LA PERSONA HUMANA: Un estudio comparativo

 

Estudio comparativo
entre los planteamientos filosóficos
y las enseñanzas del Vaticano II

Por: Hernando Sebá López

"Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien centrará las explicaciones que van a seguir". (Gaudium et spes, 3)

  1. INTRODUCCIÓN

    El filósofo moderno y, con él toda la filosofía, ha centrado todas sus reflexiones e inquietudes filosóficas alrededor del hombre; la filosofía ha llegado a ser, así, antropológica.

    Los metafísicos que están preocupados por hacer verdadera filosofía del ser, y en este sentido han superado felizmente los desvíos del racionalismo, idealismo y positivismo de épocas anteriores, han tomado como punto de partida del quehacer metafísico al hombre, el ser–ahí, el Dasein.

    Por su parte la Iglesia, reunida en Concilio, ha dado una gran importancia, en su meditación y reflexión teológica, al hombre.

    Son extraordinarios, por lo sencillos y modernos, los pensamientos que a lo largo de todos sus documentos, el Vaticano II ha ido presentándonos sobre el hombre. Se ha dicho, y con razón, que el Vaticano II ha empleado en la elaboración de algunos de sus documentos una metodología teológica nueva, muy actual y muy de acuerdo con el pensamiento y el sentir del hombre moderno.

    Uno de esos documentos es la Constitución pastoral "Gaudium et spes". Los análisis que sobre el hombre y la sociedad encontramos en este documento conciliar, tienen una gran sencillez y a la vez una penetrante profundidad; son ricos y sugestivos, al mismo tiempo que sobrios y equilibrados, con ese equilibrio característico de la secular Madre y Maestra Iglesia.

    El propósito de las líneas que siguen es el de hacer un pequeño estudio comparado entre el pensar filosófico moderno sobre el hombre, y lo que la Iglesia del Concilio Vaticano II nos dice sobre la persona humana en la "Gaudium et spes".

     

  2. FENOMENOLOGÍA DE LA PERSONA HUMANA:

La filosofía moderna se ha enriquecido enormemente con el empleo del método llamado "fenomenológico". Es una descripción y acercamiento lo más posible a los fenómenos, para luego hacer una profunda reflexión sobre ellos.

Haciendo una fenomenología de la persona humana, llegamos a descubrir los siguientes aspectos:

  1. En primer lugar encontramos que lo específico del hombre es tener conciencia de sí. El hombre es autoconciencia, sabe que sabe; y es el único ser de la creación que tiene conciencia de que tiene conciencia. En otras palabras: tiene una conciencia refleja, es decir, una conciencia que vuelve sobre sí misma para pensarse y analizarse.

Esto lo dice expresamente Teilhard de Chardin, así: "La reflexión es el poder adquirido por una conciencia de replegarse sobre sí misma y de tomar posesión de sí misma como de un objeto dotado de su consistencia y de su valor particular; no ya sólo conocer, sino conocerse; no ya sólo saber, sino saber que sabe"

Este fenómeno de la conciencia de sí tiene incalculables e insospechadas consecuencias para el hombre. El hombre se desarrolla, así, en una esfera completamente distinta de las otras esferas de la creación.

Es un mundo distinto en donde hay:

    • abstracción y lógica

    • elección e invención razonada

    • matemáticas y arte

    • percepción calculada del espacio y de la duración

    • esperanzas y angustias

    • ansiedades y sueños de amor.

Esto mismo lo dice otro pensador en la siguientes forma: "Por la conciencia de sí mismo, por la conciencia del "yo", se sabe el hombre un "yo", y se define, como tal, frente a todo "tú". En cuanto "yo" posee el hombre su propio ser, su propia vida, pensamiento y volición, que son diferentes del ser, de la vida, pensamiento y volición de cualquier otro".

Del hecho de que el hombre tenga conciencia de sí podemos sacar algunas consecuencias importantes:

Esta conciencia que tiene el hombre de sí lo hace aparecer como algo único: es él y no otro; algo que no se repite, sino que subsiste único en el tiempo y singular en su condición.

Además se sabe el hombre subsistente, es decir, su ser no hace parte de otro ser. El hombre existe en sí mismo.

Por último el hombre se sabe dotado de una poderosa unidad interior e indivisión. Por eso todos sus actos, tanto interiores como exteriores, reciben del yo carácter unitario. A pesar de todos los cambios que sufre por su evolución natural, el yo subsiste como una unidad permanente.

Estos mismos pensamientos los enfoca de una manera sintética la Constitución "Gaudium et spes", cuando, al hablar del hombre, dice: "No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza, o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones...".

  1. Dando un paso más adelante, descubrimos que el hombre es también libertad. Mediante esta segunda nota el hombre aparece como superior en su ser, con respecto al ser de todos los sensibles.

    Dice el filósofo W. Luypen: "La libertad del hombre como sujeto entraña una cierta autonomía. No todo lo que es el hombre resulta de procesos y de fuerzas, sino que el ser del hombre como sujeto es un auto-ser. El hombre no se puede explicar por completo mediante sus antecedentes: el ser del hombre como sujeto es un ser-de-sí-mismo. El ser del hombre no es meramente ser una parte del cosmos, no es solamente un pertenecer al cosmos, sino que en tanto sujeto el hombre es subsistente y se pertenece a sí mismo".

    El hombre, entonces, se nos aparece como capaz de determinarse, dueño de sus actos. Tiene ante sí un horizonte ilimitado para que desarrolle sus potencialidades; por esto podemos llamarle un proyecto, más bien autoproyecto que tiene que realizarse, o mejor, autorealizarse.

    Mediante este tener-que-ser es como logra el hombre su plena realización y conquista de veras su libertad. El hombre puede llegar cada día a ser más libre.

    Esta libertad el hombre la conquista frente a los instintos, frente a la herencia y frente al medio ambiente. Veamos algunos pensamientos del psiquiatra Viktor Frankl, a este respecto: " El hombre tiene instintos, pero los instintos no le tienen a él...El hombre es un ser que frente a sus instintos siempre puede decir que no, y no tiene necesidad de decir siempre que sí...El hombre tienen instintos, el animal "es" sus instintos. En cambio, lo que el hombre "es", es su libertad, y eso por cuanto ella le es peculiar a priori e inamisiblemente, pues algo que yo "tengo" sin esa condición podría también perderlo." "Por lo que respecta a la herencia, precisamente la seria investigación de la transmisión hereditaria ha mostrado en qué medida el hombre, al fin y al cabo, posee libertad incluso frente a su predisposición..." "...Por lo que respecta al medio ambiente, nos encontramos con que éste tampoco determina la hombre, sino que más bien depende todo de lo que el hombre hace de él, de la actitud que adopta frente a él".

    Pero la libertad tiene una consecuencia importantísima para el hombre; al hacerse dueño de sus actos, se hace al mismo tiempo responsable de los mismos. La responsabilidad es otra característica del hombre. El hombre, en este sentido, sabe para qué es libre. Al ser responsable, el hombre acepta las consecuencias del ejercicio de la libertad. Acepta el tener-que-ser, el realizarse como persona humana, el darle un sentido a su existencia, a los valores creadores y vivenciales, y se compromete plenamente con todos ellos. "La responsabilidad del hombre es más que su libertad, en cuanto que él es libre de algo, mientras que es responsable de algo y ante alguien".

    Ante quién es responsable el hombre es una pregunta que contestaremos más adelante.

    ¿Qué nos dice la "Gaudium et spes" sobre la libertad del hombre? La libertad humana no la entiende el Vaticano II como un simple añadido al hombre, sino que por el contrario, piensa que es algo constitutivo y esencial. La libertad humana adquiere, así, una dimensión dramática, pues está en la mano del hombre el realizarse plenamente, o el frustrarse irremediablemente. Dice así el texto de la Constitución: "La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa".

    Según el documento conciliar, la libertad constituye la dignidad el hombre: "La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar el hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección".

    La libertad para el Concilio es algo que el hombre conquista progresivamente en su tener-que-ser. Es algo que se le da en germen, constitutivo de su condición humana, pero que tiene que conquistar y acrecentar mediante actos libres. "El hombre logra esta libertad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo creciente".

    Estos pensamientos nos dan a entender que el hombre realmente "conquista" la libertad si verdaderamente se "libera" de las muchas esclavitudes a que está expuesto en el plano intelectual, en el volitivo y en el afectivo.

    El Concilio, con fina psicología, nos da a entender que el desequilibrio y el desorden que acompañan a nuestra condición humana, es un dato del cual no podemos desentendernos. Desequilibrio y desorden que la moderna psicología profunda, por su parte, nos enseña también, hablándonos de un yo superficial que busca lo transitorio, lo material y lo mudable; y un yo profundo que quiere lo estable, lo eterno y lo trascendente. Por eso el documento del Vaticano II añade: "La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios".

  2. El tener conciencia de su interioridad y el auto-proyecto que es el hombre, nos descubren una nueva dimensión, la de su conciencia moral.

    Esto quiere decir, que el hombre posee en sí mismo la norma o ley de su actividad. El hombre es por esencia, un ser ético. La eticidad del hombre le compromete consigo mismo, con sus semejantes y con el Absoluto.

    Esta ley y norma que el hombre encuentra en sí mismo, para que sea válida y consistente debe tener un apoyo, algo en qué fundamentarse. El fundamento último de toda moralidad lo encuentra el hombre en el Absoluto.

    Ahora podemos contestar la pregunta dejada sin respuesta un poco más arriba. ¿Ante quién es responsable el hombre?, puesto que él no se responsabiliza ante sí mismo... Dice V. Frank: "¿Qué quiere decir esto? Que tiene que tener presente una norma objetiva; que al menos no puede ser él su propia norma. Lo ridículo que es el hombre cuando intenta hacerse a sí mismo su propia medida –no sólo moral y espiritualmente, sino también corporalmente– me lo ha mostrado un niño que a los cuatro años se acercó una mañana a su papá y le dijo: "Mira, papá, hace dos años era yo así de pequeñito, entonces no me llegaba más que aquí"; y señaló su propia cintura.

    Este alguien ante quien el hombre es responsable no puede ser una ficción, ni tampoco un mero ente ideal; debe ser personal. Por eso el autor anteriormente citado afirma: "El análisis existencial no estima que la conciencia (al menos en forma del super-yo identificado con la conciencia) sea una instancia sujetiva (es decir, emanada del sujeto), en último término auto-creada; más bien entiende que esta instancia no puede ser concebida sino como una instancia objetiva, por no decir absoluta...Ese ser personal que en su esencia trasciende al hombre y que tiene que ser por lo tanto de naturaleza superior al hombre, es a lo que desde muy antiguamente venimos llamando Dios".

    Este último pensamiento coincide en su esencia con lo expresado por la Constitución "Gaudium et spes", en estos términos: "En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto y aquello".

    Ante esta solicitud o "llamada", como prefieren decir otros autores, de su conciencia, está la íntima división o tragedia del hombre. Es curioso cómo el documento conciliar, en repetidas ocasiones, hace mención de esta situación humana. Escojamos algunos pensamientos para mostrarlo:

    "En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el interior del hombre"...

    "Como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad".

    "El hombre, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador".

    "Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas...Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas".

    Ante estos planteamientos, la Iglesia presenta su solución, enseñada por la revelación: "Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándolo interiormente y expulsando al príncipe de este mundo, que le retenía en la esclavitud del pecado".

  3. A pesar de lo que llevamos dicho: conciencia de sí, libertad y conciencia moral, que hacen del hombre un ser incomparable, y lo ponen en la cúspide de la evolución; "síntesis del universo material", como se expresa en el Concilio, el hombre se reconoce a sí mismo como un ente finito, como un ser contingente y limitado.

    Examinando sus procesos mentales y cognoscitivos se siente limitado; no conoce todo de una vez, sino que tiene que avanzar penosamente para desenmascarar la realidad y apoderarse de ella. Su voluntad no hace todo lo que quiere, y a pesar de sus idealismos y de sus ansias de amor, el egoísmo le carcome y le invade.

    Se siente un ser arrojado en la existencia, no puede evitar estar-en-el-mundo y con los demás. Ciertamente el hombre se reconoce como autor de sus actos, pero no se reconoce como el autor y la razón de ser de su existencia.

    Se siente el hombre un ser limitado por el espacio y por el tiempo, a pesar de sus deseos de inmortalidad y de su trascendencia cognoscitiva.

  4. Por último, hay un pensamiento que angustia soberanamente al hombre: el de la muerte. En su contingencia y limitación el hombre se sabe un ser-para-la-muerte.

La muerte: máximo enigma de la vida humana, como lo llama el Concilio. Ante la idea de desaparecer, de aniquilarse, el hombre tiembla. "Mi cuerpo mantiene constantemente viva la escena visible, la anima, la nutre. Cuando mi cuerpo se desintegra, mi mundo se pulveriza del mismo modo, y la completa disolución de mi cuerpo implica un rompimiento con el mundo, y al mismo tiempo la muerte: el fin de mi ser como ser-consciente-en-el-mundo, el fin de mi ser-hombre".

El documento conciliar también analiza al hombre como ser-para-la-muerte, cuando se expresa así: "El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo".

Pero la Iglesia "aleccionada" por la sabiduría que le viene de la Revelación divina se resiste a considerar al hombre solamente como un ser-destinado-a-la-muerte, y defiende vigorosamente su postura contra toda filosofía nihilista: "La semilla de eternidad que lleva en sí, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte...Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre".

Es, en definitiva, una victoria-sobre-la-muerte la que la Iglesia proclama para el hombre. Esta victoria está fundada en otra Victoria, la de Jesús, el Salvador de los hombres, que con su muerte y resurrección nos ha ganado la inmortalidad: "Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte".

 

  1. CONCLUSIÓN:

En este breve recorrido fenomenológico, y llegados al término de él, sólo nos cabe afirmar esta idea: EL HOMBRE ES UN GRAN MISTERIO.

Misterio que toda la filosofía moderna no hace más que corroborar, al leer, por ejemplo, los estudios antropológicos de sus más altos exponentes. Misterio que la psicología y psiquiatría modernas no cesan también de reconocer.

La filosofía ante muchos problemas humanos se siente impotente; llega ante esos problemas que se han denominado: problemas "tope". Y ante este resultado el hombre recurre a otra sabiduría más elevada.

Ante este problema del misterio del hombre sólo la revelación divina nos hace ver más claro; el hombre es un misterio, porque es imagen de Dios.

"Cada hombre es una palabra de Dios única e irrepetible, algo absolutamente nuevo e imprevisible que contra toda esperanza y expectativa no está puesto, en su origen, en las líneas del comportamiento del cosmos –que por consiguiente no se puede explicar totalmente por las líneas convergentes de la evolución o por un salto dialéctico–, y que en su plenificación, en su término final, desconcierta totalmente a la razón, puesto que la misma Palabra de Dios se hace hombre".