ESCOGER «LA» VIDA

por Javier GARCIA FORCADA
Psicólogo. Zaragoza

Nacemos como puro adjetivo de otra vida: «Estoy embarazada». 
Alguien escogió que viviéramos, que tuviéramos nuestra propia 
vida, que fuéramos nosotros mismos. Algo que parece tan simple ha 
sido siempre la gran cuestión de toda vida -«ser o no ser»-, escoger 
vivir o dejarse morir, ya que otros viven por nosotros.
La verdad es que el título, no mío, de este artículo es tan 
sugerente que invita a filosofar con él, a intentar una serie de 
afirmaciones que, en forma de tesis, puedan ir concretándolo al 
modo de mantras que emergen desde el hara. Mantras pequeños, 
parciales, pues lo primero que tuve que aceptar es que el atrayente 
título no empalmaba vitalmente con ninguna frase global, con 
ninguna rotundidad explicativa y comprehensiva. Había que 
acercarse a él por tanteos, por aproximaciones, sin sandalias, como 
un Moisés ante la zarza misteriosa que no se consume.
Tal vez así, y puesto que a cada uno le acompañan sus mantras, 
pueda cada uno hacer su artículo desde su propia psicología, ésa 
que escogió o que padece, o, posiblemente, ambas cosas a la vez.

1. Escoger la vida es escoger el «presente»
PRESENTE/EVASION: La vida es algo abstracto, un concepto. 
En cambio, siempre es radicalmente concreta: tal persona, animal, 
cosa, hora... y, sobre todo, sólo puede ser vivida en el presente, en 
«el aquí y el ahora» dinámicos.
Andamos muy a menudo escapándonos del presente, de nuestro 
presente, sin darnos cuenta de que no tenemos otro y de que es 
donde únicamente estamos vivos. Andamos huyendo de nuestra 
realidad, añorando lo pasado o proyectando el futuro. Por eso «el 
hombre moderno vive en un estado de vitalidad mediocre.... sabe 
poco acerca de qué es vivir en forma verdaderamente creativa..., se 
ha convertido en un autómata angustiado.... cara de póquer, 
aburrido, distraído o irritado (¡qué gran escuela de psicología es 
observar las caras en el metro o en cualquier otro medio de 
transporte público!).... hábil para hablar de sus males y malo para 
encararlos.... ha sustituido el proceso de vivir por explicaciones 
psiquiátricas o pseudopsiquiátricas..., pasa largas horas tratando de 
recobrar el pasado o moldeando el futuro..., sus actividades del 
momento presente no son más que tareas que hay que cumplir..., a 
veces ni siquiera se da cuenta de sus acciones en el momento» 
(Fritz Perls).
Es verdad que nuestro presente, social y personal, se nos hace 
difícil y muchas veces incomprensible. En nuestro tiempo, cada 20 
años son como un siglo de antes en conocimientos, técnicas, 
recursos. Las cifras -tan empachados estamos de estadísticas- ya 
no nos dicen nada, pero nuestra psicología padece esta 
aceleración desbordante. En los últimos 50 años se ha producido 
una revolución tecnológica que parece no ha hecho más que 
comenzar. Nuestra capacidad de disfrutar la vida, sin embargo, no 
ha ido a la misma velocidad. Se nos escapa del momento presente. 
Suerte que desde el Oriente y desde las psicologías humanistas se 
nos ayuda a recuperarlo y, con él, a recuperar nuestra vida.
Hoy, cada vez más, la terapia para lograr esta recuperación es 
vivencias, experiencias. No contar -hablar y hablar- los traumas y 
problemas en las remotas áreas del pasado, los recuerdos, sino 
«revivirlos». Se trata de situaciones inconclusas en el presente. Hay 
que elaborarlos en el sanador aquí y ahora. Por eso, las preguntas 
sobre el porqué, que producen respuestas racionalizadoras, 
excusas o defensas, y la ilusión de que un suceso puede ser 
explicado por.una causa única, son sustituidas por preguntas sobre 
el «cómo», que indagan en la estructura y vivencia de un suceso. Al 
sentir éste en el presente, puede ser aclarado y respondido.
El pasado está ya pasado; sólo el presente está abierto, vivo, si 
no está despierto en él.
«¿Pregunta un bebé antes de aprender a andar por qué está allí? 
¿Pregunta de dónde viene antes de aprender a hablar? ¿Pregunta un 
lactante por qué ha nacido antes de empezar a comer?... Muchos huyen 
de la realidad presente diciendo: 'si pudiera saber de dónde vengo, 
entonces sí podría'; es una huida... La mayoría de las personas son como 
niños pequeños, no se preguntan ni de dónde vienen ni a dónde van; sólo 
se preocupan de andar, de comer, de vivir experiencias. Algunos 
individuos llegan al umbral del pensamiento y comienzan a plantearse 
problemas. Algunos encuentran la religión, otros a maestros que les dan 
respuestas... No puedes vivir en el pasado, ni en el futuro, sino en el 
presente. Utiliza cada momento. Utiliza lo que está ahí. La mayor parte de 
las personas no ven nunca eso. Pasan la vida buscando siempre algo 
diferente, atraviesan la existencia persuadidos de que su objetivo está 
mucho más lejos, cuando a su alrededor se encuentra todo lo que 
necesitan para alcanzar su meta... Los sabios, los que saben cómo 
ayudar a las personas a verse a sí mismas, no se dejan implicar por lo 
que ha sido. No les preocupa más que el momento presente. Pueden ver 
el porvenir y el pasado, pero no se dejan llevar ni por el uno ni por el otro» 
(Fu Chang).

Una gran línea del crecimiento psicológico, insustituible, es el 
«darse cuenta»: abrir el campo de conciencia del ahora, del 
presente.

2. Escoger la vida es escoger «ser uno mismo»
Intentar ser la persona concreta que somos, única y al mismo 
tiempo igual a los demás, es la aventura de la vida.
Elegir la propia vida es vivir con uno mismo, no con la imagen, ni 
menos con el rol social que desempeñamos, sino con la propia 
realidad. Sentirse un hombre, una mujer, igual en lo profundo a los 
demás.
Siempre funcionamos con imágenes, con percepciones y 
representaciones de la realidad. Sin querer entrar en polémicas de 
escuelas psicológicas sobre la fantasía, la imagen, la realidad, sí 
podemos trazar contraposiciones, llevándolas a los extremos para 
encontrar más claridad. Ciertamente hay personas que dejan de ser 
ellas mismas porque viven o, mejor, son vividas por su imagen, 
personalmente gratificante y socialmente captativa, que termina 
comiéndoselos. Nos educaron, al menos en un cierto tipo de 
educación, para ser «imágenes» lo más perfectas posible de 
alguien o de algo. La perfección, el fin, era tan importante que casi 
todo valía. (No sé muy bien por qué estoy empleando el pretérito; 
posiblemente, porque pienso en mi generación. Desgraciadamente, 
la descripción valdría también, con sus matices propios, para el 
presente ...). Incluso el que fueran quedando en el olvido las 
necesidades más fundamentales y humanas. ¡Cuántas crisis 
actuales de autoestima; de imposibilidad de expresar lo más 
humano, los sentimientos; de recomerse la sana agresividad y 
confrontación, sin la cual morimos indefensos y ateridos, 
despedazados por los lobos interiores y exteriores... ! .
Experimentar que somos como los demás, de carne y hueso, de 
sexo y afecto, de muerte y vida.
¡Cuántas fáciles y dóciles construcciones psicológicas basadas 
en las normas lógicas heredadas, en la moral sin posibles 
excepciones, en los roles, papeles sociales sentidos como 
necesarios para mantener la eficacia y el engranaje estereotipado 
de las Instituciones.... y cuántas lentas, dolorosas, reconstrucciones 
para volver a sentir lo más natural, como es el corazón humano, la 
necesidad de reconocimiento y la experiencia de la simple e 
importante utilidad! Ser uno mismo es intentar ser libre, y la libertad 
es una conquista hecha de opciones, a veces dolorosas y 
excluyentes. La mayoría de nosotros, los de edades medias, 
recordaremos aquella preciosa cita de Garaudy que, en los 
efervescentes años 68, y también después, nos llenó de esperanza 
retadora. La idea es que nacemos mayores, viejos; que nada nos 
es propio; que somos adjetivos, referencias de otros y que, poco a 
poco, por las experiencias y opciones propias, vamos 
rejuveneciendo, adquiriendo independencia, intentando ser 
nosotros mismos. En el fondo, se trata de la misma constatación 
psicológica de Erikson en su clarividente esquema de una 
psicología evolutiva: trepamos por los peldaños evolutivos desde la 
máxima y total dependencia a la independencia globalizada, 
pasando, en el núcleo central, por una crisis de la identidad. 
¡Cuántas mortíferas fijaciones en esos peldaños por quedarnos 
repitiendo los esquemas familiares, escolares, sociales.... en suma, 
los sistemas de aprendizaje introyectados! Eran medios y se 
convirtieron en fines.
¡Cuánta energía psicológica, vital, desperdiciada en la 
elaboración de un autoconcepto, una autoimagen que, en la 
mayoría de las ocasiones, no es igual a la realidad! Éste es el 
primer gran peligro educativo. El segundo consiste en pretender 
realizarnos según esa autoimagen, gastando inútilmente unas 
energías que, en los tiempos que corremos, no deberíamos 
desperdiciar. Queremos realizar lo que nos han dicho que debemos 
ser o lo que idealmente pretendemos ser o creíamos que 
deberíamos ser. Todo este proceso se hace normalmente para ser 
aceptados en la sociedad, en las Instituciones (pequeñas 
sociedades), en los grupos, delante de personas significativas de 
las que esperamos obtener su aplauso y afecto social o relacionar. 
Es lógico que al final, o a la mitad del recorrido, uno esté muy 
cansado por dentro; como si estuviera corriendo la carrera de la 
vida con «una losa en el estómago» o «una extraña mochila a las 
espaldas».
Lo sano, retornando una vez más a las psicologías humanistas, 
es «actualizarse». Lo que siento en lo profundo y en la epidermis de 
mi cuerpo y de mi espíritu, de mi cuerpo espiritual, lo voy a dejar 
sentir, voy a permitir que emerja como propio, voy a ser consciente 
de ello y a intentar hacerlo realidad en la forma y medida que 
pueda. Voy a ser yo mismo.
Acerco mi imagen a la realidad de mí mismo; comienzo a 
funcionar con una imagen real, no ideal, ni impuesta o proyectada; 
funciono conmigo mismo. No me tengo miedo. ¿O es que no soy 
bueno?
Desgraciadamente, se puede decir que la mayoría de nosotros 
estamos utilizando, al menos en áreas y parcelas de nuestra vida, si 
no en toda ella, un 15-20% de nuestras energías y capacidades 
maduras. El resto las empleamos en mantener, tan costosamente, el 
«ideal». No es raro, entonces, que estemos cansados, agotados 
interiormente, y que crezcan las angustias, ansiedades y 
depresiones.
«No hagas tú lo que deben hacer ellos... Tú enseña a las 
personas a ayudarse a sí mismas. Dales los instrumentos 
necesarios, pues sabes que tienen capacidad para utilizarlos... 
¿Cuántas leyes has hecho porque pensabas que tus súbditos eran 
incapaces de protegerse a sí mismos?... Debes aprender a vivir en 
un mundo regido por una sola Ley... Todos utilizan, en la 
naturaleza, su energía» (Fu Chang).

No dejamos fluir nuestras posibilidades al estar enganchados, 
aprisionados, a situaciones y leyes cerradas que la mayoría de las 
veces nos piden respuestas exactas y estereotipadas. La madurez, 
en cambio, es el camino de lo real, de la autonomía. Ya nos avisó 
Fromm que el mundo no tolera al ser «libre y autónomo». Suena a 
palabras y hechos de Jesús de Nazaret.
Existe una necesaria rebelión de cada tiempo y del presente 
contra el dogmatismo fosilizado de comportamientos e ideas para 
llegar al autoconocimiento, a la satisfacción y al autoapoyo. La tarea 
terapéutica consiste en acompañar al hombre y la mujer en 
dificultad al encuentro consigo mismos, en impulsar el proceso de 
crecimiento y el desarrollo de las potencialidades humanas.
«El sentido de la vida es que debe ser vivida y no debe ser 
cambiada y conceptualizada dentro de un esquema de sistemas. 
Nos estamos dando cuenta de que el manejo y el control no son la 
felicidad última de la vida... Es llegar a ser verdadero, aprender a 
tomar una opción, definirse, desarrollar el centro de uno mismo... 
Alcanzar la capacidad de valerse a sí mismo como ser humano» (F. 
Peris).

3. Escoger la vida es ser consciente y satisfacer 
necesidades
El hombre y la mujer somos seres de necesidades. Estar en 
contacto con ellas, dejárselas sentir, saber expresarlas en 
autenticidad, será un camino de crecimiento psicológico.
Uno de los problemas de las necesidades humanas es que sean 
auténticamente humanas. Por eso este subtítulo está muy en 
conexión con el anterior. Los sistemas de aprendizaje se encargan 
de introducimos -con la habilidad precisa para que no pasen por 
nuestra capacidad crítica- cantidad de necesidades que no son 
naturales, sino artificiales, aprendidas, impuestas, pero que, al estar 
tan bien introyectadas, las vamos a sentir como propias, 
inexcusables y hasta dependientes de ellas.
Te rebelas cuando lees, tras los sangrientos choques de la 
reciente revuelta mexicana, los requerimientos exigentes de los 
«zapatistas»... Estaban pidiendo, están pidiendo, las necesidades 
más elementales: pan, vivienda, supervivencia. Los derechos 
humanos primeros. Ahí sí que no hay más que naturaleza. Pero 
para conquistarlos tienen que ponerse en armas y jugarse la vida y 
las de sus familias. Algo de eso ocurre también en nuestra 
psicología, en nuestra vida, para «actualizar» las necesidades 
genuinas de la persona, de cada uno de nosotros.
Al glosar esta tercera afirmación, estoy siguiendo, entre otros 
autores humanistas, a alguien tan conocido en la cultura psicológica 
como Maslow en su estudio sobre la evolución psicológica del 
crecimiento humano, de las necesidades básicas y las superiores 
(fisiológicas -seguridad, paz, orden-, pertenencia, afecto -estima, 
prestigio, éxito-, autorrealización), y en su iluminación sobre la 
jerarquía de estas necesidades.
Podemos jerarquizar nuestras necesidades en virtud de la 
jerarquía de valores que opera dentro de nosotros. La madurez, en 
uno de sus rasgos, supone la fluidez de este proceso, que pide 
organizar el comportamiento según una jerarquía de necesidades y 
la capacidad de concentrarse operativo y sucesivamente en su 
ejecución. El hombre es «el más desvalido de los animales» y 
depende de los demás al nacer. El animal está contento si sus 
necesidades fisiológicas están satisfechas. En el caso del hombre, 
la satisfacción de sus necesidades instintivas no basta para hacerle 
feliz. Quiere sentir el amor y la libertad. Sin amor no se puede 
escoger la vida.
No me resisto a transcribir las palabras de la enternecedora 
Giulietta Masina, recientemente fallecida, como recibiendo órdenes 
de su director y marido Federico Fellini desde el plató de la Vida, 
para reunirse con él: «Sería incapaz de vivir sin amor, hacia mí 
misma, hacia los demás. Hubo un tiempo en que quise encerrarme 
en mi egoísmo, pero no lo conseguí. Resulta mejor sufrir por amor 
que convertirse en una rama seca, quemada por dentro, por la 
heladora ausencia de sentimientos». Una grave crisis (Giulietta nos 
adelanta al punto 4) le sirvió para «aceptarse como Giulietta, una 
criatura fabricada de luces y sombras, un ovillo de amores y 
defectos».
Una vida sin amor no es vida. San Pablo es tajante como una 
espada: «sin amor no soy nada» (1 Cor 13). Pero no sólo la 
tradición cristiana, sino todas las tradiciones y culturas 
profundamente humanas van por esta línea: «No estéis sin amor, 
porque ello significa la muerte. Vive en amor para que estés vivo» 
(Tallaludim Rumi). «el alma está viva, porque vive del amor. Hombre 
que no ama no es más que piel y huesos» (Autor hindú del s. II).

4. Escoger la vida es vivir «el día y la noche»
Desgraciadamente, he escrito pocas poesías; pero de las que he 
escrito me siento muy satisfecho. Recuerdo una de hace años que 
empezaba así: «Tarde de mi vida; aquí están los sudores, allí los 
albores ... ». Me encantó que la hermana que me sigue en la familia 
me diera hace poco una suya: «En la mitad de mi vida, me quiero 
más que a los 15, me conozco más que a los 20, experimento más 
que a los 30, me exijo menos y me perdono más. Ya no culpo a los 
demás de lo que soy responsable ... » La vida está hecha de día y 
de noche sucediéndose sin reposo. ¡Qué auténticos los símbolos 
del día y la noche que recorren toda la historia y que san Juan 
convierte en Buena Noticia! Todo hay que vivirlo, despiertos, 
conscientes.
Nuestra psicología evolutiva, considerada en etapas de un 
proceso continuo, puede también estudiarse con esta orientación 
del día y la noche, de la extroversión hacia fuera y de la introversión 
hacia dentro. El ritmo de la vida y de la psicología es enfrentarse y 
retraerse. Primero fluir hacia el mundo, y luego retraerse dentro de 
sí. Éste es su ritmo básico, que tan fielmente vive la naturaleza. 
Retraída durante el invierno, estalla en el verano. En su 
autobiografía, Confieso que he vivido, nos comunica Neruda su 
exuberante vitalidad. Una vitalidad que le hace viajar, experimentar, 
comunicar, y que necesita luego del retiro a la orilla del mar, a la 
soledad de una casita, que le permita sentir y expresar su interior 
en poesía.
Nadie puede escapar del día y de la noche. Ésta, oscura y con 
frecuencia en soledad, cuesta más. No es fácil adaptarse a la 
cuesta que baja, al camino débilmente iluminado en donde se van 
reencontrando las partes de la propia persona no deseada, partes 
reprimidas que necesitan ser integradas en una nueva identidad 
más auténtica y real. Esas sensaciones de pasividad, de 
dependencia, de debilidad, de fragilidad, de frustración inevitable...
En esta sociedad, tan hipócrita posiblemente como la de 
cualquier otra época, y en la representación del teatro de este 
mundo, están mal vistos los débiles. La sociedad presiona para que 
tengamos «carácter»; un sólido carácter que nos haga eficaces y 
predecibles. Pero la auténtica riqueza humana no va por la línea del 
carácter que agarrota y mecaniza. Tendemos a relacionarnos con 
los demás desde nuestra seguridad, cualidades, dinero, talento, 
cultura, ocultando nuestras debilidades y limitaciones, sin darnos 
cuenta de que también son humanas y de que es a través de ellas 
como pueden los demás sentirnos iguales. Entonces, tal vez no nos 
admiren, pero nos querrán; y esto es lo que realmente nos salva. 
En esta sociedad hay que ser muy maduro para relacionarse con 
uno mismo y con los demás desde la propia debilidad y pobreza. Y 
más todavía para ser capaz de compartirla sin sentirse superior a 
nadie, sino igual, y dejarse acompañar.
Este camino vital de día y noche pasa por crisis, por momentos 
en que las preguntas y las situaciones cruciales son mayores que 
las respuestas vitales de que disponemos, desestabilizando así 
nuestra psicología, que empieza a emitir señales. Vincent F. 
O'Connell, al hablar de la psicoterapia de crisis, alude a un proceso 
«gestáltico» de maduración en cuatro etapas: 1º.) permitir ponerse 
en cuestión; 2º.) saber despedirse, en vez de agarrarse o 
bloquearse; vivir el presente y actualizarse; 3º.) perdonar, aprender 
a soltar el resentimiento; y 4º.) pemitir amar: el aprendizaje del 
diálogo del corazón, como resonancia de uno mismo, de lo profundo 
de uno mismo hacia lo profundo del otro.

5. Escoger la vida es aceptar la muerte
Como hemos ido viendo, escoger la vida tiene mucho que ver 
con morir. Así de paradójica es la vida. Morir a esquemas, 
estructuras, necesidades, incluso personas que considerábamos 
vitales, insustituibles, eternas.
Pronto o tarde nos tropezamos con la muerte como una realidad 
de la vida, aunque hoy, en la sociedad del bienestar y del placer del 
primer mundo, sea un tabú, como en otro tiempo lo fueron la 
sexualidad o la política. Pero ahí está, por ejemplo, en nuestro gran 
miedo a la vejez. Se habla de la «cultura de la muerte» porque, de 
un modo trivial, forma parte de nuestro panorama diario, 
especialmente del televisivo. ¿Cuántas muertes violentas, horribles, 
triviales, incluso divertidas, por minuto? Y al mismo tiempo, como si 
no existiera, se la oculta de la cotidianeidad.
La finalidad fundamental del proceso terapéutico consistirá en 
«volver aceptable la vida para un ser cuya característica dominante 
es tener conciencia de sí mismo como individuo singular, por un 
lado, y tener conciencia de su mortalidad, por el otro. En nuestro 
mundo occidental, el neurótico es el individuo que no puede 
enfrentar su propio morir y, en consecuencia, no puede vivir 
plenamente como ser humano» (Laura Peris).
Para Fromm, en la persona humana conviven dos tipos de 
fuerzas en lucha: regresivas o patológicas unas, que nos conducen 
al síndrome de decadencia, y progresivas otras, que constituyen el 
síndrome de maduración. Las principales son la necrofilia, amor a la 
muerte, y la biofilia, amor a la vida. Hay que añadir a las primeras el 
narcisismo y la simbiosis; a las segundas, el amor y la 
independencia y libertad. Las fuerzas necrofílicas hacen que no 
escapemos del mundo de las cosas, sino que nos atemos a ellas 
con un gran interés posesivo en todo lo material, en contraposición 
incluso a lo vivo. Hay como un rechazo de la vida, un intento de 
convertirse en alguien sin pasión ni compasión. Se rechaza lo vivo, 
lo que es único y espontáneo, y se ama lo muerto, lo abstracto y 
ordenado. El triunfo de los principios abstractos es el placer de los 
necrófilos. Las fuerzas biofílicas nos dan la libertad de no estar 
apegados a las cosas, para así poder gozar más de ellas; poder 
conocerse a uno mismo, en los propios límites y debilidades y en las 
capacidades propias; poder relacionarse con los demás; no 
depender de una figura poderosa de autoridad protectora ni 
necesitar rebelarse contra ella como un modo de afirmación; poder 
pensar por sí mismo y percibir la conciencia y la verdad; tener 
sentido del humor.
«El que busca la vida la perderá, y el que pierde su vida la 
encuentra». Porque el que se da se encuentra; porque cuando 
buscas el sentido en ti no acabas de encontrarlo, no está allí; lo 
encuentras en los otros. Esta afirmación del Evangelio me hace 
recordar siempre a un obrero de la Ventilla madrileña a quien 
conocí en mis años de estudiante de Psicología, que encontró su 
vida cuando la perdía con su hija paralítica. Por eso los sufíes, 
místicos musulmanes, urgen tanto: «muere antes de morir».
«Nada muere. Ciertas formas de vida desaparecen y son 
sustituidas por otras, pero ese espíritu vivo que hay en cada una de 
ellas no muere jamás. Los funerales se hacen para los vivos, no 
para los muertos. Se hacen para que las personas puedan tener el 
placer de manifestar su pesar; pero el muerto no tiene necesidad de 
ello, puesto que no está muerto, sino que prosigue su vida en otras 
condiciones. El bosque no hace funerales, los animales tampoco, ni 
los pájaros, ni los insectos, ni las flores» (Fu Chang).

6.7.8... Escoger la vida es ser cuerpo, vivir en la 
inseguridad, tener fe en la vida...
Soy muy consciente de que el título no está agotado, ni mucho 
menos, y que los mantras expuestos tienen que ser mejorados, 
perfilados, cohesionados y completados. Pero no me he resistido a 
introducir estos tres últimos, tal vez por lo olvidados que han estado 
o lo necesarios que nos son hoy en día.
¡Cuántas ¡das y venidas, matices, justificaciones, temores... ha 
costado poder decir que no sólo tenemos un cuerpo -parece que se 
olvidaba-, sino que somos un cuerpo!
Vivimos como nómadas, en la inseguridad del camino, del 
proceso. Pero no perdemos la fe en la vida. El mundo está 
empapado de mal, pero también bañado de bien. Bondad concreta 
de personas anónimas o muy cercanas. Hay mucho don en cada 
uno de nosotros, mucha capacidad de gratuidad, de recibir y de 
dar. Lo más grande de la vida, ella misma, se nos da gratis. Luego, 
cuesta «escogerla». 

J. GARCIA FORCADA
SAL-TERRAE/94/04. Págs. 265-275

....................

BIBLIOGRAFÍA
Algunos de los autores citados en este artículo y que pueden ser 
de utilidad son los siguientes:
FRITZ PERIS, El enfoque gestáltico y testimonios de terapia, Ed. 
Cuatro Vientos, Santiago de Chile 1976.
-Sueño y existencia, Ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile 1974. 
Fu CHANG, Todo cuanto necesitas está en ti, Ed. Sirio, Málaga 
1990. 
ERIK H. ERIKSON, Infancia y sociedad, Ed. Paidós, Barcelona 1983. 
ERICH FROMM, El miedo a la libertad, Ed. Paidós, Barcelona 1958. 
-El corazón del hombre, Ed. Paidós, Barcelona 1980. 
ABRAHAM H. MASLOW, El hombre autorrealizado, Ed. Kairós, Barcelona 1973.
LAURA PERIS, El enfoque de una terapia gestáltica, Ed. Paidós, 
Buenos Aires 1976

..............................