EN TORNO A LA DIFERENCIA VARÓN-MUJER
Blanca Castilla Cortázar
LA MUJER: ¿PASIVA O ACTIVA?
En su magistral obra Persona femenina, persona masculina (Ed. Rialp 1996), Blanca
Castilla y Cortázar, pulveriza —con poderosos argumentos racionales— algunos mitos que
la humanidad ha tomado como dogma hasta nuestros días, como el de la índole
esencialmente pasiva de la mujer. Transcribimos aquí un capítulo de esa obra como
invitación a conocer todo el texto de 124 páginas. Alguien ha hablado de una nueva raza de
mujeres activas al tiempo que plenamente femeninas. Valga la expresión. Se encuentran en
el buen camino, como ellas saben hacerlo, con comprensión, ternura y fortaleza.
EN TORNO A LA DIFERENCIA VARÓN-MUJER
Centrándonos ya en lo que podríamos llamar una antropología diferencial, el modelo de
configuración de dichas relaciones que más raigambre ha tenido en nuestra tradición
cultural es el que, afirmando la inferioridad de la mujer, ha tipificado la feminidad de un modo
negativo. Esto lo han mantenido desde Aristóteles haste Hegel, pasando por Santo Tomás,
Freud o Darwin. Bastaría recordar que en la línea hegeliana, el varón es racional, activo,
dominante y, en oposición a él, la mujer es sentimental, pasiva, entregada. La pasividad, en
concreto, ha sido considerada como algo genuino de la mujer, frente a la actividad, que se
ha presentado como propiedad cuasi-exclusiva del varón.
Por tanto, mantener que varón y mujer son personas igualmente y personas distintas
requiere abordar la cuestión de si se corresponden verdaderamente masculinidad-feminidad
con los parámetros actividad-pasividad. Podría resultaría contradictorio afirmar de alguien
que es persona, negándole a la vez sus características propias.
1. ¿Actividad-pasividad?
¿Realmente se puede decir que el varón es activo y la mujer pasiva? Indudablemente la
pasividad comporta negatividad e inferioridad respecto a la actividad. Manifiesta falta de
impulso propio y, en última instancia, falta de libertad. ¿Es la mujer —en cuanto tal— menos
libre que el varón? ¿Su personalidad tiene menos fuerza precisamente por ser femenina?
No parece claro. La experiencia demuestra que el hecho de que alguien sea pasivo o
perezoso no se corresponde con el ser varón o mujer, sino con un defecto de una
determinada persona.
Quizá sea la observación de la conducta humana fuente de datos ilustrativos. En efecto,
hay descripciones fenomenológicas que pueden resultar sugerentes. A1 varón, por ejemplo,
en el marco de las relaciones humanas, se le ha atribuído siempre el papel de tomar
«oficialmente» la iniciativa. Esto se ha manifestado de un modo especial en el
enamoramiento. En el caso — no infrecuente— de que fuera la mujer la primera en
enamorarse, no parecía propio de la feminidad adelantarse. Ella había de esperar, pues al
varón le correspondía «declararse». Sin embargo, la espera no tenía por qué ser inactive.
Ella podía ingeniárselas para atraerle, pare conseguir que él tomara la iniciativa. Realmente
en ese proceso es difícil saber quien es realmente el que se adelanta.
Julián Marías ha escrito deshaciendo el prejuicio de la pasividad femenina: «recordemos a
Aristóteles, según el cual Dios, suprema actividad, acto puro sin mezcla de pasividad, mueve
el mundo "como el objeto del amor y del deseo", mueve sin ser movido. Es la forma máxima
de actividad, que podemos llamar la atracción. Es lo que corresponde a la mujer, que "atrae"
al varón, lo "llama", ¿hay algo más activo?».
En efecto, el modelo descrito en estas relaciones pone de manifiesto dos modos
diferentes y complementarios de apelación-respuesta. Dicho con otras palabras describe
dos modos diferentes de ser activos.
2. Modos de apelación-respuesta
Sin embargo, el esquema varón-actividad/ mujer-pasividad sigue estando vigente en los
estudios teóricos. Y a nivel práctico, para paliarlo, sólo se ha arbitrado la «imitación». Para
que a la mujer no se le tachara de pasiva se ha visto obligada, muchas veces, a actuar «al
modo de» el varón.
Esta situación se debe, en parte, a un deficiente desarrollo del pensamiento
antropológico, que no ha desenmascarado las contradicciones encerradas en esos
desarrollos. También habría que señalar que el ser humano —sobre todo el varón— tiende
a tratar a las personas como objetos, dominándoles como si fueran cosas. Y esto
indudablemente ha influido poderosamente en el pensamiento.
En nuestra cultura se ha afirmado con nitidez que el ser humano transciende la
Naturaleza. El pensamiento cristiano ha defendido siempre que es superior al mundo
material. Y la modernidad, aunque haya desembocado en un generalizado materialismo, se
caracteriza por distinguir entre Naturaleza y Libertad.
Sin embargo, y, a pesar de las intuiciones de los pensadores dialógicos, en occidente se
sigue conceptualizando al ser humano con paradigmas cosmológicos.
En concreto, la relación actividad-pasividad, empleada en las explicaciones de la
antropología varón-mujer, expresa un esquema perteneciente a los fenómenos físicos. En
efecto, esas categorías se han obtenido en el estudio del Cosmos. En el campo de la física,
una potencia activa es eficiente frente a una potencia pasiva, que es modificada: el fuego
quema la madera. En el mundo material toda acción se relaciona con una pasión.
Este patrón es válido también en las relaciones del ser humano con la Naturaleza en las
que —en virtud de su superioridad—, aquél domina y dirige las causas naturales: enciende
el fuego que quemará la leña.
Pero cuando nos referimos al ser humano, en el que su ser es libertad, los términos
físicos han de usarse analógicamente, pues se ha entrado en una órbita superior. En efecto,
en las relaciones humanas nos hallamos en un terreno regido fundamentalmente por la
actividad. En los actos propiamente humanos la pasividad va perdiendo campo. Así, por
ejemplo, a la actividad docente de un profesor corresponde la actividad discente del alumno;
si no hubiera alguien que atendiera y aprendiera no habría docencia; sería —literalmente—,
predicar en el desierto. Profesor-alumno se relacionan con una actividad, recíproca y
complementaria, que enriquece a ambos.
Tomando otras descripciones del ámbito de la comunicación, no tendría sentido el
diálogo, por ejemplo, si alguien no escuchara. Pero escuchar no es pasividad. A veces
requiere incluso mayor actividad. Si se presta atención se puede entender hasta más de lo
que se oye, pues si se va al fondo de lo que se quiere expresar, se puede captar aún lo que
no se ha llegado a decir. Escuchar es otro modo de comunicar que el hablar, su
contrapartida necesaria. Así se constituye una verdadera comunicación, que puede dar
como resultado la comunión personal.
En resumen, la aplicación simétrica de la relación actividad-pasividad al mundo
antropológico —todavía al uso— es un trasvase inadecuado generador de sofismas.
Sin embargo, en el campo de la antropología filosófica existen actualmente también
indicios alentadores que interesaría proseguir. Parecen muy enriquecedores, por ejemplo,
los planteamientos que se hacen desde lo que se ha llamado «la hermenéutica del don»,
donde los términos opuestos de la relación son dar y recibir, y al recibir se le atribuye la
misma categoría activa del dar.
Describiendo la diferencia relacional entre varón y mujer, anteriormente se ha dicho que el
varón al darse sale de sí mismo. Saliendo de él se entrega a la mujer y se queda en ella. La
mujer se da pero sin salir de ella. Es apertura pero acogiendo en ella. Su modo de darse es
distinto al del varón y a la vez complementario, pues acoge al varón y a su amor. Aquí se
advierte que el amor, que es siempre apertura, no siempre supone salir de sí. También el
acoger es otro modo de amar.
En este sentido hablaba Buber de la importancia del «entre» en las relaciones Yo-Tú: «El
amor no se adhiere al Yo como si tuviese al Tú sólo como "contenido", como objeto, sino
que está entre Yo y Tú. Quien no sepa esto, quien no lo sepa con todo su ser, no conoce el
amor, aunque atribuya al amor los sentimientos que vive, que experimenta, que goza y
exteriorize. E1 amor es una acción cósmica. A quien habita en el amor (...) a ése los seres
se le aparecen realmente y como un Tú, es decir, con existencia individualizada, autónoma,
única y erguida; de vez en cuando surge maravillosamente una realidad exclusiva, y
entonces la persona puede actuar, puede ayudar, sanar, educar, elevar, liberar. E1 amor es
responsabilidad de un Yo por un Tú: en esto consiste la igualdad de todos los que se
aman».
En el amor complementario entre dos personas, y en concreto, en el que se da entre la
persona varón y la persona mujer no parece que se correspondan con las categorías
actividad-pasividad, sino más bien con dos modos activos y complementarios de ser
activos.