04. ALÉGRATE, MARÍA, LLENA DE GRACIA

 

A) EL NOMBRE DE LA VIRGEN ERA MARÍA

El relato de Lucas de la Anunciación es, sin duda, el texto más importante sobre María.1 En unos pocos versículos se halla expresado el contenido central de la historia de la salvación. María, verdadera hija de Israel, recibe de un ángel el anuncio de que ella va a ser la Madre del Mesías, hijo de David e Hijo de Dios. Casi todos los aspectos del misterio de María están recogidos en este texto. María viene a ser la Madre del Hijo de Dios, a quien concibe virginalmente. En vista de su maternidad divina María ha sido colmada de gracia, "la llena-de-gracia", como la llama el ángel en su saludo. Y es que toda la vida de María es el fruto y eclosión en ella de la gracia de Dios.

Lucas, -como los demás evangelistas-, hace teología al mismo tiempo que narra hechos reales. Teología e historia no se contraponen, sino que se complementan mutuamente. La teología es la explicación del hecho y el

1 Es incontable el número de artistas, pintores y escultores, que han representado esta escena; los Padres de la Iglesia, teólogos y autores espirituales han dejado incontables homilías, comentarios y meditaciones sobre esta página del Evangelio.

hecho es el fundamento de la teología. El mejor historiador es el que no se conforma con narrar escuetamente el acontecimiento, sino el que le enmarca en las causas que lo motivan y en el significado que tiene en su entorno. Esta relación entre teología e historia explica el recurso constante al Antiguo Testamento para interpretar los hechos que narran. Descubrir el trasfondo veterotestamentario de los relatos del evangelio no es negar su con-tenido histórico, sino situarlos en su contexto, para descubrir su auténtico significado.

María no es un mito ni una vaga abstracción. Su identidad es bien precisa. Es "la virgen, prometida a un hombre de la casa de David llamado José", que vive "en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret", una aldea insignificante y despreciada (Jn 1,46), y lleva un nombre bastante común en su ambiente: Miryám. Su esposo es conocido como el carpintero (Mt 13,55), y se sabe de él que era un hombre "justo" (Mt 1,19), que supo aceptar y compartir con ella el misterio de Dios que había entrado en su vida. Del relato evangélico se deduce la fe profunda de esta mujer, que se dejó plasmar totalmente por el Señor y acompañó a su Hijo en el camino de una existencia marcada por los designios misteriosos del Eterno. María fue una mujer meditativa (Le 2,19.51), experta en el silencio y en la atención a la palabra de Dios, mujer fuerte en el dolor. Como "los pobres de Yahveh", de cuya espiritualidad se siente cercana, María celebra las maravillas del Señor y aguarda en la esperanza su salvación. Es la "sierva del Señor" que, en la escuela de su Hijo, entra a formar parte de la comunidad mesiánica, la Iglesia...

Esta mujer concreta, María de Nazaret, fue el lugar elegido para la llegada de Dios en carne al mundo.

Ella es la mujer elegida por Dios para realizar el nuevo comienzo del mundo. A ella es enviado el ángel Gabriel:

Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando donde ella, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,26-28).

Dios Padre responde a las esperanzas de su pueblo y envía su ángel a María, hija de Sión. Y María, nueva hija de Sión, acoge la promesa mesiánica en nombre de todo el pueblo. Dios vuelve a habitar en medio de su pueblo, en María, que se convierte así en el nuevo templo de Dios, en la nueva arca de la alianza. La elección de María, como hija de Sión, por parte del Padre de las misericordias se basa en la extrema gratuidad del amor de Dios, que la colmó de gracia.

En el relato de la Anunciación es posible ver el esquema de la alianza, con las palabras del mediador y la respuesta de fe del pueblo: "Nosotros haremos todo lo que el Señor nos ha dicho".2 El mediador sería el ángel Gabriel y la respuesta de fe la de María, que aparece como figura del Israel fiel, que acoge la nueva y definitiva alianza. Al final, Lucas señala que "el ángel la dejó", como para llevar a Dios la aceptación de María, como Moisés subió a referir a Dios la respuesta del pueblo (Ex 19,8-9). También se puede ver el esquema de la vocación con su saludo, sor-presa del destinatario, mensaje, signo y consentimiento.

2 Cfr Ex 19; Jos 1,1-18; 24,1-24...

María, de este modo, aparece como la criatura llamada por Dios, que se deja plasmar incondicionalmente por El.

En su total libertad el Padre quiso que el Hijo naciera de una virgen. Dios está con María y María con Dios. La plenitud de gracia es un índice de la santidad de María virgen y de su consagración plena a Dios. La virginidad de María es signo de la novedad del Reino, signo de pobreza, que apela a la omnipotencia de Dios y de consagración total al servicio de Dios.

María se hace Madre de Dios, del Cristo histórico, en el fíat de la anunciación, cuando el Espíritu Santo la cubre con su sombra... En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva alianza de Cristo, es junto a El protagonista de la historia... Su existencia entera es una plena comunión con su Hijo. La maternidad divina la llevó a una entrega total.3


B) ¡ALÉGRATE!

¡Alégrate! (chaire) es el eco de la invitación a la alegría que los profetas dirigen a Sión.4 En la Anunciación

3 PUEBLA, Comunión yparticipación, Madrid 1982, n. 287,292,293.
4 Cfr. Jr 2,21-23; So 3,14; Za 9,9; Lm 4,21.

de Jesús llega a su cumplimiento la invitación de los profetas. La salvación de Dios llega a la tierra. Es la hora del cumplimiento: "iAlégrate, hija de Sión, lanza gritos de júbilo, hija de Israel! ¡Regocíjate y llénate de gozo con todo el corazón, hija de Jerusalén! Yahveh ha revocado los decretos dados contra ti y ha rechazado a tu enemigo. El rey de Israel, Yahveh, está en medio de ti. No verás ya más el infortunio" (So 3,14-15). "Concebirás en tu seno" (Lc 1,31) corresponde a la palabra de Sofonías: "Yahveh está entre tus muros", literalmente "dentro de ti", "en ti" (So 3,15), como traducen los Setenta. María es la ciudad nueva de la presencia de Dios, el arca de la presencia de Dios en medio de los pueblos.

La alegría que los profetas deseaban a la Hija de Sión llega y se propaga con María, que concentra y personifica los deseos y las esperanzas de todo el pueblo de Israel. Así lo entienden los Padres de la Iglesia. San Germán de Constantinopla, por ejemplo, dice: "Alégrate, tú, la nueva Sión, la Jerusalén divina, la ciudad santa de Dios, el gran Rey; en tus moradas se conoce al mismo Dios".5 "Ella (María) es verdaderamente la ciudad gloriosa, ella es la Sión espiritual".6 A partir de ahora, Dios mismo se hará presente y se dará a conocer en la morada divina de la Hija de Sión, la ciudad santa de Jerusalén: aquí, en el seno de María, la nueva Hija de Sión.

Con razón el Concilio Vaticano II dice: "María sobre-sale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras la larga espera de la promesa, se cumple la ple-

5 SAN GERMÁN DE CONSTANTINOPLA, In Present. SS. Deiparae 1,16: PG 98,306D.
6 IDEM, In S. Mariae Zonam: PG 98,373A.

nitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía" (LG 55). Y con tal título llama a María repetidas veces Juan Pablo II en la Redemptoris Mater (RM 3,8...).

San Sofronio, patriarca de Jerusalén (+638), en una homilía, comenta: "¿Qué dirá el ángel a la Virgen bienaventurada? ¿Cómo le comunicará el gran mensaje? iAlégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".7 Cuando se dirige a ella, comienza por la alegría, él, que es el mensajero de la alegría. En la liturgia bizantina, la alegría llena sus himnos y antífonas. Merece la pena citar el primer canto del célebre himno Akátisto:

"Un ángel de primer orden fue enviado desde el cielo a decirle a la Theotókos: ¡Alégrate! Y lleno de admiración al ver que os encarnabais, Señor, al son de esta palabra inmaterial, estaba ante ella exclamando:

¡Alégrate, tú, por quien resplandecerá la alegría!
¡Alégrate, tú, por quien se acabará la maldición!
¡Alégrate, tú, por quien Adán se levanta de su caída!
¡Alégrate, tú, que enjugas las lágrimas de Eva!
¡Alégrate, cima inaccesible al pensamiento humano!
¡Alégrate, abismo impenetrable aun a los ojos de los ángeles!
¡Alégrate, porque tú eres el trono del gran Rey!
¡Alégrate, porque tú llevas en tu seno a aquel que sostiene todas las cosas!
¡Alégrate, Estrella mensajera del Sol!
¡Alégrate, Seno de la divina encarnación!
¡Alégrate, tú, por quien se renueva la creación!
¡Alégrate, tú, por quien yen quien es adorado el Creador!
¡Alégrate, Esposa no desposada! iVirgen!".8

7 SAN SOFRONIO DE JERUSALEN, Or.II in Annunt 17: PG 87/3, 3236D. Esta larga homilía es un precioso comentario a todo el evangelio de la anunciación, que habría que citar por entero: PG 87/3, 3217-3288. Cfr. igualmente, las homilías marianas de SAN ANDRÉS DE CRETA: PG 97,805ss.
8 Este himno griego, compuesto en honor de la Madre de Dios, se atribuye a Romano el Melode (s.VI-VII), el gran cantor de la Iglesia griega; su nombre akátisto, "no sentado", indica que se cantaba en pie: PG 92, 1335-1348. Cfr. E. TONIOLO, Akáthistos, NDM, p.64-74.

La alegría, a la que invita el ángel a María, resuena en todo el evangelio de la infancia según Lucas. La resonancia de esta alegría se percibe en el fíat de María y, más claramente, en la visita de María a Isabel: "Pues así que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1,44). Y es también un pregón de alegría el que se escucha en el mensaje de los ángeles a los pastores: "No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo" (Lc 2,10).

El júbilo mesiánico al que la "Hija de Sión" fue tantas veces invitada por los profetas invade el corazón de María. ¡Alégrate!, dice el ángel, y estalla la alegría del Espíritu Santo, que es la alegría de Dios en su paternidad respecto al Hijo. En María brota un sentimiento poderoso y se despliega en el canto: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador, porque se ha fija-do en la pequeñez de su sierva" (Lc 1,46-48).


C) LA LLENA DE GRACIA

En el saludo, el ángel no llama a María por su nombre, sino que la llama simplemente "llena de gracia" (kecharitomene). La gracia es la identificación plena de María. Es la gracia de Dios la que hace que María sea María, la elegida para Madre del Mesías. "Alégrate, tú que has sido colmada de gracia". Llamada por Dios a ser la Madre del Mesías, María ha encontrado gracia a los ojos de Dios, como ella misma canta en el Magnificat: "Ha puesto sus ojos sobre la pequeñez de su sierva". María es la Hija de Sión con la que Yahveh celebra sus desposprios porque la ha visto "con complacencia" (Is 62,4-5), y, como la "virgen Israel", se alegra porque Yahveh "conserva su amor" sobre ella (Jr 31,3-4).

Llena de gracia es un título único. Efectivamente en María derramó el Padre la plenitud de su gracia y de su amor, con vistas a su vocación de madre del Mesías. Por eso María fue colmada de gracia a priori, por su predestinación a la maternidad divina. María es, pues, la proclamación viviente de que el comienzo de toda relación con Dios es la gracia de Dios, que se inclina sobre la criatura. La gracia es el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. Dios es presentado en la Escritura como "rico", lleno "de gracia" (Ex 34,6). Pero Dios es "rico de gracia" en forma activa, como quien llena de gracia. María es "llena de gracia" como quien es colmada de gracia. Y entre Dios y María está Jesucristo, el mediador, que es "lleno de gracia" (Jn 1,14) en ambos sentidos: como Dios El llena de gracia a la Iglesia y, en cuanto hombre, es colmado de gracia por el Padre; más aún, "crece en gracia" (Lc 2,52). San Pablo exclama: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo, el amado" (Ef 1,3.5). En la Redemptoris Mater, Juan Pablo II comenta ampliamente este texto:

En el misterio de Cristo María está presente ya "antes de la creación del mundo" como aquella que el Padre "ha elegido" como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad... Si esta elección es funda-mental para el cumplimiento de los designios salvíficos de Dios respecto a la humanidad, si la elección eterna en Cristo y la destinación a la dignidad de hijos adoptivos se refieren a todos los hombres, la elección de María es del todo excepcional y única (RM 8-10).

Pablo (Ga 3) y Juan nos revelan el tránsito del Antiguo al Nuevo Testamento en su raíz más profunda: "De su plenitud hemos recibido gracia por gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Jn 1,16-17). Los padres de Juan "eran justos porque guardaban irreprochable-mente la ley del Señor" (Lc 1,6); María, en cambio, es la llena de gracia, más allá de la justificación de la ley, por la elección libre y gratuita de Dios. María es la plenamente agraciada, colmada de la gracia de su Hijo Jesucristo.

De la gracia de Dios, María es un icono para todos nosotros. De María se puede decir lo que vale para todos nosotros, ¿qué había hecho María para merecer el privilegio de dar al Verbo su humanidad? ¿Qué había creído, pedido, esperado u ofrecido para venir al mundo santa e inmaculada? Busca, dirá San Agustín, el mérito, la justicia, busca lo que quieras y verás que en ella, al comienzo, no encuentras más que la gracia. María puede hacer suyas las palabras de San Pablo: "Por gracia soy lo que soy" (1Co 15,10).

La gracia es el favor de Dios, que "hace gracia a quien quiere hacer gracia y tener misericordia de quien quiere tener misericordia" (Ex 33,19). Se trata de un don total-mente gratuito de parte de Dios "rico de gracia y fidelidad, que mantiene su palabra por mil generaciones" (Ex 33,12). Así es como María ha hallado gracia a los ojos de Dios.

Este saludo del ángel a María como "la-llena-degracia" prepara el primer anuncio:

No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin (Lc 1,30-33).

El hijo recibirá el trono de David, su padre, es decir, será el heredero de David, el hijo de David por excelencia, el Mesías. El hijo que María concebirá en su seno y dará a luz será "Hijo del Altísimo" y Mesías.


D) EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO

La segunda parte del saludo del ángel: "El Señor está contigo", es una fórmula que encontramos frecuente-mente en el Antiguo Testamento. Se usa siempre que el hombre recibe una misión que supera su capacidad humana, como en el caso de Moisés (Ex 3,12), Josué (Jos 1,9), o Gedeón (Jc 6,12). A David le dice igualmente: "He estado contigo en todas tus empresas" (2S 7,9). Con dicha fórmula se promete la asistencia de Dios para el cumplimiento de la misión encomendada. La afirmación del ángel, - "El Señor está contigo"-, sitúa a María en el hilo conductor de la alianza pactada por Dios con su pueblo. En María se reanuda la alianza sellada con Abraham, con Moisés y con David.

"El Señor está contigo" o "Yo estoy contigo" se repite en la Escritura siempre que Dios confía una misión especial en favor del pueblo. Tras la muerte de Abraham se le garantiza esta presencia del Señor a Isaac (Gn 26,23), a Jacob (Gn 28,15). Es lo que escucha Moisés cuando Dios lo envía a liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto; lo que escucha Gedeón en situación parecida (Jc 6,12.16). Saúl saluda con estas palabras a David en el momento del combate singular contra Goliat, donde peligra la existencia misma del pueblo (1S 17,37). Cuando David encomienda a Salomón y a los jefes de Israel la construcción del templo les repite este mismo saludo (lCro 22,18-19). Es la bendición que da Ozías a Judit cuando ésta parte para cumplir su misión salvadora: "Ve en paz, el Señor esté contigo" (Jdt 8,35). Con estas mismas palabras es confortado el joven Jeremías para su misión (Jr 1,8). De la misma forma se siente alentado el "resto de Israel" al regresar a Jerusalén para reconstruirla (2Cro 36,23). Y el mismo Jesucristo alienta a sus discípulos a la misión de anunciar el evangelio a todas las naciones, diciéndoles: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Así el anuncio "el Señor está contigo, no temas" está dirigido a la pequeñez de María como invitación a participar en el plan divino de salvación por su Hijo Jesucristo.

Todos los elegidos por Dios han experimentado su impotencia ante la misión que se les encomendaba. Al anunciarle a Moisés su misión, dijo: "¿Quién soy yo para presentarme ante el Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?". Y Dios le contestó: "Yo estaré contigo" (Ex 3,11-12). Lo mismo acontece con Gedeón. Al aparecérsele el ángel, empieza por decirle: "Yahveh está contigo, valiente guerrero". Con ello se anticipa a la objeción de Gedeón, que, con todo, alega la debilidad de su familia y su propia pequeñez para salvar a Israel de Madián: "Pero, Señor, ¿con qué liberaré a Israel?". La respuesta es siempre la misma: "Puesto que estaré contigo, derrotarás a Madián como a un solo hombre" (Jc 6,11-16).

¿Puede decirse lo mismo del saludo del ángel a María? ¿Es la maternidad, para una mujer, una misión que supera su capacidad? Más bien es la vocación ordinaria de la mujer. Pero lo que una mujer no puede hacer es dar a luz un hijo sin la intervención del varón, es decir, virginalmente. Este segundo miembro del saludo del ángel prepara la segunda parte del anuncio del ángel: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti". La virtud del Altísimo cubrirá a María para que ella pueda concebir y dar a luz virginalmente a aquel que "será llamado Hijode Dios". Para que esto pueda realizarse es absoluta-mente indispensable que "el Señor esté con ella".

Por ello hay que decir que con María Dios no sólo ha usado gracia, dándola un don gratuito, sino que se ha dado El mismo en su Hijo: "El Señor está contigo". María es "la llena de gracia porque está llena de la Gracia".9 Esta gracia, la presencia de Dios en ella, hace de María la "Inmaculada", como la llama la Iglesia latina, o la "Toda santa" (Panagía) como la llama la Iglesia ortodoxa. La primera subraya el elemento negativo de la gracia de María, que consiste en la ausencia de todo pecado, incluso del pecado original; y la segunda pone de relieve el aspecto positivo, es decir, el esplendor de la santidad de Dios reflejado plenamente en María. María es la Iglesia naciente, según el designio de Dios, "toda gloriosa, sin mancha ni arruga o algo semejante, sino santa e inmaculada" (Ef 5,27).

La Iglesia es librada, purificada, de toda mancha; María es preservada de toda mancha. La una tiene arrugas que serán un día quitadas; la otra, por gracia de Dios, no pasó por ellas. Pero María, la llena de gracia, muestra a la Iglesia, a cada uno de nosotros, que al comienzo de todo está la gracia, la elección gratuita de Dios, que en Cristo se ha acercado a nosotros y se nos ha dado por puro amor.

A la Iglesia, los mensajeros de Dios se dirigen siempre con el mismo saludo del ángel a María: "Gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en El habéis sido enriquecidos en todo..., pues ya no os falta ningún don de gracia" (1Co 1,1-6). Pablo no se cansa de anunciar a los

9 C. PEGUY, Le mystére des Saints Innocents, Milan 1979,p.123.

creyentes la gracia de Dios. Lo considera como la misión que le ha sido encomendada por Cristo: "dar testimonio del mensaje de la gracia de Dios" (Hch 20,24). El "Evangelio es la proclamación de la gracia de Dios" (Hch 14,3;20,32). Es su misma experiencia: "Por medio de Cristo hemos obtenido, median-te la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios" (Rm 5,2).

La gracia es el principio de la gloria. La gracia hace que comience en nosotros la vida eterna, nos hace gustar ya en esta vida la presencia de Dios, como primicia. "Quien tiene la primicia del Espíritu y posee la esperanza de la resurrección tiene ya presente lo que espera".10 La gracia es la presencia de Dios. Las dos expresiones: "llena de gracia" y "el Señor está contigo" van unidas, una detrás de la otra. Esta presencia de Dios se realiza en la Iglesia en Cristo, el Emmanuel, Dios con nosotros. "Cristo en nosotros es la esperanza de la gloria" (Col 1,27). Como testimonia Sor Isabel de la Trinidad: "Yo he encontrado el cielo sobre la tierra porque el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que he entendido esto se me ha iluminado todo y quisiera comunicar este secreto a cuantos amo".11

Como María, como Pablo, cada creyente puede decir: "Por la gracia de Dios soy lo que soy". La salvación, en su raíz, es gracia y no resultado del deseo o esfuerzo humano: "Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios" (Ef 2,8). Y toda la vida cristiana es gracia antes que ley; más aún, la gracia es la ley nueva del cristiano, ley del Espíritu. Este es el distintivo cristiano

10 CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario a 2Cor 5,5: PG 74,942.
11 SOR ISABEL DE LA TRINIDAD, Cartas 107, Roma 1967, p.204.

en relación con toda otra religión o ética humana. En el cristianismo existe la gracia, porque hay una fuente de la gracia: la muerte redentora de Cristo.

En la cultura tecnológica actual ha desaparecido hasta la noción de gracia de Dios. La mentalidad moderna se funda en el pelagianismo más radical. María, imagen de la Iglesia, nos invita a proclamar que en la vida cristiana todo es gracia, don de Dios. A cada cristiano es dirigido el anuncio del ángel a María: ¡Alégrate, llena de gracia! Y si nos sorprende este anuncio, el ángel también a nosotros nos dice: ¡No temas, porque has hallado gracia delante de Dios! Este hallar gracia a los ojos de Dios es la fuente de nuestra alegría.12 La gracia es la que engendra la alegría y, una vez experimentada, nos lleva, en medio de las tribulaciones, a "buscar la alegría en el Señor" (Sal 37,4), pues sólo en El se halla la alegría verdadera y plena. Y el Señor, que es "gracia y fidelidad" (Ex 34,6), no nos defrauda. En medio de nuestras debilidades Él siempre nos repetirá: "Te basta mi gracia" (2Co 12,9). Y, como la gracia de Dios provoca nuestra acción de gracias, le res-ponderemos: "Tu gracia vale más que la vida" (Sal 63,4).


E) LA PLENAMENTE REDIMIDA

En María, la primera redimida, la plenamente redimida, resplandece la maravillosa gratuidad del amor de Dios. María nos sitúa ante el designio y la ini-

12 En griego charis (gracia) y chara (alegría) casi se confunden.

ciativa del Padre, que la elige como Madre de su Hijo. Nos sitúa ante el Hijo, que en su amor gratuito se hace carne para rescatarnos del señor de la muerte. Y nos sitúa ante el Espíritu Santo, que realiza el designio del Padre en su seno, engendrando al Redentor, sin la colaboración "de varón".

En María aparece todo el misterio cristiano como realización del designio salvífico del Padre, que se realiza en la historia de los hombres mediante las misiones del Hijo y del Espíritu Santo. El capítulo dedicado a la Virgen en la LG se abre y se cierra con una referencia trinitaria (n.52 y 69). María se sitúa en el punto final de la antigua alianza y en el punto de partida del misterio de salvación, realizado en Cristo.

La gracia de Dios, que hace de María la Iglesia santa e inmaculada, es "gracia de Cristo". Es la "gracia de Dios dada en Cristo Jesús" (1Co 1,4). Se trata de la gracia redentora de Cristo. Su gracia es gracia de la nueva alianza. María -según la definición dogmática de la Inmaculada concepción- "ha sido preservada del pecado en previsión de los méritos de Jesucristo Salvador".13 En este sentido, María, como es madre virgen, es también hija de su Hijo, como la llama Dante: "Virgen Madre, hija de tu Hijo".14 Y, antes, San Pedro Crisólogo, en una homilía, dice a María: "Virgen, tu Creador es concebido de ti, de ti nace la fuente de tu ser; quien trajo la luz al mundo de ti viene a la luz en el mundo".

La encarnación del Hijo de Dios en el seno de María es la aurora de la nueva alianza. Tomando nuestra

13 Denz. n.2803.
14 DANTE, Paraiso XXXIII,1.

carne y nuestra sangre de una de nuestras "hermanas", Dios realiza una nueva e inaudita forma de "estar con nosotros", "en medio de nosotros". La comunión de Dios con el hombre, su alianza, alcanza la expresión plena.

Y lo primero que suscita la gracia de Dios es la acción de gracias: "Continuamente doy gracias a Dios por vosotros a causa de la gracia de Dios" (1Co 1,4). Este dar gracias a Dios no es devolverle el favor, sino que significa reconocer la gracia, aceptar la gratuidad; "no querer salvarse uno a sí mismo y pagar a Dios" (Sal 49,8). Dar gracias significa aceptarse en la propia indigencia y dependencia de Dios: reconocer que todo es obra de Dios. Es lo que expresa María en el Magnificat: "Mi alma glorifica al Señor..., porque grandes cosas ha hecho en mí el Omnipotente". Es la alabanza, la exultación, proclamando las maravillas del Señor. María no se atribuye a sí ningún mérito; proclama que ha hallado gracia a los ojos de Dios, que se ha inclinado hacia su pequeñez.

El tiempo litúrgico, que se asigna a María, es fundamentalmente el adviento. En María se hace espera gozosa y cierta el nacimiento inminente del Hijo, al comienzo del Evangelio. Y María está también presente, al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, en la espera gozosa del nacimiento de la Iglesia con el descenso del Espíritu Santo. Y con María, asunta al cielo, esperamos la vuelta gloriosa del Señor y nuestro triunfo con El.

En la liturgia bizantina se proclama en todas las fiestas marianas -excepto la de la Presentación de María en el templo- el texto de la visión nocturna de Jacob de la escala que une el cielo y la tierra. La elección de María es vista en relación con la elección de Israel. En María se cumplen las promesas hechas a Jacob. María es el punto culminan-te de la misión de Israel en cuanto pueblo elegido. A través de María Dios ha bajado a la tierra, poniendo su tienda entre nosotros. Con su maternidad divina, María entra en el designio salvador de Dios, convirtiéndose en la escala a través de la que Dios desciende a la tierra. Así en el himno Akátisto se saluda a María con estas palabras: "Alégrate, escala celeste vista por Jacob". El texto subraya la presencia de Dios en el lugar de la teofanía: "Este lugar no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo" (Gn 28,17). María, Madre de Cristo, es el lugar de la presencia divina, casa de Dios y puerta del cielo. Por María Dios desciende a la tierra.15

15 La liturgia bizantina es la más intensamente mariana de todas las liturgias cristianas por su rica teología y por su dulce sentimiento de devoción y afecto a María. Una imagen aparentemente poética como la de la "escala de Jacob" aplicada a María, la liturgia la da un sentido tipológico pleno, insertándola en el contexto de la historia de la salvación. Cfr. A. KNIAZEFF, La madre di Dio nella Chiesa ortodossa, Milán 1993.


F) ZARZA ARDIENTE

La liturgia mariana, a veces, saca el texto bíblico de su contexto original y lo aplica a la Virgen como imagen o alegoría de una verdad de fe. En este caso no se trata de dar fundamento bíblico a dicha verdad, sino de dar una expresión bíblica y poética a esa verdad. Otras veces no se trata sólo de un uso alegórico, sino de un uso tipológico de un acontecimiento del Antiguo Testamento, que halla su cumplimiento en el misterio de Cristo, al que está unida la Virgen, su Madre, que ocupa un lugar único en el designio de Dios. La antigua y la nueva alianza forman una unidad en el plan de Dios. De este modo en el Evangelio, en la Liturgia y en la Tradición de la Iglesia, ciertos textos del Antiguo Testamento hallan su "sentido pleno" en María.

El Exodo es un memorial de la intervención salvadora de Dios. Cada vez que se proclama se hace presente esa fuerza salvadora de Dios. "Cada generación debe considerarse como si ella misma hubiera salido de Egipto", dice el tratado del Talmud sobre la Pascua. Por eso el Exodo es una revelación de Dios que actúa dentro de la historia. La confesión de fe de Israel proclama constante-mente: "Yahveh que nos ha hecho salir de Egipto". Este acontecimiento fundamental de la historia y de la fe de Israel es vivido, anticipadamente por Moisés, el primer peregrino "al monte de Dios, el Horeb", donde Dios le revela su nombre en la teofanía de la zarza ardiente "que ardía, pero no se consumaba" (Ex 3,lss).

El fuego en las teofanías es el símbolo de la cercanía y de la trascendencia divina. La llama está fuera de nosotros y, como la luz, no puede ser aferrada; es algo que nos transciende. Y, sin embargo, nos traspasa con su calor y con su esplendor; nos envuelve y nos penetra con su presencia. "En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (Lc 2,15-19) y a las primicias de las naciones" (CEC 724).

Desde este simbolismo, los Padres y la liturgia han llamado a María "Zarza ardiente". La zarza que arde y no se consuma es aplicada como signo de la virginidad y de la maternidad divina. Un texto litúrgico, dirigiéndose a María, proclama: "En la zarza que Moisés vio que no se consumaba nosotros reconocemos tu virginidad permanente". Y, de los innumerables textos patrísticos, podemos citar a San Gregorio de Nisa, el gran Capadocio del siglo IV:

Lo que era figurado en la llama y en la zarza fue abiertamente manifestado en el misterio de la Virgen. Como sobre el monte la zarza ardía y no se consumaba, así la Virgen dio a luz pero no se corrompió. Y no te parezca inconveniente la semejanza con la zarza, que prefigura el cuerpo de la Virgen, que ha dado a luz a Dios.

Ya antes de que el concilio de Éfeso proclamara a María como Theotókos, Madre de Dios, Proclo, en una homilía dará a María este título, revistiéndolo con multitud de imágenes bíblicas, entre otras la de la zarza ardiente:

El motivo de nuestra reunión de hoy es la santa Virgen María Theotókos, tesoro inmaculado de virginidad, paraíso espiritual del segundo Adán, oficina en la que se ha llevado a cabo la unión de las dos naturalezas en Cristo, mercado del salvífico intercambio, tálamo en el que el Verbo ha desposado la carne, zarza viva que no fue consumada por el fuego del parto divino, verdadera nube ligera que dio a luz a Aquel que, con su cuerpo, está por encima de los querubines, vellón regado con el rocío celestial.

En uno de los himnos marianos de la Iglesia etiópica, se canta a María: "Tú eres la zarza vista por Moisés en medio de llamas y que no se consumaba, la que es el Hijo del Señor. El vino y habitó en tus entrañas y el fuego de su divinidad no consumió tu carne". Y en la Iglesia bizantina, en el Ottoico se dice:

La sombra de la ley desapareció cuando apareció la gracia. En efecto, como la zarza ardiente no se consumaba, así tú engendraste siendo Virgen y permaneciste Virgen. En lugar de la columna de fuego, se ha alzado el Sol de justicia; en lugar de Moisés, Jesús, salvador de nuestras almas.

En este mismo sentido el Ottoico aplica a María otros hechos milagrosos del Antiguo Testamento:

Ya antiguamente el Mar Rojo ofreció una imagen de lo que aconteció a la Virgen María. Allí fue Moisés quien dividió las aguas; aquí fue encomendada a Gabriel la misión de intermediario del prodigio. Entonces Israel atravesó el abismo a pie enjuto; ahora la Virgen engendra a Cristo sin semen humano. Después del paso de Israel el mar permaneció intransitable; la Inmaculada, después del nacimiento del Emmanuel, permaneció sin mancha. Oh Theotókos, te sabemos Madre por encima de las leyes naturales. Tú has permanecido Virgen de modo inefable e incomprensible. La lengua no puede expresar la maravilla de tu parto. En efecto tú has concebido en forma gloriosa e insondable es el modo como aconteció el parto. Allí donde Dios quiere, el orden natural es superado.

Como el cuerpo glorioso de Cristo resucitado participa de la gloria del mundo futuro, y nosotros estamos llamados a "ser semejantes a El, pues le veremos como es" (1Jn 3,2), la himnografía aplica a la virginidad de María en el parto la analogía de la gloria de la resurrección: "Dejando intactos los sellos, oh Cristo, saliste del sepulcro, tú que en el nacimiento has dejado intacto el seno de la Virgen y nos has abierto las puertas del paraíso".16 "Cuando te has encarnado has dejado intacto el seno de la Virgen y tampoco has roto los sellos de la tumba, Rey de la creación".17

16 lo Tropario, oda 6a del canon de San Juan Damasceno.
17
20 theotokion de Teofanes.