SE CREE DENTRO DE LA IGLESIA Y CON LA IGLESIA
-La comunidad de los creyentes
No se cree en la Iglesia I/REPROCHES:FE-EN-LA/I:
Muchas dificultades de fe son dificultades con la Iglesia. Difícilmente
habrá otro enunciado de la confesión de fe que suscite hoy tanta
oposición e irritación como el que afirma creer en la Iglesia una, santa,
católica y apostólica. De hecho, cada uno de estos importantes
predicados parece quedar desmentido por la realidad. La Iglesia, tal
como la experimentamos, no es una ni es en todo santa; considerada
empíricamente, no es por completo católica, y en muchas cosas parece
estar muy lejos de su origen apostólico. Por otra parte, a la Iglesia se le
puede presentar una larga lista de pecados que ha cometido en el
pasado y en el presente. Quien reivindica algo tan elevado como la
Iglesia será medido, lógicamente, con arreglo a dicha reivindicación,
pero jamás podrá corresponder plenamente a ella, y quedará sometido
al juicio de su propia pretensión. Así, todos los reproches que se hacen
a la Iglesia van, una y otra vez, en la línea de que ella misma ni vive ni
realiza lo que anuncia; más aún, que incluso ha traicionado con
frecuencia el evangelio del amor de Dios. Cuando se habla de la Iglesia
como comunidad de los creyentes, conviene, pues, emplear desde el
principio tonos moderados y autocríticos.
I/FE-EN-LA: También las confesiones de fe de la Iglesia primitiva se
expresan con cautela respecto de la Iglesia, y dicen: "Creo en un solo
Dios,... en un solo Señor Jesucristo,... en el Espíritu Santo"; pero no
suelen decir:"Creo en la Iglesia", sino únicamente: "Creo a la Iglesia".
Con ello manifiestan que la Iglesia no es la meta del acto de fe; la meta
y el objeto específico del acto de fe es únicamente el Dios trinitario. La
Iglesia tiene su puesto dentro y, en cierto modo, debajo de la fe en
Dios. La Iglesia no es Dios; es una realidad creatural que en ningún
caso puede ser absolutizada ni divinizada. Esta absolutización es
incluso una tentación permanente de la Iglesia. Puesto que la Iglesia es
una realidad creatural y consta de hombres pecadores, no se puede en
absoluto confiar en ella con la entrega radical con que se confía en
Dios. No se cree en la Iglesia, pero sí dentro de la Iglesia y con la
Iglesia (H. de ·Lubac-H); se cree a la Iglesia como lugar de la fe y como
comunidad de los creyentes. Esto es lo que ahora es preciso
desarrollar y fundamentar.
Se cree dentro de la Iglesia y con la Iglesia
I/NECESIDAD: Aun cuando la Iglesia no sea la meta del acto de fe,
sin embargo, ocupa un lugar importante en la confesión de fe. No se
puede decir simplemente: Dios y Jesús, sí; Iglesia, no. La fe y la Iglesia
están esencialmente unidas.
Incluso desde una perspectiva puramente humana, nadie vive
completamente solo. Como hombres, dependemos en muchos
aspectos unos de otros. Esto no sólo es válido respecto de la
satisfacción de nuestras necesidades corporales básicas, de la
consecución de alimento y vestido, vivienda y trabajo para las
necesidades cotidianas. También en nuestras convicciones morales y
religiosas nos nutrimos de lo que hemos recibido de nuestros padres y
maestros, de amigos y conocidos y, en general, de nuestro entorno.
Nuestro propio pensamiento necesita el lenguaje y con el lenguaje, por
lo demás, expresamos nuestras ideas. Pero el lenguaje lo recibimos de
la comunidad en la que crecemos y vivimos; con el lenguaje recibimos
los patrones decisivos de interpretación del mundo. El hombre, en
cuanto ser hablante, es un ser social.
I/PUEBLO-DE-D: Dios es un Dios de los hombres. Por ello, en su
revelación, nunca se dirige a individuos aislados. Más bien habla a los
individuos en su tejido social. Llama y reúne a un pueblo. Esto
comienza ya con Adán, que es el representante de toda la humanidad.
Cuando, con su rechazo de Dios, se introduce también la enemistad
entre los hombres, desde el asesinato de Abel por Caín hasta la
confusión babilónica de las lenguas, Dios vuelve a poner en marcha un
proceso de reunificación que, según los Padres de la Iglesia, comienza
con el justo Abel y prosigue en todos los hombres que viven justa y
piadosamente conforme a su conciencia; se trata, pues, de un proceso
que se verifica secretamente en todos los pueblos y que se hace visible
con Abrahán (a quien Dios hace padre de un gran pueblo; más aún, en
quien bendice a todos los pueblos), con Moisés y con los profetas. El
mismo Jesús se sabe llamado a reunir al pueblo de Israel. Una vez que
la mayoría de Israel, a través de sus representantes legítimos, lo ha
rechazado, comienza, -tras la muerte de Jesús, tras la Pascua y
Pentecostés- un nuevo proceso de reunificación, del que ahora forman
parte judíos y paganos, que se reúnen en una fe común en el Dios
único y en el único Señor y Salvador Jesucristo, en el único Espíritu
Santo, y se reconocen entre sí como hermanos, en quienes todas las
diferencias de nacionalidad, de raza y de generación han perdido su
significado discriminatorio y de separación.
La Iglesia, como pueblo de Dios reunido fraternalmente a partir de
todos los pueblos, razas y generaciones, es, pues, la acción de Dios
contra el caos producido por el pecado. Aparece cada vez más
claramente en la medida en que avanza la historia de Dios con los
hombres. Es comienzo, signo e instrumento de la paz y la reconciliación
que Dios ha prometido y que todos anhelan. En ella, la humanidad
dividida y enemistada queda de nuevo unida en las convicciones y
orientaciones básicas de la vida; en ella los extraños se hacen amigos.
Así pues, la Iglesia misma es un fruto esencial de la actuación salvífica
de Dios y, en este sentido, también un contenido de la fe. La palabra
reconciliadora de Dios no puede existir -así hay que decirlo, recogiendo
una famosa expresión de Martín Lutero- sin pueblo de Dios, del mismo
modo que tampoco puede haber pueblo de Dios sin palabra de Dios,
por la que es convocado y en cuya confesión de fe queda unido.
FE/INDIVIDUALISMO INDIVIDUALISMO/FE Dado que la Iglesia
como comunidad de los creyentes está tan estrechamente unida a la
palabra de Dios, no puede haber ningún legítimo cristianismo privado.
La fe es, desde luego, una decisión personal, insustituible, de cada
individuo. Pero este acto personal de fe significa siempre, al mismo
tiempo, entrar en la historia mayor y en la comunidad mayor de la fe.
Por ello en las confesiones de fe de la Iglesia primitiva se dice tanto
"creo" como "creemos". El individuo nunca está solo en su fe personal;
nosotros recibimos la fe de quienes han creído antes que nosotros, y
en la fe estamos sostenidos por la fe de toda la comunidad de los
creyentes. Se cree siempre dentro de la Iglesia y con la Iglesia.
I/SENSU-ECLESIAL: Puesto que la Iglesia es el sujeto total de la fe,
pertenece a la fe el "sentire-ecclesiam", un sentir dentro de la Iglesia
y con la Iglesia, un sentido eclesial. No consiste en decir sí y amén a
todo lo que hay en la Iglesia, pero sí en un sentido para lo que es
correcto e importante en la Iglesia. El sentido eclesial puede incluir una
crítica abierta y sincera, pero detesta toda sabihondez presuntuosa y
todo arrogante afán de crítica. Se manifiesta más bien en el respeto a
la doctrina y a la praxis de la Iglesia, así como en el esfuerzo por
entenderla y en la apertura frente a lo que el Espíritu dice a las
comunidades (Ap 2,7, entre otros).
La Iglesia como signo e instrumento I/SIGNO/INSTRUMENTO:
La conexión entre la Iglesia y la fe en la palabra de Dios se puede
fundamentar aún más profundamente. La palabra de Dios está, en
efecto, destinada a encontrar hombres que la escuchen, la acepten y
den testimonio de ella. Sólo llega al mundo allí donde encuentra
corazones y testigos fieles. Si no fuera recibida, hecha realidad viviente
y testimoniada a otros por una comunidad de creyentes, sería como
una llamada sin eco, quedaría privada de fuerza y de eficacia y se
perdería en el vacío. Pero, puesto que la palabra de Dios es una
palabra eficaz, que realiza lo que dice, a la revelación de Dios en la
palabra también pertenece siempre su aceptación por el hombre en la
fe. Por eso la Iglesia, como comunidad de los creyentes, pertenece
constitutivamente al acontecimiento de la revelación. Sin la comunidad
de los creyentes no se habría revelado nada en la historia. En la Iglesia
y en su fe, a pesar de toda la debilidad y caducidad humanas, la
palabra de Dios adquiere forma por el Espíritu de Dios. La Iglesia
misma es una figura de la palabra de Dios. Es columna y fundamento
de la verdad (1 Tim 3,15) y participa en el misterio de Cristo.
I/PD PD/I: Yohann Adam Möhler expresó estas ideas así: "En la
Iglesia y a través de ella la redención anunciada por Cristo adquirió
realidad por medio de su Espíritu, porque en ella se creen sus
verdades y se ejercen sus instituciones, y precisamente por ello han
adquirido vida. Según esto, podemos decir también de la Iglesia que es
la religión cristiana hecha objetiva, su exposición viviente. Cuando la
palabra pronunciada por Cristo (tomada en su significado más amplio)
penetró con su Espíritu en un círculo de personas y fue aceptada por
éste, tomó forma, tomó carne y sangre; y esta forma es precisamente la
Iglesia, que, en consecuencia, es considerada por los católicos como la
forma esencial de la religión cristiana misma. Cuando el Redentor
fundó por su palabra y su Espíritu una comunidad en la que dio vida a
su palabra, se la confió precisamente a ella para que la conservara y la
transmitiera; la depositó en ella para que, con fuerza siempre nueva,
saliera de ella, se multiplicara y se extendiera, siendo siempre la misma
y, sin embargo, eternamente nueva. Su palabra no es jamás separable
de la Iglesia, ni su Iglesia de la palabra."
I/SACRAMENTO-SV: Mohler también sabía, naturalmente, que la
Iglesia, como Iglesia compuesta de hombres, más aún, de pecadores,
muchas veces no refleja, sino que oscurece la palabra de Dios. Por eso
el Vaticano II evita toda identificación directa de la Iglesia y de
Jesucristo, que es la palabra de Dios. El Concilio designa más bien a la
Iglesia como sacramento, es decir, signo e instrumento. Ella es un
signo viviente, pleno y eficaz de la palabra salida de Dios, y al mismo
tiempo su instrumento, por el que sigue resonando en la historia del
mundo y de los hombres .
Signo e instrumento no son, desde luego, meras funciones en la
Iglesia. Todos los fieles y todos los bautizados están constituidos, como
individuos y como conjunto, en testigos de la fe. El cardenal J. H.
Newman, en su famoso tratado "Sobre la consulta de los fieles en
cuestiones de fe", expuso que en el caótico siglo IV, en el que surgió la
disputa en torno a la verdadera divinidad de Jesucristo, muchas veces
no fueron los obispos ni los sínodos episcopales los que mantuvieron la
verdadera fe, sino los simples fieles. Hoy ha llegado de manera
especial la hora de los laicos cristianos. Porque sólo por medio de los
laicos, que, en la familia, profesión y tiempo libre, viven en condiciones
ordinarias, puede la fe llegar al mundo e impregnarlo desde dentro.
Toda la comunidad de los creyentes es signo e instrumento de la fe,
no sólo por la palabra, no sólo por la predicación, la catequesis, la
enseñanza de la religión, sino por toda su vida. Lo que define al testigo
es que no sólo da testimonio con la palabra, sino con toda su
existencia; se compromete personalmente y, en casos extremos, pone
incluso su vida en juego. Según las palabras del Vaticano II, la Iglesia
es, por tanto, signo e instrumento por todo lo que es y por todo lo que
cree. En su rostro ha de resplandecer en el mundo la luz, que es
Jesucristo.
La Iglesia, bajo la Palabra de Dios
La Iglesia, como atestigua su historia, puede también oscurecer a
Jesucristo y su palabra. En su manifestación exterior, puede también,
como ocurrió en la baja Edad Media, convertirse en antisigno y en la
ramera Babilonia.
Sobre este trasfondo de tales abusos en la Iglesia, hoy ya
difícilmente imaginables, es preciso entender que Lutero y los otros
reformadores remitieran al testimonio del evangelio original, como
aparece atestiguado en la Sagrada Escritura, y establecieran la
Escritura sola como norma de toda palabra y de toda acción de la
Iglesia. La Iglesia bajo la palabra de Dios era para ellos una Iglesia que
necesita constantemente de reforma a partir del evangelio ("ecclesia
semper reformanda").
ESCRITURAS/TRADICION TRADICION/ESCRITURAS El Concilio de
Trento rechazó el principio "la Escritura sola" y defendió el carácter
vinculante de la Tradición. De hecho, la Sagrada Escritura no se puede
aislar de la Tradición viva; ella misma es un producto de la tradición de
las comunidades primitivas y tiene en la Iglesia su "contexto vital". Así
como nació de la vida de la Iglesia y se escribió para la vida de la
Iglesia, del mismo modo, sólo se puede entender e interpretar
correctamente, a su vez, cuando se está arraigado en la vida de la
Iglesia, es decir, en su Tradición. Pero esa recta interpretación es
decisiva. Porque la Escritura en sí ayuda poco; a ella apelan todas las
Iglesias y grupos cristianos. Se trata de interpretar correctamente la
Escritura. Y esto sólo es posible cuando se está y se vive en el mismo
contexto vital de la Iglesia del que nació también la Escritura. Así, por
ejemplo, sólo entenderá plenamente los relatos de la eucaristía del
Nuevo Testamento, que ya son testimonios de la liturgia primitiva, quien
celebre a su vez la eucaristía. Esta es la razón más profunda por la que
la doctrina católica considera siempre estrechamente unidas la
Escritura y la Tradición. Hoy se perfila un amplio consenso sobre ello
entre las iglesias.
Igualmente se abre paso un consenso en que hoy también la Iglesia
católica acentúa que la Iglesia, sin menoscabo de lo dicho hasta ahora,
no está sobre la palabra de Dios, sino bajo ella. Ya el Concilio de
Trento distingue entre las tradiciones apostólicas originales y siempre
vinculantes y las tradiciones humanas en la Iglesia, que no sólo son
cambiantes, sino que incluso puede oponerse a la tradición apostólica
original u oscurecerla. No todo lo que comúnmente es tradición en la
Iglesia es, pues, en la misma medida, vinculante e inmutable; al
contrario, las múltiples tradiciones tienen que medirse sin cesar con la
única Tradición -transmitida de una vez por todas- del testimonio
apostólico. Así, ya Trento pudo introducir una de las mayores reformas
en la vida de la Iglesia. El Vaticano II ha mostrado con mucha más
claridad este aspecto y la importancia que en él tiene la Escritura, y ha
hablado de que la Iglesia tiene que seguir siempre el camino de la
purificación y de la renovación.
La Iglesia está, desde luego, convencida de que le han sido dadas
inamisiblemente la palabra y la verdad de Dios. Pero sabe al mismo
tiempo que esta verdad es tan elevada y tan rica que nunca podrá ella
agotarla con ninguna de sus afirmaciones de fe. Éstas son, sin duda,
ciertas en lo que dicen; pero su fuerza de expresión es, como la de
todas las palabras humanas, limitada. Así, aun en las afirmaciones de
fe, a toda semejanza corresponde una diversidad aún mayor entre lo
que se dice y lo que se quiere expresar. Toda afirmación de fe se
transciende a sí misma; el acto de fe no se dirige, como dice Tomás de
Aquino, a la afirmación como tal, sino, a través de ella, a lo que se
pretende decir con ella, al "objeto" propio de la fe, es decir, al misterio
del Dios trinitario. Por eso toda afirmación de fe puede ser
profundizada. Sobre todo, es posible y necesario purificar y renovar
constantemente en la Iglesia muchas cosas que desfiguran y
oscurecen el verdadero sentido de las afirmaciones eclesiales de fe.
Creer desde la Iglesia y con la Iglesia no significa adoptar una
posición ideológica fija ni un triunfalismo eclesial; significa, más bien,
recorrer desde la Iglesia y con la Iglesia el camino de una incesante
conversión y de una escucha siempre nueva de la palabra de Dios. No
sólo la fe del individuo es camino; también la fe de la Iglesia es un
camino y un proceso, que frecuentemente pasa por interrogantes,
crisis y sacudidas. No es la primera vez que esto sucede; ya en la
historia de la Iglesia hubo desarrollos y transformaciones que
esclarecieron el contenido preciso de la fe eclesial. Es creyente y
católico no el que está incólume, o incluso en actitud orgullosa y
arrogante por encima de todas estas dificultades, sino quien recorre el
camino con toda la comunidad de los creyentes y contribuye, en la
medida de sus fuerzas, al esclarecimiento y profundización de la fe.
Precisamente como Iglesia peregrinante, que conoce el
arrepentimiento, la Iglesia puede adquirir una nueva credibilidad.
¿Iglesia infalible? I/INFALIBLE INFALIBLE/I Hasta ahora hemos
desarrollado, sobre todo, dos puntos de vista: en la Iglesia, la buena
noticia de la salvación definitiva ha llegado ya al mundo y está siempre
presente. Pero la Iglesia todavía no es el Reino consumado de Dios;
también ella está aún en camino con su testimonio de fe. Esta tensión
tiene una importancia fundamental si ahora preguntamos por las
afirmaciones definitivas e inmutables de fe y por las declaraciones
infalibles de la Iglesia.
La infalibilidad de la Iglesia en cuestiones de fe y de costumbres
suscita hoy en no pocas personas considerables dificultades. Ven en
ello una rigidez e inmovilidad que, según ellas, especialmente hoy, a la
vista de los nuevos conocimientos que aumentan con rapidez y de los
veloces cambios en todos los sectores de la vida, es un gran
inconveniente.
Pero veamos, en primer lugar, lo positivo. Precisamente en la
profusión de palabras de nuestro tiempo, en la inconsistencia de
ideologías y en el cambio estremecedor de todas las cosas, en la
agitación y precipitación de nuestra época, también necesitamos, como
hombres, un lugar en el que podamos fondear de manera estable y
permanente; necesitamos "algo" en lo que se pueda confiar con
carácter definitivo, un ámbito en el que ya ahora nos sintamos seguros
y tranquilos. En esta situación es precisamente un beneficio el hecho
de que en las declaraciones solemnes de fe de la Iglesia se nos diga,
haciéndose la Iglesia garante de ello: si te atienes a esta verdad, no
vas por el camino erróneo, te mantienes "en rumbo", estás en la verdad
que permanece y tiene consistencia. Es cierto que infalible en sentido
propio sólo es Dios; por eso, sólo Él es el fundamento de nuestra fe.
Sin embargo, Dios, que se ha comunicado a sí mismo en Jesucristo,
hace participar a su Iglesia, por el Espíritu Santo, en su verdad, es
decir, en su consistencia y solidez; Él da a la Iglesia en sus ministerios,
especialmente en el ministerio de Pedro, por decirlo así, una boca por
la que ella puede hablar de manera vinculante. Esta univocidad y
obligatoriedad está basada en la esencia de la fe, en la que lo definitivo
irrumpe ya ahora en el tiempo. Sin afirmaciones firmes y seguras, la fe
se disolvería en su esencia más íntima.
En los últimos doscientos años, desde que se generalizó una
conciencia más histórica, ha quedado también más claro el otro
aspecto: las declaraciones infalibles de fe no sólo participan del "ya",
sino también del "todavía no" de la realidad salvífica. Así como son
permanentemente ciertas en aquello que dicen, así también expresan
esta verdad en palabras e imágenes humanas e históricas, en palabras
cuya fuerza de expresión es limitada. Además, en la mayoría de los
casos sus afirmaciones tienen carácter delimitador y su formulación
está dirigida contra un error determinado; por eso muchas veces sólo
tienen en cuenta un aspecto; no pretenden en absoluto decirlo todo.
De ahí que hayan de interpretarse en el marco del testimonio global
más amplio de la Escritura y de la Tradición. En esta tarea pueden ser
complementadas y profundizadas; en determinados casos, se puede
formular después mejor y de manera más amplia lo que se expresó
antes. Así pues, no sólo hay un desarrollo doctrinal hasta que se llega
a una declaración solemne de fe; después de la definición suele
comenzar el proceso de la interpretación. Este proceso no sólo está
encomendado a la teología, sino a toda la comunidad de los creyentes.
En la fe y en la vida de toda la comunidad de fe queda claro de manera
definitiva lo que es espiritualmente fecundo en una declaración
dogmática del magisterio eclesiástico.
Así como no se debe subestimar la importancia de las declaraciones
solemnes de fe de la Iglesia, tampoco se las debe sobrevalorar o
quedar fijado a ellas. Son acontecimientos relativamente raros,
extraordinarios, en la vida de la Iglesia, insertos en la vida, la fe y la
predicación cotidianas. Muchas verdades centrales de la fe, ante todo
la confesión de fe apostólica, no han sido nunca formalmente definidas
y, sin embargo, se mantienen inalterables en virtud de la fe común de
la Iglesia. Este hecho pone a su vez de manifiesto que el sujeto propio
de la fe no es un individuo, ni siquiera un ministro particular de la
Iglesia, sino toda la comunidad de los creyentes, en la unidad y
multiplicidad de sus carismas, servicios y funciones. A la totalidad de
los creyentes y a su consenso está infaliblemente confiada, por la
asistencia del Espíritu, la verdad del evangelio.
La comunidad de fe en concreto I/C:
La afirmación que acabo de hacer nos lleva a una última pregunta:
¿se experimenta todavía hoy la Iglesia como comunidad? ¿Es
realmente hogar, en el que el cristiano concreto se encuentra a gusto,
o se percibe como institución extraña? Esta pregunta quizá no admite
una respuesta válida para todos los casos. Las experiencias son muy
distintas. Sin embargo, el ideal que nos dibuja el Nuevo Testamento,
sobre todo en la comunidad primitiva de Jerusalén, es inequívoco.
I/SIGNIFICADOS: En efecto, si examinamos en el Nuevo Testamento
la palabra-guía "Iglesia", encontraremos no uno, sino tres significados
diversos. En primer lugar, se habla de la Iglesia en el sentido en que
hoy solemos entenderla: Iglesia como Iglesia universal, Iglesia en el
sentido de Iglesia "católica". Pero "lglesia" significa también, en
muchísimos pasajes del Nuevo Testamento, la Iglesia en un lugar, la
Iglesia local. Entonces se identificaba ampliamente con una comunidad
y significaba no sólo un sector o un distrito administrativo de la Iglesia
universal, sino realización y representación de la Iglesia en un lugar
concreto. La unidad de la Iglesia universal era en la antigüedad una
red de comunión de tales iglesias locales relativamente autónomas.
Hoy se considera como iglesia local en sentido pleno sólo la diócesis
bajo la dirección de un obispo. Sin embargo, el nombre de "iglesia"
puede aplicarse también análogamente a la comunidad local o
parroquia; al menos así se hace en la reciente teología de la
comunidad. En la comunidad se experimenta la iglesia de un lugar; en
ella tienen que darse de manera concreta el enraizamiento y la
familiaridad. Pero también es importante en el Nuevo Testamento un
tercer significado: "iglesia" como "iglesia doméstica`', la comunidad o
grupo en comunión que se reúne en la casa de un cristiano o de una
familia cristiana (Rom 16,5.23; 1 Cor 16,19; Flm 2; Col 4,15). En cierto
sentido, se puede decir incluso que la Iglesia del comienzo se
constituyó "en forma doméstica".
La imagen ideal de la comunión fraterna es la comunidad primitiva de
Jerusalén: "Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en
común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos según
la necesidad de cada uno. A diario frecuentaban el templo en grupo;
partían el pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con
alegría y de todo corazón" (Hch 2, 44-46).
Este sistema de las iglesias domésticas perduró en la Iglesia antigua,
en principio, hasta el giro constantiniano. Sólo tras la época de
persecución, cuando la Iglesia fue permitida como comunidad religiosa
y, más tarde, incluso reconocida como religión del Estado, y las masas
afluyeron a ella, fue posible y, por razones prácticas manifiestas,
también necesario construir grandes edificios eclesiásticos propios. Hoy
en muchas iglesias del tercer mundo, no sólo en América Latina, sino
también en África, se vuelve a optar por las pequeñas comunidades,
llamadas con frecuencia comunidades de base. El papa Pablo Vl y el
Sínodo episcopal de Roma de 1985 hablaron de estas comunidades
como de una gran esperanza para la Iglesia universal. En ellas, una
iglesia en muchos casos percibida como anónima puede
experimentarse y vivirse otra vez en concreto como comunidad de fe:
en la lectura e interpretación comunes de la Sagrada Escritura, en la
oración y en el canto en común, en la instrucción cristiana, en la
actuación común en situaciones concretas de necesidad. Esto es
posible de muchas maneras, en múltiples grupos, círculos,
movimientos, comunidades religiosas, agrupaciones y asociaciones
eclesiales.
Sin vinculación a una comunidad concreta de creyentes, en el mundo
de hoy será cada vez más difícil mantener la vida y la fe cristianas. De
tales comunidades de fe depende hoy también, de forma decisiva, la
transmisión de la fe a la próxima generación. Por eso les corresponde
una alta prioridad pastoral.
Ciertamente, no hay que subestimar el peligro de "conventiculismo" y
de riñas partidistas. Este peligro se daba ya, como atestigua la 1ª carta
a los Corintios, en la época del Nuevo Testamento. Lo decisivo será,
pues, que las comunidades concretas no vivan aisladas entre sí, y
menos aún en oposición mutua. Una comunidad sólo puede ser
legítima y auténtica comunidad de Jesucristo si está en comunión con
todas las otras comunidades, en las que Jesucristo también está
presente (cf. Mt 18,20). No obstante, se deberían ver no sólo los
peligros, sino también las posibilidades positivas de la opción por las
pequeñas comunidades. Éstas deberían emplearse como oportunidad
para llevar a cabo una renovación y vivificación de la imagen bíblica y
original de la Iglesia: Iglesia como comunidad de fe concretamente
experimentada en un lugar, en comunicación ilimitada dentro de la
única Iglesia universal.
Tal Iglesia, entendida y vivida como "communio", podría ser
experimentada de nuevo más claramente como signo e instrumento de
la salvación para el mundo. En su rostro resplandecería más límpida y
claramente la luz de Cristo como luz del mundo y de los hombres. Así,
la fe cristiana podría adquirir nuevos contornos en nuestra época.
WALTER
KASPER
LA FE QUE EXCEDE TODO CONOCIMIENTO
SAL TERRAE Col. ALCANCE 42
SANTANDER-1988.Págs. 107-126