La dominación masculina,
por Pierre Bordieu

Recientemente, en enero del 2002, fallecía uno de los pensadores contemporáneos que mejor ha sabido analizar los diferentes mecanismos económicos e ideológicos de dominación. En homenaje al sociólogo francés, os ofrecemos el texto íntegro de su ensayo La dominación masculina.

        

   1 - La violencia simbólica         

Introducción
1 - La violencia simbólica: una contención del cuerpo
2 - La somatización de las relaciones de dominio
3 - La construcción social del sexo
4 - La ilusión y la génesis social de la libido dominandi
5 - La lucidez de los excluidos
6 - La mujer objeto
7 - Una libido institucional - notas

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Introducción.

El recelo, cargado de prejuicios, con que la crítica feminista observa los escritos masculinos sobre el tema de la diferencia entre los sexos no carece de fundamento. No sólo porque el analista, una vez metido en lo que cree comprender, obedeciendo sin saberlo intereses justificatorios, puede presentar las presuposiciones o los prejuicios que él mismo ha introducido en su reflexión, sino sobre todo porque enfrentado a una institución que se encuentra inscrita desde hace milenios en la objetividad de las estructuras sociales y en la subjetividad de las estructuras mentales, suele emplear como instrumentos de conocimiento categorías de percepción y pensamiento que debiera abordar como objetos de conocimiento. Citaré un solo ejemplo que, dado el autor, nos permitirá razonar a fortiori: Se puede afirmar que ese significante (el falo) se selecciona como lo más saliente de lo que se puede atrapar en la realidad de la cópula sexual, como también lo más simbólico en sentido literal (tipográfico) del término, puesto que equivale a la cópula (lógica). Se puede afirmar asimismo que por su turgencia es la imagen del flujo vital en tanto que formaliza la generación. (1)

No hay que ser un fanático de la "lectura sintomática" para percibir detrás del "saliente" la "embestida", acto sexual imperioso y bestial, y detrás de "atrapar", el ingenuo orgullo viril ante el gesto de la sumisión femenina para apoderarse del atributo "codiciado" y no, simple y sencillamente, deseado. El término atributo se escoge a propósito para recordar lo que valen los juegos de palabras -aquí copulación, cópula- a los que se refieren a menudo los mitos famosos: esas palabras llenas de significado que (como señalaba Freud, son también las palabras del inconsciente) se esfuerzan por dar la apariencia de necesidad lógica (es decir, de carácter científico) a los fantasmas sociales cuya emergencia no han autorizado salvo en una forma sublimada científicamente.(2) Es significativo que la intuición del antropólogo, familiarizado con los símbolos de la ultramasculinidad mediterránea, se vea corroborada por la de un analista que, siguiendo la tradición de la reflexibilidad inaugurada por Sandoz Ferenczi y Michael Balint, opte por aplicar las técnicas del análisis a la práctica del analista: Roberto Speziale-Bagliaca ve en Lacan un perfecto ejemplar de la personalidad "falonarcisista", caracterizada por la propensión a "acentuar los aspectos viriles en detrimento de los aspectos dependientes, infantiles o femeninos", y a "entregarse a la adoración". (3) Así pues, conviene preguntar si el discurso del psicoanalista no se halla permeado, hasta en sus conceptos y problemática, por un inconsciente no analizado que, al igual que entre los analizados, se burla de él, aprovechando sus juegos de palabras teóricas, y si, en consecuencia, él no toma sin saberlo, de las regiones impensadas de su inconsciente, los instrumentos mentales que emplea para pensar el inconsciente. 

Es obvio que convendría llevar mucho más lejos la lectura antropológica de los textos psicoanalíticos, de sus conjeturas, de sus sobreentendidos y de sus lapsus. A título indicativo, me referiré sólo a dos pasajes de un texto famoso de Freud al que basta con acercarse para ver cómo la diferencia biológica se ha constituido como deficiencia, es decir, como inferioridad ética. Ella (la niña) observa el gran pene bien visible de su hermano o de un compañero de juegos, lo reconoce de inmediato como la réplica superior de su propio pequeño órgano oculto y, a partir de ese momento, es víctima de la envidia del pene.(3) 

 Se vacila antes de confesarlo, pero no se puede dejar de pensar que el nivel de lo que es moralmente normal entre las mujeres es otro. El superyo de éstas jamás será tan inexorable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como el del hombre.(4) 

La ambigüedad teórica del psicoanálisis que, al aceptar sin cuestionamiento los postulados fundamentales de la visión masculina del mundo los expone sin saberlo como ideología justificadora, no está diseñada para simplificar la tarea de las pensadoras feministas que se inspiran en él (así sea negativamente) y que, al sentirse afrentadas por el inconsciente masculino, tanto en sí mismas como en sus instrumentos de análisis, oscilan entre dos visiones y dos usos opuestos de ese mensaje incierto y la visión esencialista de la condición femenina, naturalización de una construcción social, o lo que revela sobre la condición disminuida que el mundo social asigna objetivamente a las mujeres.(5) 

Para tratar de romper el círculo, se puede, por una suerte de subterfugio metodológico, aplicar el análisis antropológico a las estructuras de la mitología colectiva que remite a una tradición extranjera, y sin embargo familiar: la de los montañeses bereberes de Kabilia que, más allá de las conquistas y de las conversiones, y sin duda en reacción contra ellas, hacen de su cultura el conservatorio de un viejo fondo de creencias mediterráneas organizadas en torno al culto de la virilidad.(6) Este universo de discursos y de actos rituales orientados a la reproducción de un orden social y cósmico fundado en la afirmación ultraconsecuente del carácter primado de la masculinidad ofrece al intérprete una imagen burda y sistemática de la cosmología "falonarcisista" que obsesiona nuestros inconscientes. A través de los cuerpos socializados, es decir los habitus y las prácticas rituales, parcialmente arrancadas al tiempo por la estereotipación y la repetición indefinida, el pasado se perpetúa en el largo plazo de la mitología colectiva, relativamente ayuna de las intermitencias de la memoria individual.(7) Así, el principio de división que organiza esta visión del mundo no se entrega jamás de manera tan evidente y tan coherente como en el caso límite y, por ese hecho paradigmático, de un universo social donde recibe el refuerzo permanente de las estructuras objetivas y de una expresión colectiva y pública: hay un gran trecho entre la libertad ordenada que las grandes ceremonias rituales ofrecen en la manifestación de la mitología justificadora y las fugas estrechas y controladas que nuestras sociedades les permiten, ya sea a través de la licencia poética o bien mediante la experiencia semiprivada de la cura analítica. 

Uno se podrá convencer de la unidad cultural de las sociedades mediterráneas (del presente o del pasado, como la Grecia antigua) y del lugar particular de la sociedad kabila consultando el conjunto de los estudios consagrados al problema del honor y de la vergüenza en sociedades mediterráneas diferentes: Grecia, Italia, España, Egipto, Turquía, Kabilia, etc.(8) La pertenencia de la cultura tradicional europea a esta área cultural proviene de la comparación de los rituales observados en Kabilia con los rituales recogidos por Arnold Van Gennep en Francia a principios del siglo XX.(9) Se habría podido hallar en la tradición griega, en la cual, conviene no olvidarlo, el psicoanálisis ha volcado lo esencial de esos esquemas interpretativos, elementos de ese inconsciente cultural mediterráneo, apoyándose abiertamente en las investigaciones recientes de Page du Bois o de Jaspers Svenbro, o en las obras de los historiadores franceses de las religiones antiguas, Jean-Pierre Vernant, Marcel Détienne o Pierre Vidal-Naquet.(10) Pero ese inconsciente cultural que todavía portamos jamás encuentra expresión directa y abierta en la tradición letrada del Occidente.(11) 

Parece preferible la referencia a un sistema todavía vigente (por tanto directamente observable como tal) que permite interrogar metódicamente todo el universo de relaciones debido a que, como ya lo he indicado en otra parte,(12) los análisis consagrados a una tradición literaria cuya producción se extiende por varios siglos corren el riesgo de sincronizar artificialmente, por necesidades de análisis, estados sucesivos y diferentes del sistema, y sobre todo de ofrecer el mismo estatuto epistemológico a textos que han sometido los viejos fondos mítico-rituales a reelaboraciones más o menos profundas: el intérprete que pretende hacer las veces de etnógrafo corre el riesgo de tratar como informantes a los autores que, como él, la hacen de etnógrafos, y cuyas cuentas y testimonios, aun los más arcaicos en apariencia, tales como los de Homero o Hesíodo, implican omisiones y reinterpretaciones. El mayor mérito de la obra de Page du Bois consiste en describir una evolución de los temas mítico-rituales que adquiere sentido desde el momento en que se relaciona con el proceso de "literaturización" inherente: desde esta perspectiva se entiende mejor que la mujer haya sido pensada a través de analogías entre el cuerpo femenino y la tierra labrada (por el arado masculino) o entre el vientre femenino y el horno, ya sea aprehendida a través de la analogía, típicamente letrada si no literaria, entre el cuerpo de la mujer y la tablilla sobre la que se escribe. En un sentido más general, lo que dificulta la utilización de los documentos que integran en una dirección docta una experiencia mítica del cuerpo(13) es que están particularmente expuestos al efecto Montesquieu: resulta vano tratar de distinguir lo que se ha tomado de las autoridades (como Aristóteles que, en puntos esenciales, reproducía la antigua mitología masculina) y lo que se ha reinventado a partir de estructuras inconscientes y, en caso de fracasar, sancionado o ratificado mediante la precaución de saber tomar prestado. 
  

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