1.
La primera afirmación que recorre toda las Sagradas Escrituras es que
sólo Dios salva al hombre. El hombre no puede salvarse a sí mismo.
Al mismo tiempo se afirma que el hombre necesita ser salvado. No es un ser que pueda lograrse, llegar a su fin. No es que no pueda lograr fines secundarios, pero el fin de sí mismo no puede obtenerlo por sí mismo.
2.
Esta salvación – que es la unión del hombre con Dios - Dios ha
querido otorgarla y la da gratuitamente por medio de Cristo muerto y
resucitado y el don del Espíritu Santo.
1.
En concreto Dios – que ha obrado la salvación por Cristo y el don
del Espíritu – entrega su salvación por medio de la predicación: por la
palabra. De forma que, en concreto es la palabra la que salva. El
acontecimiento salvífico actual es la irrupción de la palabra divina que da
la salvación.
Esta
palabra divina que salva es proclamada por la Iglesia, es el don de la
Iglesia, y la acción poderosa del poder salvador de Dios en Ella.
La
palabra divina salva provocando la fe.
De forma que el binomio salvífico es
la palabra y la fe. Es en este binomio que queremos detenernos.
2. Antes que nada no ha de entenderse la palabra del lado de Dios y la fe, por el otro lado, como un acto puramente humano, que recibe la palabra. Porque la primacía entera la tiene la acción salvífica de Dios que actúa en la palabra y provoca la fe, produce la conversión del corazón, para que se adhiera a Dios y, dejándolo actuar, sea salvo. Por eso la fe es gracia actuada por la palabra de Dios y don de un corazón nuevo.
3.
No pretendo entrar en el tema de la libertad humana. Por cierto que el
hombre es libre en la fe, pero con una libertad provocada, actuada por la
palabra divina: con una libertad donada, totalmente dependiente del don y acción
de la palabra de Dios.
Por
eso, en primer lugar nos centramos en la acción de la Palabra de Dios
predicada en y por la Iglesia.
1.
El escándalo de la pobreza de la palabra de Dios.
·
Esta
predicación es una necedad, es una debilidad. La palabra divina es una
palabra humana que se da a los hombres.
·
Esta
palabra está acotada en el espacio y tiempo de la predicación. Es una
palabra limitada.
·
Esta
palabra no sigue los razonamientos de la sabiduría humana.
·
Esta
palabra puede ser rechazada y de hecho es rechazada, juzgada por los hombres.
·
Esta
palabra no siempre produce un fruto. En cierto sentido fracasa la palabra de
Dios. Comienza por fracasar en Israel.
·
El
juicio definitivo de la palabra de Dios es escatológico, en el juicio de
Jesucristo.
2.
El porqué de la salvación por medio de la palabra de Dios.
1.
Antes que
nada, por una realidad fáctica: Dios ha querido salvar por medio de su
palabra. En y por esta palabra actúa el Espíritu Santo, que provoca la fe y
da la reconciliación con Dios.
2.
Esto
en primer lugar manifiesta y realiza la soberanía absoluta de Dios que salva:
cuando y como quiere dirigir su palabra. Es el reino de la libertad de Dios.
3.
Por
su contenido: porque Dios se revela a sí mismo, El y el misterio de su
voluntad. La salvación es Dios mismo y el misterio de su voluntad
misericordiosa y amante para con el hombre, hasta introducirlo en su propia
vida. Este contenido solamente puede ser revelado, comunicado. De ninguna
forma puede ser deducido, ni menos exigido.
4.
Por
el lado del hombre que va a ser salvado. Para usar una terminología conocida,
por la dimensión sanante y elevante de la salvación.
·
El
hombre puede ser sanado de sus tinieblas, si es iluminado. No puede iluminarse
a sí mismo, porque está obscurecido, entenebrecido. Este oscurecimiento toma
a todo el hombre: en su corazón. Su mente y su libertad no apuntan a la
comunión con Dios. Necesita ser sanado por la luz y la atracción del amor
divino.
·
El
hombre puede entrar en la luz de la vida trinitaria, sólo si es iluminado,
elevado, por una comunicación superior propia de Dios. El fin de la salvación
– la filiación divina – es superior a todo lo que puede imaginar. Y, aún
si lo pudiera imaginar, sería una imaginación suya, si Dios no se le
entregara, en su comunicación.
·
Por
cuanto antecede, la fe que recibe el don de Dios y entra en la comunión con
El, sólo puede ser efecto de la misma palabra de Dios.
·
Tanto
en la dimensión primera de confianza, de abandono en el amor de Dios, cuanto
en la dimensión de conocimiento y de vida, la fe es provocada y producida por
la misma palabra de Dios.
·
La
conversión – el cambio de corazón y de mente – que provoca la palabra
divina, siguiendo la descripción de Lonergan es una conversión intelectual,
moral y religiosa.
·
La
primacía la tiene la conversión religiosa, que Lonergan describe con la
categoría de enamoramiento: un dejarse tomar por el amor de Dios que se ha
revelado, de forma que se vuelve ese Dios vivo y hablante el horizonte nuevo
de toda la existencia. La conversión religiosa hace que el amor de Dios no
está condicionado a nada y todo está condicionado por él y a él.
·
Esa
conversión religiosa pide y provoca la conversión intelectual: una nueva
intelección de la existencia, siempre fundada sobre la palabra divina,
siempre actuada por esa palabra. Aquí la palabra de Dios adquiere esa dimensión
de enseñanza tan característica, por ejemplo, del evangelio según San
Mateo. Una intelección para tener ojos para ver, oídos para oír, según el
modo de Dios.
·
La
palabra de Dios provoca y actúa también una conversión moral, en las
distintas esferas de la vida. Esta conversión moral también es fruto de la
palabra de Dios y continuamente sostenida y actuada por ella, hasta la plena
configuración con Cristo.
·
Como
bien observa Lonergan, no siempre corren parejas las tres dimensiones de la
conversión que provoca la palabra de Dios.
·
Siendo
la palabra divina que salva, actuación libre de Dios, pura gracia sanante y
elevante, es recibida en la escucha orante, agradecida y obediente
1.
¿en dónde se encuentra el mayor
rechazo cultural a la palabra divina? ¿Donde esta cultura es más mundo
– en cuanto tiniebla que quiere ocultar la palabra divina? Pongo
aproximaciones.
·
la
cultura iluminista, en cuanto tal pone:
que
el hombre puede y debe salvarse a sí mismo
desconoce
la necesidad de ser sanado el hombre. Por ello, el primer dogma negado por
la Ilustración es el del pecado original.
·
El
fin no es la unión con el Dios vivo, sino el propio fin que autodefina: la
felicidad, la realización, etc. No hay una finalidad a ser elevado.
El
Dios que se puede admitir es el que responda a este fin que el hombre se
ha propuesto. Dios no es libre para actuar, ni para hablar. Su palabra no
es principio de realidad. A lo más puede coincidir con el proyecto del
hombre.
Por
eso, en general, no deja lugar a la conversión religiosa – en el
sentido cristiano -, sino a lo más a la conversión moral, dentro de
determinados parámetros aceptados en el proyecto elegido. También la
intelección está sometida a ese proyecto limitado. A veces se acepta lo
religioso, no en el sentido de la intervención libre del Dios que habla,
sino en alguna forma de autoayuda que el hombre busca para realizar su
equilibrio.
2.
¿Qué favorece o predispone en
la cultura actual a recibir la palabra que salva?
3.
¿Cuál es la teología de la
predicación que hace comprender esta palabra divina predicada, y su poder
salvífico?
¿Cómo
valorizar la fe – respuesta
provocada por la palabra divina predicada – como la obra de la salvación
del hombre? ¿Cómo mostrar más la centralidad de la fe en la actualización
de la salvación?
¿cómo
la teología puede ayudar a que la predicación de la Iglesia de la palabra
divina sea siempre más fiel a esta
misma palabra?
¿Cómo
iluminar la acción pastoral de la Iglesia – y en ella el predicador – está
básicamente atada a la necedad de la
predicación de la obra de Dios en Cristo crucificado y resucitado?