Razones contra la eutanasia
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La Vida
no es un derecho, sino el sustrato de los derechos: ¡tenemos derechos porque
estamos vivos! La Vida, como la Libertad, son bienes de la humanidad,
por eso no pueden eliminarse ni siquiera a petición del individuo: nadie puede
pedir la muerte, como nadie puede entregarse como esclavo voluntariamente.
Son derechos irrenunciables. Hemos retirado a los jueces el derecho a
decidir sobre la vida de los asesinos y se lo quieren arrogar ahora para
decidir la vida de los inocentes.
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La
eutanasia activa -suicidio asistido- no es un respeto de la libertad de la
persona, sino la decisión de un tercero -legislador o juez- sobre qué
vida merece la pena ser vivida (o le merece la pena a la sociedad que continúe
viva). Es la peor de las discriminaciones: clasificar las vidas según su
utilidad o calidad. ¿Quién decidirá qué sufrimiento puede acceder a la
eutanasia?: el cáncer de próstata, la tetraplejia, la depresión o incluso la
quiebra financiera.
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La
eutanasia acaba extendiéndose. Siempre que se abre una fisura en el
edificio jurídico de la defensa de la vida, éste acaba derrumbándose. Tenemos
el antecedente del aborto: de los tres supuestos restrictivos, se ha pasado al
aborto libre a la carta. Y, por supuesto, acaba apareciendo el negocio
respectivo: ya existe en Zurich el suicidio asistido... el llamado turismo
fúnebre.
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La
eutanasia es el fracaso de la sociedad: cuando un enfermo pide la
muerte (todos hemos gritado alguna vez: ¡tierra trágame!), lo que está
pidiendo es ayuda y más cariño. Si se le da la razón y se le „concede“
la muerte, se le está diciendo: es verdad, tu vida ya no merece la pena,
nos estorbas, nada más podemos hacer por ti.
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Nunca
puede ser digna una muerte provocada -ni puede ser digno provocarla-: la
muerte digna es aquella en la que se trata al paciente como persona, al margen
de sus condiciones vitales, rodeado del cariño de los demás y poniendo a su
disposición los cuidados paliativos pertinentes. La eutanasia nunca puede ser
considerado un acto médico, porque no persigue ni la curación ni la reducción
del dolor; es un acto anti-médico: persigue la muerte.
En occidente se está implantando la cultura de la muerte; la muerte
como solución fácil ante problemas que no tienen otra solución aparente:
aborto, eutanasia, terrorismo, pena de muerte, utilización de embriones para
investigación... y siempre un componente económico detrás de todos ellos.
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La
eutanasia de los niños se presenta como una prolongación del aborto: si el
niño escapó al diagnóstico de su enfermedad durante el embarazo, existe otra
oportunidad para suprimirle. El primer pueblo „progresista“ que
redescubrió este método -que ya se practicaba en la antigüedad- fue el Nazi:
el primer caso se aplicó a un niño con labio leporino cuyos padres
consideraron que su vida no merecería la pena vivirse. Y es que la
eutanasia no es progresismo político, sino la regresión a tiempos de barbarie.