JESÚS ORACIÓN

El lado positivo de la preocupación por el reino de Dios es su 
amor ardiente al Padre (Lc. 2, 49; 23, 46). En ese amor tiene origen 
su estar dispuesto sin reservas e incondicionalmente y su 
apasionado deseo de cumplir la voluntad del Padre, de realizar su 
misión, de imponer sus mandamientos (Jo. 4, 34). La vida de Cristo 
está consagrada a su Padre (Mt. 26, 39); en todo momento está 
dispuesto a sacrificarla por su misión, más allá de toda angustia y 
miedo de la naturaleza humana. En unidad con el Padre hace todo 
lo que hace (Lc. 3, 21-22; 6, 12-13; Jo, 14, 10: Mt. 11, 27); vive en 
unión ininterrumpida con El (Jo. 16, 32; 8, 16-29).
Esta unión se realiza y a la vez se manifiesta en su rica y 
profunda vida de oración, que es un confiado, íntimo y vivo diálogo 
con el Padre o un hablar de su Padre con los hombres. Todas sus 
palabras son conversación con el Padre o sobre El: cada palabra 
que sale de su boca es palabra de oración; sólo le nacen palabras 
para el Padre o sobre El, porque su corazón está lleno de amor al 
Padre (Mt. 11, 25-26; 14, 23; 26, 39; Jo. 16, 15; 11, 41-42). Como 
está en continua comunidad de vida con su Padre, no necesita 
pedir perdón, y sólo unas pocas veces hace oración de petición, y 
eso formalmente; su oración es de alabanza y acción de gracias 
(Mt. 11, 25; Jo. 11, 41). Sus oraciones de petición no son una 
súplica angustiosa, sino confiada, porque sabe de antemano que 
sus deseos serán oídos (Jo. 17, 24; 11, 41-42; Mc. 11, 22-23). Pide 
más por otros que por El mismo, más la glorificación del Padre, que 
su ayuda en las necesidades (Lc. 22, 32; Jo. 14, 16; 17, 1, 24). No 
necesita la oración de petición como los demás, pues la suya es la 
oración de quien vive en perfecta unidad con el Padre; nada es ni 
tiene por sí mismo; posee y cumple su ser y actividad como regalo 
continuamente fluyente del Padre. Sólo dijo lo que del Padre oyó e 
hizo únicamente lo que vio en el Padre (Jo. 5, 19-47). Aún sin pedir 
nada estaba siempre ante el Padre en ininterrumpida actitud orante, 
ya que vivía en la continua preparación y alegría de dejarse regalar 
por el Padre y estaba libre de toda voluntad de autonomía opuesta 
a Dios. Jamás dejó su actitud de orante, porque siempre oía y 
asentía aceptando. Nunca tuvo, pues, que levantarse de un estado 
de olvido y falta de oración al acto de orar; cuando oraba no hacía 
más que realizar aquello de lo que siempre vivía; no hacía más que 
empujar hasta su voluntad y deseo conscientes lo que siempre le 
movía en el fondo: el estar dispuesto a dejarse regalar por el Padre 
y la certidumbre de ser regalado por El. Siempre fue consciente de 
ser un "Regalado" del Padre; por eso su oración, su ofrecimiento. 
Así, pues, se alza ante Dios como un "orante", por ser a la vez un 
"Regalado" y, como "Regalado", sólo porque a la vez es. En su 
oración de petición expresa ante Dios su ofrecimiento y su deseo de 
querer tener su vida y su obra sólo como regalo del Padre.
Estas relaciones se hacen del todo patentes en la oración de 
Cristo con ocasión de la resurrección de Lázaro (Jo. 11, 41-42). 
Jesús alzó su mirada hacia el cielo, pero no hizo ruego alguno 
perceptible, sino que agradeció al Padre que le hubiera ya 
escuchado y añadió que ya sabía que siempre le escuchaba y que 
se dirigía a El rezando por la muchedumbre que estaba alrededor, 
para que creyera que el Padre le había enviado.
J/VD VD/J: (...) En cada cosa y proceso de la naturaleza, de la 
historia o de la vida diaria vive y ve inmediatamente la voluntad del 
Padre (Jo, 5, 17; Mt. 5, 45). Abarca, por tanto, en 
su amor todo, lo extradivino. Afirma la voluntad de Dios en su plena 
libertad, incondicionalidad y poder. De aquí su confianza total en el 
Padre y su aversión a los tibios y descreídos, al egoísmo y a la 
obstinación. Ahí está la raíz de su lucha contra los fariseos que, 
bajo el pretexto de ser fieles a la letra de la ley, llegaron a ser 
defensores de todo lo inauténtico y mentiroso, de todo lo más 
llamativo y exagerado, de todo lo nimio y muerto. De ahí nace la 
llama de fuego y pasión contra todo lo torcido y supersticioso, 
contra toda estrechez, osificación o rigidez, contra todo servilismo a 
la letra y al texto. Cristo es obediente a la voluntad del Padre 
durante toda su vida sin evolución ni cambio ni titubeos. A 
consecuencia de esa total entrega a la voluntad del Padre, es libre 
e independiente de toda atadura terrenal (propiedad, fama, familia, 
amistad), aunque justamente por amor al Padre siente el más vivo y 
cálido amor a todo lo creado y sobre todo a los hombres, a su 
Madre y a sus apóstoles, a los judíos y a los pecadores. El amor al 
Padre le llena de alegría y bienaventuranza, de sosiego y 
tranquilidad, de ánimo y confianza. Se extraña del miedo y de las 
preocupaciones (Mt. 11, 22-23; 10, 27; Lc. 12, 6-31) y hasta se lo 
prohíbe a los suyos (Mt. 6, 33; Jo. 14, 1). Todo lo que cuenta el 
Evangelio es consecuencia y revelación de su amor al Padre, que 
da unidad y sencillez a su vida. El amor al Padre es su centro y 
sosiego; de él sale a él vuelve, le da fuerza, seguridad y confianza, 
y por eso no necesita ser consolado ni animado ni aconsejado por 
los hombres (cfr. K. Adam, Jesús Christus, 8. ed., pág. 147 y sigs.). 

TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 234 s.