5. El fundador.

Nuestro interés en clarificar fecha de fundación y la totalidad de la génesis fundacional arranca de la necesidad de establecer un marco de referencia para definir el segundo de los términos: el fundador.

Los autores, que en numerosas ocasiones desconocen otros datos complementarios, han usado el término "fundador", con una escasa claridad y una polisemia manifiesta. "Fundador" sería aquel de quien parte la voluntad de fundar, aquél que la plasma en algo tangible, quien pide la aceptación por la orden, los primeros miembros de la orden que se hacen presentes en el lugar, quienes impetran la bula papal o la autorización del poder jurisdiccional eclesiástico... De hecho, todos ellos son "fundadores", pero, retomando la definición que de "inceptio" nos hacía Vicaire, hemos de distinguir entre la actuación particular y la oficial, por un lado, y entre las actuaciones externas a la orden, cuando ello nos sea posible, y las internas a la misma. Por tanto, tendríamos al menos dos grupos de "fundadores": fundadores materiales y fundadores espirituales.

El fundador espiritual es el que dota al convento de las propiedades necesarias e indispensables para que se desarrolle una vida religiosa plena, ajena a las preocupaciones materiales, siendo el fundador material el encargado de solucionarlas. Pero, antes de ello, se hace precisa una reflexión.

Puede no existir dotación material del instituto, puesto que, en determinados momentos es el desasosiego, la búsqueda del estado de necesidad continuo, lo que determina los movimientos fundacionales. No se admite dotación material, ya que ello iría contra los preceptos de las reglas y rompería el espíritu que anima a la fundación. La pobreza, la preocupación material, o quizá  la despreocupación material y la esperanza puesta en la "Divina Providencia", son las "propiedades necesarias e indispensables para que se desarrolle una vida religiosa plena". En tales casos el fundador espiritual es el único existente.

Cuando la dotación inicial existe, es suficiente y llevada a cabo por una sola persona, la situación se nos presenta diáfana y todo coincide para definir al fundador. Pero lo habitual es que la "inceptio" suela tener una duración temporal variable y que, en ella, se sucedan las donaciones y dotaciones de bienes materiales a lo largo del proceso, no realizándose la dotación en un sólo acto. Cuando, incluso así, todas las donaciones correspondan a una sola persona, jurídica o física, la claridad seguir  primando a la hora de determinar al fundador. El problema arranca cuando, biológica o económicamente, una persona física se ve imposibilitada para llevar a término el proceso dotacional. Entonces la fundación es realizada por más de una persona.

En otras ocasiones, roto el espíritu de pobreza absoluta que había dado inicio a la fundación, o bien sobre una dotación inicial que, por lo exiguo de la misma o la mala gestión económica, se muestra como insuficiente para mantener a la comunidad, se suceden otras dotaciones, se producen traslaciones, otras actuaciones fundacionales, pero que, evidentemente, modificando sustancialmente el desarrollo del instituto y su vocación, no pueden ser consideradas como realizadas por el fundador, puesto que no son el resultado de una voluntad de fundar, sino de transformar o consolidar lo ya existente. Por tanto, desde el punto de vista material, nos podemos tropezar con donaciones individuales o colectivas, encontrándonos con dos tipos de fundadores materiales: fundadores individuales o fundadores colectivos.

Fundadores individuales.

Es el caso más habitual y el que nos plantea un menor número de complicaciones. No siempre se trata de un sólo acto jurídico dotacional, sino que suelen ser varios pero realizados por la misma persona. Lo que puede ocurrir es que entre el acto de la dotación y la plasmación jurídica del mismo, entre la voluntad y su "conscriptio", exista un periodo de tiempo variable que haga que aquél de quien parte el deseo, sobre todo en las épocas más tempranas, no sea quien plasme documentalmente el mismo. Ello hace que los autores den como fundador a quien confirma la posesión y no a quien entrega la misma, como en las fundaciones fernandinas, confirmadas todas ellas por Alfonso X. Aún en algún caso, con el fin de realizar presión sobre las autoridades, provinciales, generales de la orden, papales, arzobispales... con el fin de conseguir las oportunas licencias, siendo uno sólo el fundador material, este busca el refugio o el apoyo de un colectivo más amplio o de alguna institución que se convierte así, documentalmente, en la fundadora. En todos estos casos los fundadores se nos presentan meridianamente claros.

Fundadores colectivos o múltiples.

La convergencia de diversas actuaciones conducentes a la erección del instituto se produce unida a la imposibilidad, biológica o económica, del impulsor de la fundación para llevarla a termino. Todo ello provoca la existencia de una intrincada red de donaciones que complican el panorama fundacional y, en último termino, nos lleva a ver la fundación como múltiple. Pero las reformas pueden serlo en el tiempo (a lo largo del proceso fundacional) o realizarse de forma coetánea, creándose una especie de comisión gestora de la fundación donde unos aportan recursos y otros influencias o relaciones.

Fundaciones múltiples temporales.

Las podemos considerar las más cercanas a las fundaciones individuales, puesto que no es un grupo de personas el que, desde un principio, desarrollaba actividad fundacional, sino que se trata de imposibilidad, normalmente biológica, para culminar aquello que se había iniciado. Habitualmente, además, el continuador de la gestión fundacional obedece a un deseo del fundador inicial y puede considerarse su heredero, si no en lo material sí, desde luego, en lo espiritual, pudiendo entonces hablar de un linaje o grupo familiar como fundadores, aunque no de fundación simple.

Fundaciones múltiples, coetáneas.

No podemos asignar un único fundador, pues la participación de diversas personas, la mayoría de las veces constituidos en "empresas cooperativas" para realizar la erección, donde unos aportan capital, otros influencias, otros relaciones, otros mercados, otros trabajo..., hace que pierda protagonismo la dotación material (imposible de asignarla a un único individuo) y prime, por encima de ella, la fundación espiritual. Normalmente se trata de un director espiritual que aúna los esfuerzos de diversas personas para llevar a cabo la erección del instituto, partiendo de dicho individuo la voluntad fundacional.

Por ello, la mayoría de dichas fundaciones habría que incluirlas en el segundo de los bloques en los que hemos parcelado el grupo de fundadores: los fundadores espirituales.

Fundaciones Mixtas

Donde convergen las actuaciones individuales fundacionales con las aportaciones múltiples podría incluir algunos casos. Normalmente la dotación inicial es suficiente para la erección del convento, pero a ella se le agregan diversas donaciones que tienden a mejorar la situación inicial de la comunidad, responden a un cambio en la ubicación de la misma, o bien en la orientación primigenia del instituto, que se ve modificada. Un caso claro de todo ello serian las fundaciones procedentes de beaterios can6nicamente establecidos, donde aportaciones posteriores modifican la orientación.

6. Otras órdenes mendicantes

La orden de Nuestra señora de monte Carmelo

Carmelitas, nombre popular que reciben los miembros de la orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Orden religiosa católica fundada como una comunidad de ermitaños de Palestina, en el siglo XII, por el ermitaño francés san Berthold. La regla original, escrita para ellos en 1209 por el patriarca latino de Jerusalén, Alberto de Vercelli, era muy severa: les exigía vivir en pobreza, y en total soledad, absteniéndose de comer carne. Fue aprobada en 1226 por el papa Honorio III.

Después de las cruzadas, el inglés san Simon Stock reorganizó a los carmelitas transformándolos en una orden de frailes mendicantes. Bajo su dirección se cambiaron las reglas para facilitar así un apostolado más activo. Las comunidades se expandieron rápidamente por Chipre, Messina, Marsella y por algunas regiones de Inglaterra, donde fueron conocidos como frailes blancos. Durante el siglo XVI surgieron dos ramas independientes de la orden: los carmelitas calzados, a quienes se les permitía usar zapatos y seguían la regla, menos estricta, de san Simon Stock. Y los carmelitas descalzos, que no usaban zapatos en señal de austeridad y, además, seguían las reformas del místico español san Juan de la Cruz. Esta reforma constituía un esfuerzo por restaurar el espíritu original de la regla de Alberto de Vercelli. Los objetivos principales de la orden eran la contemplación, el trabajo de misiones y la teología.

Dentro de las muchas órdenes de monjas carmelitas, la más conocida es la de las carmelitas descalzas, fundada durante el siglo XVI por esa mística española santa Teresa de Ávila. La vida de una monja carmelita está por entero entregada a la contemplación, que consiste en rezar, cumplir penitencias, trabajos difíciles y silencio. Las monjas viven en régimen de clausura, nunca comen carne, y desde la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (el 14 de septiembre) hasta Pascua, no les está permitido comer queso, huevos ni tomar leche los viernes y tampoco durante la cuaresma, excepto las monjas enfermas. De la orden han surgido los más grandes místicos católicos. Hoy las carmelitas descalzas se han escindido en dos ramas. Ambas apelan al espíritu de santa Teresa de Jesús para vivir la regla de forma diferente en hechos no trascendentales.

La orden de los jerónimos:

Jerónimos, orden religiosa que tiene su origen en un grupo de ermitaños de la región italiana de Siena, llegó a ser en el siglo XVI una de las más importantes de España. A la muerte de Tomás Succio, su fundador, sus integrantes se dispersan.

El camarero mayor de Enrique de Trastámara, rey de Castilla, Pedro Fernández Pecha consigue en 1373 la aprobación de la orden. En 1415 cuenta con 25 monasterios y se unifica la orden, al recibir multitud de donaciones y privilegios regios. Su regla les obliga a permanecer ocho horas en el coro. Los grandes monasterios de la época, como Yuste, el Parral, Guadalupe, el Escorial (en cuya construcción participan con intensidad) o Belén, entre otros, pertenecen a la orden. Sufren grandes dificultades internas en el siglo XVII, que se traslucen en el capítulo conocido como 'el litigioso' de 1640. La orden desaparece en el siglo XIX, pero a mediados del siglo XX, en el Parral (Segovia, España), tiene lugar su renacer.

Las Clarisas

El año 1212, cuando se cumplían tres años desde la aprobación pontificia de la orden de los hermanos menores, Clara de Favarone daba comienzo, junto con las hermanas que el Señor le había dado, a la aventura de la vida según el Evangelio en San Damián de Asís, bajo la guía de Francisco. Así nació la que más tarde, por voluntad del Papa, recibirá el nombre de Orden de Santa Clara; y con razón ya que, aunque ella se tuvo por simple plantita de San Francisco, en realidad dio pruebas de verdadera talla de fundadora, y grande fundadora. Su magisterio presente en la Regla, en el testamento, en sus cartas, no ha perdido actualidad con el pasar de los siglos.

San Damián representaba la versión femenina del ideal franciscano, en su expresión más radical y totalizante; allí tomaba forma aquel impulso paradójico del Poverello a la búsqueda del absoluto, en la contemplación quieta, que él debía hermanar con el otro impulso, no menos acuciante, a recorrer los caminos del mundo para llevar a los hombres el mensaje de la conversión y de la paz.

El ideal de Clara, asimilado en la experiencia fraterna, a partir de la forma de vida recibida de Francisco, era preciso y elemental: seguir a Cristo, con fidelidad esponsal, en pobreza y humildad, en inseguridad diaria, sin rentas ni posesiones, viviendo del trabajo de utilidad común y de la buena voluntad de la gente, recurriendo a la mesa del Señor. El clima de la vida fraterna, sencilla y alegre, en absoluta igualdad, sin distinción de categorías. Clara era una hermana más; no admitía otro honor que el de ser la "sierva" de Cristo y de las hermanas pobres.

La clausura, adoptada desde un principio, era la garantía externa de la misión central de aquella vida, que era la búsqueda de la intimidad divina en el ejercicio asiduo de la contemplación, siendo "colaboradora de Dios y sostén de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable", se lo decía a Santa Inés de Praga en una carta. Nada de evasión cómoda del compromiso temporal; Clara y su fraternidad se sienten ligadas a las vicisitudes de la sociedad mediante la irradiaci6n del misterio de aquel vivir oculto y la eficiencia de la intercesión, de día y de noche.

La orden de Santa Maria de La Merced:

Es una orden fundad en 1218 en Barcelona, para la redención de los cautivos en un pais musulmán. Su fundador fue Pedro Nolasco. Tras haber sido visitado por una aparición de la Virgen, reunió a un grupo de laicos, que recibieron la institución canónica del obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, y la investidura militar de rey Jaime I. Constituyeron una orden militar, cuyos miembros se obligaban por un cuarto voto a la redención de los cautivos. A esta orden se incorporarían más tarde sacerdotes para el ejercicio de sus deberes clericales. Esta orden fue ratificada por Gregorio IX en 1235. Su primer nombre fue orden de Santa Eulalia o de la "limosna de los cautivos": pero el nombre definitivo hasta ahora acaeció en torno al 1249.

Estos primeros mercedarios tomaron parte activa en la conquista de Baleares en el 1229 y la de Valencia en el 1238. El maestro general fue siempre laico hasta 1317 en que fue designado un clérigo, fray Ramón Albert, para dicho encargo. Con él comienza el gobierno de los clérigos y la desaparición paulatina de sus miembros más militares. Asimismo, las nuevas constituciones introducidas por Fray Ramón Albert, inspiradas en las dominicanas, aproximaron la orden mercedaria al tema propósito de análisis de este trabajo; las órdenes mendicantes. En 1725 se consuma el acto y ya podemos tratarlas como mendicantes en si mismas. En su historia constatan documentalmente 344 redenciones y los cautivos rescatados tornan los 80.000. En el S. XVII (1603) se desvincularon los mercedarios descalzos pero estos ya no entran dentro de la temática de nuestro análisis pues habría que encuadrarlos dentro de la Edad Moderna.

Franciscanos Menores

En 1210 adoptan definitivamente el sello peculiar de la orden como 'frailes menores'. El nombre revela la esencia de su inspiración. Corresponde puntualmente a la corriente pauperista, minorita de la época: de los humillados, los pobres de Lyon, los mínimos..., como a la recomendación evangélica: "quién se haga menor entre ustedes ese es el más grande" . "Francisco, ejemplo de humildad quiso que sus hermanos se llamaran menores para que con este nombre tuviesen el criterio que habían venido a la escuela de Cristo humilde" . Fundadores propiamente dichos son Francisco y sus 12 primeros compañeros, que constituyeron una generación heroica, pues todos son santos o beatos, a excepción de uno que apostató como Judas: Juan de Cappella . Su profunda y sincera vocación de imitación y de fidelidad evangélica incluye el reconocimiento del rol dado por Cristo a sus enviados: Papa, obispos, sacerdotes

Los Agustinos

El 16 de diciembre de 1243, el papa Inocencio IV emitió la bula Incumbit nobis invitando a varias comunidades eremíticas de Toscana a que se unieran en una sola orden religiosa con la Regla y forma de vida de san Agustín. En marzo de 1244, los ermitaños tuvieron el capítulo de fundación en Roma bajo la dirección del cardenal Ricardo degli Annibaldi y se llevó a cabo la unión. Así comenzó la historia de la Orden de San Agustín.

El Papa ordenó a los ermitaños toscanos que eligieran un prior general y que formalizaran unas constituciones. Desde entonces empezaron a ser conocidos como Ermitaños de la Orden de San Agustín.

La tradición monástica aceptada por los eremitas en 1244 tiene sus más tempranas raíces inmediatamente después de la conversión de S. Agustín en Milán, cuando él y algunos de sus amigos regresaron a su nativa Tagaste, abandonaron sus posesiones y comenzaron una vida de oración y estudio como "siervos de Dios":

"Tú, Señor, conformas a los hombres mentalmente para vivir en una casa... Juntos estábamos, y juntos, pensando vivir en santa concordia, buscábamos un lugar más a propósito para servirte y juntos regresábamos a África" (Confesiones IX, 8).

Ordenado sacerdote en el 391, Agustín consiguió un huerto en Hipona donde mandó construir un monasterio para su comunidad de hermanos. Más tarde escribió la Regla, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén: "Ante todo, vivid en la casa unánimes, teniendo una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios" (Regla I, 2).

Cuando le consagraron obispo de Hipona eligió residir en su casa episcopal, pero continuando la vida comunitaria con su clero. Más tarde erigieron, dentro de la ciudad, un monasterio para mujeres, constituyendo así tres formas de vida religiosa agustiniana: masculina, que abarca religiosos laicos y clérigos, y la femenina.

El ideal agustiniano se extendió a otras partes de África. Algunos de los hermanos fueron ordenados obispos y llevaron su anterior monacato a otras iglesias locales. En el siglo V había aproximadamente 35 monasterios en África inspirados en la vida agustiniana.

Entre los años 430 y 570 fue introducido este estilo de vida en Europa por los monjes que huían de la persecución de los vándalos. Hacia el 440 Quodvultdeus de Cartago la llevó a Italia, cerca de Nápoles. En el 502 san Fulgencio de Ruspe llegó a Cerdeña. Donato y otros veinte monjes la introdujeron en el sur de España por el 570, y es posible que algunos monjes llegaran a Francia.

La abundancia de antiguos manuscritos de la Regla de san Agustín muestran un constante interés por ella durante la edad Media. No obstante esto, quedó ensombrecida durante más de tres siglos por otras reglas, particularmente la de san Benito. La Regla de san Agustín aparece nuevamente puesta en práctica en el siglo XI en Europa como base para la reforma de monasterios y capítulos catedralicios. Fue adoptada por los canónigos regulares de la abadía de San Víctor de París, los Premonstratenses y los Canónigos de Letrán.

Un ulterior desarrollo se produjo el 9 de abril de 1256 con la bula Licet Ecclesiae catholicae del papa Alejandro IV. El Papa confirmó la unión de los Ermitaños del Beato Juan Bueno (Regla de san Agustín, 1225), los Ermitaños de San Guillermo (Regla de san Benito), los Ermitaños de Brettino (Regla de san Agustín, 1228), los Ermitaños del Monte Favale (Regla de san Benito), y otras congregaciones más pequeñas con los Ermitaños Toscanos, dentro de "una profesión y regular observancia de la Orden de Ermitaños de san Agustín".

La Gran Unión se llevó a cabo en el convento romano de la fundación toscana de Santa María del Popolo, nuevamente bajo la dirección del cardenal Annibaldi, con delegados que vinieron de cada convento. Lanfranco de Septala, anterior superior de los Ermitaños de Juan Bueno, fue el primer prior general de la Orden, que abarcaba 180 casas religiosas en Italia, Austria, Alemania, Suiza, Países Bajos, Francia, España, Portugal, Hungría, Bohemia e Inglaterra. La Unión de 1256 fue un paso importante en la reforma de la vida religiosa de la Iglesia. Por ello el Papa intentó poner fin a la confusión que se originaba por el excesivo número de pequeños grupos religiosos y canalizar sus fuerzas espirituales en un apostolado de predicación y cuidado pastoral en las ciudades de Europa. Los Agustinos ocuparon su lugar como frailes mendicantes junto a los Dominicos, los Franciscanos, y, poco después, los Carmelitas.

El Movimiento mendicante del siglo XIII fue una respuesta revolucionaria a una situación también revolucionaria. La unidad de la Iglesia estaba amenazada otra vez por la herejía. Nuevos retos surgieron por los cambios sociales y económicos en la sociedad. Los frailes fueron enviados directamente a los centros de desarrollo comercial para predicar y llevar la espiritualidad evangélica al pueblo.

De esta manera, la identidad espiritual de la Orden tuvo dos fundamentos. El primero en la persona de san Agustín de quien recibió sus ideas sobre la vida religiosa, especialmente la importancia de la búsqueda interior de Dios y de la vida común. La segunda fue el Movimiento mendicante por el que la Orden de San Agustín llega a ser una fraternidad apostólica.

7. Conclusiones

Aunque José María Miura Andrades cntra toda su tésis en las realaciones de las órdenes mendicantes con el exterior, si establece algunos parametros extrapolables al resto de España y de Europa. Si bien es cierto que en el seno de las mismas la vida se vivía más o menos de acuerdo a una regla que era universal para todos los seres humanos que vivían en convento lo que diferenciaba una comunidad de otra eran sus relaciones con los demás. De todos es conocida la tensiónes existentes en ocasiones con el clero seglar o con algunos concejos.

Mientras que muchos investigadores no terminan de ponerse de acuerdo a la hora de señalar las diferencias esenciales entre las órdenes fundadoras (dominicos y franciscanos) y las órdenes menores (recordar que de los primitivos franciscanos surgen otras dos) o secundarias; es bien cierto que tanto unas como otras desempeñaron más o menos el mismo tipo de labores. Sin embargo resulta desconcertante ver cómo cada autor las trata de una manera u otra.

En este trabajo he intentado sintetizar las características comunes ha todas ellas intentando darles un valor más o menos universal. Es por ello que quizá algunas características hayan quedado un poco cojas de definición histórica. La posibilidad arrastrarlas de este contexto y ajustarlas a un determinado espacio geográfico sería el siguiente objetivo de este trabajo. Sería, quizá, un paso más para mejorar estas letras, este trabajo que aspira a ser un tímido acercamiento a la posibilidad del que hacer mendicante.

Para mí, estas personas en muchos sentidos fueron revolucionarios en su tiempo. Fueron revolucionarios en la medida que se puede ser revolucionario dentro del seno de la Iglesia católica de la baja Edad Media. Pienso que el modo de vida que proponían chocaba con cierta fuerza con la estructura monástica predominante, frente al recogimiento de estos surgen los mendicantes con fuerte deseos; primero de acabar con los movimientos heréticos desde el pensamiento y en segundo lugar con el deseo de transformar y de mejorar el mundo donde vivía. Es por esto por lo que las órdenes mendicantes son importantes. Es por esto por lo que merece la pena estudiarlas y, es por ello por lo que la historia sigue demostrando que es absolutamente imprescindible para esta sociedad contemporánea.

8. Bibliografía Consultada

"Nueva Enciclopedia Larousse" 1985. Madrid.
He empleado este libro al principio porque quería establecer una definición lo más precisa y breve posible sobre las órdenes mendicantes, con el propósito de centrar una mínima base sobre la que construir el resto del trabajo.
Margarita Cantera Montenegro "Las órdenes religiosas en la Iglesia Medieval S.XIII – XIV" Arco Libros. 1998. Madrid.
Este es un caso de libro que nos ofrece una buena visión general sobre las órdenes religiosas pero que al mismo tiempo adolece de análisis pormenorizados acerca de las órdenes mendicantes y su difusión europea.
Miguel A. Ladero Quesada "Historia Universal de la Edad Media" Volumen II. Madrid.
Me pareció oportuno elegir uno de las manuales de historia medieval más prestigiosos para ir centrando el tema en cuestiones generales y desde el punto de vista meramente medievalista.
"La pobreza en la España Medieval". Carmen López Alonso. Ministerio de trabajo y seguridad Social. Madrid. 1986.
Este ha sido uno de los libros claves para acercarme al pensamiento y a la cultura mendicante.
"Frailes Monjas y Conventos. Las órdenes mendicantes y la sociedad sevillana bajomedieval". José Miura Andrades. Diputación de Sevilla.1998.
Sin duda, el libro de referencia que he encontrado a la hora de realizar este trabajo sobre todo en relación a los capítulos que hacen referencia a los fundadores o a la diferencia entre monasterio y convento.
"Espiritualidad Medieval: los mendicantes". José María Moliner. Editorial: Monte Carmelo. Burgos: 1974.
Este es otro libro de referencia para conocer la creación y funcionamiento de las órdenes religiosas. Quizá tiene el inconveniente de centrarse en los acontecimientos meramente políticos y apostolares. "Carmelitas", "Jerónimo",
Enciclopedia Microsoft® Encarta® 98 © 1993-1997 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.Fue muy útil para el conocimiento escueto y breve sobre sentido de las órdenes menores.

En último lugar he consultado profundamente la información sobre órdenes mendicantes que existe en la red. He de concluir que apenas hallé nada de rigor relacionado con órdenes mendicantes. Si bien es cierto que cada congregación tiene su propia página web. Pienso que Internet aunque llegará a ser una herramienta muy útil hoy por hoy adolece de falta de rigor y de confusión generalizada.

 

Trabajo enviado por:
Miguel Lobera Molina
miguelobera@hotmail.com