A orillas del Yaboc: entre la gracia y la des-gracia

 

JUAN MASIA
Prof. de la Univ. Sofía
Tokio

 

Gn/32/23-33: La lucha de Jacob con el ángel a orillas del Yaboc fue un encuentro de gracia. Y como ocurre siempre que nos dejamos tocar por la gracia, el patriarca salió de ese encuentro vulnerado y bendecido.

También nosotros salimos al mismo tiempo heridos y consolados, sacudidos y animados tras cada encuentro con la gracia. Por eso hay una ambivalencia en nuestros sentimientos de desear y temer esos encuentros que anhelamos y de los que huimos.

Pero, adónde están hoy los "lugares" de la gracia? ¿Se les puede preparar? ¿Cómo educar nuestra receptividad para la acción de la gracia? ¿Cómo hacernos capaces de "padecerla" y "disfrutarla"? ¿Cómo crear los contextos teóricos y prácticos en que se valore la receptividad -abierta, contemplativa, agradecida...- para la gracia? ¿Cómo hacer para poner al desnudo nuestra herida radical y nuestra sed también radical, para exponerlas a la terapia y a la acción plenificante de la gracia? ¿Cómo salir de nosotros y exponernos a la gracia para dejarnos agraciar, para dejarnos envolver por su terapia a la vez vulnerante y vivificante? ¿Cómo evitar la desgracia de no dejarse agraciar desperdiciando la gracia?...

Exponerse a la gracia

La escena de Jacob luchando toda la noche con el enviado de Dios es riquísima en simbolismo. Los detalles de explicación exegética no hace falta repetirlos aquí. Nos resulta de particular interés el comentario de Alonso Schokel 1 sobre el tema de la fraternidad traicionada y restablecida como hilo conductor para una lectura del Génesis. Como señala el conocido hermeneuta el encuentro con Dios pasa por la reconciliación con el hermano. En el contexto de esa historia de luchas y reconciliaciones resulta especialmente interesante fijarse en el dramatismo producido por tres tensiones dialécticas que se entrelazan: la tensión entre los hermanos, la tensión del hombre consigo mismo en el interior de su corazón y la tensión entre el hombre y Dios. Esta última se encarna simbólicamente en el pasaje tan rico de la lucha de Jacob con el ángel: aceptación de la gracia y resistencia a ella, bendecir y ser bendecido, herida y consuelo etc., son diversos aspectos de esta tensión. Vamos a fijarnos aquí en ella y a tomar este pasaje como símbolo de nuestro huir y nuestro exponernos a la gracia.

El encuentro de Jacob con el ángel comienza con una lucha que dura mucho tiempo. Jacob se resiste y lucha. Luchar es también un modo de huir. Jacob se siente fuerte hasta que el toque vulnerante del ángel le inmoviliza el tendón y le obliga a reconocer su impotencia. Cuando se sienta impotente y tenga que darse por vencido la herida se convertirá en bendición. Pero aquí aparece un momento irónico de humor a lo divino. A Jacob que necesita ser bendecido le pide el ángel que lo bendiga. Jacob fue ladrón de bendición en el pasado, llevándose la bendición destinada a Esaú con una trampa. De ahora en adelante será bendecido a fondo tras la reconciliación con el hermano. Pero antes de ese momento le pide el ángel que le bendiga. Nos recuerda muchísimo el detalle de Jesús en Tiberíades preguntando a Pedro, el que le negó, si le quería, para darle a continuación el encargo -carga y bendición a la vez- de cuidar de los hermanos. Jacob tiene que bendecir al ángel y después aprenderá el camino para que el ahora bendecidor y antes robador de bendiciones, se convierta en bendecido de verdad.

Y en adelante ya no huirá Jacob de Esaú ni Esaú de Jacob. Como en la película del "Ruin Man" acabaremos no sabiendo quién es el sano y quién es el enfermo de los dos hermanos porque ambos están necesitados de una terapia que es mutua. Cuando el presunto sano ya no dice "yo sé lo que le conviene", sino reconoce su impotencia, comienza a ser posible esa terapia. Cuando el hombre acepta el no comprender y no poder nada ante una situación, comienza a exponerse a la gracia que actúa en él, a pesar de él, vulnerando y bendiciendo. Pero para ello hay que exponerse, hay que poner al desnudo nuestra necesidad profunda de gracia, hay que dejarse agraciar, hacerse receptivo para que la gracia toque en lo hondo de nuestra herida y de nuestra sed, ambas tan a menudo no reconocidas por nosotros mismos.

Del encuentro con esa presencia~agraciante, que más que don o regalo externo es actuación -"Este es el día en que actuó el Señor"- saldremos como Jacob, vulnerados y bendecidos, sacudidos por su viento y empapados por su lluvia. Pero, naturalmente, a condición de que nos dejemos herir y bendecir, con tal de que evitemos la desgracia de hacernos invulnerables e impermeables, es decir, narcisísticamente omnipotentes y, por tanto, impenetrables por la gracia.

Salir de sí para dejarse agraciar

¿Cuándo nos ponemos a tiro para dejarnos alcanzar por la gracia y cuándo, dónde y cómo huimos de ella de la manera que huía Jonás? ¿En qué lugares, tiempos, acontecimientos o relaciones con personas están los "espacios de la gracia"? ¿Por dónde pasa esa sombra del Señor que no estaba en el viento huracanado, ni en el fuego, ni en el terremoto, sino en la brisa que hizo estremecerse a Ellas? ¿Era la belleza del paisaje o más bien los rostros cansados de los que viajaban en el mismo departamento? ¿Era el último LP o el crujir de las vigas al dilatarse o el sonido de la lluvia sobre los bambúes? ¿O eran mis actitudes? Pero ¿desde qué actitudes me dispongo para que la gracia llegue? ¿Cómo preparo esa llegada que no controlo ni puedo producir a fuerza de brazos, pero que siempre puedo esperar como sorpresa no planeada, como flor que brota no plantada por nadie a la vera del camino? Desde qué actitudes me pro-dispongo o in-dispongo para experiencias de ser agraciado?

CENTRARSE: A Teilhard le gustaba hablar de "centrarse" y "descentrarse", centrarse en el verdadero centro (no en el yo superficial) y descentrarse saliendo de si. Esta seria la preparación para "sobrecentrarse" en el Centro, meta de nuestro crecimiento en la interioridad y en el amor, Centro que es a la vez el Origen que nos capacita y posibilita el encuentro auténtico consigo mismo y con el otro, el auténtico ensimismamiento y el auténtico enamoramiento 2.

El conocido filósofo japonés Nishida 3 escribía poco antes de su muerte un estudio de filosofía de la religión, en el que se refiere tanto a lo que tienen en común el cristianismo y el budismo como las distintas corrientes budistas entre si. Concluye diciendo que sin el elemento fundamental de "salir-de-si" no hay auténtica espiritualidad ni religiosidad. Ignacio de Loyola diría que "tanto aprovecha el hombre en las cosas espirituales cuanto saliera de su propio amor, querer e interés" (Ejercicios, 189).

Toda experiencia que nos lleva a centrarnos en lo auténtico de nosotros mismos -no en el yo superficial- y toda experiencia que nos lleva a descentrarnos del egocentrismo narcisista y a salir hacia los otros facilita el encuentro con la gracia. El auténtico ensimismamiento es lo más opuesto al ensimismamiento en el yo superficial del placer momentáneo, del interés y satisfacción en la inmediatez. Como decía Unamuno, yendo "adentro" me encuentro y encuentro a los otros en la soledad. Pero si salgo hacia ellos sin haberme encontrado conmigo, salgo desde mi yo superficial y en vez de encontrarlos a ellos, los devoro o bien huyo de mí hacia ellos 4.

Necesitamos sintonizar con lo profundo del deseo, de la sed radical que somos, tomar contacto, en la soledad y en el silencio, con el centro que nos hace crecer. Y también con la herida, la que tenemos y la que somos, porque al llegar al centro encontramos siempre las heridas y la herida. Si no las escamoteamos ni disimulamos nos haremos capaces de compadecernos de nosotros mismos y de los demás como Dios se compadece de nosotros y la herida se hará bendición.

En estas experiencias de interioridad descendemos a nosotros para en el fondo hallarnos, hallar a los otros y hallar a Dios. Cuando no huimos de este centro es cuando nos toca el "dedo de Dios" (el "dedo", sabemos, es su Espíritu...) capaz de curar la herida y plenificar la sed. Frente al vacío y la distracción de la superficie, la atención "adentro" nos abre a lo que Unamuno llamaba "plenitud de plenitudes y todo plenitud". Pero hay que dejar que se apaguen las luces del circulo cerrado de la superficie. "De noche iremos, de noche iremos sin luna / que para encontrar la fuente, solo la sed nos alumbra" (Rosales). Hay que dejar aflorar los huecos, afrontar la soledad y el silencio, dejar que brote el deseo, estar atentos, descubrir lo hondo de esa sed y esa herida, hacer una pausa, ir al encuentro de las fracturas y aperturas más profundas, en una palabra, adentrarse para abrirse, ensimismarse para salir de si.

Todo esto que acabamos de sugerir corresponde a lo que pudiéramos llamar la primera trascendencia, la "trascendencia hacia atrás". Pero primera no quiere decir anterior. Ambas trascendencias se implican: no me encuentro si no salgo de mí hacia el otro y no soy capaz de salir auténticamente hacia el otro si no me encuentro a mí mismo. La segunda trascendencia, el "salir hacia adelante", hacia los otros, sería el otro lugar, o actitud o "espacio de gracia", la otra vía para exponerse a la gracia.

Esta segunda vía es la de salir de si para amar. El que se deja "ceñir por otro", sale de si y se abre al otro gratuitamente se capacita para percibir la gratuidad de la gracia. En la abnegación que acompaña al servicio hay una ruptura, un salir de la propia tierra, del jugar en el propio campo, un vender todo lo que tienes para entrar en el terreno de la gratuidad. Las experiencias de gratuidad son brisas de gracia que nos hieren y bendicen, que nos sacuden y nos abren. Descubrimos que los momentos más plenificantes son aquellos en que nos hemos olvidado de nosotros mismos.

Entonces tocamos el secreto de la com-pasión divina que nos capacita para compadecernos de nosotros mismos y de los demás. Lo "incompatible" con esto es el enterramiento en el yo superficial que ni se descubre a sí ni a los demás, ni es capaz de acogerse, aceptarse y perdonarse a sí mismo ni a los demás.

La primera trascendencia, el "salir de sí hacia si" se implica y complementa con esta segunda de "salir de si hacia el otro". La interiorización me descubre que soy más yo al salir de mi. El amor es a la vez el gran enterramiento y el gran descentramiento. Lleva consigo rupturas y renuncias que por ser radicales conducen a aperturas y bendiciones. En la cercanía al otro, en que hago mías sus luchas y necesidades, en la obediencia con sentido en que de modo adulto dejo que otro "me ciña", en la solidaridad de "respirar a una", en todas estas experiencias se da un romper fronteras, un crecer hacia afuera, así como en la interiorización se daba un crecer hacia adentro.

Pero todo esto es fácil de decir y difícil de realizar. ¿Asumiremos el riesgo de las experiencias gratuitas? ¿Nos abriremos a experimentar lo que nos sobrepasa? ¿O nos quedaremos en la ramplonería de no conocer las cosas nada más que por el precio que se paga por ellas? ¿Seremos capaces de dar sin esperar a cambio? ¿Nos dejaremos sobrecoger por la gratuidad de Dios? 5 ¿Le vamos a dar al otro lo que nos gustaría darle o lo que de verdad él necesita? ¿Nos dejaremos descentrar por el otro para así recentrarnos auténticamente?

La des-gracia de no dejarse agraciar

Estos dos crecimientos, hacia adentro y hacia afuera, hacia sí y hacia el otro, serían el centrarse y descentrarse que preparan el sobrecentrarse de la experiencia de gracia, el encuentro de la auténtica inocencia y libertad tras una ascesis previa de salida de sí. Ascesis que prepara, pero no produce, las experiencias de gracia..., ya que éstas se reciben como don. Como sólo se recibe al hijo en forma de bendición tras aceptar como Abrahán el entregarlo. Y como sólo se llega a la tierra prometida después de haber sabido renunciar a ella... La llegada es don, es gracia, es el día en que actúa el Señor.

Pero siempre queda la posibilidad de la des-gracia. Cuando represamos la corriente y no dejamos correr y circular a través de nosotros hacia los demás esa corriente de la gracia hecha para transmitirse. Cuando retenemos el pan hecho para compartirse. Cuando pasamos de largo por los paisajes hechos para contemplarse o por el paisaje de nuestro interior profundo olvidado. Cuando no nos dejamos envolver por el abrazo de la gracia, arrastrar por su corriente, empapar por su lluvia. Cuando no nos dejamos golpear, herir y sacudir por el ángel. Cuando no nos dejamos querer. Cuando no nos dejamos sorprender.

Cuando no nos dejamos bendecir y empapar por esa corriente destinada a actuar en nosotros y en los demás a través y a pesar de nosotros. Cuando no dejamos que la espada de doble filo de la Palabra de Gracia nos sostenga y, a la vez, nos haga la contra, nos apoye y nos contradiga. Cuando perdemos la capacidad para dejarnos herir y bendecir.

Cuando nos hacemos invulnerables e impermeables, huyendo de sus golpes o frenando la corriente de sus bendiciones. Cuando renunciamos a crecer hacia atrás o hacia adelante, ciegos para vernos a nosotros mismos y a los demás. Cuando huimos de los "espacios de gracia", el espacio de la interioridad y el espacio del amor. Cuando devoramos a los demás o nos devoramos a nosotros mismos en la antropofagia del yo superficial y egoísta. Cuando creemos saber muy bien lo que nos conviene y lo que conviene a otros y no aceptamos afrontar la propia ignorancia, insensibilidad e impotencia. Cuando pretendemos y presumimos de ayudar o cuando ni siquiera nos preocupamos de ayudar a otros o cuando no nos dejamos ayudar por ellos. Cuando pretendemos resolver los problemas en vez de aceptar que no tienen solución hasta que, en vez de "re-solverse", se "di-suelven"por gracia...

Parábola del peatón despistado

En todas estas huidas nos ocurre la "des-gracia" del peatón de la parábola. Llevaba dos horas en la parada del autobús bajo la lluvia. Todos los autobuses que pasaban llevaban letreros con destino diverso. Pero el autobús de Valdefuentes no llegaba. Pasó el de Valflorida, y el de Vallehermoso y el de Valnevada. Y muchísimos más. Por fin preguntó: "¿cuándo pasa el de Valdefuentes?" Y le respondieron: "Valdefuentes es aquí, donde estamos". Tanto tiempo esperando y había confundido el punto de llegada con el de partida... Eso nos pasa con la gracia, y con el encuentro de si y del otro, y con el encuentro de Dios. El percatarse es gracia. Se la prepara esperando dos horas bajo la lluvia. Y cuando se recibe el don, se da uno cuenta de que estábamos desde el comienzo en el lugar de llegada. Si comprendemos esto, comprenderemos lo superfluo y lo vano del circunloquio que acabamos de hacer en los párrafos de este ensayo, autobuses todos ellos que pasan de largo...

SAL-TERRAE/89/05. Págs.369-376

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1. L. Alonso-Schökel, ¿Dónde está tu hermano?, Valencia: Instituto S. Jerónimo, 1985, p. 209.

2. "El Medio Divino, por inmenso que sea, es en realidad un Centro... En el Medio Divino se tocan todos los elementos del Universo por lo que tienen de más puro y atrayente... En este lugar se recoge y conserva el menor de nuestros deseos y de nuestros esfuerzos, que puede hacer vibrar instantáneamente a todas las médulas del Universo...", Teilhard de Chardin, El Medio Divino, Madrid: Taurus, 1967, 120-121.

3. K. Nishida, Nothingness and the Religious Worldoiew, (1945), trans. by A. Dilworth, Univ. of Hawaii Press, 1987.

4. SOLEDAD/CON-DE-SI:: "Sólo en la soledad, rota por ella la espesa costra del pudor que nos separa a los unos de los otros y de Dios a todos, no tenemos secreto para Dios... En la soledad, y sólo en la soledad, puedes conocerte a ti mismo como prójimo; y mientras no te conozcas a ti mismo como prójimo, no podrás llegar a ver en tus prójimos otros yos. Recógete en ti mismo". M. de Unamuno, Ensayos, Madrid: Residencia de Estudiantes, 1918, tomo VI 43-44.

5. La actitud de receptividad agradecida es el talante fundamental que vincula la experiencia de la cotidianidad con la experiencia en fe de la gracia. Cf. C. Casper, "Alltagserfahrung und Frommigkeit", en: Christlicher Glaube in moderner Geselischaft' Herder, 1980, tomo 25, p. 65. No tocamos aquí otro tema importante al que se refiere el autor del citado artículo, el del narcisismo colectivo de la comunidad que también tiene necesidad de salir de si y necesita una salvación colectiva de su egoísmo de grupo disimulado por las correspondientes estructuras de plausibilidad, id. p. 59.