EL
PECADO EN LA IGLESIA
TEXTOS
1.
Cuanto más profundamente comprende un hombre lo que es Dios, cuanto más sublimes se le van manifestando Cristo y su Reino, tanto más sensible es su dolor por las deficiencias de la Iglesia. En esto consiste la dolorosa seriedad que mora en las almas de los grandes cristianos por debajo de toda la alegría de sentirse hijos de Dios. Sin embargo, al católico no le está permitido eludir el encuentro con dicha seriedad. No tienen valor una Iglesia de estetas, ni una construcción filosófica, ni una sociedad milenarista, sino una Iglesia de hombres; divina, ciertamente, pero formada también por todo lo que constituye lo humano, espíritu y carne, incluso tierra. En efecto, «el Verbo se hizo carne», y la Iglesia no es sino el Cristo que continúa viviendo convertido en contenido de la comunidad, en estructura comunitaria. Sin embargo, tenemos la promesa de que el trigo jamás será sofocado por la mala hierba.
Cristo sobrevive en la Iglesia; pero Cristo crucificado. Casi podríamos atrevernos a formular la alegoría siguiente: las imperfecciones de la Iglesia son la Cruz de Cristo. El Ser de Cristo en su totalidad -su verdad, su santidad y gracia, su personalidad adorable-, está ligado a la Iglesia como en otro tiempo lo estuvo su cuerpo al madero de la cruz. Además, si Cristo lo quiere, la Iglesia tiene que llevar sobre sí la cruz de Aquél. No podemos desvincular a Cristo de la Iglesia.
Hemos dicho que solamente sabríamos enfrentarnos con las imperfecciones de la Iglesia, cuando cayéramos en la cuenta del sentido de las mismas. Posiblemente su sentido es el siguiente: Tienen la misión de crucificar nuestra fe, para que busquemos realmente a Dios y nuestra salvación, no a nosotros mismos. Por eso hacen siempre acto de presencia. Suele, por cierto, decirse que en el Cristianismo primitivo alcanzó la Iglesia el ideal. ¡Lean ustedes el capítulo sexto de los Hechos de los Apóstoles! Apenas había ascendido al Cielo el Señor, ya estallaba un conflicto en la comunidad primitiva. Y ¿por qué? Porque los cristianos procedentes del paganismo opinaban que los judío-cristianos recibían más que ellos en el reparto de alimentos y dinero. ¿No es esto espantoso? ¡En aquella comunidad que estaba aún empapada en los raudales de Espíritu de la fiesta de Pentecostés! Pero la Divina Escritura sabe muy bien por qué relata un hecho determinado. ¿Qué sería de nosotros si en la Iglesia fueran disminuyendo las miserias humanas? Quién sabe: tal vez fuéramos soberbios, egoístas y presuntuosos, estetas y pretendidos reformadores del mundo. No seríamos creyentes por los únicos motivos auténticos, es decir, por encontrar a Dios y hallar la felicidad de nuestras almas, sino por elaborar una cultura, por poseer una espiritualidad elevada, por vivir una vida llena de belleza espiritual. Las imperfecciones de la Iglesia hacen que todo esto sea imposible. Son la cruz; purifican nuestra fe.
Romano
Guardini
SENTIDO DE LA iGLESIA
Edic. Dinor. San Sebastián, 1964, pág. 66s.
2. I/POLITICA
OBEDIENCIA/TEREJ J/KENOSIS/I PEDRO-PAPA ROCA-ESCANDALO Ga 02. 11.-Mc 08. 27-33.
/Hch/15/28-29.
IGLESIA:NOS HA CONSERVADO VIVO EL RECUERDO DE JESÚS.
NOS HA ENTREGADO VIVA LA PERSONA DE JESÚS. NOS HA
TRANSMITIDO VIVIFICANTE LA PALABRA DE JESÚS.
I/SANTA-PECADORA: La Iglesia es una comunidad con problemas.
Los problemas acompañan siempre a las comunidades cristianas
desde sus mismos comienzos. Afirmamos con razón que la Iglesia es
santa; pero este es un misterio que no puede cerrar nuestros ojos a la
realidad, y es que, aunque la cabeza es Cristo, los miembros de este
Cuerpo seguimos siendo pecadores.
En Antioquía, cuando todavía vivían los Apóstoles, surgió el primero
de los problemas: para ser discípulo de Jesús, para formar parte de la
comunidad de hermanos, ¿hay que observar la Ley de Moisés? La
solución adoptada la relata S.Lucas en un texto que no tiene
desperdicio: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, no
imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis
con la idolatría, que no comáis carne ni animales estrangulados y que
os abstengáis de la fornicación"(Hcho 15. 28-29).
La Iglesia, nuestra Iglesia, tiene una historia blanca y limpia y otra
historia negra, muy negra. ("Soy negra, pero hermosa". /Ct/01/04).
Debemos de lamentar su historia negra, la de las tácticas y
apariencias. La historia de los contrasentidos, errores y paradojas; su
historia llena de barro más próxima a la Babilonia prostituta que a la
Jerusalén celestial.
La Iglesia que se desposó con el poder y la política viviendo en
alegre y consentido maridaje; que volvió la espalda al hambre de los
pueblos y se dedicó a dorar y policromar sus templos y vaticanos; que
encendió la cerilla en las hogueras de la Inquisición y eliminó a
cristianos más fieles al Espíritu que ella misma; que construyó
cárceles y ató demasiadas cadenas; que se embriagó y mareó con el
tufillo de su autoridad y verdad, haciendo de la Jerarquía coraza tras
la que ocultó sus propias perezas y turbios intereses. Que se arrogó
títulos de maestra indiscutible de todos los saberes y en todas las
ciencias, frenando investigaciones y condenando avances. Que
bendijo espadas, bautizó cruzadas, legalizó muertes. Lamento sus
alegres infidelidades al esposo, su manía de legislar hasta la
respiración de los creyentes. El poder mundano la invadió a los pocos
siglos de nacer de la cruz de Cristo y surgió la cristiandad.
Decía ·Victor/Hugo: "El Papa y el Emperador, estas dos mitades de
Dios". Esta frase demuestra que los genios no son sólo genios en la
inteligencia. Llegan a serlo también en la estupidez.
Cuando el César se convierte en Dios, cuando el Estado se
convierte en Iglesia, a lo sumo hace reír. Pero cuando Dios es
presentado con el rostro y las actitudes del César, esto resulta sin
duda un espectáculo repugnante y blasfemo. Entonces queda
ridiculizada la fe cristiana. (Mt/22/21: Para que los creyentes se lo
entregaran todo y no tuvieran que repartirse entre Dios y el César
tuvo el diabólico engendro de divinizar al César -Franco, caudillo de
España por la Gracia de Dios, y de "cesarizar" a Dios:había que ser
católico hasta para ser alcalde pedáneo) Esa mezcla repugnante que
propugnaba Victor Hugo, la cristiandad, es la que ha regido a lo
largo de todos los siglos que se han llamado cristianos. Un creyente
no puede leer una historia de la Iglesia, sin horrorizarse casi en cada
página. Basta leer las vidas de los santos pare ver quién les ha
perseguido (Teresa de Jesús, definida por el nuncio papal: fémina
inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a título de
devoción inventa malas doctrinas, andando fuera de clausura contra
la orden del concilio Tridentino y prelados, enseñando como maestra
contra lo que san Pablo enseñó". cf.NUEVO DICCIONARIO DE
MARIOLOGÍA pág.1400).
Esta es la forma de permanecer Cristo en la Iglesia: la kénosis de
Dios, que continúa hasta el fin del mundo (cf. "Jesucristo, el viviente
en la Iglesia". NUEVO DICCIONARIO DE ESPIRITUALIDAD, pág. 762).
Por eso, alguien ha dicho que quien haya superado la historia de la
Iglesia, ha superado todas las dificultades de la fe.
Sin embargo, esta no es toda la historia de la Iglesia. Existe la otra,
la historia blanca y limpia, más importante y menos conocida.
En el haber de la Iglesia hay un acontecimiento, un regalo, un don
capaz de reducir a nada y cenizas todos sus yerros y pecados: es el
hecho de habernos conservado vivo el recuerdo de Jesús; de
habernos entregado viva la persona de Jesús; de habernos
transmitido vivificante la Palabra de Jesús; nos da continuamente la
posibilidad de encontrarnos personalmente con Cristo y sentirnos
contemporáneos suyos a través de los sacramentos.
Yo amo a este Iglesia santa y pecadora. La "casta-meretrix" que
definía san ·Agustín-SAN. La "puta-virgen": virgen incontaminada,
porque Jesús es la cabeza; puta y pecadora, porque nosotros somos
sus miembros. Esta Santa Iglesia, vieja madre, fea y arrugada, aun en
la noche más negra de su historia ha seguido siendo paridora de
hombres nuevos: Pablo de Tarso y Agustín, Francisco de Asís y
Tomás de Aquino, Benito de Nursia y Bernardo de Claraval, Francisco
de Asís y Catalina de Siena, Teresa de Jesús y Teresita del Niño
Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco Javier, Carlos de Foucauld y el
abbé Pierre, Juan XXIII y Teresa de Calcuta, y miles y miles de
hombres y mujeres "una muchedumbre inmensa que nadie podría
contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas... que lavaron sus
vestiduras y las blanquearon con la sangre del Cordero".
(Ap/07/09/14).
Yo creo en esta Iglesia que, día a día, soporta las impertinencias de
este empedernido y engreído pecador y de todos sus detractores, y
una y otra vez, en nombre de Dios, perdona nuestros pecados y
rabietas. No tengo derecho a juzgarla asomado ladinamente a su
puerta como mero espectador; me creo en el deber de sentirme
dentro de ella -mi barro es su barro y mi tiniebla su tiniebla- y desde
allí hacerle sitio a la luz.
Yo creo y admiro con González de Cardenal a esta Iglesia que
"sufre y ama en silencio, que se entrega a los pobres en pobreza, que
ora sin gritos y espera sin alaridos, que da su vida por los demás sin
hacer drama, que siendo consciente de su inadecuación con el
evangelio, sin embargo, lo anuncia completo y exigente y tiende a
conformar su vida con él. Esa Iglesia que siembra amor sin provocar
escándalos, que derrama aceite sobre las llagas sin avisar a las
cámaras de televisión, que gasta su vida sin poner anuncios en los
periódicos...".
Me siento orgulloso de la Iglesia, mi Iglesia, que llega con su amor y
con su pan a los hombres, sin nombre, a los que la justicia volvió la
espalda, la iglesia que derrocha tiempo, amor y cuidados en la
cabecera del dolor, la iglesia de las grandes encíclicas sociales y del
Vaticano II, la Iglesia de tanta vida consagrada, de tanta savia nueva
en su faceta misionera, la Iglesia antiviolencia, eterna trovadora del
amor.
Yo creo rabiosamente en la Iglesia porque a pesar de todos
nosotros ella, insobornable roca, sigue en pie.
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3.
«La Iglesia, gracias al baño del segundo nacimiento, dice: Tengo la
tez morena, pero hermosa. Morena por la fragilidad de la condición
humana, hermosa por la gracia... Y Cristo, al contemplar a su Iglesia
con blancas vestiduras, dice: ¡Qué hermosa eres, amada mía, qué
hermosa eres!».
San Ambrosio
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4.
La única riqueza de la Iglesia
«Si Jesucristo no constituye su riqueza,
la Iglesia es miserable.
Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella,
la Iglesia es estéril.
Su edificio amenaza ruina.
si no es Jesucristo su arquitecto
y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas
con el que está construida.
No tiene belleza alguna.
si no refleja la belleza sin par del Rostro de Jesucristo
y si no es el árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo.
La ciencia que se ufana es falsa,
y falsa también la sabiduría que la adorna,
si ambas no se resumen en Jesucristo.
Ella nos retiene en las sombras de la muerte.
si su luz no es «luz iluminada»
que vive enteramente en Jesucristo.
Toda su doctrina es una mentira,
si no anuncia la verdad que es Jesucristo.
Toda su gloria es vana,
si no la funda en la humildad de Jesucristo.
Su mismo nombre resulta extraño,
si no evoca inmediatamente en nosotros el único Nombre.
La Iglesia no significa nada para nosotros,
si no es el sacramento, el signo eficaz de Jesucristo».
Henri de ·Lubac-H
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5. PAPA/ROCA PAPA/TROPIEZO. PEDRO SIEMPRE HA SIDO A LA
PAR PETRA Y SKANDALON. ROCA DE DIOS Y PIEDRA DE
TROPIEZO: /Mt/16/21-23.
"Por una recaída en la arbitrariedad del pensamiento humano, que
no quiere percibir la gracia, sino que fantasea en secreto triunfo del
hombre, nos hemos acostumbrado a separar bonitamente en Pedro la
roca y las negaciones. Negar, niega el Pedro prepascual; roca, lo es
Pedro después de Pentecostés, y así nos formamos de él una imagen
extrañamente idealizada. Pero en realidad Pedro es ambas cosas a la
vez: el Pedro prepascual es ya el que pronuncia la confesión de los
que han permanecido fieles en medio de la apostasía de la masa... El
Pedro después de Pentecostés sigue siendo, por otra parte, el que
niega la libertad cristiana por miedo a los judíos. Siempre a la par roca
y escándalo. Y ¿no ha sido el fenómeno constante a través de toda la
historia de la Iglesia que el sucesor de Pedro haya sido, a la par,
PETRA y SKANDALON, roca de Dios y piedra de tropiezo".
Así escribía en los años del Concilio el cardenal ·Ratzinger
(Franqueza y Obediencia. Recogido en "El nuevo Pueblo de Dios",
Herder 1969, 277-295. Cita en p.287). Y, aunque es posible que hoy
hayamos asimilado más esa dialéctica petrina entre la piedra de
apoyo y la piedra de tropiezo, quizá seguimos reduciendo demasiado
el escándalo de Pedro a sólo las negaciones de Jesús.
J.I.
GONZALEZ-FAUS
SAL-TERRAE/89/05
LAS TENTACIONES DE PEDRO