TEOLOGÍA DE LA TENTACIÓN:
FRENO Y ESTÍMULO
1.
La tentación: ¿ha de verse como mala? ¿Cuándo y cómo se
supone que fue tentado Jesús? La tradición sinóptica ante su
experiencia tentacional. El relato de Marcos: concisión y mensaje.
Los relatos de Mateo y Lucas: ¿fruto de una elaboración personal?
Cada una de sus tres tentaciones, ¿qué pretende realzar? La
experiencia tentacional de Jesús, ¿cómo traducirla a catequesis?
Pistas para sublimar las tentaciones personales y convertirlas en
crisol depurador.
Muchos creyentes se resisten a admitir que Jesús, estando
inmune de pecado, experimentara la tentación. Quienes así
arguyen, la consideran un mal. Sobre todo si su inspirador es el
diablo. Y yo pregunto: ¿por qué? A mi entender, la tentación no es
ni buena ni mala. sino simplemente necesaria. Viene exigida, en
efecto, por nuestra debilidad. A esta, ¿cómo fortalecerla?
¡Acrisolándonos! Pues bien; la tentación oferta tal crisol. ¿Qué
haríamos los humanos sin ella?
En mis años de seminarista oí referir una anécdota
protagonizada por un colega a quien sobraban ansias de
superación. Tanto que siempre apostaba por lo mejor. Ello no le
libró, sin embargo, de una aguda crisis que a muchos desconcertó.
El aspirante a santo -consciente de su tragedia- buscó alivio en la
confesión. Y al decir de las malas lenguas, se expresó más o
menos así: "Me acuso de estar acosado por una tentación
horrible". El sacerdote le preguntó: "¿Y en qué consiste?".
Acopiando valor, se sinceró: "Mi afán de perfección me hace
aspirar a obispo". Tras la reja de mimbre, una voz trémula lo
serenó: "Consiente, hijo, consiente".
Ignoro si es historia o ficción. Mas, en todo caso, patentiza que
no toda tentación ha de verse como mala. Puede activar la
indolencia y hasta ahuyentar los complejos. Y nada de ello es
negativo. ¿Sabes lo que sí es malo, amigo lector? Ceder ante los
envites de cuanto cuestiona el compromiso. La persona
descomprometida es fácil presa del caos.
¿Fue, pues, tentado Jesús? ¡Claro que sí! Igual que el resto de
los mortales. Con una salvedad: donde los demás claudicamos, él
siempre resistió. Por eso la tentación, lejos de asfixiarlo, lo depuró.
Tal es, al menos, la tesis de los sinópticos. Esta, como nadie
ignora, conecta las tentaciones de Jesús con su bautismo en el
Jordán. ¿Qué decir? Tal encuadre dista mucho de ser ficticio. De
hecho, Jesús -para activar su compromiso- tuvo que ahuyentar la
indolencia.
En casos así, suele sentirse una voz interior, pronta siempre a
aconsejar: "¿Por qué has de meterte donde nadie te llama? ¿No
estabas a gusto sin problemas? ¿Has pensado adónde puede
llevarte tu decisión? ¿Has medido las consecuencias? ¿No sería
preferible dar marcha atrás?". Son los alegatos de la comodidad.
¿Quién no los ha escucha- do más de una vez? Pues bien..., ¡con
ellos topó Jesús!
La tradición sinóptica ubica su experiencia tentacional en los
aledaños del desierto, antes de iniciar su vida pública. No creo
desacertado su encuadre. Debo, no obstante, añadir que Jesús
pulsó la tentación a lo largo de toda su vida. Los sinópticos, en su
afán de tornarla catequesis, la limitan a un período concreto de su
existencia. ¿Qué decir? Cierto que a la sazón fue tentado. Pero en
otras ocasiones... ¡también! Lógico es ver, pues, esos relatos
como síntesis de su experiencia tentacional.
Toda la tentación de Jesús estuvo polarizada por su entrega al
ideal. Cuando, a raíz de su bautismo, tomó conciencia de su
mesianismo, se consagró sin reservas al anuncio del reino. Ahora
bien, ¿no hablaba este de justicia y amor? Lógico, pues, que su
proclama soliviantase a cuantos apostaban por el egoísmo. Y estos
-¿cómo olvidarlo?- detentaban el poder. Siendo así, el proyecto de
Jesús por fuerza debía chocar con los poderosos. Ante tal realidad
¿cómo no sentir duda y angustia? Pues bien, con ellas ha de
asociarse la tentación de Jesús.
1. ¿Tentación o tentaciones?
Los sinópticos consignan diversas tentaciones de Jesús, cada
una de las cuales se encuadra en un marco concreto. Ello no
excluye, sin embargo, que todo acoso a nivel de vivencia se ajuste
a un mismo patrón: incitar al "no" donde se impone el "sí". ¿No has
experimentado, lector amigo, tal sensación? Yo sí la he sentido en
multitud de ocasiones. Y en todas con bastante intensidad. ¡Cómo
hechiza la indolencia!
Creo, por tanto, que la tentación es única, aunque con un sinfín
de matices. En el fondo, todo ser humano siente un bloqueo
interior ante el reto del compromiso. Pues bien..., ¡en ello consiste
la tentación! Me impresiona saber que infinidad de creyentes la
restringen -¡cuánta pena da!- a los dominios del sexo. Son por ello
proverbiales las tentaciones contra el sexto mandamiento, el cual
constituye para muchos el gran caballo de batalla. Quienes así se
expresan, son víctimas del más indignante atropello. ¿Cómo no
inmutarse, sabiendo centrada en torno al sexo una tentación que
-vista desde el evangelio- rasga a jirones el alma? ¡Es la persona
-no sólo su cuerpo- quien sufre su acoso! Toda tentación pone a
prueba al individuo. ¿Cómo? Cerrándole las compuertas de su
realización. Nada hay tan nefasto como rendir culto a la indolencia.
Quien tal hace, aboca a la frustración.
Hace años visité a unos amigos en un pueblecito castellano. Sus
habitantes eran -¿cómo no?- rudos, enjutos y curtidos por la vida.
Me sorprendió, no obstante, la cachaza del tío Froilán, cuya
obesidad contrastaba con la flacidez de sus paisanos. La
explicación, aun sin pedirla, me la dio un cuñado suyo: "Froilán -así
me espetó- se ha pasado la vida sin dar golpe". Era, pues, experto
en vagancia.
Un día, en una animada tertulia, se abordó el tema de las
tentaciones. Froilán no perdía comba. Y, al cotejar las vivencias, su
testimonio no pudo ser más explícito: "Yo llevo años sin sentir
ninguna tentación". Su cuñado, aunque mordiéndose los puños,
logró contenerse. Pero, al terminar el coloquio, me dijo con sumo
aplomo: "¿Se ha fijado en Froilán? El muy osado presume de no
ser tentado. ¿Cómo va a serlo si nunca hace nada?". Siempre me
ha entusiasmado la filosofía popular. ¡Qué bien realzó aquel señor
el cariz de la tentación!
Esta emerge cuando se activa el compromiso. Al menos tal es la
catequesis sinóptica donde se muestra cómo Jesús, a raíz de su
bautismo, dio un nuevo impulso a su vida. Y entonces..., ¡surgió la
tentación! Esta, aunque con diversas modalidades, pone brida a su
ideal. Por ello el cuarto evangelista sugiere que Jesús jamás se vio
libre de sus embates (Jn 12,23-28). En cambio, los sinópticos la
asocian con su bautismo, sugiriendo que el "espíritu" recibido allí lo
adentró en el desierto para que lo acosara el diablo (Mc 1,10; Mt
3,16; Lc 3,22).
Hoy se cuestiona cada vez más el sentido histórico de esos
relatos (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). ¿Cómo imaginar, de
hecho, a Jesús vagando cuarenta días por el desierto sin comer y
sin beber? ¿Pudo el diablo transportarlo desde allí hasta la cima
de un monte o hasta el pináculo del templo? ¿Pudo contemplar
todos los reinos del mundo desde tan fantástica montaña? Tales
supuestos sólo son suscritos por ingenuos o integristas. El resto
apuesta por una explicación metafórica. Mas, ¿cómo lograr que
esta interpele a la vida?
La critica renuncia hoy a las disquisiciones especulativas. Clama
más bien por un análisis de cada relato, en busca de pistas para
fraguar una catequesis de la tentación. Cierto que cada relato es
como un módulo literario, en el que se vierte una vivencia de
Jesús: su lucha contra las insidias del "maligno". Sé muy bien que
este se supone encarnado por el diablo o satanás. Pero este:
¿quién o qué es en realidad?
No se me oculta que hoy muchos niegan la existencia del diablo.
¿Qué decir? Tal encuadre mal se aviene con la fe católica. En mi
opinión, la polémica no debiera centrarse en la existencia o no de
satán, sino más bien en precisar lo que es.
Me ocurrió hace sólo un par de meses. Mi conferencia versaba
sobre el pecado. Se explica, pues, que aludiera con cierta
frecuencia al mal, implican- do -aunque de soslayo- al tan manido
satán. Un señor hacía continuas muecas no sé si de rechazo o de
perplejidad. En todo caso, al finalizar mi exposición, me increpó con
virulencia: "¿Querrá usted hacernos creer que existen esos
'diablejos' con rabo y cuernos, y hasta con alas de murciélago?".
Te confieso. Iector amigo, que su objeción, lejos de contrariarme,
provocó mi hilaridad.
Yo tampoco creo en esos "diablejos" que, con tan vívidos
colores, nos describe la tradición. Sí acepto, en cambio, que satán
actúa en la interioridad misma del ser. ¿Cómo justificarlo? Muy
simple: ¡he sentido sus acosos! No ignoro que los agnósticos los
entienden como simple revulsivo psicológico. Allá ellos con su
explicación. Yo, como creyente, me aferro a una doctrina cuyo
arranque busco en Jesús. Y este me habla de acometidas del mal
que los sinópticos asignan a satán. Se impone familiarizarse, pues,
con su forma de abordar la temática.
1.1. Jesús tentado: visión de Marcos
Marcos es tan incisivo como escueto. Supone, en efecto, que
Jesús -tras su bautismo en el Jordán- es empujado por el "espíritu"
hacia el desierto para que allí lo tiente Satanás (Mc 1,10). Y este
no cesa de acosarlo durante sus cuarenta días de ayuno total. A
ello ha de añadirse un detalle de sumo interés: Jesús pasó su
cuarentena en compañía de las fieras (Mc 1,13). ¿Cómo pudo ser
verdad, si en aquel desierto nunca las ha habido?
La critica actual entiende esta alusión marcana como un eco del
vaticinio mesiánico (Is 11,6-8), donde se supone que -al
instaurarse el reino- hasta las bestias feroces convivirán con los
hombres. ¿No es Jesús el mesías? Lógico, pues, que el autor vea
cumplida en él aquella expectación profética. Se trata, a mi
entender, de un encuadre mesiánico. ¿No podría connotarse con
él que Jesús es tentado cuando decide ejercer de mesías?
El autor no desdobla la experiencia tentacional de Jesús. Se
limita a suponerlo acosado por Satanás, el cual intenta apartarlo
de su compromiso mesiánico. No obstante. Jesús se mantiene fiel a
su proyecto por lo que recibe el apoyo de los ángeles. Es una
forma vívida de consignar cómo vela por él Dios cuando decide
anunciar su Reino.
Pienso que el evangelista plasma con certeras cinceladas la
vivencia de Jesús a apostar por el anuncio del Reino. ¿Quiere ello
indicar que antes no apostara por él? ¡En modo alguno! Los
sinópticos se limitan a sugerir que, a raíz de su bautismo, tomó
conciencia de un compromiso real aunque latente.
Intuyo que más de un lector se pregunte: "Y eso, ¿qué quiere
decir?" Intentaré clarificarlo con una anécdota vivida en mi
juventud. Durante mi estudios teológicos, un compañero
descollaba por su sensibilidad hacia la marginación: le atraían los
pobres, los gitanos, los enfermos y los proscritos. Casi osaría decir
que nació con tal carisma, aunque nunca hiciera uso de él. Pues
he aquí que, al finalizar los estudios, asistió a un cursillo de
cristiandad donde -¡de repente!- se sintió impulsado a misionar. Y,
tras no sé cuántos años, sigue mimando a sus pobres en una
alejada misión de América.
Algo así pudo ocurrirle a Jesús. Fue en el Jordán donde hizo su
"cursillo". Y este le despertó una vocación mesiánica que ya
comenzara a incubar en el vientre de su madre. Jesús era, pues,
mesías desde que María lo concibió. Sólo que, para actuar como
tal, precisaba el espaldarazo divino. Lo recibió en su bautismo, al
concienciarse de ser el mesías de Dios. ¡A veces se tarda mucho
en saber lo que se es! Piénsese, por ejemplo, en un poeta.
Siéndolo, nace ya con la inspiración. Pero, ¿cuándo la descubre?
Puede tardar muchos años. Mas sólo entonces comienza a
componer versos. Ello explica que Jesús no ejerciera de mesías
hasta su cursillo en el Jordán.
Lógico, pues, que el evangelista vea en su tentación acrisolado
su compromiso. Este le exigía enfrentarse al poder del mal, cuya
tiranía compartimos los humanos. Para constatarlo, basta pulsar
nuestra interioridad. En ella prima la angustia cuando no el caos.
Tal situación tiene un causante: el pecado. Pues bien, contra él
lucharía Jesús. Siendo así, ¿cómo extrañarse que el mal campara
por sus fueros? Y al hacerlo, trató de cerrarle el camino.
La visión marcana invita a adentrar la experiencia tentacional en
la interioridad de Jesús. Es allí donde el mal se afana por imponer
su ley. ¿Y sus resultados? No pueden ser más elocuentes: en
todos lo logra..., salvo en Jesús. Este jamás cede ante sus
halagos. No se lo permite su compromiso con Dios. Vista así, la
tentación se toma crisol. Lejos de entorpecerlo, afianza su ideal.
El evangelista erige en paradigma la vivencia de Jesús. Cuanto
él siente en el desierto, sirve de pauta al creyente. También
nosotros acusamos las insidias del maligno. ¿Dónde? En cuantos
frenos internos bloquean nuestro afán de perfección. Nadie se libra
de sus envites. Pues bien, ante ellos sólo sale airoso quien
encarna la actitud de Jesús.
1.2. Jesús tentado: visión de Mateo y Lucas
Estos ajustan la experiencia tentacional de Jesús a un módulo
literario más elaborado. La desglosan en tres momentos
(desierto-monte-templo), cada uno de los cuales realza un porte
concreto del protagonista. ¿Por qué analizo a la vez el sentir de
ambos evangelistas? Más de un técnico impugnará mi método. Sin
embargo, yo no escribo para ellos, sino para los creyentes de a
pie. Y estos sí que sabrán disculparme. Sobre todo al comprender
que, si tal hago, es para evitarles complejidades. De hecho, los dos
autores -a pesar de sus diferencias- encuadran en un mismo
marco la tentación de Jesús.
Para clarificar este punto, recurro de nuevo al símil. Supongo, en
realidad, que Jesús sintió muy hondo las acometidas del mal, el
cual le sacudió desde dentro. Sin embargo, los evangelistas
-escribiendo para comunidades con escasa formación cultural-
exteriorizan tal vivencia. ¿Cómo? ¡Plasmándola en un triángulo!
Fíjate en él, amigo lector. Cada uno de sus ángulos realza un
aspecto concreto de esa tentación que Jesús jamás cesó de sufrir.
Mientras se halla en el desierto (ángulo primero) se supone
atacado por la desconfianza; en el monte (ángulo segundo) se
pone a prueba su compromiso; en el templo (ángulo tercero), se
apela a su vanidad. Pero, ¿cómo no descubrir en los tres, diversos
aspectos de una misma vivencia?
Cada evangelista dibuja a su manera el triángulo. Por ello, aun
siendo idéntico su enfoque, varía la formulación. Así, mientras
Mateo sugiere que la tentación comenzó después de sus cuarenta
días de ayuno (Mt 4,2), Lucas la asocia con ellos (Lc 4,2). Ambos,
coincidiendo en conectar con el desierto el primer envite diabólico,
difieren en el orden de los otros dos: templo y monte (Mateo);
monte y templo (Lucas). ¿Cuál de ambos encuadres ha de verse
como auténtico? Es esta una pregunta que cada vez halla menos
eco entre los creyentes.
¿Por qué? La explicación es muy simple: hoy casi nadie piensa
que Jesús fuera tentado, tal como sugieren estos autores. ¿Quién
cree, en efecto, que permaneciera una cuarentena en el desierto
sin comer y -sobre todo- sin beber? Si Jesús era un hombre como
tú y como yo, no pudo realizar tal gesta. Y que nadie apele al
milagro. No dudo que pudiera hacerlo Dios. Pero este suele
reservarlo para mejor causa.
Al evocar lo absurdo de ese ayuno, viene a mi mente un
recuerdo agridulce. Fuimos sus protagonistas un sacerdote chileno
y yo. Ambos nos adentramos en el desierto de Judá -escenario del
presunto ayuno de Jesús- para visitar la excavación de unos
afamados arqueólogos españoles. Llegamos sin novedad. El
problema surgió al regreso. ¿Por qué? ¡Nos perdimos en el
desierto! ¿Cuánto tiempo? Unas tres horas. Las suficientes para
acusar una galopante deshidratación que casi nos deja resecos.
¡Como para que Jesús permaneciera cuarenta días allí sin ingerir
sólido ni líquido!
Tales anomalías me invitan a liberar los relatos de su atuendo
mítico. Esos tres momentos (desierto-monte-templo) son más
teológicos que cronológicos, ofreciendo un decorado ideal para
ambientar la vivencia. Y es en esta donde se impone insistir. Sólo
así se captará lo que debió superar Jesús. El análisis invita a verlo
como el nuevo Israel. ¿Por qué? Muy sencillo: su forma de afrontar
y superar al maligno evoca la experiencia de los israelitas en el
desierto. También ellos fueron tentados. Con una salvedad: el
nuevo Israel (Jesús) triunfa donde el antiguo sucumbiera.
1.3. La tentación del nuevo Israel.
Los evangelistas presentan a Jesús como nuevo Israel (Mt 5,17;
11,27; Jn 5,19-36), el cual cataliza los relatos de las tentaciones. Y
es lógico, pues en ellos Jesús restaura el orden quebrado por los
israelitas en su estancia en el desierto. La tradición evoca, en
efecto su infidelidad, la cual alcanza su culmen en los tres
episodios siguientes: murmuraciones antes del envío del maná (Ex
16,1-3), engreimiento en Masá (Ex 17,1-7) y culto idolátrico en el
Sinaí (Ex 32,1-10). La obstinación del pueblo hizo que Dios le
retirara su confianza. Pues bien, lo contrario sucede con Jesús.
Este decide conquistar una nueva tierra prometida. Y para ello
debe recorrer el camino que separa la esclavitud (pecado) de la
libertad (gracia). ¿No fue tal el objetivo de los antiguos israelitas?
¡Por supuesto! También ellos trocaron su cautiverio (Egipto) en
liberación (Canaán). Mas tal cambio no fue fácil. Tuvieron que
atravesar un árido desierto, quedando a merced de la tentación. Y
ellos, ¿qué hicieron? Sucumbir. Su estancia en el eremo (cuarenta
años) es la historia de un fracaso. ¿Ocurre igual con Jesús? ¡En
modo alguno! Su andadura a través del desierto (cuarenta días) se
erige en expresión de triunfo.
Los sinópticos conectan con Jesús la experiencia tentacional del
nuevo Israel. Este quiere liberar al hombre del maligno cuya
hegemonía arranca del paraíso terrenal. ¿Cómo derrocarlo?
Entablando una lucha encarnizada con él. Y esto es lo que hace
Jesús. ¡Tiene que arrebatarle el mundo! Mas su conquista no
puede improvisarse. Antes se ha de estudiar la estrategia.
¿Dónde? Jesús -nuevo Israel- se adentra para ello en el desierto,
reviviendo la experiencia del pueblo de Dios. También él será
tentado por las fuerzas del mal. Pero con una salvedad: donde el
antiguo Israel cosechó derrotas, el nuevo no cesa de triunfar.
Los sinópticos se inspiran, pues, en la experiencia del éxodo
para cincelar el combate entre Jesús y Satanás. Este se afana por
cerrarle el camino a fin de evitar el descalabro. Su estrategia es
muy sutil. No tanto, sin embargo, como para domeñar a Jesús,
cuya entereza se antoja proverbial. Por ello han de imitarlo los
creyentes. De hecho, nada de cuanto le acaece a él, nos resulta
extraño a nosotros. Todos compartimos el mismo tendón de
Aquiles. Nos obceca, en efecto, la desconfianza, la indolencia y la
vanidad. Son las ofertas del maligno. Este también se las hizo a
Jesús. Mas él no se dejó atrapar.
La figura del nuevo Israel, que subyace en todos esos relatos,
clama a gritos por desmitificar la tentación. ¿Cómo? Tal es la
incógnita que la crítica se afana por despejar. Para ello invita a
superar el literalismo, engarzando con un mensaje donde la
historia se diluya en catequesis. Más que ver, pues, a Jesús
llevado de un lugar a otro por Satanás, se impone saberlo
enfrentado a esa fuerza del mal que todos sentimos dentro. Y sólo
doblegando su ímpetu, gestaremos libertad. Vista así, la tentación,
más que acongojar, acrisola.
2. Teología de la tentación
No se me oculta que estos relatos han calado hondo en la
conciencia de los creyentes. ¿Quién no recuerda las estampitas
donde un diablo, con cuernos, hace travesuras ante Jesús para
que este se lance al vacío? Escenas así, ¡cómo activan la fantasía!
Te confieso, amigo lector, que ni aun de niño me fascinaron.
¿Motivo? ¡Lo ignoro! En todo caso, agradezco de veras a Dios que
-al menos en este tema- me ahuyentara la ñoñez.
Nadie ignora los esfuerzos del séptimo arte por autenticar la
figura de Jesús. En mi opinión, sus logros han sido más bien
escasos. Por ello suelo evitar las películas que se interesan por él.
Tal rechazo arranca ya de mi infancia. Tengo aún muy vivo, en
efecto, el recuerdo de "La historia más grande jamás contada".
Creo que tal era el título del largometraje. Aun sin ser cinéfilo, me
gusta el celuloide. Y de ordinario, resisto hasta el final. No me
ocurrió así con aquella `'historia". La aguanté hasta la tentación del
monte. Pero, al ver al diablo con hábito y cordón de franciscano,
hasta sentí claustrofobia. Y, en vez de seguir indignándome, me
salí.
Considero nefasto desvirtuar así la vivencia de Jesús. Este tuvo
que topar obviamente con el mal para expandir el bien en el
mundo. Ambas fuerzas siempre se han disputado su dominio.
¿Qué hacer? Optar por un orden de valores concreto: ¿el de la
esclavitud (Satanás) o el de la libertad (Jesús)? He ahí el gran
dilema que desde su origen catalizó la historia del hombre. Este,
aun sabiéndose a merced del mal, siempre suspiró por el bien.
¿Cómo lograrlo? Su debilidad hizo vanos sus intentos. Por ello vino
en su ayuda Dios.
La historia del pueblo elegido es como un eco de su oferta. Le
muestra en efecto, el camino que adentra en la libertad. Se trata,
no obstante, de un recorrido pródigo en obstáculos. ¿Cómo
sortearlos? El antiguo Israel sucumbió en el empeño. ¿Y el nuevo?
La respuesta la brinda Jesús. Su forma de afrontar la tentación
ofrece, en efecto, una catequesis interpelante con fuerza para
avivar el compromiso.
Renuncio, por tanto, a reconstruir esas tentaciones que -según
los sinópticos- debió superar Jesús. Todas se forjaron en su
interioridad. Mas, ¿acaso cuanto se vive dentro es menos real que
lo acontecido fuera? Jesús pulsó ciertamente los envites del mal,
pero, ¿de qué sirve consignarlos? Lo que de verdad interesa es
ver cómo los conjuró Jesús. Ello explica que la crítica busque ante
todo el mensaje de esos momentos que galvanizan su experiencia
tentacional.
Esgrimiendo tales criterios, acaso resulte eficaz el estudio de
esos relatos. En ellos descubre el creyente un modelo al que imitar
cuando ve frenadas sus ansias de libertad. Mas tales frenos han
de buscarse dentro. Así nos lo enseña Jesús.
2.1. Tentación en el desierto
Su coreografía es muy simple. Jesús, tras un ayuno muy
prolongado, acaba por sentir hambre. Y entonces entra en escena
el tentador, brindándole la solución. Aun admitiendo la carga mítica
de este relato, impacta su coherencia. Pero, en el fondo, ¿dónde
ubicar la tentación? Nadie será tan ingenuo como para vincularla
con un apremio de índole biológica. Quien calma el hambre, pone
fin, no a una tentación, sino a una necesidad.
La experiencia tentacional de Jesús ha de asociarse con las
palabras que supuestamente le dirige Satanás: "Si eres hijo de
Dios, di que esas piedras se conviertan en panes" (Mt 4,3). Tal
frase no puede menos de sorprender. De hecho, por mucha
hambre que tuviera Jesús, ¿era preciso convertir en panes todas
las piedras del desierto? ¡Qué absurdo! Así lo aprecia ya Lucas,
introduciendo una sustanciosa modificación. A su entender, el
diablo le habría dicho: "Si eres hijo de Dios, di a esta piedra que se
convierta en un pan" (Lc 4,3). Al menos así, la insidia del tentador
se antoja más verosímil.
Ahora bien ¿para qué debe Jesús convertir un pedrusco en una
hogaza? La respuesta parece obvia: ¡para comérsela! Si tal fuera
¿dónde está la tentación? Ya indiqué antes que todo ser humano,
al acosarlo el hambre, tiene derecho a calmarla. Siendo extrema la
hambruna -¿no lo es la de Jesús?-, puede recurrirse incluso al
portento. ¿Verdad que tú también lo piensas así, amigo lector?
Sólo un estúpido osaría impugnarlo. Si es, pues, tan obvio
¿pudieron no verlo los evangelistas?
Ello invita a situar la tentación en otro plano. Y este viene
insinuado, no por la sugerencia de satán, sino por la respuesta de
Jesús. Dice así: "Está escrito: 'No sólo de pan vive el hombre"` (Lc
4,3). Escrito~ ¿dónde? La frase aparece en Dt 8, 3. Allí se
amonesta a los israelitas para que no reiteren la estupidez del
desierto. ¿Cuál? La respuesta viene ofrecida en Ex 16,2-3, donde
se rebelan contra Dios al sentir la comezón del hambre. Sentirla no
es tentación. Sí lo es en cambio desconfiar de la divinidad.
Pues bien, en este contexto ha de encuadrarse la primera
tentación de Jesús. Este, encarnando la experiencia del antiguo
Israel, se supone incitado por el tentador a compartir su rebeldía.
¿Cómo? Retirando a Dios la confianza debida con una actitud
rayana en la insolencia: convirtiendo una piedra en un pan. Quien
afronta así los problemas, contraviene los planes divinos. Por eso
rechaza la oferta Jesús: "No sólo de pan vive el hombre". Es decir,
nada debe empañar la total entrega a Dios. Sólo con ella hollará el
hombre, con pie firme, el futuro.
La tentación en el desierto, contemplada desde esta óptica, se
torna catequesis. Todo creyente se sabe invitado por ella a
depositar toda su confianza en Dios. Incluso en los momentos más
críticos. ¿Quién no siente en ellos un vivo afán de rebelarse contra
sus designios?
Hace años conocí a un personaje bastante estrambótico. Su vida
era un perenne zigzag. Me recordaba los gráficos de un
electrocardiograma. Tan pronto iba hacia arriba como hacia abajo.
Eso sí, en los momentos de euforia, desbordaba heroicidad:
grandes ayunos, horas de oración y renuncias al por mayor. Sólo
que, al acosarlo la depresión, se mecía en la indolencia. Y mientras
se afincaba en ella, era inútil toda soflama. Menos aún si se
mencionaba a Dios. ¿Fiarse de él? ¡En absoluto! Le resultaba más
cómodo sumirse en la inconsciencia. Renunciando al compromiso
(palabra de Dios), se aferraba a la mezquindad (mendrugo de
pan). ¿Olvidaba acaso que "no sólo de pan vive el hombre"? No
soy yo quién para enjuiciarlo. Sin embargo, pido a Dios que me
libre de una actitud así.
En realidad, los humanos somos a veces tan estúpidos que, en
vez de alimentarnos con la palabra divina, suspiramos por un
prodigio que convierta la piedra en pan. ¿Cuándo
comprenderemos que jamás servirá de alimento un pan que aleje
de Dios?
2.2. Tentación en el monte
Su escenario ha sido asociado por la tradición con el "djebel
qarantal (monte de la cuarentena), sito al noreste de Jericó. Es
impensable que Jesús, desde su cima, contemplara todos los
reinos del mundo. Ha de tratarse, por tanto de una visión
imaginaria que los sinópticos suponen brindada por el tentador. Y
este la acompasa con la más sugestiva oferta "Todo esto te daré si
te postras y me adoras" (Mt 4.9/Lc 4,6b-7). Mas, en caso de
aceptar Jesús habría incurrido en flagrante idolatría.
Esta presunta tentación no encierra ninguna falacia. En realidad,
satán brinda un traspaso de poderes. El mundo: ¿no es acaso su
patrimonio? No en vano, la misión de Jesús estriba en
arrebatárselo. Pues bien, el diablo le evita el esfuerzo. Lo deja en
sus manos con una condición: aceptarlo a él como dios. El diablo
pone, por tanto, sus cartas sobre la mesa. Lejos de engañar a
Jesús, le propone un trueque: el mundo a cambio de la adoración.
¿Quién no ha sentido alguna vez el ansia de poder y gloria?
Pues tal es lo que, a decir de Lucas (Lc 4,5), ofrece el satán a
Jesús. Cierto que ambas metas son legítimas. Tanto que todo ser
humano puede aspirar a alcanzarlas, sin topar por ello con la
tentación. Esta ha de asociarse más bien con lo que satán pide a
cambio. Darle culto a él, supondría proclamarlo dios. ¿Podría
avenirse a ello Jesús?
Su reacción no admite réplica: "Está escrito: "Has de adorar al
Señor tu Dios, dándole sólo a él culto" (Mt 4,10/Lc 4,8). Escrito,
¿dónde? Una vez más debe evocarse una frase del Deuteronomio
(Dt 6,3), cuyo autor quiere conjurar con ella los riesgos de la
idolatría. Y, al hacerlo, evoca lo ocurrido en el Sinaí, cuando los
israelitas adoraron al becerro de oro (Ex 32.1-10). Tal culto
atentaba frontalmente contra la fe monoteísta. Por ello debía
erradicarse del pueblo.
Jesús revive la misma experiencia. También él siente los envites
de un culto idolátrico a cambio de poder y gloria. ¿Qué mayor
honor podía ambicionar que adueñarse así del mundo? La
postración le habría ahorrado todo esfuerzo, muerte incluida.
Podría, por otra parte, blasonar de triunfador. ¡Misión cumplida! El
mundo a sus pies sin quemar un solo cartucho. ¿Cómo no
fascinarse ante tal oferta?
Sin embargo, el nuevo Israel se mantiene firme. ¿Motivo? Dar
culto a cambio de gloria y poder supondría postergar a Dios a un
plano secundario. Siendo así, ¿cómo activar el compromiso? Este
jamás pacta con la traición. Para eso ambos sinópticos realzan la
firmeza de Jesús, al rehusar cuanto el tentador decide ofrecerle.
Pienso que con ello se refleja una vivencia real de Jesús.
¿Acaso él, siendo humano como tú y yo, no sintió el afán de
dominio? Y más aún al emprender la conquista del mundo cuyo
dueño era Satanás. ¡Cuántos obstáculos en su camino! Jesús tuvo
que acusar la angustia que fluye de la pequeñez. ¿Cómo
adueñarse de un mundo tan opuesto a su mensaje? Tal gesta
podría parecerle casi imposible. Mas he aquí que satán se la pone
en bandeja. Esto, traducido a vivencia, acaba convulsionando el
alma. Tal es lo que se supone ocurrió a Jesús. ¿Quién no siente
escalofríos ante una tentación así?
Los evangelistas la convierten en catequesis. No en vano todo
creyente acusa idénticas acometidas. Sé que muchos de mis
lectores se resistirán a verse reflejados en esta tentación de Jesús.
Ellos nunca han sentido -¡así dicen!- la tentación de un culto
idolátrico. ¿Ah, no? Pues yo sí. Y no porque me fascinen los ídolos
de piedra o barro. El problema es mucho más hondo. Me atrae la
idolatría cuando siento ansias de dominar aun a costa de mi
compromiso con Dios.
Si el dinero, el honor, el placer, la fama o la gloria consiguen
desplazarlo, se incurre en idolatría. ¡Cuántos idólatras creen
ejercer de creyentes!
Así pues, todo cristiano sabe -¡se lo enseña Jesús!- que su
entrega al Reino le exige renunciar a los halagos del poder y la
gloria. ¿Siempre? No, sólo si está en juego el compromiso. Cuando
esto ocurre, la hegemonía de lo creado se torna claudicación
idolátrica. Pues bien, Jesús enseña cómo portarse en tal
coyuntura.
2.3. Tentación en el templo
Esta viene enmarcada en el ángulo suroeste del templo, junto al
pórtico de Salomón. Desde allí podía contemplarse el torrente de
Cedrón, a unos cien metros de profundidad. El tentador pone a
prueba a Jesús, sugiriendo que se lance al vacío, pues no en vano
dice el salmista (Sal 91,11-12): "A sus ángeles les encomendará
que te guarden, llevándote en palmitas para que tu pie no tropiece
con piedra alguna" (cf Mt 4,6/Lc 4,1Ob-11).
¿Te has fijado, amigo lector, en un detalle muy sintomático?
Ambos evangelistas ponen en labios de Satanás frases de un
salmo, que -según reza nuestra fe- han de verse como "palabra de
Dios". ¿Puede el diablo proferir palabras divinas? ¡Absurdo! Mas
tal anomalía poco inquietaba a los autores sagrados. Ello evidencia
su intención de plasmar no tanto sucesos históricos cuanto
vivencias de Jesús.
Intuyo que más de un lector supondrá absurda esa tentación.
¿Iba Jesús lanzarse al vacío sólo para llamar la atención? No lo
juzgo tan ingenuo. Y tampoco los evangelistas. Entonces, ¿por qué
configuran así una experiencia tentacional? La respuesta ha de
buscarse una vez más, no en lo que propone el "tentador", sino en
lo que contesta Jesús. Sus palabras no pueden ser más incisivas:
"Está escrito: "No tentarás al Señor tu Dios" (Mt 4,7/Lc 4,12).
Escrito, ¿dónde? Por tercera vez hemos de recurrir al
Deuteronomio (Dt 6,16), donde se conmina al pueblo a no repetir
la misma torpeza del éxodo. ¿Cuál? Consúltese Ex 17,1-7, donde
los israelitas critican a Dios por haberlos sacado de Egipto,
dejándolos ahora morir de sed.
Esta actitud del pueblo siempre se entendió como osadía. Su
querella llegó a verse incluso como alarde de "tentar a Yavé" (Ex
17.7). Y es que, en base a lo ocurrido en Egipto, llegó a
envanecerse pensando que Dios lo libraría de cualquier
adversidad. Aunque resulte paradójico, se comportaba como si
Yavé estuviese obligado a satisfacer todos sus deseos. Porte tan
estúpido, ¿puede consentirlo Dios? El relato de Masá (tentación)
se erige en paradigma mostrando cuánto molesta a la divinidad
todo afán de manipularla.
Desde tal perspectiva ha de analizarse esa tentación que los
sinópticos ubican en el alero del templo. Cierto que Jesús no sintió
deseos de echarse a volar sabiendo que Dios velaría para que no
se estrellara contra ninguna piedra. Mas, ¿por qué no ver reflejado
aquí el reverso de Masá? El tentador pretende que Jesús se
envanezca al saberse "hijo" de Dios. Tal epíteto -asumido por los
antiguos israelitas- los hizo "tentar" a Yavé. En cambio, Jesús -aun
siendo quien es- acata sin reserva sus designios. Y con ello
sublima su tentación.
Los evangelistas dan por terminada así su trilogía. Lucas deja la
del templo para el último lugar, quizá por la importancia asignada a
Jerusalén. Es en ella donde supone a Jesús librando su combate
decisivo contra Satanás. Tanto que este, aunque de nuevo
humillado, no se considera vencido. Por ello el evangelista lo
supone abatido. Se bate de hecho en retirada "hasta el tiempo
oportuno" (Lc 4,13).
Y este tiempo, ¿cuándo se cumple? Basta familiarizarse con el
tercer evangelio para ver cómo este conecta la tentación del
templo con cuanto configurará la pasión de Jesús. Por ello la
supone iniciada al adentrarse en Judas Satanás (Lc 22,3). Así todo
el drama estará orquestado por el maligno. Lógico, por tanto, que
la experiencia tentacional de Jesús, lejos de finalizar con su victoria
en el templo, se prolongue hasta morir en la cruz. Toda su
existencia queda como jalonada por las asechanzas del satán,
aunque este no cese de acumular derrotas.
Descubro también en este relato un claro interés catequético.
Los evangelistas quieren ahuyentar de la comunidad todo porte de
vanagloria. ¿Por qué tentar a Dios? Así lo hacen quienes lo
imaginan a su servicio hasta para satisfacer su vanidad. No me
resulta difícil descubrir actitudes afines en los creyentes de hoy.
¡Cuántos se consideran acreedores a un omnímodo tutelaje divino!
Y si este alguna vez les falla, se querellan sin más con Dios,
osándole increpar así: "¿Por qué has permitido esto? ¿Por qué
Dios no has evitado lo otro? ¿Por qué? ¿Por qué?". ¡Absurda
actitud! Ojalá aprendiéramos los humanos que a Dios no han de
hacérsele preguntas. Es él quien las ha de formular. Incumbe al
hombre darles cumplida respuesta. ¿Cómo? El modelo es Jesús.
Creo que esta tentación tiende a acosarnos a todos. Nuestro
presunto "sí" a la divinidad parece darnos derecho a su apoyo
incondicional. Y en cierto modo es así. Mas con una salvedad: es
Dios, y no el hombre, el que toma la iniciativa. De ello se infiere
que, si en algún momento llega a secarse el espíritu -recuérdese la
sed de Masá-, no es por ello justo querellarse contra Dios. Si este
cuida del hombre, ha de hacerlo a su manera. ¿Quiénes somos
nosotros para someterlo a la mínima presión? Y tal hacen quienes
pugnan por convertirlo en su tapaagujeros individual. ¿No
pretendía el diablo que así lo hiciera Jesús? ¡Cuán señera se me
antoja su tentación en el templo!
Hace años fui testigo de una inolvidable situación. Me
encontraba en Los Ángeles (California) grabando unos programas
de televisión. Finalizado el trabajo, se me brindó la oportunidad de
visitar -con una familia conocida- el cañón del Colorado. Y hacia él
nos encaminamos. Era enero. Hacía frío. Ya en el estado de
Arizona, topamos con mucha nieve. Me sentía incómodo y quise
regresar. Pero el anfitrión rechazó mi sugerencia. Seguimos
avanzando, mientras él no cesaba de inculcarme su confianza
absoluta en Dios. ¿Por qué preocuparse de la nevada? Dios
velaba por nosotros. Tal convicción parecía darle fuerza para
continuar, aun cometiendo un sinfín de torpezas. Si algo intentaba
decirle, su respuesta era categórica: "Dios cuida de mí".
Con tales credenciales llegamos al gran cañón. Mi amigo estaba
tan acelerado que yo presentí la tragedia. Quise regresar. Así se lo
expuse a su esposa. Pero él..., ¡cabezón! ¿Por qué emprender el
regreso si Dios era nuestro vigía? Tanta insistencia, me pareció
obsesión. Y quizá no estuviera del todo descaminado. ¿Sabes lo
que ocurrió, amigo lector? Sé que te va costar creerme. Pero te
garantizo que soy objetivo. Pues bien, al atardecer, nos acercamos
al gran cañón para contemplar su fantástica puesta de sol.
Estábamos embelesados. Yo sentía muy cerca a Dios. Y él quizá
también, sólo que a su manera. Conforme el rosicler iba
coloreando el abismo, él seguía hablando de Dios..., de Dios..., de
Dios. Y, en pleno delirio -¡pásmate, querido lector!- se echó a volar
sobre el gran cañón. ¿Resultado? Aterrizó quinientos metros más
abajo sin que ningún ángel llegase a sostenerlo. Mi amigo..., ¡se
estrelló! ¿Acaso le falló Dios? ¡En modo alguno! Su error estribó
en quererlo manipular. Y él jamás se presta a tal juego.
Esta anécdota me hizo ver lo absurdo de erigir a Dios en soporte
de nuestros pruritos. Quien no supera tal tentación, se expone a
compartir la tragedia de mi amigo Clodoveo. Sé que se le enturbió
la razón. Pero quizá lo hubiera evitado, en caso de vivenciar más a
fondo el proceder de Jesús.
3. Conclusiones prácticas
Tal como dije al principio, la tentación ha de verse como
necesaria. Viene exigida por la debilidad humana. Sin ella ¿podría
el hombre superar su conformismo? Sin lucha no hay victoria. Pues
bien, la experiencia tentacional permite optar a la realización
plenificante. El problema estriba en la estrategia a seguir para
alcanzar tal meta. ¿Qué decir? Jesús se erige en modelo. Su forma
de afrontar los envites del maligno muestra cómo tomar la
tentación en potencial realizador.
Mas, ¿cómo encarnar la actitud de Jesús? Si hubiera que
entender los relatos de manera literal, sería del todo imposible.
¿Quién permanece, en efecto, cuarenta días sin comer ni beber?
¿Quién se siente impulsado a lanzarse al vacío? ¿A quién se le
ofrece un dominio sobre el mundo entero? Situaciones así jamás
suelen darse. En cambio, resulta fácil identificarse con Jesús si sus
tentaciones se encuadran en un marco simbólico, donde cada
detalle sea portador de un mensaje. Esgrimiendo tal criterio,
resulta fácil convertir su actuación en modélica para cuantos
anhelan plenificar su existencia.
Todo ser humano es tentado. Mas no todos superan su
tentación. ¿Cómo lograrlo? Para ello -¡qué bien lo enseña Jesús!-
se impone evaluar con objetividad el anverso (=carga positiva) y el
reverso (=carga negativa) de toda experiencia tentacional. Y es
que esta, aunque sea en principio freno, puede acabar siendo
estímulo.
3.1. La tentación como freno
Los sinópticos muestran cómo la tentación puede bloquear todo
proyecto realizador. Así les ocurrió, de hecho, a los antiguos
israelitas durante su estancia en el desierto. Se dejaron atrapar en
sus redes. Y, al hacerlo, sufrió un duro golpe su compromiso con
Dios. ¿Cómo olvidar que una colectividad descomprometida está
condenada al caos?
Jesús enseña cómo convertir la tentación en crisol depurador.
Por ello los sinópticos realzan tanto los esfuerzos del diablo por
desviarlo de su compromiso mesiánico. Mas todos sus intentos
chocaron con la entereza de Jesús, cuya entrega al ideal lo
inmuniza contra el virus de la indolencia, la vanidad y el
engreimiento. Lógico, pues verlo como modelo de cuantos anhelan
-¿quién no?- plenificar su existencia. Para ello basta seguir el
camino que él no cesa de mostrarnos. Su experiencia personal
brinda, de hecho, unas enseñanzas que oso resumir en los
siguientes puntos:
-Ninguna persona normal puede soslayar la tentación. Siendo
esta fruto de la debilidad, viene asociada por la tradición bíblica
con la fuerza del pecado cuyo último responsable es Satanás. A él
se asigna, pues, toda experiencia tentacional donde la indolencia
pone cerco al compromiso. En este sentido, Jesús tuvo que
afrontar las insidias diabólicas, igual que nos ocurre a ti y a mí. Y
es que Satanás anida en la interioridad de cuantos nos sabemos
frenados en nuestro afán de realización.
-Sucumbe ante la tentación quien pacta con la indolencia. Esta
pone brida al esfuerzo. Y, ¿pueden no frustrarse cuantos, siendo
hechos para la libertad, rinden culto al esclavismo? Tal hacen
cuantos ceden ante los halagos de la vanidad, la presunción y la
petulancia. Actitudes así asfixian a la persona.
-Todos acusamos la presencia de Satanás. Mas este no suele
actuar desde fuera. Se antoja más bien la personificación de
cuanta carga negativa se oculta en nuestro interior. Tal carga,
convertida en doctrina, recibe el nombre de "pecado". Siendo así,
es lógico que toda experiencia tentacional se fragüe dentro de la
propia persona: allí es donde la fuerza de Satanás (personificación
del caos) intenta desplazar a Dios (personificación del orden). Sólo
este realiza al ser. El caos en cambio lo aniquila.
La tentación ha de verse como nefasta si raquitiza el proyecto
existencial donde el compromiso se traduce en lucha por un mundo
mejor. Pienso que muchos creyentes -¿por qué excluirnos tú y yo?-
pueden caer en esta trampa. Si tal hacen, su propia vida se les
tomará tentación. Y nada perjudica tanto al hombre como
suscribirse a la vagancia. Donde falta el compromiso, impera la
debilidad, que -¿quién lo ignora?- se opone a la plenitud. ¿Cómo
no luchar, pues, por romper sus frenos? Las pautas vienen dadas
por Jesús, cuya vida fue pura entrega y compromiso total.
3.2. La tentación como estímulo
Jesús enseña también a sublimar su tentación que -se infiere de
los sinópticos- cuestionó su ideal mesiánico. Este le exigía
proclamar las excelencias de un reino donde todo ser humano
pudiera saberse feliz. Mas ello iba a enfrentarlo con quienes
detentaban el poder. Tanto que acabarían ejecutándolo en el
patíbulo.
Pues bien, su entrega al ideal fue puesta a prueba por su propia
debilidad. Esta le incitaba a la holganza y a la comodidad. Ante tal
envite, ¿qué hizo Jesús? ¡Optar por el compromiso! Y su opción
puede verse -esto es lo que hacen los sinópticos- como sugestiva
catequesis. Siendo así, el creyente ha de tener bien claro que,
para activar su compromiso, no precisa heroicidad. Le basta imitar
a Jesús. El muestra cómo tomar estímulo a la tentación. Sus pistas
pueden resumirse en los enunciados siguientes:
-Es obvio que Jesús, al apostar por el compromiso se sintiera
atraído a hermanarlo con su debilidad. Ia cual clamaba por dar
pábulo a la vanagloria. Sin embargo, su drástica reacción ante las
ofertas del maligno hizo que estas acrisolaran su existencia. Y así
su experiencia tentacional se tornó estímulo realizante. De hecho,
su vida misma es como un libro abierto donde se invita a luchar por
un mundo nuevo. En él no tendrá cabida el pecado (Satanás)
porque primará el amor (Dios).
-Pienso que la actitud de Jesús encarna el comportamiento que
ha de adoptar todo creyente. También él siente el acoso de su
debilidad, tras la que se oculta el diablo. Sin embargo, ante sus
embates, no hay razones para el desconcierto. Es, por tanto,
absurdo que el cristiano transpire temor. Y es que este comienza
donde termina el amor. Pues bien, Jesús enseña a sublimar la
tentación para activar con ello una dinámica amorosa cuajada de
plenitud. ¿Por qué no intentamos compartirla, amigo lector?
Haciéndolo, sublimaremos sin más nuestra propia tentación.
-A la luz de cuanto vivencia Jesús, se ve cómo toda tentación
intenta bloquear el compromiso. Siendo así, la persona
descomprometida, ¿por qué ha de sentirse tentada? En realidad,
su vida misma apuesta por la tentación. Nada frustra tanto como
pactar con la indolencia. Por eso los sinópticos quieren erradicarla
de la comunidad. ¿Cómo? Invitándola a compartir la inquietud de
Jesús, cuyo espíritu de lucha y entrega rompió las bridas de
Satanás. De ello se infiere que su acoso puede hasta acrisolar a
quien, siendo su modelo Jesús, se aferra aún más a su entrega.
Considero que los relatos de las tentaciones, vistos desde esta
óptica, brindan una catequesis válida también para hoy. ¿Quién se
libra, en efecto, de cuanto experienció Jesús? También nosotros
acusamos la comezón de la desconfianza (desierto), del poder
(monte) y de la vanidad (templo). Sentir sus envites no es malo.
Sólo quien consiente se desprograma.
Hace no muchos meses topé con una persona llena de
escrúpulos. Cuesta trabajo aceptar que, en un mundo de talante
liberal, pueda atenazarse así el espíritu. Lo cierto es que la
persona en cuestión -¡ojalá fuera la única!- vivía atormentada por
dentro. En todo veía pecado. Y se destrozaba al verse tan acosada
por el tentador. Al hablar con ella, traté de hacerla ver cuán
absurda era su actitud. Sin embargo, mis razonamientos chocaban
con su obstinación. Para justificarla, me objetó: "¿Acaso el
padrenuestro no incita a alejar la tentación?". Pues no. Aunque tal
sugiriera su escrúpulo, no es lo que enseña Jesús. Este no
condena el sentirla (¿acaso él no la sintió?), sino sólo el
consentirla (él jamás la consintió).
Procuremos, pues, amigo lector, no ceder ante los halagos de
unas tentaciones que -al activar el compromiso- jalonan la
existencia. Ser tentado es honor para quien siente pero no
consiente. Tal fue, de hecho, lo que ocurrió con Jesús. Su
tentación, contemplada desde este prisma, ¿puede no estimular al
creyente?
FICHA DE TRABAJO
1. La tentación de Jesús vista por Marcos. Te invito a leer con
calma su texto (Mc 1,12-13). Trata a continuación de responder a
las siguientes preguntas: ¿por qué crees que el evangelista
supone a Jesús empujado por el Espíritu hacia el desierto? ¿Qué
relación descubres entre sus cuarenta días de tentación y la
experimentada por los antiguos israelitas durante sus cuarenta
años de permanencia en el desierto? ¿Qué pretende connotar el
autor al sugerir que las fieras del campo acompañaban a Jesús
mientras los ángeles le servían? ¿Descubres en el relato marcano
pistas válidas para afrontar tu propia tentación? ¿Dónde sitúas tu
desierto personal? ¿Hay también ángeles en él? ¿Por qué?
2. La tentación de Jesús vista por Mateo. Te invito a leer con
calma su texto (Mt 4,1-11). Observa cómo cada una de las tres
experiencias de las tentaciones va aumentando en dramatismo.
¿Por qué crees que el autor sitúa en el monte la última tentación
de Jesús? Tú, ¿te has sentido alguna vez trasladado a un monte
fantástico desde donde descubres un mundo de engaño y falacia?
¿Por qué acentúa tanto el evangelista los peligros de la idolatría?
¿Has incurrido alguna vez en cultos idolátricos? ¿Cuándo
consideras que el hombre de hoy, aunque blasone de creyente
comienza a ejercer de idólatra? Señala las idolatrías más
enraizadas en la sociedad de consumo. ¿Cómo poner fin a su
hechizo? ¿Qué ejemplo nos brinda Jesús? Esfuérzate por ajustar
su respuesta a tu vida. ¿Respondes tú igual cuando la sociedad
intenta atraparte en sus cultos idolátricos? Busca pistas que
ayuden a formular una catequesis de la tentación con fuerza para
soportar y sublimar sus envites.
3. La tentación de Jesús vista por Lucas. Te invito a leer con
calma el texto (Lc 4,1-13). Observa cómo el autor reserva su mayor
dramatismo para la última tentación situada en el pináculo del
templo. Pero ¿termina entonces la experiencia tentacional de
Jesús? ¿Qué supone al respecto el tercer evangelista? Lo que
Jesús se supone sentir en el pináculo, ¿logras verlo reflejado en tu
vida? ¿No has sentido en más de una ocasión ganas de servirte de
Dios para dar pábulo a tu vanidad? La respuesta de Jesús, ¿qué
te sugiere al respecto?
4. Las tentaciones de Jesús y nuestras tentaciones hoy. A la luz
de la tradición sinóptica, ¿es justo temer a la tentación? Cara y
cruz de la experiencia tentacional: ¿cuándo logra esta convertirse
en crisol para el creyente? ¿Qué actitud has de tomar para no
sucumbir ante los halagos de las tentaciones? ¿Cuáles son las
tentaciones que más llegan a angustiarte? ¿Por qué? Las
tentaciones más frecuentes ¿son siempre las más peligrosas? A la
luz de la experiencia personal de Jesús, tal como la reflejan los
sinópticos, ¿qué tentaciones has de sublimar con más empeño?
¿Cómo lograrlo?
5. ¿Cómo profundizar más en los temas expuestos? No conozco
ninguna obra en español dedicada al estudio exclusivo de esta
temática. Por eso remito a lo que sobre ella he escrito con más
calma y amplitud: A. SALAS, Tentaciones de Jesús, Biblia y
Catequesis lll, Biblia y Fe, Madrid 19892, 132-154. Al final, ofrezco
también a los lectores una amplia bibliografía que les permite
seguir profundizando en estos relatos sinópticos.
A.
SALAS
Evangelios sinópticos 6.Págs. 49-68