CRISTO ES LA VIDA

Cristo es la Vida; en El apareció una vida que es distinta de todas 
las demás así llamadas. Todas las demás que conocemos están 
sometidas a morir: son un morir lento y alargado. En su centro está 
la muerte. Por tanto no son vida verdadera; comparadas con la vida 
de Dios no son más que apariencias. El que sólo tiene esta vida 
puede en verdad llamarse muerto. Esta vida necesita continua 
protección contra los ataques de la muerte. Pero por fin la muerte 
se la tragará en su abismo; está sometida a la ley de la caducidad; 
tiene que estrellarse contra la enorme muralla de la muerte; no tiene 
remedio. La vida aparecida y revelada en Cristo, a diferencia de la 
vida terrestre y de la existencia biológica, es una Vida verdadera e 
indestructible, por ser la Vida de Dios.
Sólo Dios es de veras viviente: es la Vida personificada; la Vida 
inagotable e infinita. Su vida no se desarrolla en actos unos al lado 
de otros o unos después de otros, sino que está resumida en la 
plenitud de una infinita concentración; sobre ella no hay ninguna 
vitalidad. Al aparecerse en Cristo la vida de Dios, se ha hecho 
presente en la Historia una vida que no puede estar en peligro 
frente a los ataques de la muerte. El hombre mortal debe participar 
de esa Vida. Los mortales pueden, pues, aspirar a una vida que es 
indestructible y plena. Cristo promete a los que creen en El la vida 
eterna a través de todo lo perecedero. Es cierto que aceptó la 
muerte, ley de la humanidad, a pesar de su poderosa vitalidad 
íntima. Pero justamente por su muerte se liberó la Vida en El. En su 
Resurrección irrumpió también a través de su figura de hombre, de 
forma que su misma naturaleza humana se abrió a la impetuosa 
corriente de la vida divina y desde entonces participa de la plenitud 
y poder de ella. Quien crea en Cristo tendrá parte en esa plenitud 
de vida, de forma que estará por encima del fracaso de la existencia 
terrena. El fin de ese modo terrenal de ser será el camino hacia la 
inmutable y eterna vida de Dios.
La participación de la plenitud de esta Vida está fundamentada en 
el bautismo, que significa un golpe de muerte para la existencia 
mundana y el nacimiento de la existencia inmutable, que encierra en 
sí una participación de la vida de Cristo. Lo que se empieza en el 
bautismo se desarrolla en los demás sacramentos: ruptura con las 
formas mundanas de existencia y nacimiento de las formas de 
existencia divina. Sigue desarrollándose a través de todos los 
trabajos y apuros de la existencia, hasta la plena destrucción de la 
vida terrenal. La muerte significa, pues, la maduración de lo que se 
fundó y nació en el bautismo; libera la vida divina sepultada en los 
hombres. Así la muerte presta al hombre un servicio para vivir; en la 
muerte se cumple lo que en la simiente que cae en la tierra y muere. 
El grano de trigo debe morir para que pueda dar fruto; si se niega a 
morir se quedará solo. El hombre debe también morir para que la 
vida de Cristo guardada y sepultada en él llegue a plenitud.

J/PAN-DE-VIDA Cristo es el Pan de Vida; el verdadero y propio 
pan; lo que significa y hace imperfectamente el alimento corporal, 
Cristo lo realiza perfectamente. El pan sirve para alimentar; pero 
sólo puede alimentar una vida caduca y de modo pasajero. Llegará 
un día en que pasará esa vida que se alimenta de pan terrestre; 
este pan no es más que un símbolo de Cristo, una alusión a El. 
Cristo es el pan que mantiene la vida verdadera y perdurable. El 
hombre tiene hambre y sed de esa vida. Los que tienen hambre de 
esa vida verdadera son llamados por Cristo; y Cristo les promete la 
saturación de su hambre y la satisfacción de su sed. Quien no 
padece ese hambre y sed está endurecido; no sabe lo que su 
corazón anhela en definitiva; no padece ese hambre distinta de la 
del estómago: hambre del espíritu y del corazón, que no puede ser 
aplacada por nada de este mundo. En el mundo el hombre no 
puede sentir hartura de corazón, sino sólo anhelos; todas las 
satisfacciones del espíritu y corazón humanos son momentáneas; 
no hacen más que despertar anhelos. Y entonces Cristo clama a los 
que padecen ese hambre: "Yo soy el Pan de la vida." Llama a los 
cansados y a los oprimidos, a los que saben las extremas 
necesidades de la vida -el cansancio del trabajo varonil, los 
lamentos de las mujeres, las lágrimas de los niños y, sobre todo, la 
terrible carga de la culpa-, a los que saben que son demasiado 
indigentes para poder esperar del mundo la liberación de sus 
necesidades últimas. Deben rodear a Cristo para sentirse 
saturados.
Lo que Cristo anuncia en las palabras "Yo soy el Pan de la vida" 
está simbolizado en el banquete que da al pueblo cuando multiplica 
los panes. El banquete en el que las multitudes sacian su hambre 
corporal es un símbolo del otro que sacia el hambre del espíritu y 
corazón. A aquellas horas nadie podía ya ayudarles; los discípulos 
dieron por perdida la situación: no encontraban salida posible. Y así 
estamos nosotros frente al hambre del propio corazón y del de los 
demás: sin salida ni ayuda, sin solución ni posibilidades. Sin 
embargo, hay alguien que puede satisfacer ese hambre: Cristo. El 
hecho de que en el banquete sobraran cestos llenos de pan es una 
alusión a la sobreabundante saturación que Cristo, y por medio de 
El Dios, concede a los que llegan a El hambrientos y sedientos de 
corazón y espíritu, podrán comer y beber hasta saciarse.
Lo que Cristo hizo simbólicamente en la multiplicación de los 
panes, lo repite de modo perfecto en la Ultima Cena antes de su 
muerte; entonces da a los suyos un pan y una bebida para comer y 
beber que nadie puede dar. Bajo especies de pan y vino se da a Sí 
mismo en comida y bebida. Entonces se cumple ya material y 
tangiblemente su palabra de que es el pan de la vida. Pero también 
este banquete, con toda su corporeidad, tiene carácter simbólico: 
alude a un futuro en el que Cristo se dará a los suyos ya no bajo 
signos y especies, sino en desnuda realidad. Hasta entonces los 
suyos, obedientes a su mandato, repetirán los signos bajo los que 
se les ofrece como viático para el duro y difícil peregrinar por los 
caminos de la historia terrestre, para la peligrosa y larga travesía 
desde el tiempo hasta la eternidad. Pero cuando se termine ese 
peregrinar, Cristo se les ofrecerá en su figura viva y gloriosa y 
saciará el hambre del corazón que no pudieron saciar las cosas de 
la tierra. El banquete de su carne y sangre es la garantía de la 
definitiva saturación futura; da garantías de que los hombres que no 
pudieron saciar su hambre en esta vida se hartarán una vez del 
todo. Esto ocurrirá cuando el hombre que continuamente anhela un 
"tú" y en definitiva el "Tú" de Dios, encuentre en El su plenitud. 
Entonces sabrá el hombre que Cristo es el alimento inagotable de 
vida infinita. En eterno banquete lo comerán los admitidos a la casa 
del Padre.

TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 270-280