Corriere della Sera (Italia), miércoles, 9 de julio de 2003

Jesús nació verdaderamente
el 25 de diciembre

                     La fecha del 25 de diciembre no es sólo un símbolo.
                   Rollos de Qumram confirman su exactitud.
                   Profesor de la universidad hebraica de Jerusalén elimina
                   todas las dudas sobre un enigma milenario

                     Vittorio Messori

                        Cuando todos están fuera, cuando las ciudades están vacías, ¿a quién — y a dónde — enviar tarjetas postales y presentes con cintas y copos de nieve? ¿No son los propios obispos que vociferan contra esa especie de orgía de consumo a que están reducidas nuestras  navidades? Entonces, engañemos a los bobos y coloquemos todo al 15 de agosto...

                        La cosa no parece imposible. En efecto, no fue la necesidad histórica, sino la Iglesia que escogió el 25 de diciembre para contrastar con las fiestas paganas y substituirlas en  los días del solsticio de invierno:  el nacimiento de Cristo en el lugar del renacer del Sol invicto.

                        Inicialmente, por tanto, fue una decisión pastoral que pode ser mudada conforme a las necesidades. Una provocación, evidentemente, que entretanto se basaba en lo que es (o mejor, era) pacíficamente admitido por todos los estudiosos: la fiesta litúrgica de la Navidad sería una escogencia arbitraria, sin ligación con la fecha del nacimiento de Jesús, que nadie está en condiciones de determinar. Pues bien, parece que justamente los especialistas se engañaron; y yo, obviamente, con ellos.

                        En la realidad, hoy, gracias notablemente a los documentos de Qumram, estamos el condiciones de establecer con precisión: Jesús nació mismo un 25 de diciembre.
                        Un descubrimiento extraordinario a tomar en serio y que no puede ser sospechoso de fines apologéticos cristianos, ya que la debemos a un profesor judío de la Universidad de Jerusalén.

                        Tratemos de comprender el mecanismo, que es complejo pero fascinante. Si Jesús nació en un 25 de diciembre, la concepción virginal se dio obviamente nueve meses antes. Y, en efecto, los calendarios cristianos sitúan el 25 de marzo la anunciación del ángel Gabriel a María. Pero sabemos por el propio Evangelio de San Lucas que exactamente seis meses antes había sido concebido por Isabel el Precursor, Juan, que será llamado el Batista. La Iglesia católica no tiene una fiesta litúrgica para tal concepción, en cuanto que las antiguas Iglesias del Oriente la celebran entre el 23 y el 25 de septiembre. O sea, seis meses antes de la Anunciación a María.

Una sucesión lógica de fechas, pero con base en tradiciones inverificables y en eventos localizables en el tiempo. Así pensaban todos, hasta tiempos recientísimos. En la realidad, parece que no es así.

                        En efecto, es justamente de la concepción de Juan que debemos partir. El Evangelio de Lucas se abre con la historia del matrimonio de ancianos, Zacarías e Isabel, ya resignada a la esterilidad, una de las peores desgracias en Israel. Zacarías pertenecía a la casta sacerdotal y, un día el que estaba a servicio en el templo de Jerusalén, tuvo la visión de Gabriel (el mismo ángel que seis meses después se presentará a María, en Nazaret) que le anunciaba que, a pesar de la edad avanzada, él y su mujer habrían de tener un hijo. Deberían llamarlo Juan y sería “grande delante del Señor”.

                        Lucas tuvo el cuidado de precisar que Zacarías pertenecía a la clase sacerdotal de Abías y que cuando tuvo la aparición “oficiaba en el turno de su clase”. De hecho, aquellos que en el antiguo Israel pertenecían a la casta sacerdotal estaban divididos en 24 clases que, turnándose en orden inmutable, debían prestar servicio litúrgico al templo durante una semana, dos veces por año. Sabíamos que el clan de Zacarías, o de Abías, era el octavo, en el elenco oficial. Pero, ¿cuándo caían sus turnos de servicio? Nadie sabía.

                        Pues bien, utilizando pesquisas desarrolladas por otros especialistas y trabajando sobre todo en los textos encontrados en la biblioteca de los esenios de Qumram, el enigma fue revelado por el profesor Shemarjahu Talmon, el cual, como se dijo, enseña en la Universidad hebraica de Jerusalén. O sea, el estudioso consiguió precisar en qué orden cronológico se sucedían las 24 clases sacerdotales. La de Abías prestaba servicio litúrgico en el templo dos veces por año, como las otras, y una de esas veces era en la última semana de septiembre.

                        Por tanto, era verosímil la tradición cristiana oriental que sitúa entre el 23 y el 25 de septiembre el anuncio a Zacarías. Pero tal verosimilitud se aproxima a la certeza porque, estimulados por el descubrimiento del profesor Talmon, los estudiosos reconstruirán el hilo de aquella tradición, llegando a la conclusión que ella provenía directamente de la Iglesia primitiva judeo-cristiana de Jerusalén. Memoria tan antigua cuanto tenaz esa de las Iglesias del Oriente, como confirman muchos casos.

                        Así, aquello que parecía mítico asume de repente una nueva verosimilitud. Una cadena de eventos que se extiende a lo largo de 15 meses: en septiembre, el anuncio a Zacarías y en el día siguiente a la concepción de Juan; el marzo, seis meses más tarde, el anuncio a María.

Con este último evento llegamos justamente al 25 de diciembre, día que, por tanto, no fue fijado al acaso.

                        Sí señor, parece imposible proponer la Navidad para el 15 de agosto. Haré por tanto una penitencia, pero, en vez de humillado, emocionado: después de tantos siglos de investigación obstinada, los Evangelios no cesan de reservar sorpresas. Detalles aparentemente inútiles (¿qué importaba si Zacarías pertenecía a la clase sacerdotal de Abías? Ningún exegeta le prestaba atención) muestran de repente su razón de ser, o su carácter de señal de una verdad escondida pero precisa. A pesar de todo, la aventura cristiana continúa.