La mujer, ante el tercer milenio

Mujer madre, trabajadora, creyente,
comprometida, luchadora, honesta, valiente,
organizada, culta... y, sobre todo, mujer.
El tercer milenio trae consigo la oportunidad de que
las mujeres continúen con su labor imprescindible
tanto en la sociedad como en la familia.
Aún quedan problemas por los que luchar,
pero también los últimos 25 años han sido testigos
de profundas transformaciones.
Con cambios, avances, acuerdos y desacuerdos,
la mujer de ahora y del tercer milenio
cuenta con una condición eterna y bella:
siempre será mujer

A. Llamas Palacios

Existen palabras gastadas, y descoloridas: palabras que, a pesar de la belleza de su significado, se han manipulado hasta agotarlas y cansar los oídos que las reciben. Esas mismas palabras, en cambio, en el momentos adecuado, nos raspan el alma. No dejan cicatriz, pero escuecen durante mucho tiempo. Normalmente se trata de palabras recientes o de moda. Su vida es corta; intensa en sus primeros años, y dramática en su final: estrelladas contra nuevas realidades u olvidadas, sin rastro de la gloria que un día saborearon. A veces, las palabras de moda sobreviven. Un ejemplo muy actual de ello es la palabra feminismo. Salen adelante porque hay personas que saben hacerlas madurar al ritmo de las circunstancias. Esa gente camina convencida de que los orígenes de la palabra no se entienden en medio de una sociedad que tiene prisa por tener prisa, aunque muchos de los que corren tanto no sepan a dónde se dirigen. Pero si la palabra en cuestión esconde sus razones, razones que son eternas y siguen existiendo, aunque planteadas de otra forma, esa palabra no debe morir, y no lo hará, porque siempre habrá quien le dé vida recordando sus hermosos comienzos.

Feminismo.

Hace ya más de un siglo, a mediados del XIX, la población masculina de Norteamérica y de Europa asistió a una revolución diferente, y que no todos supieron encajar. Algunas de sus mujeres decidieron reivindicar unos derechos que les habían sido negados bajo argumentos que, después de muchos años de silencio y de varias tentativas fallidas en todo el mundo, resolvieron caerse por su propio peso. La frustración que tuvieron que sentir tantos miles de mujeres, repletas de inquietudes y dudas que pocas veces eran contestadas, por fin se materializaba en exigencias. Seguramente cientos de oradoras, científicas, investigadoras, escritoras en potencia fueron relegadas a un segundo plano, aplastadas bajo la sombra del desconocimiento proyectada por tantos hombres que sí tenían voz, voto y libertades.

La lucha llevada a cabo por el movimiento feminista dio resultados. Tantos, que hoy las mujeres de la parte occidental del planeta pueden afirmar que hay igualdad. Pero los problemas para la mujer no han terminado. Maltratos físicos, maternidad y trabajo, un índice de actividad laboral y pública bastante inferior al del hombre, y un tercer mundo que no ha conocido casi la lucha a favor de los derechos de las mujeres, derechos humanos allá donde los haya, son las preocupaciones que rondan a todas aquellas que siguen creyendo que las cosas pueden mejorar a golpe de trabajo y defensa de intereses. Sin su apoyo, sin el apoyo de tantas mujeres asociadas por una sola causa, los cambios parecerían bromas de mal gusto. Atrasos en vez de adelantos; sería como intentar golpear al aire.

La importancia de estas mujeres luchadoras no debe olvidarse nunca. Blanca Castilla recoge en su libro La complementariedad varón-mujer un artículo que escribió la periodista Carmen Llorca en un periódico español en los años 80. Se titulaba Carta a las antifeministas, respondiendo a todas aquellas mujeres que afirmaban rotundamente Yo no soy feminista: Si el día de elecciones puedes acudir a las urnas y no permanecer en casa, como cuando solamente tu marido y tus hijos varones disponían del derecho al voto, es un reconocimiento a la dignidad de la mujer como sujeto humano, y se lo debes a las feministas, que pasaron por toda clase de pruebas, incluidas las de ofrecer su vida, para que tú pudieras votar (...); si puedes desempeñar tu carrera de médico, abogado, arquitecto o ingeniero; si en los colegios tus hijas reciben una enseñanza igual a la de tus hijos; si tu opinión comienza a ser escuchada; si presides alguna comunidad, un centro cultural o profesional; si tienes independencia en tus movimientos y el respeto de los demás a tus propias decisiones (...) Todo eso se lo debes a las feministas.

AMBIGÜEDAD

Pero el término feminismo es más ambiguo de lo que parece. En su búsqueda de la igualdad en el trabajo y en la vida diaria, la mujer ha terminado por participar de un sistema que no se adapta a sus necesidades. Se trata de una organización laboral creada para los hombres y que no tiene en cuenta las exigencias de la maternidad. En un momento en el que la mujer comienza a despuntar con éxito en los estudios superiores y en puestos relevantes en su trabajo, se introduce de lleno en una rutina que parece olvidar unas obligaciones familiares.

La noruega Janne Haaland Matláry, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad de Oslo, y que ha desempeñado responsabilidades políticas en el Gobierno de su país, ha publicado recientemente un libro, El tiempo de las mujeres. Notas para un nuevo feminismo, en el que recoge la idea de que quizá fuera algo inevitable que las mujeres tuvieran acceso a profesiones tradicionalmente masculinas y fueran aceptadas por los hombres, pero esta situación sólo debe considerarse una etapa más en el camino hacia una auténtica igualdad entre hombres y mujeres. Janne Haaland defiende que el principal defecto del feminismo igualitario era su carencia de una visión antropológica, pues se partía de la base de que los hombres detentaban el poder y que las mujeres tenían que aspirar a compartirlo. Esto supuso un paso y un razonamiento inevitable cuando las mujeres aún luchaban por encontrar un hueco en la vida pública distinto al que hasta entonces habían ocupado. Pero una vez que sus capacidades y valía están suficientemente demostradas, quizá sea el momento de replantear esos extremos.

Las defensoras del feminismo igualitario no valoraban el papel de una madre, e incluso lo convertían en el blanco de sus ataques, tal y como argumenta Janne Haaland; por tanto, el modelo feminista de mujer trabajadora nunca se plantea el problema de lograr el difícil equilibrio entre la maternidad y el trabajo profesional. Sin embargo, ahora muchas mujeres optan por tener varios hijos a la vez que desempeñan un trabajo para el que están cualificadas. La noruega Haaland afirma, en este sentido, que ha llegado el momento de desarrollar y poner en práctica una política de auténtica igualdad, lo que supone, entre otras cosas, que la vida profesional de las mujeres tiene que ser protegida contra toda discriminación que no tenga en cuenta las diferencias entre ambos sexos.

Es una realidad: cuando una mujer tiene una familia y, además, un trabajo remunerado fuera de casa, el resultado es que realiza un esfuerzo varias veces mayor que el de los hombres, a pesar de que las tareas del hogar comienzan, poco a poco, a repartirse entre ellos y ellas. Una prueba de esto último lo reflejan los resultados del estudio sociológico que ha llevado a cabo el Área de Promoción de la Igualdad y el Empleo del Ayuntamiento de Madrid, que constata que, en la capital de España, 7 de cada 10 personas entrevistadas están a favor del reparto igualitario del trabajo fuera y dentro de casa. Sólo una minoría defiende que las mujeres se queden en casa y sólo trabaje fuera el marido.

Para reafirmar estos resultados, María Antonia Suárez, concejala de Promoción de la Igualdad, declaró que las mujeres empiezan a enseñar a sus hijos a compartir las tareas. Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva generación de mujeres. Pero a pesar de los buenos propósitos, la realidad habla también en forma de cifras, y nos muestra que aún queda mucho trabajo por hacer. Como muestra, un botón: el estudio publicado por las Naciones Unidas, The World's Women. Trends and Statistics, desvela que, analizando la población femenina a nivel global, las mujeres trabajan más que los hombres, pero ese trabajo no está remunerado. También se observan diferencias dolorosas, y abismales, entre las mujeres de los países subdesarrollados y las de Occidente. En el tercer mundo, las mujeres trabajan en el sector informal y se ocupan de la familia, pero no tienen acceso a los créditos, a la propiedad de la tierra y no suelen recibir un salario. Su status y sus retribuciones son inferiores a los de los hombres, y aunque tengan un empleo son ellas las que realizan la mayoría de las labores domésticas. En Occidente, la mujer dedica un promedio de 30 horas semanales a las tareas del hogar, mientras que en el caso de los hombres es la mitad o incluso menos. Sin embargo, en 20 años la participación de las mujeres en el campo laboral ha aumentado en un 40%. España se encuentra entre los cuatro países europeos, junto con Bélgica, Italia y Alemania, en el que el número de mujeres en paro supera con creces al de hombres. La conclusión final es que, en las familias con dos empleos, la contribución de las mujeres a la misma es casi tres veces superior a la de los hombres, y en este tema sí que no hay grandes diferencias entre países. Janne Haaland atribuye este problema a una cuestión de mentalidades; los hombres tienden a retraerse a la hora de compartir por igual las tareas domésticas. Y en este aspecto, todavía queda mucho por hacer. La educación de los hijos, los hombres y mujeres del futuro, juega un papel esencial si se quiere erradicar este problema.

LA EDUCACIÓN

Sin lugar a dudas, la educación es un derecho fundamental gracias al cual la mujer ha podido encontrar el hueco que se merece en la sociedad. En este sentido, igual que en cualquier aspecto que atañe a la mujer en los últimos 20 años, los cambios han sido significativos. Pilar Dávila, Presidenta del Instituto de la Mujer, asegura que la mujer española ha dado un giro enorme en estas dos últimas décadas, por ejemplo en la educación. No sólo en la obligatoria, sino la incorporación de las mujeres a la Universidad, en la que ahora mismo somos mayoría, y, es más, tenemos mejores expedientes académicos que los hombres. Sin embargo, sigue habiendo segregación de los ámbitos de las ciencias que estudian las mujeres; ellas son mayoría en todo lo que son Humanidades o ciencias sociales. Esto es debido a los estereotipos. Las chicas están acostumbradas a ver que ellas ocupan unas determinadas posiciones y llevan a cabo unas tareas, y se les motiva menos para que elijan ciencia o tecnología. Creo que es porque tienen menos modelos o referentes para poder imitar.

Siguiendo las palabras de Pilar Dávila, la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo en Europa) recogió en un estudio que la enfermería, la enseñanza, los comercios y las oficinas (todo tipo de tareas administrativas) figuran como lugares de trabajo con mayor concentración de mujeres. En menor medida, también aparecen los servicios de limpieza y hostelería, además de aumentar su presencia entre los cuadros de dirección y administración empresariales. Pero el Informe hace una pequeña reflexión, y afirma que esta distribución desigual de las mujeres en el empleo presenta una ventaja para ellas: la creación de una barrera aparente, que protege a las mujeres de la competencia de los hombres, ya que difícilmente acudirán ellos allí a la búsqueda de empleo. Sin embargo, frente a esta primera ventaja, existe un dato negativo que el Informe saca como conclusión, y es que ni la remuneración ni el reconocimiento social de estos
empleos considerados femeninos pueden calificarse de satisfactorios.

MALOS TRATOS

La violencia doméstica ha existido siempre. A pesar de ello, y desde hace algún tiempo, los medios de comunicación informan, con una frecuencia indigna, de estremecedoras noticias en las que un hombre ha asesinado, o intentado asesinar, golpear, rociar con ácido, y miles de macabras acciones propias de un loco, a su mujer o novia. Las causas por las que una persona, sea hombre o mujer, puede sobrevivir al lado de alguien que no le muestra respeto en absoluto no están muy claras, y es fácil hablar desde el desconocimiento. Pero la frase Es increíble lo que puede llegar a hacer una mujer para no estar sola se convierte en todo un estandarte a la hora de explicar algunos casos de violencia doméstica.

Otro punto imposible de olvidar es la dependencia económica. Muchos hombres abusan de la mujer con la que conviven a sabiendas de las dificultades con las que se pueden encontrar ellas si se van de casa. Están moralmente agotados. Los episodios de violencia que tantos hijos y madres han tenido que soportar implican tales daños psicológicos que es difícil que puedan olvidar esas experiencias en la vida.

Begoña San José, Presidenta del Consejo de la Mujer, explica que está comprobado que la dependencia económica conlleva dependencia física, es un hecho muy importante en las relaciones entre las mujeres que son maltratadas, pero no siempre es así, porque ha habido asesinatos de mujeres a manos de sus compañeros, de los que no dependían económicamente. Es decir, la dependencia económica es condición necesaria, pero no suficiente. Existe una dependencia que también puede hacer mucho mal, y es la dependencia afectiva de alguien que les hace daño. Es ahí donde tenemos que trabajar todos, las mujeres y los hombres del tercer milenio. Hay mujeres que tienen terror a la soledad y caen en manos de hombres que las destrozan, porque los buscaban de forma desesperada. A todo esto añadiría también que hay aspectos en la sociedad que no ayudan nada a lograr una igualdad y un respeto entre hombres y mujeres, y pongo el ejemplo de programas de televisión como "Tómbola". Una hora de emisión de programas como ése barre todo lo que los grupos y asociaciones de mujeres trabajan por restaurar las heridas de los conflictos de pareja. Este tipo de programas trabaja totalmente en contra de los valores que nosotros pretendemos. Es pornográfico que se exhiban parejas que por lo único que están unidos es por la fama, el dinero, y luego se sacan los ojos en público....

Desde enero a septiembre de este año, 34 mujeres han muerto en España a manos de sus cónyuges. Las denuncias que se registraron a lo largo del año han superado, en los meses de mayo, junio y agosto, los dos millares. Ante una situación de malos tratos —explica Pilar Dávila—, lo primero que tiene que hacer una mujer es informarse antes de tomar una decisión. El Instituto de la Mujer tiene unos centros de información, un teléfono gratuito, el 900 19 10 10, y también le dan información en los servicios sociales de las Comunidades Autónomas. Debe conocer claramente los pasos que tiene que dar, qué recursos sociales hay disponibles para que ella pueda sentirse lo más protegida posible, y después de eso presentará la denuncia a la policía, donde encontrará personal especializado que le ayudará a hacer estas cosas. También la acompañará al hospital, si es que tiene lesiones. Si no tiene recursos, puede disponer de atención pública gratuita, por supuesto. Ahora el Ministerio de Justicia ha firmado un Convenio con el Instituto de la Mujer para establecer un turno especializado de oficio, que prestaría atención gratuita a estas mujeres.

Las cifras de nuestro país son indignantes, pero resulta aún más escalofriante pensar que no suponen gran cosa al lado de las de otros países subdesarrollados, o con unas culturas en las que las mujeres valen tanto o menos que los animales domésticos de la casa. Los asesinatos por honor, ataques de ácido, crímenes por la dote y la mutilación genital de niñas son considerados casi normales en algunos lugares del mundo. Especialmente peligrosos, en este sentido, según datos de UNICEF, son Palestina, Líbano, Jordania y Pakistán.

LA ESCLAVITUD DE LA IMAGEN

La esclavitud se presenta, en un mundo cada vez más complejo, bajo formas, muchas veces, insospechadas. ¿Quién podría afirmar, en condiciones normales, que la imagen se convierte para muchas personas en una forma de esclavitud, donde el cuerpo ejerce de cárcel, juez y parte? Siempre mirando hacia fuera, sin pararse a mirar adentro, la imagen exterior provoca, sobre todo en algunas mujeres, una presión que se convierte en enfermedad. Muchos testigos de este estado, la anorexia, considerada a estas alturas como una plaga, afirman que comienza con un problema, un trauma, que acaba canalizándose en dejar de comer, o provocarse el vómito después de haber ingerido alimentos. El resultado es un intento desesperado por llegar a parecerse lo más posible al ideal de belleza femenino actual, un cuerpo esquelético que reduce a la mujer a lo más parecido a muñecos en serie. Sin rastro de personalidad.

Con un panorama semejante, la mujer del tercer milenio no puede dejar de luchar por unas libertades y unos intereses que le corresponden. Las necesidades de hoy para la mujer en Occidente se centran en la búsqueda de un espacio para desarrollar su propia vida de mujer, reflejo de la maduración de sus aptitudes como madre, profesional... En definitiva, para realizarse, en la familia y en la sociedad como auténtica mujer. 

ALFA Y OMEGA
9-XI-2000