Discernimiento vocacional

La experiencia "fundante"

JOAO B. LIBANIO


VR/EXP-FUNDANTE: Hay algunos hechos que merecen nuestra 
reflexión.
Algunas Congregaciones Religiosas tienden a identificarse con 
sus obras. Sus propios miembros y las personas de fuera que las 
observan, las asocian con las actividades concretas que 
desempeñan: labor educativa, obras de misericordia, trabajo 
parroquial, etc.
Pero las obras caducan, y las Congregaciones entran en 
problemas. Por eso muchas viven en crisis, a causa de la rapidez 
del cambio de las actividades.
Otro hecho: En un joven o una joven se despierta una vocación 
de servicio a los hermanos. Ve que puede realizar mejor ese 
servicio dentro de la estructura de una Congregación Religiosa. 
Entra en la Congregación, pero percibe que la cosa no es tan 
sencilla. Se siente frecuentemente cohibido en sus actividades o en 
sus planes apostólicos. Entra en crisis.
Estos hechos nos obligan a ir más al fondo, hasta la raíz de la 
vocación a la Vida Religiosa. Con el fin de encontrar un poco de luz, 
haré uso del instrumento teórico de "modelos". Consciente de sus 
limites y riesgos, creo, sin embargo, que podrán ayudarnos, con tal 
de que los consideremos en su función de ayuda metodológica para 
iluminar la realidad. No se trata de aplicarlos rígidamente a la 
realidad; son pistas que nos ayudan a situarnos dentro de ella.

a) Descripción del modelo
Hay una vocación a la Vida Religiosa que nace en primera 
instancia de una profunda experiencia espiritual, diríamos mística, 
de que Dios es el Absoluto y de que todo nuestro ser tiene su 
referencia última a El. No se trata de un conocimiento teórico de esa 
realidad, que pertenece al abc de la teología trinitaria. Es vivencia, 
experiencia. Primero se da esa atracción profunda, radical, casi 
irresistible, hacia Dios.
Hay una totalidad afectiva en relación a Dios. El llena plenamente 
nuestra afectividad. Aun en la duda, en la oscuridad de la fe, se 
percibe una certeza inefable, indefinible: Dios es todo. Esta 
experiencia está en el origen de la vocación a la Vida Religiosa. 
Impulsa a la persona a entrar en ella.
Experiencia de paz, de alegría creciente. En esa exuberancia 
mística la Vida Religiosa encuentra sentido; de allí brota la fuerza 
para vivir la vida alegremente. Es fuente de dinamismo. Se hace 
presente donde uno esté. No está necesariamente ligada a una 
misión, a una tarea, a un lugar, a una ocupación, como tales. Esta 
realidad en el fondo es don de Dios, que puede y debe ser 
cultivado por la oración, la contemplación y la vida interior.
Experiencia 'fundante", a la que se recurre a través de todas las 
crisis, dudas y angustias. Piedra fundamental, inamovible. En las 
infidelidades, desánimos, desvíos, ella es siempre un llamado a la 
conversión, al fervor primero, al retorno, con tal de que no se haya 
extinguido del todo por nuestra negligencia. En las crisis afectivas 
es la fuerza de superación. En la soledad del corazón es la 
tranquilidad profunda de la experiencia de amar (a Dios) y de ser 
amado (por El).
Experiencia termómetro de nuestro caminar en la Vida Religiosa. 
No se mide por la eficacia de las actividades, por los éxitos, por el 
desarrollo de los propios talentos o por el uso más racional y 
eficiente de los mismos. Es algo que ilumina y anima cualquier 
situación. Tiene agua abundante para regar cualquier desierto.
Experiencia que está en el origen del carisma de los fundadores, 
al menos en el nivel personal del fundador. Puede que sea poco 
captada, identificándose con la Congregación o con la obra 
predilecta del fundador. Pero la obra es consecuencia de tal 
experiencia, nunca su causa ni su sustituto. Es posible que en la 
fundación de una Congregación no se tenga en cuenta y se mire 
más a la necesidad apostólica. Entonces es la mediación concreta 
de la experiencia "fundante".
Las tareas, las misiones, las ocupaciones, la entrega a los 
demás brotan de esa experiencia. Ella las alimenta constantemente. 
No se identifica con ninguna de esas mediaciones, de modo que 
nunca se llegará al "impasse" de tener que abandonar la Vida 
Religiosa porque alguien no se siente valorado en sus talentos o 
piense que pueda ser más eficiente "apostólicamente" en otra 
parte.
Es esa experiencia la que explica la actitud de un Pedro Canisio 
-gran teólogo de la época tridentina-, dispuesto a ser cocinero o 
portero de algún Colegio de la Compañía de Jesús. O de un 
Teilhard escribiendo sin ver sus publicaciones. Explica cómo 
hombres en plena actividad apostólica, arrancados por orden de 
sus Superiores, se refugiaban en el silencio del exilio o de un 
trabajo escondido. Permanecen firmes, tranquilos en esa nueva 
actividad. No se preguntan si, saliendo, podrían continuar con el 
mismo éxito el trabajo hasta entonces realizado.
Entre éstos encontramos profesores, investigadores, a quienes 
se les prohibió escribir, enseñar, y asumieron con paz, no sin lucha, 
ese nuevo silencio. ¿Por qué? "¡Sólo Dios basta!". ¿Cómo entender 
la vida del hermano o la hermana que pasa años detrás de la mesa 
de una portería o en la cocina, feliz, tranquilo en su entrega? "¡Sólo 
Dios basta!".
Es una experiencia gratuita, que debe ser cultivada y ayudada 
por las estructuras de la Vida Religiosa. Y si miramos el comienzo 
de la Vida Religiosa, veremos que ella nació para alimentar dicha 
experiencia. La "fuga del mundo" de los eremitas es una búsqueda 
de Dios en la soledad. Los cenobitas crearon comunidades en las 
que todos se ayudaban a vivir la primacía incontestable del 
absoluto de Dios. La pobreza, como despojo y desprendimiento, 
creaba condiciones para tal entrega. La obediencia al "padre 
espiritual" se hacia en vistas a la educación para tal vida de entrega 
a Dios. Era la obediencia "pedagógica": aprender de quien trilló o 
recorrió los caminos de la intimidad de Dios antes que el novicio 
inexperto; tener siempre alguien con quien se pueda confrontar la 
autenticidad y la verdad del camino de la vida espiritual. Por "vida 
espiritual" se entiende, sobre todo, esa relación personal, íntima, 
con Dios. Expresión de la experiencia-base.
En ese contexto se capta el sentido y la relevancia de la 
castidad. No era ejercicio de pura ascesis o represión, sino 
expresión de esa totalidad afectiva con relación a Dios. Castidad 
tranquila y feliz. Lo cual no significa que no haya lucha ni que se 
dispense de la guarda del corazón y el control de los afectos. No es 
esa vigilancia o control del corazón o de los afectos lo que la 
produce. Nace de la experiencia-base. Hay, por tanto, una prioridad 
existencial de la presencia de Dios en relación a los esfuerzos 
ascéticos. Hay una irrupción mística que se continúa en la 
disciplina. Por lo menos en forma embrionaria.
Esa experiencia-base es la fuente última y el origen mismo de la 
Vida Religiosa. Lo mismo vale del celibato por causa del Reino de 
Dios. Este no existe en vista de la funcionalidad del ministerio 
sacerdotal o por razones prácticas de mayor movilidad... etc. Estos 
son elementos bien secundarios y que en el fondo no justifican un 
celibato libre y feliz. Por tanto, sin la experiencia-base, también el 
celibato sufre de las ambigüedades de eventuales conveniencias. 
¿Quién garantiza que es más conveniente un ministerio o una 
actividad apostólica realizados por un célibe que por un casado? A 
veces las razones pesan más sobre éste. Por eso ni la Vida 
Religiosa, ni el celibato consagrado pueden ser garantía de 
estabilidad o fuerza de perseverancia sin esa experiencia 
"fundante".
VR/RAIZ: Usamos comúnmente el término "vocación" para el 
celibato. El término llevaría a equívocos si el objeto directo del 
verbo "llamar" fuese una tarea, un ministerio como tal. La vocación 
es para una vida de exclusividad en relación con Dios; desde dentro 
de esa experiencia nace el deseo de entregarse a servicios 
concretos a los hermanos; ministerio sacramental, compromiso con 
la transformación de la sociedad, etc. Vocación es la de aquella 
novicia que, en la ingenuidad de su pureza al entrar al noviciado, 
después de dejar los encantos de una vida que su condición 
financiera le posibilitaba, se acerca a la Maestra y dice: "háblame 
de Dios". Por más lindo que sea el trabajo educativo, por más 
seductora que sea la experiencia de inserción, éstas no son la raíz 
de la Vida Religiosa. Tiene que ser el deseo de "escuchar a Dios" y 
vivir de El en su interior. Dejarlo ocupar el espacio de la afectividad. 
De ahí brota todo lo demás.
Por eso, tal vez podemos decir que la experiencia-básica de los 
fundadores de las Congregaciones Religiosas tiene un aspecto de 
generalidad. Los carismas se confunden en cierta forma, porque 
todos ellos arrancan de una misma experiencia "fundante" y quieren 
expresarla, aunque bajo formas diversas. Tales formas nunca son 
el carisma fundamental; lo es la experiencia evangélica de Jesús 
con relación al Padre, que se nos da a vivir por la presencia del 
Espíritu. Esta experiencia es anterior a las misiones, que están en 
general unidas a ella. El término "anterior" debe ser bien entendido. 
Pido licencia para usar una distinción técnica de la filosofía 
escolástica. Hay una anterioridad lógica se refiere a nuestra 
percepción, a nuestro conocimiento. Así, puede haber una 
anterioridad lógica y otra ontológica. La anterioridad de vocación 
para la misión, para una actividad concreta a la entrada a la Vida 
Religiosa. Anterioridad de percepción, de conocimiento lógico. Pero 
debe haber una anterioridad ontológica, que se puede descubrir 
más tarde. Anterioridad que se refiere a la naturaleza de la cosa, al 
ser mismo, a la realidad como tal. La realidad misma de la Vida 
Religiosa se constituye por la experiencia de la exclusividad de 
Dios. En este sentido es anterior. Pero alguien puede percibir 
primero -anterioridad lógica- un deseo de trabajo apostólico, y 
descubrir más tarde que, en su ungen, la fuerza e inspiración de 
ese trabajo brotan de su entrega a Dios -anterioridad ontológica-, a 
pesar de venir después lógicamente.
K. Rahner, al tratar de la actitud de indiferencia que Ignacio pide 
a aquellos que quieren decidir su vocación, la define como un 
sentimiento agudo del Absoluto de Dios, de modo que todas las 
otras cosas -aun sagradas, actividades apostólicas- son relativas. 
Sólo Dios es Absoluto. Y a partir de la experiencia del Absoluto de 
Dios se relativiza el resto. Esta es la experiencia de base de la Vida 
Religiosa.
Con el surgimiento de las órdenes presbiterales se perdió, tal 
vez, la claridad de la distinción entre el carácter estrictamente 
ministerial y la experiencia de base de la Vida Religiosa. Recuerdo 
que mi padre instructor de tercera probaci6n en Paray-le Monial nos 
decía que el hermano lego es la expresión más clara de la Vida 
Religiosa. En el sacerdote fácilmente se confunde el carisma central 
con el ejercicio de los ministerios, que podrían perfectamente ser 
prestados por cristianos casados, como en el comienzo del 
cristianismo. La ligazón práctica entre la obligación del celibato y el 
ejercicio del sacerdocio ministerial hace difícil percibir la radical 
diferencia entre esas dos realidades. Esto vale también, y aún más, 
de ciertas actividades apostólicas de las Congregaciones Religiosas 
que pueden muy bien ser realizadas por no religiosos y mejor aún.
La experiencia-base es, en el fondo, gracia. Es expresión de la 
totalidad y exclusividad de Dios en nuestra vida. Santa Teresa lo 
expresó en estos sencillos y maravillosos versos:

"Nada te turbe, 
Nada te espante.
todo se pasa, 
Dios no se muda, 
la paciencia 
todo lo alcanza; 
quien a Dios tiene 
nada le falta; 
SOLO DIOS BASTA."

Por ser gracia, es también colaboración del hombre. Supone 
cultivo, porque el don de Dios hecho a un ser libre, racional, 
responsable, es dialogal. Sólo fructifica en el diálogo responsable. 
Para eso existen las estructuras de apoyo.

b) Estructuras de posibilidad y de apoyo
Es válido aquí el axioma clásico de la teología escolástica: "La 
gracia supone la naturaleza. La vocación mística no brota 
normalmente en cualquier estructura psíquica, ni persevera sin 
cultivo".

Condición Teológica
Evidentemente, antes que todo es gracia de Dios. Sólo hay 
experiencia mística, si Dios nos atrae. "Sólo Dios basta", porque El 
se hace percibir así. No se trata de un conocimiento racional, 
teológico, sino de una experiencia. Supone una atención especial a 
la presencia de Dios. Por tanto, toda vocación religiosa tiene su 
última raíz en la gracia de Dios. El se deja percibir como el único, el 
absolutamente necesario y suficiente, el que ocupa la totalidad de 
nuestra vida afectiva en su última profundidad.
La tradición mística entra aquí de lleno. Es el dato primigenio. 
Esa atracción radical de Dios seduce al místico, al religioso, en 
totalidad. Así entiende Amós su vocación: "el león ruge; ¿quién no 
temerá? El Señor Yavé habla; ¿quién no profetizará? (Am. 3, 8)". 
Así como el rugido del león causa temor de manera espontánea, así 
el llamado de Dios es irresistible.

Condiciones Psicosociales
VR/CONDICIONES: La raíz de la experiencia mística es la 
conciencia de Dios como relevancia última. Ahora bien, cuanto más 
se vive en una cultura religiosa en la que Dios ocupa de hecho el 
centro de referencia, tanto más fácilmente se dará, socialmente 
hablando, tal experiencia. El ambiente circundante la propicia en la 
medida en que habla de Dios. No se vive, no se experimenta, sino 
aquello que se oye, se conversa, se testimonia. En una sociedad en 
que la cultura está impregnada de Dios, la vocación religiosa puede 
florecer más espontánea y fácilmente, las personas ya están 
habituadas a ver a Dios en su posición de Absoluto, de Excelencia.
A medida que la cultura se seculariza, es de prever, como de 
hecho está sucediendo, que esas vocaciones disminuyan y la Vida 
Religiosa entre en descenso, en cuanto tal Vida Religiosa. Ese 
fenómeno puede ser compensado por otro tipo de entrega de sí, 
pero que se definirá antes por la tarea y misión que por la 
experiencia mística.
Este hecho socio-cultural toca las estructuras psíquicas de las 
personas. Así, una afectividad que evoluciona dentro de un 
ambiente de amor, de piedad, de relación sensible y afectuosa con 
Dios, puede más fácilmente experimentar esa radicalidad de 
entrega a Dios... En términos más técnicos, una socialización 
primaria de piedad, de profundo amor y respeto a Dios, permite que 
se pueda vivir sólo para él en la edad adulta. "Sólo Dios basta", 
porque, de hecho, tal experiencia se vivió de modo subliminar, a 
nivel de estructuras emocionales, en la primera infancia, a través de 
las actitudes y comportamiento de los padres. La influencia del 
periodo de infancia es fundamental para tal experiencia. Aunque 
nunca determinante. Hay, por así decir, "milagros de la gracia".
Además de esto, se supone que esta experiencia religiosa se 
desarrolla en una sana relación con los padres. En otros términos: 
el niño crece rodeado de afecto, de modo que no sufrirá a lo largo 
de su vida ninguna carencia irremediable. La angustiosa carencia 
afectiva puede convertirse en impedimento psicológico para una 
experiencia mística, como venimos hablando. Para experimentar 
que "sólo Dios basta", es necesario que nuestra libertad no esté 
obstaculizada por inseguridad afectiva, sino cimentada en 
experiencias de tranquilidad afectiva en la infancia. La persona 
suficientemente amada en la infancia puede más fácilmente 
entregarse a Dios de modo radical, sin necesitar de otra fuente 
básica para sostener su afectividad.
Naturalmente, esa experiencia mística no excluye la afectividad 
humana, en el sentido de entregarse o de acoger. Pero sí permite a 
la persona percibir que, en último análisis, en última instancia, en lo 
más profundo de sí, hay una "suficiencia de Dios", de la cual brotan 
los movimientos de su afectividad hacia los otros, y que se refuerza 
con afectos recibidos. Esa suficiencia de Dios sólo se construye 
sobre una psicología afectivamente "satisfecha" por experiencias 
pasadas, sobre todo de infancia, de amor tranquilo y seguro. Y no 
es sustitución compensatoria de frustraciones de la infancia ni 
represión -miedo del amor humano-. No vale, en esa experiencia 
mística, la irónica frase del pensador francés: "ellos dicen amar a 
Dios, porque son incapaces de amar a los hombres". Por el 
contrario, aman a Dios porque se levantaron en una atmósfera de 
amor recibido y ofrecido. También puede darse el caso de que se 
perciban las carencias que, conscientemente confrontadas con la 
experiencia de Dios, y evidentemente captadas en las diversas 
mediaciones humanas, puedan ir siendo superadas o, al menos, 
mantenidas en grado satisfactorio de soportabilidad.
Evidentemente, toda esta reflexión tiene un cierto grado de 
relatividad. Ante todo, la fuerza de la gracia de Dios puede irrumpir 
dentro de alguien de modo tan absoluto, en cualquier momento de 
la vida, que transforme esa afectividad. Juana de Chantal, viuda, 
con hijos pequeños, no duda en dejarlos dramáticamente, pasando 
sobre sus cuerpos en el quicio de la pueda, donde los habían 
colocado para impedirle salir; y se encerró en un convento, donde 
se entregó a la mística.
Además, nuestra afectividad puede evolucionar. Ciertos niveles 
de carencia pueden ser trabajados, superados. Uno de los papeles 
imponentes en la formaci6n de los jóvenes religiosos y religiosas es 
la educación de su afectividad. Pero tal formación supone no sólo la 
experiencia base, sino unas mínimas condiciones psíquicas.

Cultivo
Esta experiencia es gracia. Supone, en general, condiciones 
psicosociales, como se ha dicho. Además, toda experiencia histórica 
puede tener mayor o menor durabilidad, conforme sea o no 
cultivada. Somos tiempo y espacio, y por eso la fe y el amor se 
acaban si no se cultivan. Por más mística y profunda que sea la 
experiencia, es hecha por alguien que es materia, tiempo y espacio. 
Se diluye si no es continuamente alimentada.
El tema es, por lo demás, conocido. A modo de ejemplo, indico 
algunas maneras más imponentes de cultivar la experiencia-base: 
los ejercicios espirituales ignacianos (u otros), la oración y las 
mediaciones concretas para vivir el compromiso religioso con 
atención a lo teologal. En todas estas formas, lo fundamental es la 
continua referencia explícita interior a "lo teologal" de la realidad, 
esto es, el aspecto de presencia de Dios en determinados hechos. 
En este punto se sitúa el desafío para los religiosos comprometidos 
en una lucha liberadora. Si ellos se entienden como "religiosos" en 
el sentido de la experiencia-base, todo su compromiso se relaciona 
con ella, arranca de ella. Por eso tal experiencia debe ser 
alimentada dentro de las prácticas. Esto sólo será posible si hay 
una atención especial al aspecto teologal de las acciones, 
directamente espirituales o no. No basta el aspecto intrínseco de la 
caridad que existe en toda acción en favor de los otros. Es 
necesario que se cultive explícitamente ese aspecto de presencia 
de Dios. Solamente así se alimenta la experiencia de Dios. Pues tal 
experiencia supone siempre atención a la realidad; no basta vivirla 
como tal en su materialidad.
Evidentemente, esa atención teologal en medio de las acciones 
no se hará de la misma manera que en la interioridad de la acción 
litúrgica o del culto en sentido monacal. Pero las formas nuevas no 
la dispensan; de ahí la necesidad de la intencionalidad explícita de 
esa presencia de Dios. Para esto, según la filosofía clásica, se 
necesita una "reflexión completa" donde el sujeto pensante no sólo 
tome conciencia del pensamiento, sino también de estar pensando 
el pensamiento. Traduciendo esto a nuestro tema, se trata de que 
el religioso se sepa, se experimente invadido por Dios en su obrar 
liberador, por un acto de libertad, de amor, de entrega, que pasa 
necesariamente por el conocimiento. La práctica del discernimiento 
espiritual que impregne las prácticas concretas, que tome siempre 
el ejemplo de Cristo como parámetro, permitirá mantener viva esa 
experiencia . Y ella, a su vez, irradiará su fuerza espiritual dentro de 
las acciones concretas.

2. La Vida Religiosa y la experiencia ministerial
Hasta aquí tratamos del primer modelo de Vida Religiosa: la Vida 
Religiosa que nace de la experiencia-base del Absoluto del Amor de 
Dios a nosotros y que nos atrae a El. La experiencia nos ha 
mostrado que otras personas entran y permanecen en la Vida 
Religiosa desde otra perspectiva. Veamos:

a) Descripción del Modelo
La fuente primera y fundamental de la Vida Religiosa es el 
servicio apostólico. Se entra en la Vida Religiosa porque se quiere 
cumplir en el interior de la Iglesia determinado ministerio, realizar un 
trabajo concreto: ser profesor, educador de la juventud, insertarse 
en medio de los pobres, ejercer funciones parroquiales, etc.
Lo fundamental en este modelo es la práctica pastoral. La Vida 
Religiosa, las exigencias del celibato, son vistas como estructuras 
de apoyo, ayudas para tal trabajo misionero. También la vida 
comunitaria nos ayuda a mantener viva la llama del entusiasmo en 
el servicio. Nos dispensa de muchas preocupaciones que 
impedirían una entrega más completa. El apoyo afectivo de los 
hermanos ejerce función de equilibrio emocional para mayor 
eficiencia apostólica.
En este modelo de Vida Religiosa también los votos son vistos en 
función de la misión. Dedicación, generosidad, actividad, 
disponibilidad para la acción, son virtudes que ocupan un primer 
plano. El pcrfeccionamiento de las cualidades humanas, la 
valoración de los talentos, la ocupación en función del mayor 
rendimiento, son elementos fundamentales en este modelo.
La virginidad consagrada también es interpretada en este 
horizonte de servicio. Se justifica como propiciadora de mayor 
disponibilidad de locomoci6n, de actividades, etc... Se cree que el 
matrimonio y la familia son impedimento para una entrega 
apostólica más radical y total. Se respeta la clásica fórmula: "el 
matrimonio es la sepultura del revolucionario". Pero en el sentido de 
que la virginidad permite mayor disponibilidad para la construcción 
del Reino. Se insiste en el carácter de construcción del Reino.
Las estructuras de Vida Religiosa están pensadas con miras a 
proteger la opción apostólica y garantizar la perseverancia, la 
continuidad y eficiencia. En forma exagerada, diríamos: la Vida 
Religiosa es una "empresa apostólica", y todo está pensado en 
función de ella y de las estructuras que se articulan con ella.
Cada vez se encuentra menos espacio, por ejemplo, para la 
vocación de un hermano lego analfabeto. Se buscan hermanos bien 
cualificados, aptos para un rendimiento apostólico. Para trabajos no 
especializados existen empleados asalariados. No tiene sentido 
colocar a un religioso en oficios inútiles para la empresa apostólica. 
Y, de hecho, tales vocaciones escasean cada vez más.
En un análisis superficial, se podría pensar que las órdenes 
medicantes, y tal vez aún más claramente la Compañía de Jesús, 
inauguraron ese modelo en oposición al modelo anterior, vivido por 
las grandes órdenes contemplativas.
Pero en verdad, sólo por hablar de la Compañía de Jesús, ella 
parte no de un servicio concreto como tal, sino de una experiencia 
mística de Ignacio. Experiencia que él desea comunicar a sus 
discípulos por la vía de los Ejercicios Espirituales.
Ignacio los propone como primera gran "experiencia", test de la 
vocación del candidato. Del entusiasmo de esta experiencia brotaba 
el celo por la salvaci6n de las almas.

b) Problema al interior de este Modelo
Cuando, de hecho, las personas o los mismos grupos religiosos 
piensan en la Vida Religiosa a partir de la actividad apostólica como 
su última fuente, tienen crisis y problemas. Surgen verdaderos 
"impasses".
Este modelo encuentra solución definitiva cuando se integra con 
el anterior. Deja de ser, por tanto, un modelo rígido, autónomo. En 
otras palabras, las personas que entraron en la Vida Religiosa por 
razones apostólicas, descubren en el noviciado o a lo largo de la 
formación que hay una razón aún más profunda que les justifica la 
Vida Religiosa: su entrega radical a Dios. Es decir, partiendo de la 
experiencia apostólica se llega a la experiencia-base. Las 
actividades apostólicas adquieren aquella sabia relatividad a partir 
de la experiencia "fundante". Tenemos entonces el primer modelo, 
donde se da la verdadera Vida Religiosa original.
Ese modelo puede también, coyunturalmente, funcionar bien 
hasta el fin de la vida y sostener grupos durante largo tiempo. Esto 
acontece cuando la actividad apostólica responde a las 
necesidades psíquicas, espirituales y humanas de los religiosos. La 
actividad se experimenta como realización afectiva. En un clima de 
tranquilidad afectiva, difícilmente surgen cuestionamientos y 
problemas. La persona camina serenamente hacia adelante. Tal 
práctica pastoral, apostólica, es experimentada como servicio real a 
una situación de necesidad. Tal experiencia nutre y sustenta la 
afectividad. Compensa, a nivel de la afectividad, las otras 
experiencias, sobre todo en relación con el celibato. Se anota, como 
camino de integración de la afectividad, ese acontecimiento 
apostólico. Se trata de una especie de sublimación de los impulsos 
de la afectividad por medio de la acción. Y la Vida Religiosa 
transcurre sin crisis, con tal de que las obras perduren con sentido 
apostólico. Por eso se experimenta frecuentemente pavor, casi 
inconsciente, ante las criticas a las obras o ante tentativas de 
cambios o de cerrarlas. Tal vez no se percibe claramente que el 
soporte de la vocación a la Vida Religiosa son las obras en su 
eficiencia y en su sentido apostólico. Tocar este punto es herir el 
núcleo de la vocación del religioso.

Crisis
El problema surge cuando esa actividad apostólica pierde su 
sentido en si misma o deja de ser el sentido de la vida del religioso 
o de la religiosa. Inmediatamente se manifiesta a nivel de la 
afectividad. Tal situación puede desencadenarse de muchas 
maneras.
Alguien puede percibir, en determinado momento, que su 
actividad apostólica podría ser más eficiente fuera del marco de la 
Vida Religiosa. La experiencia nos ha mostrado que ciertos casados 
logran una vida de compromiso en inserción más radical que los 
religiosos. Precisamente gracias a la ayuda afectiva que se dan 
mutuamente. Entonces la joven o el joven religioso se pregunta: 
¿Para qué permanecer en la Vida Religiosa si puedo hacer lo 
mismo, y tal vez mejor, saliendo y casándome? El enriquecimiento y 
aburguesamiento de tantas estructuras de la Vida Religiosa, con mil 
justificaciones de servicio, han producido la sensación de 
empequeñecimiento y no de ayuda al servicio apostólico. Las 
personas que entraron en vista de ese compromiso radical no ven 
por qué continuar. Como laicos casados serían auténticos. Lo 
mismo sucede en relación a la tarea educativa
¿Cuántos laicos desempeñan el papel de educadores, aun en el 
campo religioso, de manera superior al religioso? Ya no se 
consigue ver ninguna diferencia entre esos laicos y los religiosos en 
lo que respecta a la actividad apostólica. Entonces, ¿por qué ser 
religioso?
Hay casos aún más elocuentes. Algunos ex-religiosos, después 
de dejar la Vida Religiosa, desempeñan en obras apostólicas de su 
propia Congregación un trabajo apostólico más explícito y eficiente 
que el que hacían antes y que el de muchos de sus ex-colegas que 
están actualmente más absorbidos por tareas administrativas, 
económicas, sin irradiación pastoral. Los contrastes se vuelven 
chocantes: laicos encargados de la formación religiosa de los 
alumnos, y religiosos ocupados en administración de casas y fincas. 
El desestímulo a la perseverancia de religiosos idealistas es 
enorme, si entraron a la Vida Religiosa sólo por la perspectiva 
apostólica.
El término normal de la crisis es la salida. Así, aquellos que 
comprueban, al término de cierta experiencia y reflexión, que 
podrían realizar el mismo o mejor servicio apostólico fuera de la 
Vida Religiosa, terminan poco motivados y desisten.
El precio de la renuncia al matrimonio es demasiado grande para 
hacer un trabajo igual o peor apostólicamente. Tal Vida Religiosa ya 
no parece justificarse.
Esta crisis ha sido fatal para muchos religiosos. Y las 
congregaciones que se habían estructurado en esa perspectiva 
sufren un agotamiento rápido e inevitable. Da la impresión de que 
sólo quedaron aquellos que, por razones psicológicas u otras de 
menor monta, no quisieron arriesgar el cambio y prolongan un ritmo 
rutinario ya establecido, o también aquellos para quienes la razón 
de ser de la Vida Religiosa estaba más allá de la mediación de la 
actividad apostólica. Funciona más la ley de la inercia que el 
impulso apostólico.
Este modelo ha sufrido también el conflicto inevitable entre las 
estructuras apostólicas creadas, algunas muy pesadas y de poca 
agilidad, y la natural creatividad apostólica de las nuevas 
generaciones.
Como el fundamento último de la Vida Religiosa en este 
momento es el apostolado, el peso de las estructuras apostólicas 
acaba por generar crisis y salidas, a veces en masa, de religiosos y 
religiosas. No se consigue detenerlos con recomendaciones de 
paciencia ni con invocación de autoridades que repiten discursos 
laudatorios de las obras tradicionales o de confianza en las 
estructuras por encima de la visibilidad de sus resultados, etc. Este 
tipo de argumentación refuerza el modelo de la Vida Religiosa a 
partir únicamente de la eficiencia apostólica, y revela así su 
vulnerabilidad profunda.
Evidentemente, hay religiosos que perseveran aunque ya no 
creen en la razón última de su entrada: la eficiencia apostólica. Pero 
continúan bajo el impacto censurador del super-ego o de las 
presiones de los condicionamientos socio-culturales. Salir significa 
desmoronarse completamente. 
En este modelo es frecuente que la virginidad consagrada, 
cuando ya no está sostenida por el impulso apostólico, tenga que 
ser mantenida a base de ascesis y aun de represión. Se trata de 
una ascesis más cercana a la disciplina que al amor.
Algunas Congregaciones buscan soluciones coyunturales en una 
verdadera farándula de nuevas obras apostólicas. Viven cambiando 
las actividades. Y la novedad va manteniendo el entusiasmo. 
¿Hasta cuándo? Así se ha visto cómo algunas que tenían colegios 
salieron para Parroquias. Fue un entusiasmo. Cansadas de 
parroquias, fueron a la inserción. Resucitó de nuevo el entusiasmo. 
Y cuando se cansen de la inserción, ¿a dónde Irán?
Otros encuentran solución en un conformismo escéptico. Ya es 
demasiado tarde para salir. Van llevándola... casi de manera 
fatalista. Pero sufren la angustia latente del constatado fracaso de 
una vocación que tuvo un día sentido y hoy carece de él.
Otros, sin embargo, permanecen porque la Vida Religiosa les 
ofrece una existencia cómoda, burguesa, mediocre. La comunidad 
no pasa de ser un "hotel de solterones" que ya no creen en la razón 
de ser de la vida que llevan o, en caso menos trágico, aceptan el 
pequeño bien apostólico que hacen, sabiendo que en otra parte 
podrían hacer mucho más, pero ya no tienen valor para tanto.

3. Conclusión
El problema fundamental no está en saber cuál fue la experiencia 
primera que nos llevó a la Vida Religiosa. Si fue la 
experiencia-base, tenemos ahí una garantía de la autenticidad de la 
Vida Religiosa, con tal de que sea alimentada, cultivada. Si fue una 
razón apostólica la que nos llevó a la Vida Religiosa, tenemos que 
preguntarnos si nos detuvimos ahí. Si esa experiencia no 
evoluciona hacia la experiencia-base, las garantías de 
perseverancia y felicidad en la Vida Religiosa son pocas.
Por tanto, la conclusión más importante está en el sentido de que 
todos debemos procurar cultivar la experiencia-base, sea porque ya 
estuvo presente desde el comienzo, sea porque fue surgiendo a lo 
largo de la Vida Religiosa. El compromiso con el hermano, el 
entusiasmo apostólico, pueden ser mediaciones valiosas para 
descubrir la dimensión "fundante" del "Sólo Dios Basta". Este 
trabajo parece ser fundamental en el tiempo de la formación. Si no 
se cultiva la experiencia-base o si no se lleva al joven religioso a 
descubrirla en otras mediaciones que a primera vista lo atraían, 
estaremos preparando crisis futuras y deserciones.
Si una Congregación está especialmente centrada en las 
actividades pastorales, necesita referir sus reflexiones a la 
experiencia "fundante", para después sacar de ahí luz, fuerza, 
entusiasmo para las actividades. Esta sería la verdadera vuelta a la 
fuente original de la vida y del carisma. Sin ese retorno, toda 
actualización carece de seriedad y profundidad.
En el fondo, no hay dos modelos de Vida Religiosa. Hay uno 
solo: aquel que arranca de la experiencia-base. Pero hay dos 
maneras de llegar a tal experiencia: haberla hecho desde el 
comienzo o ir lentamente aproximándose a ella, a partir de las 
mediaciones apostólicas. No se pueden ver las mediaciones 
pastorales como si fuesen el último constitutivo de la Vida Religiosa, 
sino como expresiones de la experiencia-base.
Como vivimos en un mundo secularizado donde, ante todo, se 
valoran las acciones, la eficacia, el trabajo, es normal que las 
vocaciones surjan a partir del interés por la actividad. Será fatal 
para ellas si se detienen en esa motivación. La formación deberá 
llevarlas al núcleo de la Vida Religiosa: disponibilidad radical a Dios 
en la entrega de sí desde dentro y envolviendo a profundidad la 
afectividad. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son, sin duda, 
excelente ayuda para descubrir esa experiencia espiritual en 
profundidad. Y el ritmo de oración la alimenta. Son recursos 
tradicionales que no caducarán. Cada día se muestran más 
necesarios, sobre todo para jóvenes en cuya infancia el elemento 
religioso no estuvo tan presente.
La existencia de la experiencia-base no es garantía exclusiva de 
perseverancia. Ante todo, se tiene que probar, constatar, la 
autenticidad de tal experiencia. En términos espirituales: discernirla. 
Como toda experiencia humana, lleva consigo ciertamente 
elementos ambiguos, deficiencias psíquicas y otras impurezas. Sólo 
el trabajo, cultivo y purificación van profundizándola y dándole 
consistencia. Sin duda, la opción por los pobres se presenta hoy 
como una de las mediaciones privilegiadas para profundizar esa 
experiencia-base.
"Sólo Dios Basta" es la raíz. Las ramas pueden ser muchas y 
estarán vivas en la medida en que participen de la savia que viene 
de la raíz. Una raíz que no crece y no se ramifica puede también 
morir. Por tanto, la riqueza de la Vida Religiosa está en mantener 
siempre clara su experiencia-base y articularla con las formas de 
servicio a los hermanos. De modo explícito, con la reflexión, el 
estudio y la oración.
(·Libanio-Joao-B. _SAL-TERRAE/88/06. Págs. 465-479)