EL AUTÉNTICO FEMINISMO

Reencontrarse hoy el ser numano con su propia verdad pasa, necesariamente, por la hora de la mujer. Con ocasión del Año Mariano, celebrado en 1988, al cumplirse un decenio de su pontificado, Juan Pablo II regaló al mundo la Carta apostólica Mulieris dignitatem, que aborda la cuestión de la mujer sin complejos ni necias concesiones al falso feminismo. Leemos en ella: La mujer -en nombre de la liberación del "dominio" del hombre- no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia "originalidad" femenina. Existe el fundado temor de que, por este camino, la mujer no llegará a "realizarse" y podría, en cambio, "deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial aquella que la capacita para cuidar, no ya a las cosas, sino a lo más sagrado salido de las manos del Creador: las personas. El Concilio Vaticano II, en su mensaje específico a las mujeres, ya dijo que la misión de ellas, particularmente acuciante

Cada día estoy más convencido, y experimento con mayor fuerza, que el único verdadero Esposo del alma, incluso para la persona casada, es Cristo. Así decía hace años un hombre casado, enamoradísimo de su mujer, y padre de familia numerosa. Daba testimonio de lo que podríamos llamar la quintaesencia de lo humano, que en la condición de esposa tiene su expresión más genuina: ser amado para, a su vez, amar. Renegar de esta condición acoger la vida que nos es dada, para darla, cuya primera protagonísta es la mujer esposa, virgen y madre, conduce necesariamente a la Humanidad, por muchos logros que hayamos podido conquistar, hacia su autodestrucción. El olvido de su propia identidad y de su genuina vocación femenina, no sólo está significando un daño para la propia mujer en el mismo centro de su ser, sino un gravísimo daño para la Humanidad entera.

Que la condición de esposa y, mas aun, que la maternidad hayan pasado a ser minusvaloradas, y hasta despreciadas, en las sociedades llamadas a sí mismas avanzadas, habla por sí solo de hasta qué punto ha decaído la Humanidad en nuestro mundo. Las consecuencias están a la vista de todos: el galopante envejecimiento de la sociedad y, peor aún, la no menos galopante violencia que necesariamente se produce en una realidad violentada a todos los niveles de la naturaleza, pero sobre todo al nivel del amor, cuya primera garante es precisamente la mujer.

La mujer -dice el Papa en su Carta- es aquella en quien el orden del amor en el mundo creado de las personas halla un terreno para su primera raíz. Ahí está la auténtica dignidad femenina; renunciando a ella, aun con las mayores conquistas logradas en todos los otros órdenes de la vida, la mujer se degrada, y con ella la Humanidad entera. Hace años una conversa del ateísmo soviético al catolicismo, Tatiana Goritcheva, promovió un movimiento feminista realmente significativo, a la vez que políticamente incorrectísimo: le puso el nombre de María, virgen y madre. No se trataba de una asociación piadosa, sino del reconocimiento de la nueva Humanidad que en la madre de Jesús se ha hecho presente en el mundo.

Este amor auténtico, que define al ser humano, la apertura a la nueva vida, la entrega de la propia vida, como puede verse en aquella viuda del texto evangélico, algo infinitamente más valioso que las muchas riquezas de los letrados, tiene en la mujer su primera e insustituible escuela. La renuncia de la mujer a ésta su vocación, como la del varón a aprender en ésta su primera escuela, lejos de liberar, envejece y esclaviza a todos. Ciertamente, está sonando la hora de la mujer, y a toda la Humanidad interesa despertarse.

ALFA Y OMEGA
9-XI-2000