Los ritos exequiales cristianos expresan el
misterio Pascual de Cristo y la inserción del fiel en la Vida Nueva que este
representa. La incorporación a la Vida Nueva o vida de la gracia, que brota del
Misterio Pascual se realiza en el Bautismo, como expresa San Pablo en su carta a
los Romanos.
La primera incorporación a la muerte de Cristo se realiza por la fe y su sello
sacramental es el Bautismo. Por el bautismo, el cristiano, asociado a la Pascua
de Cristo, muere al hombre viejo y renace al hombre nuevo. Por tanto, los que
por el Bautismo fuimos asociados a la muerte de Cristo seremos también asociados
en una resurrección como la suya.
La muerte corporal realiza, de modo evidente, real y palpable, lo mismo que se
había realizado ya sacramentalmente o místicamente por el bautismo y que después
se realiza a lo largo de toda la vida, imitando a Cristo, bajo la acción y el
auxilio del Espíritu Santo en la "vida moral", mediante la negación del pecado y
la renuncia al propio egoísmo por la penitencia y viviendo la caridad y el
servicio para los demás. La muerte entendida desde esta clave sacramental
expresa visiblemente la unión entre la muerte de Cristo y del cristiano.
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La Iglesia no rinde culto a los difuntos, porque
el culto sólo se puede dirigir a Dios. Es por lo tanto pagano dirigir el culto,
en el sentido restrictivo y estricto del término, a los muertos. Sin embargo, la
memoria, la oración y los sufragios por los difuntos son expresión legítima y
adecuada de la verdadera fe cristiana puesto, que según esta, la muerte física
no elimina los lazos del comunión con el difunto.
La oración por los difuntos no se limita a los momentos de entierro y funeral,
la oración por los difuntos, para que se vean libres de pecado es una «idea
santa y piadosa». Asimismo la oración de intercesión para con los difuntos,
forma parte de la preocupación pastoral de la Iglesia, que intercede a Dios por
la salvación de todos los cristianos e incluso por aquellos que sin ser
cristianos, «murieron en la misericordia del Señor».
Por eso, siempre que se celebra la Eucaristía, aunque se aplique por una
intención particular de una familia, se ora por el descanso de todos los
difuntos. También en la celebración cotidiana de la Vísperas, se reserva para
los difuntos, la última intención de las preces. Asimismo, se puede orar por su
descanso en la oración universal de la Eucaristía.
Se recomiendan que los cristianos terminen sus oraciones, bien personales, bien
comunitarias o familiares, con una petición especial por el eterno descanso de
todos los fieles difuntos o por los familiares, amigos o bienhechores difuntos.
En el año litúrgico, y no como expresión de un culto pagano ancestral, a los
antepasados, se conmemora a todos los fieles difuntos en el 2 de noviembre
orando por su eterno descanso con Misa y Oficio propio y con diversos ejercicios
piadosos, tales como, la visita al cementerio y la celebración de la Eucaristía
en este, en la tarde del día precedente.
Las oraciones y sufragios por los difuntos son expresión litúrgica y devocional
de la verdad dogmática de fe de la comunión de los santos. La Iglesia que
peregrina en esta tierra tuvo desde el comienzo un sentimiento y un perfecto
conocimiento de la unión de todos los fieles en el Cuerpo Místico de Cristo y lo
expresó mediante los sufragios por los difuntos.
Orar a Dios por intercesión de un difunto determinado en la oración personal o
ofrecer sufragios por ellos, no es contrario a la fe, sino expresión de ella.
Esto es lo que se debe fomentar y huir de aquellas prácticas de superstición
pagana en la que se consultan videntes para ponerte en comunicación con un "más
allá" o con fines adivinatorios; o bien se hacen practicas nada recomendables de
invocación grupal a un espíritu que presuntamente responde a través del
movimiento de un vaso o de una tablilla en una mesa rodeada de letras.
Se deben abandonar también las ideas de atribución a sueños que tiene por objeto
a personas difuntas, con significados y consecuencias en el cambio de las
conductas de los vivos; asimismo, es necesario no fomentar ideas que puedan
insinuar formas de creencia en la reencarnación o la negación de la inmortalidad
del alma.
También son contrarios a la fe cristiana comportamientos tales como conservar
las cenizas de los difuntos incinerados en las casas o esparcirlas, o
enterrarlas en lugares distintos a los cementerios.
Son recomendables, en cambio, las novenas por los difuntos, la visita al
cementerio para adornar y limpiar la tumba de los seres queridos por motivos de
devoción y no por superstición y la adhesión a las cofradías y asociaciones de
«ánimas» tan habituales en nuestros pueblos hace 50 ó 60 años.