«Gratos son al olfato tus perfumes» (Cant 1,3)

Consideraciones apasionadas sobre
«Juventud y Vida Religiosa»


Gabino URIBARRI
Jesuita, Profesor de Teología
en la Universidad Comillas. Madrid


«Gratos son al olfato tus perfumes; 
perfume que se expande es tu nombre; 
por eso te aman las doncellas» (/Ct/01/03)1 


Los anuncios de TV operan muy calculadamente con la sugestión 
de asociar a una marca de perfume o a una colonia un mundo de 
ensueño que conecta con nuestros deseos íntimos2. Deseos que 
todos llevamos dentro—también los eclesiásticos, religiosos y 
religiosas—de ser bellos, atractivos, subyugadores, irresistibles. Su 
mensaje no se centra en una descripción detallada de las bondades 
del producto, sino que evoca y sugiere la identidad, el escenario 
social y el mundo al que dicho perfume transporta. Así, se habla a 
la fantasía y al deseo, no a la lógica o a la razón. Estas ofertas de 
éxito, de felicidad, de identidad y de prestigio social provocan 
resonancia y empatía. Enel fondo de nosotros mismos, quizá 
inconfesadamente, una parte nuestra nos dice que sería 
maravilloso ese mundo de ensueño; pero es sólo un anuncio. Como 
dice la sabiduría recogida por el Cantar de los cantares, las 
doncellas aman a quien exhala perfumes, aromas y encantos; las 
mozas acuden atraídas por la fragancia que encadila, enamora, 
enciende, subyuga y apasiona. Esto es una verdad de todo amor: 
del amor interhumano y del amor a Dios. 

Pues bien, de esta forma de publicidad por todos conocida me 
gustaría extraer dos conclusiones para situarnos en nuestro tema. 
En primer lugar, el tipo de discurso es simbólico, no racional. 
Tampoco se trata de un lenguaje ético ni, mucho menos, 
moralizante. En segundo lugar, no se apela a razones, sino a 
deseos, a la fantasía y a la imaginación. El mundo evocado por el 
producto es más importante que el producto mismo. Éste aparece 
como un mediador para entrar en esta esfera de vivencias y de 
identidades. Sugiero que el discurso religioso con el que 
acercarnos a los jóvenes, o presentar entre ellos nuestro modo de 
vida, debería igualmente ser predominantemente simbólico y 
dirigido a la fantasía y al deseo. Negativamente, estimo que un 
lenguaje preponderantemente racional, lógico y/o ético resulta, de 
entrada, menos cautivador y más desencaminado3. Más 
radicalmente, y dicho de manera un tanto brusca: el problema de la 
abundancia (o escasez) de vocaciones a la Vida Religiosa 
finalmente estriba en que nosotros mismos seamos (o no seamos) y 
nuestras comunidades y obras sean (o no sean) lenguaje simbólico 
que hable a los deseos y a la fantasía de los jóvenes. En una 
palabra, que seamos «fragancia de Cristo», en formulación de san 
Pablo (cf. 2 Cor 2,15). Parafraseando al autor del Cantar, todo se 
juega en que nuestro «perfume» sea grato al olfato de los jóvenes. 


En estas páginas ofrezco unas consideraciones en las que 
pretendo explorar cómo podemos en la Vida Religiosa ser fragancia 
y exhalar un perfume que cautive, hechice, embelese y atraiga a los 
jóvenes. Antes de abordar este tema, me parece oportuno explicitar 
desde dónde hablo. También daré unas pinceladas sobre el marco 
social y religioso que afecta hoy día a la escasez de vocaciones, 
que es tema de fondo solicitado para este artículo. 

1. Confesión inicial

Parto de las siguientes convicciones. 

a) El Dueño de la mies quiere servirse de la Vida Religiosa para 
alentar y fortalecer la vida de su Iglesia. 

b) El Espíritu sigue activo, mueve los corazones y habla a los 
jóvenes. Los jóvenes de hoy no son irreligiosos4, y generosidad no 
les falta. Baste con pensar, para lo segundo, en el eco que 
despiertan las conductas y los compromisos ecológicos, de los que 
no se obtiene ni un beneficio personal ni inmediato. ¿Cuánta gente 
se ha volcado por Bosnia o por el 0,7%? Como señala Ukeretis, 
más que falta de generosidad escasean los canales concretos para 
encauzarla, especialmente para dar respuesta a necesidades 
nuevas y desatendidas5. 

c) La vocación a la Vida Religiosa puede llenar efectivamente de 
gozo y de alegría la vida de un joven. 

d) La Vida Religiosa tiene futuro si logramos articular bien tres 
elementos: 1. Una relación personal, intensa y gozosa con Dios, 
junto con la capacidad de ser mistagogos del encuentro con Dios. 
2. Una vida que no sea ajena a los dolores del mundo, sino que, en 
medio de ellos y sin desentenderse de ellos, descubra la presencia 
del Dios de la esperanza y el consuelo. 3. Un estilo de vida sencillo 
y fraternal, que sea una alternativa al consumo y la competencia 
avasalladora que genera la sociedad capitalista. Sobre este último 
punto volveré más adelante. 

Voy a hablar, primero, desde Europa occidental y para Europa 
occidental. Segundo, desde una orden religiosa de vida activa y 
apostólica, la Compañía de Jesús. Por ello, y en tercer lugar, desde 
una perspectiva masculina y clerical. Todo esto tiñe mis 
apreciaciones. 

2. Pliego de descargo

No todos los factores que inciden negativamente sobre las 
vocaciones son achacables a los religiosos ni se remontan a sus 
fallos6. Me limito a enumerar algunos de ellos, sin ánimo de 
exhaustividad. 

a) No cabe duda de que la opción celibataria carece de sustento 
y de aprecio social, incluso en círculos creyentes. El voto de 
castidad resulta francamente desmesurado e incomprensible. 

b)Tampoco parecen evidentes ni fáciles de mantener los 
compromisos definitivos: ligarse a un modo de vida, a unas 
personas y a una institución de por vida. 

c) El número de hijos por familia ha disminuido notablemente. El 
clima religioso dentro de las familias de raigambre católica ha 
reducido su intensidad en amplios segmentos sociales, si es que no 
ha desaparecido por completo. 

d) La imagen de la Iglesia que reflejan los medios de 
comunicación social suele ser más bien negativa, particularmente 
cuando se refieren a la institución eclesial o a sus representantes 
oficiales. Frecuentemente aparece como una institución retrógrada, 
autoritaria y sexualmente represiva; en una palabra: un detritus 
histórico anacrónico. 

e) Las Iglesias institucionales no se beneficiand de un cierto 
resurgir ambiental de lo religioso. El lema parece ser: «religión sí, 
Iglesia no». 

i) Ante una cierta moda teórica de lo solidario, las razones 
humanitarias aparecen espontáneamente como válidas y 
ejemplares, mientras que las estrictamente religiosas siguen siendo 
opacas e impenetrables para la mayoría. 

g) La Vida Religiosa o el sacerdocio ya no son tras el Vaticano II 
las únicas posibilidades de vivencia radical de la fe. 

La mayoría de estos factores escapan a nuestro control. Apenas 
podemos incidir siquiera modestamente sobre ellos, excepción 
hecha del último. 


3. «Somos, en honor de Dios, fragancia de Cristo» 
(/2Co/02/15)

Cuando discutimos acerca del problema de las vocaciones, se 
suele mencionar la conveniencia de una propaganda más 
adecuada o, más tímidamente, de una presentación más atractiva 
del carisma de la congregación. Ciertamente, algo de ello será 
necesario (cf. Rm 10,14), pero no reside ahí la cuestión. El asunto 
está en si vivimos el carisma de forma fiel, auténtica, adaptada, 
atractiva, visible, comprensible y asimilable. Es decir, si a través del 
don del carisma de nuestro instituto podemos exclamar en verdad 
con san Pablo. 

«Pero gracias a Dios, que siempre nos hace triunfar en Cristo, y 
en todo lugar pone de manifiesto por nosotros el olor (osmé) de su 
conocimiento. Porque somos, en honor de Dios, fragancia (euôdia) 
de Cristo...» (2 Cor 2,14-lSa). 

En el lenguaje cotidiano manejamos el conocimiento por olor. 
Entendemos perfectamente frases del estilo: «algo huele a podrido 
en algunos sectores de la clase política». O nos atufa la petulancia 
de los arrogantes. Los mercaderes huelen el negocio. Igualmente, 
hemos conocido y visitado comunidades y familias con un aire 
cautivador por su frescura evangélica, su sencillez, su hospitalidad, 
la radicalidad de su compromiso lejos de toda arrogancia afectada o 
automplaciente; es decir, por su fragancia. Así, puede decir Amós: 
«Yo aborrezco, desprecio vuestras fiestas, no resisto el olor de 
vuestras asambleas» (/Am/05/21). 

Me interesa proponer la metáfora manejada por Pablo. Se está 
refiriendo a su ministerio apostólico y a sí mismo, empleando para 
ello el plural mayestático: «somos». 

Si somos fragancia de Cristo, se debe primero a Dios. No es obra 
nuestra; no se explica por nuestras fuerzas ni se reduce a nuestra 
pericia. Tampoco es el resultado escueto de nuestro heroísmo ni de 
nuestro compromiso. 

Si somos fragancia de Cristo, es porque él primero nos ha 
vencido. Y como los esclavos que acompañaban el cortejo triunfal 
de los cónsules romanos, estamos encadenados a Cristo que nos 
arrastra en su triunfo. Por Cristo hemos sido vencidos y humillados; 
por Cristo se han deshecho nuestros planes y cálculos; por Cristo 
hemos pasado por el escarnio y el hazmerreír; por Cristo hemos 
optado por ser eunucos por el Reino de los cielos (cf. Mt 19,12) y 
por la desposesión. Por Cristo encarnamos ya ahora el carácter 
escatológico (definitivo) del Reino; por Cristo somos incapaces de 
compaginar la pasión por Dios y su Reino con cualquier otra cosa 
buena y santa; por Cristo somos ofrenda exclusiva para Dios en 
favor de su pueblo. 

Si somos fragancia de Cristo, entonces Dios nos ha convertido, 
por el honor de su Nombre, en instrumento de su gracia y de su 
salvación. Hemos sido constituidos en mediación, sacramento, 
signo. En un instrumento por el que Dios actúa simpre (pantote) y 
en todas partes (en panti topô). En una mediación para 
manifestarse (faneroô) Él mismo y darse a conocer. El que se 
acerque a nosotros, religiosos y religiosas, percibiendo el aroma 
que expandimos y liberamos, entrará en contacto con el «olor del 
conocimiento de Dios». Quien visite nuestras comunidades, 
nuestras instituciones, habrá de percibir las esencias de este 
perfume. 

No somos fragancia de Cristo si, habiendo sido vencidos por Él, 
mantenemos este elixir celosamente escondido en un hermoso 
frasco de alabastro, tapado y bien lacrado, sin osar quebrarlo (cf. 
Jn 12,3 y Mc 14,3), no sea que se pierda y disperse el aroma. 

No somos fragancia de Cristo si tenemos que explicar con 
palabras altisonantes y hueras que estamos entrando la vida por 
Jesús Mesías y su evangelio, sin que esto se capte de forma no 
verbal, por simple ósmosis. 

No somos fragancia de Cristo si hemos de justificar y acreditar 
con largas razones y discursos teológicos la bondad y la verdad de 
nuestro carisma. No somos fragancia de Cristo que se expande si el 
gesto de nuestra vida es una señal difusa, ambigua e indescifrable, 
a no ser que se esté familiarizado con un código laborioso de 
manejar. 

No somos fragancia de Cristo cuando al rezar por las vocaciones 
deseamos herederos; cuando al suplicar al Dueño de la mies que 
envíe obreros a su viña (Mt 9,38) estamos más preocupados por las 
fichas que necesitamos sustituir en nuestros tableros de 
planificación pastoral, que movidos por la pena de ver tantas y tan 
diversas gentes necesitadas de consuelo y de guías que les 
orienten en el camino hacia el encuentro con el Padre de toda 
bondad. No somos fragancia de Cristo cuando pedimos a los 
jóvenes que pongan «todo su haber y su poseer» a la libre 
disposición y determinación de la orden, y nosotros nos esforzamos 
en mantener todo atado y bien atado. No somos fragancia de Cristo 
cuando lo que ansiamos es que sigan adelante nuestras 
fundaciones y obras—naturalmente, concebidas a mayor gloria de 
Dios—y no nos duele el alma de anhelar que se mantega en pie un 
estilo radical de vivir consumido por el Reino. 

No somos fragancia de Cristo cuando el Espíritu ya no encuentra 
ninguna ranura, grieta u orificio por donde colarse en nuestros 
edificios, para ponerlos patas arriba y descabalar nuestro orden y 
nuestras previsiones sensatas. No somos fragancia de Cristo 
cuando hemos fortificado nuestras casas a prueba de vendavales y 
huracanes. 

No somos fragancia de Cristo si de nuestros poros brota el 
agotamiento, el cansancio y el mal humor. 

Somos fragancia de Cristo si el contacto con nosotros genera 
esperanza, alegría e ilusión. Cuando somos fragancia de Cristo, 
nuestra vida resulta un sacrificio de olor grato a Dios. 

Para que no quede todo en la abstracción, voy a enumerar 
algunos de los ingredientes concretos que, sabiamente mezclados, 
sirven para elaborar el divino perfume «fragancia de Cristo». 

3.1. Peculiaridad, diferencia y expresión simbólica 

En primer lugar no podremos ser fragancia de Cristo sin un 
aroma especial, inconfundible, distinto, que se haga notar entre los 
miles de ofertas que reciben los jóvenes en el mercado. Si nos 
parecemos demasiado a sus padres o apenas nos distinguimos de 
los «laicos comprometidos», no tendrá ningún sentido optar por la 
Vida Religiosa.

Del estudio ya mencionado de Nygren y Ukeretis se desprende 
que no tenemos claridad suficiente sobre el rol de los religiosos8. 
Mayor claridad reina entre los contemplativos. No es casualidad que 
en Alemania, con una crisis galopante de vocaciones femeninas, las 
contemplativas tengan proporcionalmente muchas más que las de 
vida activas. Éste es el terreno donde sería más deseable e 
importante avanzar; primordialmente en el terreno vivencial, más 
que en los aspectos teóricos. 

Además, a partir del Vaticano II muchos religiosos y religiosas han 
optado por una inserción muy fuerte en las estructuras de la Iglesia 
local. Dicho crudamente, se han «parroquializado» y 
«diocesanizado» 10. Esto repercute negativamente en las 
posibilidades de percepción de la peculiaridad propia de la Vida 
Religiosa y del carisma de la congregación en cuestión. Si las 
órdenes religiosas surgen en la Iglesia como un soplo renovador del 
Espíritu para atender a necesidades nuevas o desatendidas, la 
asimilación a las estructuras diocesanas parece seguir el viento 
contrario: la incorporación a lo ya existente e inventado. La 
asimilación diocesana mina la fuerza profética de la Vida Religiosa. 
La parroquialización encubre la misión particular y propia del 
instituto. Tendrán más fácilmente futuro las congregaciones en las 
que prima el sentido de la propia misión, y lo sepan articular 
respondiendo a necesidades reales, críticas y desatendidas. 

Los símbolos ostentan un gran poder expresivo. Además, poseen 
la virtualidad de significar vivencias. Y no sólo significan 
experiencias pasadas, sino que también pueden generar y 
engendrar vivencias nuevas. Estas dos virtualidades operan tanto 
en la esfera de los subgrupos culturales como en el conjunto de 
una sociedad. De ahí la fuerza insustituible de los símbolos para 
expresar la peculiaridad y la identidad; lo observamos a diario en 
las tribus urbanas juveniles. Muchos religiosos hemos liquidado, 
después del Vaticano II, la simbología que nos hacía a primera vista 
socialmente identificables y diferentes: vestido (sotana, alzacuellos, 
hábito) y tipo de vivienda (convento). Muy posiblemente, era 
necesario para romper con un pasado en que aparecíamos 
marcados por una teología preconciliar. Indudablemente, el deseo 
de «encarnarse» quería derribar los muros de distancia que nos 
alejaban de las condiciones normales de la vida de nuestros 
contemporáneos. Posiblemente no haya que volver a lo anterior o a 
todo lo anterior, pero sí creo que debemos generar una nueva 
simbología social que exprese nuestra identidad. Por lo menos, 
estas razones abogan en su favor; otra cosa es cómo pueda 
concretarse. 

Primero, Jesús mismo en el evangelio realiza acciones simbólicas. 
Por ejemplo, la expulsión de los mercaderes del templo, el bautismo 
en el Jordán, las comidas con los pecadores o la última cena. En 
nuestra vida no deberían faltar por completo las acciones 
simbólicas. Con ellas nos damos a conocer más que con palabras. 
Segundo, los sacramentos ponen muy particularmente de 
manifiesto la importancia de los símbolos en el lenguaje y la 
experiencia religiosa. Los símbolos hablan a la fantasía y al deseo, 
sugieren significados no desglosables en palabras, llegan a niveles 
recónditos de la conciencia y arraigan muy en lo hondo de la 
manera de sentir la verdad de la vida. 

3.2. Mistagogia 

MISTAGOGO/QUIEN-ES: Somos fragancia de Cristo si con 
nuestro perfume «Dios pone de manifiesto por nosotros el olor de 
su conocimiento» (/2Co/02/14b). Si Karl Rahner dijo en repetidas 
ocasiones, hace ya años: «el cristiano del futuro será un místico, o 
no será nada»", hoy día me atrevo a parafrasearle afirmando: o los 
cristianos de hoy somos mistagogos, o no habrá cristianos mañana. 
De modo equivalente podemos decir: o los religiosos de hoy somos 
mistagogos, o no habrá religiosos mañana. Sólo se dan vocaciones 
donde hay una experiencia fuerte y apasionada de Dios. 
«Mistagogía» significa conducir al misterio. Más sencillamente, el 
mistagogo es aquel que ayuda a la gente a encontrarse con Dios, a 
experimentar personalmente el misterio de Diosa. Resulta chocante 
y alarmante nuestra incapacidad—y la de la Iglesia en su 
conjunto—para generar y transmitir experiencia religiosa originaria y 
fundante. Omito un comentario sobre la liturgia y su papel en este 
campo. Volveríamos a la importancia de lo simbólico, de un lenguaje 
para la fantasía, el deseo y las entrañas. 

Comentaba un compañero jesuita que en Guatemala, hace 
bastantes años, más de veinte, un padre más bien mayor decía que 
los evangélicos les ganarían la batalla a los católicos (en 
Guatemala). Los demás se reían de él y no le daban crédito. La 
mitad de la población guatemalteca, hoy, es evangélica. Además, 
según este compañero, que dirige un programa de educación por 
radio, inicialmente es más de fiar un maestro evangélico que uno 
católico: es más honrado, más responsable, trata mejor a su familia, 
se emborracha menos. 

¿Por qué este cambio? Porque los evangélicos generan 
experiencia religiosa original y fundante. Eso cambia la vida. No así 
la instrucción catequética ni la amonestación moral. 

3.3. Vida comunitaria

Somos fragancia de Cristo si nuestro perfume es atractivo, si la 
gente quiere regresar embelesada a degustar su olor, si se 
encuentra envuelta en un aroma de acogida, de fraternidad, de 
espontaneidad, de simplicidad, de hospitalidad, de ternura, de 
aprecio sin adulación. A pesar del individualismo de que hace gala 
nuestra sociedad, en todos está muy arraigada la necesidad de una 
pertenencia. Los jóvenes se asocian tribalmente. El deseo de una 
vida comunitaria más intensa y auténtica es uno de los elementos 
más buscados por los candidatos que se interesan por la Vida 
Religiosa. Podemos ser signo contracultural atractivo. 

De nuevo, el problema me parece más nuestro que de los 
jóvenes. ¿A cuántas de nuestras comunidades podemos invitar a 
un «prenovicio» o a una candidata para que confirme con los 
hechos su deseo de vivir en comunidad, acogido, siendo sostenido 
por los otros? ¿En cuántas de nuestras comunidades no reina un 
individualimo atroz, un respeto excesivo? ¿Cuántas de nuestras 
casas no están semiparalizadas en su dinámica comunitaria por 
heridas viejas sin cicatrizar del todo? ¿Cuántas decisiones 
personales tomamos sin filtro comunitario? ¿Cuánto tiempo 
perdemos con los hermanos o hermanas de la comunidad 
escuchándoles «inútilmente», sin rendir apostólicamente? ¿Qué 
sacrificios hago gustoso por mi comunidad, porque triunfe una 
iniciativa común que yo no he propuesto? 

3.4. Opción por los pobres 

A veces creemos ser fragancia de Cristo, porque estamos 
trabajando como Jesús por los pobres y entre los pobres. De ahí la 
perplejidad con que constatamos que nuestro perfume no parezca 
ser grato al olfato, ni dé la impresión de que se expande su aroma, 
ni mucho menos que las doncellas amen este perfume (cf. Cant 
1,3). ¿Cómo puede ser esto? Ciertamente es innegable que los 
religiosos, y más particularmente las religiosas, han hecho suya la 
opción por los pobres preconizada por la Iglesia. Con temor y 
temblor, presidido por un respeto enorme a quienes hacen carne 
este modo de vida según el santo evangelio, insinúo tímidamente 
estas reflexiones. 

Primero, no es lo mismo la opción por los pobres en un país 
occidental industrializado que en el Tercer Mundo, especialmente 
en América Latina. Los pobres de un sitio y otro son muy distintos. 
Acercarse a los pobres del Cuarto Mundo es sumergirse en un 
ámbito donde «no se generan lenguajes creyentes»14. Así, 
inicialmente parece que en el Cuarto Mundo la presencia de Dios es 
más tenue y difícil de percibir. Si sólo se dan vocaciones desde una 
experiencia intensa de Dios, y aquí Dios tiende a esconderse, es 
más difícil que aquí se den vocaciones. 

Segundo, no es fácil la integración de la vida espiritual y de fe 
con la vida en el Cuarto Mundo. En algunos casos puede privar un 
cierto voluntarismo disociado de la propia experiencia espiritual y de 
Dios15. 

Tercero, a veces surge la sospecha de si no reducimos nuestra 
imagen de Jesús a su comportamiento ético. Si fuera así, le 
estaríamos asimilando al Bautista. Igual que el precursor, nos 
afanamos en denunciar los atropellos y las injusticias, vivimos 
ascéticamente con el mínimo indispensable, deseamos como él que 
Dios haga de una vez tabla rasa con los pecadores por amor a su 
pueblo. Jesús no vivió tan ascéticamente: comía, bebía e iba a 
casas de ricos y de explotadores consumados y reconocidos por el 
pueblo: los recaudadores (Zaqueo). 

También se mezclaba con las autoridades (el fariseo Simón, 
Nicodemo). Jesús se acercó a los plagados de dolores y les curó, 
pero no cerró su corazón a los ricos. No perdió el candor y la 
ternura, no se amargó por tanto mal sin solución. Se alegró de la 
preferencia de Dios por los pequeños (Lc 10,21). Si trató con 
dureza a alguien, fue a los escribas y fariseos, los eclesiásticos de 
la época. 

Cuarto, la opción por los pobres es una llamada del Señor, no un 
señuelo para las vocaciones16. Parece que Jesús nos dijera, como 
a Pedro: «tú sígueme», y que lo que pase con Juan, más joven, es 
otra historia (cf. Jn 21,22). Nuestra llamada no incluye como 
contrapartida la promesa de una descendencia numerosa, al estilo 
de Abrahán (cf. Gn 12,1; 15,5). La opción por los pobres parece 
improcedente desde las técnicas del marketing «vocacional». 
Según Nygren y Ukeretis: «... el mayor compromiso para trabajar 
con los pobres, un valor fuertemente abrazado por la Iglesia y 
particularmente entre los religiosos, se encontrará en una joven 
hermana [de una congregación] apostólica. Actualmente este grupo 
muestra la menor tendencia a aumentar de tamaño»17. 

Mas el reclutamiento de vocaciones no es el objeto primordial de 
la Vida Religiosa. 


4. «Buscad primero su Reino y su justicia» (Mt 6,33)

Angustiarnos por la escasez de vocaciones puede ser muy 
paralizante y estéril. Además, esta angustia se percibe en seguida y 
repele las posibles vocaciones. El estudio de Nygren y Ukeretis 
llega a esta conclusión: 

«Si la Vida Religiosa ha de continuar siendo una fuerza vital en la 
Iglesia y el mundo, el estudio del futuro de las órdenes religiosas en 
Estados Unidos concluye que deben ocurrir cambios dramáticos en 
la mayoría de las congregaciones en los Estados Unidos. Fidelidad 
al espíritu del fundador y sensibilidad para necesidades críticas y 
desatendidas de las personas son cruciales para la pervivencia de 
la misión de las comunidades religiosas»18. 

Parafraseando libremente una perícopa del sermón del Monte (Mt 
6,25-34), podríamos decir: no os preocupéis primero de cuántos 
vais a ser, de cómo vais a mantener vuestros colegios, 
universidades, centros sociales, escuelas de catequesis, 
guarderías, ambulatorios y hospitales. De esto se preocupan los 
gentiles, los que no cuentan con la gracia de Dios. Mirad el inicio de 
vuestros institutos y congregaciones; mirad los medios con que 
contaba el fundador; mirad la confianza de vuestra fundadora en la 
Providencia; mirad los pasos que dieron sin cálculo, sin tener todo 
atado o claro; mirad la pasión y el amor que tenían a quienes 
sirvieron y atendieron; mirad las dificultades en que osaron meterse 
y cómo su fidelidad a Dios les porporcionó tribulaciones, angustias y 
fracasos, mas en ellos Dios les sostuvo y les llevó en sus alas (cf. 
Dt 32,11-12), les dio fuerza, sabiduría, bienhechores, amigos y 
compañeros. Mirad los lirios y los pájaros, pues ellos alaban a Dios 
sin construir graneros. Dios les alimenta y cuida. Vosotros buscad 
primero el Reino y su justicia. Sed fieles a mi llamada. Entregad 
vuestra vida ahora con coraje y aplomo. Compartid una misión que 
desgarre de entusiasmo vuestras entrañas; una misión y un 
entusiasmo de los que broten manantiales de agua viva para mi 
pueblo y mi Iglesia. Atended a mi pueblo desamparado, perdido, 
angustiado, solo, enfermo, maltratado y alejado de mí. Acercadle a 
la fuente del consuelo, de la esperanza, de la Verdad y de la Vida. 
Y no os preocupéis del mañana, que el manana se preocupará de 
sí mismo. 

Si vivimos así, si trabajamos según este estilo; mejor, si somos así 
de manera visible y articulada, con un cierto bizqueo hacia el mundo 
juvenil, seremos lenguaje simbólico que hable a su fantasía y a sus 
sueños de entrega. Por la gracia del don vivificante del Espíritu, 
exhalaremos un perfume que anime a otros a pronunciar, 
derrotados, conmovidos, arrebatados, entusiasmados y postrados 
junto con nosotros: «El alma se me ha salido en su seguimiento» 
(Cant 5,6). 

Gabino URIBARRI
SAL TERRAE 1994/06 Págs. 473-485

........................
1. Sigo la traducción de Cantera-Iglesias, BAC, Madrid 19792, quienes 
mantienen el texto hebreo propuesto en la Biblia hebraica stuttgartensia. 
Otras versiones insertan el primer verso en el versículo 4. La elección de 
un verso del Cantar en el título es premeditada. Desde los comentarios al 
mismo de Hipólito (comienzos del s. IIl) y Orígenes (ca. 239-247), los 
cristianos han leído e interpretado en él su experiencia espiritual, 
comunitaria y personal.
2. Me inspiro en R. APARICIO, J. BENAVIDES, J. GARCIA, A. TORNOS, 
«La publicidad: la nueva cultura del deseo e interpelación a la fe»: 
Miscelánea Comillas 47 (1989) 495-546; X. QUINZÁ, La cultura del deseo 
y la seducción de Dios (Cuadernos FyS, 24), Sal Terrae, Santander 
1993.
3. J. MARTh4EZ CORTÉS, ¿Qué hacemos con los jóvenes? (Juventud / 
sociedad / religión) (Cuadernos FyS 5), Sal Terrae, Santander 19892, pp. 
45S, advierte sobre las nulas posibilidades de un discurso arrogante. 
4. Ver: J. MARTINEZ CORTÉS, op. cit., p. 37. 
5. D. NYGREN, M. UKERETIS, «Futura of Religious Orders in tille United 
States. Research Executive Summary»: Origins 22, núm. 15 (sept. 24, 
1992), PP. 257-272, aquí p. 261 en el margen. Es el resumen de los 
resultados de un estudio sobre el futuro de la Vida Religiosa realizado en 
Estados Unidos. Los autores dedicaron tres años de trabajo a la empresa, 
contactaron con más de 10.000 hermanos, hermanas y sacerdotes 
religiosos utilizando diversos instrumentos de medida para obtener 
información: talleres, grupos de trabajo, entrevistas, etc. La investigación 
final opera con una muestra aleatoria de 9.999 encuestas, de las que 
recibieron un 77,4% de respuestas (7.736). Muchos de sus resultados son 
claramente extrapolables a otros países occidentales industrializados. En 
adelante me referiré a él como FORUS. Ahora han publicado un libro: 
NYGREN & UKERETIS, The Future of Religious in the United States: 
Transformation and Commitment, De Paul University, Chicago 1994.
6. Puede verse una lista bastante completa en «A Lineamenta Response 
Letter from the National Religious Vocation Conference», escrito por Sister 
Catherine BERTRAND, SSND, executive director, pp. 2-3. 
8. Cf. FORUS, P. 263. La menor proporción de claridad se registra en 
Estados Unidos entre las religiosas. 
9. Lo mismo cabe pronosticar en general de las congregaciones monásticas 
en Estados Unidos, cf. FORUS, P. 270. 
10. Sigo reflexiones y datos de NYGREN Y UKERETTS, FORUS, P. 272. 
14. T. CATALÁ. <<Salgamos a buscarlo» Notas para una teología y una 
espiritualidad desde el Cuarto Mundo (Cuadernos «Aquí y Ahora» 21). Sal 
Terrae. Santander 1992. p 12.
15. Ver FORUS. P 264, además de muchas observaciones agudas de T. 
CATALÁ, op cit.
16. Ver T. CATALÁ, op. cit., p. 15. 
17. FORUS, P. 264. Traducción mía. 
18. FORUS, P. 270. Traducción mía.