La Pasión de Jesucristo
Fuente: Ecclesia. Revista de cultura católica
Autor: Editorial, Enero-marzo 2004
La Pasión del Señor y su gloriosa Resurrección
iluminan todo el año litúrgico con su resplandor de virtud, gracia y salvación.
Comenzado con el Adviento, el año litúrgico prosigue con el período de Navidad.
Luego se intercalan unos domingos del tiempo ordinario, para remontar de nuevo
hacia los grandes misterios de la vida de Jesús en la cuaresma, triduo santo y
período pascual. La Iglesia, con sabiduría secular, ha colocado la liturgia
cuaresmal y pascual al final del invierno e inicio de la primavera. La misma
naturaleza, de este modo, acompaña al cristiano en el proceso de su muerte al
pecado, llevando con Jesucristo la propia cruz hasta el Gólgota, y en la
floración de la nueva vida en Cristo, por la participación en los frutos de su
Resurrección gloriosa. El ritmo del tiempo y la escansión de las estaciones se
entrelazan fraternalmente en beneficio del hombre, de su felicidad y de su
destino.
En el conjunto del año litúrgico, la Pasión de Jesucristo representa el momento
culminante y por excelencia dramático de toda la historia de Jesús de Nazaret.
Toda la vida del Nazareno se encamina, con paso a veces lento, a veces
acelerado, hacia Getsemaní y el Calvario. Digamos que la Pasión es la
culminación de un designio, de una misión. Su contexto natural es la vida entera
de Jesús de Nazaret. Consideramos que una reflexión orante y agradecida sobre
este misterio insondable de nuestra fe puede deshacer con su intensa luz ciertos
vahos y tinieblas de desencanto y pesimismo, que pululan por no pocas
conciencias de los hombres de hoy.
El evangelio quadriforme de la Pasión
Los acontecimientos a través de los que se desarrolló la Pasión de Jesús de
Nazaret son históricamente únicos e irrepetibles. Se realizaron en la ciudad de
Jerusalén y sus alrededores, en tiempos de Tiberio, emperador romano, bajo
Poncio Pilatos, gobernador de Judea, siendo Caifás sumo sacerdote. Estas
coordenadas espacio-temporales nunca más volverán a juntarse en la historia.
Tales eventos constituyen el único y dramático Evangelio de la Pasión del Señor,
es decir, la única Buena Nueva de nuestra salvación, manantial de alegría y
conforto para los hombres pecadores.
Este único Evangelio de la Pasión ha sido relatado, según los textos canónicos
del Nuevo Testamento, por cuatro evangelistas. Son muchos los episodios en que
coinciden los cuatro, pero no faltan episodios que a cada uno les son propios. Y
en las mismas escenas comunes a los cuatro, ¡cuántas pequeñas diferencias en los
detalles circunstanciales! Ninguno de los cuatro evangelistas estuvo presente en
todos y cada uno de los acontecimientos. Ninguno quiso narrarlos como una
crónica periodística con puntos y comas. Ninguno pretendió satisfacer la
curiosidad de los lectores o suscitar en ellos meros sentimientos humanos.
Narraban con corazón creyente. Contaban lo que habían visto y oído, no como
simples eventos, sino como una cifra misteriosa del lenguaje de Dios Padre y
Redentor, enviada a los hombres ganados para la fe en Jesucristo. Son Evangelio
en los acontecimientos y por medio de ellos, en virtud y por fuerza de la fe que
en ellos descubre la salvación de Dios, encarnada en la persona del dolorido y
sangrante Nazareno.
Los Evangelistas relatan, cada uno con su plan, con su estilo y con su
personalidad, las horas más densas en la historia y vida de la familia humana,
las más profundas y apasionadas, las más trágicas y convulsas, las más
grandiosas y entrañables, las más inolvidables y heroicas, las más necesarias
para arrancar al hombre de sí mismo y trasplantarlo hasta Dios. Se quedan
cortos, muy cortos, porque el misterio guarda una enorme distancia de todo decir
humano. Balbucean, cuentan, tartamudean la verdad sagrada, divina, de muchos
hechos comunes en aquellos años; hechos tantas veces repetidos en el pretorio,
por las calles de Jerusalén y en la cumbre de la colina de la Calavera. Ésta es
la condición y el destino de los escritos humanos, incluso cuando están
inspirados, como los evangelios, por el Espíritu Santo.
Los hechos narrados en los evangelios corresponden a acontecimientos reales.
Pero no todos los hechos de la Pasión nos han sido narrados. Éstos trascienden y
sobrepasan en sí cualquier relato. Además, toda narración selecciona, recrea,
moldea los hechos en un lenguaje, en una forma expresiva, en una mentalidad y
cultura. Los relatos de la Pasión no son de ninguna manera reportajes. Entre la
objetividad del hecho y la realidad del relato está de por medio cada
evangelista. Ellos son conscientes de contar hechos históricos, pero más todavía
acontecimientos salvíficos. El resultado es la narración de una historia,
penetrada por la fe, expresada por la fe, aceptada y vivida en la fe. ¡La luz de
la Pascua ha hecho ver la Pasión de Jesús con ojos nuevos!
Los evangelios de la Pasión, ante tanta inhumanidad que se agolpa sobre
Jesucristo en unas cuantas horas, son sobrios, muy discretos. Han proferido
pocas palabras para que el Espíritu hable a través del texto. Son muchas las
escenas que se siguen una detrás de otra, pero parece que los evangelistas no
quieren detenerse en ninguna. Pasan sobre los hechos del drama con candor de
neófitos, deslumbrados por la Resurrección. Estaban convencidos, por la fe en el
Resucitado, de que una sola gota de sangre del Redentor hubiera sido suficiente
para salvar al mundo. No son las llagas en sí lo que nos salva, sino la
fidelidad suprema, hasta las llagas, al designio del Padre, el amor a su
Voluntad soberana y santísima.
En verdad hemos de confesar que lo más importante de la Pasión: el dolor de
Dios, la fidelidad al plan de salvación, el amor infinito al Padre, se nos
escapa como agua en cesta de mimbres. Algo del agua se retiene, pues las mimbres
quedan mojadas, pero la mayor parte se escurre y desaparece en la corriente.
¿Quién puede entrar en el alma de Jesús durante la Pasión? ¿Quién puede escrutar
su corazón en esas horas terribles? ¿Quién puede adecuadamente entrever el
corazón del Padre, la actitud del Espíritu Santo ante el drama sublime de la
Pasión? La Pasión de Jesús son hechos vivos y episodios reales, son historia y
misterio. Se trata de algo inaudito, supramental: la Pasión de Dios en el hombre
Jesús. Los evangelistas los cuentan para que lleguen por los ojos y los oídos
hasta la interioridad del hombre, allí donde el misterio tiene su nido. Por eso,
la Pasión de Cristo más cálida, más significativa, de mayor hondura, es la que
recrea y revive cada cristiano en su corazón, al socaire del Espíritu.
Las múltiples interpretaciones
Desde la historia real de la Pasión de Jesucristo, narrada e interpretada por
los cuatro evangelistas, hasta la actualidad, este magno misterio no ha cesado
de asombrar a los hombres que con él se encuentran en el camino de la
existencia, y del cual ya no pueden prescindir en el curso de su vida. Ese
asombro humanizador y salvífico, cumbre de todo asombro humano, ha adoptado
formas expresivas de grande variedad. En muchos es sólo palabra interior que se
traduce en sentimientos, emociones, pensamientos que se van hilando, lenta o
febrilmente, con el mismo ritmo del vivir. A veces se transmite con palabras
pobres y sencillas en los labios de las madres, o con gestos elementales y
cálidos en los rostros y en los ojos de los niños. Y cuántas veces, desde los
primeros siglos de la era cristiana, no ha resonado la Pasión de Jesucristo en
los labios de los grandes o humildes predicadores, de los catequistas, de los
homiletas, o en los escritos de los teólogos y de los maestros espirituales más
insignes. ¡Con cuánta conmoción, no pocas veces, las mismas lágrimas han
interpretado los misterios!
La Pasión del Señor ha sido representada o escenificada, siglo tras siglo, en la
pintura y escultura, en la poesía y en el teatro, en el viacrucis de piedra o de
leño y en ese otro viacrucis conmovedor y palpitante, representado por personas
vivas, todavía hoy existente en algunos pueblos cristianos. Ha sido interpretada
con amor y emoción en las miniaturas monacales de los manuscritos y en los
grandes retablos de los artistas del Renacimiento o del Barroco. Los poetas y
los literatos, los músicos, los orfebres y los bordadores, los cineastas y los
cantautores han impreso en su arte con primor y emoción la hermenéutica de los
grandes misterios que abraza la Pasión de Jesús. Unos captan mejor una escena,
otros otra. Unos se fijan en algún detalle, para otros vale más el conjunto.
Unos usan el pincel, otros la aguja. Unos interpretan con el cincel, otros con
la cámara cinematográfica. Con perspectiva propia, cada artista procura
escenificar los episodios dolorosos en fidelidad sustancial a los textos
evangélicos. Toda recreación, si es bella, enriquece la comprensión del
misterio. En su limitación, cada una de las interpretaciones es valiosa,
enriquecedora, original. Agavilladas todas ellas, vienen a ser como un mosaico
en el que cada artista, cada predicador, cada escritor incrusta una tesela para
abarcar y comprender mejor la belleza imponderable del Gran Misterio en su
totalidad, para gozo de los hombres que lo contemplan.
Son centenares, millares las interpretaciones artísticas, literarias y
cinematográficas que existen hoy en día de la Pasión del Nazareno. Cada
interpretación es una en medio de tantas otras que ya son realidad o llegarán a
serlo en el futuro. Todas buscan comunicar una historia y un misterio, siendo
fieles a la verdad de los hechos, que en los relatos evangélicos de la Pasión
hallan expresiones literarias de índole diversa. Todas se quedan en el largo
camino de la interpretación infinita. Cada una de ellas pretende llegar al
corazón, a la sensibilidad del hombre, tocar sus fibras más íntimamente humanas
y cristianas, despertar la admiración, el agradecimiento, la participación, el
amor a quien por nosotros ha sufrido el indecible martirio. Cabe afirmar sin
rubor que todo hombre es regenerado en Getsemaní y en el Calvario; es hijo de un
dolor de parto sobre la colina de la Redención de la humanidad. A ese hombre
concreto, inmerso en las vicisitudes de la historia, se orienta cada una de las
hermenéuticas llevadas a cabo por los hombres en su propia época.
La interpretación de Mel Gibson
La última representación fílmica de la Pasión se acaba de estrenar el miércoles
de ceniza, 25 de febrero: La pasión de Cristo dirigida por Mel Gibson. La
historia se centra en las doce últimas horas de la vida de Jesucristo, desde la
agonía en el Huerto de Getsemaní hasta la muerte en cruz. Para Gibson se trata
de la historia del más grande de los heroísmos, porque no hay amor más grande
que dar la vida por los demás, y el protagonista es de excepción, un hombre
extraordinario, Jesús. Los cristianos creemos que es verdadero hombre y
verdadero Dios, que va consciente y voluntariamente a la pasión y muerte para
salvar a los hombres, que muere a causa de nuestros pecados y para la redención
de los pecados de todos.
De todos los hombres. No sólo por los pecados de los protagonistas de la pasión
escenificados con gran arte por Mel Gibson: Judas lo traiciona, el Sanedrín lo
acusa y condena injustamente, los discípulos lo dejan sólo, Pedro lo niega tres
veces, Herodes se burla de él, Pilatos se lava las manos irresponsablemente, la
muchedumbre, manipulada, pide a gritos su ejecución, los soldados romanos lo
flagelan, humillan y crucifican sin piedad. Y entre todos los personajes, la
presencia insidiosa de Satanás que desde el Huerto a la Cruz estará asechando
los pasos de Cristo para ver si cede, si renuncia a su misión. Una presencia,
dulce y fuerte, acompaña fiel e inocentemente a Cristo durante la pasión: María.
Todos ellos son personas históricas, y también símbolos de la humanidad ante el
drama inefable de la cruz abrazada con amor. Por eso, considerar a Mel Gibson
antisemita, además de no ajustarse a la verdad, denota una visión ideológica del
filme, que distorsiona y se aleja del sentido querido por el director y los
actores.
Mel Gibson repite, convencido, que ha hecho una película que corresponde a la
verdad de los hechos históricos , que “es conforme a lo que los cuatro
Evangelios del Nuevo Testamento nos cuentan sobre la pasión y muerte de Cristo”
y que quien espere un relato fiel a la vida de Cristo no saldrá decepcionado.
Con la intención de ser lo más fiel posible a la historia real, la película ha
sido rodada en dos lenguas muertas, latín y arameo. No será doblada, de forma
que, en cualquier rincón del mundo, el espectador asista a la pasión de Cristo
escenificada en las mismas lenguas que, según Mel Gibson, se hablaban en tiempos
de Jesús.
A la vez y sin ningún reparo, el famosos actor y director admite que en algunos
pasajes se ha inspirado en las visiones de una religiosa alemana en proceso de
beatificación, Anna Katharina Emmerick (1774-1824) y en otros “místicos” de la
pasión. Su opción por la crucifixión de las manos y no de las muñecas, como
parece más probable históricamente, la justifica débilmente: “La posibilidad de
que Jesús haya sido crucificado en las muñecas tiene fundamento, pero la
tradición ha representado a Jesús con heridas en las manos y, a lo largo de la
historia, los santos que recibieron los estigmas del Señor, los presentaron
también en las manos”
Un artista en la creación de su obra es libre de tomar muchas opciones
artísticas. Cabe, sin embargo, preguntarse por qué motivo Mel Gibson introduce
elementos ajenos al Evangelio o a serios estudios históricos sobre el tiempo de
Jesús, si su intención es presentar la pasión “como fue”. Esta pretensión de
completa historicidad, declarada repetidamente, puede justificar algunas
intervenciones críticas de estudiosos de la Sagrada Escritura y de la cultura e
historia del tiempo de Jesús. De otro modo, no se entiende esta preocupación,
algo extraña, de los estudiosos por la “ortodoxia histórica” de una película.
El cardenal Darío Castrillón en su apreciación no da excesivo peso a las
“libertades” del director porque parecen contribuir a mostrar el misterio que se
revela-esconde en los acontecimientos: “Gibson ha tenido que tomar muchas
opciones artísticas para conformar su retrato de los personajes y los
acontecimientos que se dan cita en la Pasión, y ha completado la narración del
Evangelio con las percepciones y reflexiones hechas por santos y místicos a lo
largo de los siglos. Mel Gibson no sólo sigue rigurosamente el relato
evangélico, dando al espectador una nueva apreciación de esos pasajes bíblicos,
sino que, gracias a sus opciones estéticas, ha hecho una película fiel al
sentido de los Evangelios, tal y como los interpreta la Iglesia”.
De hecho, en esta película, como en toda obra artística hecha por un creyente,
historia, fe y arte parecen inseparables. El especialista en Sagrada Escritura,
en cultura oriental, en teología espiritual o en arte cinematográfica podrá
hacer un análisis minucioso de la obra y, sobre todo en la pretensión de
fidelidad histórica, encontrar deficiencias. Un análisis de este tipo no es
difícil. El mérito está en la síntesis artística, en la obra creativa de Mel
Gibson, un artista creyente que, con los valores y límites subjetivos de su
percepción espiritual, ha deseado ser fiel a la historia. La obra es
extraordinariamente bella, si por belleza entendemos la “manifestación sensible
de la idea” (Hegel); en este caso particular, la manifestación sensible de un
misterio insondable de amor divino. Hubiéramos preferido que Mel Gibson no
hubiera recurrido a las visiones de una mística, para comunicar la profundidad
del misterio. Pero, por otra parte, ¿es tan grave haber recurrido a estos
elementos? Es algo que no desdibuja los méritos artísticos de la obra, y que,
posiblemente, no impedirá que logre los frutos pretendidos por su director, sus
productores y varios de los artistas.
Reflexión conclusiva
El misterio de Jesús de Nazaret, particularmente el misterio de su Pasión, ha
sido, es y continuará siendo el parteaguas de la historia humana. Para los
creyentes en Cristo no ha habido ni habrá una vida humana ni un evento humano
con más repercusión en el grandioso panorama de los siglos. Para el lector de
los textos evangélicos sobre la Pasión, la fuerza física y moral de Jesús, en
esas horas densas y terrificantes que van de Getsemaní al Calvario, superan con
mucho las expectativas humanas y abren una rendija hacia lo sobrehumano y
divino. Para los cristianos, sobre Jesús, que vive intensamente esos episodios,
aletea el poder de Dios y la extraordinaria energía del Espíritu Santo. ¿Hubiese
sido posible, de otro modo, que Jesús llegase con vida hasta la cima del
Gólgota, y consumar así su lento e inexorable martirio?
Cualquier representación, cualquier hermenéutica de la Pasión, dado su carácter
no definitivo, requiere del lector o espectador un discernimiento, desde la fe y
desde las coordenadas de la propia vida. Cuando los juicios humanos sobre las
interpretaciones de la Pasión se imprimen en periódicos, revistas, internet, o
se externan en la radio y la televisión, se ha de aplicar también a ellos un
sólido espíritu de discernimiento. Hay que separar el grano de la paja. Hay que
descubrir los aciertos, y sondear igualmente los límites tanto de los críticos
como de los artistas, y quizás sus conscientes o inconscientes motivaciones. Hay
que mirar con los propios ojos, sin dejar de ver lo que han captado los ajenos.
Hay que buscar la verdad, llegue por el camino que llegue, sin miramientos, pero
sin miedos, con discreción, pero con intrepidez, ardor y coherencia.
Dios ha querido unir indisolublemente, en la Pasión de Jesucristo, historia y
fe, misterio y evento, amalgamados en la Obra redentora de la humanidad. La
Redención, y éste es el tema de fondo de la Pasión, goza del espesor de los
hechos y del resplandor oculto de lo trascendente, del dramatismo de la historia
y del profundo misterio en la intimidad de Dios. Sería muy empobrecedor quedarse
en los puros hechos, sin ser iluminados y transformados por la Luz del misterio.
En definitiva, la Pasión es una hermenéutica de la propia vida. Sería trágico
quedarse en espectador, sin llegar a ser actor del drama. Porque, en verdad,
todos somos intérpretes y actores en la Pasión de Jesucristo.