HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XXV

LOS HERMANOS DE LA SANTA TRINIDAD

Hay otra congregación santa y agradable a Dios, la cual reúne a hermanos regulares, clérigos y laicos, que libran en todo lugar el combate del Señor bajo el signo de la Santa Trinidad, razón ésta que les da el nombre de Trinitarios. Ellos están humildemente sometidos y ligados por obediencia al primer prior de la orden. Existen también priores menores y congregaciones particulares en distintas regiones; pero la cabeza de la orden está en la iglesia de Santa Trinidad, de Marsella.

Estos santos varones que entran en el camino estrecho de la vida religiosa, comen carne sólo el domingo y en cinco grandes solemnidades. Con todo, según las disposiciones de la orden, pueden beber vino pero no comprarlo.

No visten camisa, ropa blanca de lino, ni duermen sobre jergón de plumas. Imitan estrictamente el ejemplo de humildad brindado por Cristo: caminan o montan sobre un asno, no sobre otra cabalgadura. Vestidos día y noche con túnica de lana blanca, llevan estampada sobre el pecho en el exterior de la capa blanca, una cruz dividida en dos transversales de color rojo y negro.

Como el ejercicio corporal sirve de poco en la búsqueda de la piedad, realizan obras de misericordia, dividiendo en tres partes los bienes que poseen, en honor de la Santa Trinidad: una parte está destinada al rescate de los cautivos presos en cárceles sarracenas; otra para la atención de los enfermos pobres que se acogen bondadosamente en su hospicio; la tercera parte la reservan para uso propio, manteniendo siempre sobriedad y pobreza de vida.

Por esta abundancia de caridad y desborde de misericordia, son espejo para muchos regulares víctimas de la avaricia. Ofrecen un ejemplo a imitar a los hermanos temerosos, faltos de fe, inquietos y ansiosos ante el mañana, abrumados por terrenas preocupaciones, los mismos que murmuran en su interior: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? ¿Por qué dudas, hombre de poca fe? ¿Quién vio al justo abandonado, a sus descendientes mendigando el pan y a quien entregó su vida por tí, rehusando darte lo necesario? ¿El, que alimenta a los pájaros del cielo y viste de blanco a los lirios del campo, el Señor que vela por todos, no te dará por añadidura todo bien, si primero tú buscas el reino de Dios y su justicia?

Porque ellos son y llevan inmerecidamente el nombre de estos religiosos; su fe es lánguida, dudan de las divinas promesas, temen  fiarse en el Señor, tiemblan de miedo sin razón, vienen con las manos extendidas para recibir, dispuestos a quedarse con las colectas y limosnas destinadas a los pobres. Muestran el rostro compungido por el ayuno, mientras engordan el vientre de sus bolsos; año tras año apartan todo lo que pueden para comprar una nueva posesión, olvidándose de los necesitados.

Creen que los ejercicios corporales son suficientes para la salud de los enfermos y apartan de sí y de sus moradas la tan saludable virtud de la piedad, echándola lejos y obligándola al exilio.