HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPITULO III

ROBOS Y EXACCIONES  COMETIDOS POR LOS PODEROSOS, PERSONALMENTE  O POR INTERMEDIARIO DE SUS AUXILIARES. SUS DIVERSOS CRÍMENES

El Señor dijo: hay más felicidad en dar que en recibir. Ahora bien, los hombres de nuestro tiempo, principalmente los que tienen poder de mando sobre los demás, no se contentan con llenar sus ávidas manos con donaciones ilícitas o peor, extorsionando para su perdición a quienes dependen de su dinero con aumentos y exacciones inicuas. Además atacan cruelmente sea en la oscuridad o a la luz del día a quienes ya no están bajo su poder o carentes de recursos, con desprecio de lo que está escrito:  Maldito tú que te entregas al saqueo, porque serás saqueado. A propósito de éstos dice el Señor: por boca del profeta: Ellos comieron la carne de mi pueblo, le arrancaron la piel, les rompieron sus huesos. Ellos clamarán al Señor pero él no los escuchará, les negará su rostro. Estos desgraciados pierden de vista sus últimos días, a pesar de lo dicho por Jeremías: La mancha de su pecado está sobre sus pasos, porque ella [Jerusalén] no tuvo en cuenta su fin. La misericordia, en efecto, se concede al pequeño, mientras que los poderosos padecen tormentos proporcionados a su importancia, mayor suplicio espera a los grandes.

No contentos con entregarse al pillaje, asolaban regiones enteras con incendios, no se ahorraban ni  siquiera los bienes y posesiones de los monasterios, despojando los santuarios con manos sacrílegas y tomando del seno y corazón del Señor, los objetos destinados a los ministerios espirituales. En otras palabras, mientras se peleaban entre ellos por bagatelas, dejaban los bienes de los pobres en manos de sus impíos agentes. Armados con hierros, copaban los caminos públicos, sin exceptuar a peregrinos y religiosos. En las fortalezas y en las ciudades, asesinos a sueldo y mal vivientes caídos de todas partes preparaban emboscadas, llenaban de sangre inocente las calles, las plazas y todos los puntos atacados. También en el mar, sin temor al juicio de Dios, corsarios y piratas no se conformaban ya con despojar a comerciantes y peregrinos, sino que además los arrojaban a las aguas después de hacer incendiado sus barcos.

Mientras tanto los príncipes y poderosos permanecían en su infidelidad, cómplices de los ladrones, siendo que estaban obligados a velar por la paz, a defender a sus súbditos y controlar por el temor a los atacantes, impidiéndoles actuar. Aceptando regalos de los impíos y sacrílegos, ellos cedían al gusto por el lucro temporal y les acordaban  protecciones y favores. Miraban a un ladrón que corría a su lado como  si quisieran decirle: Compartan con nosotros, el botín es uno para todos. Así estos ladrones, arrebatadores, sacrílegos, usureros, estos judíos, sicarios y homicidas, estos hombres sediciosos que debieran sufrir duras penas, ser extirpados radicalmente y suprimidos, eran apoyados por quienes teniendo la espada en su mano, permitían cometer impunemente tales maldades, mientras que el Señor dice por la boca del profeta: Buscad la justicia, acudid en socorro del oprimido, otorgad el derecho a los huérfanos, defended a las viudas.

Sin embargo ellos, perros rabiosos que no conocían la solidaridad, que hollaban cadáveres como cuervos voraces, oprimían a los pobres a través de sus lugartenientes y seguidores, despojando a viudas y huérfanos, tendiéndoles trampas, difundiendo calumnias contra ellos, lanzando toda suerte de acusaciones a fin de quedarse con el dinero de sus víctimas. Demasiado a menudo encarcelaban, haciendo encadenar víctimas que no tenían nada que reprocharse, los inocentes eran torturados sin otro motivo que el de poseer algún bien. Esto sucedía sobre todo cuando sus señores descansados en su ociosidad o la prodigalidad y el lujo, se encontraban expuestos a gastos superfluos en torneos y la vana pompa del mundo, en presa de deudas y de usureros. Mientras, los mimos y los cómicos, los bufones, vagabundos y charlatanes, los “perros de corte” y los adulones dilapidaban a su vez los patrimonios de esos expoliadores. Como si hubieran querido decir  a su príncipe o tirano: Arrasad, arrasad hasta los cimientos; Crucifica, crucifica; mata y come. En fin, los príncipes dejaban crecer en todas partes hasta el colmo de su condenación, a cortesanos y lupanares, a jugadores de dados, taberneros y gente de mala fama, que son como cuevas de bandidos o sinagogas de Judíos, las medidas fraudulentas y los balances trucados. Lo que deberían haber extirpado, destruido y hecho pedazos ocupaba todas las ciudades y sus alrededores. No sólo, en efecto, los que realizan tales obras sino también quienes dejan que se realicen, no poseerán el Reino de Dios.