José Antonio Pagola

 

JESUCRISTO

Catequesis Cristológicas  

 

Jesús, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación

 1. La fe en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre

  - Jesús, experimentado como hombre

  - Jesús, distinto del Padre

  - La unión de Jesús con el Padre

  - Jesús confesado como hijo de Dios

  - La búsqueda de nuevas fórmulas de fe en Jesucristo

 2. El gran gesto de Dios: hacerse hombre

  - El acontecimiento decisivo de la historia

  - Semejante en todo a nosotros

  - Excepto en el pecado

  3. Jesús, revelación del Dios Salvador

  4. Jesús, revelación del verdadero hombre

  - El hombre, imagen de Dios

  - El hombre, lugar de encuentro con Dios

 5. Algunas exigencias de nuestra fe en Jesucristo

 Para continuar el estudio de la encarnación del Hijo de Dios

  1. Lectura

  2. Preguntas para una reflexión

  3. Bibliografía

 

 

5. Jesús, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra Salvación

 

Ante los rasgos sorprendentes que caracterizaron la vida de Jesús de Nazaret (ver 1 a. catequesis) y, sobre todo, ante el hecho inaudito de la resurrección (ver 3a. catequesis), la comunidad cristiana confiesa, llena de fe, el hecho más original y central del cristianismo: en Jesús de Nazaret el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nuestra salvación. Vamos a tratar de descubrir qué significa esto para un creyente.

1. LA FE EN JESUCRISTO, HIJO DE DIOS HECHO HOMBRE

 

Jesús, experimentado como hombre

Los contemporáneos de Jesús, los discípulos que convivieron cerca de él y todos sus seguidores vieron en Jesús un hombre, en el sentido propio y pleno de esta palabra. Un hombre cuya vida es semejante a la nuestra. Basta recorrer las páginas de los evangelios para ver cómo Jesús pasa hambre y sed, frío y calor como nosotros (Mt 4,2; Jn 19, 28); llora y goza como nosotros (Jn 11, 35; Lc 10,21); se indigna (Mc 1, 41; 6, 34), se sorprende (Mc 6,6), se compadece (Mc 1, 41; 6,34), se desilusiona (Mc 8, 17; 9,19), hace preguntas para informarse (Mc 6, 38; 9, 16; 9, 21; 9,33), ignora cuándo llegará el último día (Mc 13, 32); le entra una angustia mortal ante la proximidad de su muerte (Mc 14, 34) _

 

Jesús, distinto del Padre

Jesús es un hombre que no puede ser confundido con Yavé, el Dios de Israel. en los escritos de las primeras comunidades cristianas, Jesús aparece siempre como alguien claramente distinto de ese Dios a quien Jesús llama Padre, a quien ora con fe y confianza en sus largas horas de silencio y soledad (Mc 1, 35; Lc 5, 16), a quien obedeció hasta la muerte (Mc 14, 36) y en cuyas manos abandonó su vida al dar el último aliento (Lc 23, 46).

 

La unión de Jesús con el Padre

Ya el comportamiento y la personalidad excepcional de Jesús obligan a preguntarse quién es este hombre que actúa de manera tan sorprendente y única. ¿Cómo puede Jesús descubrir a sus contemporáneos la verdadera voluntad de Dios con una autoridad tan soberana, tan inmediata, derivada directamente de Dios? ¿Cómo puede Jesús con su palabra, sus gestos y su vida hacer presente ya entre los hombres el Reinado de Dios? ¿Cómo puede Jesús intervenir en la vida de los demás curando sus males y concediendo el perdón del mismo Dios? ¿Cómo puede confrontar a todos directamente con Dios presentándose como factor decisivo de la salvación de los hombres? ¿Cómo puede invocar a Dios como Padre y vivir con El una relación única e incomparable? ¿Qué misterio encierra su persona?

Pero además, este hombre al morir no ha quedado abandonado en la muerte sino que ha sido resucitado por el mismo Dios. Ante este acontecimiento único y sorprendente, surge obligadamente una pregunta: ¿Quién es este hombre cuya vida, ya desconcertante por sí misma, no ha terminado en la muerte como la de los demás hombres sino en resurrección?

La Resurrección descubre a los cristianos que Dios se hace presente en la vida y en la muerte de este hombre de una manera única, que supera todo lo que nosotros podemos concebir de otros hombres. No se puede hablar de Jesús como de un hombre cualquiera. En ningún otro encontramos una unión parecida con Dios. Ningún otro vive tan inmediatamente desde Dios y para Dios. Desde este hombre, Dios nos habla y se dirige a nosotros de manera tan directa e inmediata que a Jesús no se le puede considerar como un mero profeta o enviado de Dios. En la vida de este hombre, la Palabra de Dios y su actuación salvadora están tan totalmente presentes que debemos decir que el mismo Dios se nos presenta, se nos descubre y se nos acerca en Jesús de Nazaret de una manera única e irrepetible.

 

Jesús confesado como Hijo de Dios

Los primeros creyentes tratan de expresar esta realidad acudiendo a lenguajes diferentes y variados. Trataremos de entender algunas de sus expresiones más significativas.

Aquel Dios que había hablado tantas veces y de tantas maneras al pueblo, ahora ha hablado su última palabra desde Jesús (Hb 1, 1). Dicho con más profundidad, en Jesús no escuchamos simplemente una palabra de Dios. Jesús mismo es la Palabra de Dios hecha carne, hecha vida humana (Jn 1, 14). Jesús es Dios hablándonos a los hombres desde la vida concreta de un hermano.

Aquel Dios que tantas veces y de tantas maneras había intervenido para liberar a los hebreos, ahora ha actuado en Jesús y desde Jesús de una manera única y definitiva para salvar a todos los hombres. “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo” (2 Co 5, 19).

Ese Dios que nos resulta lejano, misterioso e inaccesible, ahora se nos ha hecho cercano y visible, de alguna manera, en la vida concreta de Jesús. << En él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente >> ( Col 2, 9). Este hombre es Dios viviendo una vida humana como la nuestra. Por eso, en la persona y en la vida concreta de Jesús “se nos ha descubierto la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres” (Tt 3,4).

En Jesús, Dios se ha acercado a los hombres y se ha identificado con nuestros problemas hasta tal punto que a este hombre hay que llamarlo «Enmmanuel», es decir, «Dios-con-vosotros» (Mt 1,23). Dios ahora es para nosotros Jesús. Sólo en Jesús y desde Jesús se nos ofrece Dios como Salvador.

La comunidad cristiana ha sentido la necesidad de atribuir a Jesús diversos nombres y títulos que, dentro de sus limitaciones, tratan de recoger la fe de los creyentes. Recordaremos algunos: Jesús es el único Mediador entre Dios y los hombres (1 Tm 2, 5). El es el único Salvador en el que podemos poner nuestras esperanzas (Hch 5, 31; 13, 23; 4,12). Más aún, Jesús es confesado como “Señor”, con el mismo nombre que se le da a Dios entre los judíos de lengua griega. Jesús es el Señor, es decir el que vive ahora resucitado realizando toda la actividad salvadora que el pueblo le atribuye a Dios.

Quizás el título más significativo y el que irá adquiriendo una profundidad cada vez mayor es el de “Hijo de Dios”. Por una parte, nos indica que Jesús es Hijo obediente y fiel al Padre. Pero, por otra parte es Hijo de Dios, es decir, alguien que tiene su origen no en sí mismo sino en Dios, alguien que habla, actúa, vive y existe no desde sí mismo sino desde su Padre.

La búsqueda de nuevas fórmulas de fe en Jesucristo

Al entrar en contacto con otras corrientes de pensamiento distintas al judaísmo y ante la aparición de diversas deformaciones o visiones incompletas de Cristo, los creyentes se vieron obligados a hacer un esfuerzo mayor para buscar nuevas fórmulas que recogieran adecuadamente su fe en Jesucristo. No es posible seguir aquí con detalle el camino muchas veces difícil y doloroso que tuvieron que recorrer. Los grandes Concilios de Nicea (325), Constantinopla (381), Efeso (431) y Calcedonia (451) marcan los momentos más importantes de esta búsqueda.

Este último Concilio de Calcedonia fue la conclusión de todos los esfuerzos realizados en siglos anteriores y se ha convertido en punto de partida que orienta toda la reflexión posterior de los creyentes: En Jesucristo no podemos suprimir ni su carácter plenamente humano (semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado), ni su condición divina (verdadero Hijo de Dios nacido del Padre). Pero esto, lo debemos entender de tal manera que no destruyamos esa unión plena y perfecta que se da en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación.

Naturalmente, este Concilio reflexiona sobre Cristo desde los problemas que se planteaban en aquella época y habla sobre El con el lenguaje propio de aquella cultura. Sería una equivocación el limitarnos a repetir monótonamente, por pereza o seguridad, aquellas fórmulas antiguas que quizás nos pueden resultar hoy difíciles de aceptar en su verdadero significado. Pero, sería una equivocación mayor tratar de pensar nuestra fe en Cristo, prescindiendo del contenido que se encierra en la enseñanza de estos Concilios.

 

2. EL GRAN GESTO DE DIOS: HACERSE HOMBRE

Nunca hubiéramos sospechado nosotros hasta qué extremos Dios ama al hombre y se preocupa por nosotros. Pero, en Cristo ha sucedido algo que, bien pensado, resulta desconcertante y solo puede explicarse por amor: Dios ha querido hacerse hombre, compartir nuestra propia vida y saber por experiencia propia qué es ser hombre y qué es vivir esta vida dura, dolorosa y difícil (1 Jn 4, 9.16).

 

El acontecimiento decisivo de la historia

En Jesús de Nazaret, Dios ha decidido de una vez para siempre ser hombre, con todas sus consecuencias. Ya no hay un Dios cuya vida pueda discurrir al margen de la humanidad, independiente de nuestra vida. Dios ya no es Alguien que desconoce nuestra vida y no sabe “ponerse en nuestro lugar”. Dios ha querido ser para siempre hombre, con nosotros y para nosotros.

Esto quiere decir que el Creador no ha querido ser solamente fuente y origen de la vida creatural. Ha querido, además, conocer personalmente cómo es la vida débil de la criatura. En Jesucristo, Dios se ha acercado al mundo creatural de una manera única, insuperable, irrepetible. En Jesús, Dios vive y se hace presente de una manera tan total, tan inmediata y personal, que de este hombre no podemos decir solamente que es “imagen de Dios” como nosotros. En este caso, tenemos que confesar que es “Hijo de Dios”, es decir, Jesús es Dios viviendo nuestra vida humana, Dios compartiendo nuestra existencia débil de criaturas.

Para nosotros, éste es el acontecimiento decisivo de toda la historia. No ha sucedido ni podrá suceder en el mundo nada más importante. Dios ha querido, de verdad, ser nuestro hermano, pertenecer a la especie humana Dios ha querido ser uno de los nuestros y ya no puede dejar de amar y de preocuparse por esta humanidad en la que se ha encarnado y a la que El mismo pertenece.

 

Semejante en todo a nosotros

Dios ha querido ser hombre con todas sus consecuencias y vivir nuestra experiencia humana hasta el fondo, deteniéndose solo ante lo imposible. La Encarnación no ha sido un teatro bien montado ni un paseo de Dios por el mundo, vestido con ropaje humano. Dios no ha querido jugar a ser hombre. No ha querido vivir una vida de “super-hombre”, una vida que no sea la nuestra. Dios ha querido conocer nuestra vida.

Por eso, Dios ha querido saber lo que es ir haciéndose hombre a lo largo de la vida, ir creciendo en edad, en conocimiento y en madurez, ir descubriendo la vida progresivamente cada vez con mayor claridad y lucidez, ir aprendiendo a vivir escuchando a los demás, dejándose enseñar por los acontecimientos, recordando la historia de su pueblo, meditando las Escrituras_ (Lc 2, 40. 52).

Dios ha querido saber qué es para un hombre gozar y sufrir, trabajar y luchar, esperar y desalentarse, confiar en un Padre y experimentar su abandono (Mc 15, 34). Ha querido conocer cómo se vive desde una conciencia humana la ignorancia, la duda, la incertidumbre, la búsqueda dolorosa de la propia misión (Mt 4, 1-11); Mc 14, 32-42). Ha querido tener experiencia humana de lo que es nuestra pobre vida acosada de preguntas, miedos, esperanzas y expectativas.

Dios ha querido comprobar personalmente el sufrimiento, las limitaciones, los riesgos, tentaciones y dificultades que encuentra un hombre para ser verdaderamente humano (Hb 2, 18; 4, 15). Se ha visto sometido a los condicionamientos de carácter biológico, sicológico, histórico, cultural_ que sufre todo hombre. Por eso, ha tenido que vivir su libertad humana con esfuerzo, con lucha, con trabajo, con vigilancia y oración_

Ha sufrido en su propia carne y en su propia alma las consecuencias del egoísmo, la injusticia y la agresividad que domina a los hombres. Dios sabe ahora por experiencia que el amor más limpio, generoso y servicial a los hombres puede ser siempre rechazado por ellos. Más aún. Ha querido saber cómo se vive desde la conciencia oscura y limitada de un hombre la experiencia de la fe en un Padre que parece abandonarnos en el momento del sufrimiento y de la muerte (Hb 5, 8; Mc 15, 34; Lc 23, 46).

 

Excepto en el pecado

En Cristo, Dios ha compartido esta vida nuestra cotidiana y desquiciada por el pecado, pero Cristo no puede ser contado entre los pecadores. En Jesús debemos excluir necesariamente todo aquello que pueda suponer desobediencia al Padre o complicidad con el pecado. Y no porque Dios no haya querido solidarizarse con el hombre hasta las últimas consecuencias sino porque en Dios es inconcebible la experiencia del pecado, ya que pecar es preferirse egoístamente a uno mismo ante que a Dios.

Lo que necesitábamos los hombres no era un Dios que nos acompañara en el pecado, el egoísmo y la injusticia, sino un Dios que se solidarizara con nosotros para liberarnos del mal.

 

3. JESUS, REVELACION DEL DIOS SALVADOR

Si Dios se ha hecho hombre en Jesús, tenemos que decir que Jesús es para nosotros el rostro humano de Dios, es decir, el que nos descubre a Dios con rasgos humanos.

Ese Dios al que nadie ha visto jamás, en Jesús adquiere un rostro humano y se deja ver. Quien ve a Jesús está viendo al Padre (Jn 14, 9). El Dios silencioso y oculto, cuya última realidad siempre se nos escapa ahora, en Jesús se nos aclara, nos habla y nos dirige su palabra hecha lenguaje humano. El que escucha las palabras de Jesús está escuchando la Palabra del Padre (Jn 14, 24).

Jesús es la manera humana que tiene Dios de existir y de presentarse ante los hombres. Todo lo que nosotros sabemos de Dios lo conocemos en Jesús y desde Jesús. A través de su vida, sus gestos, su actuación, su mensaje y su muerte en la cruz, descubrimos lo que es Dios para nosotros, cómo reacciona ante el hombre, cómo se interesa por nosotros, cómo busca nuestra salvación.

Uno de nuestros esfuerzos principales como creyentes, debería ser el irnos liberando de ese Dios falso y ambiguo, producto de nuestra imaginación, nuestros sueños, miedos o egoísmos, para ir descubriendo el rostro de Dios en Jesús de Nazaret.

Descubrir en Jesús que Dios es un Padre que ama al hombre desinteresadamente, sin buscar su propia utilidad. Que Dios no es un rival del hombre sino alguien interesado solamente en su liberación y salvación total. Que es alguien que sabe perdonar siempre. Que no busca ser servido sino servir. Que se pone siempre a favor del pobre, del débil, del maltratado, del que necesita ayuda. Que defiende siempre la justicia y la verdad. Que se preocupa de la salud y la felicidad última del hombre, que es capaz de ir hasta la muerte por ser fiel a su voluntad de salvar a la humanidad_

 

4. JESUS, REVELACION DEL VERDADERO HOMBRE

En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, no solo descubrimos quién es Dios, sino que vamos aprendiendo también qué es ser hombre y a qué se le puede dar el nombre de humano. En Jesús descubrimos dónde está la verdadera grandeza del hombre, cuáles son nuestras posibilidades, donde está el secreto último de la vida, cómo vivir incluso lo que nos parece más inhumano: el dolor y la muerte.

 

El hombre, imagen de Dios

Si Dios se ha encarnado en el hombre Jesús, esto quiere decir que el hombre puede traducir, revelar y expresar de manera humana el misterio de Dios. Se nos descubre así a los creyentes la gran dignidad del hombre: ser imagen de Dios.

Vivir desde Dios y para Dios no es algo deshumanizador o alienante. La vida de Jesús es verdaderamente humana no “a pesar de” sino precisamente porque vive enteramente desde Dios y para Dios. Nosotros somos humanos en la medida en que el amor, la verdad, la justicia, la libertad y el perdón de Dios se van manifestando en nuestra vida.

 

El hombre, lugar de encuentro con Dios

Si Dios se ha hecho hombre, los creyentes sabemos, a la luz de Cristo, que Dios puede y debe ser encontrado en el hombre. No es necesario abandonar el mundo y alejarnos de los hombres para buscar a Dios en la lejanía del cielo. A Dios lo podemos encontrar dentro de los límites de la existencia humana.

Si Dios se ha hecho hombre en Cristo, aceptarnos plenamente como hombres y luchar por ser humanos es ya acoger a Dios. Tomar la vida humana en serio es empezar a tomar en serio a Dios. Quien acepta la vida con sus sufrimientos y alegrías, con sus trabajos e interrogantes, con sus problemas y misterios, está aceptando, de alguna manera, a ese Dios que se ha encarnado en nuestra misma humanidad.

Si Dios se ha hecho hombre en Cristo, acoger al otro hombre es ya, de alguna manera, acoger a Dios. Donde hay amor sincero, incondicional y desinteresado al hombre, allí hay amor al Dios que se ha querido hacerse hombre (Mt 25, 40. 45; 1 Jn 3, 17; 4, 7-8. 20).

 

5. ALGUNAS EXIGENCIAS DE NUESTRA FE EN JESUCRISTO

No podemos terminar esta breve catequesis sobre Jesucristo sin apuntar alguna de las exigencias que implica nuestra fe cristiana.

No es posible creer en un Dios que se ha hecho hombre buscando la liberación de la humanidad, y no esforzarse por ser más hombre cada día y trabajar por un mundo más humano y más liberado.

No es posible creer en un Dios que ha querido compartir nuestra vida para restaurar todo lo humano, y al mismo tiempo, colaborar en la deshumanización de nuestra sociedad, atentando de alguna manera contra la dignidad y los derechos de la persona.

No es posible creer en un Dios que se ha entregado hasta la muerte por defender y salvar al hombre y al mismo tiempo pasarse la vida sin hacer nada por nadie.

No es posible creer en un Dios que se ha hecho solidario de la humanidad y, al mismo tiempo, organizarse la propia vida de manera individualista y egoísta, ajeno totalmente a los problemas de los demás.

No es posible creer en un Dios que busca para el hombre un futuro de justicia, liberación y amor, y al mismo tiempo no hacer nada ante la situación actual tan lejana todavía de esa meta final.

 

PARA CONTINUAR EL ESTUDIO DE LA ENCARNACION DEL HIJO DE DIOS

 

1. Lectura

Leer la 1 Carta de San Juan, tratando de descubrir las exigencias de nuestra fe en un Dios encarnado.

“En esto hemos conocido lo que es amor: en que El dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16).

 

2. Preguntas para una reflexión

- Ante la vida y el mensaje de Jesucristo, ¿cuáles te parecen las deformaciones más importantes de nuestra imagen corriente en un Dios “desencarnado” ?

- ¿Qué exigencias concretas puede tener para un cristiano de nuestra sociedad la fe en un Dios totalmente comprometido y solidarizado con el hombre?

- ¿Cómo ir descubriendo día a día, desde Cristo, lo que es una vida verdaderamente humana?

 

3. Bibliografía

L. BOFF, Encarnación. La humanidad y la jovialidad de nuestro Dios.

(Santander, 1980). Ed. Sal Terrae.

Obra sencilla y sabrosa sobre el proyecto de Dios de hacerse hombre para encontrarse con la humanidad.

J.I. GONZALEZ FAUS, Acceso a Jesús.

(Salamanca, 1979). Ed. Sígueme.

Los temas fundamentales de la cristología presentados de manera clarividente e incisiva para el hombre de hoy.