TEOLOGÍA DE LA TENTACIÓN:

FRENO Y ESTÍMULO


1. 

La tentación: ¿ha de verse como mala? ¿Cuándo y cómo se 
supone que fue tentado Jesús? La tradición sinóptica ante su 
experiencia tentacional. El relato de Marcos: concisión y mensaje. 
Los relatos de Mateo y Lucas: ¿fruto de una elaboración personal? 
Cada una de sus tres tentaciones, ¿qué pretende realzar? La 
experiencia tentacional de Jesús, ¿cómo traducirla a catequesis? 
Pistas para sublimar las tentaciones personales y convertirlas en 
crisol depurador. 
Muchos creyentes se resisten a admitir que Jesús, estando 
inmune de pecado, experimentara la tentación. Quienes así 
arguyen, la consideran un mal. Sobre todo si su inspirador es el 
diablo. Y yo pregunto: ¿por qué? A mi entender, la tentación no es 
ni buena ni mala. sino simplemente necesaria. Viene exigida, en 
efecto, por nuestra debilidad. A esta, ¿cómo fortalecerla? 
¡Acrisolándonos! Pues bien; la tentación oferta tal crisol. ¿Qué 
haríamos los humanos sin ella? 
En mis años de seminarista oí referir una anécdota 
protagonizada por un colega a quien sobraban ansias de 
superación. Tanto que siempre apostaba por lo mejor. Ello no le 
libró, sin embargo, de una aguda crisis que a muchos desconcertó. 
El aspirante a santo -consciente de su tragedia- buscó alivio en la 
confesión. Y al decir de las malas lenguas, se expresó más o 
menos así: "Me acuso de estar acosado por una tentación 
horrible". El sacerdote le preguntó: "¿Y en qué consiste?". 
Acopiando valor, se sinceró: "Mi afán de perfección me hace 
aspirar a obispo". Tras la reja de mimbre, una voz trémula lo 
serenó: "Consiente, hijo, consiente".
Ignoro si es historia o ficción. Mas, en todo caso, patentiza que 
no toda tentación ha de verse como mala. Puede activar la 
indolencia y hasta ahuyentar los complejos. Y nada de ello es 
negativo. ¿Sabes lo que sí es malo, amigo lector? Ceder ante los 
envites de cuanto cuestiona el compromiso. La persona 
descomprometida es fácil presa del caos.
¿Fue, pues, tentado Jesús? ¡Claro que sí! Igual que el resto de 
los mortales. Con una salvedad: donde los demás claudicamos, él 
siempre resistió. Por eso la tentación, lejos de asfixiarlo, lo depuró. 
Tal es, al menos, la tesis de los sinópticos. Esta, como nadie 
ignora, conecta las tentaciones de Jesús con su bautismo en el 
Jordán. ¿Qué decir? Tal encuadre dista mucho de ser ficticio. De 
hecho, Jesús -para activar su compromiso- tuvo que ahuyentar la 
indolencia.
En casos así, suele sentirse una voz interior, pronta siempre a 
aconsejar: "¿Por qué has de meterte donde nadie te llama? ¿No 
estabas a gusto sin problemas? ¿Has pensado adónde puede 
llevarte tu decisión? ¿Has medido las consecuencias? ¿No sería 
preferible dar marcha atrás?". Son los alegatos de la comodidad. 
¿Quién no los ha escucha- do más de una vez? Pues bien..., ¡con 
ellos topó Jesús! 
La tradición sinóptica ubica su experiencia tentacional en los 
aledaños del desierto, antes de iniciar su vida pública. No creo 
desacertado su encuadre. Debo, no obstante, añadir que Jesús 
pulsó la tentación a lo largo de toda su vida. Los sinópticos, en su 
afán de tornarla catequesis, la limitan a un período concreto de su 
existencia. ¿Qué decir? Cierto que a la sazón fue tentado. Pero en 
otras ocasiones... ¡también! Lógico es ver, pues, esos relatos 
como síntesis de su experiencia tentacional.
Toda la tentación de Jesús estuvo polarizada por su entrega al 
ideal. Cuando, a raíz de su bautismo, tomó conciencia de su 
mesianismo, se consagró sin reservas al anuncio del reino. Ahora 
bien, ¿no hablaba este de justicia y amor? Lógico, pues, que su 
proclama soliviantase a cuantos apostaban por el egoísmo. Y estos 
-¿cómo olvidarlo?- detentaban el poder. Siendo así, el proyecto de 
Jesús por fuerza debía chocar con los poderosos. Ante tal realidad 
¿cómo no sentir duda y angustia? Pues bien, con ellas ha de 
asociarse la tentación de Jesús.

1. ¿Tentación o tentaciones? 
Los sinópticos consignan diversas tentaciones de Jesús, cada 
una de las cuales se encuadra en un marco concreto. Ello no 
excluye, sin embargo, que todo acoso a nivel de vivencia se ajuste 
a un mismo patrón: incitar al "no" donde se impone el "sí". ¿No has 
experimentado, lector amigo, tal sensación? Yo sí la he sentido en 
multitud de ocasiones. Y en todas con bastante intensidad. ¡Cómo 
hechiza la indolencia! 
Creo, por tanto, que la tentación es única, aunque con un sinfín 
de matices. En el fondo, todo ser humano siente un bloqueo 
interior ante el reto del compromiso. Pues bien..., ¡en ello consiste 
la tentación! Me impresiona saber que infinidad de creyentes la 
restringen -¡cuánta pena da!- a los dominios del sexo. Son por ello 
proverbiales las tentaciones contra el sexto mandamiento, el cual 
constituye para muchos el gran caballo de batalla. Quienes así se 
expresan, son víctimas del más indignante atropello. ¿Cómo no 
inmutarse, sabiendo centrada en torno al sexo una tentación que 
-vista desde el evangelio- rasga a jirones el alma? ¡Es la persona 
-no sólo su cuerpo- quien sufre su acoso! Toda tentación pone a 
prueba al individuo. ¿Cómo? Cerrándole las compuertas de su 
realización. Nada hay tan nefasto como rendir culto a la indolencia. 
Quien tal hace, aboca a la frustración.
Hace años visité a unos amigos en un pueblecito castellano. Sus 
habitantes eran -¿cómo no?- rudos, enjutos y curtidos por la vida. 
Me sorprendió, no obstante, la cachaza del tío Froilán, cuya 
obesidad contrastaba con la flacidez de sus paisanos. La 
explicación, aun sin pedirla, me la dio un cuñado suyo: "Froilán -así 
me espetó- se ha pasado la vida sin dar golpe". Era, pues, experto 
en vagancia.
Un día, en una animada tertulia, se abordó el tema de las 
tentaciones. Froilán no perdía comba. Y, al cotejar las vivencias, su 
testimonio no pudo ser más explícito: "Yo llevo años sin sentir 
ninguna tentación". Su cuñado, aunque mordiéndose los puños, 
logró contenerse. Pero, al terminar el coloquio, me dijo con sumo 
aplomo: "¿Se ha fijado en Froilán? El muy osado presume de no 
ser tentado. ¿Cómo va a serlo si nunca hace nada?". Siempre me 
ha entusiasmado la filosofía popular. ¡Qué bien realzó aquel señor 
el cariz de la tentación! 
Esta emerge cuando se activa el compromiso. Al menos tal es la 
catequesis sinóptica donde se muestra cómo Jesús, a raíz de su 
bautismo, dio un nuevo impulso a su vida. Y entonces..., ¡surgió la 
tentación! Esta, aunque con diversas modalidades, pone brida a su 
ideal. Por ello el cuarto evangelista sugiere que Jesús jamás se vio 
libre de sus embates (Jn 12,23-28). En cambio, los sinópticos la 
asocian con su bautismo, sugiriendo que el "espíritu" recibido allí lo 
adentró en el desierto para que lo acosara el diablo (Mc 1,10; Mt 
3,16; Lc 3,22).
Hoy se cuestiona cada vez más el sentido histórico de esos 
relatos (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). ¿Cómo imaginar, de 
hecho, a Jesús vagando cuarenta días por el desierto sin comer y 
sin beber? ¿Pudo el diablo transportarlo desde allí hasta la cima 
de un monte o hasta el pináculo del templo? ¿Pudo contemplar 
todos los reinos del mundo desde tan fantástica montaña? Tales 
supuestos sólo son suscritos por ingenuos o integristas. El resto 
apuesta por una explicación metafórica. Mas, ¿cómo lograr que 
esta interpele a la vida? 
La critica renuncia hoy a las disquisiciones especulativas. Clama 
más bien por un análisis de cada relato, en busca de pistas para 
fraguar una catequesis de la tentación. Cierto que cada relato es 
como un módulo literario, en el que se vierte una vivencia de 
Jesús: su lucha contra las insidias del "maligno". Sé muy bien que 
este se supone encarnado por el diablo o satanás. Pero este: 
¿quién o qué es en realidad? 
No se me oculta que hoy muchos niegan la existencia del diablo. 
¿Qué decir? Tal encuadre mal se aviene con la fe católica. En mi 
opinión, la polémica no debiera centrarse en la existencia o no de 
satán, sino más bien en precisar lo que es.
Me ocurrió hace sólo un par de meses. Mi conferencia versaba 
sobre el pecado. Se explica, pues, que aludiera con cierta 
frecuencia al mal, implican- do -aunque de soslayo- al tan manido 
satán. Un señor hacía continuas muecas no sé si de rechazo o de 
perplejidad. En todo caso, al finalizar mi exposición, me increpó con 
virulencia: "¿Querrá usted hacernos creer que existen esos 
'diablejos' con rabo y cuernos, y hasta con alas de murciélago?". 
Te confieso. Iector amigo, que su objeción, lejos de contrariarme, 
provocó mi hilaridad.
Yo tampoco creo en esos "diablejos" que, con tan vívidos 
colores, nos describe la tradición. Sí acepto, en cambio, que satán 
actúa en la interioridad misma del ser. ¿Cómo justificarlo? Muy 
simple: ¡he sentido sus acosos! No ignoro que los agnósticos los 
entienden como simple revulsivo psicológico. Allá ellos con su 
explicación. Yo, como creyente, me aferro a una doctrina cuyo 
arranque busco en Jesús. Y este me habla de acometidas del mal 
que los sinópticos asignan a satán. Se impone familiarizarse, pues, 
con su forma de abordar la temática.

1.1. Jesús tentado: visión de Marcos 
Marcos es tan incisivo como escueto. Supone, en efecto, que 
Jesús -tras su bautismo en el Jordán- es empujado por el "espíritu" 
hacia el desierto para que allí lo tiente Satanás (Mc 1,10). Y este 
no cesa de acosarlo durante sus cuarenta días de ayuno total. A 
ello ha de añadirse un detalle de sumo interés: Jesús pasó su 
cuarentena en compañía de las fieras (Mc 1,13). ¿Cómo pudo ser 
verdad, si en aquel desierto nunca las ha habido? 
La critica actual entiende esta alusión marcana como un eco del 
vaticinio mesiánico (Is 11,6-8), donde se supone que -al 
instaurarse el reino- hasta las bestias feroces convivirán con los 
hombres. ¿No es Jesús el mesías? Lógico, pues, que el autor vea 
cumplida en él aquella expectación profética. Se trata, a mi 
entender, de un encuadre mesiánico. ¿No podría connotarse con 
él que Jesús es tentado cuando decide ejercer de mesías? 
El autor no desdobla la experiencia tentacional de Jesús. Se 
limita a suponerlo acosado por Satanás, el cual intenta apartarlo 
de su compromiso mesiánico. No obstante. Jesús se mantiene fiel a 
su proyecto por lo que recibe el apoyo de los ángeles. Es una 
forma vívida de consignar cómo vela por él Dios cuando decide 
anunciar su Reino.
Pienso que el evangelista plasma con certeras cinceladas la 
vivencia de Jesús a apostar por el anuncio del Reino. ¿Quiere ello 
indicar que antes no apostara por él? ¡En modo alguno! Los 
sinópticos se limitan a sugerir que, a raíz de su bautismo, tomó 
conciencia de un compromiso real aunque latente.
Intuyo que más de un lector se pregunte: "Y eso, ¿qué quiere 
decir?" Intentaré clarificarlo con una anécdota vivida en mi 
juventud. Durante mi estudios teológicos, un compañero 
descollaba por su sensibilidad hacia la marginación: le atraían los 
pobres, los gitanos, los enfermos y los proscritos. Casi osaría decir 
que nació con tal carisma, aunque nunca hiciera uso de él. Pues 
he aquí que, al finalizar los estudios, asistió a un cursillo de 
cristiandad donde -¡de repente!- se sintió impulsado a misionar. Y, 
tras no sé cuántos años, sigue mimando a sus pobres en una 
alejada misión de América.
Algo así pudo ocurrirle a Jesús. Fue en el Jordán donde hizo su 
"cursillo". Y este le despertó una vocación mesiánica que ya 
comenzara a incubar en el vientre de su madre. Jesús era, pues, 
mesías desde que María lo concibió. Sólo que, para actuar como 
tal, precisaba el espaldarazo divino. Lo recibió en su bautismo, al 
concienciarse de ser el mesías de Dios. ¡A veces se tarda mucho 
en saber lo que se es! Piénsese, por ejemplo, en un poeta. 
Siéndolo, nace ya con la inspiración. Pero, ¿cuándo la descubre? 
Puede tardar muchos años. Mas sólo entonces comienza a 
componer versos. Ello explica que Jesús no ejerciera de mesías 
hasta su cursillo en el Jordán.
Lógico, pues, que el evangelista vea en su tentación acrisolado 
su compromiso. Este le exigía enfrentarse al poder del mal, cuya 
tiranía compartimos los humanos. Para constatarlo, basta pulsar 
nuestra interioridad. En ella prima la angustia cuando no el caos. 
Tal situación tiene un causante: el pecado. Pues bien, contra él 
lucharía Jesús. Siendo así, ¿cómo extrañarse que el mal campara 
por sus fueros? Y al hacerlo, trató de cerrarle el camino.
La visión marcana invita a adentrar la experiencia tentacional en 
la interioridad de Jesús. Es allí donde el mal se afana por imponer 
su ley. ¿Y sus resultados? No pueden ser más elocuentes: en 
todos lo logra..., salvo en Jesús. Este jamás cede ante sus 
halagos. No se lo permite su compromiso con Dios. Vista así, la 
tentación se toma crisol. Lejos de entorpecerlo, afianza su ideal.
El evangelista erige en paradigma la vivencia de Jesús. Cuanto 
él siente en el desierto, sirve de pauta al creyente. También 
nosotros acusamos las insidias del maligno. ¿Dónde? En cuantos 
frenos internos bloquean nuestro afán de perfección. Nadie se libra 
de sus envites. Pues bien, ante ellos sólo sale airoso quien 
encarna la actitud de Jesús.

1.2. Jesús tentado: visión de Mateo y Lucas 
Estos ajustan la experiencia tentacional de Jesús a un módulo 
literario más elaborado. La desglosan en tres momentos 
(desierto-monte-templo), cada uno de los cuales realza un porte 
concreto del protagonista. ¿Por qué analizo a la vez el sentir de 
ambos evangelistas? Más de un técnico impugnará mi método. Sin 
embargo, yo no escribo para ellos, sino para los creyentes de a 
pie. Y estos sí que sabrán disculparme. Sobre todo al comprender 
que, si tal hago, es para evitarles complejidades. De hecho, los dos 
autores -a pesar de sus diferencias- encuadran en un mismo 
marco la tentación de Jesús.
Para clarificar este punto, recurro de nuevo al símil. Supongo, en 
realidad, que Jesús sintió muy hondo las acometidas del mal, el 
cual le sacudió desde dentro. Sin embargo, los evangelistas 
-escribiendo para comunidades con escasa formación cultural- 
exteriorizan tal vivencia. ¿Cómo? ¡Plasmándola en un triángulo! 
Fíjate en él, amigo lector. Cada uno de sus ángulos realza un 
aspecto concreto de esa tentación que Jesús jamás cesó de sufrir. 
Mientras se halla en el desierto (ángulo primero) se supone 
atacado por la desconfianza; en el monte (ángulo segundo) se 
pone a prueba su compromiso; en el templo (ángulo tercero), se 
apela a su vanidad. Pero, ¿cómo no descubrir en los tres, diversos 
aspectos de una misma vivencia? 
Cada evangelista dibuja a su manera el triángulo. Por ello, aun 
siendo idéntico su enfoque, varía la formulación. Así, mientras 
Mateo sugiere que la tentación comenzó después de sus cuarenta 
días de ayuno (Mt 4,2), Lucas la asocia con ellos (Lc 4,2). Ambos, 
coincidiendo en conectar con el desierto el primer envite diabólico, 
difieren en el orden de los otros dos: templo y monte (Mateo); 
monte y templo (Lucas). ¿Cuál de ambos encuadres ha de verse 
como auténtico? Es esta una pregunta que cada vez halla menos 
eco entre los creyentes.
¿Por qué? La explicación es muy simple: hoy casi nadie piensa 
que Jesús fuera tentado, tal como sugieren estos autores. ¿Quién 
cree, en efecto, que permaneciera una cuarentena en el desierto 
sin comer y -sobre todo- sin beber? Si Jesús era un hombre como 
tú y como yo, no pudo realizar tal gesta. Y que nadie apele al 
milagro. No dudo que pudiera hacerlo Dios. Pero este suele 
reservarlo para mejor causa.
Al evocar lo absurdo de ese ayuno, viene a mi mente un 
recuerdo agridulce. Fuimos sus protagonistas un sacerdote chileno 
y yo. Ambos nos adentramos en el desierto de Judá -escenario del 
presunto ayuno de Jesús- para visitar la excavación de unos 
afamados arqueólogos españoles. Llegamos sin novedad. El 
problema surgió al regreso. ¿Por qué? ¡Nos perdimos en el 
desierto! ¿Cuánto tiempo? Unas tres horas. Las suficientes para 
acusar una galopante deshidratación que casi nos deja resecos. 
¡Como para que Jesús permaneciera cuarenta días allí sin ingerir 
sólido ni líquido! 
Tales anomalías me invitan a liberar los relatos de su atuendo 
mítico. Esos tres momentos (desierto-monte-templo) son más 
teológicos que cronológicos, ofreciendo un decorado ideal para 
ambientar la vivencia. Y es en esta donde se impone insistir. Sólo 
así se captará lo que debió superar Jesús. El análisis invita a verlo 
como el nuevo Israel. ¿Por qué? Muy sencillo: su forma de afrontar 
y superar al maligno evoca la experiencia de los israelitas en el 
desierto. También ellos fueron tentados. Con una salvedad: el 
nuevo Israel (Jesús) triunfa donde el antiguo sucumbiera.

1.3. La tentación del nuevo Israel.
Los evangelistas presentan a Jesús como nuevo Israel (Mt 5,17; 
11,27; Jn 5,19-36), el cual cataliza los relatos de las tentaciones. Y 
es lógico, pues en ellos Jesús restaura el orden quebrado por los 
israelitas en su estancia en el desierto. La tradición evoca, en 
efecto su infidelidad, la cual alcanza su culmen en los tres 
episodios siguientes: murmuraciones antes del envío del maná (Ex 
16,1-3), engreimiento en Masá (Ex 17,1-7) y culto idolátrico en el 
Sinaí (Ex 32,1-10). La obstinación del pueblo hizo que Dios le 
retirara su confianza. Pues bien, lo contrario sucede con Jesús.
Este decide conquistar una nueva tierra prometida. Y para ello 
debe recorrer el camino que separa la esclavitud (pecado) de la 
libertad (gracia). ¿No fue tal el objetivo de los antiguos israelitas? 
¡Por supuesto! También ellos trocaron su cautiverio (Egipto) en 
liberación (Canaán). Mas tal cambio no fue fácil. Tuvieron que 
atravesar un árido desierto, quedando a merced de la tentación. Y 
ellos, ¿qué hicieron? Sucumbir. Su estancia en el eremo (cuarenta 
años) es la historia de un fracaso. ¿Ocurre igual con Jesús? ¡En 
modo alguno! Su andadura a través del desierto (cuarenta días) se 
erige en expresión de triunfo.
Los sinópticos conectan con Jesús la experiencia tentacional del 
nuevo Israel. Este quiere liberar al hombre del maligno cuya 
hegemonía arranca del paraíso terrenal. ¿Cómo derrocarlo? 
Entablando una lucha encarnizada con él. Y esto es lo que hace 
Jesús. ¡Tiene que arrebatarle el mundo! Mas su conquista no 
puede improvisarse. Antes se ha de estudiar la estrategia. 
¿Dónde? Jesús -nuevo Israel- se adentra para ello en el desierto, 
reviviendo la experiencia del pueblo de Dios. También él será 
tentado por las fuerzas del mal. Pero con una salvedad: donde el 
antiguo Israel cosechó derrotas, el nuevo no cesa de triunfar.
Los sinópticos se inspiran, pues, en la experiencia del éxodo 
para cincelar el combate entre Jesús y Satanás. Este se afana por 
cerrarle el camino a fin de evitar el descalabro. Su estrategia es 
muy sutil. No tanto, sin embargo, como para domeñar a Jesús, 
cuya entereza se antoja proverbial. Por ello han de imitarlo los 
creyentes. De hecho, nada de cuanto le acaece a él, nos resulta 
extraño a nosotros. Todos compartimos el mismo tendón de 
Aquiles. Nos obceca, en efecto, la desconfianza, la indolencia y la 
vanidad. Son las ofertas del maligno. Este también se las hizo a 
Jesús. Mas él no se dejó atrapar.
La figura del nuevo Israel, que subyace en todos esos relatos, 
clama a gritos por desmitificar la tentación. ¿Cómo? Tal es la 
incógnita que la crítica se afana por despejar. Para ello invita a 
superar el literalismo, engarzando con un mensaje donde la 
historia se diluya en catequesis. Más que ver, pues, a Jesús 
llevado de un lugar a otro por Satanás, se impone saberlo 
enfrentado a esa fuerza del mal que todos sentimos dentro. Y sólo 
doblegando su ímpetu, gestaremos libertad. Vista así, la tentación, 
más que acongojar, acrisola.

2. Teología de la tentación 
No se me oculta que estos relatos han calado hondo en la 
conciencia de los creyentes. ¿Quién no recuerda las estampitas 
donde un diablo, con cuernos, hace travesuras ante Jesús para 
que este se lance al vacío? Escenas así, ¡cómo activan la fantasía! 
Te confieso, amigo lector, que ni aun de niño me fascinaron. 
¿Motivo? ¡Lo ignoro! En todo caso, agradezco de veras a Dios que 
-al menos en este tema- me ahuyentara la ñoñez.
Nadie ignora los esfuerzos del séptimo arte por autenticar la 
figura de Jesús. En mi opinión, sus logros han sido más bien 
escasos. Por ello suelo evitar las películas que se interesan por él. 
Tal rechazo arranca ya de mi infancia. Tengo aún muy vivo, en 
efecto, el recuerdo de "La historia más grande jamás contada". 
Creo que tal era el título del largometraje. Aun sin ser cinéfilo, me 
gusta el celuloide. Y de ordinario, resisto hasta el final. No me 
ocurrió así con aquella `'historia". La aguanté hasta la tentación del 
monte. Pero, al ver al diablo con hábito y cordón de franciscano, 
hasta sentí claustrofobia. Y, en vez de seguir indignándome, me 
salí.
Considero nefasto desvirtuar así la vivencia de Jesús. Este tuvo 
que topar obviamente con el mal para expandir el bien en el 
mundo. Ambas fuerzas siempre se han disputado su dominio. 
¿Qué hacer? Optar por un orden de valores concreto: ¿el de la 
esclavitud (Satanás) o el de la libertad (Jesús)? He ahí el gran 
dilema que desde su origen catalizó la historia del hombre. Este, 
aun sabiéndose a merced del mal, siempre suspiró por el bien. 
¿Cómo lograrlo? Su debilidad hizo vanos sus intentos. Por ello vino 
en su ayuda Dios.
La historia del pueblo elegido es como un eco de su oferta. Le 
muestra en efecto, el camino que adentra en la libertad. Se trata, 
no obstante, de un recorrido pródigo en obstáculos. ¿Cómo 
sortearlos? El antiguo Israel sucumbió en el empeño. ¿Y el nuevo? 
La respuesta la brinda Jesús. Su forma de afrontar la tentación 
ofrece, en efecto, una catequesis interpelante con fuerza para 
avivar el compromiso.
Renuncio, por tanto, a reconstruir esas tentaciones que -según 
los sinópticos- debió superar Jesús. Todas se forjaron en su 
interioridad. Mas, ¿acaso cuanto se vive dentro es menos real que 
lo acontecido fuera? Jesús pulsó ciertamente los envites del mal, 
pero, ¿de qué sirve consignarlos? Lo que de verdad interesa es 
ver cómo los conjuró Jesús. Ello explica que la crítica busque ante 
todo el mensaje de esos momentos que galvanizan su experiencia 
tentacional.
Esgrimiendo tales criterios, acaso resulte eficaz el estudio de 
esos relatos. En ellos descubre el creyente un modelo al que imitar 
cuando ve frenadas sus ansias de libertad. Mas tales frenos han 
de buscarse dentro. Así nos lo enseña Jesús.

2.1. Tentación en el desierto 
Su coreografía es muy simple. Jesús, tras un ayuno muy 
prolongado, acaba por sentir hambre. Y entonces entra en escena 
el tentador, brindándole la solución. Aun admitiendo la carga mítica 
de este relato, impacta su coherencia. Pero, en el fondo, ¿dónde 
ubicar la tentación? Nadie será tan ingenuo como para vincularla 
con un apremio de índole biológica. Quien calma el hambre, pone 
fin, no a una tentación, sino a una necesidad.
La experiencia tentacional de Jesús ha de asociarse con las 
palabras que supuestamente le dirige Satanás: "Si eres hijo de 
Dios, di que esas piedras se conviertan en panes" (Mt 4,3). Tal 
frase no puede menos de sorprender. De hecho, por mucha 
hambre que tuviera Jesús, ¿era preciso convertir en panes todas 
las piedras del desierto? ¡Qué absurdo! Así lo aprecia ya Lucas, 
introduciendo una sustanciosa modificación. A su entender, el 
diablo le habría dicho: "Si eres hijo de Dios, di a esta piedra que se 
convierta en un pan" (Lc 4,3). Al menos así, la insidia del tentador 
se antoja más verosímil.
Ahora bien ¿para qué debe Jesús convertir un pedrusco en una 
hogaza? La respuesta parece obvia: ¡para comérsela! Si tal fuera 
¿dónde está la tentación? Ya indiqué antes que todo ser humano, 
al acosarlo el hambre, tiene derecho a calmarla. Siendo extrema la 
hambruna -¿no lo es la de Jesús?-, puede recurrirse incluso al 
portento. ¿Verdad que tú también lo piensas así, amigo lector? 
Sólo un estúpido osaría impugnarlo. Si es, pues, tan obvio 
¿pudieron no verlo los evangelistas? 
Ello invita a situar la tentación en otro plano. Y este viene 
insinuado, no por la sugerencia de satán, sino por la respuesta de 
Jesús. Dice así: "Está escrito: 'No sólo de pan vive el hombre"` (Lc 
4,3). Escrito~ ¿dónde? La frase aparece en Dt 8, 3. Allí se 
amonesta a los israelitas para que no reiteren la estupidez del 
desierto. ¿Cuál? La respuesta viene ofrecida en Ex 16,2-3, donde 
se rebelan contra Dios al sentir la comezón del hambre. Sentirla no 
es tentación. Sí lo es en cambio desconfiar de la divinidad.
Pues bien, en este contexto ha de encuadrarse la primera 
tentación de Jesús. Este, encarnando la experiencia del antiguo 
Israel, se supone incitado por el tentador a compartir su rebeldía. 
¿Cómo? Retirando a Dios la confianza debida con una actitud 
rayana en la insolencia: convirtiendo una piedra en un pan. Quien 
afronta así los problemas, contraviene los planes divinos. Por eso 
rechaza la oferta Jesús: "No sólo de pan vive el hombre". Es decir, 
nada debe empañar la total entrega a Dios. Sólo con ella hollará el 
hombre, con pie firme, el futuro.
La tentación en el desierto, contemplada desde esta óptica, se 
torna catequesis. Todo creyente se sabe invitado por ella a 
depositar toda su confianza en Dios. Incluso en los momentos más 
críticos. ¿Quién no siente en ellos un vivo afán de rebelarse contra 
sus designios? 
Hace años conocí a un personaje bastante estrambótico. Su vida 
era un perenne zigzag. Me recordaba los gráficos de un 
electrocardiograma. Tan pronto iba hacia arriba como hacia abajo. 
Eso sí, en los momentos de euforia, desbordaba heroicidad: 
grandes ayunos, horas de oración y renuncias al por mayor. Sólo 
que, al acosarlo la depresión, se mecía en la indolencia. Y mientras 
se afincaba en ella, era inútil toda soflama. Menos aún si se 
mencionaba a Dios. ¿Fiarse de él? ¡En absoluto! Le resultaba más 
cómodo sumirse en la inconsciencia. Renunciando al compromiso 
(palabra de Dios), se aferraba a la mezquindad (mendrugo de 
pan). ¿Olvidaba acaso que "no sólo de pan vive el hombre"? No 
soy yo quién para enjuiciarlo. Sin embargo, pido a Dios que me 
libre de una actitud así.
En realidad, los humanos somos a veces tan estúpidos que, en 
vez de alimentarnos con la palabra divina, suspiramos por un 
prodigio que convierta la piedra en pan. ¿Cuándo 
comprenderemos que jamás servirá de alimento un pan que aleje 
de Dios?

2.2. Tentación en el monte 
Su escenario ha sido asociado por la tradición con el "djebel 
qarantal (monte de la cuarentena), sito al noreste de Jericó. Es 
impensable que Jesús, desde su cima, contemplara todos los 
reinos del mundo. Ha de tratarse, por tanto de una visión 
imaginaria que los sinópticos suponen brindada por el tentador. Y 
este la acompasa con la más sugestiva oferta "Todo esto te daré si 
te postras y me adoras" (Mt 4.9/Lc 4,6b-7). Mas, en caso de 
aceptar Jesús habría incurrido en flagrante idolatría.
Esta presunta tentación no encierra ninguna falacia. En realidad, 
satán brinda un traspaso de poderes. El mundo: ¿no es acaso su 
patrimonio? No en vano, la misión de Jesús estriba en 
arrebatárselo. Pues bien, el diablo le evita el esfuerzo. Lo deja en 
sus manos con una condición: aceptarlo a él como dios. El diablo 
pone, por tanto, sus cartas sobre la mesa. Lejos de engañar a 
Jesús, le propone un trueque: el mundo a cambio de la adoración.
¿Quién no ha sentido alguna vez el ansia de poder y gloria? 
Pues tal es lo que, a decir de Lucas (Lc 4,5), ofrece el satán a 
Jesús. Cierto que ambas metas son legítimas. Tanto que todo ser 
humano puede aspirar a alcanzarlas, sin topar por ello con la 
tentación. Esta ha de asociarse más bien con lo que satán pide a 
cambio. Darle culto a él, supondría proclamarlo dios. ¿Podría 
avenirse a ello Jesús? 
Su reacción no admite réplica: "Está escrito: "Has de adorar al 
Señor tu Dios, dándole sólo a él culto" (Mt 4,10/Lc 4,8). Escrito, 
¿dónde? Una vez más debe evocarse una frase del Deuteronomio 
(Dt 6,3), cuyo autor quiere conjurar con ella los riesgos de la 
idolatría. Y, al hacerlo, evoca lo ocurrido en el Sinaí, cuando los 
israelitas adoraron al becerro de oro (Ex 32.1-10). Tal culto 
atentaba frontalmente contra la fe monoteísta. Por ello debía 
erradicarse del pueblo. 
Jesús revive la misma experiencia. También él siente los envites 
de un culto idolátrico a cambio de poder y gloria. ¿Qué mayor 
honor podía ambicionar que adueñarse así del mundo? La 
postración le habría ahorrado todo esfuerzo, muerte incluida. 
Podría, por otra parte, blasonar de triunfador. ¡Misión cumplida! El 
mundo a sus pies sin quemar un solo cartucho. ¿Cómo no 
fascinarse ante tal oferta? 
Sin embargo, el nuevo Israel se mantiene firme. ¿Motivo? Dar 
culto a cambio de gloria y poder supondría postergar a Dios a un 
plano secundario. Siendo así, ¿cómo activar el compromiso? Este 
jamás pacta con la traición. Para eso ambos sinópticos realzan la 
firmeza de Jesús, al rehusar cuanto el tentador decide ofrecerle.
Pienso que con ello se refleja una vivencia real de Jesús. 
¿Acaso él, siendo humano como tú y yo, no sintió el afán de 
dominio? Y más aún al emprender la conquista del mundo cuyo 
dueño era Satanás. ¡Cuántos obstáculos en su camino! Jesús tuvo 
que acusar la angustia que fluye de la pequeñez. ¿Cómo 
adueñarse de un mundo tan opuesto a su mensaje? Tal gesta 
podría parecerle casi imposible. Mas he aquí que satán se la pone 
en bandeja. Esto, traducido a vivencia, acaba convulsionando el 
alma. Tal es lo que se supone ocurrió a Jesús. ¿Quién no siente 
escalofríos ante una tentación así? 
Los evangelistas la convierten en catequesis. No en vano todo 
creyente acusa idénticas acometidas. Sé que muchos de mis 
lectores se resistirán a verse reflejados en esta tentación de Jesús. 
Ellos nunca han sentido -¡así dicen!- la tentación de un culto 
idolátrico. ¿Ah, no? Pues yo sí. Y no porque me fascinen los ídolos 
de piedra o barro. El problema es mucho más hondo. Me atrae la 
idolatría cuando siento ansias de dominar aun a costa de mi 
compromiso con Dios.
Si el dinero, el honor, el placer, la fama o la gloria consiguen 
desplazarlo, se incurre en idolatría. ¡Cuántos idólatras creen 
ejercer de creyentes! 
Así pues, todo cristiano sabe -¡se lo enseña Jesús!- que su 
entrega al Reino le exige renunciar a los halagos del poder y la 
gloria. ¿Siempre? No, sólo si está en juego el compromiso. Cuando 
esto ocurre, la hegemonía de lo creado se torna claudicación 
idolátrica. Pues bien, Jesús enseña cómo portarse en tal 
coyuntura.

2.3. Tentación en el templo 
Esta viene enmarcada en el ángulo suroeste del templo, junto al 
pórtico de Salomón. Desde allí podía contemplarse el torrente de 
Cedrón, a unos cien metros de profundidad. El tentador pone a 
prueba a Jesús, sugiriendo que se lance al vacío, pues no en vano 
dice el salmista (Sal 91,11-12): "A sus ángeles les encomendará 
que te guarden, llevándote en palmitas para que tu pie no tropiece 
con piedra alguna" (cf Mt 4,6/Lc 4,1Ob-11).
¿Te has fijado, amigo lector, en un detalle muy sintomático? 
Ambos evangelistas ponen en labios de Satanás frases de un 
salmo, que -según reza nuestra fe- han de verse como "palabra de 
Dios". ¿Puede el diablo proferir palabras divinas? ¡Absurdo! Mas 
tal anomalía poco inquietaba a los autores sagrados. Ello evidencia 
su intención de plasmar no tanto sucesos históricos cuanto 
vivencias de Jesús.
Intuyo que más de un lector supondrá absurda esa tentación. 
¿Iba Jesús lanzarse al vacío sólo para llamar la atención? No lo 
juzgo tan ingenuo. Y tampoco los evangelistas. Entonces, ¿por qué 
configuran así una experiencia tentacional? La respuesta ha de 
buscarse una vez más, no en lo que propone el "tentador", sino en 
lo que contesta Jesús. Sus palabras no pueden ser más incisivas: 
"Está escrito: "No tentarás al Señor tu Dios" (Mt 4,7/Lc 4,12). 
Escrito, ¿dónde? Por tercera vez hemos de recurrir al 
Deuteronomio (Dt 6,16), donde se conmina al pueblo a no repetir 
la misma torpeza del éxodo. ¿Cuál? Consúltese Ex 17,1-7, donde 
los israelitas critican a Dios por haberlos sacado de Egipto, 
dejándolos ahora morir de sed.
Esta actitud del pueblo siempre se entendió como osadía. Su 
querella llegó a verse incluso como alarde de "tentar a Yavé" (Ex 
17.7). Y es que, en base a lo ocurrido en Egipto, llegó a 
envanecerse pensando que Dios lo libraría de cualquier 
adversidad. Aunque resulte paradójico, se comportaba como si 
Yavé estuviese obligado a satisfacer todos sus deseos. Porte tan 
estúpido, ¿puede consentirlo Dios? El relato de Masá (tentación) 
se erige en paradigma mostrando cuánto molesta a la divinidad 
todo afán de manipularla.
Desde tal perspectiva ha de analizarse esa tentación que los 
sinópticos ubican en el alero del templo. Cierto que Jesús no sintió 
deseos de echarse a volar sabiendo que Dios velaría para que no 
se estrellara contra ninguna piedra. Mas, ¿por qué no ver reflejado 
aquí el reverso de Masá? El tentador pretende que Jesús se 
envanezca al saberse "hijo" de Dios. Tal epíteto -asumido por los 
antiguos israelitas- los hizo "tentar" a Yavé. En cambio, Jesús -aun 
siendo quien es- acata sin reserva sus designios. Y con ello 
sublima su tentación.
Los evangelistas dan por terminada así su trilogía. Lucas deja la 
del templo para el último lugar, quizá por la importancia asignada a 
Jerusalén. Es en ella donde supone a Jesús librando su combate 
decisivo contra Satanás. Tanto que este, aunque de nuevo 
humillado, no se considera vencido. Por ello el evangelista lo 
supone abatido. Se bate de hecho en retirada "hasta el tiempo 
oportuno" (Lc 4,13).
Y este tiempo, ¿cuándo se cumple? Basta familiarizarse con el 
tercer evangelio para ver cómo este conecta la tentación del 
templo con cuanto configurará la pasión de Jesús. Por ello la 
supone iniciada al adentrarse en Judas Satanás (Lc 22,3). Así todo 
el drama estará orquestado por el maligno. Lógico, por tanto, que 
la experiencia tentacional de Jesús, lejos de finalizar con su victoria 
en el templo, se prolongue hasta morir en la cruz. Toda su 
existencia queda como jalonada por las asechanzas del satán, 
aunque este no cese de acumular derrotas.
Descubro también en este relato un claro interés catequético. 
Los evangelistas quieren ahuyentar de la comunidad todo porte de 
vanagloria. ¿Por qué tentar a Dios? Así lo hacen quienes lo 
imaginan a su servicio hasta para satisfacer su vanidad. No me 
resulta difícil descubrir actitudes afines en los creyentes de hoy. 
¡Cuántos se consideran acreedores a un omnímodo tutelaje divino! 
Y si este alguna vez les falla, se querellan sin más con Dios, 
osándole increpar así: "¿Por qué has permitido esto? ¿Por qué 
Dios no has evitado lo otro? ¿Por qué? ¿Por qué?". ¡Absurda 
actitud! Ojalá aprendiéramos los humanos que a Dios no han de 
hacérsele preguntas. Es él quien las ha de formular. Incumbe al 
hombre darles cumplida respuesta. ¿Cómo? El modelo es Jesús.
Creo que esta tentación tiende a acosarnos a todos. Nuestro 
presunto "sí" a la divinidad parece darnos derecho a su apoyo 
incondicional. Y en cierto modo es así. Mas con una salvedad: es 
Dios, y no el hombre, el que toma la iniciativa. De ello se infiere 
que, si en algún momento llega a secarse el espíritu -recuérdese la 
sed de Masá-, no es por ello justo querellarse contra Dios. Si este 
cuida del hombre, ha de hacerlo a su manera. ¿Quiénes somos 
nosotros para someterlo a la mínima presión? Y tal hacen quienes 
pugnan por convertirlo en su tapaagujeros individual. ¿No 
pretendía el diablo que así lo hiciera Jesús? ¡Cuán señera se me 
antoja su tentación en el templo! 
Hace años fui testigo de una inolvidable situación. Me 
encontraba en Los Ángeles (California) grabando unos programas 
de televisión. Finalizado el trabajo, se me brindó la oportunidad de 
visitar -con una familia conocida- el cañón del Colorado. Y hacia él 
nos encaminamos. Era enero. Hacía frío. Ya en el estado de 
Arizona, topamos con mucha nieve. Me sentía incómodo y quise 
regresar. Pero el anfitrión rechazó mi sugerencia. Seguimos 
avanzando, mientras él no cesaba de inculcarme su confianza 
absoluta en Dios. ¿Por qué preocuparse de la nevada? Dios 
velaba por nosotros. Tal convicción parecía darle fuerza para 
continuar, aun cometiendo un sinfín de torpezas. Si algo intentaba 
decirle, su respuesta era categórica: "Dios cuida de mí".
Con tales credenciales llegamos al gran cañón. Mi amigo estaba 
tan acelerado que yo presentí la tragedia. Quise regresar. Así se lo 
expuse a su esposa. Pero él..., ¡cabezón! ¿Por qué emprender el 
regreso si Dios era nuestro vigía? Tanta insistencia, me pareció 
obsesión. Y quizá no estuviera del todo descaminado. ¿Sabes lo 
que ocurrió, amigo lector? Sé que te va costar creerme. Pero te 
garantizo que soy objetivo. Pues bien, al atardecer, nos acercamos 
al gran cañón para contemplar su fantástica puesta de sol. 
Estábamos embelesados. Yo sentía muy cerca a Dios. Y él quizá 
también, sólo que a su manera. Conforme el rosicler iba 
coloreando el abismo, él seguía hablando de Dios..., de Dios..., de 
Dios. Y, en pleno delirio -¡pásmate, querido lector!- se echó a volar 
sobre el gran cañón. ¿Resultado? Aterrizó quinientos metros más 
abajo sin que ningún ángel llegase a sostenerlo. Mi amigo..., ¡se 
estrelló! ¿Acaso le falló Dios? ¡En modo alguno! Su error estribó 
en quererlo manipular. Y él jamás se presta a tal juego.
Esta anécdota me hizo ver lo absurdo de erigir a Dios en soporte 
de nuestros pruritos. Quien no supera tal tentación, se expone a 
compartir la tragedia de mi amigo Clodoveo. Sé que se le enturbió 
la razón. Pero quizá lo hubiera evitado, en caso de vivenciar más a 
fondo el proceder de Jesús.

3. Conclusiones prácticas 
Tal como dije al principio, la tentación ha de verse como 
necesaria. Viene exigida por la debilidad humana. Sin ella ¿podría 
el hombre superar su conformismo? Sin lucha no hay victoria. Pues 
bien, la experiencia tentacional permite optar a la realización 
plenificante. El problema estriba en la estrategia a seguir para 
alcanzar tal meta. ¿Qué decir? Jesús se erige en modelo. Su forma 
de afrontar los envites del maligno muestra cómo tomar la 
tentación en potencial realizador.
Mas, ¿cómo encarnar la actitud de Jesús? Si hubiera que 
entender los relatos de manera literal, sería del todo imposible. 
¿Quién permanece, en efecto, cuarenta días sin comer ni beber? 
¿Quién se siente impulsado a lanzarse al vacío? ¿A quién se le 
ofrece un dominio sobre el mundo entero? Situaciones así jamás 
suelen darse. En cambio, resulta fácil identificarse con Jesús si sus 
tentaciones se encuadran en un marco simbólico, donde cada 
detalle sea portador de un mensaje. Esgrimiendo tal criterio, 
resulta fácil convertir su actuación en modélica para cuantos 
anhelan plenificar su existencia.
Todo ser humano es tentado. Mas no todos superan su 
tentación. ¿Cómo lograrlo? Para ello -¡qué bien lo enseña Jesús!- 
se impone evaluar con objetividad el anverso (=carga positiva) y el 
reverso (=carga negativa) de toda experiencia tentacional. Y es 
que esta, aunque sea en principio freno, puede acabar siendo 
estímulo.

3.1. La tentación como freno 
Los sinópticos muestran cómo la tentación puede bloquear todo 
proyecto realizador. Así les ocurrió, de hecho, a los antiguos 
israelitas durante su estancia en el desierto. Se dejaron atrapar en 
sus redes. Y, al hacerlo, sufrió un duro golpe su compromiso con 
Dios. ¿Cómo olvidar que una colectividad descomprometida está 
condenada al caos? 
Jesús enseña cómo convertir la tentación en crisol depurador. 
Por ello los sinópticos realzan tanto los esfuerzos del diablo por 
desviarlo de su compromiso mesiánico. Mas todos sus intentos 
chocaron con la entereza de Jesús, cuya entrega al ideal lo 
inmuniza contra el virus de la indolencia, la vanidad y el 
engreimiento. Lógico, pues verlo como modelo de cuantos anhelan 
-¿quién no?- plenificar su existencia. Para ello basta seguir el 
camino que él no cesa de mostrarnos. Su experiencia personal 
brinda, de hecho, unas enseñanzas que oso resumir en los 
siguientes puntos:
-Ninguna persona normal puede soslayar la tentación. Siendo 
esta fruto de la debilidad, viene asociada por la tradición bíblica 
con la fuerza del pecado cuyo último responsable es Satanás. A él 
se asigna, pues, toda experiencia tentacional donde la indolencia 
pone cerco al compromiso. En este sentido, Jesús tuvo que 
afrontar las insidias diabólicas, igual que nos ocurre a ti y a mí. Y 
es que Satanás anida en la interioridad de cuantos nos sabemos 
frenados en nuestro afán de realización.
-Sucumbe ante la tentación quien pacta con la indolencia. Esta 
pone brida al esfuerzo. Y, ¿pueden no frustrarse cuantos, siendo 
hechos para la libertad, rinden culto al esclavismo? Tal hacen 
cuantos ceden ante los halagos de la vanidad, la presunción y la 
petulancia. Actitudes así asfixian a la persona.
-Todos acusamos la presencia de Satanás. Mas este no suele 
actuar desde fuera. Se antoja más bien la personificación de 
cuanta carga negativa se oculta en nuestro interior. Tal carga, 
convertida en doctrina, recibe el nombre de "pecado". Siendo así, 
es lógico que toda experiencia tentacional se fragüe dentro de la 
propia persona: allí es donde la fuerza de Satanás (personificación 
del caos) intenta desplazar a Dios (personificación del orden). Sólo 
este realiza al ser. El caos en cambio lo aniquila.
La tentación ha de verse como nefasta si raquitiza el proyecto 
existencial donde el compromiso se traduce en lucha por un mundo 
mejor. Pienso que muchos creyentes -¿por qué excluirnos tú y yo?- 
pueden caer en esta trampa. Si tal hacen, su propia vida se les 
tomará tentación. Y nada perjudica tanto al hombre como 
suscribirse a la vagancia. Donde falta el compromiso, impera la 
debilidad, que -¿quién lo ignora?- se opone a la plenitud. ¿Cómo 
no luchar, pues, por romper sus frenos? Las pautas vienen dadas 
por Jesús, cuya vida fue pura entrega y compromiso total.

3.2. La tentación como estímulo 
Jesús enseña también a sublimar su tentación que -se infiere de 
los sinópticos- cuestionó su ideal mesiánico. Este le exigía 
proclamar las excelencias de un reino donde todo ser humano 
pudiera saberse feliz. Mas ello iba a enfrentarlo con quienes 
detentaban el poder. Tanto que acabarían ejecutándolo en el 
patíbulo.
Pues bien, su entrega al ideal fue puesta a prueba por su propia 
debilidad. Esta le incitaba a la holganza y a la comodidad. Ante tal 
envite, ¿qué hizo Jesús? ¡Optar por el compromiso! Y su opción 
puede verse -esto es lo que hacen los sinópticos- como sugestiva 
catequesis. Siendo así, el creyente ha de tener bien claro que, 
para activar su compromiso, no precisa heroicidad. Le basta imitar 
a Jesús. El muestra cómo tomar estímulo a la tentación. Sus pistas 
pueden resumirse en los enunciados siguientes:
-Es obvio que Jesús, al apostar por el compromiso se sintiera 
atraído a hermanarlo con su debilidad. Ia cual clamaba por dar 
pábulo a la vanagloria. Sin embargo, su drástica reacción ante las 
ofertas del maligno hizo que estas acrisolaran su existencia. Y así 
su experiencia tentacional se tornó estímulo realizante. De hecho, 
su vida misma es como un libro abierto donde se invita a luchar por 
un mundo nuevo. En él no tendrá cabida el pecado (Satanás) 
porque primará el amor (Dios).
-Pienso que la actitud de Jesús encarna el comportamiento que 
ha de adoptar todo creyente. También él siente el acoso de su 
debilidad, tras la que se oculta el diablo. Sin embargo, ante sus 
embates, no hay razones para el desconcierto. Es, por tanto, 
absurdo que el cristiano transpire temor. Y es que este comienza 
donde termina el amor. Pues bien, Jesús enseña a sublimar la 
tentación para activar con ello una dinámica amorosa cuajada de 
plenitud. ¿Por qué no intentamos compartirla, amigo lector? 
Haciéndolo, sublimaremos sin más nuestra propia tentación.
-A la luz de cuanto vivencia Jesús, se ve cómo toda tentación 
intenta bloquear el compromiso. Siendo así, la persona 
descomprometida, ¿por qué ha de sentirse tentada? En realidad, 
su vida misma apuesta por la tentación. Nada frustra tanto como 
pactar con la indolencia. Por eso los sinópticos quieren erradicarla 
de la comunidad. ¿Cómo? Invitándola a compartir la inquietud de 
Jesús, cuyo espíritu de lucha y entrega rompió las bridas de 
Satanás. De ello se infiere que su acoso puede hasta acrisolar a 
quien, siendo su modelo Jesús, se aferra aún más a su entrega.
Considero que los relatos de las tentaciones, vistos desde esta 
óptica, brindan una catequesis válida también para hoy. ¿Quién se 
libra, en efecto, de cuanto experienció Jesús? También nosotros 
acusamos la comezón de la desconfianza (desierto), del poder 
(monte) y de la vanidad (templo). Sentir sus envites no es malo. 
Sólo quien consiente se desprograma.
Hace no muchos meses topé con una persona llena de 
escrúpulos. Cuesta trabajo aceptar que, en un mundo de talante 
liberal, pueda atenazarse así el espíritu. Lo cierto es que la 
persona en cuestión -¡ojalá fuera la única!- vivía atormentada por 
dentro. En todo veía pecado. Y se destrozaba al verse tan acosada 
por el tentador. Al hablar con ella, traté de hacerla ver cuán 
absurda era su actitud. Sin embargo, mis razonamientos chocaban 
con su obstinación. Para justificarla, me objetó: "¿Acaso el 
padrenuestro no incita a alejar la tentación?". Pues no. Aunque tal 
sugiriera su escrúpulo, no es lo que enseña Jesús. Este no 
condena el sentirla (¿acaso él no la sintió?), sino sólo el 
consentirla (él jamás la consintió).
Procuremos, pues, amigo lector, no ceder ante los halagos de 
unas tentaciones que -al activar el compromiso- jalonan la 
existencia. Ser tentado es honor para quien siente pero no 
consiente. Tal fue, de hecho, lo que ocurrió con Jesús. Su 
tentación, contemplada desde este prisma, ¿puede no estimular al 
creyente? 

FICHA DE TRABAJO 
1. La tentación de Jesús vista por Marcos. Te invito a leer con 
calma su texto (Mc 1,12-13). Trata a continuación de responder a 
las siguientes preguntas: ¿por qué crees que el evangelista 
supone a Jesús empujado por el Espíritu hacia el desierto? ¿Qué 
relación descubres entre sus cuarenta días de tentación y la 
experimentada por los antiguos israelitas durante sus cuarenta 
años de permanencia en el desierto? ¿Qué pretende connotar el 
autor al sugerir que las fieras del campo acompañaban a Jesús 
mientras los ángeles le servían? ¿Descubres en el relato marcano 
pistas válidas para afrontar tu propia tentación? ¿Dónde sitúas tu 
desierto personal? ¿Hay también ángeles en él? ¿Por qué? 

2. La tentación de Jesús vista por Mateo. Te invito a leer con 
calma su texto (Mt 4,1-11). Observa cómo cada una de las tres 
experiencias de las tentaciones va aumentando en dramatismo. 
¿Por qué crees que el autor sitúa en el monte la última tentación 
de Jesús? Tú, ¿te has sentido alguna vez trasladado a un monte 
fantástico desde donde descubres un mundo de engaño y falacia? 
¿Por qué acentúa tanto el evangelista los peligros de la idolatría? 
¿Has incurrido alguna vez en cultos idolátricos? ¿Cuándo 
consideras que el hombre de hoy, aunque blasone de creyente 
comienza a ejercer de idólatra? Señala las idolatrías más 
enraizadas en la sociedad de consumo. ¿Cómo poner fin a su 
hechizo? ¿Qué ejemplo nos brinda Jesús? Esfuérzate por ajustar 
su respuesta a tu vida. ¿Respondes tú igual cuando la sociedad 
intenta atraparte en sus cultos idolátricos? Busca pistas que 
ayuden a formular una catequesis de la tentación con fuerza para 
soportar y sublimar sus envites.

3. La tentación de Jesús vista por Lucas. Te invito a leer con 
calma el texto (Lc 4,1-13). Observa cómo el autor reserva su mayor 
dramatismo para la última tentación situada en el pináculo del 
templo. Pero ¿termina entonces la experiencia tentacional de 
Jesús? ¿Qué supone al respecto el tercer evangelista? Lo que 
Jesús se supone sentir en el pináculo, ¿logras verlo reflejado en tu 
vida? ¿No has sentido en más de una ocasión ganas de servirte de 
Dios para dar pábulo a tu vanidad? La respuesta de Jesús, ¿qué 
te sugiere al respecto? 

4. Las tentaciones de Jesús y nuestras tentaciones hoy. A la luz 
de la tradición sinóptica, ¿es justo temer a la tentación? Cara y 
cruz de la experiencia tentacional: ¿cuándo logra esta convertirse 
en crisol para el creyente? ¿Qué actitud has de tomar para no 
sucumbir ante los halagos de las tentaciones? ¿Cuáles son las 
tentaciones que más llegan a angustiarte? ¿Por qué? Las 
tentaciones más frecuentes ¿son siempre las más peligrosas? A la 
luz de la experiencia personal de Jesús, tal como la reflejan los 
sinópticos, ¿qué tentaciones has de sublimar con más empeño? 
¿Cómo lograrlo? 
5. ¿Cómo profundizar más en los temas expuestos? No conozco 
ninguna obra en español dedicada al estudio exclusivo de esta 
temática. Por eso remito a lo que sobre ella he escrito con más 
calma y amplitud: A. SALAS, Tentaciones de Jesús, Biblia y 
Catequesis lll, Biblia y Fe, Madrid 19892, 132-154. Al final, ofrezco 
también a los lectores una amplia bibliografía que les permite 
seguir profundizando en estos relatos sinópticos.

A. SALAS
Evangelios sinópticos 6.Págs. 49-68