La Cruz y la Estrella
Fuente: Catholic.net
Autor: Domingo del Toro
No cabe duda que
judaísmo y cristianismo han estado en la arena de la polémica a lo largo de
este año. La película de Mel Gibson sobre la Pasión ofreció buena materia para
que rabinos y sacerdotes alimentaran la controversia en programas de
televisión, periódicos y revistas. En la UE la discusión se encendió cuando el
Presidente de la Comisión Europea dio a conocer con una encuesta que el
antisemitismo sigue presente en Europa; algunos llegaron a afirmar que la
causa está en la misma esencia de la religión cristiana.
Las preguntas van y vienen como dardos ¿La Iglesia católica ha condenado de
palabra y obra a los judíos? ¿Quién mató a Jesús de Nazaret? ¿El cristianismo
originó el Holocausto? ¿Pío XII calló? Las acusaciones levantan pasiones y se
corre el riesgo de interrumpir un diálogo fecundo. Es necesario acudir con
serenidad -dejando prejuicios y conservando las convicciones-, a los datos
históricos. La verdad se ha de buscar, si es preciso, desenmascarando mentiras
bien arraigadas.
A dos mil años de historia entrelazada no se puede dar una interpretación
reductiva y unívoca. En un período tan largo, donde queda implicada la mayoría
de la población del mundo conocido, se pueden encontrar casos de todo tipo
(hago la aclaración que con judíos me referiré a las personas que profesan
esta religión, no a los ciudadanos del Estado de Israel).
Ha habido luces y ha habido sombras. Sin embargo, el debate mediático -al
resaltar los conflictos- deja en la penumbra los períodos de diálogo y
cooperación. ¿Por qué no esbozar algunas luces? Reconocer que ha habido
encuentros positivos es afirmar la esperanza y la posibilidad del encuentro.
Puede sorprender. Roma, la ciudad santa de los católicos, ha tenido
comunidades judías ininterrumpidamente desde Constantino hasta la ocupación
alemana de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de muchas otras ciudades
del Viejo Continente, durante 1600 años nunca fueron expulsados de Roma.
Con mucha frecuencia los Papas han escuchado el grito de socorro de los
judíos. Prohibieron repetidamente el bautismo forzado. En el siglo XIII, un
tiempo socialmente difícil para el pueblo hebreo, Papas como Inocencio IV,
Gregorio IX, Gregorio X, Martín V y Nicolás se opusieron expresamente a la
terrible e infundada acusación del homicidio ritual.
Es poco conocido que el teólogo con mayor influencia en el mundo católico,
Tomás de Aquino, defendió que los hebreos súbditos de un príncipe cristiano
nunca debían ser obligados a convertirse. Más aún, existió una escuela de
pensamiento judía que tomaba como punto de partida la filosofía tomista.
Por otro lado, el mundo judío enriqueció a la cultura cristiana. En medio de
una situación convulsa, los hebreos fueron en muchos casos germen de
espiritualidad y cultura durante el Medioevo. Intelectuales hebreos como
Maimónides y Yehudà ha-Levi fueron fuente de renovación para el pensamiento
cristiano.
¿Qué decir de los gobernantes cristianos? Los espíritus más agudos supieron
ponderar los valores propios del pueblo heredero de la primera Alianza. Así,
los emperadores cristianos más grandes los defendieron. Carlo Magno, para
impulsar un renacimiento cultural, acogió a hebreos en su corte. En 1544,
Carlos V rechazó oficialmente acusaciones y calumnias en contra de ellos.
El siglo XX nos ofrece una paradoja dramática. La persecución más espantosa
del pueblo judío por parte de un régimen pagano. El comunismo regó la sangre
del mayor número de mártires cristianos en la historia. Y en este cuadro
desolador, encontramos las señales más grandes de fraternidad entre judíos y
cristianos.
Ya en 1938 -con Hitler en el poder ultimando detalles para comenzar la guerra-
Pío XI condenaba tajantemente el racismo: "Abraham es nuestro patriarca... el
antisemitismo es un movimiento en el cual los cristianos no podemos tener
ninguna parte. Espiritualmente nosotros somos semitas” (La Croix, 16 Sept.
1938).
De Pío XII, papa durante la terrible guerra, se podría decir: ¿qué más pudo
hacer por los hebreos perseguidos y no hizo? Fotos de los hebreos acogidos en
la residencia de verano del Papa. Filmaciones de judíos en uniforme de guardia
pontificia. Testimonios de centenares de judíos salvados gracias a
instituciones católicas romanas. El mismo rabino de Roma que cambió su nombre
por Eugenio en honor de este Papa. Cartas y trabajo diplomático incesante. En
síntesis éste es el legado de Pío XII: acciones concretas de amor al hermano.
5,000 judíos salvados sólo en Roma.
De la forma más solemne y radical, la Iglesia consolidó las bases del
acercamiento en el Concilio Vaticano II. El documento
Nostra Aetate, aprobado prácticamente por la unanimidad de los
obispos, invita a la cooperación, condena la discriminación y añade que los
judíos “son muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se
arrepiente de sus dones y de su vocación”.
Por último, Juan Pablo II, el Papa venido de Polonia, ha tenido gestos de
cariño y respeto que han pasado a la historia. Visitó la sinagoga de Roma, ha
orado en el muro de las lamentaciones de Jerusalén, les llama “hermanos
mayores”, etc. No podemos olvidar que desde su juventud hizo entrañables
amistades con judíos y compartió con ellos la persecución nazista y comunista.
Para el judío, para el cristiano y, más simple, para el hombre, estos
testimonios señalan cómo se recorre el camino de la esperanza: la religión
auténtica es causa de paz, espiritualidad, cooperación y crecimiento.