LA NOCHE DE LOS JÓVENES
¿Moda o rebeldía?


Julián C. RÍOS MARTÍN
Profesor de Derecho Penal
en la Universidad Pontificia Comillas
Madrid


A partir de los ochenta, la juventud comienza a ser mitificada. La 
obsesión por lo juvenil genera en nuestra sociedad una doble 
preocupación. Por un lado, entre el mundo adulto se propaga la 
necesidad de exteriorizar una estética juvenil como garantía de cierto 
reconocimiento social. Por otro, muchas organizaciones e instituciones 
ponen a los jóvenes como eje central de su preocupación, pasando a 
ser un punto de referencia inagotable del discurso público, 
institucional, de los medios de comunicación. Y, naturalmente, de la 
publicidad. 
Frente a esta situación, el sector joven vive una noche oscura. Se 
ha utilizado su estética y su imagen. A pesar de su mitificación, los 
jóvenes quedan al margen de determinados espacios sociales y 
culturales imprescindibles para el crecimiento personal y el necesario 
desarrollo de su personalidad. 
La ciudad duerme durante la noche, y aquello que la luz del día 
esconde comienza a despertar. El joven se libera de los elementos 
restrictivos del día. La noche es su espacio; sus padres están 
ausentes. No hay horarios ni censura. La noche es a la vez divertida, 
porque en ella se descubren cosas desde la autonomía. También es 
di-vertida, porque aparecen dos personalidades: por un lado, lo 
fantástico de lo autónomo y, por otro, la inmadurez y la inseguridad. 
* * * * *
La noche se convierte para los jóvenes en lugar de denuncia y 
rebeldía. Se erige en un espacio de identidad donde los muchachos 
pueden protestar frente a un mundo adulto que les impide y dificulta el 
paso con la colocación de incómodos obstáculos. 
El paro, la eventualidad de los contratos, las pésimas condiciones 
laborales—horarios, retribuciones—, la escasa cualificación de tantos 
jóvenes que no culminaron alguna enseñanza de formación 
profesional... son motivos suficientes para dificultar la inserción de la 
juventud en el mundo laboral y, por ende, en el mundo adulto. 
Jóvenes abocados, desde la finalización de sus estudios primarios, a 
trabajar, a cambio de un sueldo mísero, en negocios donde el 
empresario se aprovecha de la enorme demanda de mano de obra. 
Basta citar, como ejemplo, a las empresas de trabajo temporal. Son 
muchos los jóvenes que peregrinan hoy de trabajo en trabajo, con 
contratos que duran días, míseros sueldos que deben ser repartidos 
con las empresas intermediarias... Legalización de la esclavitud. 
Otros jóvenes, los que han tenido la oportunidad de finalizar alguna 
carrera universitaria, se ven abocados, salvo alguna excepción, a 
venderse laboralmente a empresas explotadoras donde está 
asegurada la formación en la competitividad y el individualismo más 
atroz. Jornadas de más de doce horas, en que la dinámica propia de 
funcionamiento empresarial deshumaniza completamente.

* * * * *

La noche es para los jóvenes el espacio de libertad y de autonomía 
respecto del mundo adulto. La dependencia de la familia de origen y 
el retraso en constituir la suya propia provocan que aquellos no 
puedan tener su propio espacio vital. La pelea por mantener horarios 
de vuelta a casa ha sido un combate perenne entre padres e hijos. 
Los adultos han tenido que ceder ante la imposibilidad de facilitarles 
espacios de intimidad durante el día. Ante esta situación, los jóvenes 
se ven compelidos a vivir la intimidad durante la noche, ajenos al 
mundo adulto, en espacios públicos distintos del familiar. La noche ha 
quedado a pleno dominio de los jóvenes, especialmente los fines de 
semana. De ahí que ir de «finde» sea equivalente a desaparecer la 
noche del viernes para volver a aparecer la noche del domingo. Este 
culto compulsivo a los espacios noctámbulos se ve acompañado de 
luz y de sustancias que ayudan a resistir durante toda la noche con 
músicas de secuencias rítmicas obsesivas, constantes, de evasión. 
Músicas en las que se sumergen y que, paradójicamente, evitan una 
comunicación más profunda. Así nos encontramos con que los 
«señores de la noche» viven en manada, pero al mismo tiempo en 
profunda soledad. Nunca como en estos momentos es necesaria la 
presencia del mundo adulto como referente en estos espacios 
juveniles. De ahí que en algunos paises hayan cobrado importancia 
los educadores de noche, especialmente en aquellos círculos de 
muchachos más machacados y marginalizados. 
La noche es el espacio que oculta la debilidad del joven, la 
inseguridad que en el fondo de sí tiene cada uno. La noche esconde 
el miedo que se genera ante la fuerza devastadora del tiempo. La casi 
totalidad de la cultura se encarga de obsesionar con un mensaje: «El 
tiempo es cruel y pasa rápido; ¡atención!, ésta es la mejor etapa de tu 
vida; no la mejor, la única etapa buena de la vida, que huye rápida 
como la arena que se escurre entre los dedos». Esta presión crea 
sobre la mentalidad adolescente ansiedades frente a preguntas que 
les surgen a diario: ¿qué pasa si no lo estoy pasando tan bien?; ¿y 
qué tipo de persona soy si estoy preocupado por determinados 
problemas de mi casa, mi familia, mi ambiente?; ¿y si un problema de 
amores—con 15 años los hay a diario—me tiene ausente y decaído?; 
¿es que estoy como dejándome morir?; ¿es qué no existe felicidad, 
eso de...?; ¿es que...? 

* * * * *

La noche es la expresión de la moda. Alrededor de la mitología 
juvenil se han construido infinidad de productos, servicios y formas de 
vida. Es indescriptible el sentimiento de ansiedad, vergüenza o 
frustración con que han vivido quienes no encajan o se alejan de lo 
que en cada momento se vive como lo más típicamente juvenil. La 
agresión flagrante que este «hoy» comete contra cualquier criatura 
poco agraciada, gordita, bajita, se convierte en una de las peleas 
callejeras nocturnas de la que los más jóvenes salen crónicamente 
amoratados. La moda es la respuesta que se desea como salida entre 
las apatías y las sensaciones vacías e infelices. La novedad se hace 
moda, y ésta se convierte en instante. El culto a la imagen externa, la 
belleza exterior como carta de presentación social y laboral, son 
estilos de vida impuestos por nuestra sociedad juvenil, cuya expresión 
más dramática son los cuerpos y mentes enfermas por la anorexia y la 
bulimia. 
La noche es el espacio de la violencia invisible a los adultos. Pasa 
desapercibida porque acontece en estos espacios nocturnos. 
Violencia gratuita motivada por elementos configuradores de 
identidad. Ésta se pone en signos estéticos, ideologías muy 
descafeinadas y «atrezzos» sin muchas consignas preestablecidas. 
Punkis, mods, rockers, raperos, bakalas, tranchopers... ya apenas se 
diferencian más que en el vestuario. No deja de ser expresivo que el 
signo más grande lo lleven en los pies. Así, la marca de zapatillas es 
determinante incluso en el patio de una cárcel para marcar el status. 
La identidad se lleva, en muchos casos, en los pies. 
La noche es el espacio de huida de un mundo alienante, en el que 
la falta de proyectos personales y sociales ilusionantes, así como la 
aparente ausencia de causas justas por las que trabajar, generan una 
frustraron casi perenne. Se hace así necesaria la búsqueda de 
refugios mas o menos ficticios. Surge la cultura del «divertimiento». 
Los jóvenes se encuentran con la noche buscando en ella espacios 
propios de luz, apagados por las drogas y las formas más compulsivas 
de diversión (el «éxtasis» es necesidad compulsiva de divertirse). 
En los años sesenta, las drogas que se consumían ampliaban el 
campo de la conciencia -hachís y LSD-. En los setenta y ochenta eran 
expresión del individualismo rompedor de los vínculos de grupo —la 
heroina—. Las drogas de los noventa son las de síntesis. Su consumo 
es buscado exclusivamente para la diversión compulsiva. Rompen con 
el mundo interior, y esa ausencia se traduce en la incapacidad de 
estar con uno mismo durante el día, y en la imposibilidad de 
reflexionar por la noche. ¿A quién interesa perpetuar el negocio de la 
noche?

* * * * *

La noche es la máscara que tapa el miedo al futuro como algo 
decolorado, roñoso. Existen jóvenes que no tienen ni siquiera día. 
Para ellos todo es penumbra. Jóvenes sin presente, porque no 
tuvieron pasado. Rostros que gritan vidas rotas, destruidas desde la 
infancia. Niños explotados, maltratados por sus padres o por la 
ausencia de éstos. Recogidos por los abuelos, que cubren 
generalmente la ausencia paterna. Institucionalizados por la 
administración encargada de su proteccion... 
Jóvenes que han sufrido un grave fracaso escolar. Movidos por la 
Iejanía cultural y material de una escuela en la que no caben sus 
problemas vitales, optan por tomar la calle por escuela, y el 
comportamiento rebelde y delictivo de sus mayores como modelo a 
seguir. Jovenes que habitan principalmente en los barrios obreros, 
donde la escasez de alternativas sociales y de equipamientos es una 
realidad. Espacios urbanos en los que la exclusión social y la droga se 
convierten en un binomio letal. Las muertes de jóvenes causadas por 
sobredosis de droga o su adulteración son muy frecuentes. Esta 
injusta situación social ha sido provocada por la negación práctica del 
derecho a acceder a la cultura, a la formación, a la educación, a la 
vivienda, al trabajo; en último término, negación de la igualdad de 
oportumdades. Responsabilidades estrictamente políticas.

* * * * *

Jóvenes que viven y han vivido entre la calle, la droga, las 
comisarías, los juzgados y las cárceles. Muchos son los que ven 
pasar esos años de crecimiento y libertad entre los 
despersonalizadores muros de hormigón y las torturadoras rejas de 
hierro. Incomprendidos en sus actos por los ciudadanos «honrados». 
Machacados por una opinión pública cada vez más vengativa. 
Ignorados y humillados por algunos funcionarios de prisiones. 
Lanzados, en algunos casos, al más horrendo y destructor de las 
castigos: el aislamiento. Noches y más noches, encerrados veintidós 
horas entre cuatro paredes. Jóvenes que buscan espacios donde dar 
vida a la imaginación en la más absoluta irrealidad, que acaba 
aniquilando su cerebro, destruyendo la esperanza, desfigurando la 
autoimagen, acortando la vista y anulando el oído y el olfato. Espacios 
de encierro donde el poder controla absolutamente cada paso, cada 
movimiento, cada palabra. Lugares donde la enfermedad mortal está 
presente a cada momento. 
Ésta es la auténtica noche de muchos jóvenes. Noches que se 
hacen eternas porque posiblemente no verán el día hasta encontrar 
la muerte. Son muchos los muchachos y muchachas aniquilados por 
la oscuridad de la droga y de los barrotes penitenciarios. El relato de 
la historia de Antonio es uno más: 

«Antonio nació hace veinticuatro años en Madrid, en el seno de una 
familia de clase media-baja. Residía en la barriada de Vallecas. Su 
infancia no debió de ser feliz. Vivió en un hogar poco acogedor y lleno 
de tensiones, por los frecuentes altercados entre los padres. El padre, 
albañil de profesión, autoritario y bebedor habitual de alcohol, 
maltrataba a menudo a la mujer y a los hijos, de los que, por otra 
parte, apenas se ocupaba. Antonio recuerda que a los nueve años 
tuvo que saltar de un segundo piso para salvarse de una paliza del 
padre. Por tanto, su imagen paterna no pudo servirle como modelo de 
identificación positiva ni como punto de referencia para un adecuado 
proceso de socialización. El padre acabó por abandonar a la familia. 
Pese a que la madre trabajaba y estaba frecuentemente ausente 
del hogar, Antonio siempre estuvo muy vinculado a ella, una mujer 
paciente, afectuosa, generosa y complaciente con los hijos. Su 
escolarización comenzó pronto y llegó hasta octavo de EGB. Pero se 
adaptó mal a la escuela, estudiaba poco, era muy travieso, peleaba 
con los demás niños y faltaba mucho a clase. Pasaba muchas horas 
en la calle, mostrando curiosidad por los ambientes marginales, en los 
que la gente se drogaba y delinquía. Y así, a los once años, se inicia 
en el consumo de hachís, aunque hasta los dieciséis no consumió 
heroína; tomó luego cocaína y cuantas drogas encontraba, aunque su 
grado de adicción nunca sería muy intenso. Para pagarse las 
sustancias que consumía, ya de muy joven cometía pequeños delitos 
que, inicialmente, la madre tapaba como podía. 
A los catorce años comenzó a estudiar en la 'Ciudad de los 
Muchachos' de Leganés, donde nunca llegaría a integrarse 
plenamente, debido a su carácter retraído, a sus dificultades en sus 
relaciones con los demás y a sus actitudes rebeldes, por lo que 
finalmente fue internado en el Colegio del Sagrado Corazón, 
dependiente del Tribunal Tutelar de Menores. Luego, ya no volvió a 
vivir de un modo estable en casa y comenzó una vida independiente. 
Desde aquel momento, inició una carrera delictiva progresivamente 
creciente. A los diecisiete años fue detenido por la policía y enviado a 
prisión por primera vez. Desde entonces entró once veces en la 
cárcel, con pequeños y esporádicos períodos de libertad. 
La primera prisión que conoció fue la de Daroca (Zaragoza), 
considerada como sumamente dura. Allí permaneció prácticamente 
seis meses en régimen de aislamiento. Fue una experiencia horrenda, 
de la que él no quiere hablar, como les ocurre a todos los que han 
vivido experiencias similares, en campos de concentración, en campos 
de prisioneros, etc. No hablaba con casi nadie y pasaba todo el 
tiempo encerrado en su celda, a excepción de una hora diaria en que 
podía pasear. Una celda pintada uniformemente de verde, sin más 
mobiliario que el camastro y el baño y sin más compañía que la de un 
pequeño transistor que muchas veces se veía obligado a apagar 
porque le aturdía demasiado. Pasaba las horas adormilado, sin 
pensar en nada, sin imaginar nada y sin soñar siquiera. Vivía 
vegetativamente, tal vez como defensa contra la psicosis, contra la 
locura a la que temía llegar. Desde hace tiempo se sabe lo destructivo 
que para cualquier persona resulta el aislamiento prolongado. Al 
principio, el sufrimiento aumenta hasta un máximo, a partir del cual 
decrece drásticamente, para caer en un estado de indiferencia, 
apatía, embotamiento afectivo, torpeza intelectual, autismo casi 
psicótico. El efecto puede ser muy destructor para el psiquismo 
humano. El sistema de referencias que el sujeto había desarrollado 
con los demás y en el mundo exterior se resquebraja por completo. 
Los contornos se diluyen, el espacio desaparece, se pierde el sentido 
del tiempo, se anula la voluntad y disminuye el sentimiento de la 
propia identidad. Es como para volverse loco. Las consecuencias de 
una privación corporal, las alteraciones cardíacas... y además, tras la 
salida, la hipersensibilidad e hiperreactividad ante cualquier estímulo. 
Para evitar esas consecuencias, Antonio tuvo que agarrotar su 
cuerpo y contenerse cuanto pudo. Cuando salió de la cárcel, estaba 
rígido, iba con la cabeza gacha, sin mirar a nadie, sin querer hablar. 
Muchos de los que han vivido experiencias de este tipo comienzan a 
dormir mucho, como queriendo olvidarlo todo y no pensar en nada; 
pero progresivamente se van sintiendo incapacitados para descansar, 
relajarse y dormir plácidamente. Se ponen muy nerviosos por 
cualquier cosa, no perciben bien los estímulos externos y no pueden 
concentrar su mente en nada. Se sienten lentos para pensar y 
coordinar ideas, desmotivados, faltos de mecanismos de protección y 
autocontrol, con molestias físicas diversas. No pueden trabajar mucho 
tiempo, están despersonalizados y se sienten incapaces de 
relacionarse satisfactoriamente con los demás. Son como hombres 
despojados, carentes de sentido y de valor. Con una libertad que 
viven como un nuevo encierro, donde el tiempo se ha detenido, la 
vida se ha congelado y los caminos no conducen a ninguna parte. 
Atrapados en una vida que no es vida, y sin fuerzas para cambiarla, la 
angustia, las fobias y, concretamente, la claustrofobia pueden 
hacerse dominantes y crónicas». 

Jóvenes que se enfrentan a la noche más dura cuando el amanecer 
más certero es la muerte. Mi amigo Rafa, en uno de sus ingresos, 
escribió: 

«Es bastante doloroso para mi que, ahora que no debo nada a la 
justicia, que no estoy atado a ninguna sustancia para vivir, ahora que 
he llegado a conocerme y valorarme como persona, ahora que he 
empezado a valorar las cosas pequeñas que hay en la vida, que he 
comenzado a vivir y a disfrutar de todas ellas, que he recobrado la 
confianza con mis hermanos y puedo disfrutar de ellos como nunca 
había hecho, me encuentre enfermo. 
Ahora que he encontrado a personas que realmente me quieren 
por lo que soy y lo que he sido, y no por un interés o por una simple 
papelina, como pasaba antes; ahora que me gustada mostrar al 
mundo lo que soy como persona, mis valores y mis defectos, mis 
sentimientos, mis ideas, mis inquietudes, para que muchos que me 
han etiquetado como un simple drogadicto se den cuenta de que 
nada tiene que ver mi vida de hoy con la anterior, y que realmente no 
soy un simple delincuente de barrio... 
Me gustaría que mi propia experiencia sirviera de referencia para 
que mucha gente se diera cuenta de lo que he pasado, y poder evitar 
que sufran y pasen por lo mismo que yo. Después de desear todo 
esto, miro al frente y me doy cuenta de la multitud de limitaciones que 
se me presentan por culpa de mi enfermedad. Muchos, para 
animarme, me dicen que trate de olvidar. Realmente me gustaría 
hacerlo, pero no me resulta nada fácil apartar a un lado y olvidarme 
tan rápido de toda una realidad que tengo que aceptar y asumir lo 
mejor posible. 
Es incalculable la tremenda impotencia y rabia que siento de no 
poder hacer muchas cosas. La solución del final de mi enfermedad no 
la tengo en mis manos, pues lo único que puedo hacer es seguir 
luchando con ganas de vivir. Aunque, por el momento se me hace 
muy cuesta arriba y tengo que darme un empujón para seguir en la 
batalla personal que tengo contra el VIH, este 'bichlto' que no para de 
molestarme y al que espero ganar algún día. Algo dentro de mí me 
hace estar contento y optimista, gracias a todas las personas que 
están ahí para apoyarme y tenderme su mano, grupos de gente que, 
sin esperar nada a cambio, están a mi lado incondicionalmente. Todos 
ellos han dedicado mucho de su tiempo para mi. Parece raro que en 
este mundo queden personas así, pero existen. Desde estas páginas 
quisiera mostrarles mi más sincero agradecimiento: Carmen, Julián, 
Josito, Yolanda, Jesus Valverde, etc., y desearles toda la fuerza del 
mundo para que sigan con tan humana labor. Personas como yo los 
necesitamos para llegar a no sentirnos a un lado del camino. 
—Terminando de escribir estas líneas, vuelve a sonar el teléfono 
como otras veces. Es la enfermera del hospital, tengo que volver a 
ingresar. Ya son cuatro las veces que mi hígado no para de 
molestarme. Al segundo día de estar en el hospital, mi compañero de 
habitación ha muerto, era algo que no podía tardar mucho. Estaba en 
fase terminal. De esta manera dejó de sufrir y de hacer sufrir a los 
demás. Nunca había visto morir a una persona tan cerca de mí por el 
mismo problema que tengo yo. Me impresionó bastante, pero, por otro 
lado, ello me ayuda a coger fuerza y a pensar que yo sigo aquí y que 
tengo que seguir luchando para evitar el final del camino...» 

La noche también es el resto de día en forma de margen, lo que 
sobra, lo que escupe. Cuando uno es el dueño de la noche, no lo ve 
pero cuando uno tiene que analizar y descubrir la noche, empieza a 
encontrar otra perspectiva. Muchos jóvenes se presentan ciegos en la 
noche, y no ven nada, sólo entretenimiento. Pero la noche es también 
el lugar del placer clandestino para los adultos. Muchachas y 
muchachos sirven de desfogue sexual a personas adultas. Pasear por 
determinados lugares es observar una calle adornada por una hilera 
de chicas esperando ser alquiladas como si de muñecas se tratase. 
Debe de ser terrible alquilar un cuerpo a cambio de dinero para sentir 
placer O diversión. Intuyo que, cuando eso se hace, se pierde la 
dignidad que se cree tener, porque dosificar a las personas a cambio 
de dinero es privar de ese reducto intocable, e irremediablemente su 
pérdida arrastra la dignidad del arrendatario. Provocativas y 
ensoñadoras, maquillan su dolor y el desprecio del que son objeto. 
Indiferencia y arrogancia, inservibles como personas, se ven 
abocadas a que algún juerguista caprichoso las elija. La calle; 
oscuridad y soledad; tristeza, rostros destrozados en alquiler. Cuerpos 
desvanecidos en espera de la sustancia mortal—heroína—. ¿Suerte o 
desgracia? No lo saben. Sólo quieren que un coche, algún coche, se 
detenga ante ellas. Quién vaya dentro, es lo de menos; sólo dinero, 
sólo heroína. 

* * * * *

Ante toda esta oscura situación reseñada, pensamos que hay que 
pasar de la noche al día. Muchos jóvenes lo están consiguiendo. 
Grupos de muchachos que han decidido hacer frente a su pasado de 
droga y marginación. Rostros concretos han sobrevivido a la cárcel y 
han optado, tras un trabajo personal adecuado, por vivir sin adicción 
a ningún tipo de sustancia. Han recuperado su dignidad con tremendo 
esfuerzo. Muchos de ellos también han muerto, pero lo han hecho tras 
unos meses o años en los que han vivido dignamente. 
Otros jóvenes han sido capaces de unir sus conciencias y 
desarrollar una nueva sensibilidad más solidaria que ha sido educada 
por acciones transformadoras causadas por el encuentro con los 
perjudicados por nuestro modelo de vida. Jóvenes que han iniciado 
una presencia transformadora a través del desarrollo de las redes de 
apoyo, asociaciones, grupos o colectivos con un denominador común 
de conciencia, basado en que una sociedad más justa sólo puede 
surgir a través del ejercicio práctico de la solidaridad. Grupos de 
muchachos que se han opuesto al ejército y a la política militarista de 
nuestra sociedad, asumiendo penas de prisión por dar libertad a su 
conciencia; el mes pasado moría uno por desasistencia médica en la 
cárcel de Zaragoza. 
Jóvenes que han decidido compartir la vida con los más 
desfavorecidos por el sistema social, dedicando todo o parte de su 
tiempo a esta causa. La presencia de ONGS en nuestra sociedad es 
ya una realidad positiva, aunque puede encerrar diversos engaños. 
Puede ocurrir que estos grupos carezcan de una crítica estructural 
destinada a corregir los desequilibrios implícitos en el sistema social. 
Este silencio reivindicativo es un fenómeno habitual, controlado por la 
politica de subvenciones estatales. Estaríamos ante una sombra de 
voluntariado colaboracionista que tapa agujeros. Sin disidencia no 
puede existir participación ética en la transformación social. Por otro 
lado, la participación en estas organizaciones puede llegar a ser para 
muchas personas un mero lavado de conciencia de quien ha tenido 
suerte en la vida y quiere justificarse dedicando una parte de su 
tiempo a una solidaridad puntual. Para éstos no existe una 
continuidad en la acción; todo es cuestión de un tiempo, para 
desaparecer poco después. Tampoco esta participación en la 
transformación de la realidad conlleva a veces el cambio en la 
concienciación de la vida cotidiana. Se escudan en la falta de tiempo y 
en la necesidad de vivir y disfrutar, para no ceder a la solidaridad más 
que una parte de sí. 
«Claroscura» es aquella realidad en la que hay luces y sombras y 
donde, a pesar de los nubarrones, sigue siendo posible apostar por 
vergeles de luz. En este espacio seguimos afirmando que la 
esperanza es posible, como decía Juan: «Presiento que, tras la 
noche, vendrá la aurora más larga». 

Julián RÍOS MARTÍN
SAL TERRAE 1997/12. Págs. 877-886