HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XXIX

LOS HOSPITALES DE POBRES Y LAS CASAS DE LEPROSOS

Más allá hay otras congregaciones sea de hombres que de mujeres, los cuales renuncian al mundo y viven bajo una regla en la casa de los pobres o en hospicios a ellos destinados. Están en número indeterminado en todos los países de occidente, sirviendo a los necesitados humilde y devotamente.

Viven según la regla de San Agustín, sin bienes propios y en comunidad, bajo la obediencia de un superior. Hacen la vestición del hábito religioso y prometen al Señor vivir en continencia perpetua.

Hombres y mujeres tienen residencias separadas donde duermen y comen en piedad y castidad. En tanto se lo permite el ejercicio de la caridad y el servicio a los pobres de Cristo, no omiten nunca las horas canónicas ni de día ni de noche.

En  las casas o conventos más numerosos, hermanos y hermanas se reúnen en capítulo a fin de corregirse de negligencias y pecados, o por otras necesarias o justas causas. Mientras reposan se leen pasajes de las divinas Escrituras; en el refectorio guardan silencio, así como en otras dependencias según horas establecidas.

Los hombres enfermos o los huéspedes sanos hospedados en sus casas comen y duermen separados de las mujeres.

Los capellanes aseguran la atención espiritual de los pobres y enfermos con la mayor humildad y devoción; así también instruyen a los ignorantes con la predicación divina, consuelan a los pusilánimes y frágiles, los llaman a la paciencia y la acción de gracias, de día y de noche celebran escrupulosamente el santo oficio en la capilla común, para que los enfermos puedan seguirlos desde sus lechos. Administran con celo y solícitos, la confesión, la extrema unción y los demás sacramentos, así como rinden piadosa sepultura a los que mueren.

Estos ministros de Cristo, sobrios y medidos, rudos y severos para sí, dispensan toda la misericordia de sus corazones sobre pobres y enfermos; les procuran lo necesario en cuanto está a su alcance. Cuanto más se abajaren en la ruta hacia la casa del Señor, tanto más elevado será su rango en la patria. Por Cristo soportan las inmundicias y malos olores de los pobres; se hacen tanta violencia, que no creo posible comparar este santo y preciado martirio que sufren bajo la mirada de Dios, con cualquier otro género de penitencia. El Señor transformará en piedras preciosas y en suavísimos aromas, los sórdidos y hediondos excrementos con que alimentan sus almas.

ABUSOS COMETIDOS POR ALGUNAS CONGREGACIONES

Esta regla de la hospitalidad, santa y agradable a Dios, la vida religiosa de los Hospitalarios, cayó en la corrupción en muchos lugares y casas. Fue reducida a la nada por la unión detestable de hombres depravados que manchó a quienes conocieron su malicia como a la misma casa del Señor.

Bajo el pretexto de la hospitalidad y el simulacro de la piedad, se convirtieron en recaudadores, sacando dinero a quien podían, con mentiras, engaños, y por cualquier otro medio. Engordan a expensa de los pobres que no sospechan de ellos, salvo cuando en alguna ocasión usurpan limosnas de los fieles en desmedro de pobres y enfermos, en cantidad suficiente para que estos astutos ladrones y traficantes, obtengan pingües ganancias mediante recaudaciones fraudulentas.

Quienes dan algo a los pobres para percibir ellos beneficios mayores bajo pretexto de limosnas, están persiguiendo el enriquecimiento y deben ser tenidos más como depredadores que como bienhechores. A esta gente se le captura como a los pájaros, peces y animales depredadores: se les coloca por carnada bolsitas con dinero. Al poco tiempo, cebados, pedirán limosnas de manera importuna, indiscreta y excesiva. Así se traicionarán. Contra esta especie de bienhechores, escribió Jerónimo: “Más vale no dar, antes que atender la exigencia  imprudente de lo que puedas dar”.

Con frecuencia tales considerables ganancias son perpetradas por hermanos barbudos, expertos en simulaciones hipócritas, o por capellanes mercenarios y mentirosos, los cuales no tienen empacho en engañar a los simples y de hincar la guadaña en cosecha ajena mediante letras de indulgencias, que hasta ahí llega el ávido deseo del lucro infame. Paso por alto a los que cometen el mayor crimen, los falsarios que no temen utilizar para su predicación, falsas cartas y bulas sonsacadas. Los bienes tan vergonzosamente amontonados son utilizados luego en comilonas y beberajes. De otras inmoralidades a que se entregan en las tinieblas estas siniestras personas, el pudor nos impide relatarlas aquí, aunque  no lleguen a consumarse.

No practican nada de lo que les impone la regla y merece la pureza de la orden; exhiben sólo el hábito exterior, reclutan postulantes habitualmente mediante maniobras simoníacas. Esta gente que ingresó desvergonzadamente, permanece todavía con mayor impudicia, siguen el ejemplo de los mayores, murmuran, riñen, revolucionan, transcurren en el ocio y la apatía, apegados a sus bienes, son impúdicos, desordenados, relajados, carecen de amor, de misericordia, de lealtad. Exhiben dormitorios muy ordenados y limpios, pero vacíos de pobres y enfermos. Convierten las casas destinadas a dar hospitalidad y practicar la piedad, en cavernas de ladrones, sentina de prostitutas, sinagoga de judíos.

PARA ALABANZA DE OTRAS CONGREGACIONES

Tanta pestilente corrupción, tan detestable hipocresía, no contagió a todas las casas de los hospitalarios. Hubo conventos importantes donde no decayó el fervor del amor, la unción de la piedad, el lustre de la honorabilidad, ni el rigor de la disciplina. Así, por ejemplo, los hospitales del Santo Espíritu, en Roma; San Sansón, en Constantinopla; San Antonio, en el lugar del mismo nombre; Santa María de Roncevaux en los límites con España, y otras fundaciones agradables a Dios y tan necesarias a los peregrinos pobres y a los enfermos.

En París y Noyon, en las Provincias, en Champagne de Tournay (Flandres) y Liege (Lotaringia), en Bruselas (Bravante), en todas estas regiones hubo varios hospitales y casas decentes que fueron talleres de santidad, conventos de luminosa vida religiosa, refugios de necesitados, seguridad para mal vivientes, consuelo de afligidos, alimento de hambrientos, dulzura y paz de los enfermos.