¿Quién mató a Jesús?
Responde el predicador del Papa

Meditación del padre Cantalamessa a la Curia romana

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 12 marzo 2004 (
ZENIT.org).- «¿Quién mató a Jesús?». A esta pregunta, planteada por medios de comunicación con motivo del estreno de la película «La Pasión de Cristo» de Mel Gibson, respondió este viernes el predicador de Juan Pablo II en la primera meditación con motivo de la Cuaresma.

El padre Raniero Cantalamessa, ofm cap, que durante tres viernes propondrá al Santo Padre y a sus colaboradores de la Curia romana reflexiones sobre la Pascua, dedicó su predicación a meditar sobre el carácter histórico de las narraciones evangélicas de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

«Hay que decir, ante todo --aclaró--, que independientemente de cuál sea la explicación que se dé de las circunstancias externas y de las motivaciones jurídicas de la muerte de Cristo, éstas no afectan en lo más mínimo al sentido real de su muerte, que depende de lo que él pensaba, y no de lo que pensaban los demás».

«Y el sentido que él daba a su muerte lo dejó claro anticipadamente, en el momento de la institución de la Eucaristía: "Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros"», recordó en su meditación pronunciada en la en la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico Vaticano.

«Ninguna fórmula de fe del Nuevo Testamento y de la Iglesia dice que Jesús murió "a causa de los pecados de los judíos" --insistió--; todas dicen que "murió a causa de 'nuestros' pecados", es decir, de los pecados de todos».

«La doctrina de la Iglesia reconoce un solo pecado que se transmite por herencia de padres a hijos, el pecado original», recalcó el religioso capuchino, para recordar que no es posible acusar al pueblo judío en su conjunto de la muerte de Jesús.

«Si se consideraba a los judíos de las generaciones futuras responsables de la muerte de Cristo, por el mismo motivo se debería haber considerado como responsables y acusar de deicidio a los romanos de las generaciones futuras, incluidos los papas de familias romanas, pues está claro que, desde el punto de vista jurídico, la condena de Cristo y su ejecución (la forma de la crucifixión lo confirma) deben imputarse en último término a la autoridad romana», afirmó.

El padre Cantalamessa sintetizó la posición de la Iglesia católica citando el número 4 de la declaración del Concilio Vaticano II «Nostra Aetate»: «Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy».

«En esta afirmación se da una cierta convergencia con la misma tradición judía del pasado --explicó--. De las noticias sobre la muerte de Jesús, presentes en el "Talmud" y en otras fuentes judías (si bien tardías e históricamente contradictorias) surge un elemento: la tradición judía nunca ha negado una participación de las autoridades de la época en la condena de Cristo. No fundamentó su defensa negando el hecho; en todo caso, negó que desde el punto de vista judío constituyera un delito o que su condena haya sido injusta».

«Como creyentes, quizá tenemos que superar la afirmación de la no culpabilidad del pueblo judío y ver en el sufrimiento injusto que por este motivo ha sufrido en la historia como algo que le pone de parte del Siervo sufriente de Dios y, por tanto, para nosotros cristianos, de parte de Jesús», pidió el predicador.

«Edith Stein había comprendido en este sentido el drama que se estaba gestando para ella y para su pueblo en la Alemania de Hitler --recordó citando a la carmelita convertida del judaísmo que murió en un campo de concentración--: "Allí, bajo la cruz, comprendí el destino del pueblo de Dios. Pensé: aquellos que saben que esta es la cruz de Cristo tienen el deber de cargar con ella, en nombre de todos los demás"».

«En vez de hablar de la responsabilidad del pueblo judío por la muerte de Cristo se debería hablar de la responsabilidad del pueblo cristiano por la muerte de los judíos --siguió aclarando--. Es lo que Juan Pablo II hizo en el mes de marzo del año jubilar, al poner en una fisura del muro de las lamentaciones de Jerusalén la petición de perdón por los sufrimientos causados por los cristianos al pueblo de Israel».

«Un comunicado del Congreso Judío de Canadá dice que la película de Gibson puede convertirse, si queremos, en una "oportunidad" para judíos y cristianos para avanzar en el camino de la reconciliación y de la amistad», reveló el predicador.

«Para mí --concluyó--, y estoy seguro que para muchos cristianos, todo lo que se ha escrito sobre esta película (la película no, pues no la he visto) ha servido para aumentar el sentimiento de la inmensa gratitud que debemos al pueblo judío por haber dado al mundo a Jesús de Nazaret y por el precio incalculable que ha tenido que pagar a causa de este don».