JESÚS INFANCIA 

1. J/HIJO NIÑO/QUIÉN-ES INFANCIA-ESPIRITUAL FILIACIÓN:
El significado teológico de la infancia de Jesús 
En virtud de la Encarnación, Jesús se ha hecho niño. «Hacerse 
hombre» y también aparecer en figura de hombre quiere decir: 
aceptar el camino escondido que comienza en la humildad de la 
concepción en el seno materno, el camino que se inicia en la 
infancia. Ser hombre implica hacerse niño. ¿Qué significa «ser 
niño»? Significa, ante todo, dependencia, necesidad de ayuda, 
tener que recurrir a los demás. Jesús, en cuanto niño, no sólo 
proviene de Dios, sino también de otros hombres. Ha vivido en el 
seno de una mujer, de la que ha recibido su carne y su sangre, los 
latidos de su corazón, su comportamiento y su palabra. Ha recibido 
la vida de la vida de otro ser humano. El que provenga de otro 
aquello que es propio de uno no es un hecho puramente biológico. 
Significa que incluso la forma de pensar y de observar, la hechura 
de su alma, la recibió Jesús de hombres que existieron antes que 
él y, en último término, de su Madre. Significa que, acogiendo la 
herencia de sus antepasados, ha querido seguir el camino tortuoso 
que desde María se remonta a Abraham y llega hasta Adán. Ha 
cargado con el peso de esta historia; la ha vivido y sufrido, 
purificándola de todas sus negativas y errores, hasta el puro «Sí»: 
«Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, no ha sido Sí y No, antes ha 
sido Sí en El» (2 Cor 1,19).
H/AUTENTICO/INFANCIA INFANCIA/H-AUTENTICO: Es 
sorprendente la importancia que el mismo Jesús concede, en la 
vida de todo hombre, al hecho de ser niño. «En verdad os digo, si 
no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino 
de los cielos» (/Mt/18/03). Según Jesús, por tanto, ser niño no es 
una etapa puramente transitoria en la vida del hombre, una etapa 
que procede de su condición biológica y que se cierra por 
completo en un momento dado; la realidad original del hombre se 
realiza de tal modo en la infancia que quien ha perdido la esencia 
de la infancia se ha perdido a sí mismo. Identificándonos así con 
este aspecto humano de la vida de Cristo, podemos imaginar qué 
feliz recuerdo tuvo Jesús de sus días de infancia, hasta qué punto 
la infancia fue para él una experiencia preciosa, una forma 
particularmente pura de humanidad. Partiendo de ahí, 
aprenderemos a reverenciar al niño, ese ser desvalido que 
reclama nuestro amor. Pero hay una pregunta que se nos plantea 
en primerísimo término: ¿en qué consiste exactamente este ser 
niños, que Jesús considera como necesidad ineludible? Porque es 
claro que no se trata de una sublimación romántica de los 
pequeñuelos, ni de un juicio moral. Es mucho más profundo su 
sentido.
Ante todo, debemos tener en cuenta que el título central de 
Jesús, el que más propiamente expresa su dignidad, es el de 
«Hijo». De cualquier modo que se quiera responder a la cuestión 
de en qué medida esta designación se halla ya oralmente 
prefigurada en las palabras históricas de Jesús, puede afirmarse 
que ella constituye indudablemente un intento de resumir en una 
palabra la impresión total de su vida. La orientación entera de su 
vida, el motivo originario y el objetivo que la modelaron, se 
expresan en una palabra: Abbá, Padre amado. Jesús sabía que 
nunca estaba solo: aquel a quien llamaba Padre siguió volcándose 
en El hasta el último grito sobre la cruz. Únicamente así es posible 
comprender que no haya querido llamarse rey, ni señor, ni con otro 
nombre que significara atributo de poder, sino utilizando una 
palabra que podríamos traducir también por «niño». Podemos, 
pues, afirmar: la infancia tiene en la predicación de Jesús una 
significación tan extraordinaria porque es ella la que con mayor 
profundidad responde al misterio más personal de Jesús, a su 
filiación. Su dignidad más elevada, que remite a su divinidad, no es 
un poder que él posea en definitiva; se funda sobre su estar vuelto 
hacia el Otro: Dios, el Padre. El exegeta alemán Joachim Jeremías 
dice con mucho acierto que ser niños, en el sentido de Jesús, 
significa aprender a decir Padre. Para comprender la enorme 
fuerza que se encierra en esta palabra es preciso leerla en la 
perspectiva de Jesús, el Hijo. CREATURA/HIJOS-DE-D: El hombre 
quiere ser Dios y -dando a esta expresión su sentido correcto- 
debe llegar a serlo. Pero cuando trata de serlo emancipándose de 
Dios y de su creaturalidad, poniéndose por encima de todo y 
centrándose en sí mismo, como en el eterno diálogo con la 
serpiente en el paraíso terrenal; cuando, en una palabra, se hace 
completamente adulto y emancipado y echa por la borda la infancia 
como manera de ser, entonces acaba en la nada, porque se pone 
en contra de su misma verdad, que significa un referirlo todo a 
Dios. Sólo si conserva el núcleo más íntimo de la infancia, es decir, 
la existencia filial vivida anteriormente por Jesús, puede el hombre 
entrar con el Hijo en la divinidad.
Otro aspecto de lo que para Jesús significa ser niños se 
esclarece al considerar cómo enaltece a los pobres: 
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» 
(Lc 6,20).
POBREZA/HUMANIDAD: En este pasaje, los pobres ocupan el 
lugar de los niños. Insistimos en que no se trata de una visión 
romántica de la pobreza, ni tampoco de emitir juicios morales sobre 
individuos concretos, pobres o ricos, sino de la esencia profunda 
de la humanidad. En la condición del pobre se manifiesta con 
bastante claridad qué quiere decir ser niños: el niño no posee 
nada por sí mismo. Todo lo que necesita para vivir lo recibe de los 
otros, y precisamente en esta su impotencia y desnudez es libre. 
No ha desarrollado todavía actitudes que disfracen su realidad 
original. Riqueza y poder son las dos grandes ambiciones del 
hombre, que así se hace esclavo de sus posesiones y se le va el 
alma tras ellas. Aquel que, en medio de las riquezas, no es capaz 
de seguir siendo pobre en lo profundo de su ser, consciente de 
que el mundo está en las manos de Dios y no en las suyas, ha 
perdido realmente aquella infancia sin la cual no es posible entrar 
en el Reino. A este propósito, el metropolita griego Stylianos 
Harkianakis recuerda que Platón, en el Timeo, habla del juicio 
irónico de un extranjero que afirmaba que los griegos son aeí 
paídes, eternos niños. Platón no ve en este juicio un reproche, 
sino una alabanza de la manera de ser de los griegos. «Como 
quiera que sea, hay un hecho indiscutible: los griegos querían ser 
un pueblo de filósofos, y no de tecnócratas, es decir, eternos 
niños, que veían en el asombro la condición más elevada de la 
existencia humana. Solamente así puede explicarse el hecho 
significativo de que los griegos no hicieran uso práctico de sus 
innumerables hallazgos».
Esta alusión a la secreta afinidad que existe entre el alma griega 
y el mensaje del Evangelio encierra también algo que nos 
concierne: el asombro no debe extinguirse nunca en el hombre; el 
asombro, es decir, la capacidad de admirarse y de escuchar, de no 
interrogarse únicamente por lo que es útil, sino de percibir también 
la armonía de las esferas y de complacerse justamente en aquello 
que no le procura al hombre provecho alguno.
M/J/SI SI/M/J J/SI/M: Avancemos un paso más todavía. Ser 
niños significa decir «padre», como antes hemos indicado. 
Añadimos ahora: ser niños significa también decir «madre». Si 
suprimimos esta posibilidad, eliminamos el factor humano de la 
infancia de Jesús, dejando únicamente la filiación del Logos, que 
nos será revelada precisamente por la infancia humana de Jesús. 
Hans Urs von Balthasar ha expresado admirablemente esta idea, 
tanto que vale la pena citarlo aquí ampliamente: «Eucharistia 
significa hacimiento de gracias: nada tiene de extraño que Jesús 
dé gracias ofreciéndose y entregándose continuamente a Dios y a 
los hombres. ¿A quién da gracias? Da gracias, ciertamente, a Dios 
Padre, modelo supremo y fuente de todo don... Pero también 
expresa su gratitud a los pobres pecadores que han querido 
acogerle, que le abren las puertas de su indigna morada. ¿Da 
gracias también a alguien más? Sin duda: da gracias a la pobre 
esclava de la que recibió esta carne y esta sangre cuando el 
Espíritu Santo la cubrió con su sombra... ¿Qué aprende Jesús de 
su madre? Aprende el «sí». No un «sí» cualquiera, sino la palabra 
«sí», que avanza siempre, incansablemente. Todo lo que tú 
quieras, Dios mío, «he aquí a la esclava del Señor; hágase en mí 
según tu palabra»... Esta es la oración católica que Jesús aprendió 
de su madre terrena, de la Catholica Mater, que estaba en el 
mundo antes que él y que fue inspirada por Dios para pronunciar 
por primera vez esta palabra de la nueva y eterna alianza...» 
M/PODER: En Stylianos Harkianakis hallamos, además, una 
observación en la que la lógica del niño asume un carácter tan 
puro y convincente, que, en comparación con ella, toda explicación 
racional no pasaría de ser una pálida abstracción despojada del 
esplendor de la mirada infantil: «Un monje del claustro de Iviron, en 
el monte Athos, me dijo en cierta ocasión: Honramos a la Madre de 
Dios y tenemos puesta en ella todas nuestras esperanzas, porque 
sabemos que todo lo puede. ¿Y sabéis por qué lo puede todo? Su 
Hijo no desoye nunca un deseo suyo porque no le ha devuelto lo 
que de ella ha tomado prestado. Ha tomado de ella su carne, que 
él ha divinizado, pero que jamás le ha devuelto. Esta es la razón 
por la que nos sentimos tan seguros en el jardín de la Madre de 
Dios». 

2. Nazaret 
El nombre de Nazaret ha llegado hasta nosotros desfigurado por 
el grupo de los nazarenos y por su versión edulcorada de la vida 
de Jesús, como si se tratara de un idilio pequeño-burgués; hoy 
rechazamos esta visión que tiende a minimizar el misterio. El punto 
de partida del culto a la Sagrada Familia, que en la mayoría de los 
casos adolece de aquella falsa interpretación, es otro, ciertamente. 
Fue el cardenal Laval quien lo desarrolló en Canadá, en el siglo 
XVII, como forma de despertar la responsabilidad propia de los 
laicos. El cardenal «reconoció entonces la necesidad de dar a la 
población colonial una sólida estructura social para impedir que se 
viniera abajo por falta de raíces y de tradiciones. No contaba con 
suficientes sacerdotes para crear comunidades eucarísticas 
completas... Por esta razón volcó toda su atención en la familia: la 
vida de oración se confió al cabeza de familia. Al meditar la vida de 
Jesús en Nazaret se descubría la familia como Iglesia y se ponía de 
manifiesto la responsabilidad del cabeza de familia». 
En la «Galilea de los paganos» creció Jesús como judío, 
aprendió la Escritura fuera de la escuela, en la casa en la que la 
palabra de Dios había hecho su morada. Las escasas noticias que 
transmite Lucas nos bastan para darnos una idea del espíritu que 
caraterizaba aquella comunidad familiar, en la que se hacía 
realidad el verdadero Israel. Pero especialmente reconocemos la 
fructuosa lección que se desprendió de aquel vivir juntos en 
Nazaret viendo cómo Jesús lee las Escrituras y las conoce con la 
seguridad de un maestro, cómo domina las tradiciones de los 
rabinos.
¿Debería todo esto dejarnos indiferentes en un tiempo en el que 
la mayor parte de los cristianos ha de vivir en una especie de 
«Galilea de los paganos»? La Iglesia no puede crecer ni prosperar 
si no tiene la seguridad de que sus raíces ocultas se hallan 
protegidas en la atmósfera de Nazaret. 
Hay, además, un segundo punto de vista. Superando la fronda 
de aquel Nazaret artificioso, se ha puesto de nuevo de manifiesto 
el profundo contenido del misterio de Nazaret, que pasó 
inadvertido para sus contemporáneos. Ha sido Charles de 
Foucauld el que, en su búsqueda del «último lugar», nos ha 
descubierto a Nazaret. Fue ésta la localidad que más 
profundamente le impresionó en su peregrinación por Tierra Santa; 
no se sentía llamado «a seguir a Jesús en su vida pública. Nazaret, 
en cambio, le conquistó hasta el fondo del corazón». Quería seguir 
los pasos del Jesús que calla, del Jesús pobre, del Jesús que 
trabaja. Quería poner en práctica literalmente estas palabras de 
Jesús: «Cuando seas invitado, ve y siéntate en el postrer lugar» 
(Lc 14,10). Sabía que Jesús había ilustrado estas palabras con su 
propio ejemplo; sabía que, aun antes de morir en la cruz desnudo y 
despojado de todo, había elegido el último lugar en Nazaret. 
Charles de Foucauld encontró primero su Nazaret en la Trapa de 
Notre Dame des Neiges (1890) y seis meses más tarde en la Trapa 
de Akbes, en Siria, aún más pobre que la de Notre Dame du Sacré 
Coeur. Desde este lugar escribía a su hermana: «Trabajamos 
como los campesinos; es el suyo un trabajo infinitamente saludable 
para el alma, pues se puede orar y meditar mientras se lleva a 
cabo... Se comprende muy bien qué significa un pedazo de pan 
cuando se sabe por propia experiencia cuánto sudor cuesta 
producirlo».
Peregrinando tras las huellas del «misterio de la vida de Jesús», 
Charles de Foucauld encuentra a Jesús obrero. Encuentra al 
verdadero «Jesús histórico». Cuando Charles de Foucauld 
trabajaba en Notre Dame du Sacré Coeur, apareció en Europa, en 
1892, el libro fundamental de Martin Kahler, titulado "El así llamado 
Jesús histórico y el Cristo histórico de la Biblia". Estallaban 
entonces los primeros chispazos de la polémica sobre el Jesús 
histórico. Este libro llegó a ser más tarde el punto de arranque de 
las reflexiones de R. Bultmann sobre el «Jesús histórico». Nada 
sabía de esto el hermano que vivía con los trapenses sirios. Pero, 
adentrándose en la experiencia nazarena de Jesús, aprendió de 
ello mucho más de lo que habría podido sacar en limpio de una 
docta discusión. De este modo, la meditación vital que tiene por 
centro a Jesús contribuye a abrir un nuevo camino para la Iglesia. 
Porque trabajar con Jesús obrero, sumergirse en «Nazaret», se 
convierte en el punto de partida de una nueva idea de Iglesia: una 
Iglesia pobre, una Iglesia-familia, una Iglesia nazarena.
Nazaret encierra un mensaje permanente para la Iglesia. La 
Nueva Alianza no se inicia en el templo, ni siquiera en la montaña 
santa, sino en el humilde hogar de la Virgen, en la casa de un 
trabajador, en un lugar olvidado de la «Galilea de los paganos», de 
donde nadie esperaba que pudiera salir algo bueno. La Iglesia ha 
de volver siempre a este origen; ha de curar al hombre partiendo 
de aquí. No podrá dar respuesta justa a la rebelión de nuestro 
siglo contra el poder de la riqueza si Nazaret no permanece en ella 
como realidad vivida.

3. Vida pública y vida oculta J/V-PUBLICA J/SOLEDAD
El trabajo y la aparición en público siguen al tiempo de silencio, 
de aprendizaje y de espera. La humanidad de Jesús significa 
también participación en la alegría, en el éxito que la vida pública 
puede ofrecer, participación en el gozo del trabajo humano y en el 
provecho que este reporta. También significa, ciertamente, el otro 
aspecto: participar en la carga y en la responsabilidad que la vida 
pública trae consigo. El que trabaja públicamente no se gana sólo 
amistades; se halla también expuesto a la contestación, a la 
incomprensión y al abuso. Su nombre y su palabra pueden ser 
manipulados por unos y por otros, tanto a la derecha como a la 
izquierda. El anticristo se disfraza de Jesús; se servirá de él, como 
el demonio se sirve de la palabra de Dios, de la Biblia (Mt 4,1-11; 
Lc 4.1-13). Paradójicamente, la vida pública significa también 
soledad. Así le sucede a él: cosecha amigos, pero ha de conocer 
la desilusión de la amistad traicionada; ni siquiera se le ahorra la 
incomprensión de los discípulos bienintencionados, pero débiles. Y 
al final, sobreviene la hora de la angustia en el monte de los 
Olivos, cuando los discípulos duermen. En lo más íntimo de sí 
mismo, Jesús permanece incomprendido.
Junto a esta soledad de la incomprensión hay otro género de 
soledad: el estar a solas propio de Jesús. El vive su vida partiendo 
de un punto en el que los demás no pueden penetrar; la vive 
desde su estar a solas con Dios. Se le puede aplicar plenamente y 
de una manera más profunda que a cualquier otro hombre el dicho 
de Guillermo de Saint-Thierry: «Quien está con Dios, nunca está 
menos solo que cuando está solo».
Tocamos aquí el centro del misterio cristológico. La fe 
cristológica de la Iglesia se abre camino en la meditación de la 
oración de Jesús. La oración es su vida oculta y es también la 
clave de su vida pública. Nuestra próxima meditación se centrará, 
pues, en esta realidad fundamental: la oración de Jesús.

JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR MADRID-1990.Págs. 81-89

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2. APÓCRIFOS:
"¿No es un hecho conmovedor y raramente impresionante el que 
Dios haya permitido que se olvidaran la mayoría de las acciones de 
su vida terrestre, empezando por las costumbres de su vida diaria, 
hasta las fechas de su nacimiento y de su muerte? ¿No son cosas 
disputables y parecen en cierto modo naderías frente a la clara y 
espléndida realidad de la venida de Dios para salvarnos, para 
terminar la lucha contra Satanás, para resucitar en una vida 
nueva? Para todos los tiempos valen las palabras del apóstol: "Y 
aún a Cristo sí le conocimos según la carne, pero ahora ya no es 
así" (II Cor. 5, 16). No vienen al caso ya, tratando de Cristo, las 
cosas meramente de la carne y de su vida terrestre; Dios mismo, 
inspirador de la Escritura, las ha olvidado. No ocurre con Cristo 
como con Augusto o con otros grandes "en la carne", de los que 
tenemos las fechas exactas del nacimiento y muerte, retratos en 
estatua y fiel narración de sus hazañas en el mármol. Nada 
sabemos de la figura terrestre de Jesús ni por la Escritura, que El 
mismo ha inspirado, ni por las estatuas o reliquias. Hasta su vida 
terrena, todavía no glorificada y envuelta en la debilidad de la 
carne, es ya un misterio; está ya completamente en el ámbito del 
Pneuma" (Hugo Rahner, Die Theologie des Lebens Jesu, en 
"Theologie der Zeit", 1938, II serie, 80; más tarde publicado en H. 
Rahner, Theologie der Verkundigung, 1939, pág. 98).
Las narraciones apócrifas de la vida de Jesús y las a menudo 
locuaces revelaciones privadas que intentan rellenar los huecos de 
la Escritura, son un intento de mejorar y aumentar las palabras de 
Dios.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 164

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3. BI/INTERPRETACION EVANGELIOS DE LA INFANCIA: 
EVS/INFANCIA: 
Ni reportajes históricos ni cuentos de hadas, los evangelios de la 
infancia revelan un profundo conocimiento de Cristo. Ni Lc ni Mt se 
pusieron a escribir una biografía de Jesús niño, sino que ambos 
quisieron decir, cada uno a su manera, "quién" es este niño: nuevo 
Moisés, Hijo de David, Hijo de Dios. Cada uno escribió lo que la fe, 
alentada por el Espíritu, le había hecho descubrir a la Iglesia. En 
efecto, después de Pascua ningún discípulo miró ya a Jesús como 
antes; en adelante, cada uno podía contemplar su misterio y 
entender su misión. Así pues, los evangelios de la infancia 
encierran toda una cristología.
Pero no bastaba con comprender; era preciso, además, 
transmitir lo que el Espíritu había hecho descubrir. Pero ¿cómo 
expresar lo inefable? ¿De qué manera comunicar aquella 
experiencia arraigada en la resurrección del Señor? Los 
evangelios, como todos los autores bíblicos, tropezaron con un 
problema de lenguaje.
Y, a decir verdad, lo resolvieron con un arte consumado. Lucas y 
Mateo muestran una profunda comprensión de las Escrituras y de 
las tradiciones bíblicas; además saben utilizar el lenguaje 
simbólico. Así, cuando la estrella señala el camino a los magos, 
está saludando, como en cualquier lugar del antiguo Oriente, el 
advenimiento de un rey o de un dios, cumpliendo el antiguo 
oráculo de Balaán y, con mayor sutileza aún, horadando el espesor 
de la noche para anunciar que "sobre los que habitaban en tierra 
de sombras brilló una luz" (Is 9. 1). Cuando María marcha 
presurosa a casa de su prima Isabel, el rey David y toda Jerusalén 
van dándole escolta y, con Juan Bautista, proclaman su alegría al 
ver aproximarse a sus murallas la nueva Arca de la Alianza. Y 
Jesús, cuando responde con pasmosa viveza a los escribas, 
anuncia las futuras controversias que acabarán llevando al Hijo del 
hombre a la cruz.
BI/SIMBOLO:SIMBOLO/BI:El lenguaje simbólico no es el 
pariente pobre de la literatura.
Reemplaza al lenguaje de la razón donde éste sólo podría 
balbucear o quedar callado. Pero el símbolo oculta y, a la vez, 
revela. La vacilante aproximación de Moisés a la zarza indica 
también la incesante búsqueda del hombre en el camino del 
absoluto, mientras que la llama que no consume el arbusto dice 
algo del amor respetuoso de Dios a su criatura.
Una excelente comparación sería, sin duda, la del lenguaje 
cinematográfico. En un artículo aparecido en la revista "Aujourd`hui 
la Bible", G. Becquet remite a una escena de la película "La 
Strada". Gelsomina está descorazonada; su amigo, el clown "Il 
Matto", desearía hacerla entrar en razón. Pero, más que su 
inteligencia, lo que hay que conmover es su corazón. Entonces 
toma una piedra y dice a Gelsomina: "¡Hasta una piedra vale para 
algo!". Así -prosigue diciendo Becquet-, "esas palabras para los 
ojos que son las imágenes y los símbolos constituyen un lenguaje 
maravilloso para descubrir en las cosas y en los seres la 
profundidad que late debajo de las apariencias". El lenguaje 
científico sólo puede revelar una parte de la realidad; el símbolo 
sugiere la otra parte, porque habla a la imaginación del hombre. A 
esto obedece, sin duda, el que los evangelios de la infancia hayan 
entrado tan rápidamente a formar parte del patrimonio de la 
humanidad para servir de inspiración a artistas y a escritores de 
todos los tiempos.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 53