

 

(1) Antífona de entrada. Sal 24, 6.- (2) Ez, 34, 15-16.- (3) JUAN PABLO II, Exhor. Apost. Reconciliatio et Paenitentia, 2-XII-1984, 31, III.- (4) Salmo responsorial. Sal 50, 4.- (5) IDEM.- (6) PABLO VI, Ordo Paenitentiae, 16.- (7) Cfr. Ibídem.- (8) JUAN PABLO II, Carta a los fieles de Roma,28-II-1979.- (9) SANTO TOMAS, Suma Teológica, 3, q. 89, a. 2c.- (10) SAN AMBROSIO, Trat. sobre el Evangelio de San Lucas, 2, 73.- (11) Primera lectura, Jon 3, 1-10.- (12) PABLO VI, Alocución, 27-II-1975.- (13) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Vía Crucis, Rialp, Madrid 1981, IX, 5.

 

 

CUARESMA. PRIMERA SEMANA. JUEVES

9. La oración de petición.

- Pedir y agradecer, dos formas de relacionarnos con Dios. Dos modos de oración muy gratos al Señor. Rectitud de intención al pedir.

- Humildad y perseverancia en la petición.

- El Señor siempre nos atiende. Buscar también la intercesión de la Virgen, nuestra Madre, y del Ángel Custodio.

 

I. Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y a quien llama se le abrirá (1).

Pasamos una buena parte de nuestra vida pidiendo cosas a otras personas que tienen más, o que tienen unos conocimientos superiores a los nuestros. Pedimos, porque somos gente necesitada. Y es, en muchas ocasiones, la única posibilidad de relacionarnos con los demás. Si no pidiéramos nunca nada, terminaríamos en una especie de vacío y de falsa y empobrecida autosuficiencia. Pedir y dar; eso es la mayor parte de nuestra vida y de nuestro ser. Al pedir nos reconocemos necesitados. Al dar podemos ser conscientes de la riqueza sin término que Dios ha puesto en nuestro corazón.

Lo mismo nos ocurre con Dios. Gran parte de nuestras relaciones con Él están definidas por la petición; el resto, por el agradecimiento. Al pedirnos manifestamos en nuestra radical insuficiencia. Pedir nos hace humildes; además, damos a nuestro Dios la oportunidad de mostrarse como Padre. Conocemos así el amor que Dios nos tiene. Pues, ¿quién hay entre vosotros a quien si el hijo le pide pan le dé una piedra?... ¿Cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan? (2).

No pedimos con egoísmo, ni llenos de soberbia, ni con avaricia, ni por envidia. Si nuestra petición es, por ejemplo, la ayuda en unos exámenes, un favor material, sanar de una enfermedad, etc., debemos examinar en la presencia de Dios los verdaderos motivos de esa petición. Le preguntaremos en la intimidad de nuestra alma si eso que hemos solicitado nos ayudará a amarle más y a cumplir mejor su Voluntad. En muchas ocasiones nos daremos enseguida cuenta de la poca entidad de ese asunto que nos parecía de vida o muerte, y nos haremos cargo de que aquello que deseábamos desesperadamente no era tan importante. Sabremos enderezar nuestra voluntad con la Voluntad de Dios y, entonces, va mucho mejor encaminada nuestra petición.

Podemos pedir al Señor que nos sane pronto de una enfermedad; pero también debemos pedir juntamente que, si esto no sucede porque sus planes son otros -planes misteriosos y desconocidos para nosotros, pero que vienen de un Padre-, nos conceda entonces la gracia necesaria para llevar con paciencia esos dolores, y la sabiduría para sacar de esa enfermedad grandes frutos que benefician a nuestra alma y a toda la Iglesia.

La primera condición de toda petición eficaz es conformar primero nuestra voluntad a la Voluntad de Dios, que en ocasiones quiere o permite cosas y acontecimientos que nosotros no queremos ni entendemos, pero que terminarán siendo de grandísimo provecho para nosotros y para los demás. Cada vez que hacemos ese acto de identificación de nuestro querer con el de Dios, hemos dado un paso muy importante en la virtud de la humildad.

Existen innumerables bienes que el Señor espera que le pidamos para que se nos concedan. Bienes espirituales y materiales; ordenados todos a nuestra salvación y a la del prójimo. "¿No convendréis conmigo en que, si no alcanzamos lo que pedimos a Dios, es porque no oramos con fe, con el corazón bastante puro, con una confianza bastante grande, o porque no perseveramos en la oración como debiéramos? Jamás Dios ha denegado ni denegará nada a los que le piden sus gracias debidamente" (3).

 

II. Siempre procuramos ir a la oración con la confianza de hijos. Y entonces buscamos identificar nuestra voluntad con la de nuestro Padre Dios: no se haga mi voluntad, sino la tuya (4), podríamos añadir después de cada petición. Porque no queremos afirmar nuestro proyecto de vida sino, ante todo, cumplir la Voluntad de Dios. El Evangelio nos presenta muchos casos de esta oración filial, humilde y perseverante. San Mateo narra (5) la petición de una mujer que puede servir de ejemplo para todos nosotros. Llegó Jesús a la región de Tiro y Sidón, tierra de gentiles. Debía ir buscando en esos lugares algún descanso para sus Apóstoles, ya que no lo pudo encontrar en la región desértica de Betsaida; quiere pasar unos días a solas con ellos.

Mientras caminaban, se les acercó una mujer, con una insistente petición. Y a pesar de su perseverancia en el ruego, Jesús guarda silencio: Pero Él no contestó palabra, dice el Evangelista.

Los discípulos le dicen que la atienda, para que se vaya. No hace más que molestar con su insistencia. Pero Jesús pensaba de otro modo. Después de un rato, sale de su silencio y, lleno de ternura al ver su humildad, la atiende. Le explica el plan divino de la salvación: No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Era el plan divino desde la eternidad. Él redimiría con su Vida y su Muerte en la Cruz a todos los hombres, pero la evangelización comenzará por Israel; luego los apóstoles de todos los tiempos la llevarán hasta el fin de la tierra (6), a todos los hombres.

Pero esta mujer cananea, que acaso ni comprendió el plan divino, no se desanima ante su respuesta: Mas ella, acercándose, se postró ante Él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Sabe lo que quiere y sabe que puede conseguirlo de Jesús.

El Señor le explica de nuevo, con una parábola, lo mismo que acaba de decirle poco antes: No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos. Los "hijos" eran el pueblo de Israel (7), al que ella no pertenece. Muy pronto llegará también la hora de los gentiles.

Pero la mujer no cede en su empeño. Su fe se acrecienta y se desborda. Y ella se introduce en la parábola, con gran humildad, como un personaje más: Verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Tanta fe, tanta humildad, tanta constancia, hacen exclamar al Señor: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Y, con un tono entre solemne y lleno de condescendencia, añade: Hágase conforme tú lo deseas.

El Evangelista tendrá buen cuidado en anotar: Y a la misma hora su hija quedó curada. Para este milagro excepcional fueron necesarias también una fe, una humildad y una constancia excepcionales.

Jesús nos oye siempre: también cuando parece que calla. Quizá es entonces cuando más atentamente nos escucha. Quizá está provocando -con este aparente silencio- que se den en nosotros las condiciones necesarias para que el milagro se realice: que le pidamos confiadamente, sin desánimo, con fe.

Cuántas veces nuestra oración, ante necesidades perentorias, será la misma: ¡Señor, socórreme! ¡Qué estupenda jaculatoria para tantas necesidades -sobre todo del alma- que nos son tan urgentes!

Pero no basta pedir; hay que hacerlo con perseverancia, como esa mujer, sin cansarnos, para que la constancia alcance lo que no pueden nuestros méritos. Mucho vale la oración perseverante del justo (8). Dios ha previsto todas las gracias y ayudas que necesitamos, pero también ha previsto nuestra oración.

Pedid y se os dará... llamad y se os abrirá. Y recordamos ahora nuestras muchas necesidades personales y las de aquellas personas que viven cerca de nosotros. No nos abandona el Señor.

 

III. Si alguna vez no se nos concedió algo que pedimos confiadamente es que no nos convenía: "bien mira por ti quien no te da, cuando le pides lo que no te conviene" (9). ¡Él sí que sabe lo que nos conviene! Esta oración, que hicimos con tanta insistencia quizá, habría sido eficaz para otros bienes, o para otra ocasión más necesaria. ¡Nuestro Padre Dios la encaminó bien!: "Siempre da más de lo que le pedimos" (10). Siempre.

Para que nuestra petición sea atendida con más prontitud, podemos solicitar las oraciones de otras personas cercanas a Dios, como hizo aquel Centurión de Cafarnaún: le envió algunos ancianos de los judíos a suplicarle que viniese a curar a su criado. Estos amigos cumplieron bien su cometido: fueron a Jesús, y rogaron con gran insistencia que condescendiese: Es un sujeto -le decían- que merece que le hagas este favor... (11). El Señor atendió sus ruegos.

A la hora de pedir oraciones nos puede ser útil recordar que "después de la oración del Sacerdote y de las vírgenes consagradas, la oración más grata a Dios es la de los niños y la de los enfermos" (12).

También pediremos a nuestro Ángel Custodio que interceda por nosotros y presente nuestra petición al Señor, pues "el ángel particular de cada cual, aun de los más insignificantes dentro de la Iglesia, por estar contemplando siempre el rostro de Dios que está en los cielos, viendo la divinidad de nuestro Creador, une su oración a la nuestra y colabora en cuanto le es posible en favor de lo que pedimos" (13).

Tenemos además un camino, que la Iglesia nos ha enseñado desde siempre, para que nuestras peticiones lleguen con prontitud ante la presencia de Dios. Este camino es la mediación de María, Madre de Dios y Madre nuestra. A Ella acudimos ahora y siempre: "Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo..." (14).

 

[Cuaresma]

 

(1) Evangelio de la Misa, Mt 7, 7-12.- (2) Mt 7, 9 y 11.- (3) SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la oración.- (4) Lc 22, 42.- (5) Mt 15, 21-28.- (6) Hech 1, 8.- (7) Cfr. Ex 4, 23; Is 1, 2; Jer 31, 20; Os 11, 1; etc.- (8) Sant 5, 17.- (9) SAN AGUSTIN, Sermón 126.- (10) SANTA TERESA, Camino de perfección, 37.- (11) Lc 7, 3-4.- (12) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 98.- (13) ORIGENES, Trat. sobre la oración, 10.- (14) Oración "Acordaos" de San Bernardo.

 

 

CUARESMA. PRIMERA SEMANA. VIERNES

10. La Cuaresma, tiempo de penitencia.

- El pecado es personal. Sinceridad para reconocer nuestros errores y flaquezas. Necesidad de la penitencia.

- El pecado personal tiene efectos en los demás. Reparar por los pecados del mundo. Penitencia y Comunión de los Santos.

- Penitencia en la vida ordinaria, en el servicio a las personas que nos rodean.

 

I. La eficacia de la auténtica penitencia, que es la conversión del corazón a Dios, puede perderse si se cae en la tentación, frecuente antes y ahora, de soslayar que el pecado es personal. En la Primera lectura de la Misa, el profeta Ezequiel pone en guardia a los judíos de su época para que no olviden la gran lección del destierro, pues lo veían como algo inevitable y fraguado de antiguo por los pecados de otros. El Profeta declara que el castigo es consecuencia de los pecados actuales de cada individuo. El Espíritu Santo nos habla, a través de sus palabras, de la responsabilidad individual y, por tanto, de la penitencia y de la salvación personal. Así dice el Señor: El que peca, ése morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre, el padre no cargará con la culpa del hijo; sobre el justo recaerá su justicia, sobre el malvado recaerá su maldad (1).

Dios quiere que el pecador se convierta y viva (2), pero éste ha de cooperar con su arrepentimiento y sus obras de penitencia. "El pecado -dice Juan Pablo II-, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto libre de la persona individual, y no precisamente de un grupo o una comunidad" (3). Descargar al hombre de esta responsabilidad "supondría eliminar la dignidad y la libertad de las personas, que se revelan -aunque sea de modo tan negativo y tan desastroso- también en esta responsabilidad por el pecado cometido. Y así, en cada hombre no existe nada tan personal e intransferible como el mérito de la virtud o la responsabilidad de la culpa" (4).

Por eso, es una gracia del Señor no dejar de arrepentirnos de nuestros pecados pasados ni enmascarar los presentes, aunque sean sólo imperfecciones, faltas de amor... Que podamos decir nosotros también: porque yo conozco mi iniquidad, y mi pecado está siempre delante de mí (5). Es cierto que confesamos un día nuestras culpas y el Señor nos dijo: Anda, vete y no peques más (6). Pero los pecados dejan una huella en el alma. "Perdonada la culpa, permanecen las reliquias del pecado, disposiciones causadas por los actos precedentes; quedan, sin embargo, debilitadas y disminuidas, de manera que no dominan al hombre, y están más en forma de disposición que de hábito" (7). Además existen pecados y faltas no advertidas por falta de espíritu de examen, por falta de delicadeza de conciencia... Son como malas raíces que han quedado en el alma y que es necesario arrancar mediante la penitencia para impedir que generen frutos amargos.

Son muchos los motivos para hacer penitencia en este tiempo de Cuaresma, y debemos concretarla en cosas pequeñas: mortificación en las comidas -como la abstinencia que manda la Iglesia-, vivir la puntualidad, guardar la imaginación... Y también, con el consejo del director espiritual, del confesor, otras mortificaciones de más relieve, que nos ayuden a purificar nuestra alma y a desagraviar por los pecados propios y ajenos.

 

II. El pecado deja una huella en el alma que es preciso borrar con dolor, con mucho amor. Por otra parte, aunque el pecado es siempre una ofensa personal a Dios, no deja de tener sus efectos en los demás. Para bien o para mal estamos constantemente influyendo en quienes nos rodean, en la Iglesia, en el mundo. No sólo por el buen o el mal ejemplo que damos o por los resultados directos de nuestras acciones. "Es ésta la otra cara de aquella solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo y magnífico de la comunión de los santos, merced a la cual se ha podido decir que "toda alma que se eleva, eleva al mundo". A esta ley de la elevación, corresponde, por desgracia, la ley del descenso, de suerte que puede hablarse de una comunión del pecado, por el que un alma que se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero. En otras palabras, no existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño, en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana" (8).

Nos pide el Señor que seamos motivo de alegría y luz para toda la Iglesia. Será una gran ayuda en medio de nuestro trabajo y de nuestros quehaceres pensar en los demás, sabernos ayuda -también en la penitencia- para todo el Cuerpo Místico de Cristo, y en especial para aquellas personas que, en el caminar de la vida, el Señor ha puesto junto a nosotros y con las que mantenemos una especial unión: "Si sientes la Comunión de los Santos -si la vives-, serás gustosamente hombre penitente. -Y entenderás que la penitencia es "gaudium, etsi laboriosum" -alegría, aunque trabajosa: y te sentirás "aliado" de todas las almas penitentes que han sido, son y serán" (9). "Tendrás más facilidad para cumplir tu deber al pensar en la ayuda que te prestan tus hermanos y en la que dejas de prestarles, si no eres fiel" (10).

La penitencia que nos pide el Señor, como cristianos en medio del mundo, ha de ser discreta, alegre...; que quiere pasar inadvertida, pero no deja de traducirse en abundantes hechos concretos. Por lo demás, tampoco importa mucho si alguna vez se advierte. "Si han sido testigos de tus debilidades y miserias, ¿qué importa que lo sean de tu penitencia?" (11). Si otras personas han sido testigos de nuestro mal genio o falta de amor, o de nuestra pereza, o de otros pecados, no nos debe importar que sepan y vean que estamos reparando esas debilidades.

 

III. La vida del cristiano puede estar llena de esta penitencia que Dios ve: ofrecimiento de la enfermedad o del cansancio, rendimiento del propio juicio, trabajo acabado y bien hecho por amor a Dios, orden en las cosas personales.

Una penitencia especialmente grata al Señor es aquella que recoge muchas muestras de caridad y que tiende a facilitar hacia otros el camino hacia Dios, haciéndoselo más amable.

En el Evangelio de la Misa de hoy nos dice el Señor: si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda (12). Nuestro ofrecimiento al Señor debe ir acompañado de la caridad. Entre las mejores muestras de penitencia están las que hacen referencia al amor a los demás: el saber pedir perdón cuando hemos ofendido a los demás; el sacrificio que supone la formación de alguien que tenemos a nuestro cargo; la paciencia; el saber perdonar con prontitud y generosidad... A este respecto dice San León Magno: "Aunque en todo tiempo haga falta aplicarse a santificar el cuerpo, ahora sobre todo, durante los ayunos de la Cuaresma, debéis perfeccionaros por la práctica de una piedad más activa. Dad limosna, que es muy eficaz para corregirnos de nuestras faltas; pero perdonad también las ofensas, abandonad las quejas contra aquellos que os han hecho algún mal" (13). "Perdonemos siempre, con la sonrisa en los labios. Hablemos claramente, sin rencor, cuando pensemos en conciencia que debemos hablar. Y dejemos todo en las manos de Nuestro Padre Dios, con un divino silencio -Iesus autem tacebat (Mt 26, 63), Jesús callaba-, si se trata de ataques personales, por brutales e indecorosos que sean" (14).

Acerquémonos al altar de nuestro Dios sin el menor peso de enemistad o de rencor. Por el contrario, procuremos llevar muchas muestras de comprensión, de cortesía, de generosidad, de misericordia.

Así seguiremos a Cristo por el Vía Crucis que Él nos marcó y que le llevó a ser clavado en la Cruz: "-Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).

"Es el Amor lo que ha llevado a Jesús al Calvario. Y ya en la Cruz, todos sus gestos y todas sus palabras son de amor, de amor sereno y fuerte (...).

"Y nosotros, rota el alma de dolor, decimos sinceramente a Jesús: soy tuyo, y me entrego a Ti, y me clavo en la Cruz gustosamente, siendo en las encrucijadas del mundo un alma entregada a Ti, a tu gloria, a la Redención, a la corredención de la humanidad entera" (15).

Nuestra Madre Santa María nos enseñará a encontrar muchas ocasiones para ser generosos en la entrega a quienes están a nuestro lado en el quehacer de todos los días.

 

[Cuaresma]

 

(1) Ez 18, 21.- (2) Cfr. Ez 18, 23.- (3) JUAN PABLO II, Exhor. Apost. Reconciliatio et Paenitentia, 2-XII-1984, 16.- (4) Ibídem .- (5) Sal 50, 5.- (6) Cfr. Jn 8, 11.- (7) SANTO TOMAS, Suma Teológica, 3, q. 86, a. 5 c.- (8) JUAN PABLO II, loc. cit. - (9) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 548.- (10) Ibídem, n. 549.- (11) Ibídem, n. 197.- (12) Mt 5, 23-24.- (13) SAN LEON MAGNO, Sermón 45 sobre la Cuaresma. - (14) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 72.- (15) IDEM, Vía Crucis, XI.

 

 

CUARESMA. PRIMERA SEMANA. SABADO

11. Llamados a la santidad.

- El Señor llama a todos a la santidad, sin distinción de profesión, de edad, condición social, etcétera, en el lugar que cada uno ocupa en la sociedad.

- "Santificar el propio trabajo", "santificarse en el trabajo", "santificar a los demás con el trabajo". Necesidad de personas santas para transformar le sociedad.

- Santidad y apostolado en medio del mundo. Ejemplo de los primeros cristianos.

 

I. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (1). Así termina el Evangelio de la Misa de hoy. De muchas maneras nos está recordando la Iglesia, en estos cuarenta días de preparación para la Pascua, que el Señor espera mucho más de nosotros: un empeño serio por la santidad.

 Sed perfectos... Y el Señor no sólo se dirige a los Apóstoles sino a todos los que quieran ser de verdad discípulos suyos. Se dice expresamente que cuando terminó Jesús estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina (2). Esta gran cantidad de gente que le escucha estaría formada por madres de familia, pescadores, artesanos, doctores de la ley, jóvenes... Todos le entienden y quedan admirados, porque a todos se dirige el Señor. Para todos, cada uno según sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes exigencias. El Maestro llama a la santidad sin distinción de edad, profesión, raza o condición social. No hay seguidores de Cristo sin vocación cristiana, sin una llamada personal a la santidad. Dios nos escogió para ser santos y sin mancha en su presencia (3), repetirá San Pablo a los primeros cristianos de Efeso; y para conseguir esta meta es necesario un esfuerzo que se prolonga a lo largo de nuestros días aquí en la tierra: el justo justifíquese todavía más y el santo más y más se santifique (4).

Esta doctrina del llamamiento universal a la santidad, es, desde 1928, por inspiración divina, uno de los puntos centrales de la predicación de Monseñor Escrivá de Balaguer, que ha vuelto a recordar en nuestro tiempo -de todas las maneras posibles- que el cristiano, por su Bautismo, está llamado a la plenitud de la vida cristiana, a la santidad.

El Concilio Vaticano II ha declarado para toda la Iglesia esta vieja doctrina evangélica: el cristiano es llamado a la santidad, desde el lugar que ocupa en la sociedad. "Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad, por la que el mismo Padre es perfecto" (5). Todos y cada uno de los fieles.

Llama el Señor a todos los cristianos que están en medio del mundo en plena ocupación profesional, para que allí le encuentren, realizando aquella tarea con perfección humana y, a la vez, con sentido sobrenatural: ofreciéndola a Dios, viviendo la caridad con las personas que tratan, la mortificación, la presencia de Dios...

Hoy podemos preguntarnos en nuestra oración con el Señor si le damos gracias frecuentemente por esta llamada a seguirle de cerca, si estamos correspondiendo a las gracias recibidas mediante una lucha ascética clara y vibrante por adquirir las virtudes, si estamos vigilantes para rechazar todo aburguesamiento, que mata los deseos de santidad y deja el alma sumida en la mediocridad espiritual y en la tibieza. No basta con querer ser buenos; hay que esforzarse decididamente en ser santos.

 

II. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. La santidad, amor creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos adquirirla en las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con aparente monotonía. "Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas raras. A todos los hombres sin excepción, Cristo les pide que sean perfectos como su Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas" (6).

Para que el trabajo, cualquier tarea recta, pueda convertirse en medio de santidad es necesario que esté humanamente bien hecho, ya que no podemos ofrecer a Dios nada defectuoso, pues no sería digno de Él (7). El trabajo bien realizado supone tanto el cuidado de los pequeños deberes que toda profesión lleva consigo como el cumplimiento fidelísimo de la virtud de la justicia con otras personas y con la sociedad, el rectificar con prontitud si se ha cometido algún error con quienes o para quienes trabajamos, el afán constante por mejorar profesionalmente en nuestro quehacer. Esto vale igualmente para el empresario, para el obrero, o el estudiante. Para el médico o para la madre de familia que ha de dedicarse al cuidado de la casa sacando adelante los quehaceres corrientes del hogar.

Santificarnos en el trabajo nos llevará a convertirlo en ocasión y lugar de trato con Dios. Para esto, podemos ofrecer el trabajo al comenzarlo, y luego renovar ese ofrecimiento con frecuencia, aprovechando cualquier circunstancia. A lo largo de su realización se presentarán muchos momentos para ofrecer pequeñas mortificaciones que enriquecen la vida interior y el mismo trabajo que estamos haciendo; también, para el ejercicio de las virtudes humanas (la laboriosidad, la reciedumbre, la alegría...), y de las sobrenaturales (la fe, la esperanza, la caridad, la prudencia...).

El trabajo puede y debe ser el medio para dar a conocer a Cristo a muchas personas. Hay profesiones que tienen una repercusión inmediata en la vida social: la enseñanza, las que se relacionan con los medios de información, el ejercicio de las funciones públicas de un país... Pero no existen tareas que nada tengan que ver con la doctrina de Jesucristo. Aun en problemas muy técnicos de una empresa o en la manera como una madre de familia lleva su hogar, se darán soluciones distintas, en ocasiones radicalmente distintas, según se tenga una visión pagana o cristiana de la vida. Quien no tiene fe siempre tendrá una visión incompleta del mundo, y el modo de comportarse cristiano chocará a veces con la moda del momento, con los usos corrientes entre colegas de una misma profesión. Son circunstancias especialmente propicias para dar a conocer a Cristo, siendo ejemplares en la manera cristiana de actuar, llena de naturalidad y de firmeza.

El mundo está necesitado de Dios, más cuanto con mayor frecuencia repite que no tiene necesidad de Él. Los cristianos, esforzándonos en seguir a Cristo seriamente, lo daremos a conocer. "Un secreto. -Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.

"-Dios quiere un puñado de hombres "suyos" en cada actividad humana. -Después... "pax Christi in regno Christi" -la paz de Cristo en el reino de Cristo" (8).

Santificar el trabajo. Santificarse en el trabajo. Santificar con el trabajo.

 

III. Los primeros cristianos vencieron muchos obstáculos con su empeño y con su amor a Cristo, y nos señalaron el camino: su firmeza en la doctrina del Señor pudo más que la atmósfera materialista, y frecuentemente hostil, que los circundaba. Metidos en la entraña misma de aquella sociedad, no buscaron en el aislamiento el remedio a un posible contagio y su propia supervivencia. Estaban plenamente convencidos de ser levadura de Dios, y su callada pero eficaz acción acabó por transformar aquella masa informe. "Supieron, sobre todo, estar serenamente presentes en el mundo, no despreciar sus valores ni desdeñar las realidades terrenas. Y esta presencia -"ya llenamos el mundo y todas vuestras cosas", proclamaba Tertuliano-, presencia extendida a todos los ambientes, interesada por todas las realidades honestas y valiosas, llegó a penetrarlas de un espíritu nuevo" (9).

El cristiano, con la ayuda de Dios, procurará hacer noble y valioso lo vulgar y corriente, convertir cuanto toque, no ya en oro, como en la leyenda del rey Midas, sino en gracia y en gloria. La Iglesia nos recuerda la tarea urgente de estar presentes en medio del mundo, para reconducir a Dios todas las realidades terrenas. Esto sólo será posible si nos mantenemos unidos a Cristo mediante la oración y los sacramentos. Como el sarmiento está unido a la vid (10), así debemos estar nosotros cada día unidos al Señor.

"Se necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande santos para evangelizar el mundo de hoy" (11). Y esta misma idea la expresaba el Sínodo Extraordinario de Obispos haciendo un balance global de la situación de la Iglesia: "Hoy día necesitamos fuertemente pedir a Dios, con asiduidad, santos" (12).

El cristiano ha de ser "otro Cristo". Esta es la gran fuerza del testimonio cristiano. Y de Jesús se dijo, a modo de resumen de toda su vida, que pasó por la tierra haciendo el bien (13), y eso debería decirse de cada uno de nosotros, si de verdad procuramos imitarle. "El divino Maestro y Modelo de toda perfección, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, en cualquier circunstancia que viviere, la santidad de vida, de la cual Él es autor y consumador: Sed, pues, perfectos (...). Es completamente claro que todos los fieles de cualquier estado o condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aun en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir" (14).

 

[Cuaresma]

 

(1) Mt 5, 48.- (2) Mt 7, 28- (3) Ef 1, 4.- (4) Apoc 22, 11.- (5) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 11.- (6) Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 55.- (7) Cfr. Lev 22, 20.- (8) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 301.- (9) J. ORLANDIS, La vocación del hombre de hoy, Rialp, Madrid 1973, 3ª ed., p. 48.- (10) Cfr. Jn 15, 1-7.- (11) JUAN PABLO II, Discurso, 11-X-1985.- (12) Sínodo Extraordinario de Obispos 1985. Relación final II, A n. 4.- (13) Hech 10, 38.- (14) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 40.