9. El Verbo Encarnado II
Por Pbro. Dr. Pablo Arce Gargollo
9.1 CRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL
ESPIRITU SANTO
9.1.1 Cómo se verificó
La Concepción de Nuestro Señor Jesucristo en el seno de la Virgen María
se hizo de modo sobrenatural y milagroso. "Y por obra del Espíritu
Santo se encarnó de la Virgen María", rezamos en el Credo.
Veamos en alguna forma cómo se realizó este altísimo misterio:
a) El cuerpo de Cristo fue formado por el Espíritu Santo en las entrañas
de la Virgen María, en el mismo cuerpo de la Santísima Virgen.
b) El alma de Nuestro Señor Jesucristo fue creada directamente por Dios
y unida al cuerpo.
c) A este cuerpo y a esta alma se unió el Verbo Divino, en una sola
persona: Jesucristo.
San Lucas nos refiere en el primer capítulo de su Evangelio cómo se
verificó este augusto misterio. El Arcángel Gabriel se presentó en
Nazaret a la Virgen Santísima. y tuvo lugar entre los dos este diálogo
sublime
-El Arcángel: "Dios te salve, llena de gracia; el Señor es
contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres". Al oír tales
palabras la Virgen se turbó, v se puso a considerar qué significaría
tal salutación. Mas el Arcángel le dijo: "No temas María, porque
has hallado gracia delante de Dios. He aquí que concebirás y darás a
luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será
llamado Hijo del Altísimo".
-María: "¿Cómo puede ser esto, pues yo no conozco varón?"
-El Arcángel: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la
virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya causa El Santo
que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios".
-María: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra".
El Arcángel se retiró, y en las entrañas de María se obró el
misterio inefable de la Encarnación del Verbo.
Es importante detenerse a considerar este misterio. Y, entre otras
razones, caer en la cuenta de que todo sucedió en un, único instante
de tiempo: la formación del cuerpo, la creación e infusión del alma y
la asunción de la naturaleza humana por parte de la Persona divina. Si
la Encarnación se hubiera dado en momentos sucesivos, -primero la unión
cuerpo-alma, y luego la unión de naturalezas- Cristo habría tenido
persona humana, y la Santísima Virgen no seria Madre de Dios sólo
Madre del hombre. Y la Redención del género humano no hubiera tenido
lugar, pues las acciones de Cristo serían acciones del hombre, y por
tanto, sin valor infinito.
9.1.2 Necesidad y fin de la Encarnación
lo. La Encarnación era necesaria en el supuesto de que Dios exigíera
por el pecado una reparación digna de El. Porque una reparación digna
de Dios sólo puede darla un hombre-Dios.
Esta idea la explicaremos mejor al hablar de la necesidad de la Redención.
Agreguemos que si Dios hubiera determinado perdonar bondadosamente al
hombre, la encarnación no hubiera sido necesaria.
2o. El Hijo de Dios al encarnar se propuso varios fines:
a) El primero y principal fue reparar en una forma digna y adecuada la
ofensa que el pecado causó a su Padre.
b) El segundo, fue la salvación del género humano, envilecido por la
culpa. "Jesucristo vino al mundo para salvara los pecadores" (I
Tim. 1, 15).
c) El tercero fue darnos ejemplo de vida, esto es, presentársenos como
modelo de todas las virtudes.
9.2 JESUCRISTO NACIO DE SANTA MARIA VIRGEN
9.2.1 María es verdaderamente Madre de Dios
María Santísima puede llamarse con propiedad Madre de Dios, porque es
madre de Jesucristo, que es verdadero Dios.
Una madre no engendra el alma sino sólo el cuerpo de su hijo; y sin
embargo, por la unión substancial entre el cuerpo y el alma, es llamada
madre de él. Así, aunque María no formó sino el cuerpo de Cristo,
por la unión substancial de este cuerpo con la Segunda Persona divina,
es llamada con propiedad Madre de Dios.
El Concilio de Efeso (a. 43 1) condenó la herejía de Nestorio, quien
enseñaba que María Santísima no se podía llamar Madre de Dios (cfr.
Dz. 113).
"María -dice el Papa Juan Pablo II citando el conc. de Efeso- es
la Madre de Dios (theotókos); ya que por obra del Espíritu Santo
concibió en su seno virginal y dio al mundo Jesucristo, el Hijo de Dios
consubstancial al Padre (Enc. Redemptor hominis, n4; ver también Conc.
Vat. II const. Lumen gentiun. n. 53).
9.2.2 Su dignidad y principales títulos
El título de Madre de Dios es para María su más alta dignidad y de él
emanan sus más excelentes privilegios.
lo. La más alta dignidad, pues en razón de su maternidad divina tiene
estrechas relaciones con las divinas personas: con el Padre, que la
escogió desde siempre como Madre de su Hijo.
Con el Hijo, al que dio su humanidad; y con el Espíritu Santo, de quien
recibió santísima fecundidad.
2o. Sus más excelentes privilegios, porque su título de Madre de Dios
es la causa de su Inmaculada Concepción, de su plenitud de gracia,
virginidad perpetua y asunción a los cielos. Estudiemos estos
privilegios.
a) Inmaculada Concepción.
Es dogma de fe definido por S. S. El Papa Pío IX el 8 de Diciembre de
1854 (Bula Ineffabilis Deus, Dz. 1641) que "La Virgen María fue
preservada e inmune de toda mancha de pecado original en el primer
instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios, en
atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género
humano". La razón de él es que Cristo no podía permitir que su
madre estuviera ni por un momento privada de la gracia y sometida al
demonio.
b) Plenitud de gracia.
El alma de la Virgen María fue adornada desde ese primer instante de un
inmenso tesoro de gracia, que no cesó nunca de acrecentarse con nuevos
dones de Dios. Y ya que la gracia es incompatible con el pecado, estuvo
siempre libre de él: no cometió ni el más leve pecado venial ni se
vio sometida a la concupiscencia.
"Llena de gracia" la saludo el Arcángel (Lc. 1, 28) y, la razón
de este saludo es que la Virgen ha recibido -enseña Juan Pablo II -
"una bendición singular entre todas las bendiciones en
Cristo" (Ene. Redemptoris Mateo- n. 8)
La plenitud de la gracia fue concedida a María en grado inferior que a
la humanidad de Cristo -cuya medida es la unión hipostática-, pero muy
superior a los ángeles y los santos, por eso es Reina de los ángeles y
Madre de todos los hombres en el orden de la gracia. La plenitud inicial
se fue desarrollando a lo largo de toda su vida porque su amor fue
siempre activo, llegando a una perfección insuperable.
c) virginidad perpetua de la Madre de Dios.
El amor de jesús a su Madre, que había ofrecido a Dios su virginidad,
hizo que los planes divinos de redención se realizasen respetando ese
propósito de María. La maternidad y la virginidad, dice San Bernardo
(cfr. In assumptione B. Mariae Virginis: PL. 183, 428), son las dos
coronas que Dios quiso concederle.
Las palabras del Arcángel Gabriel manifiestan claramente que María será
Madre de Dios sin dejar de ser Virgen (cfr. Mi. 1, 22-23), como había
sido ya profetizado por Isaías (cfr. Is. 7,14).
La Iglesia explica este privilegio mariano con una fórmula tradicional:
antes, en y después del parto. Antes del parto porque concibió por
obra del Espíritu Santo. En el parto porque, como señala el Catecismo
Romano (cfr. 1,4,8), "María dio a luz a su divino Hijo sin
detrimento de su virginidad, como el rayo del sol atraviesa un cristal
sin romperlo ni mancharlo". Después del parto porque siempre
permaneció virgen.
Cuando en el Evangelio se habla de los "hermanos de Jesús (cfr. Mt.
12, 46-50; Mc. 3, 31-35; Lc. 8, 19-21), se refiere, según el uso bíblico
de la palabra hermano, a sus primos o parientes. Igualmente llama a José
"padre de Jesús" (cfr. Lc. 2,48), porque desempeñó ese
oficio y fue su padre ante la ley.
d) Asunción y glorificación de la Virgen. El Papa Pío XII definió en
1950 como dogma de fe que "la Inmaculada Madre de Dios, siempre
Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta a la
gloria celeste en cuerpo y alma" (cfr. Bula Munificentissimus Deus,
Dz. 2333).d
El sentido de la definición es que María, que participó tan
estrechamente de la Redención de su Hijo, debía también asemejarse a
El en su glorificación y por eso, al terminar su peregrinaje terreno,
fue llevada al Cielo no sólo en el alma, como los demás santos, sino
también en el cuerpo.
Complemento de su glorificación es su realeza; así lo reclama su íntima
relación con Cristo, Señor y Rey del Universo:
"A esta exaltación de la Hija excelsa de Sión, mediante la asunción
a los cielos, está unido el misterio de su gloria eterna. En efecto, la
Madre de Cristo es glorificada como Reina universal" (Enc.
Redemptoris Mater. n. 41).
9.2.3 María como medianera de todas las gracias
La Iglesia enseña que sólo Jesucristo es nuestro Mediador (cfr. I Tim.
2, 5-6) y, sin embargo, aplica a la Virgen el término de Medianera
porque sabe que "la misión maternal de María para con los hombres
no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de
Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder" (Enc. Redemptoris
Mater. n. 38).
Esta mediación subordinada de María "es, al mismo tiempo,
especial y extraordinaria. Brota de su maternidad divina y puede ser
comprendida y vivida en la fe, solamente sobre la base de la plena
verdad de esta maternidad. Siendo María, en virtud de la Elección
divina, la madre del Hijo consubstancial al Padre y "compañera
singularmente generosa" en la obra de la redención, es nuestra
Madre en el orden de la gracia. Esta función constituye una dimensión
real de su presencia en el misterio salvífico de Cristo y de la
Iglesia" (Ene. Redemptoris Mater, n. 38).
a) Madre de los hombres en el orden de la gracia
Por ser María Madre de Jesucristo, nuestra cabeza, es también Madre
nuestra, pues somos miembros del Cuerpo de Cristo. Esta maternidad
espiritual comienza en la Encarnación y es confirmada por el mismo
Jesucristo desde la Cruz (cfr. Juan 19, 25-27). El Concilio Vaticano II
lo explica así.
"Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo
al Padre en el templo, sufriendo junto con su Hijo, que moría en la
Cruz, cooperó de manera absolutamente singular, por la obediencia, por
la fe, la esperanza y la ardiente caridad, en la restauración de la
vida sobrenatural de las almas. Por esta razón es nuestra Madre en el
orden de la gracia" (Cons. Lumen gentiun, n. 61).
Desde este punto de vista es particularmente significativo otro texto de
San Juan que nos presenta a la Virgen en las bodas de Caná (cfr. Juan
2, 1-2), porque manifiesta "la solicitud de María por los hombres,
el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades. En Caná de
Galilea se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana
aparentemente pequeño y de poca importancia ("No tienen
vino"). Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de
las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, su introducción
en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder salvífico
de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre
su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencia y
sufrimientos. "Se pone en medio, o sea hace de mediadora no como
una persona extraña, sino en su papel de Madre", consciente de que
como tal puede -más bien "tiene el derecho de- hacer presente al
Hijo las necesidades de los hombres. Su mediación, por lo tanto, tiene
un carácter de intercesión: María "intercede" por los
hombres. No sólo como Madre desea también "que se manifieste el
poder mesiánico del Hijo", es decir su poder salvífico encaminado
a socorrer la desventura humana, a liberar al hombre del mal que bajo
diversas formas y medidas pesa sobre su vida" (Enc. Redemptoris
Mater, n. 21).
Al mismo tiempo, señala también el Papa Juan Pablo 11, hay otro
aspecto de la función maternal de María, que es el presentarse
"ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo",
indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda
manifestarse el poder salvífico del Mesías- (Ibid, n. 21). El
"haced lo que El os diga" es, en efecto, la enseñanza más
grande de la Madre a los hijos.
b) Corredentora
La mediación de gracia de María, como queda dicho, no se reduce a la
mera intercesión: la Virgen, por ser Madre de Dios, participa de la
potestad regia de conducir a los hombres hacia el Cielo.
La Bienaventurada Virgen María es, en efecto, Corredentora. Ya el
anunció de Simeón (cfr. Lc. 2, 34-35) le había indicado claramente
"la concreta dimensión histórica en la cual su Hijo cumpliría su
misión, es decir en la incomprensión y el dolor... Así, le revela
también que deberá vivir en el sufrimiento al lado del Salvador que
sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa" (Enc.
Redemptoris Mater, n. 16).
Ese anuncio alcanza su pleno significado cuando María está junto a la
Cruz de su Hijo (cfr. Juan 19,25). Padeció y casi murió junto al Hijo
que padecía y moría, y abdicó de sus derechos maternales sobre Jesús
para que todos los hombres alcanzaran la salvación y, en lo que de Ella
dependía, lo entregó para aplacar la justicia divina. Se puede, pues,
decir con verdad que redimió con Cristo al género humano.
c) Madre de la Iglesia
Santa María, como Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia; es decir, de
todo el Pueblo de Dios. Por ello al terminar la tercera sesión del
Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI la proclamó solemnemente Madre
de la Iglesia.
Juan Pablo II hace ver que desde el momento mismo en que la Iglesia
inicia su camino o peregrinación de fe, el día de Pentecostés, está
presente María como un testigo excepcional del misterio de Cristo
"en la base de lo que la Iglesia es desde el comienzo, de lo que
debe ser constantemente, a través de las generaciones, en medio de
todas las naciones de la tierra, se encuentra la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor.
Precisamente esta fe de María, que señala el comienzo de la nueva y
eterna Alianza de Dios con la humanidad en Jesucristo, ésta heróica fe
suya precede el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el
corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la
revelación de Dios" (Enc. Redemptoris Mater, n. 27)
9.2.4 El culto y la devoción a María Santísima
Pablo VI afirmó que la devoción a María es "un elemento
cualificador e intrínseco de la genuina piedad de la Iglesia y del
culto cristiano" (Ex. Marialis Cultus, n. 56). Esta es una
experiencia vital e histórica en toda América Latina que, como señalaba
Juan Pablo II, pertenece a la íntima "identidad propia de estos
pueblos" (Discurso en Zapopan; cfr. Documento de Puebla nn. 283,
285, 291, 294, 299, 745).
Todas las prerrogativas que hemos recordado, al mismo tiempo que revelan
la dignidad inmensa de la Madre de Dios, nos manifiestan el trascedental
puesto que el Señor le asignó en la obra redentora. De ahí surgen en
el hombre las relaciones sobrenaturales con la Madre, expresadas a través
de las fiestas marianas y de tantas devociones llenas de piedad y de
cariño.
Entre esas devociones el rezo del Santo Rosario es una de las más
recomendadas por la Iglesia: "El rezo del Santo Rosario, con la
consideración de los misterios, la repetición del Padre nuestro y del
Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trínidad y la constante
invocación a la Madre de Dios, es un continuo acto de fe, de esperanza
y amor, de adoración y reparación" (Mons. Josemaría Escrivá de
Balaguer, Roma, 9 de enero de 1973).
Podemos y debemos acudir a su amparo, acogiéndonos a su maternal
protección, como lo hacía el Papa Juan Pablo II en 1979, durante su
viaje a México, ante la imagen de la Virgen de Guadalupe: "¡Oh
Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!..
Escucha la oración que con filial confianza te dirigimos, y preséntala
ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro". Esta es la maternal
tarea de la Virgen: llevarnos a Cristo.
9.3 EXCELENCIA DE SAN JOSE, ESPOSO DE LA VIRGEN
José, descendiente de David y a quien la Sagrada Escritura llama
"justo" (cfr. Mt. 1, 19), es decir, varón de eximia santidad,
fue el hombre elegido padre de Cristo en un doble sentido:
a) ante la ley, en cuanto era el esposo de María;
b) por el amor y cuidado que tuvo con el niño Dios, a quien prestó los
servicios del más cariñoso de los padres.
San José es llamado padre nutricio del Salvador en cuanto lo nutrió y
alimentó, y padre putativo, en cuanto era reputado por el común de las
gentes como verdadero padre de jesús, pues el misterio de la encarnación
quedó oculto a ellas.
Estos títulos, sin embargo, no pueden hacer pensar que las relaciones
entre José y Jesús eran frías y exteriores. Es verdad que la fe nos
dice que no era padre según la carne, pero su paternidad fue más
profunda que la de la carne, y quiso a Jesús como el mejor de los
padres ama a su hijo.
Jesús, en lo humano, señala Mons. Escrivá de Balaguer, debió
parecerse a José: "en el modo de trabajar, en los rasgos de su carácter,
en la manera de hablar. En el realismo de jesús, en su espíritu de
observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su
gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de
las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y
la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José" (Es Cristo
que pasa, n. 55).
Después de Santa María, es José la criatura más excelsa; en
virtudes, en perfección, en grandeza de alma.
"Como San José -señala el Papa León XIII- estuvo unido a la Santísima
Virgen por el vínculo conyugal, no cabe la menor duda que se aproximó
más que persona alguna a la dignidad sobre eminente por la que la Madre
de Dios sobrepasa a las restantes naturalezas creadas... Sí, pues, Dios
dio a la Virgen por esposo a José, no sólo se lo dio, ciertamente,
como sostén en la vida, sino que también le hizo participar, por el Vínculo
matrimonial, en la eminente dignidad que ésta había recibido" (Enc.
Quaquam Pluries).
Así lo explica San Bernardino de Siena: "Cuando, por gracia
divina, Dios elige alguno para una misión muy elevada, le otorga todos
los dones necesarios para llevar a cabo esa misión, lo que se verifica
en grado eminente en San José, padre nutricio de Nuestro Señor
Jesucristo y esposo de María" (Sermo I de S. Joseph).
A él, que es quien trató con mayor intimidad a Jesús y a María, le
venera la Iglesia como maestro de vida interior. El Papa Pío IX lo
declaró el 8-XII-1870 como especial protector y patrono de la Iglesia.
Fomenta, además, su devoción, viendo en ella un camino fácil para
aumentar el amor a su Esposa y a su Hijo:
"Si crece la devoción a San José, el ambiente se hace al mismo
tiempo más propicio a un incremento de la devoción a la Sagrada
Familia... José nos lleva derecho a María, y por María llegamos a la
fuente de toda santidad, a Jesús, quien por su obediencia a José y María
consagró las virtudes del hogar" (Benedicto XV, M. pr. Bonum sane
et salutare).
9.4 JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR
Dios determinó salvar a la humanidad enviando una de las tres divinas
Personas, para que se hiciera hombre y nos redimiera.
La segunda Persona, o sea el Hijo, fue la que se hizo hombre, tomando
cuerpo humano en las entrañas de la Virgen María. Y hecho hombre, se
llama Jesucristo.
El Redentor recibe los nombres de Jesús, Cristo y Nuestro Señor. lo.
Jesús significa Salvador. Es su nombre, por decirlo así, civil; nombre
común entre los judíos, por el cual era conocido: "Jesús de
Nazareth".
Un ángel reveló este nombre a María y a José: "Le pondrás por
nombre Jesús, porque ha de salvar a su pueblo de sus pecados" (Lc.
1, 3). Por eso lo llamamos expresivamente "El Salvador".
2o. Cristo, en hebreo, Mesías, significa ungido o consagrado. Se da
este nombre al Redentor, porque en Israel eran ungidos los sacerdotes,
reyes y profetas; y Cristo fue sumo Sacerdote, Rey y Profeta.
Así como el nombre de Jesús hace referencia principal a su naturaleza
humana, el de Cristo la hace a la divina, como sinónimo de algo
sagrado. Y la unión de ambos -Jesucristo- expresa la unión de las dos
naturalezas.
Cristo es Sacerdote, en cuanto ofreció el gran sacrificio de la Nueva
Ley, y se constituyó mediador entre Dios y los hombres. Rey, porque
todas las criaturas están sometidas a su dominio. Profeta, porque nos
enseñó en nombre de Dios y nos reveló sus misterios.
La unción de Cristo no fue con aceite material, como la de los
sacerdotes y reyes de Israel; sino espiritual, en cuanto Dios lo llenó
de toda suerte de gracias, y lo constituyó Rey Sacerdote Sumo.
3o. Jesucristo se llama Nuestro Señor, porque además de habernos
creado en cuanto Dios junto con el Padre y el Espíritu Santo, nos
rescató al precio de su sangre en cuanto hombre-Dios; y por eso es de
modo especial nuestro dueño y señor.
9.5 FIGURAS Y PROFECIAS DEL REDENTOR
Cristo es el verdadero Mesías, o enviado de Dios, porque en él se
realizaron las figuras y profecías que anunciaban al Mesías prometido.
Entre las figuras y las profecías hay esta diferencia: que la figura
anuncia por medio de hechos o personas y la profecía por medios de
palabras.
9.5.1 Figuras del Mesías
Las principales figuras del Mesías son: a) de su pasión y muerte,
Abel, Isaac, la serpiente de bronce y el cordero pascual; b) de su
resurrección, Jonas; c) de su sacerdocio, Melquisedec, y d) de su
Iglesia, el Arca de Noé.
Abel: su sacrificio fue agradable a Dios; murió inocente, y su sangre
clamó hasta el Señor. La sangre de Cristo clama también, no venganza
sino per on.dó "La aspersión de la sangre de jesús habla mejor
de la de Abel" (San Pablo, Heb. 12, 24). Isaac: también inocente,
es condenado a morir, y subió a una montaña cargado con la leña que
serviría para su sacrificio. La serpiente de bronce: Levantada sobre
una cruz, curaba de la mordedura de las serpientes a quienes la miraban;
imagen de Cristo crucificado, que sana las heridas de nuestra alma. El
cordero pascual: se ofrecía en expiación de los pecados, y su sangre
preservó a los israelitas del ángel exterminador. Jonás, de quien
dijo Cristo: "Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre
de la ballena: así el Hijo del hombre estará tres días y tres noches
en el seno de la tierra". Melquisedec, sacerdote del Altísimo,
ofreció en sacrificio pan y vino; jesucristo "constituido pontífice
según el orden de Melquisedec" (San Pablo, Hebr. 5, 10) se ofrece
diariamente en sacrificio bajo las especies de pan y vino. El Arca de Noé:
único refugio de salvación cuando el diluvio, como hoy Cristo y su
Iglesia.
9.5.2 Profecías sobre el Mesías
Los profetas anunciaron el tiempo en que aparecería, las principales
circunstancias de su nacimiento, vida, pasión y muerte, su resurrección
y ascensión y la fundación de su Iglesia.
lo. Acerca del tiempo en que aparecería: a) Daniel anunció que desde
el edicto para reedificar a Jerusalén hasta la muerte del Mesías no
alcanzarían a transcurrir setenta semanas de años (cfr. Dan. 9, 24).
Efectivamente a mediados de la última de las setenta semanas murió el
Salvador; b) Jacob, profetizó que el cetro real no sería quitado a la
familia de Judá hasta la venida del Mesías (cfr. Gen. 49, 10).
Cuando los judíos le pedían a Pilato la condenación de Cristo y le
decían: "no tenemos otro rey sino al César", atestiguaban
sin advertirlo el cumplimiento de esta profecía (Jn. 19, 15).
2o. Sobre su nacimiento: Miqueas profetizó que nacería en Belén; e
Isaías que nacería de madre Virgen, saldría de la tribu de Judá y
vendrían a adorarlo reyes de oriente.
"He aquí que concebirá una virgen y dará a luz un hijo y será
llamado Emmanuel, esto es, Dios con nosotros" (Is. 7, 14).
-Y tú oh Belén eres pequeña respecto a las principales de Judá; pero
de ti saldrá el que ha de dominar a Israel, el cual fue engendrado
desde el principio, desde los días de la eternidad" (Miq. 5, 2).
3o. Sobre su vida: predijeron entre otras cosas que enseñarla públicamente
teniendo por auditorio a los pobres (1);sería taumaturgo, legislador y
sacerdote eterno (2) ; se mostraría indulgente.
No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que aún
humea"(3). "El mismo Dios vendrá y os salvará. Entonces serán
abiertos los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos, Entonces el
cojo saldrá como el ciervo y se soltará la lengua de los
mudos"(4).
4o. Acerca de su pasión y muerte: predijeron numerosas circunstancias,
por ejemplo, que sería vendido en treinta ciclos de plata (5),
abofeteado y escupido (6), azotado y despojado de sus vestiduras (7),
que hecharían suertes sobre éstas (8) y le taladrarían las manos y
los pies (9), y le darían a beber hiel y vinagre (10)(11) (12).
5o. Sobre su Iglesia: anunciaron que el Mesías establecería un nuevo y
purísimo sacrificio (13) y un nuevo sacerdocio; que fundarla un reino
espiritual, el cual habría de extenderse hasta los confines del mundo,
y nunca sería destruido (14).
...................
1) Is. 61, 1 y 28, 19.
2) Deut. 18, 18; Ps. 109, 4.
3) Is. 43, 3.
4) Is. 35, 4.
5) Zac. 11, 12.
6) Is. 50, 6.
7) Is. 53, 4.
8) Ps. 21, 29.
9) Ps. 21, 28.
10) Ps. 48, 12.
11) Ps. 15, 10,
12) Ps. 23, 7.
13) Mal. 1, 11
14) Is. 9, 7.
9.6 JESUCRISTO ES VERDADERO DIOS
9.6.1 Verdad fundamental
"La única orientación del espíritu, la única dirección del
entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros esta:
hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A
El queremos mirar nosotros, porque sólo en El, Hijo de Dios, hay
salvación, renovando la afirmación de Pedro " Señor: ¿a quién
iríamos, Tú tienes palabras de vida eterna" (Juan Pablo II, Enc.
RedemptorHominis, núm. 7). Cfr. Puebla, núm. 214.
La doctrina sobre la divinidad de Cristo es de capital importancia. En
efecto, si Jesucristo es verdadero Dios, se sigue que son divinas su
doctrina, la Iglesia que fundó y las verdades que ésta nos enseña.
Por el contrario si no fue Dios, ni su doctrina, ni su Iglesia son
divinas, ni El nos merece crédito, porque nos habría engañado al
presentarse como Dios.
"La Iglesia cree que Cristo, que murió y resucitó por todos,
ofrece al hombre luz y fuerza, por medio del Espíritu Santo, para que
pueda responder a su vocación; y que no se les ha dado a los hombres
otro nombre bajo el cielo por el que puedan salvarse. Igualmente, cree
que la clave, el centro y la finalidad de toda la historia humana se
encuentra en su Señor y Maestro. Además, la Iglesia afirma que en el
fondo de todos los cambios hay muchas cosas que no cambian, que tienen
su último fundamento en Cristo, que es el mismo ayer y hoy y por todos
los siglos" (Con. Vaticano 11, Const. Past. Gaudium et Spes, núm.
10) (cfr. Puebla, núm. 194).
Veamos, pues, las principales pruebas de su divinidad. Ellas son: a) y
b) las profecías realizadas en El, que lo señalaban como Dios; C) los
milagros obrados en confirmación de su divinidad; d) la afirmación del
mismo Jesucristo; e) la afirmación de su Padre celestial; f) la
santidad de su vida y doctrina; la afirmación de los apóstoles y de la
Iglesia.
9.6.2 Pruebas de la divinidad de Cristo
a) Las profecías
Las profecías, que como hemos visto se cumplieron en Cristo, lo
designaban no sólo como Mesías, sino también como verdadero Dios.
Así los profetas:
lo. Le daban nombres que sólo a Dios pueden aplicarse, por ejemplo, el
admirable, el justo, el santo de los santos.
2o. Le dieron el nombre de Dios. Isaías dice: "El mismo Dios vendrá
en persona y os salvará" (35, 4). Y en otro lugar: "He aquí
que una virgen dará a luz un hijo, y su nombre será Ernmanuel, esto
es, Dios con nosotros" (7, 14).
En otro lugar dice también: "Ahora nos ha nacido un niño. Se
llamará el admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo
futuro, el príncipe de la paz" (9, 6).
Conclusión. Como estas profecías tuvieron realización en Cristo,
debemos concluir que Cristo es Dios; pues si no lo fuera, el mismo Dios
nos hubiera inducido al engaño.
b) Profecías hechas por el mismo Cristo
El mismo Jesucristo hizo numerosas profecías acerca de su persona, de
los Apóstoles, de su Iglesia, y de otros varios acontecimientos, que
dan mayor peso a este argumento.
la. Respecto a su persona, en tres ocasiones predijo su pasión, y
muerte de cruz y resurrección. "Mirad que vamos a Jerusalén , y
el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y
lo condenarán a muerte, y lo entregarán los gentiles, para que lo
escarnezcan, azoten y crucifiquen; más al tercer día resucitará"
(Mt. 20, 18).
2a. Respecto a sus Apóstoles, predijo la triple negación de Pedro, la
venida del Espíritu Santo sobre ellos, y las persecuciones que les
tocaría afrontar.
3a. Respecto a la Iglesia, predijo su perpetuidad. "Y yo estaré
con vosotros hasta el fin de los siglos" (Mt. 28, 20).
Estas diversas profecías sobre sucesos libres, prueban el carácter
divino del que las hizo.
c) Los milagros
Los milagros de Cristo prueban no solamente su carácter de Mesías,
sino también su divinidad. En efecto:
a) Cristo los hizo en su propio nombre, en tanto que los demás siempre
los hicieron en nombre de Dios. Por ejemplo dijo al leproso, "Yo lo
quiero, se limpió 33 (Mt. 8, 3); y al hijo de la viuda de Naím:
"Muchacho, a ti te digo, levántate" (Lc. 7, 14).
b) Comunicó a sus discípulos el poder de hacer milagros en su nombre (Alc.
16, 17).
c) Hizo milagros en confirmación de su divinidad. Así dijo a los judíos,
que querían apedrearlo como blasfemo, por haberse declarado Dios:
"Sí no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago
y no queréis dar crédito a mi palabra, dádselo a mis obras" (Jn.
10, 37).
Y antes de la resurrección de Lázaro dio gracias a su Padre Celestial
por razón del pueblo que le rodea, "con el fin de que crean que Tú
eres el que me has enviado" (Jn. 11, 42.)
Cristo hizo milagros en confirmación de su divinidad; y como el milagro
es prueba de la intervención divina, es evidente que los milagros de
Cristo prueban su divinidad. De otra suerte Dios mismo hubiera
confirmado con milagros una mentira, lo que es inconcebible.
d) Testimonio del mismo Cristo
Cristo se proclama Dios de muchos modos:
a) Se atribuye perfecciones y poderes que sólo Dios tiene, como la
eternidad, la creación, el poder de perdonar los pecados; y dice
claramente: "Todo lo que hace el Padre, lo hace igualmente el
Hijo" (Jn. 5, 19).
b) Aprueba explícitamente la confesión de Pedro: "Tú eres el
Hijo de Dios vivo", y la de Tomás: "Señor mío, y Dios mío"
(Mt. 16, 16; Jn. 20, 28).
c) Manifiesta que es Dios e Hijo de Dios: "El padre y yo somos una
misma cosa"; y declara solemnemente ante Caifás que es Hijo de
Dios y que vendrá a juzgar a los hombres (Jn. 10,3; Mt 26, 64).
Esta afirmación hecha por Cristo prueba su divinidad. En efecto, ningún
hombre fuera de Cristo, ningún profeta, ningún fundador de religión
se ha atrevido a proclamarse Dios. Si Cristo se hubiera proclamado Dios
sin serlo, sería o un loco o un mentiroso; y ambas cosas repugnan, pues
nadie ha existido tan sabio ni tan santo.
e) Testimonio de Dios Padre
En el bautismo de Cristo en el Jordán y más tarde en el Tabor se oyó
una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo amado en quien tengo
todas mis complacencias; escuchadle" (Mt. 3, 17 - 17, 5).
Este testimonio tiene especial valor, por ser la afirmación clara y
explícita de Dios, verdad infalible.
f) Su vida y doctrina
lo. Cristo fue en su vida ejemplo perfecto de toda santidad, a tal punto
que pudo decir a sus discípulos: "Ejemplo os he dado para que como
obré, obréis también vosotros" (Jn. 13, 15). Y a sus enemigos:
"¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?" (Jn. 8, 46).
2o. Por otra parte, su doctrina está llena de sabiduría y santidad.
Ella transformó la faz de la tierra y ha producido en todas partes
frutos de la más excelente perfección.
Esta santidad de Cristo, y la sabiduría y santidad de su doctrina
prueban su divinidad, sobre todo si las juntamos con la afirmación que
El mismo hizo de ser Hijo de Dios. Pues no se concibe que un loco o un
impostor haya sido el más sabio y el más santo de los hombres, y el
Fundador de la más excelente doctrina que han contemplado los siglos.
g) Testimonio de los Apóstoles y de la Iglesia
Los Apóstoles dieron fe de la divinidad de Jesucristo; y son
especialmente elocuentes los testimonios explícitos y numerosos de San
Juan y San Pablo. "Sabemos, dice San Juan, que vino el Hijo de
Dios... Este es el verdadero Dios, y la verdad eterna" (1 Jn.
5,20). Y San Pablo afirma: "Jesucristo teniendo naturaleza de Dios,
no por usurpación, se hizo igual a Dios" (Fil. 2, 6).
Este testimonio tiene especial valor, pues los Apóstoles no sólo
conocieron de cerca a Cristo, sino que confirmaron sus enseñanzas con
numerosos milagros y con el martirio.
La Iglesia Católica por su parte, siempre ha enseñado que Jesucristo
es Hijo de Dios por naturaleza y verdadero Dios; y sobre esta creencia
ha descansado inconmovíblemente su doctrina.
Hay otras tres pruebas de la divinidad de jesucristo: su resurrección,
verificada por virtud propia y anunciada por él con anterioridad; la
fundación y desarrollo de su Iglesia; y el testimonio de sus mártires.