Encontrar una teología propia del laico es un problema eclesial pendiente.
El artículo describe las aportaciones teológicas contemporáneas.
El autor aboga por el redescubrimiento de la dimensión laical para toda la Iglesia

¿Una teología y espiritualidad laical?
Raúl Berzosa*, Revista Misión Abierta


En 1953, escribía Y. Congar que “no existía una teología (y por lo mismo una espiritualidad) del laicado”. Y, en 1987 en pleno Sínodo, Monseñor Fernando Sebastián, continuaba lamentándose de “que no existían ni una teología, ni una espiritualidad del laicado desde los presupuestos eclesiológicos del Vaticano II”.

En la más reciente bibliografía sobre teología y espiritualidad laical, los caminos no son nítidos. En cualquier caso, debemos hacernos esta pregunta más global y comprometida: ¿estamos ante el redescubrimiento de los laicos, y con ello de su espiritualidad, o ante el redescubrimiento de la Iglesia misma y su relación con la sociedad?

Tres parecen ser las líneas básicas o troncales por donde discurre la teología y espiritualidad del laicado:

– ser laico no es otra cosa que ser cristiano sin más;
– la secularidad o laicidad (índole secular) como nota específica de toda Iglesia, y de los laicos en particular;
– reforzamiento del binomio comunidad-ministerios como alternativa al binomio clérigos-laicos.
Ampliamos dichas líneas para entender el alcance de lo afirmado.

SER LAICO SIN MÁS

Según esta primera postura, ya es bastante y suficientemente importante con ser cristiano/bautizado.

No se debe pensar y actuar como si hubiera que “añadir algo” al ser cristiano, como por ejemplo el estar en el mundo o el ejercer algún ministerio.

Sobre todo, en esta época postcristiana, hay que mostrar la originalidad del ser cristiano, que no es algo que pueda sin más darse por supuesto.

El problema de la “identidad” del laico surge de la distancia entre
el simple bautizado,
los consagrados y la jerarquía

En realidad, la figura y el problema del laico han surgido de una serie de circunstancias históricas que han privilegiado el ministerio sacerdotal, y el carisma religioso, relegando a los laicos. Con ello surgió, de rebote, una distancia entre el simple bautizado, los consagrados, y la jerarquía (que, tendencialmente, se identificarán con la Iglesia). Esta distancia que el bautizado experimentaba es lo que convertía al laico en un sujeto pasivo, y de hecho secundario. Por tanto, si el ministerio ordenado, y la vocación de especial consagración, se convierten en verdadero signo de transparencia y servicio eclesial, el laico no será problema, sino sujeto y partícipe activo en la vida y en la misión de la iglesia.

LA SECULARIDAD COMO RASGO ESPECÍFICO DE LOS LAICOS

Para esta segunda tendencia, y siguiendo expresamente el Concilio Vaticano II y, posteriormente, a Christifideles Laici, el carácter “mundano” de la existencia de los laicos no es un rasgo meramente extrínseco (sociológico), sino que alcanza nivel ontológico (teológico y de identidad profunda). En efecto, desde su vida propiamente laical, para algunos familiar, y desde su profesión mundana, los laicos deben instaurar los valores evangélicos en la sociedad y en la historia contribuyendo a la consacratio mundi (consagración del mundo).

Para evitar reduccionismos de la época anterior se destaca el valor eclesial de esa actividad mundana así como la presencia de la gracia y de la dimensión salvífica de las actividades realizadas por los laicos en orden a la santificación.
Con su obrar en el mundo, el laico, es signo de comunión eclesial, participa de la única y misma misión eclesial.

Din duda, y con mucho, este tema de la secularidad laical es el que más literatura teológica ha producido. Las posturas van desde una defensa decidida y una exaltación de lo secular, como identidad ontológica y teológica propia del laico (P. Rodríguez, J.L. Illanes, G. Lo Castro, L. Moreira Neves), hasta la defensa de una mitigación o equilibrio de esta índole secular propia del laico al relacionarlo con la secularidad de toda la Iglesia en el marco de la relación Iglesia-mundo (R. Blázquez, W. Kasper, G. Reigner, B. Forte, E. Bueno).

En cualquier caso, cuando se habla de la laicidad (secularidad) como rasgo de toda la Iglesia se quiere decir con ello que sería un lamentable reduccionismo atribuir la referencia al mundo a un solo sector de miembros de la iglesia, es decir, a los laicos. Si bien la laicidad marcaría “al fiel laico” lo peculiar de su vocación y misión.
En realidad también los que han recibido la imposición de manos tienen una dimensión secular. Igualmente las vocaciones de especial consagración. Teológicamente la laicidad de toda la Iglesia se comprende desde el significado de la relación iglesia-mundo, y desde el sacerdocio común, el profetismo y la dimensión regia; todo bautizado es miembro de una iglesia que ha de servir al mundo para hacer presente la voluntad salvífica de Dios y su reino, aunque efectivamente cada bautizado ejerce o desarrolla esa laicidad de modo propio y peculiar, por lo que hay diversidad de ministerios y de funciones y, en cierta medida, de “presencia y situación” en el mundo, en la historia y en la sociedad.

La cuestión está por tanto en resaltar lo específico de la secularidad de los laicos (“su índole secular”), pero no en hacer de la misma algo “solo y exclusivo” de ellos.

Esta categoría de laicidad (secularidad), como ha señalado B. Forte, ha sufrido diversas etapas históricas: desde un rechazo de la misma (eclesiocentrismo donde se exasperaba la dimensión sacral y espiritual), hasta la recuperación progresiva (teología de las realidades terrestres) y su plasmación y aceptación plena en el Vaticano II (iglesia y mundo no son dos polos opuestos); el mundo es el lugar natural de la Iglesia –“la viña”– y en él está la iglesia como levadura y fermento.

El redescubrimiento de la
secularidad o laicidad como dimensión de toda la iglesia, exige la superación
de todo clasismo

Se puede afirmar que la categoría de laicidad (secularidad) ha servido como categoría “puente” para despertar y redescubrir la vocación y misión propias del laico. Pero dicho redescubrimiento de la secularidad o laicidad como dimensión de toda la iglesia, unido al redescubrimiento de la eclesialidad total, exigen la superación en el seno de la iglesia de todo clasismo y la no reducción a parcelas o cotos. Se concluye que el laico sólo puede ser definido en referencia a una constelación histórica determinada en la relación iglesia-comunidad temporal, recuperándose el marco eclesiológico y la proyección evangelizadora-transformadora de la realidad. Desde aquí su espiritualidad profunda.

LA ALTERNATIVA COMUNIDAD O MINISTERIOS

El mismo Y. Congar es el que ha favorecido esta postura que trata de superar el binomio clásico clérigo/laico, como intento de desarrollar los presupuestos conciliares y de recoger las conclusiones más sobresalientes de los estudios neotestamentarios y de los diálogos ecuménicos.
La comunidad cristiana posee una dimensión tanto pneumatológica como cristológica: es receptora de pluralidad de carismas para atender a los diversos servicios y necesidades que experimenta en su dimensión evangelizadora y en sus actividades internas. Si el ministerio apostólico enlaza con el ministerio histórico de Jesucristo, ello no debe ir en perjuicio de los otros carismas que existen en la comunidad.

Por ello la comunidad cristiana debe tener la creatividad suficiente para estructurarse conforme a estos criterios. El ministerio ordenado garantiza la continuidad apostólica y sirve a la unidad de los diversos carismas, pero no debe ser ejercido como opresión o anulación del resto de los carismas existentes en la comunidad. De aquí se deduce la promoción de los ministerios laicales.

Marcadas las diferencias o matices de las tres corrientes de teología y espiritualidad laical, digamos que las tres posturas expuestas consideran superado el binomio clérigo-laico.

La reflexión sobre los laicos ha llevado a la conclusión de que el verdadero problema es eclesiológico, en su doble vertiente: hacia dentro (recuperación de una eclesiología de totalidad) y hacia fuera (la nueva postura a adoptarse en la relación iglesia-mundo).

Englobando dichas líneas podemos afirmar que la teología laical, y con ello su espiritualidad, caminan en sus fundamentos por una instancia tridimensional:

l Dimensión cristológica (“desde donde se es laico”), o recuperación de una definición positiva del laico como “ser cristiano en la iglesia misterio”. Y contribuyendo a hacer presente el único misterio de Cristo en todas sus dimensiones: Jesucristo, misterio de comunión trinitaria, que instaura el reinado de Dios (“ya, pero todavía no”) siendo sacerdote, profeta rey y sanador.

l Dimensión eclesiológica de comunión (“en donde se es laico”), o superación del binomio (clero-laico) y del trinomio (clérigo-laico-religiosos), asumiendo el binomio originario comunidad-ministerios, dentro de una eclesiología de totalidad (como misterio-comunión-misión).

l Dimensión antropológica de misión (“para dónde se es laico”), o recuperación de la secularidad como nota específica de todo el Pueblo de Dios, de toda la Iglesia (consecuencia del misterio de la Encarnación), pero vivida por los fieles laicos de forma peculiar (índole secular), en cuanto se encuentran “plenamente” insertados en la mundanidad.

Debemos redescubrir la categoría de secularidad en cuanto
dimensión total de la Iglesia

Afirmado lo anterior, subrayamos que para evitar tanto el peligro de secularización como de clericalización, o incluso de espiritualización, debemos redescubrir la categoría de laicidad eclesial (secularidad), en cuando dimensión de toda la Iglesia, así como la importancia de la inserción concreta del laico en la Iglesia particular, ejerciendo su ministerialidad y su compromiso asociado, para hacer presente el misterio del Jesucristo total.

Concluimos recogiendo una frase de S. Pié y Ninot, quien define así las claves para una teología y espiritualidad del laicado: “una condición sacramental de servicio, una condición carismática de libertad, un testimonio evangelizador en el mundo, y una presencia eclesial de corresponsabilidad”.


 
* Raúl Berzosa es Vicario de Pastoral del Arzobispado de Burgos