Gentileza de http://webs.sinectis.com.ar/sion/jsievers/index.htm
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

Espiritualidades judía y cristiana:
¿Caminos diferentes, metas semejantes?

Joseph Sievers

Pontificio Instituto Bíblico, Roma

(Conferencia dictada el 27 de junio de 2001 en la sede de la Conferencia Episcopal Argentina)

Es un gran honor y un placer haber sido invitado a hablar hoy aquí en la sede de la Conferencia Episcopal Argentina. Es también con un profundo temor que voy a tratar un asunto tan delicado y hasta, tal vez, controvertido. En todo caso, el tema no se habrá agotado en una sola conferencia. Cuando ofrecí hablar sobre el tema Espiritualidades judías y cristianas: ¿Caminos diferentes, metas semejantes? pensaba hablar sobre los orígenes cristianos del término “espiritualidad”, sobre el uso corriente del término también en círculos judíos, sobre las dificultades y asimetrías en su utilización y significado de este término. Mientras me preparaba para esta conferencia, me di cuenta de lo difícil de esta tarea que me había impuesto y pensé que una exposición teórica tal vez no sería satisfactoria.

Por consiguiente, elegí abordar el tema de otra manera, que podría ser tan riesgosa y difícil como la anterior, pero tal vez más fructífera. Pensé que sería interesante hacerlos participar de algunos aspectos de mi proceso de aprendizaje en esta área, un proceso que todavía no dejó de completarse.

Si ustedes estuvieran interesados en una exposición más académica y general, puedo darles más bibliografía al respecto. También les puedo indicar algunas de las 589.889 respuestas que encontré en Internet a la pregunta “¿Qué es espiritualidad?” Pero suponiendo que estén de acuerdo con mi propuesta, trataré de hacer algo más limitado, algo que podríamos llamar teología narrativa.

Nací en una familia católica en la que la Misa diaria era algo normal pero en la que también otros aspectos de la vida estaban profundamente basados en convicciones religiosas y donde se trataba, sincera y seriamente, de vivir una vida cristiana. Nunca hablábamos de espiritualidad. Si mal no recuerdo, escuché esta palabra por primera vez cuando entré en contacto con el Movimiento de los Focolares, en mi adolescencia. Una espiritualidad, tal como la entendía entonces, era una manera particular, entre otras, de guiarnos a vivir una vida cristiana y, en el caso de los Focolares, con especial énfasis en la unidad. Esta unidad no se entendía como uniformidad, sino en el sentido de la unidad última de todos los distintos seres humanos creados a imagen de Dios.

Después de terminar mi secundario en Alemania, donde había seguido algunos cursos de hebreo bíblico, comencé inmediatamente a estudiar en la Universidad de Viena, especializándome en Estudios Judaicos, alentado por la comunidad focolar a la que me había unido poco antes. Luego continué mis estudios en Nueva York y allí tuve mi primera experiencia de lo que me atrevería a llamar espiritualidad judía. Por intermedio de una de mis alumnas —mientras trabajaba temporalmente como profesor en la Universidad de la Ciudad de Nueva York— fui presentado a un escritor que pudo inmigrar a los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Siendo periodista en un diario socialista de Viena, había sido deportado a varios campos de concentración, pero había podido escapar vía España. Antes de la guerra había escrito una serie de poemas, en alemán. Todos sus manuscritos se habían perdido, pero todavía recordaba esos poemas de memoria. Al llegar a los Estados Unidos evitó todo contacto con alemanes y con el idioma alemán. Ahora, treinta años después, estábamos en 1974, quería recitar esos poemas a alguien cuya lengua natal fuera la alemana y que le pudiera decir si los podría publicar. A tal efecto, pasé una tarde con él, escuchando durante una hora su poesía, extraída de lo más profundo de su memoria. Algunos de los poemas eran profundamente religiosos. Me sentí emocionado al escucharlos, también a causa de las circunstancias, y así se lo manifesté. Algunas semanas más tarde, me invitó a un concierto. Y así, a través de esos primeros encuentros, se fue forjando una profunda amistad que duró doce años. Willy—que así se llamaba— me dijo que había perdido su fe en Dios cuando estaba en los campos de concentración, pero que la religión seguía siendo para él una fuerza moral y espiritual muy significativa.

Acostumbrábamos a encontrarnos para cenar más o menos cada dos meses. Raramente me hablaba de sus experiencias durante la Shoah, pero a menudo sacaba temas religiosos. A pesar de que hablábamos mucho de las noticias de todos los días, siempre había un momento en que el milagro de nuestra relación me resultaba evidente: un judío de Viena, un sobreviviente, hablando a un católico alemán, de una generación más joven, sobre asuntos que, a menudo, eran profundamente personales y espirituales. Una vez me dijo que cuando estábamos juntos, experimentaba que no estábamos solos. Cuando le expliqué que la Mishna habla de la presencia de la Shejiná, la presencia divina, cuando dos personas se juntan para hablar de la Torá (m. Abot 3:2; cf. 3:6), se quedó muy pensativo.

Un día, su esposa me llamó para pedirme que fuera urgentemente porque Willy había expresado que tenía intenciones de suicidarse. En ese entonces no sabía que este fenómeno era frecuente en sobrevivientes, y además no tenía ninguna práctica especial en psicología. Pero traté de escucharlo y me quedé hablando con él durante varias horas. Al final de una tarde en que viví muy intensamente el mismo drama que estaba viviendo él, Willy decidió dar marcha atrás.

Nuestra relación siguió creciendo, a pesar de que yo me había mudado a Los Ángeles y sólo lo podía ver ocasionalmente en breves visitas cuando iba a Nueva York. Una vez, habiendo viajado por un fin de semana a esa ciudad, su esposa me dijo que estaba en el hospital y que su estado era grave. Fui a verlo en cuanto pude. Me reconoció pero casi no podía hablar. Yo me iba al día siguiente. El hospital estaba en el camino hacia el aeropuerto, así que le pedí a la persona que me acompañaba que parara ahí un momento. Cuando llegué a su cuarto, Willy estaba respirando con mucha dificultad, ayudado por un respirador. Después de unos momentos, la doctora me pidió que saliera de la habitación. Al rato vino a decirme que Willy había fallecido. Cuando me acerqué a su cama, quise rezar pero no sabía cómo. Instintivamente no quería usar una oración cristiana pero no sabía recitar el Kaddish, la oración judía por los muertos (y tampoco recordaba que se necesitaba una comunidad de diez personas para decirla). Tal vez nunca como en aquel momento recé en silencio con tanta intensidad.

Cuando la doctora se dio cuenta de que conocía muy bien a Willy, me pidió que informara a sus parientes, ya que no había ninguno en el cuarto en ese momento. Llamé a su esposa y me dijo lo contenta que se sentía que yo hubiera estado con Willy en sus últimos momentos, ya que había sido su mejor amigo. Me ofrecí a postergar mi vuelta a Los Ángeles para asistir al funeral pero ella me dijo que ya había hecho mi parte y que era mejor que me fuera y continuara haciendo lo que tenía que hacer. Así que, después de una breve visita a la capilla católica, dejé el hospital para volver al coche donde mi amigo me estaba esperando para llevarme al aeropuerto. Me parecía que ese último encuentro con Willy era un signo del amor de Dios por él y por mí.

Probablemente Willy nunca hubiera hablado de espiritualidad judía pero, a través de él, aprendí cómo en el Judaísmo, aunque uno no esté en paz con Dios, eso no quiere decir necesariamente que uno lo rechace. Mientras en la espiritualidad cristiana muy a menudo se considera esencial la aceptación incondicional de Dios, en el Judaísmo discutir con Dios, cuestionar sus maneras de actuar, es bastante común.1 A veces Willy decía que era ateo, pero yo nunca se lo creí.

El que me enseñó mucho sobre espiritualidad judía, a través de sus escritos, sus palabras, su enseñanza y su propia persona fue el Rabino León Klenicki, que algunos de ustedes sin duda conocen. Me encontré con él, hace 25 años, cuando recién llegaba de la Argentina. Tuvimos muchas ocasiones de encontrarnos en conferencias, charlas, largas discusiones durante almuerzos y trabajando juntos en diferentes programas. Uno de los momentos inolvidables que vivimos juntos fue cuando, durante una pausa en una conferencia en Princeton, lo llevé al cementerio del lugar donde estaba enterrada su hija, Myriam Gabriela, que había muerto en un trágico accidente de auto. Con otro amigo, nos quedamos parados en silencio frente a la tumba y depositamos una pequeña piedra sobre ella. Teníamos lágrimas en los ojos. De esta experiencia aprendí que mantenerse en silencio al lado del otro es más importante que tratar de explicar algo.

En 1989, cuando recién acababa de mudarme a Roma, me pidieron que diera un curso sobre Espiritualidad Judía en un Instituto de Espiritualidad dirigido por la Orden Carmelita, el Teresianum. Me preocupaba bastante el hecho de que la terminología y aun el tema no fueran adecuados al Judaísmo y sus varias expresiones. Sin embargo, para esa época, ya había encontrado un libro de texto y una antología popular de una autora judía, titulado La spiritualità ebraica,2 una obra que me fue de gran utilidad porque reunía muchos textos que conocía y me daba acceso a otros que no conocía, con acercamientos muy diferentes a cuestiones espirituales. Uno de los últimos eran dos páginas del diario de Etty Hillesum, a la cual me referiré más adelante.

No quería, sin embargo, basar este curso sólo en libros. Por consiguiente me pregunté a mí mismo y también a otros, dónde podía encontrar expresiones contemporáneas de espiritualidad judía. Conocía, por supuesto, la importancia y el continuo crecimiento de los grupos jasídicos.3 Parcialmente conectado con el Jasidismo, también hay una renovación del estudio de la Cábala, el misticismo judío más importante y más difícil de entender. También sabía que, a veces, se reduce la espiritualidad judía a estos dos fenómenos. Sin embargo, me daba cuenta de que muchos judíos muy comprometidos no se sentían atraídos por esas tendencias y menos aún representados por ellas.

Por consiguiente, por un lado, comencé a asistir a los servicios del viernes por la noche en diferentes sinagogas en Roma y en otros lugares, al principio sin entender mucho, a pesar de que sabía hebreo y tenía algunas nociones básicas del Sidur, el libro de oración judío en el que está basada la liturgia. Al principio iba solo, pero luego, cuando comencé a entender mejor la liturgia y sus partes, llevaba a dos o tres estudiantes cada vez. Poco a poco aprendí a apreciar el servicio con sus ritmos relativamente inamovibles. El carácter regular de las oraciones no llevaba automáticamente a las alturas de una experiencia espiritual, sin embargo el cántico Lejá Dodi y el resto del breve oficio para recibir al Shabat como a una novia me enseñó algo del sentido del sábado, un tiempo sagrado tan diferente a la experiencia del domingo cristiano. Más tarde llegaría a apreciar mucho más el Shabat al leer a Abraham Joshua Heschel, quien llama a los Shabats “nuestras grandes catedrales” 4. Explica que “el Shabat mismo es un santuario que nosotros construimos, una catedral del tiempo5 También fue importante para mí experimentar ese tiempo sagrado, pasando un Shabat entero o, por lo menos, una noche del viernes con amigos judíos. La mayor parte de mis conocimientos en ese campo no los adquirí a través de estudios académicos sino en encuentros personales, aunque mis estudios me ayudaron a entender y a evaluar lo que iba experimentando. El haber estado en contacto con esa realidad viva del Judaísmo me sirvió como una base invalorable para los cursos de Liturgia Judía que iría a dar en el Instituto de Liturgia de la Orden Benedictina en San Anselmo en Roma.

Más allá de la dimensión de la práctica religiosa “común” judía, quería conocer algunas nuevas formas de cómo vivir la espiritualidad judía. Por medio de un rabino amigo, conocí el Movimiento Havurah, un movimiento de renovación judía, que comenzó en los Estados Unidos en los tumultuosos años 60 y que organizaba sesiones semanales durante el verano. Me invitaron a participar de una de ellas. Sería prácticamente el único cristiano entre más o menos trescientos participantes judíos. Me dijeron que me sintiera libre de participar en todas las actividades o sólo en algunas, haciendo la salvedad de que cuando se necesitaran diez adultos para una oración, tenía que hacerles saber que no me podían contar entre ellos.6 Esa situación no se presentó nunca, pero la observación que me hicieron puso de relieve la gran importancia que tiene la comunidad para la oración o, como se ha dicho en otro momento: “un individuo separado de la comunidad, no puede alcanzar la espiritualidad judía.”7

Esa semana viví una profunda experiencia espiritual. A la mañana acostumbraba a ir a Misa temprano lo que para mí era importante porque el resto del día estaría inmerso en un medio totalmente judío. Muchos de los participantes estaban en una búsqueda espiritual y descubrimos que nuestras preguntas muchas veces se asemejaban, aunque algunas de las respuestas eran bastante diferentes. Me hice de amigos, una amistad que duró años. Volví varias veces más (y espero volver otras veces). Siempre recordaré el año en que el último día del curso, generalmente un día de celebraciones alegres, cayó el nueve del mes de Av, el aniversario de la destrucción del Templo y de otras tragedias del pueblo judío. Nunca olvidaré el haber leído en pequeños grupos todo el libro de las Lamentaciones. Había un profundo sentido de duelo y, al mismo tiempo, se sentía una fe inextinguible, algo que no es fácil de comunicar.

Después de un tiempo, me invitaron a mí también a dar cursos en el Instituto Havurah. Una vez di un curso, junto con un rabino amigo, sobre “Cómo interpretar las partes difíciles de la tradición”. Yo tomé textos del Nuevo Testamento que son o han sido interpretados como anti-judíos, mientras que él trabajaba con textos de la Biblia hebrea y la tradición rabínica que podrían considerarse anti-Gentiles. Otra vez di un curso sobre los Rollos del Mar Muerto. Independientemente del tema que enseñaba o de los cursos que seguía, descubrí que todo tenía un sentido de compromiso no sólo intelectual sino también espiritual. La gente me solía preguntar, de una manera u otra, sobre las raíces de mi propia vida espiritual. Por consiguiente, me animé, empujado por ellos, a dar un curso sobre espiritualidad.

La última vez que estuve en el Instituto Havurah, hace dos años, di un curso de seis horas sobre el tema que elegí para la charla de hoy. Aunque el número de los participantes estaba limitado a veinte, había veintiocho, entre ellos un rabino, escritores y profesores universitarios. Contrariamente a lo que pasa en una charla de sólo una hora, tuvimos tiempo de conocernos, de leer textos judíos y cristianos importantes que tenían que ver con el tema, hacer algunas preguntas interesantes y discutirlas durante y después de la clase. También mostré dos videos, una famosa entrevista con el Rabino Abraham Joshua Heschel, y una parte de una charla que Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento de los Focolares, dio en 1998 aquí en Buenos Aires en la sede de la B’nai B’rith. Seguramente muchos de ustedes conocerán la obra de Chiara Lubich, incluida la que se refiere a relaciones interreligiosas, pero tal vez no conozcan tan bien al Rabino Heschel.

Por consiguiente, permítanme decir algunas palabras sobre esta extraordinaria persona. Nació en Varsovia en 1907 en el seno de una familia jasídica. Pero en lugar de quedarse en el, de alguna manera, protector y cerrado mundo jasídico, fue a la Universidad de Berlín en la que dio una disertación sobre los profetas bíblicos que fue publicada en 1936.8 Se quedó en Alemania hasta 1938, cuando, junto con la mayoría de los judíos polacos fue expulsado por las autoridades nazis. En 1939, algunas semanas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, pudo dejar Polonia y finalmente llegar a los Estados Unidos donde, primeramente, enseñó en la Facultad Hebrea de Cincinnati. Su propio esfuerzo y el de otras personas para conseguir visas para miembros de su familia fueron infructuosos. Así es como su madre y tres de sus hermanas fueron muertas por los nazis. Después de la guerra enseñó en el Seminario Teológico Judío en Nueva York, la institución madre del Seminario Rabínico Latinoamericano, hasta su muerte en 1972. Además de enseñar, se dedicó mucho a problemas sociales y políticos. Trabajó y participó en marchas con Martín Luther King por el Movimiento de los Derechos Civiles a favor de los Afro-Americanos y participó en protestas contra la Guerra de Vietnam. El día antes de su muerte había estado de pie durante horas bajo la nieve frente a una prisión, esperando que liberaran a un compañero activista anti-bélico, un sacerdote católico. Los escritos incisivos de Heschel tuvieron una amplia audiencia tanto de judíos como de cristianos. El papa Pablo VI, con el que se encontró en varias ocasiones durante y después del Vaticano II, le dijo a Heschel que había leído varios de sus libros y que los recomendaba a los católicos, especialmente a los jóvenes.

Ambos videos dejaron una profunda impresión en el grupo de Havurah. En ese contexto tan alentador, todos nosotros, incluyéndome por supuesto, pudimos convertirnos en alumnos. Pudimos apreciar las diferentes espiritualidades. Si no les importa me gustaría introducirlos en algunos de los textos que estudiamos, aunque aquí no tengamos mucho tiempo para discutirlos.

Después de algunos textos que tenían que ver con definiciones de lo que era la espiritualidad cristiana y judía,9 pasamos a algunos textos que enfatizaban la diversidad de caminos espirituales. El primero es un relato jasídico:

Rabi Baer de Radoshitz dijo una vez a su maestro, el Vidente de Lublin, “Muéstrame un camino para servir a Dios.” El [maestro] respondió: “Es imposible decirle a una persona qué camino tomar. Porque uno de los caminos es a través del estudio, otro a través de la oración, otro a través del ayuno, y otro aun, a través de la comida. Debemos observar cuidadosamente hacia qué camino nos lleva nuestro corazón, y luego elegir ese camino con toda nuestra fuerza.”10

En ese mismo sentido, aunque en lenguaje muy diferente y bajo una perspectiva cristiana, hace más o menos cincuenta años, Chiara Lubich escribió una breve meditación. Fue antes del Concilio Vaticano II y no pensaba en ese entonces en el diálogo interreligioso. Sin embargo, el grupo halló que era un texto importante. Empieza con una cita de las palabras de Jesús en Lucas 22,42 (cf. Mc 14,36; Mt 26,39):

“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Esfuérzate por permanecer en su voluntad y que su voluntad permanezca en ti. Cuando la voluntad de Dios se haya hecho en la tierra como en el cielo, entonces se cumplirá el testamento de Jesús.

Mira el sol y sus rayos.

El sol es símbolo de la voluntad divina, que es el mismo Dios.

Los rayos son esta divina voluntad sobre cada uno de nosotros.

Camina hacia el sol en la luz de tu rayo, distinto de todos los demás, y cumple el maravilloso y particular designio que Dios quiere de ti.

Infinito número de rayos, todos procedentes del mismo sol... Voluntad única, particular sobre cada uno.

Los rayos, cuanto más se aproximan al sol, tanto más se aproximan entre sí. También nosotros, cuanto más nos acercamos a Dios, cumpliendo cada vez con mayor perfección la divina voluntad, tanto más nos acercamos unos a otros.

Hasta que todos seamos uno.11

Por consiguiente nuestra tarea no es tironear al otro para que esté de nuestro lado o tratar que siga nuestro camino, sino ayudarlo a encontrar el suyo. En esto nos podemos ayudar mutuamente, sin dejar nuestro propio camino, permaneciendo cerca del otro, cada uno en su propio camino. Esto no es una visión utópica sino el fruto de mi experiencia en el Instituto Havurah y en otros lugares, con amigos judíos y no judíos.

Mientras que Chiara Lubich basa su anhelo por la unidad en el capítulo 17 del Evangelio de Juan, la análoga aspiración por la unidad que tiene el Rabi Heschel está basada en el relato de la creación en Génesis:

La unidad de Dios es el poder que tiene Dios para ser uno con todas las cosas. Él es uno en sí mismo y se esfuerza por ser uno con el mundo. [Rabi Samuel ben Ammi comentó que el relato bíblico de la creación proclama: “Un día... un segundo día... un tercer día”, y así en más. Si fuera una cuestión de contar el tiempo esperaríamos que la Biblia dijera: “Un día... dos días... tres días” o: “El primer día... el segundo día... el tercer día”, pero no ciertamente ¡uno, un segundo, un tercero!

Yom ehad, un día realmente quiere decir ese día en que Dios desea ser uno con el hombre. “Desde el principio de la Creación, el Santo, bendito sea, anheló asociarse con el mundo terrestre” (‘Génesis Rabba cap. 3.9). La unidad de Dios tiene que ver con la unidad del mundo.]12

Los escritos espirituales de Heschel son únicos en cuanto están profundamente enraizados en la tradición tanto rabínica como jasídica y, sin embargo, llegan al corazón de judíos y cristianos que nunca tuvieron conexión con esas tradiciones o que la perdieron. Heschel hablaba a menudo de la necesidad que tenían judíos y cristianos de trabajar juntos, no sólo en un nivel humanitario, sino en el nivel de los propios compromisos religiosos. En esto estaba en desacuerdo con las opiniones expresadas por otros líderes judíos, sobre todo el prominente rabino ortodoxo Joseph Soloveitchik que sostenía que el diálogo judeo-cristiano debía limitarse a problemas sociales y humanitarios, excluyendo todas las cuestiones específicamente religiosas. Existía resistencia a entrar en diálogo con los judíos y aún existe, por supuesto, también en algunos círculos cristianos. Por el contrario, Heschel expresa fuertemente su convicción en un ensayo llamado “Ninguna religión es una Isla”,13 parafraseando el titulo de un famoso libro del monje catolico Thomas Merton Ningún hombre es una isla. Se preguntaba a sí mismo “¿No será más seguro para nosotros quedarnos aislados y abstenernos de compartir perplejidades y certezas con los cristianos?” Se contestó así:

Ninguna religión es una isla. Todos estamos comprometidos unos con otros. La traición espiritual de unos afecta la fe de todos nosotros. Las maneras de ver en una comunidad tienen un impacto en las otras comunidades. Hoy el aislamiento religioso es un mito. A pesar de las profundas diferencias en perspectiva y sustancia, el Judaísmo se ve afectado más tarde o más temprano por los acontecimientos intelectuales, morales y espirituales dentro de la sociedad cristiana y viceversa...

Fracasamos en reconocer que, mientras diferentes expresiones de fe en el mundo religioso continúan andando con pie de plomo en el movimiento ecuménico, hay otro movimiento ecuménico, extendido y con influencia en todo el mundo, el nihilismo. Debemos elegir entre la interfé y el internihilismo. El cinismo no es parroquial. ¿Deberían las religiones insistir en la ilusión de un completo aislamiento? ¿Deberíamos rechazar el entendernos con los demás y esperar que los otros fracasen? ¿O deberíamos rezar por la salud de unos y otros y ayudarnos a preservar nuestros respectivos legados, a preservar un legado común?14

Más adelante, Heschel vuelve a preguntar: “¿En qué base las personas comprometidas en las diferentes religiones se encuentran unas con las otras?” En parte su respuesta es la siguiente:

Encontrar a un ser humano es una oportunidad de sentir la imagen de Dios, la presencia de Dios. Según la interpretación rabínica, el Señor dijo a Moisés: “Allí donde veas las huellas del hombre, allí estoy yo delante de ti...”

Si al conversar con alguien que tiene un compromiso religioso diferente, descubro que no estamos de acuerdo en algunos temas sagrados para nosotros, ¿desaparece la imagen de Dios que tengo frente a mi? ¿La diferencia en el compromiso destruye al ser humano? ¿El hecho de tener concepciones diferentes de Dios cancela lo que tenemos en común: la imagen de Dios?15

Según Heschel, es crucial tratar de reconocer la imagen de Dios en el otro, cualquiera que este sea. El ejemplo más extremo de esta actitud lo encontré en una carta de Etty Hillesum. Etty nació en Holanda, en una familia judía asimilada. En 1941, a la edad de veintisiete años, comenzó a escribir un diario que continuó mientras estaba en el campo de concentración de Westerbork. Unas semanas antes de ser deportada a Auschwitz, donde murió en noviembre de 1943, escribía a algunos amigos sobre la partida del tren de los deportados:

Hubo un momento en el que pensé seriamente que, después de esta noche, sería un pecado volver a reír. Pero entonces recordé que algunos de los que se habían ido se habían estado riendo, aunque ahora sólo queden unos pocos... Habrá algunos que reirán de vez en cuando en Polonia, también, pero no muchos los de este transporte, pienso yo.

Pienso en los rostros del escuadrón de los guardias uniformados —Dios mío, ¡esos rostros! Los miré, uno por uno, a salvo detrás de una ventana, y nunca tuve tanto miedo de nada en mi vida como lo tuve al mirar esos rostros. Tuve problemas con esa frase que es el leitmotif de mi vida: “Y Dios creó al hombre a su imagen” [Génesis 1,27]. Ese pasaje pasó conmigo una mañana difícil.

Les he dicho muchas veces que ninguna palabra ni imagen es adecuada para describir noches como estas. Pero aun así debo tratar de transmitirles algo. Aquí uno siempre siente como si fuera los ojos y oídos de un pedazo de la historia judía, pero también siento la necesidad, a veces, de ser una quieta y pequeña voz.16

Etty Hillesum es esa “voz pequeña”. Sus escritos han llegado y conmovido a cientos de miles de personas.17

Cualquier encuentro interpersonal tiene una profunda dimensión religiosa, si es realmente un verdadero encuentro. En la misma línea que el Rabino Heschel, el conocido filósofo Martín Buber expresó una idea similar, refiriéndose al encuentro con un teólogo cristiano. Decía “Donde dos están reunidos, están juntos en nombre de Dios”.18 Estas palabras parecen ser el eco de lo que decía Rabi Hananiah ben Teradyon en la Mishnah “Si dos se sientan juntos y las palabras entre ellos no son las de la Torá, entonces es una sesión de burladores..., pero si dos se sientan juntos y las palabras entre ellos son las de la Torá, entonces la Shejiná [la presencia divina] está en medio de ellos”.19

Los cristianos escucharán en esto también el eco de las palabras de Jesús “Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (Mt 18,20). Hay obvias y profundas diferencias entre las palabras de la Mishnah y las de Jesús. Sin embargo, como ya traté de mostrar en otro lugar,20 no creo que las dos frases estén en contraste polémico, como se ha asegurado a veces. El Evangelio de Mateo quiere explicar que la presencia divina es también presencia de Jesús. Cuando miramos nuestras inequívocas diferencias, todas las malas interpretaciones e injusticias del pasado, y las dificultades recurrentes en las relaciones judeo-cristianas, parece extraordinario que podamos estar juntos en nombre de Dios.

Recuerdo la visita de un rabino a Roma en un momento difícil de las relaciones judeo-cristianas. Dedicó algunas horas de su atiborrada agenda de encuentros oficiales para pasar unos momentos con un pequeño grupo de los Focolares. Nosotros tratamos de entender las dificultades, buscando maneras que pudieran ayudar a sobrepasarlas, pero sobre todo acogiéndolo y amándolo por ser persona. Antes de irse dijo que ahí había sentido la presencia de Dios. Si nosotros, judíos y cristianos logramos estar juntos en nombre de Dios y en su presencia, esa experiencia no nos deja intactos.

Pero, muchas veces nuestra experiencia es no haber encontrado a Dios o sentirnos abandonados por él, cuando él no interviene cuando lo necesitamos.

Una expresión clásica de esto es el comienzo del Salmo 22 “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado...” Para los cristianos, estas palabras nos recuerdan las de Jesús en la cruz. Deben entenderse como una expresión del sufrimiento más terrible y, al mismo tiempo, como la expresión de un amor que está pronto para darlo todo, hasta la relación más esencial. Para los cristianos, en este amor que, al final, va más allá de la muerte, está la raíz de la respuesta a las preguntas más básicas sobre Dios y la humanidad. A través de mi contacto con amigos y textos judíos, me he dado cuenta cada vez más que la respuesta no elimina la pregunta.

En la tradición judía, comenzando con la Biblia hebrea, el énfasis está muchas veces más en las preguntas que en las respuestas. Esto está expresado en muchos Salmos, no sólo en el Salmo 22. Leemos “Las lágrimas son mi único pan de día y de noche, mientras me preguntan sin cesar: ¿Dónde está tu Dios?”(Sal 42,4); “¿Dónde están esas obras que hiciste antiguamente con tu propia mano que nos contaron nuestros padres?” (cf. Sal 44,2); “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Te ocultarás para siempre?” (Sal 89,47). La idea de Dios que esconde su faz (hester panim) se encuentra frecuentemente en la Biblia hebrea y en la tradición rabínica. Más que la ausencia real de Dios, expresa su no-intervención y ausencia percibida y, finalmente, su presencia imperceptible. Una tradición rabínica que, aparentemente, no es muy conocida, afirma que “quien no experimenta el ocultamiento del rostro no es uno de ellos [los del pueblo judío]” pero en el mismo pasaje otro rabino dice “Aunque les esconda mi rostro, hablaré con ellos en un sueño” y otro rabino añade “Su mano se extiende hacia nosotros, como se ha dicho, ‘Yo te cubrí con la sombra de mi mano’ (Is 51,16).”21 Por consiguiente, esconder el rostro, visto con todas sus trágicas consecuencias, no es la palabra final de Dios.

En la tradición judía, muchas cosas se atribuyen a la responsabilidad humana. Un relato jasídico explica lo que significa la idea de Dios que esconde su rostro:

El nieto de Rabí Baruj (de Mezbizh), Yejiel, estaba una vez jugando a las escondidas con otro chico. Se escondió muy bien y esperó a que su compañero lo encontrara. Después de haber esperado un buen rato, salió de su escondite, pero no vio al otro por ninguna parte. En ese momento, Yejiel se dio cuenta que, desde el principio, su compañero no lo había buscado. Eso lo hizo llorar, y llorando corrió hacia su abuelo y se quejó del amigo infiel. Las lágrimas afloraron en los ojos de Rabí Baruj y este dijo: “Dios dice lo mismo: ‘Me escondo, pero nadie quiere buscarme.’”22

Esta historia del anhelo no cumplido de Dios para que los seres humanos lo busquen es una manera de recordar la responsabilidad humana. Si Dios se esconde es porque quiere ser buscado y encontrado. Como muchos de ustedes saben, la Bendición Sacerdotal es la única prerrogativa que tienen los cohanim, los sacerdotes, en las sinagogas después de la destrucción del Templo. Como dice el Rabino Carucci, debe entenderse como una meta y no como una realidad actual. Según él, la triple bendición representa al Dios escondido que se va revelando gradualmente: “Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz” (Núm 6,24-26). Carucci dice que, para comenzar, a la protección siempre presente de Dios se le agrega la bendición. En el versículo siguiente, el rostro de Dios brilla e ilumina. Finalmente, Dios da vuelta su rostro, no lo oculta más y da shalom, paz, todo.23

No me había dado cuenta de esta interpretación de la Bendición de los Sacerdotes cuando dije mi primera Misa casi exactamente hace un año y decidí usar esta forma solemne de bendición al final de la Misa. La dije en hebreo, pensando en un par de amigos judíos que habían venido desde París para estar presentes en esa ocasión. Para ellos, pero también para mí y para otras personas presentes, ese fue un momento de grande y especial profundidad espiritual. Aunque fue un gesto pequeño, nunca sentí con tanta fuerza que judíos y cristianos podían ser una bendición unos para con los otros, y ambos para el mundo.

1 Hay huellas de esto en Teresa de Ávila quien después de un altercado musitó: “No me extraña que tengas tan pocos amigos, si los tratas así.”

2 Lea Sestieri, La spiritualità ebraica (Roma: Studium, 1987).

3 El Jasidismo, del término hebreo jasid o “piadoso” es un movimiento para la renovación espiritual que comenzó en Europa del Este en el siglo dieciocho. Hoy está representado por diferentes grupos, de los cuales Jabad (también llamado Lubavitch) es el más conocido y el más activo.

4 Abraham J. Heschel, The Sabbath: Its Meaning for Modern Man (New York: Farrar, Straus and Giroux, 1951), 8.

5 Sabbath, 29.

6 Algunas oraciones, como el Kaddish que mencioné antes, necesitan la presencia de diez judíos adultos que, en la tradición ortodoxa, tienen que ser varones.

7 Martin A. Cohen, “What is Jewish Spirituality?” in Paths of Faithfulness: Personal Essays on Jewish Spirituality, ed. Carol Ochs, Kerry M. Olitzky, y Joshua Saltzman (Hoboken, New Jersey: KTAV, 1997), 33.

8 Die Prophetie (Krakow: Polish Academy of Sciences/Berlin: Erich Reiss, 1936). Las ideas principales de esta obra se destacan y desarrollan en su The Prophets (New York: Harper & Row, 1962).

9 Además del ensayo de Martín Cohen, estudiamos uno de Sandra M. Schneiders, I.H.M., “Spirituality in the Academy,” Theological Studies 50 (1989) 576 ff. Trata, como una disciplina académica, sobre todo del origen y la evolución de la terminología y su aplicación en un contexto cristiano.

10 Cf. Martín Buber, Tales of the Hasidim: The Early Masters (New York: Schocken, 1947) 313.

11 Chiara Lubich, Meditaciones (Buenos Aires: Ciudad Nueva, 1993; publicadas primero en italiano como Meditazioni [Roma: Città Nuova, 1959], 24-25.

12 Abraham J. Heschel, Man Is Not Alone (New York: Farrar, Straus & Giroux, 1951), 123.

13 Abraham J. Heschel, “No Religión Is an Island,” Union Seminary Quarterly Review 21 (January 1966), 117-134; reimpresa en Abraham J. Heschel, Moral Grandeur and Spiritual Audacity, Essays ed. by Susannah Heschel (New York: Farrar, Straus & Giroux, 1996), 235-250.

14 Moral Grandeur, 237.

15 Moral Grandeur, 238-39.

16 Etty Hillesum, An Interrupted Life: The Diaries 1941-1943 y Letters from Westerbork (New York: Holt, 1996), 340 [letter of August 24, 1943].

17 Ha habido controversias para saber si escribe como judía o si estaba más cerca del Cristianismo. Creo que el pasaje citado, como muchos otros, muestra que estaba completamente enraizada en sus raíces judías, aunque también estaba influenciada directa e indirectamente por el contacto con cristianos. Traté de esa cuestión y de otras en un breve ensayo “‘Aiutare Dio’: Riflessioni su vita e pensiero di Etty Hillesum”, Nuova Humanita 99/100 (1995), 113-127; traducido al inglés y al francés en SIDIC 28,3 (1995).

18 Martín Buber, Eclipse of God, (New York: Harper & Row, 1952), 9.

19 M. Abot 3:2.

20 “‘Where two or Three...’: The Rabbinic Concept of Shekhinah and Matthew 18:20” en Standing Before God. Essays in Honor of John M. Oesterreicher (ed. A. Finkel and L. Frizzell; New York: KTAV, 1981), 171-82; reeditado en SIDIC; traducido al italiano en Nuova Umanità 20 (1982) 56-71.

21 Babylonian Talmud, Hagiga 5a-b; citado en Benedetto Carucci Viterbi, “Whoever Does Not Experience the Hiding of the Face Is not One of Them’: God’s Hiding of Himself, Good and Evil,” in Good and Evil After Auschwitz: Ethical Implications for Today (ed. Jack Bemporad, John T. Pawlikowski, and Joseph Sievers; Hoboken; New Jersey: KTAV, 2000), 48.

22 Martín Buber, Tales of the Hasidim: The Early Masters (New York: Schocken, 1947), 97.

23 “Hiding of the Face”, 48-49.