JESÚS - MILAGROS - TEXTOS
1.Los milagros
Jesús hace milagros. En la actualidad, toda la crítica, incluso la
crítica no cristiana, está de acuerdo en que Jesús realizó en su
vida acciones entendidas por sus contemporáneos como
milagrosas. La interpretación de los milagros no puede hacerse
apologéticamente. No se trata -por si alguien lo piensa así- de que
Jesús quiera manifestarse como Hijo de Dios y lo demuestre con
acciones que rompen las leyes de la naturaleza. Esto no es así.
Los milagros hechos por Jesús son signos de la presencia del
Reino. Jesús, en último término, no hace milagros; lo que hace son
signos. Más aún, la palabra «milagro» no es frecuente en el Nuevo
Testamento, y algunas de las veces en que aparece lo hace en
tono crítico. En Jn 4,48, Jesús recrimina a quienes le escuchan,
diciendo: «si no véis signos y milagros, no creéis». Esas
actuaciones maravillosas de Jesús son sencillamente signos de
que el Reino de Dios está llegando, de que la actuación de Dios es
inminente.
Cuando Jesús cura a los ciegos o a los paralíticos, lo que hace
es mostrar lo que el Reino de Dios significa: que la salvación ha
llegado a los enfermos, a los pobres. Cuando Jesús multiplica los
panes, lo que hace es dar un signo del reino.
El reino es como ese banquete donde hay para todos y sobra,
donde se comparte y se vive la fraternidad.
Ahora bien, es preciso notar que milagros los hacía casi todo el
mundo. El milagro es algo sociológicamente frecuente. La mayoría
de nosotros no somos conscientes de haber visto un milagro en
toda nuestra vida. En nuestro mundo explicamos las cosas de otra
manera, de forma que los milagros no existen; es decir, que no
existen porque no los vemos, porque no los interpretamos como
tales. Plinio, un naturalista romano, escribió una historia natural en
la que hablaba de una planta que brotaba sólo en Israel y que no
florecía los sábados. Esto lo afirma un naturalista. Es decir, la
concepción de la ciencia y la percepción de las cosas son
enormemente distintas en el mundo antiguo y en el nuestro.
Jesús hace signos maravillosos, en concreto la expulsión de
demonios o la curación de enfermedades, que la crítica histórica
entiende como realmente ocurridos. Ahora bien, ese tipo de signos
era algo relativamente frecuente en su contexto histórico y eran
especialmente realizados por los hombres religiosos. Sin embargo,
Jesús también critica en un cierto sentido los mismos signos que
hace. Es habitual que, después de haber hecho un milagro, pida
que no se divulgue.
JOSE RAMON BUSTO SAIZ
CRISTOLOGIA PARA EMPEZAR
EDIT. SAL TERRAE COL. ALCANCE 43
SANTANDER 1991. Pág. 59-61
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2. MILAGROS:
Los milagros se repiten con cierta frecuencia en el texto del
evangelio de la liturgia de la palabra. Todos sabemos por
experiencia que no es fácil decir siempre algo nuevo. Ni tampoco
es necesario. Una forma socorrida es el comentario alegórico:
ceguera humana=ceguera religiosa, la luz=la fe, etc. Con el
comentario a cada milagro concreto y con su explicación alegórica,
puede ser que sin querer vayamos dejando en el pueblo de Dios
una laguna respecto al planteamiento mismo de los milagros en
general, lo más básico que hace referencia a todos los milagros y
a ninguno en particular. Tocar esos puntos de planteamiento quizá
sea también un servicio. Quizá haya cosas que, por ser tan
sabidas nunca las abordamos. Sugiero aquí unos cuantos puntos.
1. Contexto histórico distinto.
Cuando escuchamos los relatos neotestamentarios de los
milagros no siempre somos conscientes de que, diriamos, los
milagros no eran entonces lo que son ahora. En el contexto
histórico los milagros eran otra cosa distinta de lo que pueden ser
hoy. Basta observar algunos detalles. A nosotros nos puede
parecer que los milagros son una acción tan extraordinaria y
sobrenatural, tan divina, que sólo Dios y Jesús podían hacerlos.
Pero el evangelio lo ve de otra forma; también los apóstoles tenían
poder para hacer milagros (Mc. 3, 15). Más aún, algunos que no
andaban con ellos echaban también demonios en nombre de
Jesús (Lc. 9, 49-50). El mismo Jesús avisa que "en el día del juicio
muchos le dirán: en tu nombre hicimos muchos milagros, y yo les
diré: no os reconozco, alejaos de mí, vosotros que habéis hecho lo
malo" (/Mt/07/22-23). Y al describir el fin del mundo se avisa que
en aquellos días "aparecerán falsos Cristos y falsos profetas que
harán señales y prodigios con el fin de engañar, si es posible, aun
a los elegidos" (/Mc/13/22).
Decididamente, uno se da cuenta de que en aquel contexto el
milagro era algo distinto de lo que es hoy día para nosotros.
2. El milagro no es una prueba apologética.
Fuimos educados en una mentalidad apologética, según la cual
los milagros de Jesús son una prueba contundente de su divinidad.
Sin embargo, los evangelios no favorecen esta interpretación. En
efecto, los milagros probaron bien poco. Ante la resurrección de
Lázaro "muchos judíos que habían ido a ver María creyeron
cuando vieron lo que hizo. Pero otros fueron donde los fariseos a
contarles lo que había hecho; entonces los jefes de los sacerdotes
y los fariseos se reunieron en Consejo... y ese mismo día
decidieron matarlo" (/Jn/11/53). Y en otra ocasión atribuyeron los
milagros de Jesús al poder de Belcebú. Precisamente por ese valor
ambiguo del milagro aparece varias veces en los evangelios que
Jesús se niega a conceder los signos que le piden (Mt. 12, 39; 16,
4). Jesús se niega a dar a los fariseos la señal que piden y afirma
implícitamente que la generación que pide una señal milagrosa es
una generación perversa e infiel (Lc. 11, 29). Para él, cualquier
intento de realizar un milagro con el fin de demostrar autoridad
constituye una tentación satánica, como se desprende del relato
de las tentaciones en el desierto (Lc. 4, 10-12).
3. El milagro no hace nacer la fe, sino que la presupone.
No pudo hacer Jesús ningún milagro en Nazaret por la falta de fe
de sus paisanos (/Mc/06/05). Una y otra vez Jesús decía a la
persona que había sido curada: "tu fe te ha curado" (/Mc/05/34
par.; /Mc/10/52 par.; /Mt/09/28-29; /Lc/17/19). Jesús no dice que
es él quien ha curado, ni que la curación se ha producido en virtud
de algún poder físico o de algún tipo especial de relación que él
pueda tener con Dios. Ni dice, al menos de un modo explícito, que
la persona en cuestión haya sido curada por Dios. No dice más
que "tu fe te ha curado". Si un hombre habla con suficiente
convencimiento, "sin reservas interiores, sino creyendo que va a
suceder lo que dice, lo obtendrá" (Mc. 11, 23). Y si se reza con el
auténtico convencimiento de que "ya se le ha concedido",
entonces "lo obtendrá" (Mc. 11, 24). Pero si se duda o se vacila no
se producirá absolutamente nada. Eso lo ilustra perfectamente el
relato de Pedro caminando sobre las aguas (Mt. 14, 28-31).
Cuando los discípulos de Jesús trataron por vez primera de arrojar
malos espíritus no lo lograron porque su convicción era aún débil y
vacilante, porque tenían demasiada poca fe (Mt. 17, 19-20). La fe
de que aquí se habla es el convencimiento de que Dios es bueno
para con el hombre y puede y ha de triunfar sobre todo el mal. El
poder de la fe es el poder del bien y la verdad, que es el poder de
Dios.
4. Los milagros de Jesús son liberadores.
J/LIBERADOR/MILAGROS
En los milagros de Jesús lo importante no es la fuerza o el poder
maravilloso que podrían suponer, sino el contenido, el signo de la
acción. Los milagros de Jesús son liberadores y, por eso, son
signos de la llegada del Reino. Los milagros de Jesús curan,
sanan, dan la vista a los ciegos, limpian a los leprosos, reintegran
a la vida social a los marginados, devuelven la confianza a los
abandonados... liberan. Son signos del Reino; así lo responde
Jesús a los enviados de Juan Bautista: que los ciegos vean, que
los cojos anden... era la señal mesiánica anunciada por los
profetas (Mt. 11, 4-6). En otra ocasión lo dice Jesús más
claramente: "si yo echo los demonios por el Espíritu de Dios es
señal de que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mt. 12, 28).
Los pocos milagros sobre la naturaleza que mencionan los
evangelios (tempestad calmada, pesca milagrosa, caminar sobre
las aguas) tienen también una referencia humana directa. No
buscan meramente asombrar, sino más bien despertar la confianza
y fortalecerla ante las dificultades que van a seguir.
5. Milagro no es lo que contradice las leyes de la naturaleza.
MIGRO/QUE-ES
Las "Leyes de la naturaleza" es un concepto científico moderno.
La Biblia no sabe nada de ello. La Biblia no divide los
acontecimientos en naturales y sobrenaturales. De una u otra
forma Dios está detrás de todos los acontecimientos. Un milagro es
un acontecimiento no habitual que ha sido interpretado como un
desacostumbrado "acto de Dios", como una de sus poderosas
obras. Por eso, el mundo está lleno de milagros para aquéllos que
tienen ojos para verlos. Una realidad puede ser inexplicable, puede
contradecir lo que en un momento dado consideramos como leyes
de la naturaleza sin que por ello sea un milagro o un acto de Dios,
como por ejemplo la acupuntura o la percepción extrasensorial,
mientras que una cosa perfectamente explicada por causas
naturales puede ser un milagro, como por ejemplo el paso del mar
de los Juncos (no del mar Rojo, como suele decirse). Todos los
expertos actuales coincidirán en que este hecho, y el subsiguiente
hundimiento del ejército egipcio, pueden explicarse por el
fenómeno natural de las mareas y los vientos, que fueron
verdaderamente "providenciales" para los israelitas. Por todo ello,
en la Biblia al milagro suele llamársele más bien "signo" (del poder
y de la providencia de Dios, de su justicia y de su clemencia, de su
deseo de salvar y liberar).
6. Hoy sigue habiendo milagros.
Si tenemos en cuenta todo esto, es decir, si abandonamos ese
anticuado concepto de milagro que suele abundar en la mente de
tantos cristianos, como algo que es fruto de una divina
prestidigitación y pertenece a una etapa heroica prehistórica,
podremos descubrir que hay también muchos milagros entre
nosotros hoy día. Dios sigue haciendo muchos signos, sobre todo
en la vida y en la fe de los cristianos. Pero para poderlos descubrir
hace falta precisamente eso: fe.
JOSÉ M. VIGIL
DABAR 1988, 53
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3. MIGRO/FINALIDAD
Las palabras de Cristo fueron confirmadas con milagros y obras
maravillosas. (Act. 2, 22; 10, 36-38; 13, 24-25.) Los milagros son el
"sí" dicho por Dios a las palabras de Cristo (Hebr 2 3-4). Por lo que
se refiere a la realidad de los milagros hay que decir que están tan
fuertemente entretejidos con la vida de Cristo, que no se puede
prescindir de ellos sin destruir la figura del mismo Cristo. Abarcan
desde las curaciones de enfermos y expulsión de demonios hasta
las resurrecciones de muertos y milagros de la naturaleza (calmar
las tormentas, la pesca milagrosa, multiplicación de los panes y el
andar sobre las aguas).
a) El sentido y finalidad de los milagros no es por parte de Cristo
la intención de socorrer la necesidad momentánea de un corazón
que sufre o deseos de llamar la atención y saciar la curiosidad.
Que no fue su intención lo primero es evidente si se tiene, en
cuenta que nunca salió a buscar enfermos para curarles a todos.
El número de los curados es pequeño si se compara con el de los
no curados. Es evidente también que Cristo no hizo ningún milagro
por pura espectacularidad (y en esto hay esencial diferencia entre
El y los magos o hechiceros helenísticos), porque nunca hizo
milagros donde no había fe (Mc. 6, 5). Los milagros tenían que
preparar el camino a su misión y a la fe en El. Siempre se niega a
hacer milagros allí donde tropieza con corazones arteros y
espíritus obcecados, no porque eso le reste poder, sino porque el
sentido del milagro sería retorcido (Mc. 2, 5; 5, 34, 6, 5; 10, 52; Mt.
13, 53-58). El milagro está, pues, al servicio de su misión.
Cristo se revela en los milagros como en la palabra. Su palabra y
sus milagros se corresponden mutuamente; forman un todo
inseparable. Se apoyan y se fundan uno en otro. En sus discursos
explica los milagros como el sello que Dios pone a su testimonio de
si mismo; por lo menos tienen esta significación y sentido, aunque
sean también obras con fuerza salvadora. Los milagros no son
solamente ayudas oportunas e inesperadas venidas del cielo en
los apuros terrenos; son además revelaciones de la presencia de
la gloria y poder de Dios, y en cuanto tales son a la vez testimonios
divinos a favor de la palabra de Cristo. Cristo se revela en el
milagro confirmador de su palabra y en la palabra intérprete de sus
milagros como el enviado de Dios, como Hijo suyo. La estrecha y
mutua pertenencia de su palabra y milagros es corroborada por
Cristo mismo cuando responde a los discípulos de Juan Bautista:
"¿Eres tú el que viene o hemos de esperar a otro?" Y
respondiendo Jesús, les dijo: Id y referid a Juan lo que habéis oído
y visto. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son
evangelizados" (Mt/11/02-05).
b) En la curación del paralítico se hace especialmente patente
que los milagros son signos de la gloria y poder divinos revelados
en Cristo. Jesús vuelve a Cafarnaún: "Se supo que estaba en
casa, y se juntaron tantos, que ni aun en el patio cabían, y El les
hablaba. Vinieron trayéndole un paralítico, que llevaban entre
cuatro. No pudiendo presentárselo a causa de la muchedumbre,
descubrieron el terrado por donde El estaba, y hecha una
abertura, descolgaron la camilla en que yacía el paralítico. Viendo
Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son
perdonados." Estaban sentados allí algunos escribas que
pensaban entre sí: "¿Cómo habla éste así? Blasfema. ¿Quién
puede perdonar pecados sino sólo Dios?" Y luego, conociendo
Jesús con su espíritu que así discurrían en su interior, les dice:
"¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil
decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle:
Levántate, toma tu camilla y vete? Pues para que veáis que el Hijo
del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -se
dirige al paralítico-, yo te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a
casa." El se levantó y tomando luego la camilla, salió a la vista de
todos, de manera que todos se maravillaron y glorificaban a Dios
diciendo: Jamás hemos visto cosa tal" (/Mc/02/01-12). Jesús da
pruebas del poder divino de perdonar pecados, cosa que nadie
puede comprobar, por medio de un signo que puede ser
comprobado por todos.
Lo que cuenta San Marcos es sensacional y conmovedor. Los
amigos del enfermo y él mismo se tomaron el esfuerzo de llegar a
Cristo, hacia quien les empujaba su fe y confianza. Aceptaron la
dificultad y la antipatía de los demás, sobre todo del dueño de la
casa. Aún más grande debió ser su desilusión cuando el Señor le
concedi6 lo que no esperaban ni pedían, pero no lo que habían
querido con tanto esfuerzo conseguir: la salud del cuerpo. El
enfermo debió sentirse avergonzado cuando Cristo habló en
público de sus pecados. Sin embargo, la desilusión tenía remedio.
Cristo descubrió el abandono más profundo, que él no conocía, y
del que, por tanto, no había deseado ser curado: el apartamiento
de Dios; de él eran síntomas todas las demás necesidades. Por
esta revelación la situación fue descubierta ante todos los
presentes.
Cristo dijo que curaba esta necesidad primera y origen de las
demás. Concedió al enfermo la liberación de una carga de la que
ningún hombre podía librarle. Los asistentes pudieron oír la voz de
Jesús, que decía poder conceder lo que a ningún hombre le está
permitido conceder. Tenían como posibles dos modos distintos de
acoger esa pretensión. Podían reírse de El como de un loco o
compadecerle o tacharle de pretencioso, ya que no podían ver en
Cristo al Hijo y Heredero de Dios, capaz de hacer lo que prometía.
No se les ocurre, sin embargo, esta primera posibilidad. Cristo
da tal impresión de sublimidad y seriedad, de dignidad y grandeza,
que no se les ocurre el pensamiento de compararle con un
anormal. Queda la segunda posibilidad para aquel auditorio no
creyente: condenar a Cristo porque se hace igual a Dios. Eso es lo
que hace en realidad y que sus contemporáneos vieron
claramente. Cristo dice que tiene poder y autoridad para ordenar
las relaciones del hombre con Dios, que puede, por tanto, palpar
con manos seguras las más íntimas y hondas relaciones de la
existencia humana, y que Dios reconoce su obra sin que deba
asegurarse de antemano su consentimiento. Si tiene tal pretensión
y la dice, no es una mera frase. El da pruebas de poder disponer
de la relación del hombre con Dios. Se da a sí mismo tal legitimidad
curando la enfermedad, concediendo al enfermo lo que desde el
principio estaba deseando, pero que sólo ahora puede
comprender en toda su trascendencia y en todo su sentido. Al
curar la enfermedad cura el síntoma del desorden que se trasluce
en todos los defectos de nuestra experiencia. Cristo pregunta a
sus oyentes qué es más difícil, remediar ese síntoma o esa otra
más íntima necesidad que le sustenta. No la responde porque no
tiene respuesta. Nada es más fácil ni nada es más difícil. Ninguna
de las dos necesidades puede ser remediada por el hombre; sólo
Cristo tiene poder sobre ellas. Curándolas y remediándolas libra al
hombre de las dificultades e impedimentos del cuerpo y del alma,
devolviéndole a una existencia verdaderamente digna y humana.
Claro que los hombres pueden intentar una y otra vez configurar
una vida digna del hombre prescindiendo de Cristo; hasta pueden
tener éxito: pueden lograr aquí y allá una humanidad grande y
noble; pero sólo en Cristo logra la dignidad humana una garantía
que supera todas las garantías terrenas y sobre todo logra una
calidad absolutamente superior a la lograda en cualquier
humanismo puramente terrestre. Porque, en definitiva, sólo hay
fundadas esperanzas de verdadera humanidad allí donde el
hombre se orienta hacia Cristo mediante la fe y confianza en El.
c) El milagro, sin embargo, no fuerza a creer en El y en su misión
más que su palabra. La razón natural dejada a sí misma puede
hacer intentos felices de explicar naturalmente los milagros de
Jesús. Así, por ejemplo, el método puramente histórico aplicado a
la explicación de los Evangelios puede decir que Jesús curó a
hombres que se creía que estaban poseídos del demonio. Pero la
razón no está obligada o forzada a convencerse por las
narraciones evangélicas de que Cristo expulsara demonios
realmente.
Las palabras de Cristo no son puras comunicaciones sobre un
hecho o contenido; no son puras teorías, sino alocuciones
salvadoras, sermones, llamadas, mandatos para que los que están
bajo el poder del pecado y se han hecho miopes para ver a Dios
se sometan al imperio del Señor inaugurado por el mismo Cristo. El
oyente puede negarse a obedecer la llamada de Dios. También los
milagros son llamadas de Dios. El que los ve se admira y pregunta:
¿quién es éste? De esa admiración ante los milagros puede nacer
la fe. Pero tampoco los signos de gloria y poder divinos revelan
inmediatamente a Dios; por no ser más que signos de El, puede
explicarlos el mal intencionado como signos del demonio; y por fin
le parecen pecados y escándalo (Mt. 11, 3, 6). (Cfr. volumen I,
29.) (J. Schmid, Das Evangelium nach Markus, 1950, 41-44.).
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 254 ss.
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4.
Las curaciones
La exigencia de renovación no era cosa muy original puesto que
fundamentalmente consistía en recordar algo que estaba en la
Biblia. Esto era tan verdad que se decía de él: «Es un profeta,
como los profetas antiguos». Pero Jesús va a mostrar que era
realmente posible responder a la llamada, y esto sí era nuevo.
Dios estaba cerca, y entregaba profusamente su potencia
renovadora; todo el mundo podía cambiar; esta posibilidad se
traducía concretamente en las numerosas invitaciones a la
curación que marcan todo este período.
Recordemos cuál era la situación social de los enfermos y
disminuidos; una Buena Noticia para ellos tenía que integrar
necesariamente el aspecto de su curación. ¿Qué verdadera
novedad habría existido sin esta posibilidad de que sanaran
cuantos se encontraban con Jesús? Fuera cual fuera la situación
en que uno se encontraba, podía experimentar una
transformación: el paralítico podía recobrar la agilidad de sus
miembros, el pecador quedaba libre del pecado que pesaba sobre
su conciencia; el rico aprendía a compartir; todo el mundo era
alcanzado por la nueva vida, en la situación en que se encontrara.
Las curaciones eran un lenguaje directo y concreto, adaptado a
gentes que creen lo que ven, apto para manifestar con claridad
que una potencia renovadora habitaba ya el mundo. Jesús daba
testimonio, de esta forma, del secreto de Dios al que El llamaba su
«Padre»: el Reino que está ya aquí es el amor de Dios que se ha
hecho vida de los hombres. Esta es la razón de que Jesús fuera
con todos y no temiera andar con los pecadores, las prostitutas y
los bribones de los «publicanos»: era preciso que todos supieran
que podían cambiar.
ALAIN
PATIN
LA AVENTURA DE JESUS DE NAZARET
COLECCION ALCANCE, 7
SAL TERRAE. SANTANDER-1979.Págs. 50-51
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5.
El porqué de las curaciones CURACIONES/SIGNO
Jesús curaba y perdonaba; unía estos dos tipos de acciones,
porque ambas eran un mismo combate contra todo lo que mutila al
hombre. Era un lenguaje en actos; una forma simple y clara de
interpelar a los paisanos galileos. Hoy tenemos dificultades para
comprender estos signos y seguramente hoy Jesús no emplearía
ese mismo lenguaje. Sus acciones curativas corresponden a lo que
anunciaba la Biblia: los antiguos profetas habían dicho que eso
sería uno de los signos de la venida de Dios: Jesús realiza esos
signos. Cuando cura, cuando perdona, la actuación de Jesús
infunde confianza para ser libre. No busca maravillar a las gentes,
ni atraer hacia sí las miradas, sino que intenta que nazca en cada
cual este convencimiento: han llegado unos tiempos nuevos en los
que lo imposible es posible; yo puedo andar, yo puedo ver, yo
puedo hablar, yo puede vivir, yo he sido liberado. Y para
subrayarlo Jesús encomienda a éste y a aquél que hagan algo:
«Ve y lávate en la piscina» (/Jn/09/07), «Coge tu camilla y anda»
(Mt/09/06), «Id a presentaros a los sacerdotes» (/Lc/17/14). Su
acción es una llamada, una invitación a actuar en la misma
dirección que El, en la medida de las posibilidades de cada cual.
El Reino que anuncia como totalmente cercano, cobra realidad y
consistencia cada vez que los poderes de la muerte, de la
enfermedad, del pecado ceden terreno, cada vez que un hombre
sale liberado y renovado del encuentro con Jesús: «Puesto que
arrojo los espíritus del mal por el Espíritu de Dios, el Reino de Dios
ha llegado con toda seguridad a vosotros» (/Mt/13/28). Al incitar a
las personas con quienes se encuentra a andar, a ver, a hablar, a
cambiar, a vivir, Jesús las invita a hacerse creativos y
responsables. Ya no existen situaciones de muerte definitiva: con
El la vida puede brotar de nuevo en todas partes. Es la Buena
Noticia en acción. Jesús con sus milagros hace a la gente libre
para una vida nueva.
ALAIN
PATIN
LA AVENTURA DE JESUS DE NAZARET
COLECCION ALCANCE, 7
SAL TERRAE. SANTANDER-1979.Pág. 83s.
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6. MIGRO/PANES
«El asunto de los panes»
Durante todo este período galileo lo que más llama la atención
es el éxito que rodea a Jesús: un considerable número de galileos
siguen sus enseñanzas; encuentra un eco muy favorable en las
capas sobre-explotadas de la población. Su llamada a los más
explotados encuentra la adhesión popular, sobre todo en aquella
provincia en que la influencia de los zelotas es mayor. Por este
mismo motivo, las razones por las que se vinculan a Jesús pueden
ser muy ambiguas: un episodio va a sacarlas a plena luz.
Debió ser algo tan importante para los testigos, que los
Evangelios han guardado nada menos que seis narraciones del
acontecimiento (/Mc/06/35-44; /Mc/08/01-09; /Lc/09/12-17; Mt
14,13-21; /Mt/15/32-38; /Jn/06/01-03); de ordinario se llama a
este episodio la multiplicación de los panes; Marcos lo llama
simplemente «el asunto de los panes» (Mc 6,52).
Las narraciones cuentan que una gran multitud seguía a Jesús
desde hacía varios días; comenzaban a tener hambre y la
necesidad de tomar algún refrigerio era ya urgente. Entonces
Jesús dio a aquellos varios miles de hombres el alimento que
necesitaban y sobreabundantemente: fue una comida de fiesta,
una inmensa comunión. Para Jesús era la ocasión de mostrar, en
una acción que tenía repercusiones sobre todos ellos, que el
Reino de Dios estaba allí: Dios alimentaba a su pueblo; le daba lo
que necesitaba para cambiar de vida; la respuesta debía consistir
en acoger el Reino de Dios y renacer a otros modos de ver, de
vivir y de pensar.
CRISIS/GALILEA: Pero Jesús cayó inmediatamente en la cuenta
de cierta agitación en la multitud; surgían gritos por todas partes;
iban hacia El para levantarle en triunfo: era una tentativa de
insurrección y se le requería para que se pusiera en cabeza. En
lugar de vincularse a la llamada al Reino, el pueblo volvía a sus
viejas tentaciones: las que Jesús había rechazado al comienzo de
su misión. En lugar de oír la llamada a ser creativos, se
contentaban con un mago que les diera pan a golpe de varita. En
lugar de atender la llamada a ser responsables de nuevas
estructuras, le votaban como nuevo rey del que podrían esperarlo
todo. En lugar de prestar atención a la llamada a liberarse, se
alienaban de nuevo. Jesús, el «testigo» del Padre, no podía
soportar aquellas ambigüedades. Aquello le decidió a romper; iba
a cambiar su manera de actuar; por aquel camino no cumpliría su
misión. Empleó lo que le quedaba de autoridad, para mandar a
aquella multitud que se dispersara y se retiró para tener un nuevo
período de reflexión.
Tiempo de reflexión
Hubo otro motivo que impulsó a Jesús a alejarse, al menos
momentáneamente, de las multitudes galileas: el rey Herodes
comenzaba a inquietarse; quería «ver» a Jesús, es decir, hacerle
correr la misma suerte que corrió Juan: cárcel y quizá muerte. El
poder no podía soportar una agitación de aquel volumen, tanto
menos cuanto que los temas que desarrollaba Jesús no eran
precisamente neutros...
Un rey no encuentra sus delicias precisamente en oír hablar de
«otro Reino». Algunos avisaron a Jesús que Herodes lo buscaba
para matarlo.
Estas razones llevaron a Jesús a dejar Galilea y a irse al norte, a
territorio pagano: allí nadie le molestaría; sus discípulos se fueron
con él, aunque no comprendían apenas lo pasado en el «asunto
de los panes»; no podían comprender cómo Jesús había cortado,
precisamente en el mejor momento, aquel éxito sin precedentes.
Con esta postura Jesús provoca una toma de nueva postura
colectiva; les invita a hacer balance (/Mc/08/27-30): «¿Qué dicen
las gentes de mí?» Los discípulos le cuentan lo que han oído a
unos y otros: las gentes ven en Jesús un profeta como lo era Juan
Bautista, o como otros de los profetas antiguos... Entonces Jesús
les interpela directamente: «Y vosotros ¿quién creéis que soy?»
Pedro responde en nombre de los Doce: «Tú eres el Mesías»:
aceptan que el Mesías esperado sea como Jesús le muestra, al
contrario que la multitud que quería dictar a Jesús el
comportamiento que tendría que seguir, imponiéndole ser el
Mesías que ellos soñaban. La esperanza en el Mesías se había
convertido para los discípulos en fe en Jesús, y a pesar de que no
lo comprendían todo, a pesar de todas sus oscuridades, le daban
su voto de plena confianza: «¿A qué otro iremos? Tú tienes las
palabras de vida eterna» (/Jn/06/68).
Un camino nuevo
Después de esta proclamación de fe, Jesús piensa que ya son lo
suficientemente fuertes como para escuchar todo el contenido de
sus propias reflexiones, los últimos acontecimientos de Galilea, la
amenaza de Herodes, el resultado de su meditación de las
Escrituras, le han afianzado en esta convicción: para que su
mensaje pueda ser recibido sin ambigüedades, para que su misión
pueda ir hasta el final y producir como fruto un mundo nuevo, es
preciso cambiar la manera de actuar.
J/CONCIENCIA-MU La hostilidad de sus adversarios que iba en
aumento, la huida de las masas cuando vieron que rechazaba
ponerse al frente de una insurrección, le hacen vislumbrar cada
vez con mayor claridad que su camino desemboca en la muerte. La
meditación del profeta Isaías y del salmo 22 que presentan la
figura de un «Siervo» del Señor que con sus sufrimientos da la
vida a la multitud de los hombres (Mt/08/17 y Jn/12/38), le hacen
caer en la cuenta que hay otro camino posible para cumplir su
misión.
Esto es lo que dice el profeta: «Por sus sufrimientos, mi Siervo
justificará a la multitud, tomando sobre sí sus pecados. Por eso yo
le daré en herencia la multitud». Jesús asimila esta idea para sí
mismo: «Si el grano de trigo no muere, queda solo; pero si muere
da fruto abundante» Jn 12,24).
Aceptando llegar hasta el riesgo de la vida, transparentará el
verdadero rostro de Dios, un Dios que no quiere imponer desde el
exterior la felicidad a los hombres, sino que da a todos y cada uno,
y en todo momento, la fuerza necesaria para ponerse en pie, si
quieren, y empezar a construir un universo distinto
Emprendiendo este camino, Jesús da también su total voto de
confianza a su Padre, que es capaz de conducirle más allá de la
muerte.
ALAIN
PATIN
LA AVENTURA DE JESUS DE NAZARET
COLECCION ALCANCE, 7
SAL TERRAE. SANTANDER-1979.Págs. 55-59