La cruz no es algo a entender, sino a asumir como escándalo

por LEONARDO BOFF


Hans Urs von Balthasar se niega a transcender mediante la 
razón el escándalo que significó la cruz para todo el pensamiento 
humano. Es un escándalo. Y en la medida en que se mantenga 
exactamente como escándalo, es cruz. Dentro del cuadro de una 
intelección deja de ser cruz y pasa a ser función de otra realidad, 
perdiéndose como cruz escandalosa.
Desde su comienzo, dice Balthasar, la misma encarnación posee 
un carácter «pasional», es decir, está orientada a la pasión . La 
encarnación significa que Dios asume la totalidad de la experiencia 
humana, la experiencia del pecado y del infierno. Cristo asumió 
todo eso a lo largo de su vida hasta la muerte, hasta la experiencia 
que todos hacemos del abandono de Dios que llega hasta el 
descenso al infierno que equivale a sentirse absolutamente 
condenado. De ahí que la pasión de este mundo se transforme en 
la pasión de Jesucristo. Esa kenosis implica un cambio en la 
imagen de Dios, imagen que ha resultado desfigurada por la 
concepción estática griega del «Deus inmovens».
CZ/ELEVACION: La tradición hace dos afirmaciones 
fundamentales: que la máxima kenosis en la cruz es gloria (San 
Juan: la muerte es elevación en un doble sentido, elevación en la 
cruz y elevación en la gloria); que por la encarnación Dios no sólo 
redimió al mundo sino que reveló su última profundidad. Por eso la 
encarnación afectó a Dios puesto que él «se» reveló. Esa 
revelación implica que el mundo y la encarnación deben ser 
pensados intratrinitariamente y no só1o como obra «ad extra». Si 
se acepta esto se impone lo siguiente: que al encarnarse Dios, la 
Santísima Trinidad asume el dolor y la muerte. Al morir en la cruz, 
Dios sigue siendo Dios y la muerte es una forma de Dios. 
OMNIPOTENCIA/QUE-ES: La omnipotencia de Dios consiste en 
poder superar todo, no en poder evitarlo todo. La inmutabilidad de 
Dios consiste en poder cambiar totalmente. En otras palabras: lo 
inmutable de Dios consiste en su ser siempre mutable y proceso.
Existe una verdad teológica que se encuentra entre la pura 
inmutabilidad de Dios que llega hasta el punto de que la 
encarnación no signifique sino algo exterior a Dios y un género tal 
de mutabilidad de Dios que la autoconciencia de Jesús quede 
totalmente alienada en la conciencia humana; esa verdad es la 
siguiente: la del cordero inmolado desde el comienzo del mundo 
(cfr. Ap 13,8; cfr. 5,6.9.12).
En concreto, la trayectoria de Jesucristo hay que pensarla dentro 
del plan eterno de Dios, plano que lo incluye todo, el dolor, la 
muerte y la cruz: todo eso pertenece al Hijo eterno. El asume todo 
eso cuando se encarna.
La imagen de Dios debe, por consiguiente, cambiar, ampliando 
los horizontes de comprensión de lo que llamamos mundo e 
historia. Estos no han de ser entendidos fuera de Dios, sino dentro 
del proceso trinitario de Dios mismo. Entonces se entiende que 
Dios pueda cambiar. La mutación del mundo no es más que la 
forma humana de la mutación de Dios.
D/AUSENCIA-PRESENCIA: A Dios hay que buscarlo «sub 
contrario». Allí donde parece que no hay Dios, donde parece que 
él se ha retirado, es donde está Dios en grado sumo. Esa lógica 
contradice la lógica de la razón, pero es la lógica de la cruz. Esta 
lógica de la cruz es un escándalo para la razón y debe ser 
mantenida como tal porque sólo así tendremos un acceso a Dios 
que de otro modo jamás tendríamos. La razón busca la causa del 
dolor, las razones del mal. La cruz no busca causa alguna; ésta se 
halla precisamente en grado sumo en ese dolor de Dios. Allí donde 
la razón veía una ausencia de Dios, según la lógica de la cruz, está 
la plena revelación de Dios. Partiendo de esto, Balthasar entabla 
una fuerte polémica contra toda la filosofía que intenta hacer de la 
cruz un principio de intelección universal. No es nada de eso; debe 
mantenerse como cruz, como una tiniebla que se antepone a la luz 
de la razón y de la sabiduría de este mundo.
El hiato que va de una a otra sólo se supera en la resurrección 
como realidad escatológica. En ella queda patente que la vida 
presente en la cruz se revela a plena luz. La resurrección no es 
obra de la luz de la razón sino de las tinieblas de la muerte; por eso 
el que resucita es el crucificado, no Apolo ni Júpiter ni el hombre en 
su gloria que pasa a una gloria mayor. Es el abandonado y 
rechazado. Y eso viene a mostrar que, dentro del abandono y del 
rechazo, existe una vida diferente y plenamente divina: la de la 
resurrección. Esta, la resurrección, representa la unidad del mismo 
proceso trinitario.
La cruz pensada trinitariamente es más que la cruz exclusiva del 
Hijo. Implica a las tres personas divinas: al Padre como agente 
principal, al Hijo en cuanto que, solidariamente con los hombres, 
experimenta lo que significa decir no a Dios sin que él mismo haya 
dicho no (Hbr 4,15), y el Espíritu Santo como reconciliación de 
todo, del Padre con el Hijo y de la criatura con Dios.

La cruz es escándalo porque es crimen 
En el horizonte de la teología de la liberación, las reflexiones 
teológicas acerca del significado histórico y salvífico de la cruz se 
concentran principalmente en la dimensión encarnatoria de la 
salvación. «La teología de la cruz debe ser histórica, es decir, ha 
de ver la cruz, no como un designio arbitrario de Dios sino como la 
consecuencia de la opción primigenia de Dios: la encarnación. La 
cruz es consecuencia de una encarnación situada en un mundo de 
pecado que se revela como poder contra el Dios de Jesús» (Jon 
Sobrino).
CZ/SIMBOLO: La cruz debe ser entendida como solidaridad de 
Dios que asumió el camino del dolor humano, no para eternizarlo 
sino para suprimirlo. La forma por la que pretende suprimirlo no es 
por la fuerza y la dominación sino por el amor. Cristo proclamó y 
vivió esa nueva dimensión. Fue rechazado por un «mundo» 
orientado hacia el automantenimiento en el poder. Sucumbió a esa 
fuerza, pero no desistió de su proyecto de amor. La cruz es 
símbolo del poder humano; es símbolo de la fidelidad y del amor de 
Jesús. El amor es más fuerte que la muerte, frente a la que el 
poder sucumbe. Por eso ha triunfado la cruz-fidelidad y la 
cruz-amor. A eso lo llamamos resurrección: una vida más fuerte 
que la vida-poder, la vida-bios, la vida-ego. La cruz no puede ser 
proyectada hacia dentro de Dios ¿De qué cruz se trata? ¿De la 
cruz del amor? Esa sí. Pero esa sólo surge como consecuencia de 
la cruz-odio. La cruz en sí misma no es símbolo de amor y de 
encuentro porque es forma de suplicio y el medio por el que el 
hombre da alas a su poder vengador. Esa es la razón por la que 
no podemos proyectar esa cruz sobre Dios, a no ser que queramos 
destruir toda posible comprensión de Dios. El Dios que muere y 
que rechaza al propio Hijo sólo es comprensible dentro de una 
teología del amor. El rechazado substituye y representa a los 
pecadores del mundo. «No es rechazado por ser Hijo. Es 
rechazado porque se hizo pecado del mundo», sin haber, por 
supuesto, cometido pecado alguno.
Tarea de la fe y del cristianismo organizado como fuerza 
histórica es hacer cada vez más imposible el odio que genera la 
cruz, no como violencia que todo lo impone, sino como amor y 
reconciliación que a todos conquista.
(Págs. 204-217/232-236)
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D/SUFRE: Si Dios calla ante el dolor, es porque él mismo sufre 
asumiendo la causa de los martirizados y sufrientes (cfr. Mt 25,31). 
El dolor no le es ajeno; pero si lo asumió no fue para eternizarlo y 
privarnos de esperanza. Por el contrario, lo hizo porque quiere 
poner término a todas las cruces de la historia.
El cristianismo comenzó siendo una religión de esclavos, de 
proletarios y de marginados, pero no para eternizar esa situación 
sino para superarla. Es una moral subversiva de las relaciones 
señor-esclavo.
¿Para qué sirve el dolor? ¿Para transformar y cambiar el 
mundo? Entonces tiene sentido y es una tristeza según Dios, en el 
lenguaje paulino (2 Cor 7,8-10). ¿Para la aniquilación y la 
esclerotización? Entonces es tristeza según el mundo y no sirve 
para nada si no es para cavar el propio infierno del que comete el 
mal (cfr. 2 Cor 7,8-10).
El problema del mal no es un problema de teodicea sino de ética. 
Se entiende el mal, su peso y su superación, no especulando 
sobre él, sino asumiendo una practica de combate y de creación 
del bien y de aquellas causas que producen el amor y la liberación 
de las cruces de este mundo.

El Dios doliente: ¿cómo sufre Dios? 
Decir que Dios es amor es decir que es vulnerable. Con otras 
palabras, Dios ama y, por tanto, puede ser correspondido o puede 
ser rechazado. Decir Dios es amor es postular otro polo que 
también es amor y que puede entablar un diálogo de amor con 
Dios. El amor sólo se da en la libertad y en el encuentro de dos 
libertades. La historia de la salvación muestra la capacidad de 
rechazo del hombre al amor. Eso no le es indiferente a Dios. Dios 
sufre por el rechazo del amor. Sin embargo, el amor no quiere el 
sufrimiento. El amor busca la felicidad porque quiere en sumo 
grado la felicidad del otro y sigue amándolo aun cuando él se 
niegue a amar. Asume su dolor porque lo ama y quiere compartirlo 
con él. Tal es el sufrimiento de Dios, fruto del amor y de su infinita 
capacidad de solidaridad. Con razón dice Moltmann (y en este 
punto lo apoyamos): «La Trinidad es completamente en sí misma y 
completa en sí misma. Por otra parte está abierta al mundo y al 
hombre y es «imperfecta» en su ser de amor, en el mismo grado 
en que lo es el amante que no quiere ser perfecto sin la 
participación del amado».) 
Sin embargo, no debemos proyectar sobre Dios los mecanismos 
generadores del dolor, de la cruz, de la división, del odio entre los 
hombres. En una palabra, no podemos ligar Dios y cruz como si se 
tratase de una religación interior a su identidad divina. Si así fuera 
estaríamos perdidos. Si Dios mismo sufre en su esencia, si Dios 
odia, si Dios crucifica, entonces estamos sin salvación, pues sería 
simultáneamente bueno y malo y quedaríamos entregados a la 
alternancia eterna del bien y del mal ¿Cómo hablar de una 
redención que viene de Dios; «si Dios mismo necesita de 
redención»? 
A pesar de esto, la cruz afecta a Dios porque significa una 
violación de su proyecto histórico de amor y porque viola el 
sagrado derecho divino. Significa rebelión, constitución del Reino 
del hombre sin Dios. Pero si Dios está más allá de la cruz-odio, si 
Dios no entra en el mecanismo de la cruz-crimen, entonces ese 
Dios puede transformar la cruz en amor y hacer de ella una 
bendición.
Dios fuese cruz, nada significaría la redención de Jesús y su 
solidaridad con los crucificados del mundo. Para sufrir, Dios tiene 
que asumir lo diferente a él. Lo diferente de Dios, lo totalmente 
diferente de Dios, es la situación de no-Dios, de negación de Dios, 
la situación de cruz-crimen. Si en Dios hubiese cruz, la encarnación 
de Dios ya instituiría la cruz y Dios no habría asumido nada. Habría 
revelado lo que él es: cruz y dolor. Sería él mismo proyectado en el 
mundo. Pero precisamente porque él no es cruz, puede asumir la 
cruz como algo nuevo también para Dios. Y eso es una ganancia 
también para Dios. La asume como solidaridad con los que sufren; 
no para sublimar y eternizar la cruz, sino para solidarizarse con los 
que sufren en la cruz, para transformarla en señal de bendición y 
de amor sufrido. El móvil es, por consiguiente, el amor.
En esto reside el sentido de Dios en la cruz, de las afirmaciones 
del Dios doliente y de una teología patética. En esta visión cobra 
una dimensión divina la pobreza, el ultraje y el sufrimiento 
soportados, no para amortiguar la conciencia en la lucha contra la 
pasión del mundo, sino para decir que sólo en la solidaridad con 
los crucificados se puede luchar contra la cruz, que sólo desde la 
identificación con los atribulados por la vida se puede 
efectivamente liberar de las tribulaciones. Y no otro fue el camino 
de Jesús, la vía del Dios encarnado.

La cruz como muerte de todos los sistemas 
No se puede colocar a la cruz en el puesto de principio 
generador de un sistema de comprensión como lo hacen Moltmann 
o Balthasar. La cruz es la muerte de todos los sistemas porque no 
se deja encuadrar en nada; hace saltar todos los lazos. Es el 
símbolo de una total negación, es pecado y rechaza a Dios. Por 
eso es el fruto de una libertad. En casi todos los sistemas aludidos 
arriba, casi nunca se habla de la libertad humana capaz de un 
tremendo rechazo de Dios y capaz también de crear el infierno. La 
cruz nació de un rechazo del Reino. En cuanto pecado es 
totalmente absurda, no posee ninguna inteligibilidad. Por eso no 
puede constituir un eslabón dentro de un sistema lógico coherente. 
Rompe todo porque rompe con Dios, el Logos absoluto. Sin 
embargo, si la cruz es un absurdo, más absurdo aún es el que Dios 
la haya asumido. Aquí está el hecho decisivo y verdadero. Aunque 
absurda, la cruz no supone un limite para Dios. Dios es tan grande, 
tan más allá de cualquier posible negación que puede asumir aun 
el absurdo, no para divinizarlo ni para eternizarlo, sino para revelar 
las dimensiones de su gloria que ultrapasan cualquier luz que 
provenga del logos humano y cualquier oscuridad que provenga 
del corazón. Dios asume la cruz en solidaridad y amor con los 
crucificados, con los que sufren la cruz. Les dice: aunque absurda, 
la cruz puede ser el camino hacia una gran liberación con tal que la 
asumas en libertad y amor. Entonces liberarás a la cruz de su 
absurdo y te librarás a ti mismo. Eres y te haces mayor que la cruz. 
Porque la libertad y el amor son mayores que todos los absurdos y 
más fuertes que la muerte; porque puedes hacer de ellos otros 
tantos caminos hacia mi.
CZ/A: La cruz entra dentro de la historia del amor, de lo que él es 
capaz de hacer en cuanto potencial de solidaridad. La cruz es el 
lugar en el que se revela la forma más sublime del amor, donde se 
manifiesta su esencia. La esencia del amor se realiza en el poder 
estar en el otro en cuanto otro, en lo totalmente otro. El totalmente 
otro con respecto a mi es mi enemigo. Amar al enemigo (cruz), 
poder estar en el, asumirlo, es obra del amor. En eso está su 
esencia. La cruz asumida realiza totalmente al hombre porque le 
confiere la oportunidad de amar de la forma más sublime. La cruz 
no es amor, ni fruto del amor; es el lugar donde se muestra lo que 
puede el amor. La cruz es odio que queda destruido por el amor 
que sume la cruz-odio. Y sólo entonces libera.
Sin embargo, la cruz-odio es un misterio, inaccesible a la razón 
discursiva, pero realizable en una praxis humana. No hay 
argumento lógico que pueda justificar la negación del hombre al 
otro hombre o la del hombre a Dios. Y sin embargo eso sucede. A 
pesar de ello, la cruz no puede ser sistematizada dentro de una 
concepción coherente del mundo y de Dios Rompe con todo. Por 
eso es símbolo de nuestra finitud y el limite de nuestra razón. La 
cruz crucifica a la razón y crucifica a la teología en cuanto 
comprensión sistemática de Dios y de las cosas divinas. Amar esta 
fragilidad, entenderla como forma de mostrar otro modo de acceso 
a Dios, por la asunción de la cruz en el amor, constituye la gran 
oportunidad y el reto que ella propone a nuestra libertad.
La cruz no está ahí para ser comprendida. Está ahí para ser 
asumida y para que transitemos el camino del Hijo del Hombre que 
la asumió y por ella nos redimió.

El sufrimiento nacido de la lucha contra el sufrimiento 
El acceso a los grandes problemas de la vida y de la muerte, del 
dolor y del amor no se realiza por la vía del concepto sino por la 
del mito, no por la argumentación sino por la narración. La historia 
de la reflexión sobre el sufrimiento, desde el Job de la Biblia hasta 
el Job de C G. Jung, es la historia del fracaso de todas las 
soluciones teóricas y la de la insuficiencia de todos los conceptos. 
El mal no existe para ser comprendido sino para ser combatido: tal 
es la conclusión de la vida de todos aquellos que han contribuido a 
dar sentido al sufrimiento, no mediante una investigación acerca de 
él sino mediante una lucha tenaz contra él. Sufrieron al combatir 
contra el sufrimiento, pero su sufrimiento fue digno, gratificante y 
profundamente liberador.
(Págs. 243-248)
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¿Qué es lo que hace digno al sufrimiento? 
DENUNCIA/PROFETA PROFETA/DENUNCIA
Es la causa justa la que dignifica el sufrimiento. La causa justa 
consiste en tomar partido por la justicia de los explotados y por los 
derechos de los preteridos en contra de la legalidad del orden y de 
la coherencia del sistema impuesto. El sistema intenta presentarse 
como una totalidad significativa, como la verdad para el momento 
histórico actual y como la salida liberadora para los problemas del 
pueblo. Pero ese sistema atropella la dignidad humana, reduce al 
otro a una cosa, lo vacía en cuanto hombre. El profeta cuestiona la 
totalidad del sistema que no se abre hacia el otro. Cuestionar de 
este modo es propio de la actitud de fe. Mas allá de sus contenidos 
históricos ligados al destino de Jesucristo y del pueblo en el que 
nació, la fe cristiana es fundamentalmente una actitud que rompe 
todos los sistemas cerrados. Creer en Dios es creer que algo 
nuevo puede irrumpir dentro de los tinglados armados por el 
hombre, algo que será capaz de modificar salvíficamente la vida 
humana. Por eso, cuando un sistema se cierra sobre si mismo, 
domestica los valores de la religión y encuadra a Dios en el 
cuadriculado de sus propias realizaciones, convirtiéndose así en 
opresor. El profeta se alza en nombre del sagrado derecho de la 
persona humana ultrajada porque en la causa de cualquier hombre 
va incluida también la causa de Dios. Da comienzo a la denuncia y 
a la inauguración de una nueva praxis subversiva. El profeta 
deberá pagar por el «desorden» que causa dentro del orden al 
que denuncia como inicuo. Partiendo del pobre en el que el profeta 
tiene un encuentro con Dios, juzga a toda la sociedad. Si no se 
compromete en la denuncia y en una praxis liberadora, se siente 
infiel a Dios y a los hermanos. Ya no puede retroceder. Ese 
ser-arrebatado-por-Dios le confiere fuerza, valentía y heroísmo 
para soportar con serenidad y alegría interior todas las 
contradicciones, incluida la muerte. Hay valores por los que se 
debe sacrificar la vida. Más vale la gloria de una muerte violenta 
que el gozo de una libertad maldita, decía el obispo Fidias al 
comentar el alegre martirio de los cristianos (Eusebio de Cesarea, 
«Historia Eclesiástica», X, 9-10). El mártir por la causa de la 
libertad es testigo fiel de aquella libertad sacrosanta que nadie 
puede impunemente violar ni manipular. Este se autodetermina a 
morir libremente y acoge la muerte como sacramento contestador 
de todas las violencias. Su memoria es subversiva y supone una 
mala conciencia para los opresores.
La fe cristiana en un absoluto sagrado en el hombre y en un 
Dios comprometido con el destino de cada uno, se transforma en 
una mística capaz de dar sentido transcendente a todo dolor y a 
todo sacrificio.
(Págs. 258-260)
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CZ/QUE-ES: La cruz no es sólo el madero. Es la incorporación 
del odio, de la violencia y del crimen humanos. Cruz es lo que limita 
la vida (las cruces de la vida), lo que hace sufrir y dificulta el 
caminar a causa de la mala voluntad humana (cargar con la cruz 
de cada día). Y ¿cómo soportó Cristo la cruz? No buscó la cruz por 
la cruz. Buscó aquel espíritu que hacía evitar que se produjera la 
cruz para sí y para otros. Predicó y vivió el amor. Quien ama y sirve 
no crea cruces para los demás con su egoísmo, capaz de generar 
una mala cualidad de vida. El anunció la buena nueva de la Vida y 
del Amor. Se comprometió por ella. El mundo se cerró a él, puso 
cruces en su camino y acabó alzándolo en el madero de la cruz. La 
cruz fue la consecuencia de un anuncio que cuestionaba y de una 
praxis liberadora. El no huyó, no contemporizó, no dejó de anunciar 
y testimoniar, aunque eso le costase ser crucificado. Siguió 
amando a pesar del odio. Asumió la cruz en señal de fidelidad a 
Dios y a los hombres. Fue crucificado para Dios (fidelidad a Dios) y 
crucificado por los hombres y para los hombres (por amor y 
fidelidad a los hombres).